II Vísperas – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: DIOS DE LA LUZ, PRESENCIA ARDIENTE.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas;
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla:
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Desde Sión extenderá el Señor el poder de su cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de su cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Ant 2. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Salmo 113 A – ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO; LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Ant 3. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA BREVE   2Co 1, 3-4

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios.

RESPONSORIO BREVE

V. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

V. Digno de gloria y alabanza por los siglos.
R. En la bóveda del cielo.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, Simón Pedro: todo lo que atares sobre la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, Simón Pedro: todo lo que atares sobre la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo.

PRECES

Adoremos a Cristo, Señor nuestro y cabeza de la Iglesia, y digámosle confiadamente:

Venga a nosotros tu reino, Señor.

Señor, amigo de los hombres, haz de tu Iglesia instrumento de concordia y unidad entre ellos
y signo de salvación para todos los pueblos.

Protege con tu brazo poderoso al Papa y a todos los obispos
y concédeles trabajar en unidad, amor y paz.

A los cristianos concédenos vivir íntimamente unidos a ti, nuestro Maestro,
y dar testimonio en nuestras vidas de la llegada de tu reino.

Concede, Señor, al mundo el don de la paz
y haz que en todos los pueblos reine la justicia y el bienestar.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Otorga, a los que han muerto, una resurrección gloriosa
y haz que los que aún vivimos en este mundo gocemos un día con ellos de la felicidad eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que unes en un mismo sentir los corazones de los que te aman, impulsa a tu pueblo a amar lo que pides y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad de las cosas humanas, estén firmemente anclados nuestros corazones en el deseo de la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Y vosotros ¿quién decís que soy Yo?

Seguimos a Jesús que ya va camino de Cesarea de Filipo, en su ruta, con sus discípulos. Y prueba y quiere examinar a sus discípulos y les pregunta: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”. Y ellos contestan: “Unos que Juan, Elías… Otros que Jeremías”. Escuchemos con atención la escena que nos narra Mateo en el capítulo 16, versículo 13-20:

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Ellos contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Mt 16, 13-20

Después de escuchar este texto vemos a Jesús que no ha sido bien acogido por su pueblo, que su misión ha fracasado, que Pedro le ha reconocido como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Pero en este caminar quiere examinar a sus discípulos, les hace un examen de amor: “¿Qué dice la gente que soy Yo? Y vosotros, ¿qué pensáis que soy Yo?”. Y ellos le dicen: “Unos que Juan Bautista, otros que eres Elías, otros que eres Jeremías, otros…”. “Pero vosotros, ¿quién decís que soy Yo?”. Y Pedro responde: “Tú eres el Cristo, Tú eres el Hijo de Dios”. ¡Qué alegría le da a Jesús esta confesión! “Bienaventurado eres, Simón, porque esto no te lo ha revelado nadie, ni la carne ni la sangre, esto te lo ha revelado mi Padre”. Y le confiere el Primado: “Yo te digo que eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y te daré las llaves del Reino de los cielos”.

Jesús también hoy, querido amigo, nos pregunta como a los discípulos y nos dice: “¿Quién dices que soy Yo? ¿Quién crees que soy?”. ¿Quién es? “¿Quién crees que soy Yo para ti?”. Tendremos que comentar y tendremos que contestar como Pedro: “Tú eres el Mesías”. ¿Tendremos ese coraje de decir: “Tú eres la fuerza de mi fe, Tú eres mi salvador”? Hoy, ¿qué le decimos a Jesús?, ¿qué significa Él para ti y para mí? ¿Nos podrá dar las llaves del Reino? ¿Seremos piedra? Nos encontramos en momentos decisivos y tenemos que responder con fe. Jesús ansía nuestra respuesta, quiere saber qué es lo que pensamos, le gusta saber lo que somos y así, con qué cariño tenemos que responderle: “¡Tú eres el todo de mi vida! ¡Tú eres mi fuerza!”.

Muchas veces nuestra vida ni contesta ni sabe quién es Jesús. Andamos tan perdidos, tan desanimados, que ni siquiera sabemos que Jesús es el centro de nuestra vida. Nunca despreciemos esta figura que nos transforma, que nos cambia. ¡Cómo le gusta a Jesús y cómo lo agradece! Cuando Él nos pregunta: “¿Y qué soy Yo para ti?”. Tú eres todo. Tú eres el Mesías. Tú eres todo. Como Pedro, tenemos que responderle: “Tú eres el fin de mi vida. Tú eres el que da sentido a mi existencia, a mi futuro, a mi historia. Tú eres el que transmite todo lo que puedo hacer por ti. Tú eres el todo de mi vida”.

Querido amigo, en este encuentro íntimo de Jesús, en este examen vamos a dejarnos interrogar por Jesús y contestarle a las preguntas que Él quiera. Me va a preguntar: “¿Tú qué piensas? ¿Y tú qué dices? Y si tienes que hablar de mí, ¿qué dices? ¿Cómo me manifiestas? ¿Cómo me transmites? ¿Qué soy Yo para ti?”. Un gran interrogante. A veces nuestra fe es tan floja… Pero sabemos que Él es el camino, que Él es la verdad, que Él es nuestro guía, que Él es nuestro amor.

Sigamos sus huellas, llenémonos de su fe, de su cariño y de su amor. Y oigamos como un retintín: “Y tú, ¿qué piensas de mí?, ¿tú que crees que soy Yo?, ¿una persona que pasó, histórica?, ¿una persona que ya se limita, pero no más? ¿O soy tu identidad?, ¿o soy tu razón de ser?, ¿o soy un ser excepcional para ti?, ¿o soy un ser que transforma tu vida?”. ¿Qué responderemos, querido amigo? Te invito a entrar en esa conversación, a seguir a esa comitiva: en medio de los discípulos de Jesús, oír que nos pregunta y nos dice lo que quiere y lo que desea de nuestra respuesta. Acojamos este examen de amor y llenémonos de la alegría de saber que Él es el todo, es la vida de nuestra vida, el ser de nuestro ser y Él es nuestra razón de existir.

Vamos a pedirle a la Virgen que ella nos lleve y que nos haga comprender cómo es su Hijo, para que nuestra vida manifieste, predique, anime y comente el ser tan excepcional que es Jesús para cada uno de nosotros, para ti y para mí, querido amigo. Entremos en el encuentro y en este examen amoroso, silencioso e íntimo de Jesús hacia ti y hacia mí.

¡Que así sea, mi querido amigo!

Francisca Sierra Gómez

Domingo XXI de Tiempo Ordinario

En el Evangelio que acabamos de escuchar, pregunta Jesús a sus discípulos: “Y vosotros, ¿qué decís? ¿Quién soy yo para vosotros? Más allá de la distancia en el tiempo y el espacio, también a nosotros, hoy, nos hace Jesús la pregunta: “¿Quién soy yo para vosotros?”

La pregunta “¿Quién es Jesús?” ha seguido siendo largo tiempo para cada uno de nosotros una pregunta más bien teórica…hasta el día en que por razones particulares para cada uno, nos hemos visto empujados a preguntarnos por el sentido último de la existencia humana. En efecto, la fe en Cristo se halla íntimamente unida a la fe en nosotros mismos. Es sumamente difícil – imposible, diría yo – tener la una sin la otra, es raro que se pierda una sin perder la otra.

Cuando deseamos reflexionar sobre el sentido de la existencia humana, nos es preciso siempre considerar los dos polos de la historia: la creación por una parte y la resurrección de Cristo por la otra.

Al alba de la Creación ha expresado Dios la diversidad y la riqueza de su ser en la inmensidad del cosmos y en la variedad de las formas de vida que lo habitan. Su Verbo estalló en una gran número de seres creados, portadores todos ellos de gérmenes de vida divina. En el curso de un largo proceso de evolución apareció un ser frágil, el ser humano – un ser dotado de conciencia, capaz de ser consciente de la semilla divina que en si lleva, consciente por consiguiente de la imagen de Dios que en si encierra, un ser capaz de amor, de conocimiento, de esperanza – un ser capaz de adorar.

En la marcha de la humanidad que entonces comenzaba, en ese largo proceso de maduración de la vida divina en la humanidad, apareció un hombre en el que la semilla de vida divina había conseguido su pleno desarrollo. Este hombre llamado Jesús, nacido en un momento y en lugar determinados, en una familia concreta, en un país, en una cultura y en pueblo particulares, asumió todas nuestras limitaciones antes de trascenderlas. Murió, pero el Padre lo resucitó de entre los muertos. Este hombre, en el que reside la plenitud de la divinidad transciende en adelante, en adelante, el espacio y el tiempo. Se halla presente a todos los tiempos, a todos los lugares, en cada uno de nosotros, y nos revela todas las posibilidades últimas de nuestra existencia humana.

De ahí que la respuesta a la pregunta “¿Quién es Jesús?” se convierta en respuesta a la otra pregunta: “¿Qué es un ser humano”, o más directamente: “¿Quién soy yo?” o “¿Cuál es mi destino en los planes de Dios”.

Al revelarnos quién es Él, Jesús nos revela quiénes somos nosotros, o más bien a qué hemos sido nosotros llamados. La fe en nosotros mismos – la fe al precio que tenemos a los ojos de Dios, sean cuáles fueren nuestros pecados – no puede separarse de nuestra fe en Jesús. Por supuesto que esta fe en nosotros mismos es algo muy diferente de una mera “confianza en si mismo”, confianza que nace no pocas veces de una falta de conocimiento de si mismo.

Para terminar, es menester que no olvidemos que Jesús se revela de la manera más plena a sus discípulos en el Evangelio, cuando les anuncia su pasión y su muerte. Nos revela asimismo las exigencias de la aventura humana. Exigencias de desprendimiento, de muerte progresiva cuanto nos tiene sujetos a lo que es limitado, de supresión de todas las barreras que nos mantienen prisioneros no sea más que por una manera de pensar o incluso por una determinada imagen de Dios.

A. Veilleux

¿Cómo la quiere?

El arte de la fotografía admite infinidad de matices, modalidades, posturas…, según sea la demanda del usuario o el evento que celebra y quiere inmortalizar en un álbum para la posteridad. De ello dependerá la postura del que posa, el esto, el punto exacto del esbozo de sonrisa y todos aquellos detalles que precise captar el artista. Es por lo que el profesional inicia su protocolo con la pregunta obligada: «¿Cómo la quieres?»… Hoy Jesús nos coloca ante la cámara y nos interroga: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Que, aproximándola hacia cada uno, sería como preguntarnos: «Y tú ¿quién dices que soy?». Es como si nos dijera: «Hazme una fotografía». Entonces nosotros le preguntaríamos: «¿Cómo la quieres?».

Para fotografiar a Jesús es conveniente que nos formulemos dos preguntas previas que pueden facilitar nuestra tarea: ¿Qué imagen tengo de Jesús? y ¿Qué influencia ejerce Jesús en mi vida?

Para responder a la primera cuestión, no tenemos más remedio que rebobinar nuestra existencia a fin de releerla detalladamente: En nuestra infancia se nos presentó a Jesús como un niño («tú eres niño como yo») al que entregábamos nuestro corazón; definición que, aunque presentada en molde infantil, no dejaba de encerrar un profundo sentido teológico. En la adolescencia, se nos hizo hincapié en que Jesús era el amigo fiel, que no te falla nunca. Al llegar a la juventud, surgieron en las parroquias diversas comunidades o grupos para esclarecer y fortalecer nuestra fe mediante un estudio concienzudo del mensaje de Jesús. Y el resto de nuestra vida lo hemos pasado tratando de imitar al modelo, el Maestro de Nazaret… En cuanto al estilo de religiosidad, tenemos que reconocer que, en general, se nos presentó la fe cristiana con un tinte legalista e individualista, basada en el cumplimiento estricto de los deberes y atendiendo siempre a la salvación de cada uno; en definitiva, que el motor de nuestra conducta estaba marcado por el temor al infierno, más que por el amor a Dios. Tuvo que venir el Concilio Vaticano II a recordarnos que la Iglesia era el Pueblo de Dios, y que éste era un Ser amoroso a quien debíamos acudir con confianza.

La segunda pregunta que hemos de hacernos era: ¿Qué influencia ejerce Jesús en mi vida? Se trata de profundizar en nuestro interior, que es donde habita la verdad, y analizar en qué medida repercute en mi quehacer diario mi vinculación con Jesús. ¿Me conformo con asistir a los actos piadosos y luego desconecto en cuanto salgo del templo como quien se cambia una prenda para ponerse otra la del vivir cotidiano? ¿Tengo claro que mi espiritualidad sólo tiene sentido cuando repercute en bien del prójimo? Al iniciar las eucaristías, solemos cantar: «Juntos como hermanos, miembros de una Iglesia, vamos caminando al encuentro del Señor». Y a mi me agrada repetir la canción al concluir la misa porque, cuando salimos del templo, nos vamos a encontrar de nuevo con el Señor, esta vez vestido de prójimo… Y sigo preguntándome: «Mi fe en Jesús, ¿es potente como un volcán, o lánguida y mortecina como una vela que se apaga? Para ser cristiano de verdad, ¿me conformo con actos sin llegar nunca a generar actitudes? Mi fe, ¿adolece de superficialidad, sin lograr que sea en mí como una segunda naturaleza incrustada bajo mi piel como un tatuaje indeleble?

Con todo este conglomerado de ideas, vivencias, recuerdos y actitudes, podríamos elaborar un cóctel, agitarlo adecuadamente y encontrarnos de nuevo con Jesús. Él nos diría a cada uno nuevamente: «Y tú, ¿quién dices que soy yo?». Que es como si nos pidiera: «Hazme una fotografía». Entonces, nosotros le preguntaríamos: «¿Cómo la quieres?». Y él nos respondería: «La quiero… tatuada en tu corazón».

Pedro Mari Zalbide

Evangelii Gaudium – Francisco I

129. No hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable. Se transmite de formas tan diversas que sería imposible describirlas o catalogarlas, donde el Pueblo de Dios, con sus innumerables gestos y signos, es sujeto colectivo. Por consiguiente, si el Evangelio se ha encarnado en una cultura, ya no se comunica sólo a través del anuncio persona a persona. Esto debe hacernos pensar que, en aquellos países donde el cristianismo es minoría, además de alentar a cada bautizado a anunciar el Evangelio, las Iglesias particulares deben fomentar activamente formas, al menos incipientes, de inculturación. Lo que debe procurarse, en definitiva, es que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura. Aunque estos procesos son siempre lentos, a veces el miedo nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia.

Lectio Divina – 27 de agosto

Lectio: Domingo, 27 Agosto, 2017

¡Pedro, tú eres piedra!
Piedra de apoyo, piedra de tropiezo
Mateo 16,13-20

1. ORACIÓN INICIAL

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.

Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. LECTURA

a) Una división del texto para ayudarnos en la lectura:

Mateo 16,13-14: Jesús quiere conocer la opinión de la gente
Mateo 16, 15-16: Jesús pregunta a sus discípulos, y Pedro responde por todos
Mateo 16, 17-20: Respuesta solemne de Jesús a Pedro

Mateo 16,13-20

b) Clave de lectura:

En el evangelio de este domingo, Jesús indaga sobre lo que la gente piensa con respecto a Él: ¿Quién dice la gente que sea yo?” Después de saber la opinión de la gente, quiere conocer la opinión de sus discípulos. Pedro, en nombre de todos, hace su profesión de fe. Jesús confirma la fe de Pedro. En el curso de la lectura, pongamos atención a lo siguiente: “¿Qué tipo de confirmación confiere Jesús a Pedro?»

c) El texto:

13 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» 14 Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.» 15Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» 16 Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» 17Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 19 A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.» 20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo.

3. UN MOMENTO DE SILENCIO ORANTE

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. ALGUNAS PREGUNTAS

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Cuál es el punto que te ha llamado más la atención? ¿Por qué?
b) ¿Cuáles son las opiniones de la gente con respecto a Jesús? ¿Cuál es la opinión de los discípulos y de Pedro sobre Jesús?
c) ¿Cuál es mi opinión sobre Jesús? ¿Quién soy yo para Jesús?
d) Pedro es piedra de dos modos ¿Cuáles? (cfr Mateo 16,21-23)
e) ¿Qué tipo de piedra soy yo para los demás? ¿Qué tipo de piedra es nuestra comunidad?
f) En el texto aparecen muchas opiniones diversas sobre Jesús. ¿Cuáles son las opiniones que existen en nuestra comunidad sobre Jesús?
g) ¿Cuál es la misión que de ello resulta para nosotros?

5. PARA AQUÉLLOS QUE QUIEREN PROFUNDIZAR MÁS EN EL TEMA

a) Contexto en el cuál nuestro texto aparece en el Evangelio de Mateo:

* La conversación entre Jesús y Pedro recibe interpretaciones diversas y hasta opuestas en las distintas iglesias cristianas. En la Iglesia católica, se fundamenta el primado de Pedro. Por esto, sin disminuir de hecho el significado del texto, conviene colocarlo en el contexto del evangelio de Mateo, en el cual, en otros textos, las mismas cualidades conferidas a Pedro son atribuidas también casi todas a otras personas. No son exclusivas de Pedro.

* Es bueno siempre tener presente que el Evangelio de Mateo ha sido escrito hacia el final del primer siglo para las comunidades de Judíos convertidos que vivían en la Región de la Galilea y de la Siria. Eran comunidades que habían sufrido mucho y perseguidas por muchas dudas sobre su fe en Jesús. El Evangelio de Mateo trata de ayudarles a superar la crisis y a confirmarlas en la fe en Jesús Mesías, que ha venido a cumplir las promesas del Antiguo Testamento.

b) Comentario del texto:

Mateo 16, 13-16: Las opiniones de la gente y las de los discípulos con respecto a Jesús.
Jesús pide la opinión de la gente sobre él. Las respuestas son variadas: Juan Bautista, Elías, Jeremías, cualquier profeta. Cuando Jesús busca la opinión de los propios discípulos, Pedro se hace el portavoz y dice: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente!”. La respuesta de Pedro significa que reconoce en Jesús el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento y que en Jesús tenemos la revelación definitiva del Padre para nosotros. Esta confesión de Pedro no es nueva. Antes, después de haber caminado sobre las aguas, los otros discípulos habían ya hecho la misma profesión de fe: “¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!” (Mt 14,33). En el Evangelio de Juan, esta misma profesión de Pedro la hace Marta: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que ha venido al mundo!” (Jn 11,27).

Mateo 16,17: La respuesta de Jesús a Pedro: ¡Bienaventurado eres, Pedro!
Jesús proclama a Pedro “¡Bienaventurado!” porque ha recibido una revelación de parte del Padre. También en este caso la respuesta de Jesús no es nueva. Antes, Jesús había hecho una idéntica proclamación de felicidad a los discípulos por haber visto y oído cosas que antes ninguno sabía (Mt 13,16) y había alabado al Padre por haber revelado el Hijo a los pequeños y a los no sabios (Mt 11,25). Pedro es uno de estos pequeños a los que el Padre se revela. La percepción de la presencia de Dios en Jesús no viene “ de la carne ni de la sangre” o sea, no es fruto del mérito del esfuerzo humano, sino que es un don que Dios concede a quien quiere.

Mateo 16,18-20: Las atribuciones de Pedro:
Son tres las atribuciones que Pedro recibe de Jesús: (i) Ser piedra de apoyo (ii) recibir las llaves del Reino, y (iii) ser fundamento de la Iglesia.

i) Ser Piedra: Simón, el hijo de Jonás, recibe de Jesús un nombre nuevo que es Cefas, y este quiere decir, Piedra. Por esto, es llamado Pedro. Pedro debe ser piedra, o sea, debe ser fundamento seguro para la Iglesia a punto de ser atacada por las puertas del infierno. Con estas palabras de Jesús a Pedro, Mateo anima a las comunidades sufrientes y perseguidas de la Siria y la Palestina que veían en Pedro un jefe en el que apoyarse por sus orígenes. A pesar de ser comunidades débiles y perseguidas, tenían una base segura, garantizada por la palabra de Jesús. En aquel tiempo, las comunidades tenían lazos afectivos muy fuertes con las personas que habían contribuido al origen de la comunidad. Así, las comunidades de Siria y Palestina cultivaban sus lazos afectivos con la persona de Pedro. Las comunidades de Grecia con la persona de Pablo. Algunas comunidades de Asia Menor con la persona del discípulo Amado y otras con la persona de Juan el del Apocalipsis. Una identificación con estos jefes o líderes de su origen ayudaba a la comunidad a cultivar de la mejor manera posible su identidad y espiritualidad. Pero también podía servir de motivo de disputa, como en el caso de la comunidad de Corinto ( 1Cor 1,11-12).

Ser piedra como base de la fe evoca la palabra de Dios al pueblo en el destierro en Babilonia: “Escuchadme vosotros que andáis buscando la justicia, vosotros que buscáis al Señor; mirad a la roca de la que habéis sido tallados, a la cantera de la que habéis sido sacados. Mirad a Abrahám vuestro padre, y Sara que os dio a luz; porque sólo a él lo llamé yo, lo bendije y lo multipliqué” (Is 51,1-2). Aplicada a Pedro, esta cualidad de piedra-fundamento indica un nuevo comienzo del pueblo de Dios.

ii) Las llaves del Reino: Pedro recibe las llaves del reino para atar y desatar, o sea, para reconciliar las personas entre ellas y con Dios. He aquí que de nuevo el mismo poder de atar y desatar, se da no sólo a Pedro, sino también a los otros discípulos (Jn 20,23) y a las propias comunidades (Mt 18,18). Uno de los puntos en el que más insiste el Evangelio de Mateo es la reconciliación y el perdón (Mt 5,7.23-24.38-42.44-48; 6,14-15; 18,15-35). En los años 80 y 90, en la Siria, a causa de la fe en Jesús, había muchas tensiones en las comunidades y muchas divisiones en las familias. Unos lo aceptaban como Mesías y otros no, y esto era motivo de muchas tensiones y conflictos. Mateo insiste en la reconciliación. La reconciliación era y continúa siendo uno de los deberes más importantes de los coordinadores y coordinadoras de las comunidades actuales. Imitando a Pedro, ellos deben atar y desatar, o sea, hacer todo lo posible para que se dé la reconciliación, aceptación mutua, construcción de la verdadera fraternidad “¡Setenta veces siete!” (Mt 18,22)

iii) La Iglesia: La palabra Iglesia, en griego eklésia, aparece 105 veces en el NT, casi exclusivamente en las Actas de los Apóstoles y en las Cartas. Sólo tres veces en los evangelios y allí, sólo en el evangelio de San Mateo. La palabra significa literalmente “convocada” o elegida”. Significa el pueblo que se reúne convocado por la palabra de Dios, y trata de vivir el mensaje del reino que Jesús viene a traernos. La Iglesia o la Comunidad no es el Reino, sino un instrumento o una indicación del Reino. El Reino es más grande. En la Iglesia, en la comunidad, se debe o se debería hacer ver de todos, lo que sucede cuando un grupo humano deja reinar a Dios y deja que sea “señor “ en su vida.

c) Profundizando:

i) Un retrato de San Pedro:

Pedro, que era pescador de peces, se convirtió en pescador de hombres.(Mt 1,17). Estaba casado (Mc 1,30). Era un hombre bueno, muy humano. Era el “líder” natural entre los doce primeros discípulos de Jesús. Jesús respeta este liderazgo y hace de Pedro un animador de su primera comunidad (Jn 21,17). Antes de entrar en la comunidad de Jesús, Pedro se llamaba Simón Bar Jona (Mt 16,17), o sea, Simón , hijo de Jonás. Jesús lo llama Cefas o Piedra (Jn 1,42) que después se convierte en Pedro (Lc 6,14)

Por su naturaleza y por su carácter, Pedro podía serlo todo, menos piedra. Era valiente en el hablar, pero en el momento del peligro se dejaba dominar del miedo y huía. Por ejemplo, la vez en la que Jesús caminaba por las aguas, Pedro le dice: “¡Jesús, deja que yo también camine sobre las aguas!” Jesús le dice: “¡Puedes venir, Pedro!” Pedro sale de la barca y empieza a caminar sobre las aguas. Pero apenas ve una ola alta, se atemorizó, perdió la confianza, comenzó a hundirse y gritó: “¡ Señor, sálvame”! Jesús le dio seguridad y lo salvó (Mt 14,28-31). En la última cena, Pedro dice a Jesús: “¡No te negaré nunca, Señor!” (Mc 14,31, pero pocas horas después, en el palacio del Sumo Sacerdote, delante de una criada, cuando Jesús ya había sido arrestado, Pedro negó con juramento que no tenía nada que ver con Jesús (Mc 14,66-72). Cuando Jesús se encontraba en el Huerto de los Olivos, Pedro saca la espada (Jn 18,10), pero termina huyendo, dejando a Jesús solo. (Mc 14,50) Por su naturaleza, Pedro ¡no era Piedra! Pero este Pedro tan débil y humano, tan semejante a nosotros se convierte en piedra, porque Jesús ruega por él y dice “Pedro, he rogado por ti, para que tu fe no decaiga y tú una vez seguro, confirma a tus hermanos!” (Lc 22,31-32) Por esto Jesús podía decir: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16.18). Jesús lo ayuda a ser piedra. Después de la resurrección, en Galilea, Jesús se aparece a Pedro y le pide dos veces: “Pedro, ¿me amas? Y Pedro responde dos veces: “¡Señor , tú sabes que te amo!” (Jn 2115.16 Cuando Jesús le dirige la pregunta por tercera vez, Pedro se entristece. Quizás recordó que había negado a Jesús por tres veces. A la tercera vez, responde: “¡Señor, tú lo sabes todo! ¡Tú sabes que te amo mucho! Y es entonces cuando Jesús le confía el cuidado de sus ovejas, diciendo: “¡Pedro, apacienta mis ovejas!” (Jn 21,17) Con la ayuda de Jesús, la firmeza de la piedra crece en Pedro y se revela en el día de Pentecostés.

En el día de Pentecostés, después de la venida del Espíritu Santo, Pedro abrió las puertas de la sala donde estaban todos reunidos, echada la llave por temor a los Judíos (Jn 20,19), se arma de valor y comenzó a anunciar la Buena Noticia de Jesús a la gente (Act 2,14,40). ¡ Y no se cansaba de hacerlo! Gracias a este anuncio valeroso de la resurrección, fue llevado a la cárcel (Act 4,3). Durante el interrogatorio, se le prohíbe anunciar la Buena Noticia (Act 4,18), pero Pedro no obedece a la prohibición. Decía: “Sabemos que debemos obedecer a Dios antes que a los hombres” (Act 4,19; 5,29) Fue arrestado de nuevo (Act 5,18.26). Torturado (Act 5,40). Pero él dice. “¡Gracias. Pero continuaremos!” (cf Act 5,42).

Cuenta la tradición, que al final de su vida, en Roma, Pedro fue arrestado y condenado a muerte y a la muerte de cruz. Él pidió ser crucificado con la cabeza hacia abajo. Creía que no era digno de morir como Jesús. ¡Pedro fue fiel a sí mismo hasta el final!

ii) Completando el contesto: Mateo 16,21-23

Pedro había confesado: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente!” Él pensaba en un Mesías glorioso, y Jesús lo corrige: “Es necesario que el Mesías sufra y muera en Jerusalén”. Diciendo que “es necesario”, indica que el sufrimiento ya estaba previsto en las profecías (Is 53,2-8). Si Pedro acepta a Jesús como Mesías e Hijo de Dios, debe aceptarlo como el Mesías siervo que será enviado a la muerte. No sólo el triunfo de la gloria, sino también el camino de la cruz. Pero Pedro no acepta la corrección y trata de disuadirlo.

La respuesta de Jesús es sorprendente: “¡Lejos de mí , Satanás! ¡Tú me sirves de tropiezo, porque no piensas como Dios, sino según los hombres!” Satanás es aquel que nos separa del camino que Dios nos ha trazado. Literalmente, Jesús dice: “¡Ponte detrás! (“Vade retro”) Pedro quería ponerse delante e indicar la dirección. Jesús le dice: ¡Ponte detrás de mí! Quien indica la ruta y la dirección no es Pedro, sino Jesús. El discípulo debe seguir al maestro. Debe vivir en una continua conversión.

La palabra de Jesús es también una llamada para todos aquéllos que guían las comunidades. Ellos deben “seguir” a Jesús y no ponerse delante de él como quería hacer Pedro. No son ellos a indicar la dirección y la ruta. De otra manera, no son piedra de apoyo, sino que se convierten en piedra de escándalo, de tropiezo. Así eran algunos “líderes” de las comunidades en la época de Mateo, llenas de ambigüedad. ¡Así sucede entre nosotros incluso hoy!

6. SALMO 121

Mi auxilio viene de Yahvé

Alzo mis ojos a los montes,
¿de dónde vendrá mi auxilio?
Mi auxilio viene de Yahvé,
que hizo el cielo y la tierra.

¡No deja a tu pie resbalar!
¡No duerme tu guardián!
No duerme ni dormita
el guardián de Israel.

Es tu guardián Yahvé,
Yahvé tu sombra a tu diestra.
De día el sol no te herirá,
tampoco la luna de noche.
Yahvé te guarda del mal,
él guarda tu vida.
Yahvé guarda tus entradas y salidas,
desde ahora para siempre.

7. ORACIÓN FINAL

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Domingo XXI de Tiempo Ordinario

Como es bien sabido, en este texto del evangelio de Mateo, las palabras que Jesús le dice a Pedro sobre el significado de su nombre, sobre le edificación de la Iglesia y sus poderes (Mt 16, 18-19), han sido (y siguen siendo) motivo de análisis y discusiones entre los especialistas. Porque resulta extraño que unas palabras tan importantes no aparezcan en los otros evangelios que relatan el mismo pasaje (Mc 8, 27-30; Lc 9, 18-21). Porque la palabra griega Pétros no existía como nombre antes del cristianismo. Y porque la «asamblea» se empezó a usar entre los cristianos después de resurrección.

Pero es un hecho que este texto, durante la Edad Media se utilizó como evangelio de las misas de ordenación de obispos. Lo cual quiere decir que, en casi todo el primer milenio, la Iglesia tuvo la conciencia de que estas palabras de Jesús, si es que las dijo Jesús tal como han llegado hasta nosotros, se referían a todos los apóstoles, puesto que fue a los Doce a los que Jesús preguntó. Pedro fue el portavoz de los Doce.

Lo que este evangelio nos recuerda son dos cosas:

1) La Iglesia tiene conciencia, desde sus primeros tiempos, de que es «apostólica». Es decir, la Iglesia procede de la fe que nos trasmitieron los apóstoles. En ese sentido, es «jerárquica», en cuanto que el episcopado proviene del «apostolado».

2) En el Nuevo Testamento, la figura de Pedro se destaca. Lo que se tomó como argumento para aceptar el papel especial del obispo de Roma en el gobierno de la Iglesia. Pero, lo que no tiene fundamento alguno en el Nuevo Testamento es la actual organización y la gestión que se hace del papado. El gobierno de la Iglesia se tiene que organizar y gestionar de manera distinta a como eso se viene haciendo desde el siglo tercero. Y se sigue haciendo en la actualidad.

De todas maneras, en el s. V, el papa Gelasio distinguía entre autoridad y potestad. La «autoridad» correspondía a los Pontífices, la «potestad» era propia de los Emperadores. Siglos más tarde, a partir de Gregorio VII (s. XI), el Papa se apropia el concepto y el ejercicio de la potestad. En el sentido de una monarquía total «nada se escapa de su potestad». Es evidente que Jesús no pudo pensar, y menos conceder, semejante potestad. Lo que la «potestad plena, universal e inmediata», de la que hablan los concilios Vaticano I y II (LG 22) se debería aclarar y precisar. Para bien de la Iglesia entera y garantía de la autoridad y credibilidad del papado.

José María Castillo

El poder de las llaves

Quise leer una noticia en un periódico y, al haberse agotado en el quiosco, acudí a la página web de dicho periódico. Se podían leer algunas noticias, pero para leer la que yo buscaba, hacía falta una clave de acceso, por lo que no pude leerla. Es muy común el uso de claves de acceso en Internet, necesarias para muchas operaciones y consultas de carácter privado. Y por eso en algunas páginas web hay contenidos de acceso público, que todos pueden ver, y contenidos de acceso restringido, disponibles sólo para clientes, suscriptores, o miembros de la asociación, movimiento, grupo, etc., que disponen de la correspondiente clave de acceso.

La palabra “clave” proviene del latín “clavis”, que significa “llave”. Antes del desarrollo de la informática los archivos y documentos importantes se guardaban bajo llave, y sólo unas pocas personas disponían de las llaves necesarias y controlaban quiénes podían acceder a esa información. De ahí que tener la llave, o actualmente tener la clave, supone poder ejercer un poder sobre otros, como hemos escuchado en la 1ª lectura: Llamaré a mi siervo, a Eliacín… le daré tus poderes… Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Y algo similar es lo que el Señor ha dicho a Pedro: Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. Desde una interpretación errónea, podría parecer que Pedro va a ser a partir de ahora el que tenga la potestad de controlar quién entra en el Reino de los Cielos, que quedaría restringido sólo a aquellos que dispongan de la correspondiente llave o clave de acceso, otorgada por Pedro y sus sucesores.

Sin embargo, no es ése el supuesto “poder” que el Señor ha entregado a Pedro. Como indica el Catecismo “Ésta es nuestra fe”: El Papa, sucesor del apóstol Pedro, tiene en la Iglesia un ministerio propio. En él permanece siempre viva la función que el Señor encomendó singularmente a San Pedro, al hacerlo roca en que se apoya el edificio de la Iglesia, portador de las llaves de la misma y pastor de su rebaño. Es cierto que, por esa función, al sucesor de Pedro le corresponde la autoridad plena, suprema y permanente sobre la Iglesia universal.

Pero esta autoridad no es un “poder” en el sentido de un dominio sobre otros, ejercido de modo arbitrario y restrictivo: El ministerio de Pedro, heredado por el Papa, es un ministerio de unidad. Por razón de ese ministerio, el Papa es un testigo privilegiado de la única fe de la Iglesia, llamado a confirmar la fe de todos sus hermanos en Cristo. Cristo Jesús puso al frente de los demás Apóstoles a

Pedro para constituirlo principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y comunión de la Iglesia.

En este sentido hay que entender la entrega a Pedro de las llaves del Reino de los Cielos, como señala el Catecismo Católico para Adultos de la Conferencia Episcopal Alemana: El poder de las llaves significa el poder para administrar la casa de Dios, que es la Iglesia. El poder de “atar y desatar” significa el poder de declarar que una doctrina es vinculante, unido al poder disciplinar, que tiene por objeto salvaguardar la unidad de la Iglesia. No es, por tanto, un poder de decisión de quién accede o no al Reino de los Cielos, sino un servicio que el sucesor de Pedro presta a toda la Iglesia para que anuncie fielmente el Evangelio de Cristo, para que todos los pueblos, sin distinción, tengan la “clave de acceso” y puedan alcanzar la salvación.

¿Alguna vez he ido a buscar algo y no he podido obtenerlo por no disponer de la llave o clave necesaria? ¿Cómo me sentí? ¿Qué es lo primero que pienso al escuchar la entrega de llaves y el poder de “atar y desatar” que el Señor confiere a Pedro? ¿Entiendo su significado de servicio y doctrinal, para salvaguardar la fidelidad al Evangelio de Cristo en la misión de la Iglesia?

La Iglesia tiene en su pasado luces y sombras, y no se puede negar que en ocasiones ha ejercido un poder similar al de otras organizaciones humanas, basándose en esa “posesión de las llaves del Reino de los Cielos”. Sin embargo, la reflexión teológica y renovación eclesial que culminó en el Concilio Vaticano II, han supuesto que se deje de lado la concepción de la Iglesia como una estructura de poder para dejar patente que el único poder de la Iglesia es el servicio, y que el hecho de disponer de las llaves no es sino la responsabilidad de que todos en la Iglesia, desde el Papa al más humilde de los bautizados, anuncien el Evangelio de tal modo que faciliten que todo el que lo desee pueda tener la “clave de acceso” para entrar en el Reino de los Cielos.

¿Qué decimos nosotros?

También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?

¿Conocemos cada vez mejor a Jesús, o lo tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos” de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades, o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?

¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? Quienes se acercan a nuestras comunidades, ¿pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros?

¿No sentimos discípulos y discípulas de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual, o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera, o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?

¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba Jesús? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad, o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús?

¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto humanizador del Padre, o seguimos pensando que lo más importante del cristianismo es preocuparnos exclusivamente de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?

¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de Jesús, u organizamos nuestro fin de semana vacío de todo sentido cristiano? ¿Hemos aprendido a encontrar a Jesús en el silencio del corazón, o sentimos que nuestra fe se va apagando ahogada por el ruido y el vacío que hay dentro de nosotros?

¿Creemos en Jesús resucitado que camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza renovadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 27 de agosto

¿Qué quiso decir Pedro?
      San Pablo en la carta a los Romanos, segunda lectura de este domingo, acentúa una dimensión muy importante de nuestro conocimiento de Dios: el hecho de que no conocemos casi nada de él. Es tan inmenso, es tan grande, que su realidad se nos escapa. De él sabemos lo poco que se nos ha manifestado a través de Jesús. ¡Qué insondables sus decisiones! ¡Qué abismo de generosidad! ¿Quién conoció la mente del Señor? Por eso, cuando decimos “Dios” apenas sabemos lo que queremos decir. Sabemos que es “misterio de amor”, pero sobre todo “misterio”.
      Quizás así entendamos un poco mejor el Evangelio de este domingo. Simón Pedro se atreve a ponerle nombre a Jesús, a decir quién es, a definirle: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Pero, ¿qué significan esas palabras? ¿qué significaron para Pedro? Podemos suponer que “Mesías” le recordaba a Pedro las viejas historias de liberación de su pueblo. Para un pueblo como el judío que vivía entonces bajo la dominación romana, liberación no podía tener otro significado que “liberación política”. Por fin, Dios se manifestaba claramente a favor de su pueblo. Eso no significa que Pedro odiase a los romanos, pero ¿no es acaso una legítima aspiración la búsqueda de la libertad tanto de las personas como de los pueblos? Al decir que Jesús era el Mesías, Pedro estaba expresando su fe en un Dios liberador, en un Dios que apoyaba la libertad de su pueblo para tomar sus propias decisiones y ser dueño de su destino.
      Pero Pedro también dijo de Jesús que era “el Hijo de Dios vivo”. Como Pedro, por razones obvias, no había estudiado el catecismo de la Iglesia Católica, no tendría muy claro el significado de “Hijo de Dios”. Al menos, no tanto como nosotros. Probablemente, lo que quiso subrayar fue la especial relación que notaba entre Jesús y Dios, aquel al que el mismo Jesús llamaba su “Abbá”, su Papaíto. Era una relación especial de amor, de cariño, de entrega mutua. Pero, además, Pedro dice que Jesús es el Hijo de Dios “vivo”. Es otro dato importante a señalar. La vida es lo mejor que tenemos los humanos. Es, posiblemente, lo único que tenemos. Cuando pensamos en Dios, pensamos en la vida, pero no como la nuestra, siempre abocada a la muerte, sino en la Vida en plenitud, para siempre, verdadera. Jesús es el Hijo de Dios “vivo” porque, así lo veía Pedro, era capaz de comunicar vida a los que estaban en torno a él, a los que se encontraba, a sus amigos.
Para la reflexión
Al final, Pedro vino a confesar que Jesús llenaba totalmente sus expectativas de libertad y de vida, que en Jesús encontraba una posibilidad de salir de este círculo fatal de esclavitud y muerte en que nos vemos envueltos las personas. ¿Por qué no nos preguntamos a nosotros mismos qué queremos decir al confesar que Jesús es el “Hijo de Dios”, el “Señor”, el “Cristo”?
 Fernando Torres, cmf