I Vísperas – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: LOS PUEBLOS QUE MARCHAN Y LUCHAN

Los pueblos que marchan y luchan
con firme tesón
aclamen al Dios de la vida.
Cantemos hosanna que viene el Señor.

Agiten laureles y olivos,
es Pascua de Dios,
mayores y niños repitan:
«Cantemos hosanna que viene el Señor.»

Jesús victorioso y presente
ofrece su don
a todos los justos del mundo.
Cantemos hosanna que viene el Señor.

Resuenen en todo camino
de paz y de amor
alegres canciones que digan:
«Cantemos hosanna que viene el Señor.»

Que Dios, Padre nuestro amoroso,
el Hijo y su Don
a todos protejan y acojan.
Cantemos hosanna que viene el Señor. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia.

Salmo 140, 1-9 – ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Señor, te estoy llamando, ven de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo opondré mi oración a su malicia.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia.

Ant 2. Tú eres mi refugio y mi heredad, Señor, en el país de la vida.

Salmo 141 – ORACIÓN DEL HOMBRE ABANDONADO: TU ERES MI REFUGIO

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Me vuelvo a la derecha y miro:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio
y mi heredad en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tú eres mi refugio y mi heredad, Señor, en el país de la vida.

Ant 3. El Señor Jesús se rebajó; por eso Dios lo levantó sobre todo, por los siglos de los siglos.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor Jesús se rebajó; por eso Dios lo levantó sobre todo, por los siglos de los siglos.

LECTURA BREVE   Rm 11, 33-36

¡Qué abismo de riqueza es la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus juicios y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor? ¿Quién ha sido su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es origen, camino y término de todo. A él la gloria por los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

V. Cuántas son tus obras, Señor.
R. Cuántas son tus obras, Señor.

V. Y todas las hiciste con sabiduría.
R. Tus obras, Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Pondré en el hombro de mi siervo la llave de mi casa: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Pondré en el hombro de mi siervo la llave de mi casa: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá.

PRECES

Glorifiquemos a Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, y supliquémosle diciendo:

Escucha a tu pueblo, Señor.

Padre todopoderoso, haz que abunde en la tierra la justicia
y que tu pueblo se alegre en la paz.

Que todos los pueblos entren a formar parte de tu reino
y que el pueblo judío sea salvado.

Que los esposos cumplan tu voluntad, vivan en concordia
y que sean siempre fieles a su mutuo amor.

Recompensa, Señor, a nuestros bienhechores
y concédeles la vida eterna.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge con amor a los que han muerto víctimas del odio, de la violencia o de la guerra
y dales el descanso eterno.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que unes en un mismo sentir los corazones de los que te aman, impulsa a tu pueblo a amar lo que pides y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad de las cosas humanas, estén firmemente anclados nuestros corazones en el deseo de la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 26 de agosto

Lectio: Sábado, 26 Agosto, 2017

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que has preparado bienes inefables para los que te aman; infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 23,1-12
Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; ensanchan las filacterias y alargan las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame `Rabbí’. «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar `Rabbí’, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie `Padre’ vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar `Instructores’, porque uno solo es vuestro Instructor: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.

3) Reflexión

• (Hoy, 23 de agosto, en América Latina, se celebra la fiesta de Santa Rosa de Lima que tiene su propio evangelio: Mateo 13,44-46, cuyo comentario se encuentra en el día 30 de julio).
• El evangelio de hoy forma parte de la larga crítica de Jesús contra los escribas y los fariseos (Mt 23,1-39). Lucas y Marcos tienen apenas unos trozos de esta crítica contra las lideranzas religiosas de la época. Sólo el evangelio de Mateo nos informa sobre el discurso, por entero. Este texto tan severo deja entrever lo enorme que era la polémica de las comunidades de Mateo con las comunidades de los judíos de aquella época en Galilea y en Siria.
• Al leer estos textos fuertemente contrarios a los fariseos debemos tener mucho cuidado para no ser injustos con el pueblo judío. Nosotros los cristianos, durante siglos, tuvimos actitudes anti-judaicas y, por esto mismo, anti-cristianas. Lo que importa al meditar estos textos es descubrir su objetivo: Jesús condena la incoherencia y la falta de sinceridad en la relación con Dios y con el prójimo. Está hablando contra la hipocresía tanto de ellos como de nosotros, hoy.
• Mateo 23,1-3: El error básico: dicen y no hacen. Jesús se dirige a la multitud y a los discípulos y critica a los escribas y fariseos. El motivo del ataque es la incoherencia entre palabra y práctica. Hablan y no practican. Jesús reconoce la autoridad y el conocimiento de los escribas. “Están sentados en la cátedra de Moisés. Por esto, haced y observad todo lo que os digan. Pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen!”
• Mateo 23,4-7: El error básico se manifiesta de muchas maneras. El error básico es la incoherencia: “Dicen y no hacen”. Jesús enumera varios puntos que revelan una incoherencia. Algunos escribas y fariseos imponen leyes pesadas a la gente. Conocían bien las leyes, pero no las practican, ni usan su conocimiento para aliviar la carga sobre los hombros de la gente. Hacían todo para ser vistos y elogiados, usaban túnicas especiales para la oración, les gustaba ocupar sitios importantes y ser saludados en la plaza pública. Querían ser llamados ¡“Maestro”¡ Representaban un tipo de comunidad que mantenía, legitimaba y alimentaba las diferencias de clase y de posición social. Legitimaba los privilegios de los grandes y la posición inferior de los pequeños. Ahora, si hay una cosa que a Jesús no le gusta son las apariencias que engañan.

• Mateo 23,8-12: Cómo combatir el error básico. ¿Cómo debe ser una comunidad cristiana? Todas las funciones comunitarias deben ser asumidas como un servicio: “El mayor entre vosotros será vuestro servidor!” A nadie hay que llamar Maestro (Rabino), ni Padre, ni Guía. Pues la comunidad de Jesús debe mantener, legitimar, alimentar no las diferencias, sino la fraternidad. Esta es la ley básica: “Ustedes son hermanos y hermanas!” La fraternidad nace de la experiencia de que Dios es Padre, y que hace de todos nosotros hermanos y hermanas. “Pues, el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado!”
• El grupo de los Fariseos.
El grupo de los fariseos nació en el siglo II antes de Cristo con la propuesta de una observancia más perfecta de la Ley de Dios, sobre todo de las prescripciones sobre la pureza. Ellos eran más abiertos que los saduceos a las novedades. Por ejemplo aceptaban la fe en la resurrección y la fe en los ángeles, cosa que los saduceos no aceptaban. La vida de los fariseos era un testimonio ejemplar: rezaban y estudiaban la ley durante ocho horas al día; trabajaban durante ocho horas para poder sobrevivir; descansaban y se divertían otras ocho horas. Por eso, eran considerados grandes líderes entre la gente. De este modo, a lo largo de siglos, ayudaron a la gente a conservar su identidad y a no perderse.

La mentalidad llamada farisáica. Con el tiempo, sin embargo, los fariseos se agarraron al poder y dejaron de escuchar los llamados de la gente, ni dejaron que la gente hablara. La palabra “fariseo” significa “separado”. Su observancia era tan estricta y rigurosa que se distanciaban del común de la gente. Por eso, eran llamados “separados”. De ahí nace la expresión «mentalidad farisáica». Es de las personas que piensan poder conquistar la justicia a través de una observancia escrita y rigurosa de la Ley de Dios. Generalmente, son personas miedosas, que no tienen el valor de asumir el riesgo de la libertad y de la responsabilidad. Se esconden detrás de la ley y de las autoridades. Cuando estas personas alcanzan una función de mando, se vuelven duras e insensibles para esconder su imperfección.
Rabino, Guía, Maestro, Padre. Son los cuatro títulos que Jesús no permite que la gente use. Y sin embargo, hoy en la Iglesia, los sacerdotes son llamados “padre”. Muchos estudian en las universidades de la Iglesia y obtienen el título de “Doctor” (maestro). Mucha gente hace dirección espiritual y se aconseja con las personas que son llamadas “Director espiritual” (guía). Lo que importa es que se tenga en cuenta el motivo que llevó a Jesús a prohibir el uso de estos títulos. Si son usados para que una persona se afirme en una posición de autoridad y de poder, son mal usados y esta persona se merece la crítica de Jesús. Si son usados para alimentar la fraternidad y el servicio y para profundizar en ellos, no son criticados por Jesús. .

4) Para la reflexión personal

• ¿Cuáles son las motivaciones que tengo para vivir y trabajar en la comunidad?
• Cómo la comunidad me ayuda a corregir y mejorar mis motivaciones?

5) Oración final

Escucharé lo que habla Dios.
Sí, Yahvé habla de futuro
para su pueblo y sus amigos,
que no recaerán en la torpeza. (Sal 85,9)

Entre la indignación y la modestia

Cuando Dios dice basta

El pasado parece hermoso, o al menos mejor que el presente, solamente… porque es pasado.

Desgraciadamente hemos de reconocer que algunos hábitos deplorables no han acabado de pasar.

Sí, incluso en los «hermosos tiempos antiguos» ocurrían cosas bastante feas. Había escándalos, abusos de poder, derroche del dinero público, corrupción administrativa, enchufes y favoritismos.

Había personajes hábiles, capaces de hacer fortuna a la sombra complaciente de palacio. Como ese Sobna, de cuyos negocios nos habla Isaías.

Los rasgos típicos de este mayordomo no cambian con el paso de los siglos: ambición desenfrenada, delirios de grandeza, intrigas, negocios turbios, adhesión a la causa (es decir, a seguir en su puesto), la gloria de Dios (o el éxito del partido, o del grupo) como tapadera de sus propios intereses.

Sobna además, preocupado por su fama en el futuro, deseaba que su nombre, a pesar de haberlo envilecido el propio interesado, fuera recordado por las generaciones venideras. Para ello proyectaba la construcción de un grandioso monumento funerario.

A los pobres les costaba trabajo poder sobrevivir. Y él se preocupaba de su propia tumba.

Y entonces Dios dijo basta.

Dios no se limita a «salvar las almas»

¡Dichosos tiempos aquellos en que Dios no pensaba sólo en «salvar almas», sino que mandaba con urgencia a su profeta de confianza para echarle en cara al arrogante de turno frases como éstas:

«Has de saber que el Señor te va a agarrar con fuerza, te va a lanzar violentamente, y va a hacer que ruedes como pelota hacia un vasto país. Allí morirás con tus carros de riquezas, pues eres la vergüenza de la corte de tu señor» (Is 22, 17-18).

Dios no se contenta con vagas denuncias, con lamentaciones rituales que dejan las cosas como estaban, con blandas amenazas. Interviene para poner fin a aquella situación intolerable, para imponer una sustitución:

«Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo».

Ninguna táctica diplomática. Ninguna promoción bajo cuerda para no suscitar el escándalo (el abominable «promoveatur ut amoveatur»). Ninguna consideración oportunista (quizás de aquel funcionario corrupto se pueda sacar algún favor…). Sobna tiene que preparar las maletas. No hay más remedio.

Sí. Dios aquella vez (y no sólo aquella vez) ignoró los consejos de los que querían que se dedicara a su especialidad: la salvación de las almas (una tarea enorme).

Hay que decir además que se puede contribuir eficazmente a la salvación de las almas haciendo un poco de limpieza donde las cosas están sucias, despejando el terreno de equívocos, deslegitimando con claridad (dirección bien legible) al orgulloso que desea hacer turbios negocios con el pretexto de una presunta protección divina.

La misma virgen María, es decir, la criatura más dulce, no pudo menos de engrandecer al Señor, de expresar su incontenible gozo, al ver cómo «derriba del trono a los poderosos» (Lc 1, 52).

Nadie es intocable delante de Dios.

Quizás sea una laguna en mi formación. Pero no veo que, al lado de la teología del trono «asignado» desde arriba: «Dios me lo ha dado… ¡ay del que lo ponga en discusión!», se haya desarrollado una teología, que encontraría preciosos puntos de apoyo en la Biblia, la teología del «derribo del trono», igualmente causado desde arriba…

Hay que esperar que no falten nunca en la Iglesia profetas que, sin preocuparse de las prudentes recomendaciones de atender a las almas (recomendaciones que no son nunca «desinteresadas» lo que pasa es que el interés no es por la salvación de las almas, sino por los propios… intereses), tengan el mismo coraje de Isaías y no se asusten ante la perspectiva de acabar ellos mismos, y no sus blancos, «rodando como pelotas», quizás para concluir su trágica «rodadura» en un sepulcro espléndido, mandado construir -como observaba irónicamente don Mazzolari- con las piedras preparadas para los lapidadores.

Un sitio para la indignación entre las virtudes

¿No tenemos nosotros la voz y el talante de los profetas?

Yo creo que todos los creyentes pueden y deben cultivar una virtud, que no figura en el catálogo oficial, pero que tiene hoy una especial importancia: la indignación.

Pero se trata de la verdadera y sufrida indignación. No simplemente de la queja, del descontento, del susurro…

La indignación no puede ser nunca una actitud superficial. Afecta a toda la persona, sublevándola desde dentro.

Ser capaces de indignación significa ser capaces de estar mal, no simplemente de levantar la voz, o de bajarla en la murmuración. La indignación debe estar dispuesta a pagar el precio de la soledad, del desprecio, consciente de que los poderosos tienen un método que no falla para cerrarle a uno la boca: invitarle a cantar en el coro. Los Sobna de todos los tiempos, cuando intentan construirse sus ridículos y pretenciosos mausoleos, multiplicar sus monumentos, urgir la elevación de sus pirámides absurdas con la sangre sacada de las venas de los pobres, tienen que saber que hay alguien que se opone tenazmente a sus fechorías con la única arma que tiene a su disposición: la indignación.

Puede que la indignación no cambie las cosas, no detenga ninguna construcción faraónica, no impida un escándalo, no provoque ningún destronamiento.

Pero, al menos, evita que nos sintamos cómplices.

Sí, estoy convencido de que la fe no es principio de resignación, sino deber de indignación.

Parece que la modestia sigue siendo una virtud

Leyendo el texto de la Carta a los romanos de la lectura de hoy, encuentro dos preguntas provocativas que desencadenan en mi interior cierta inquietud:

«¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero?».

Se me ocurre una objeción: conozco personas que dicen, con impertérrita seguridad, que conocen hasta los pensamientos más íntimos del Señor; más aún, que tienen la exclusiva de conocerlos.

En cuanto a los consejos al Señor, sencillamente no se los damos porque, una vez que han pasado las cosas, lo más que podemos hacer es protestar, pero los consejos ya no sirven para nada. Desgraciadamente, el Señor nos pone frente al hecho consumado.

Cuando alguna vez Cristo propuso a sus discípulos un proyecto de viaje no precisamente agradable, Pedro -un consejero esta vez no consultado- se empeñó en disuadir al Maestro con cierta vivacidad. Y su consejo fue interpretado como una tentación (Mt 17, 23).

Sospecho que si el Creador, antes de dotar al hombre de libertad, hubiese consultado a algún teólogo, le habría hecho la sugerencia no muy estimulante de que se anduviera con cuidado, y quizás la amenaza de que… no contara con él para su proyecto.

Y tengo motivos para sospechar que, si Cristo hubiese sometido a la aprobación de una comisión de expertos la parábola del hijo pródigo, o el método que pensaba seguir en la cuestión escabrosa de la adúltera, o la respuesta que había de dar a la petición del buen ladrón, probablemente le hubieran aconsejado que modificase el foral.

Están además aquellos que, al no poder dar consejos a Dios, se convierten en desenvueltos consejeros de los demás en nombre de Dios. Al no lograr ser «micrófonos» de Dios, se contentan con ser sus «altavoces».

Convendría que nos repitiéramos con frecuencia aquella exclamación: «¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios…!».

Nosotros nos quedamos sólo en la superficie, a pesar de nuestras indagaciones más profundas y atrevidas. Rozamos tan sólo unos pequeños fragmentos de esa riqueza.

Y nuestra cabeza y nuestro corazón son tan pequeños respecto a aquella ciencia y sabiduría (aunque la lengua sea a veces demasiado larga)..

De la última pregunta de Pablo nos viene también una urgente invitación a la modestia:

«¿Quién le ha dado primero para que él le devuelva?»

Obras virtuosas (recordad las florecillas de aquellos hermosos tiempos antiguos), sacrificios, renuncias, actos heroicos, obras buenas, hasta los votos… Es inútil hacerse ilusiones: nunca hemos llegado los primeros.

Dios siempre se nos ha adelantado.

Sus dones, sus «maravillas» han sido siempre anteriores a nuestros impulsos e iniciativas.

Todo lo que hagamos por él no es más que una restitución minúscula o, si queremos, una manera -siempre insuficiente- de darle gracias.

Si estuviéramos convencidos de esto, viviríamos nuestra relación religiosa con mayor empeño y, al mismo tiempo, con mayor serenidad y menos tensiones.

Un creyente atormentado y angustiado es un agraciado que se ha retrasado en dar gracias a Dios.

Y sobre esta pequeña piedra…

«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».

Hoy son frecuentes los sondeos de opinión. Y no comprometen casi a nada.

Jesús oye distraídamente el informe sobre la fe de los demás. Le interesa el diagnóstico de nuestra fe.

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

«¿Quién es?». Normalmente, con esta pregunta deseamos saber el nombre de una persona. Y cuando el nombre no nos dice nada, preguntamos a qué se dedica. El hombre es conocido por lo que hace.

Para Jesús no es así. No interesa su oficio: él lo dejó e hizo que sus discípulos también lo dejaran.

«¿Quién soy?». O sea, el cara a cara. El yo y el tú que se encuentran, que se confrontan y se conocen poniéndose frente a frente. ¿Quién soy yo para ti? ¿qué represento a tus ojos? ¿cuánto cuento en tu vida?

Y en consecuencia, ¿quién eres tú?

Jesús espera algo más que una simple declaración ortodoxa (incluso porque, si es exacta, es que nos la ha sugerido el Padre, como en el caso de Pedro).

Y también los demás esperan de nosotros una respuesta que no sea teórica. Es difícil que alguien nos pregunte por los contenidos doctrinales de nuestra fe.

Se trata, más bien, de dar a entender quién es para nosotros Cristo a través de nuestra vida, de las opciones que él nos inspira, de los gestos que nos lleva a hacer la fidelidad a su evangelio.

No tenemos que demostrar que sabemos la lección, sino que hemos aprendido al Maestro.

«Ahora te digo yo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».

Simón no fue elegido por ser la piedra mejor, la más sólida. La pasión demostrará que no es así.

Dentro de poco esa piedra será definida como piedra «de escándalo» (Mt 17, 23). Simón llega hasta a escandalizar a Cristo, se le pone delante como un tropiezo en su camino.

No es Pedro el que edifica la Iglesia, sino el Señor, que quiere servirse de esas piedras tan frágiles que son los hombres.

De todas formas también nosotros sumamos a la de Pedro nuestras pequeñas piedras. También nosotros hemos sido llamados a entrar en la construcción contra la cual no prevalecerán las fuerzas del infierno.

Sin embargo, por muy pequeña y modesta que sea nuestra piedra, tiene que estar hecha de ese material que se llama fe.

A. Pronzato

Nuestra imagen de Jesús

La pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?», sigue pidiendo todavía una respuesta a los creyentes de nuestro tiempo. No todos tenemos la misma imagen de Jesús. Y esto no solo por el carácter inagotable de su personalidad, sino, sobre todo, porque cada uno vamos elaborando nuestra imagen de Jesús a partir de nuestros intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra psicología personal y el medio social al que pertenecemos, y marcados por la formación religiosa que hemos recibido.

Y, sin embargo, la imagen de Cristo que podamos tener cada uno tiene importancia decisiva para nuestra vida, pues condiciona nuestra manera de entender y vivir la fe. Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la fe. De ahí la importancia de evitar posibles deformaciones de nuestra visión de Jesús y de purificar nuestra adhesión a él.

Por otra parte, es pura ilusión pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree» en un dogma o porque está dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia cree». En realidad, cada creyente cree en lo que cree él, es decir, en lo que personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque, naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.

Por desgracia, son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de tal manera que, probablemente, nunca podrán tener una experiencia un poco viva de lo que es encontrarse personalmente con Cristo.

Ya en una época muy temprana de su vida se han hecho una idea infantil de Jesús, cuando quizá no se habían planteado todavía con suficiente lucidez las cuestiones y preguntas a las que Cristo puede responder.

Más tarde ya no han vuelto a repensar su fe en Jesucristo, bien porque la consideran algo trivial y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no se atreven a examinarla con seriedad y rigor, bien porque se contentan con conservarla de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.

Desgraciadamente no sospechan lo que Jesús podría ser para ellos. Marcel Légaut escribía esta frase dura, pero quizá muy real: «Esos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás».

José Antonio Pagola

Evangelii Gaudium – Francisco I

128. En esta predicación, siempre respetuosa y amable, el primer momento es un diálogo personal, donde la otra persona se expresa y comparte sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón. Sólo después de esta conversación es posible presentarle la Palabra, sea con la lectura de algún versículo o de un modo narrativo, pero siempre recordando el anuncio fundamental: el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su amistad. Es el anuncio que se comparte con una actitud humilde y testimonial de quien siempre sabe aprender, con la conciencia de que ese mensaje es tan rico y tan profundo que siempre nos supera. A veces se expresa de manera más directa, otras veces a través de un testimonio personal, de un relato, de un gesto o de la forma que el mismo Espíritu Santo pueda suscitar en una circunstancia concreta. Si parece prudente y se dan las condiciones, es bueno que este encuentro fraterno y misionero termine con una breve oración que se conecte con las inquietudes que la persona ha manifestado. Así, percibirá mejor que ha sido escuchada e interpretada, que su situación queda en la presencia de Dios, y reconocerá que la Palabra de Dios realmente le habla a su propia existencia.

Las llaves del reino de Dios

La liturgia del día de hoy nos ofrece un pequeño pero muy profundo tratado de lo que es la autoridad en el proyecto de Dios. Podemos contemplar “ese proyecto” a tres niveles, al menos. La autoridad como la ejerce Dios, la autoridad como se ha ejercido en la Iglesia, y la autoridad como debemos ejercerla nosotros en las parcelas en las que la tengamos.

Respecto a la autoridad y Dios.

Dios ejerce el poder supremo como Padre que cuida de sus hijos. Sobre esto ya hemos reflexionado en otras ocasiones por eso dejamos el tema.

Por otra parte en las citas de hoy se manifiesta claramente sobre el tipo de poder que Él nos propone y ejerce.

Respecto a la autoridad en la Iglesia.

Las llaves siempre se han identificado con el poder. Quien las tiene puede entrar y ver lo que hay detrás la puerta. Las llaves abren paso franco. Por eso en las rendiciones se entregaban las llaves de la ciudad. Hoy todavía protocolariamente se entregan las llaves de una ciudad a quien se le quiere dar a entender que aquella es su casa.

La vida de la Iglesia se desenvuelve en contextos históricos concretos y diferentes a lo largo de la Historia.

Los jerarcas de la Iglesia salen de un pueblo que tiene unas ideas, expectativas y posibilidades muy concretas. No vienen de fuera; se han criado aquí, en el mundo en el que tienen que influir desde lo que el mundo ya ha influido en ellos.

Esto hace que la historia de la Iglesia se vea demasiado “infectada” por los ambientes en los que se ha desarrollado.

Ha pasado por periodos en los que su vida ha estado demasiado envuelta en los caciquismos imperiales; en las luchas de poder, en los intereses económico-político-sociales cuando no simplemente guerreros.

En esos tiempos “El Colegio Cardenalicio” más que reunión de pastores encargados de pastorear el rebaño de Jesús, fueron durante demasiado tiempo, consejos de ministros en los que se dilucidaban problemas materiales mundanamente tratados, en muchos casos. Una Iglesia demasiado metida en manejos humanos poco limpios y en todo caso alejados del encargo hecho por Jesús a sus Apóstoles. Tiempos en los que lo “sagrado” – si es que lo había- y lo profano iban de la mano formando una extraña alianza en la que todo era cristiano sin serlo de verdad. Era el Sacro imperio que tenía poco de sacro y mucho de imperio. Eran tiempos de cristiandad oficial, universal, para todos.

Hoy los tiempos son otros. La Iglesia tiene que vivir en un ambiente laico, donde se defienden ideas que nada o poco tienen que ver con el evangelio pero que quedan legitimadas en cuanto a su exposición por el pluralismo político y la libertad de expresión.

La Iglesia, nosotros los cristianos, debemos ser conscientes de que vivimos en un pluralismo al que hay que respetar jurídicamente pero al que hemos de intentar hacer llegar las luces del Evangelio. Los cristianos tenemos un mensaje que Jesús vino a traer a todos. Hemos de hacer partícipe de él a la humanidad entera pero en actitud de humildad.

Se acabó una Iglesia impositiva para dar paso a una Iglesia “ofertora” de un nuevo punto de vista: el de Jesús de Nazaret. Hemos de ofrecer al mundo el cambio de la lógica mundana por la lógica de Dios: la de las bienaventuranzas.

La condescendencia con el pluralismo que nos exige ser respetuosos con los demás no debe impedirnos exigir la suficiente libertad como para poder exponer ampliamente los puntos de vista cristianos tanto a través de una libre evangelización – Libertad Religiosa- como por medio de la enseñanza libremente elegida por los padres, primeros responsables de la educación de los hijos.

El Papa ha sido amplio en la exposición y defensa de estos principios que afectan tanto al nuevo comportamiento de una iglesia en un mundo plural y complejo como en el de la defensa del derecho de los padres a elegir el tipo de educación para sus hijos.

Respecto al ejercicio de la autoridad por nosotros

Todo esto no hemos de aprovecharlo solo para juzgar a quienes tienen autoridad sobre nosotros sino, PRINCIPALÍSIMAMENTE para tenerlo nosotros en cuenta a la hora de ejercer alguna pequeña autoridad que tengamos en la familia, en la escuela, en la parroquia, en el trabajo, en el grupo político, deportivo, etc. etc.

Convendría recordar algunos puntos fundamentales del Evangelio para que los cristianos del siglo XXI no volvamos a caer en los mismos errores del pasado.

1.- Jesús nos muestra un espíritu amplio respecto a los demás. Si no están contra nosotros están con nosotros. Nada de inventarse enemigos a todas las horas.

2.- La Autoridad es una nueva forma de servicio no de mangoneo. Los gobiernos cristianos son diferentes. Lo dijo Jesús expresamente: no así entre vosotros, quien mande sea el servidor de todos.

3.- Por lo mismo, la Autoridad, no confiere el poder de controlar todo y a todas horas a los gobernados.

4.- El talante evangélico de Jesús no es imponer y sancionar sino ofertar y hacer reflexionar. En una situación extrema Jesús no condenó, simplemente dijo, y nada menos que a los Apóstoles: ¿”También vosotros queréis iros”?

5.- La forma de ejercer la autoridad es con misericordia como el buen pastor que cuida y alimenta a las ovejas.

Como remate final recordar que Jesús nos ha mostrado una especie de “grasa” que siempre debemos emplear con las llaves: la grasa de la misericordia. Utilicémosla siempre y seremos mejores súbditos y mejores autoridades. Que así sea.

Pedro Sáez

El testimonio de fe

1. Mateo sitúa la confesión de fe de Pedro al final del ministerio de Jesús en Galilea, momento crucial de su itinerario hacia Jerusalén. El lugar es Cesárea de Filipo, región pagana, fuera de Palestina. En primer lugar, la «gente» reconoce a Jesús como profeta y espera obras inmediatas e interesadas; para el pueblo, Jesucristo es con frecuencia el Señor de los milagros. En cambio, los discípulos han de confesar la fe en el Mesías, Hijo del Dios vivo, ligada al anuncio de la pasión del Señor.
Sin proclamar la fe en Jesús, con todas sus consecuencias de sufrimiento injusto, no se puede ser discípulo cristiano.
 

2. Al ser bendecido por Jesús, Pedro es llamado «dichoso»; y se trata de una dicha que entraña una misión en el tiempo y en el espacio. La lista de los Doce empieza por Simón Pedro, que es el portavoz del grupo. Es uno de los tres testigos privilegiados. El sobrenombre «Pedro» aplicado a Simón por Jesús significa «piedra», algo sólido que puede lanzarse; es piedra angular y de contradicción.
 

3. «Dar las llaves» a alguien es concederle autoridad. «Atar y desatar» equivalía, entre los rabinos, a rechazar y admitir, a dar entrada o excluir a uno de la comunidad. Frente a los fariseos que cierran la entrada del reino de Dios, Pedro y los discípulos —la Iglesia— deberán abrirlas.

En definitiva, el Cristo de Mateo promete a Pedro ejercer la autoridad sobre el pueblo de Dios.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

Cuando reconocemos y proclamamos la fe en Jesucristo, ¿lo hacemos personalmente?

Casiano Floristán

La autoridad es servicio

El Señor entiende su tarea, y la de sus seguidores, como un servicio y no como un modo de imponerse a otros.

Reconocimiento de Cristo

Este pasaje del evangelio de Mateo nos trae una importante confesión de fe de los discípulos por boca de Pedro. No es por casualidad que tenga lugar en Cesarea de Filipo, es decir, en tierra pagana. Ligero toque con el cual Mateo (también Mc 8, 27) nos quiere indicar el carácter universal de la misión de Jesús el Cristo. El Hijo de Dios ha venido a anunciar el amor del Padre, por todos y en forma privilegiada por los más pobres, a todos los pueblos del mundo.

A la primera pregunta que Jesús hace a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» (v. 13), la respuesta es: ellos piensan que eres un profeta (cf. v. 14). Es una buena aproximación. En verdad, Jesús se sitúa en la gran línea profética de Israel, por eso no desliga el amor a Dios y la práctica de la justicia. «Buscad el Reino y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura»(Mt 6, 33), se dice en el sermón de la montaña. La gente que ha oído y ha visto a Jesús ha comprendido algo importante al pensar en él como un profeta.

Pero esto no basta. La segunda pregunta es directa y cae en picado: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Es una interrogante siempre vigente: ¿quién es Jesús para nosotros hoy?

Tal vez nos sorprenderíamos si tuviésemos el coraje de responderla. Cristo ¿es realmente el centro dinámico y exigente de nuestras vidas? o ¿acaso nuestra respuesta sobre su identidad se ha convertido en una afirmación anquilosada que no muerde sobre nuestra vida diaria? La contestación de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»(v. 16), no es algo puramente formal. Ella exige un comportamiento que parte de la decisión de seguir los pasos del Señor en su amor por los marginados e insignificantes de la historia y en su servicio a los más necesitados.

Servidor y apóstol

En ese contexto, en el del Hijo de Dios que entrega su vida por los demás, se coloca la autoridad que Jesús da a Pedro. No se trata de un poder de dominación sino de servicio. Así lo comprendió Pedro, por eso él mismo se presenta como «servidor y apóstol» (2 Pe 1, 1) y aconseja a cada uno poner «al servicio de los demás la gracia que ha recibido» (1 Pe 4, 10). El texto de Isaías (22, 20-23) nos lo recuerda igualmente. Al darle autoridad a Eliaquín, Yahvé le pide ser «un padre (gobernante) para los habitantes de Jerusalén» (v. 21). La misión del gobernante según el antiguo (o primer) testamento es «establecer la justicia y el derecho», algo que deberá hacer como un padre amoroso que quiere que sus hijos vivan. Sólo así tiene sentido que el Señor le dé «la llave del palacio de David» (v. 22). Es la voluntad de aquel cuyas «decisiones son insondables e irrasteables sus caminos» (Rom 11, 33).

Toda vida creyente tiene como fuente la contemplación del misterio de Dios.

Gustavo Gutiérrez

Encontrarnos con Jesús

Los cristianos hemos olvidado con demasiada frecuencia que la fe no consiste en creer algo, sino en creer en Alguien. No se trata de adherimos fielmente a un credo, y mucho menos de aceptar ciegamente «un conjunto extraño de doctrinas», sino de encontramos con Alguien vivo que da sentido radical a nuestra existencia.

Lo verdaderamente decisivo es encontrarse con la persona de Jesucristo y descubrir, por experiencia personal, que es el único que puede responder de manera plena a nuestras preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades últimas.

En nuestros tiempos se hace cada vez más difícil creer en algo. Las ideologías más firmes, los sistemas más poderosos, las teorías más brillantes, se han ido tambaleando al mostrar sus limitaciones y profundas deficiencias.

El ser humano de hoy, escarmentado de dogmas e ideologías, quizá está dispuesto todavía a creer en personas que le ayuden a vivir dando un sentido nuevo a su existencia. Por eso ha podido decir el teólogo Karl Lehmann que «el hombre moderno solo será creyente cuando haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la persona de Jesucristo».

Produce tristeza observar la actitud de sectores católicos cuya única obsesión parece ser «conservar la fe» como «un depósito de doctrinas» que hay que saber defender contra el asalto de nuevas ideologías y corrientes.

Creer es otra cosa. Antes que nada, los creyentes hemos de reavivar nuestra adhesión profunda a la persona de Jesucristo. Solo cuando vivamos «seducidos» por él y trabajados por la fuerza regeneradora de su persona podremos contagiar también hoy su Espíritu y su visión de la vida. De lo contrario proclamaremos con los labios doctrinas sublimes, pero seguiremos viviendo una fe mediocre y poco convincente.

Los cristianos hemos de responder con sinceridad a esa pregunta interpelante de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Arabi escribió que «aquel que ha quedado atrapado por esa enfermedad que se llama Jesús no puede ya curarse».

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 26 de agosto

Hoy se usa bastante la palabra “referente” para señalar a una persona que brilla ante nosotros por alguna cualidad especial. Parece significar lo mismo que “modelo”, o, al menos algo parecido a esta palabra, ya más gastada por el uso. Jesús viene a decirnos: “no toméis por referentes o modelos a los escribas y los fariseos. Hablan correctamente, pero su vida no es un dechado de calidad y conducta humana”.

Lo podría decir también de muchos de los que dirigimos la palabra a las comunidades cristianas. Nuestro hablar puede ser correcto; nuestra vida es ya otro cantar. Lo formulaba muy bien un poeta y obispo, Don Pedro Casaldáliga:

No voy,
va mi palabra.
¿Qué más queréis?
Os doy
todo lo que yo creo,
que es más que lo que soy.

Otro obispo, san Agustín, se hacía eco de las otras reglas dadas por Jesús: “con vosotros soy cristiano, para vosotros soy obispo. ‘Cristiano’ es un título de dignidad; ‘obispo’ es designación de un deber que me infunde temor”.

El apóstol Pablo se atribuye el título de “padre”. Dice que los fieles pueden tener muchos pedagogos, pero que padres tienen pocos, pues fue él, Pablo, quien los engendró para una vida nueva. El mismo apóstol señala, entre los distintos carismas que hay en la Iglesia, el de maestros (cf 1 Cor 12,28). Vemos, pues, que no faltan usos distintos en la Iglesia. Esto nos puede librar de “ fetichismos lingüísticos”, de “tabúes lingüísticos”, o de “fundamentalismos lingüísticos”, si me permitís las expresiones.

Quizá se objete: “pero la palabra de Jesús debe prevalecer sobre la de Pablo (que quizá no conocía estas palabras que figuran en Mateo)”. Y esto nos llevaría a cuestiones como la historicidad de esas palabras que aparecen en labios de Jesús, o la prioridad del sentido sobre la pura letra. En cualquier caso, lo mínimo que se puede pedir es que seamos sencillos en los títulos y en el trato, sin que por ello los responsables de las comunidades cristianas deban abdicar de la misión recibida, y sin que los demás nos permitamos negarles el reconocimiento que cuadra.