I Vísperas – Domingo XXVI de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: ¿QUIÉN ES ÉSTE QUE VIENE?

¿Quién es éste que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Aleluya.

Salmo 118, 105-112 – HIMNO A LA LEY DIVINA

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Aleluya.

Ant 2. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Salmo 15 – CRISTO Y SUS MIEMBROS ESPERAN LA RESURRECCIÓN.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Ant 3. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA BREVE   Col 1, 3-6a

Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en todo momento, rezando por vosotros, al oír hablar de vuestra fe en Jesucristo y del amor que tenéis a todos los santos, por la esperanza que os está reservada en los cielos, sobre la cual oísteis hablar por la palabra verdadera de la Buena Noticia, que se os hizo presente, y está dando fruto y prosperando en todo el mundo igual que entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

V. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

V. Su gloria se eleva sobre los cielos.
R. Alabado sea el nombre del Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «Si el malvado recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá», dice el Señor.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Si el malvado recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá», dice el Señor.

PRECES

Demos gracias al Señor que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y recordando su amor para con nosotros supliquémosle diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el papa Francisco y por nuestro obispo N.;
protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra
para que a nadie falte el pan de cada día.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Señor, ten piedad de los difuntos
y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que manifiestas tu poder de una manera admirable sobre todo cuando perdonas y ejerces tu misericordia, infunde constantemente tu gracia en nosotros, para que, tendiendo hacia lo que nos prometes, consigamos los bienes celestiales. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 30 de septiembre

Lectio: Sábado, 30 Septiembre, 2017
Tiempo Ordinario
 
1) Oración inicial
¡Oh Dios!, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna. Por nuestro Señor.
 
2) Lectura
Del Evangelio según Lucas 9,43b-45
Estando todos maravillados por todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.» Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado su sentido de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.
 
3) Reflexión
• El evangelio de hoy nos habla del segundo anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Los discípulos no entendieron la palabra sobre la cruz, porque no son capaces de entender ni di aceptar a un Mesías que se hace siervo de los hermanos. Ellos siguen soñando con un mesías glorioso.
• Lucas 9,43b-44: El contraste. “Estando todos maravillados por todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos: “Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.” El contraste es muy grande. Por un lado la gente vibra y admira todo aquello que Jesús decía y hacía. Jesús parece corresponder a todo aquello que la gente sueña, crea y espera. Por otro lado, la afirmación de Jesús que será preso y que será entregado en manos de los hombres. Es decir, la opinión de las autoridades sobre Jesús es totalmente contraria a la opinión de la gente.
• Lucas 9,45: El anuncio de la Cruz. “Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado su sentido de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.” Y tenían miedo a hacer preguntas sobre el asunto”. Los discípulos lo escuchaban, pero no entendían las palabras sobre la cruz. Pero con todo, no piden aclaraciones. ¡Tienen miedo en dejar aflorar su ignorancia!
• El título de Hijo del Hombre. Este nombre aparece con gran frecuencia en los evangelios: 12 veces en Juan, 13 veces en Marcos, 28 veces en Lucas, 30 veces en Mateo. En todo, 83 veces en los cuatro evangelios. A Jesús le gustaba mucho usar este nombre, más que todos los demás. Este título viene del AT. En el libro de Ezequiel, indica la condición bien humana del profeta (Ez 3,1.4.10.17; 4,1 etc.). En el libro de Daniel, el mismo título aparece en una visión apocalíptica (Dan 7,1-28), en la que Daniel describe los imperios de los Babiloneses, de los Medos, de los Persas y de los Griegos. En la visión del profeta, estos cuatro imperios tienen la apariencia de “animales monstruosos” (cf. Dan 7,3-8). Son imperios animalescos, brutales, deshumanos, que persiguen, deshumanizan y matan (Dan 7,21.25). En la visión del profeta, después de los reinos anti-humanos, aparece el Reino de Dios que tiene apariencia no de animal, sino que de figura humana, Hijo de hombre. Es decir, se trata de un reino con apariencia de gente, reino humano, que promueve la vida. Humaniza. (Dan 7,13-14). En la profecía de Daniel la figura del Hijo del Hombre representa, no a un individuo, sino, como el mismo dice, al “pueblo de los Santos del Altísimo” (Dan 7,27; Cf. Dan 7,18). Es el pueblo que no se deja deshumanizar ni engañar o manipular por la ideología dominante de los imperios animalescos. La misión del Hijo del Hombre, esto es, del pueblo de Dios, consiste en realizar el Reino de Dios como un reino humano. Reino que no persigue la vida, ¡sino que la promueve! Humaniza a las personas.
Al presentarse a los discípulos como a Hijo del Hombre, Jesús asume como suya esta misión que es la misión de todo el Pueblo de Dios. Y es como si les dijera a ellos y a todos nosotros: “¡Vengan conmigo! Esta misión no es sólo mía, sino que es de todos nosotros. ¡Vamos juntos a realizar la misión que Dios nos ha entregado, a realizar el Reino humano y humanizador que él soñó!” Y fue lo que él hizo y vivió durante toda la vida, sobre todo, en los últimos treinta años. Decía el Papa León Magno: “Jesús fue tan humano, pero tan humano, como sólo Dios puede ser humano”. Cuando más humano, tanto más divino. ¡Cuando más “hijo del hombre” tanto más “hijo de Dios!” Todo aquello que deshumaniza a las personas aleja de Dios. Fue lo que Jesús condenó, colocando el bien de la persona humana como prioridad encima de las leyes, encima del sábado (Mc 2,27). En la hora de ser condenado por el tribunal religioso del sinedrio, Jesús asumió este título. Al preguntarle si era el “hijo de Dios” (Mc 14,61), responde que es el “hijo del Hombre”: “Yo soy. Y veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todo-Poderoso” (Mc 14,62). Por causa de esta afirmación fue declarado reo de muerte por las autoridades. El mismo sabía de esto, pues había dicho: “El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate de muchos” (Mc 10,45).
 
4) Para la reflexión personal
• ¿Cómo combinas en tu vida el sufrimiento y la fe en Dios?
• En tiempo de Jesús había contrastes: la gente pensaba y esperaba de una forma, mientras que las autoridades religiosas pensaban y esperaban de otra forma. Hoy existe ese mismo contraste.
 
5) Oración final
Tu palabra, Yahvé, para siempre,
firme está en los cielos.
Tu verdad dura por todas las edades,
tú asentaste la tierra, que persiste. (Sal 119,89-90)

Detrás del sí y detrás del no

También hay un cristianismo «declamatorio» Hay quien dice sí y hace no.

Y hay quien dice no y hace sí.

Evidentemente, a Dios le agradan los que dicen sí y hacen sí. Pero también es claro que entre el que dice y no hace, y el que no tiene las palabras justas en la boca pero es capaz de presentar acciones convincentes, sus preferencias se inclinan por esta segunda categoría de individuos.

La parábola del evangelio representa la condenación inexorable de un cristianismo «declamatorio», hinchado de palabras, de fórmulas, de profesiones solemnes, de hechos convincentes proclamaciones de fe, pero vacío de.

No bastan las «tomas de posición» (naturalmente «firmes»)

No son suficientes las reafirmaciones de principios (naturalmente «intocables»).

Es demasiado poco estar en regla con la ortodoxia. A las palabras deben seguir las acciones.

A los principios, la conducta coherente. A las enseñanzas, el ejemplo personal.

Al credo recitado con voz potente, una vida que no lo desmienta clamorosamente.

Las ideas que se manifiestan no pueden estar sólo en armonía con la sana doctrina («depositum fidei»), sino sobre todo con la conducta práctica.

Es indispensable «hacer la verdad», y no sólo conocerla, pensarla, guardarla, anunciarla.

Más aún, podemos decir que conocemos plenamente la verdad, sólo cuando la «hacemos».

«Aquel que actúa conforme a la verdad, se acerca a la luz» (Jn 3,21).

La praxis no es sin más ni más la consecuencia del conocimiento de la verdad, sino que representa la condición necesaria para llegar al conocimiento de Dios. La praxis, no la teoría, es el principio cognoscitivo.

Al final de la vida no nos juzgarán por la doctrina, sino por los hechos: el pan compartido con el hambriento, el vaso de agua ofrecido a quien tiene sed.

Más aún, los elegidos confesarán cándidamente que no se sienten en regla con la ortodoxia, reconocerán sus errores en materia cristológica: «¿Cuándo te vimos hambriento… desnudo… enfermo… pobre… encarcelado…?» (Mt 25, 37-40). O sea: «¡No sabíamos que eras así!».

Sin embargo, los acogerán en el Reino porque su comportamiento era el que tenía que ser.

En última instancia, ante el tribunal supremo, lo que importa es estar en regla con el mandamiento de la caridad.

La gloria de Dios no se ve comprometida si resbalamos en alguna definición teológica. Pero su imagen se ofusca cuando no hacemos un acto de misericordia.

El se siente defraudado cuando se le niega la comida o el vestido o el lecho a un pobre cualquiera.

El no que anula todos los síes

La situación que nos describe la parábola tiene algunas variantes. Una puede ser ésta.

Está el cristiano que dice sí a Dios en el terreno de la moral sexual, en la defensa de las tradiciones religiosas, en las prácticas devotas, en los sacrificios más costosos, en la obediencia a los superiores.

Proclama a voces, en toda ocasión, su propia pertenencia a la Iglesia, defiende sus derechos, lucha intrépidamente por todas las causas «buenas».

Pero luego se muestra duro con el prójimo. Le niega el perdón. No vacila en herir, en humillar, en despreciar.

Pues bien: ése es la réplica exacta del primer hijo, del que dijo enseguida que sí, pero luego fue no.

La negativa a amar, a respetar al otro, anula todos los demás síes. Podemos engañarnos al pensar que trabajamos en muchos campos para el Señor. Pero si no trabajamos en el de la caridad, la viña del Padre queda sin cultivar.

Cuando la lengua engaña

Podemos añadir: hay una fidelidad de fachada, muy correcta, obsequiosa, que respeta las formas, disciplinada. Que con frecuencia sirve de capa al oportunismo, al cinismo, al cálculo astuto, incluso a la rebelión interior.

Y hay una fidelidad sufrida, que a veces se traduce en actitudes externas descompuestas, en un tono algo rebelde, en efervescencias superficiales, pero que traduce un compromiso hondo, una vida ejemplar en la sustancia, una entrega admirable, una generosidad a toda prueba.

En una palabra, puede haber una deferencia llamativa, una obediencia ostentosa, que ocultan el desamor.

Y puede haber un lenguaje áspero, crítico, que esconde una pasión profunda.

Por desgracia, muchas veces se premian las sonrisas, las inclinaciones, los síes a todo y en todas las circunstancias.

El primer hermano es estimado y admirado. Al segundo se le mira con sospecha o se le ignora.

Por fortuna, el Padre tiene en cuenta lo que viene «detrás» del sí o «detrás» del no.

Tiene la costumbre de mirar adónde llevan las palabras, de fijarse en cómo se emplean las manos después de los aplausos…

El test más fiable

Un test fiable sobre la autenticidad de nuestro sí es el que nos ofrece el estilo de vida comunitaria.

La página de Pablo (segunda lectura) sigue siendo de candente actualidad.

La imagen de Cristo que, siguiendo el camino descendente del despojo total, se hizo siervo, llegó lo más bajo posible, hasta tocar el fondo de la humillación, ocupar el último puesto y llegar a anonadarse, debería inspirar el comportamiento de todos sus seguidores.

Por desgracia, demasiadas veces el entramado de la vida común se rompe por rivalidades absurdas, por afanes de prestigio y de «ascensos» insensatos, por empeño en obtener títulos, honores, consideraciones, cargos (¡incluso en su nombre! sí, en nombre de aquel que arrinconó los privilegios divinos para hacerse esclavo…)

«Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor… ».

Pablo «conjura», con un crescendo de expresiones bajo el ritmo del si, a realizar la unidad en la humildad.

«No obréis por envidia ni por ostentación».

La afirmación de sí mismo, el protagonismo, el espíritu de competición, la envidia, son la caries, el cáncer que corroe las relaciones comunitarias, provocando devastaciones espantosas.

El sí de la caridad implica necesariamente el no de la humildad, o sea, el no opuesto al amor propio, a la vanidad, a la gloria individual. Solamente un corazón vacío de sí mismo puede llenarse de amor. También para el creyente hay una kénosis personal, copiada de la de Cristo, como condición necesaria para tener caridad con los demás.

«Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús».

No basta con tener en los labios la palabra amor, engarzada quizás con fórmulas brillantes.

Hay que poseer «por dentro» el sentir de Cristo, su «ambición» abismal de convertirse en el último y en el siervo de todos.

«No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás».

Está el interés material. Y a veces, todavía más desenfrenado, el interés por el propio rostro, por el propio nombre.

Pero sólo cuando hacemos desaparecer nuestro rostro es cuando, en la comunidad eclesial, aparece el rostro del amor.

Cristo recibió su «nombre» de Dios. Nosotros no podemos esperar. Pretendemos «dárselo» nosotros y gastamos todo nuestro tiempo y todas nuestras energías en defenderlo (el tiempo y las energías que deberíamos emplear más útilmente en cultivar la viña del Señor, no nuestra fama ni nuestra popularidad).

La gran posibilidad: empezar a ser cristianos

Ezequiel nos recuerda que hay siempre una posibilidad. La posibilidad de hacernos distintos, de modificar el talante actual de nuestra vida.

Existe la posibilidad de que el justo emprenda el camino del mal. Y la posibilidad de que el malvado se arrepienta de su conducta y opte por el bien.

Y también existe, por desgracia, la posibilidad de que uno no perciba la necesidad de cambiar y se quede bloqueado en sus propias posiciones.

Y entonces puede ocurrir que veamos que pasan adelante ciertas personas a las que normalmente se desprecia:

«Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».

No es una pequeña sorpresa.

Es inútil que nos finjamos escandalizados.

El hecho es que pasamos el tiempo observando, juzgando, condenando a los que consideramos indignos.

No nos damos cuenta de que precisamente los irregulares, los que niegan a Dios, aquellos a los que catalogamos entre los irrecuperables, pueden haber respondido entretanto a la invitación, que se hayan conmovido.

Y nosotros nos engañamos con la idea de que nos han dado a nosotros en exclusiva y en posesión perpetua la herencia del Reino. O creemos que nuestras posiciones son definitivas.

Tenemos que convencernos de que nuestro sí a Dios no es algo ya establecido y fijado para siempre.

Tiene razón G. Bessiére: nunca acabaremos de ser cristianos.

A. Pronzato

Domingo XXVI de Tiempo Ordinario

1. Situación

Queremos servir al Señor con lealtad; pero somos conscientes de lo remolones que somos. Si fuera sólo remolonería… Con frecuencia, decimos no con nuestra vida, aunque el sentimiento diga que sí. ¿Por qué somos así?, nos preguntamos.

A veces es fruto de nuestras resistencias voluntarias o de los apaños que nos hacemos para manejar la voluntad de Dios a nuestro antojo.

Otras veces, sin embargo, tenernos la sensación de que el problema es más hondo, que nos falta un amor grande y total («fervor de espíritu», decían los clásicos) para responder con gozo y prontitud a los deseos de Dios. ¿Depende de nuestra voluntad esta libertad interior del amor?

2. Contemplación

La lectura de Ez 18 nos pide sinceridad con nuestro corazón, que no echemos hiera de nosotros el problema, escudándonos en explicaciones. El colmo de la mentira-excusa es echarle a Dios la culpa de nuestra historia personal de pecado.

El Sal 24 me ayuda a dar un paso más: a situar mi responsabilidad en acto de oración, pues es verdad que mi falta de entrega es mía y, simultáneamente, que no soy capaz de un sí incondicional y pleno a lo que Dios quiera. Lo noto en cuanto paso de una actitud general a problemas concretos. Cuando me pregunto, por ejemplo, si Dios me pidiese dejar esto o aquello, entonces siento mi falta de amor verdadero.

De esto nos habla el Evangelio: del hijo que dice no a la primera y, luego, va, y del hijo que, al principio, dice sí, pero luego se escaquea. Es consolador en medio de todo, pues uno quisiera decir sí inmediatamente, sin pensárselo dos veces.

Lo más desconcertante es que el hijo primero simboliza a los pecadores, a cada uno de nosotros. Consolador, para los que reconocemos nuestras resistencias y confiamos en la fidelidad del Señor, más fuerte que nosotros mismos. Provocador, para los que se creen los buenos, los intachables, los fieles.
 

3. Reflexión

El tema de hoy es especialmente aleccionador para los que llevamos años trabajando en la viña del Señor, es decir, hemos ido consolidando la opción cristiana de nuestra vida. En efecto, no nos queremos echar atrás, aunque a veces nos cansamos. Nuestro problema está en que no terminamos de amar. Andamos siempre debatiéndonos entre el deseo y la realidad, el sí incondicional y el egocentrismo.

Que no somos santos es evidente. Pero tampoco nos consideramos mediocres, si mediocridad significa tibieza, es decir, autosuficiencia y acomodación a lo fácil y seguro.

¿Qué nos falta? Sin duda, amor sin medida, coraje para jugarnos la vida a una sola carta.

Pero con los años hemos aprendido que el salto a la realización de nuestros mejores deseos no está en nuestras manos. ¿Qué hacer?

4. Praxis

En este caso, lo más práctico no es hacer actos de generosidad, sino discernir.

Tener una visión de conjunto de la trayectoria personal, qué dificultades para amar con libertad se repiten. ¿De dónde vienen? Se mezclarán causas humanas y espirituales.

Criterio base: Si mi vida ha estado marcada por el primado de la voluntad de Dios y he ido creciendo en libertad interior a partir de ese primado, aunque todavía sienta lo atrapado que estoy por m i «yo» .

¿Cuál es mi momento actual respecto al amor? ¿Algún punto crítico, en el que noto que estoy jugándome la generosidad? ¿De dónde nace mi deseo de generosidad, del deber de perfección o del corazón que ama, aunque el «yo» se resista?

El discernimiento no es un medio para aplazar la praxis, sino para una buena estrategia espiritual. Hay limitaciones sicológicas en el amor que nos molestan, pero no pueden ser superadas. Hay resistencias del yo que exigen humildad y paciencia para esperar la hora de la libertad. Hay negaciones interiores que son sólo excusas para no amar.

Javier Garrido

Evangelii Gaudium – Francisco I

Una catequesis kerygmática y mistagógica

163. La educación y la catequesis están al servicio de este crecimiento. Ya contamos con varios textos magisteriales y subsidios sobre la catequesis ofrecidos por la Santa Sede y por diversos episcopados. Recuerdo la Exhortación apostólica Catechesi Tradendae (1979), el Directorio general para la catequesis (1997) y otros documentos cuyo contenido actual no es necesario repetir aquí. Quisiera detenerme sólo en algunas consideraciones que me parece conveniente destacar.

Decir y hacer

1. Mateo sitúa esta parábola después de la entrada de Jesús en Jerusalén, junto a otras parábolas que suscitan la polémica con los jefes judíos en torno a la autoridad de Jesús. El mensaje de este texto es obvio: entra en el reino el que hace, no meramente el que dice. El que dice y no hace es fariseo, enemigo de Jesús.

2. Para mostrar el nuevo valor del compromiso efectivo, el relato pone de manifiesto el contraste entre dos hijos. La conducta del primero evidencia la culpabilidad del segundo. Jesús se dirige a aquellos cuya conducta está representada por el hijo segundo: obedecen con palabras, no con hechos. Son los «justos» oficiales que no cambian de conducta, que no se convierten.

3. Para caracterizar el cristianismo auténtico, la parábola opone el hacer al decir. «Hacer» significa obrar según el evangelio. Es decir, la fe cristiana es respuesta personal a Dios, que llama a conversión por medio de las obras. Los «publicanos y prostitutas» representan hoy al pueblo marginado, que, en el fondo, «escribe» (obra) como Dios quiere: derecho con renglones torcidos. Por el contrario, los que se consideran «justos» rechazan la conducta evangélica. Algo parecido dice la sabiduría popular: obras son amores y no buenas razones; o, de otro modo: no es lo mismo predicar que dar trigo.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo es nuestra obediencia a la llamada de Dios?

¿Cuándo somos «justos» y cuándo somos «publicanos y prostitutas»?

Casiano Floristán

¿Cuál de los dos?

Cristo nos indica el camino para aceptar la voluntad del Padre en nuestras vidas.

El camino de justicia

Jesús se halla en Jerusalén, su tiempo se acorta. La hostilidad de quienes rechazan su mensaje se exacerba. La parábola de hoy es simple y cuestionante. Antes de hacer su comparación el Señor pide la opinión de sus auditores, ellos mismos decidirán (cf. Mt 21, 28). Notemos que el mismo orden en que es presentado el comportamiento de los dos hijos descarta la interpretación que trata de identificar al primero con el pueblo de Israel y al segundo con la Iglesia (cf. v. 28-30). El asunto no es cronológico, está en juego algo más hondo y permanente en la vida del creyente: hacer la voluntad de Dios.

El relato es sobrio, no se dan las razones de los dos comportamientos, simplemente se describen. Pese a su reserva inicial, el primer personaje cumple con la voluntad del Padre (cf. v. 29). Sus palabras dijeron no, pero su gesto termina diciendo sí. El segundo, en cambio, es un mentiroso: acepta en teoría lo que niega en la práctica (cf. v. 30). Es un incoherente. El seguimiento de Jesús se juega en la práctica: ella decide el destino ante Dios. El hacer prima sobre el decir. La pregunta de Jesús no deja lugar a escapatoria y exige discernimiento: «¿Quién de los dos hizo lo que quería el Padre?»(v. 31). No basta responder: «El primero». Los que escuchan a Jesús se saben interpelados: ¿Con cuál de los dos os identificáis vosotros?, ¿cuál creéis que es el camino de justicia?

Despojarse de sí mismo

Esa es también la cuestión para nosotros: ¿Somos de aquellos que piensan que basta con decir «Señor, Señor» (Mt , 21) para entrar en el Reino? Acomodarse a formalidades —incluso religiosas— rinde dividendos. Siguiendo las pautas dominantes en la sociedad nos evitamos problemas, y somos bien considerados. Esa no es la justicia de que nos habla Jesús; aquellos que pretenden ser buenos observantes de la ley serán precedidos en el Reino —nos dice con audacia— por quienes ellos estiman que son sus mayores violadores: publicanos y prostitutas, pecadores públicos (cf. v. 31). Es una de las frases más duras del Señor. Ella nos sitúa en el terreno de la justicia que exige el Reino: poner en práctica la voluntad del Padre que ama a toda persona y en especial a los más necesitados y despreciados. Practicar «el derecho y la justicia», dice Ezequiel (v. 27). Justicia que es vida y a la que debemos, todos sin excepción, convertirnos permanentemente (cf. v. 28). Esa demanda juzga nuestra existencia. Ante ella aparece claro que sólo la soberbia puede hacer creer que somos «justos» y sembrar dudas sobre la conducta y las creencias de quienes no coinciden con nosotros.

Para hacer la voluntad del Padre el Señor nos señala el camino de la humildad: «Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo» (Flp 2, 7). Dejó de lado todo privilegio. Nuestra condición de cristianos, nuestra responsabilidad en la Iglesia, no deben ser motivo de «ostentación» (v. 3) y prepotencia, sino de solidaridad. Sólo así hay una auténtica comunión en el Espíritu (v. 1). El hermoso himno de Filipenses nos recuerda que la inmersión en la historia es el camino que toma el Hijo de Dios para hacernos sus amigos.

Gustavo Gutiérrez

¿Qué os parece?

¿Qué os parece? Jesús nos invita a conversar sobre unos temas de interés. Nos propone un caso por un lado y por otro hace una afirmación sorprendente. En cuanto al caso, se trata de un padre que les manda a su dos hijos a trabajar a la viña. Al primero le dice: “ve a trabajar a la viña “. Y le contesta “No quiero”. Pero después se arrepiente y va. Se acercó al segundo hijo y le dijo lo mismo. Respondió “voy, señor” pero no fue. La respuesta no admite dudas. Lo explica muy bien el dicho popular: ”Obras son amores“. La pregunta que lanza Jesús al público que le escuchaba es la siguiente: “¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?”. La respuesta es unánime: el primero.

La afirmación es la siguiente: “Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera para entrar en el Reino de Dios.” Hay quienes se contentan con pronunciar bonitas palabras, con proclamar brillantes discursos y elaborar complejos programas, pero eso no es lo importante. Lo que vale son las obras. Así se explica que San Pablo en sus cartas a los cristianos de Filipos no les anime a que elaboren manifiestos admirables, sino que les aconseja: “Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentido. No obréis por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerar siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús”.

“Os aseguro que los publicanos (o recaudadores) y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”. Un modo de señalar la bondad, la compasión, la misericordia de Dios, que se vuelca sobre lo más frágil y débil de la humanidad. En los últimos años se está subrayando que Dios es misericordioso. En épocas anteriores, no lejanas, se insistía y se anunciaba un Dios riguroso, justo, controlador. El actual Papa, Francisco, ha cooperado notablemente en crear este clima: el de un Dios misericordioso. Frente a la corriente de mostrar a Dios como inflexible y severo, el Papa ha proclamado que el mundo necesita “descubrir que Dios es Padre, que existe la misericordia, que ni la crueldad, ni la condena es el camino.

En estas fechas, en las que se respira un ambiente de tensión, incluso de enfrentamiento, en estas fechas en las que “la globalización de la indiferencia» nos ha quitado la capacidad para llorar y sufrir con los demás, en estas fechas en las que el telediario nos cita, nos nombra lugares, personas cargadas de dolor y de odio, tenemos que destacar el valor de la misericordia. Las palabras solo no valen. Especialistas en el Islam anotan que en el Corán (el libro sagrado de los musulmanes) aparece 300 veces el término “misericordia”. Pero aquí se cumple lo que decía más arriba. Pues un porcentaje significativo de seguidores de su doctrina han ejecutado o aplaudido atentados horrorosos.

La riqueza de la palabra misericordia nos viene expresada por la cantidad de matices: caridad, compasión, bondad, piedad, simpatía, clemencia, perdón, comprensión, indulgencia, benevolencia, amabilidad, afabilidad, mansedumbre.

Con motivo de la Cumbre Mundial contra la pobreza los casi 200 Países del mundo pronunciaron discursos fervorosos. Más a la hora de apoyar la iniciativa solo 5 Países colaboran con el 0,7% de su PIB.

Jesús invita a que nos preguntemos qué opinamos sobre Dios, cómo le sentimos. Si acudimos a la viña, es decir, a las tareas que nuestro mundo reclama.

El Papa nos ha dicho que “la cuestión principal de la Iglesia es actuar, verse como un hospital de campaña tras una batalla”.

Josetxu Canibe

El riesgo de instalarnos en la religión

Son bastantes los cristianos que terminan por instalarse cómodamente en su fe, sin que su vida apenas se vea afectada. Se diría que su fe es un añadido, no algo nuclear que anima su vivir diario.

Cuántas veces la vida de los cristianos queda como cortada en dos. Actúan, se organizan y viven como todos los demás a lo largo de los días, y el domingo dedican un cierto tiempo a dar culto a un Dios que está ausente de sus vidas el resto de la semana.

Cristianos que se desdoblan y cambian de personalidad, según se arrodillen para orar a Dios o se entreguen a sus ocupaciones diarias. Dios no penetra en su vida familiar, en su trabajo, en sus relaciones sociales, en sus proyectos o intereses. La fe queda convertida así en una costumbre, un reflejo, una «relajación semanal», como diría Jean Onimus, y, en cualquier caso, en una prudente medida de seguridad para ese futuro que tal vez exista después de la muerte.

Todos hemos de preguntarnos con sinceridad qué significa realmente Dios en nuestro diario vivir. Lo que se opone a la verdadera fe no es muchas veces la increencia, sino la falta de coherencia.

¿Qué importa el credo que pronuncian nuestros labios, si falta luego en nuestra vida un mínimo esfuerzo de seguimiento sincero a Jesús? ¿Qué importa —nos dice Jesús en su parábola— que un hijo diga a su padre que va a trabajar en la viña si luego en realidad no lo hace? Las palabras, por muy hermosas que sean, no dejan de ser palabras.

¿No hemos reducido con frecuencia nuestra fe a palabras, ideas o sentimientos? ¿No hemos olvidado demasiado que la fe verdadera da un significado nuevo y una orientación diferente a todo el comportamiento de la persona? Los cristianos no deberíamos ignorar que, en realidad, no creemos lo que decimos con los labios, sino lo que expresamos con nuestra vida entera.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 30 de septiembre

Dice el evangelista que Jesús le dijo a sus discípulos: “Meteos esto bien en la cabeza.” Debe ser que sabía que tenían la cabeza dura. O que, simplemente, a veces hay cosas que no nos gusta oír y que, por tanto, no oímos. Los discípulos, acaudillados por Pedro, han tomado conciencia de que Jesús es el Mesías, el enviado de Dios para liberar al pueblo de Israel de la opresión y la injusticia.

Eso lo sabe Jesús. Como buen catequeta y pedagogo, sabe que los discípulos han dado un paso al frente. Ahora saben que él es el Mesías. Pero no tienen ni idea de qué tipo de Mesías es Jesús. Más bien tienen muy claro cómo les gustaría a ellos que Jesús fuese Mesías. 

Se imaginan a Jesús en triunfo, entrando en Jerusalén después de haber barrido la ciudad y toda Palestina de los romanos invasores y de haber quitado de enmedio a todos aquellos judíos que se aprovechaban de sus hermanos, que los oprimían tanto o más que los romanos y que colaboraban con ellos. Se imaginaban a ellos mismos cabalgando al lado de Jesús, compartiendo el triunfo. Con Jesús se acabó la miseria. 

Por eso sabía Jesús que les iba a costar comprender su peculiar manera de ser Mesías: estando cerca de los pobres y sencillos, siendo testigo del amor de Dios para los marginados y excluidos y encontrándose con los poderosos sin armas, renunciando a toda violencia. Asumiendo que al final las fuerzas del mal podrían ganar la batalla (¡pero no la guerra!). Por eso les dijo “meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres.”

Como es natural, los discípulos no entendían. Tampoco querían entender algo que estaba tan lejos de sus expectativas. Sentían que lo que decía Jesús era verdad pero les daba miedo asumir esa verdad. A ellos, como tantas veces a nosotros, les costaba entender que la resurrección pasa por la muerte y que no puede ser de otra manera.