I Vísperas – Asunción de la Virgen María

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: EL CIELO SE MARAVILLA

El cielo se maravilla,
Virgen, viendo como a vos
junto a sí os ha dado Dios
la más eminente silla.

Sobre los altos confines
del más levantado cielo
subisteis, Virgen, del suelo
en hombros de serafines.

Y mucho se maravilla
el cielo de ver que a vos
junto a sí os ha dado Dios
la más eminente silla.

¡Oh Dios, quién supiera ahora
significar la alegría
que todo el cielo tendría
con su nueva emperadora!

Ángeles podrán decilla,
Virgen, y lo que con vos
hizo vuestro hijo y Dios
cuando os dio tan alta silla. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Subió Cristo al cielo y preparó una mansión de inmortalidad a su Madre purísima. Aleluya.

Salmo 112 – ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Subió Cristo al cielo y preparó una mansión de inmortalidad a su Madre purísima. Aleluya.

Ant 2. Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen han sido abiertas de nuevo. Aleluya.

Salmo 147 – RESTAURACIÓN DE JERUSALÉN.

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Por Eva se cerraron a los hombres las puertas del paraíso, y por María Virgen han sido abiertas de nuevo. Aleluya.

Ant 3. La Virgen María ha sido glorificada por encima de todos los ángeles y santos; venid, pues, y alabemos a Cristo, el rey cuyo reino no tendrá fin.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La Virgen María ha sido glorificada por encima de todos los ángeles y santos; venid, pues, y alabemos a Cristo, el rey cuyo reino no tendrá fin.

LECTURA BREVE   Rm 8, 30

A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

RESPONSORIO BREVE

V. María ha sido elevada al cielo, los ángeles se alegran.
R. María ha sido elevada al cielo, los ángeles se alegran.

V. Y, llenos de gozo, alaban al Señor.
R. Los ángeles se alegran.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. María ha sido elevada al cielo, los ángeles se alegran.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí. Aleluya.

PRECES

Proclamemos las grandezas de Dios Padre todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la madre de su Hijo, y supliquémosle diciendo:

Mira a la llena de gracia y escúchanos.

Señor, Dios nuestro, admirable siempre en tus obras, que has querido que la inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo,
haz que todos tus hijos deseen y caminen hacia esta misma gloria.

Tú que nos diste a María por Madre, concede por su mediación salud a los enfermos, consuelo a los tristes, perdón a los pecadores,
y a todos abundancia de salud y de paz.

Tú que hiciste de María la llena de gracia,
concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres.

Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor,
y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que coronaste a María como reina del cielo,
haz que los difuntos puedan alcanzar con todos los santos la felicidad de tu reino.

Confiando en el Señor que hizo obras grandes en María, pidamos al Padre que colme también de bienes al mundo hambriento:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios todopoderoso, tú que, mirando complacido la profunda humildad de la siempre Virgen María, la elevaste a la excelsa dignidad de ser madre de tu Hijo hecho hombre y, en este día, la coronaste de gloria y de honor, concédenos, por su intercesión, que, ya que como María tenemos parte en tu redención, alcancemos, también como ella, la gloria del reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 14 de agosto

Lectio: Lunes, 14 Agosto, 2017

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre; aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 17,22-27
Yendo un día juntos por Galilea, les dijo Jesús: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará.» Y se entristecieron mucho.
Cuando entraron en Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban las didracmas y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro las didracmas?» Dice él: «Sí.» Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?» Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti.»

3) Reflexión

• Los cinco versículos del evangelio de hoy hablan de dos asuntos bien diferentes el uno del otro: (a) Traen el segundo anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús (Mt 17,22-23): (b) Informan sobre la conversación de Jesús con Pedro sobre el pago de los impuestos y de las tasas al templo (Mt 17,24-27).
• Mateo 17,22-23: El anuncio de la muerte y resurrección de Jesús. El primer anuncio (Mt 16,21) había provocado una fuerte reacción de parte de Pedro que no quiso saber nada del sufrimiento de la cruz. Jesús había respondido con la misma fuerza: “¡Lejos de mí, satanás!” (Mt 16,23) Aquí, en el segundo anuncio, la reacción de los discípulos es más blanda, menos agresiva. El anuncio provoca tristeza. Parece que empiezan a comprender que la cruz forma parte del camino. La proximidad de la muerte y del sufrimiento pesa en ellos, generando desánimo. Aunque Jesús procurara ayudarlos, la resistencia de siglos contra la idea de un mesías crucificado era mayor.
• Mateo 17,24-25a: La pregunta a Pedro, de los recaudadores de impuestos. Cuando llegan a Cafarnaún, los recaudadores del impuesto del Templo preguntan a Pedro: «¿No paga vuestro maestro las didracmas?» Pedro responde: “¡Sí!” Desde los tiempos de Nehemías, (Sig V aC), los judíos que habían vuelto de la esclavitud de Babilonia, se comprometieron solemnemente en la asamblea a pagar diversos impuestos y tasas para que el culto en el Templo pudiera seguir funcionando y para cuidar la manutención tanto del servicio sacerdotal como del edificio del Templo (Ne 10,33-40). Por lo que se ve en la respuesta de Pedro, Jesús pagaba este impuesto como lo hacían todos los demás judíos.
• Mateo 17,25b-26: La pregunta de Jesús a Pedro sobre el impuesto. Es curiosa la conversación entre Jesús y Pedro. Cuando llegan a casa, Jesús pregunta: «Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?» Pedro respondió: «¡De los extraños!»Entonces Jesús dice: «¡Por tanto, libres están los hijos!” Probablemente, aquí se refleja una discusión entre los judíos cristianos antes de la destrucción del Templo en el año 70. Ellos se preguntaban si debían o no seguir pagando el impuesto del Templo, como hacían antes. Por la respuesta de Jesús, descubren que no hay obligación de pagar ese impuesto: “Libres están los hijos”. Los hijos son los cristianos. Pero aún sin tener obligación, la recomendación de Jesús es pagar para no provocar escándalo.
• Mateo 17,27: La conclusión de la conversación sobre el pago del impuesto. Más curiosa que la conversación es la solución que Jesús da a la cuestión. Dice a Pedro: “Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti «. ¡Milagro curioso! Tan curioso como aquel de los 2000 puercos que se precipitaron en la mar (Mc 5,13). Cualquiera que sea la interpretación de este hecho milagroso, esta manera de solucionar el problema sugiere que se trata de un asunto que no tiene mucha importancia para Jesús.

4) Para la reflexión personal

• El sufrimiento y la cruz desaniman y entristecen a los discípulos. ¿Ha ocurrido también en tu vida?
• ¿Cómo entiendes el episodio de la moneda encontrada en la boca del pez?

5) Oración final

¡Alabad a Yahvé desde el cielo, alabadlo en las alturas,
alabadlo, todos sus ángeles, todas sus huestes, alabadlo! (Sal 148,1-2)

Rom 11, 13-15, 29-32 (2ª lectura Domingo XX de Tiempo Ordinario)

Escuchamos hoy como segunda lectura otra “cala” en la amplia reflexión paulina sobre el problema de Israel, reflexión que ocupa tres capítulos de la carta a los Romanos. En concreto, la liturgia ha escogido para este domingo dos pasajes del capítulo 11, a lo largo del cual el apóstol a rma con vehemencia la delidad de Dios hacia el pueblo que él escogió.

En el primero de estos pasajes (versículos 13 a 15), Pablo habla desde su esperanza en que el pueblo judío llegará a aceptar un día el anuncio de Cristo. En los versículos inmediatamente anteriores, a rmaba que la “caída” de los judíos (es decir, su rechazo de Jesús) ha sido ocasión de que la salvación llegue al resto de la humanidad (cf. Mt 21,43; Hch 13,46). Es más, Dios se ha servido, según él, de esta extensión de la salvación a los demás pueblos para “dar celos” a los judíos, para provocar a Israel a la conversión.

De este modo, Pablo escribe a los cristianos de Roma (ciudad emblemática del paganismo): «A vosotros, gentiles, os digo: siendo como soy apóstol de los gentiles, haré honor a mi ministerio, por ver si doy celos a los de mi raza y salvo a algunos de ellos». Como “apóstol de los gentiles” (sobrenombre con el que ha pasado a la historia), el de Tarso se propone, pues, secundar el designio providencial de Dios, que ha querido que la salvación llegue a las naciones como paso previo a la conversión de Israel: «Pues si su rechazo [el del pueblo judío] es reconciliación del mundo, ¿qué no será su reintegración sino volver desde la muerte a la vida?».

En el segundo pasaje, tomado de la parte final del capítulo (versículos 29 a 32), el apóstol expone el fundamento último de su esperanza en que el pueblo judío acogerá la salvación, que no es otro que la misericordia de Dios y su delidad a sus promesas, «pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables». Igual que los gentiles, en otro tiempo rebeldes, han obtenido misericordia «por la desobediencia de ellos» (es decir, por el rechazo de los judíos a Jesús, que ha propiciado su anuncio a los paganos), también los judíos, ahora desobedientes, alcanzarán misericordia:

«Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos».

Por una feliz casualidad, este texto paulino coincide hoy en la liturgia con otros dos (primera lectura y evangelio) en los que se plantea, de diferentes maneras, la cuestión del acceso de los paganos a la salvación. Se enriquece así nuestra comprensión de las tensiones presentes en la historia de salvación y a la vez del designio misericordioso de Dios, que no hace distinciones entre unos pueblos y otros (cf. Rom 10,12; Gal 3,28).

José Luis Vázquez Pérez, S.J.

Is 56, 1. 6-7 (1ª lectura Domingo XX de Tiempo Ordinario)

La tercera parte del libro de Isaías (llamado por algunos autores TritoIsaías) comprende los capítulos 56-66. En esta parte siguen las promesas de restauración, de trasformación de la ciudad de Jerusalén, posiblemente ante una realidad menos espectacular de lo esperado para los que volvieron del exilio y en un intento profético por renovar una esperanza que se ha tornado en cierto desencanto (ya que históricamente el retorno físico de Babilonia no fue acompañado de un retorno espiritual en buena parte de los exiliados que volvieron). El retraso de esa salvación anunciada se justi cará a lo largo de esta tercera parte del libro porque el pueblo ha pecado y se ha cerrado a la acción salvífica de Dios. Pero con todas esas circunstancia, Dios mantiene su promesa, reafirma su palabra («mi salvación está por llegar y mi justicia se va a manifestar», v. 1). Se pide permanencia en el intento y en la actitud de la esperanza porque Dios permanece es su voluntad. No es algo que se pide a cambio de nada. Nuevamente es la actitud que se motiva desde aquello que se promete (se garantiza porque, al igual que encontramos en la 2ª lectura de hoy, «los dones y la llamada de Dios son irrevocables»).

En concreto, el capítulo 56 se inicia con la temática de una apertura universalista y una llamada a la responsabilidad que parece situarse más allá de la confesionalidad religiosa. Todos serán conducidos al monte del Señor e incluidos en el Templo como casa de oración, para todos los pueblos sin exclusión. Se recoge así, y se intenta zanjar, los debates históricos sobre la inclusión de los extranjeros, que cobraron nueva fuerza en la época de la vuelta del exilio. Más allá de que las expectativas humanas, alentadas por una comprensión del mensaje de Dios, se vean cumplidas o más bien frustradas, la llamada profética es «observad el derecho, practicad la justicia», y esto tiene validez para todo ser humano: «dichoso el hombre que obra así, el mortal que persevera en esto» (56,2, versículo no seleccionado en la lectura de hoy pero que da tono a la unidad). Este principio vale para judíos y gentiles, para propios y ajenos. En concreto, a partir del v. 3, y especialmente en los vv. 6-7 que hoy nos presenta la liturgia, fijan su mirada en el extranjero. Parece así establecerse un criterio nuevo de comunidad: los que obran «sirviendo al Señor».

Aunque en el texto se mezclan también prácticas religiosas, como es la observancia del sábado, se trata de aquellos que, extranjeros o no, se adhieren a construir comunidad, que no hacen de limitadas comprensiones religiosas criterios de exclusión, sino que desde el respeto buscan incluir, construir juntos, ser miembros de una alianza que tiene sus fundamentos en el derecho y la justicia. Nadie puede ni estar ni ser excluido de la gran asamblea que construye humanidad (ni los “eunucos”, vv. 4-5, que son el prototipo de personas excluidas de la comunidad porque no podían contribuir biológicamente al futuro del pueblo). Esa doble referencia a la inclusión de los que quedaban fuera (el extranjero “fuera” de la alianza, el eunuco “fuera” del culto) es simultáneamente llamada a la (mayor) responsabilidad a los judíos que se creían en el corazón del culto y de la alianza. El evangelio de la mujer cananea refuerza esa llamada a revisar nuestra apertura y nuestro sentido de responsabilidad ante los que “no son de los nuestros”, y no levantar muros y fronteras a la acción salvífica de un Dios que actúa desde el universalismo inclusivo.

José Javier Pardo Izal, S.J.

Evangelii Gaudium – Francisco I

116. En estos dos milenios de cristianismo, innumerable cantidad de pueblos han recibido la gracia de la fe, la han hecho florecer en su vida cotidiana y la han transmitido según sus modos culturales propios. Cuando una comunidad acoge el anuncio de la salvación, el Espíritu Santo fecunda su cultura con la fuerza transformadora del Evangelio. De modo que, como podemos ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que, «permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado»[88]. En los distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura, la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra «la belleza de este rostro pluriforme»[89]. En las manifestaciones cristianas de un pueblo evangelizado, el Espíritu Santo embellece a la Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de la Revelación y regalándole un nuevo rostro. En la inculturación, la Iglesia «introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad»[90], porque «toda cultura propone valores y formas positivas que pueden enriquecer la manera de anunciar, concebir y vivir el Evangelio»[91], Así, «la Iglesia, asumiendo los valores de las diversas culturas, se hace “sponsa ornata monilibus suis”, “la novia que se adorna con sus joyas” (cf. Is 61,10)»[92].


[88] Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 40: AAS 93 (2001), 294-295.

[89] Ibíd., 40: AAS 93 (2001), 295.

[90] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 52: AAS 83 (1991), 300.Cf.Exhort. ap. Catechesi Tradendae (16 octubre 1979), 53: AAS 71 (1979), 1321.

[91] Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Oceania (22 noviembre 2001), 16: AAS 94 (2002), 384.

[92] Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa (14 septiembre 1995), 61: AAS 88 (1996), 39.

Oración de los fieles – Asunción de María

En este día de la Asunción de María, la Madre de Jesús, elevemos nuestra plegaria y deseos a Dios por la Iglesia y por el mundo.

• Por la comunidad de los creyentes. Para que, reconociendo que María nos ha precedido en la Resurrección, viva con esperanza la realidad que nos rodea. Roguemos al Señor.

• Por los que buscan sentido a su vida. Para que encuentren motivos para seguir buscando respuestas a las grandes preguntas de la humanidad. Roguemos al Señor.

• Por los teólogos y pastoralistas. Para que encuentren la palabra oportuna que pueda traducir a un lenguaje comprensible y actual las grandes verdades de la fe cristiana, Roguemos al Señor.

• Por los ecumenistas que dialogan con las otras iglesias cristianas, tanto protestantes como ortodoxas. Para que lleguen a acuerdos teológicos en sus reflexiones sobre la gura de María la Madre de Jesús. Roguemos al Señor.

Te pedimos Señor que atiendas a estas plegarias que el pueblo te dirige con fe profunda en el corazón. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Homilía – Asunción de María

Hace ya muchos años oí decir al famoso jesuita televisivo José Antonio de Sobrino, en una homilía, un día como hoy, de la Asunción de la Virgen: “María, la primera cosmonauta de la historia…” Y así continuaba con su palabra seductora haciendo paralelismos entre María la Madre de Jesús y los primeros cosmonautas que subían al espacio en sus cohetes.

Como imagen no está mal. Pero no es esto exactamente lo que sucedió. La verdad es que la iconografía de las Inmaculadas y de las Ascensiones de los grandes pintores del barroco invita a esta imagen. Siempre hemos visto a una joven mujer de volátiles vestiduras siendo empujada por rubicundos angelotes hacia un cielo que se abre sobre ella.

Así como la teología cristiana habla de la Ascensión del Señor (Jesús resucitado asciende por su propio impulso hacia un cielo azul), la Asunción siempre ha significado que María es llevada al cielo, no por su propio impulso sino por acción de otros elementos, como los ángeles.

Todo esto pertenece al mundo de la simbología cristiana. Con el deseo de hacer visibles tanto la Ascensión como la Asunción, los artistas y los poetas han recurrido a imágenes que expresan que tanto Jesús de Nazaret como María su madre rompen el mundo de lo temporal y perecedero para alcanzar otro estado en el que todo es eterno e inmutable.

Los textos que hemos proclamado en la liturgia quieren aproximarse a esta simbología que no es fácil de relatar con nuestras pobres palabras humanas. El texto del Apocalipsis alude a una mujer vestida de sol y la luna por pedestal, que inspiró, sin duda, a muchos pintores y escultores. Y en la carta a los cristianos de la ciudad de Corinto, San Pablo alude a la primacía de Cristo en adquirir otro estado de ser diferente al perecedero y temporal: primero Cristo como primicia; después todos los que son de Cristo. Pero Lucas en el evangelio alude al canto del magni cat que la comunidad cristiana pone en boca de María: El poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes y a los soberbios los rebaja.

¿Qué quieren decir con todo esto? En primer lugar es que María, precisamente por su aceptación de lo que le anuncia el ángel (según cuenta San Lucas) es exaltada a lo más alto. Porque se humilló, precisamente por eso fue elevada en dignidad. Las Iglesias orientales hablan de la dormición de la Virgen: María cae en un profundo sueño (no muere como los mortales) y es trasladada al cielo. Incluso hay una leyenda según la cual fue trasladada con casa y todo al cielo… Lo cual es una preciosa metáfora que apunta hacia una realidad que nos es muy desconocida.

Una devoción popular excesiva y poco teológica ha convertido a María en una diosa. Tal vez exista ahí una herencia inconsciente de antiguos cultos anteriores al cristianismo. Pero para la teología cristiana, María no es una diosa. Dios es solamente uno aunque expresado en tres personas. Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1o de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus: entre otras cosas dice así: «Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesu- cristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo».

Desde el Concilio Vaticano II, se ha unido el nombre de María a dos atributos: Madre de Jesús y Madre de la Iglesia.

Desde el Concilio Vaticano II se ha unido el nombre de María a dos atributos: Madre de Jesús y Madre de la Iglesia. María es Madre biológica de Jesús en cuanto hombre misteriosamente Dios. Y aquí los teólogos intentan expresar con las torpes palabras humanas uno de los misterios teológicos que tuvieron en jaque a la Iglesia desde los concilios de Éfeso y Calcedonia. La cuestión de la llamada theotókos, la Madre de Dios, promovió debates y herejías y también hizo a los primeros teólogos buscar lenguajes que pudieran aproximarse a expresar uno de los artículos del credo cristiano más difícil.

Pero María es nominada también como Madre de la Iglesia. De las entrañas místicas de María surge el caudal inagotable de la Iglesia, la comunidad de los seguidores de Jesús de Nazaret. No es que María fuera la fundadora de la Iglesia, pero sí que la comunidad de los creyentes ha considerado a María como origen y fuente de la Iglesia. Ahora bien, ¿por qué es importante que los católicos recordemos y profundicemos en el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo? El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica responde a este interrogante: «La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos» (número 966).

Desde estas dos formulaciones, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, la comunidad de los creyentes, y luego los teólogos, han intentado situar a María en el lugar apropiado de nuestro imaginario colectivo de creyentes. Y precisamente por esto, por ser una mujer singular, los creyentes y luego los teólogos y más tarde el magisterio de la Iglesia han formulado el dogma de la Asunción de la Virgen María. Por ser Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, María alcanzó la plenitud anticipándose al destino nal de todos los seres humanos, como es su resurrección. María fue glorificada antes que todos nosotros. Y esa afirmación es expresada por los artistas y los teólogos con el símbolo de la Asunción: la subida, la elevación, la sublimación, la prematura llegada al final.

Una devoción popular excesiva y poco teológica ha convertido a María en una diosa. Pero María no es una diosa.

Leandro Sequeiros San Román, S.J.

Lc 1, 39-56 (Evangelio Asunción de María)

Lucas cierra el primer díptico de su Evangelio de la infancia, anuncio del nacimiento de Juan bautista – anuncio del nacimiento de Jesús, con el encuentro entre sus madres. Ellas, agraciadas por la intervención de Dios en su favor, ponen en contacto, por primera vez, al precursor (Juan) con el Mesías esperado (Jesús). En su encuentro se produce el encuentro entre los dos hijos. María toma la iniciativa de ir a visitar a Isabel, donde va a comprobar lo que el ángel le había anunciado: «Tu pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez».

El encuentro se desarrolla en dos momentos: la acogida y palabras de Isabel, y el canto de alabanza que proclama María. Es el único pasaje del evangelio que está protagonizado solamente por mujeres, aunque esté orientado hacia los hijos que ambas han concebido en su seno.

Cuando María saluda a Isabel, ésta se llena del Espíritu Santo y el niño comienza a saltar de alegría en su seno. La reacción del hijo tiene un claro valor simbólico. Juan es el precursor del Mesías y ya desde el vientre materno anuncia por boca de su madre el señorío de Jesús. Ella, llena del Espíritu Santo se convierte en profetisa que vislumbra la aurora de la salvación. Esta función profética se pone de manifiesto en las palabras que dirige a María.

La madre de Jesús es «bendita entre todas las mujeres» porque ha sido elegida como «madre de mi Señor»; es la «bienaventurada porque ha creído que lo que ha dicho el Señor se cumplirá». Isabel reconoce y proclama dos dimensiones fundamentales en la elección de María: su maternidad y su fe obediente a la voluntad del Padre. La bienaventuranza, en tercera persona («bienaventurada la que ha creído»), se abre a todos los creyentes: serán dichosos todos aquellos que «creen en la Palabra de Dios y la ponen en práctica».

Tras estas palabras, María entona un canto de alabanza que expresa el gozo por la acción de Dios en su vida y en la historia de la salvación. Se trata de un cántico plagado de numerosas referencias a las Escrituras, especialmente al canto de Ana tras el nacimiento de su hijo Samuel (1Sam 2,1-10). Se estructura en dos partes: una alabanza de carácter personal y una plegaria de sabor universal. Todo él tiene una misma finalidad: proclamar la alabanza a Dios por su intervención salvífica en la historia, tanto en la historia particular de María, como en la historia del pueblo elegido y de toda la humanidad.

María se sabe agraciada porque Dios «ha mirado la humildad de su sierva». En ella están re ejados los que no cuentan, los despreciados, los últimos, los que no pueden cambiar su situación por sí mismos; en ella descubren que Dios sale fiador por ellos. Dios mani esta su fuerza y santidad en su misericordia. El obrar liberador de Dios se realiza en su amor misericordioso.

La segunda parte del canto (51-55) se abre a una perspectiva más universal, conservando los mismos acentos: la alabanza a Dios por su intervención salvífica y por haber optado por los últimos de este mundo para llevar a cabo su obra de salvación. A través de una serie de paralelismos se manifiesta la lógica del actuar de Dios: su misericordia da un vuelco a la realidad: los pequeños, los que no tienen, son enaltecidos, y los poderosos son «derribados de sus tronos». Dios permanece el a su Alianza y en su Hijo, encarnado en el seno de María, se cumplirá su oferta de salvación: el amor hasta el extremo.

Óscar de la Fuente de la Fuente

Comentario al evangelio – 14 de agosto

Hoy, la liturgia nos ofrece diferentes posibilidades para nuestra consideración. Entre éstas podríamos detenernos en algo que está presente a lo largo de todo el texto: el trato familiar de Jesús con los suyos.

Dice san Mateo que Jesús y los discípulos iban «yendo un día juntos por Galilea» (Mt 17,22). Pudiera parecer algo evidente, pero el hecho de mencionar que iban juntos nos muestra cómo el evangelista quiere remarcar la cercanía de Cristo. Luego les abre su Corazón para confiarles el camino de su Pasión, Muerte y Resurrección, es decir, algo que Él lleva muy adentro y que no quiere que, aquellos a quienes tanto ama, ignoren. Posteriormente, el texto recoge el episodio del pago de los impuestos, y también aquí el evangelista nos deja entrever el trato de Jesús, poniéndose al mismo nivel que Pedro, contraponiendo a los hijos (Jesús y Pedro) exentos del pago y los extraños obligados al mismo. Cristo, finalmente, le muestra cómo conseguir el dinero necesario para pagar no sólo por Él, sino por los dos y no ser, así, motivo de escándalo.

En todos estos rasgos descubrimos una visión fundamental de la vida cristiana: es el afán de Jesús por estar con nosotros. Dice el Señor en el libro de los Proverbios: «Mi delicia es estar con los hijos de los hombres» (Prov 8,31). ¡Cómo cambia, esta realidad, nuestro enfoque de la vida espiritual en la que a veces ponemos sólo la atención y el acento en lo que nosotros hacemos, como si eso fuera lo más importante! La vida interior ha de centrase en Cristo, en su amor por nosotros, en su entrega hasta la muerte por mí, en su constante búsqueda de nuestro corazón. Muy bien lo expresaba san Juan Pablo II en uno de sus encuentros con los jóvenes: el Papa exclamó con voz fuerte «¡Miradle a Él!».