I Vísperas – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: ¿QUIÉN ES ÉSTE QUE VIENE?

¿Quién es éste que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Aleluya.

Salmo 118, 105-112 – HIMNO A LA LEY DIVINA

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Aleluya.

Ant 2. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Salmo 15 – CRISTO Y SUS MIEMBROS ESPERAN LA RESURRECCIÓN.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Ant 3. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA BREVE   Col 1, 3-6a

Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en todo momento, rezando por vosotros, al oír hablar de vuestra fe en Jesucristo y del amor que tenéis a todos los santos, por la esperanza que os está reservada en los cielos, sobre la cual oísteis hablar por la palabra verdadera de la Buena Noticia, que se os hizo presente, y está dando fruto y prosperando en todo el mundo igual que entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

V. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

V. Su gloria se eleva sobre los cielos.
R. Alabado sea el nombre del Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Hijo del hombre vendrá revestido de la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Hijo del hombre vendrá revestido de la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

PRECES

Demos gracias al Señor que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y recordando su amor para con nosotros supliquémosle diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el papa Francisco y por nuestro obispo N.;
protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra
para que a nadie falte el pan de cada día.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Señor, ten piedad de los difuntos
y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, aumentes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 2 de septiembre

Lectio: Sábado, 2 Septiembre, 2017 – 04

1) Oración inicial
¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio
Del Evangelio según Mateo 25,14-30
«Es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: `Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.’ Su señor le dijo: `¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.’ Llegándose también el de los dos talentos dijo: `Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado.’ Su señor le dijo: `¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.’ Llegándose también el que había recibido un talento dijo: `Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.’ Mas su señor le respondió: `Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, el talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y al siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.’

3) Reflexión
• El evangelio de hoy nos habla de la Parábola de los Talentos. Esta parábola está situada entre dos otras parábolas: la parábola de las Diez Vírgenes (Mt 25,1-13) y la parábola del Juicio Final (Mt 25,31-46). Las tres parábolas esclarecen y orientan a las personas sobre la llegada del Reino. La parábola de las Diez Vírgenes insiste en la vigilancia: el Reino puede llegar en cualquier momento. La parábola del Juicio Final dice que para tomar parte en el Reino hay que acoger a los pequeños. La parábola de los Talentos orienta sobre cómo hacer para que el Reino pueda crecer. Habla sobre los dones o carisma que las personas reciben de Dios. Toda persona tiene algunas cualidades, sabe alguna cosa que ella puede enseñar a los otros. Nadie es solamente alumno, nadie es solamente profesor. Aprendemos unos de otros.
Una clave para comprender la parábola. Una de las cosas que más influyen en la vida de la gente es la idea que nos hacemos de Dios. Entre los judíos de la línea de los fariseos, algunos se imaginaban a Dios como un Juez severo que los trataba según el mérito conquistados por las observancias. Esto causaba miedo e impedía el crecimiento de las personas. Sobre todo impedía que ellas abriesen un espacio dentro de sí para acoger la nueva experiencia de Dios que Jesús comunicaba. Para ayudar a estas personas, Mateo cuenta la parábola de los talentos.

• Mateo 25,14-15: La puerta de entrada en la historia de la parábola. Jesús cuenta la historia de un hombre que, antes de viajar, distribuye sus bienes a los empleados, dándoles cinco, dos o un talento, según la capacidad de cada uno. Un talento corresponde a 34 kilos de oro, ¡lo cual no es poco! En el fondo, cada uno recibe igual, pues recibe “según su capacidad”. Quien tiene vaso grande, recibe el vaso lleno. Quien tiene el vaso pequeño, recibe el vaso lleno. Luego el dueño se va al extranjero y queda allí mucho tiempo. La historia tiene un cierto suspense. No se sabe con qué finalidad el dueño ha entregado su dinero a los empleados, ni sabe cómo va a ser el final.

• Mateo 25,16-18: La manera de actuar de cada empleado. Los dos primeros trabajan y hacen duplicar los talentos. Pero aquel que recibe un talento cava un hoyo en la tierra y lo esconde bien para no perderlo. Se trata de los bienes del Reino que se entregan a las comunidades y a las personas según su capacidad. Todos y todas recibimos algunos bienes del Reino, ¡pero no todos respondemos de la misma manera!

• Mateo 25,19-23: Rendimiento de cuentas del primero y del segundo empleado, y la respuesta del Señor. Después de mucho tiempo, el dueño vuelve. Los dos primeros dicen la misma cosa: “Señor, cinco/dos talentos me entregaste: aquí tienes otros cinco/dos que gané!” Y el señor da la misma respuesta: “Muy bien, siervo bueno y fiel. En lo poco has sido fiel, en lo mucho te pondré. Entra en el gozo de su señor”

• Mateo 25,24-25: Rendimiento de cuentas del tercer empleado. El tercer empleado llega y dice: “Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.!” En esta frase despunta una idea errada de Dios que es criticada por Jesús. El empleado ve a Dios como un patrón severo. Ante un Dios así, el ser humano tiene miedo y se esconde atrás de la observancia exacta y mezquina de la ley. Piensa que, al actuar así, la severidad del legislador no va a poderle castigar. En realidad, una persona así no cree en Dios, sino que apenas cree en si misma y en su observancia de la ley. Se encierra en si misma, se desliga de Dios y no consigue interesarse en los otros. Se vuelve incapaz de crecer como persona libre. Esta imagen falsa de Dios aísla al ser humano, mata a la comunidad, acaba con la alegría y empobrece la vida.

• Mateo 25,26-27: Respuesta del Señor al tercer empleado. La respuesta del señor es irónica. Dice: “Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses.!” El tercer empleado no fue coherente con la imagen severa que tenía de Dios. Si se imaginaba a un Dios severo de aquella manera, hubiera tenido por lo menos que colocar el dinero en un banco. Es decir que él será condenado no por Dios, sino por la idea errada que tenía de Dios y que lo deja miedoso e inmaduro. No va a ser posible ser coherente con aquella imagen de Dios, pues el miedo deshumaniza y paraliza la vida.

• Mateo 25,28-30: La palabra final del Señor que esclarece la parábola. El señor manda quitarle el talento para darlo a aquel que tiene diez “Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.”. Aquí está la clave que aclara todo. En realidad, los talentos, el “dinero del dueño”, los bienes del Reino, son el amor, el servicio, el compartir. Es todo aquello que hace crecer la comunidad y revela la presencia de Dios. Aquel que se encierra en si mismo con miedo a perder lo poco que tiene, va a perder hasta lo poco que tiene. Pero la persona que no piensa en sí y se entrega a los demás, va a crecer y recibir de forma inesperada, todo aquello que entregó y mucho más. “Pierde la vida quien quiere asegurarla, la gana quien tiene el valor de perderla”
• La moneda diferente del Reino. No hay diferencia entre los que reciben más y los que reciben menos. Todos tienen su don según su capacidad. Lo que importa es que este don sea puesto al servicio del Reino y haga crecer los bienes del Reino que son amor, fraternidad, compartir. La clave principal de la parábola no consiste en hacer producir los talentos, sino en relacionarse con Dios de forma correcta. Los dos primeros no preguntan nada, no buscan su bienestar, no guardan para sí, no se encierran en sí mismos, no calculan. Con la mayor naturalidad, casi siempre sin darse cuenta y sin buscar mérito, empiezan a trabajar para que el don que Dios les ha dado rinda para Dios y para el Reino. El tercero tiene miedo, y no hace nada. De acuerdo con las normas de la antigua ley estaba en lo correcto. Se mantiene dentro de las exigencias. No pierde nada y no gana nada. ¡Por esto, pierde hasta lo que tenía. El Reino es riesgo. Aquel que no corre riesgos, pierde el Reino!

4) Para la reflexión personal
• En nuestra comunidad, ¿tratamos de conocer y valorar los dones de cada persona? Nuestra comunidad ¿es un espacio donde las personas pueden desenvolver sus dones? A veces los dones de una persona engendran envidia y competitividad en los otros. ¿Cómo reaccionamos?
• ¿Cómo entender la frase: «Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará?»

5) Oración final
Esperamos anhelantes a Yahvé,
él es nuestra ayuda y nuestro escudo;
en él nos alegramos de corazón
y en su santo nombre confiamos. (Sal 33,20-21)

A lo mejor he perdido la cabeza

Me he dejado engatusar

El riesgo está en considerar un «caso límite» el de Jeremías, creer que la suya es una experiencia «irrepetible». Por eso, ante la dolorosa lamentación del profeta nos sentimos en la obligación de conmovernos por el drama que subyace o bien de escandalizarnos por la dureza del lenguaje que emplea. Y nada más.

Pero lo que deberíamos hacer es intentar «meternos» en esa oración y ver un poco cómo se está dentro de ella.

Podríamos muy bien interpretar las tres lecturas de hoy tomando como clave de lectura el desahogo apasionado de Jeremías.

«Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste.. . ».

¿Intentamos una traducción libre? Sería ésta, más o menos: … Me has cazado, Señor. Era inevitable.

Después de aquel encuentro, de aquel momento que tú conoces, ya no soy yo. Todo ha cambiado en mi vida.

Las cosas que tanto me apasionaban antes se han evaporado, me resultan insípidas e incoloras, han perdido todo su atractivo. Me parecen inconsistentes, engañosas. Las miro con despego, sin ninguna añoranza.

Y esas realidades que antes me apasionaban (el dinero, el éxito, el poder, la fama, el placer) me dejan totalmente indiferente.

Tengo una sensación de extrañeza, de no pertenencia, respecto a ese mundo de las apariencias, del vacío rimbombante.

No compito para aferrar la porción efímera que muchos reclaman. Amo a la Iglesia con un amor visceral. No me iría de ella aunque me echasen a puntapiés. Y cuando me desilusiona y hasta me llena de indignación, la amo todavía más. Pero precisamente por eso no siento la necesidad de celebrar triunfos, de alistarme en los coros que cantan hosanna, de colarme entre los que quieren medrar, de combatir batallas anacrónicas con palabras y fórmulas que sólo comprometen a la boca.

Intento no dejarme engañar por aspectos superficiales y aparentes, no dejarme guiar por cálculos oportunistas, no dejarme llevar por lo fácil.

Me reservo el derecho a emplear mi cabeza cuando se trata de pensar (¡no aprovecharme de la de los demás, aunque… se muestren muy dispuestos a sustituirme!) y, naturalmente, el derecho a utilizar mis brazos cuando se trata de ponerse a trabajar.

Hablo cuando sería más cómodo callarse. Y guardo silencio cuando sería fácil (y estaría mejor pagado) ponerse a hablar.

Me quedo al margen cuando hay títulos, honores, privilegios, prebendas que repartir.

Y salgo a la palestra, aunque sea con discreción, cuando hay una tarea ingrata que realizar.

Intento ser fiel sin alardes, servir evitando la ostentación, dar testimonio huyendo del espectáculo.

Me has forzado, Señor. Te has aprovechado de un momento de debilidad. Te has dado cuenta de que estaba insatisfecho. Empezaba a sentirme mal entre las medias tintas. La mediocridad me causaba un ligero disgusto. Buscaba otra cosa.

Por un instante abandoné las defensas y entraste tú; desbarataste mi vida, revolviste mis pensamientos y mi corazón. Me has hecho propuestas increíbles, inimaginables. Me has presentado exigencias impensables, hasta imposibles. Y yo me dejé cazar.

Tengo hasta miedo de haber perdido la cabeza.

La soledad

Ahora estoy viviendo una situación poco confortable.

Después de escuchar tu voz, las voces de la plaza y del mercado no tienen poder alguno sobre mí.

Habiendo tomado en serio tus palabras, las demás no me dicen nada.

Después de haberme decidido a seguirte, he rechazado otras compañías (quizás más tranquilizadoras, menos exigentes).

He tomado decisiones, he hecho opciones, que me han excluido automáticamente del juego y de las cosas poco serias.

Al no conformarme con «la mentalidad de este siglo», al rechazar las modas y las ideologías dominantes, al repudiar el conformismo (y también aquel anticonformismo de labios afuera que es la forma peor de conformismo), me he convertido sin remedio en un hombre contra. «Hombre contra» respecto a la marcha general, la vulgaridad desmedida, las arrogancias descaradas, las hipocresías aceptadas por todos.

Y entonces ha caído sobre mí el desprecio, la burla, la compasión, «yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí», según la expresión de Jeremías.

Por haber rechazado las etiquetas, las sistematizaciones y las homologaciones oficiales, me tienen por un «indeseable».

Por no aceptar el papel que querían imponerme en la representación, me tratan como un rebelde.

Y me encuentro aislado, marginado, mirado de reojo.

Como no consigo ser «igual», no me reconocen, me creen extravagante y hasta loco.

Dado que no quiero seguir el tono de los vociferantes de turno, me reducen al silencio.

No me agrada la soledad, Señor.

La desconfianza, la incomprensión, el descrédito son pesos bastante incómodos de llevar.

Y para postre, Señor, después de tu seducción inicial, no eres muy condescendiente conmigo.

Con frecuencia no te dejas sentir. Me pareces lejano, ausente. Diría que estás «de la otra parte». Tu mano, frecuentemente, o se me niega o se posa en mi piel como una caricia francamente áspera. La culpa de todo es un «pero…»
 

No soy un héroe

Tengo momentos de cansancio, de desorientación, de desaliento. No dudo en lamentarme, en discutir contigo, como Jeremías, aunque con un tono algo más controlado.

A veces me entran ganas de colgarlo todo, porque tengo la impresión de que no vale la pena, de que el precio es demasiado elevado, de que la carga es insoportable.

Hago propósitos «dimisionarios», elaboro planes para echar todo a rodar.

«Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más en su nombre». Todos están distraídos, o indiferentes.

Todos quieren oír otras cosas.

Más vale resignarse, no complicarse la vida, vivir en paz y dejar tranquilos a los demás; eso es lo que quieren. También yo, después de todo, tengo derecho a una vida serena. «Pero… ». No había tenido en cuenta ese «pero».

Pensaba quizás que era simplemente cuestión de dejarlo, de marcharme, de quitar el cartel de la puerta.

«Pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía…».

Se puede apagar el interruptor. Pero el incendio es otra cosa. Me doy cuenta de que tú no me has hecho un funcionario, un empleado. No me has encargado de tareas burocráticas, de verdades que administrar.

Me has entregado… carbones ardientes. Has atizado un incendio en el terreno del corazón.

Es inútil resistir. Lo he intentado, lo sigo intentando, pero no puedo nada contra el fuego. Aunque eche encima las cenizas del quehacer o del desaliento, no logro sofocarlo. Y cuanto más hago por ignorarlo, mayor se hace mi tormento.

Finjo que obro como los demás, intento «parecerme» a ellos, pero no puedo. Siempre hay algo que me traiciona.

Tu nombre me ha quemado.

La cabeza que he perdido ya no se me devuelve. Y cuanto más intento acomodarme a las normas del sentido común, de la prudencia humana, de cálculos egoístas, de racionalidad, tanto más aumenta mi sufrimiento.

Llevo el fuego dentro. Pero no me siento fanático. Más aún, precisamente porque llevo fuego en el corazón, no puedo ser un fanático. El fanático, a pesar de las apariencias, está hecho de hielo: El celo del intolerante se alimenta de hielo, no de fuego.

La intensidad del amor se mide por el respeto, por el pudor, no por la exaltación.

Lo he comprendido. Tengo que resignarme a ser un «enamorado». He caído. Y la única salvación, para mí, es no salir de esa situación. Jeremías grita, ronda con la blasfemia.

Pero no dice: «Me has desilusionado».

Tampoco yo lo digo. Pueden desilusionarme los otros, la acogida que me reservan. Puedo engañarme yo mismo, mi miedo a arriesgarlo todo.

Pero tú no me engañas, ni siquiera cuando callas, cuando te niegas, cuando me expones a situaciones embarazosas, cuando pretendes lo imposible.

Me comprometes, pero no me engañas.

Me causas problemas y fastidios en serie, pero no me engañas. Y si sigo quejándome porque he perdido la cabeza, me haces comprender que debo perderla un poco más…

En el Calvario hubo otro que perdió la cabeza

Ciertamente, también yo, como Pedro, he tenido la tentación de protestar. También yo, como Pedro, he tenido la tentación de… tentar al Señor.

Si hubiera dependido de mí, no habría escogido aquel camino. «Negarse a sí mismo»no es lo mismo que afirmarse, que hacerse valer, imponerse, presumir, aparecer.

«Perder la propia vida» es todo lo contrario a administrarla para el propio provecho.

Seguirle «cargando con la cruz» significa mortificar el propio sueño de recorrer con él un camino triunfal, sumando éxitos, coleccionando honores, celebrando victorias.

«¡No lo permita Dios, Señor!».

Quizás lo que quería decir Pedro (y yo con él) era: «¡Dios me libre, Señor!».

Tú, por fortuna, no tienes en cuenta mis repugnancias, mis protestas, mis necios juegos alternativos.

Y emprendes con decisión el camino que yo habría descartado. Si intento ir detrás de ti: «el que quiera venirse…», tengo que fiarme de la cruz para no perder el contacto.

He dicho «por fortuna». Sí, porque me doy cuenta de que el camino de la cruz es el que escogiste para declararme y demostrarme tu amor.

Por eso, en el Calvario, descubro que has perdido la cabeza. ¡Por mí!

Cada uno es sacerdote de sí mismo

No me queda más que añadir algunas rápidas consideraciones al texto de la segunda lectura.
Pablo parece advertirnos: todo se desarrolla en la cotidianidad cristiana.

Dios espera que el hombre, en la totalidad de su ser, le dé culto. Debe ofrecerse toda la existencia, sin excluir ningún sector.

El creyente es, al mismo tiempo, sacerdote y víctima. Es él el que ofrece, y es él el que «se ofrece».

La materia del sacrificio, después de la cruz, no puede ser algo muerto, sino una realidad viva: «hostia viva», la fe, el amor, cada una de las acciones. La vida: esto es lo que resulta «agradable a Dios». De aquí se derivan algunas consecuencias inmediatas.

La liturgia no se desarrolla exclusivamente en el ámbito del templo. El cristiano celebra también cuando sale de la iglesia. En resumen, ya no es posible limitar el culto… al culto.

Ya no hay nada profano. Y si hay también «momentos específicos» en el ámbito de lo sagrado, es con vistas al ofrecimiento de la existencia entera (toda la existencia y la existencia de todos)

El culto no es un «asunto clerical». Es obra de todos.

Cada uno -como afirma A. Maillot- es sacerdote de sí mismo. Y también profeta de sí mismo, en efecto, algunos traducen «culto conforme a la palabra» y no «culto espiritual» o «culto razonable».

En este nuevo culto cristiano, desde el momento en que es «obra de todos», cada uno debería sentirse a gusto, sin desanimarse ni verse asustado por un lenguaje, por unos ritos, que parecen reservados a una elite, y que le hacen sentirse extraños.

Todo esto no anula la autoridad en la Iglesia, pero la renueva. No depende ya de una institución, de una estructura, sino que es don, gracia.

Como observa también A. Maillot, en la Iglesia no hay nadie que: -sepa hacerlo todo, -sepa hacerlo bien, -y deba hacerlo todo. La gracia se manifiesta en la división de tareas y en la diferenciación.

A . Pronzato

Domingo XXII de Tiempo Ordinario

1. Situación

Llama la atención el contraste entre la confesión de fe de Pedro el domingo pasado y su cerrazón en éste. Así somos: En cuanto asoma la posibilidad del sufrimiento, como consecuencia de la fe, nos escandalizamos.
La gente lo suele expresar con mucho realismo: «Más vale no ser muy amigo de Dios», pues la amistad con Dios conlleva la cruz. Dicen que santa Teresa se solía quejar cariñosamente al Señor: «No te extrañe, Señor, de tener pocos amigos, pues tan mal los tratas».

Y nosotros, ¿queremos ser los amigos de Jesús, los que le siguen en salud y enfermedad, en bonanza y desventura?

2. Contemplación

Para escuchar el Evangelio de hoy hace falta corazones recios, pero desconfiados de sí mismos. Acostumbrados a enfrentarse con la dureza de la vida, que no se escapan del sufrimiento. No pensemos en situaciones especiales, sino en las que la vida normal trae y de las que, tarde o temprano, nadie se escapa: problemas familiares que tardan mucho en arreglarse, enfermedades que se prolongan, sacar adelante la familia con mucho sacrificio, soledad del corazón, limitaciones sicológicas clavadas como una espina, vacío y oscuridad durante años en la oración, apostolado generoso sin frutos…

Escucha las palabras de Jesús en referencia a tu experiencia concreta de cruz: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo.

La lectura de Jer 20 te confirma en el camino de los amigos de Dios. Es normal sentir la tentación de echarse para atrás. Pero no hay remedio: Dios es más fuerte que nosotros.

El salmo responsorial nos fortalece, transformando nuestros miedos y rebeldías en deseo de Dios. Es nuestro propio corazón, nuestro amor de Jesús, el único capaz de encontrar motivaciones para seguirle, a pesar de todo.

3. Reflexión

No es fácil compaginar una filosofía de la vida centrada en el negarse a sí mismo y otra, en la felicidad. Teóricamente, sin duda, la verdadera felicidad exige la superación del egocentrismo. Prácticamente, el camino es delicado, porque el ansia de felicidad actual, en parte al menos, es reacción frente a un cristianismo del sacrificio y de la inhibición o de las exigencias utópicas. Prácticamente, sobre todo, el cristiano adulto ha tenido que discernir su propio camino: cuánto autoengaño hay tanto en las renuncias que uno se monta por su cuenta como en la búsqueda de una vida satisfactoria.

Por ello, dos criterios podrían iluminar este tema:

— Primero, el criterio de realidad.

Seguir a Jesús en la vida ordinaria significa tomar en las manos lo que la vida trae necesariamente de dureza, renuncia e insatisfacción; por ejemplo, el trabajo con sus exigencias múltiples o el esfuerzo diario por mantener la calidad de las relaciones interpersonales en la pareja (o en la vida comunitaria).

Cabe arrastrar las situaciones inevitables de dolor o, por el contrario, aprender a vivirlas día a día como camino de maduración humana en obediencia de amor al Señor que guía nuestros pasos.

— Segundo, el criterio del amor.

Vivir por alguien posibilita que todo sea distinto, el percatarse de que merece la pena pasarlo mal. ¡Que se lo digan a una madre inclinada ante el lecho de su pequeño enfermo o al padre que se levanta cada día a las 6 de la mañana para ir al trabajo!

Sufrir por Jesús da al discípulo una fuerza interior insospechada: cuando los padres ven que los hijos van dejando la fe y sólo pueden decir una palabra oportuna y rezar; cuando el compromiso por los compañeros injustamente despedidos del trabajo amenaza el propio puesto; cuando la fidelidad a la conciencia te crea conflictos con la autoridad eclesiástica…

4. Praxis

¿Qué sentido damos a la dureza ordinaria de la vida?

Recuerda alguna ocasión en que has experimentado la verdad de las palabras de Jesús: que perdiendo es como se gana.

Miremos a ver si ahora mismo el Señor nos pide negarnos a nosotros mismos para seguirle con generosidad.

Javier Garrido

Evangelii Gaudium – Francisco I

II. La homilía

135. Consideremos ahora la predicación dentro de la liturgia, que requiere una seria evaluación de parte de los Pastores. Me detendré particularmente, y hasta con cierta meticulosidad, en la homilía y su preparación, porque son muchos los reclamos que se dirigen en relación con este gran ministerio y no podemos hacer oídos sordos. La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo. De hecho, sabemos que los fieles le dan mucha importancia; y ellos, como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al predicar. Es triste que así sea. La homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento.

Asumir la propia cruz

1.- Negarse a sí mismo y cargar con la cruz. Hoy Jesús anuncia a los discípulos que tenía que subir a Jerusalén y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley le harían sufrir mucho hasta matarlo. Pero al tercer día resucitaría. Pedro, que poco antes había confesado su fe en Jesús como Hijo de Dios vivo, se niega a aceptar la posibilidad de la muerte violenta de Jesús. Pero Jesús le dice que es Satanás porque quiere tentarle al pensar como los hombres y no como Dios. Pedro ve las cosas desde el punto de vista mundano. Esperaba un tipo de Mesías como rey poderoso capaz de devolver la independencia a Israel. Es un mesianismo político que contradice el sentido de lo que Jesús vino a enseñarnos. El que quiera ser discípulo de Jesús debe negarse a sí mismo y cargar con la cruz. El poder de Jesús se muestra en el sufrimiento, en el perdón del enemigo, en la misericordia con todos, incluso con los amigos que le traicionan.

2. – La tentación de abandonar. El que es consecuente con su fe tiene que asumir la posibilidad de ser incomprendido, ridiculizado y hasta perseguido. Es la experiencia sufrida por Jeremías, que se dejó seducir por Dios. El texto emplea el verbo hebreo «patáh», que refleja el sentimiento de una joven que ha sido seducida y burlada. Jeremías se encuentra solo y abandonado, es objeto de la burla y el ataque de sus enemigos. Le ha tocado anunciar desgracias si no se arrepentían de su mal obrar. No le han hecho caso y le han perseguido. Surge entonces la tentación de abandonar: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre». Pero no puede callar, pues la Palabra de Dios habita en él como un fuego devorador que no puede resistirse a anunciar. Por eso sigue adelante con su misión, consciente de la llamada que ha recibido. Jesús también pudo sentir el abandono de todos en la cruz, se preguntaba el porqué de su sufrimiento, peo se puso en las manos del Padre para hacer su voluntad. San Agustín, cuya fiesta celebramos hace tres días, ensalza el ejemplo de los mártires y de los primeros cristianos perseguidos que fueron simiente fecunda de nuevos cristianos, pues «¡cuán grande es la esperanza de la mies a la que precede el sembrador!». ¿Somos nosotros consecuentes con nuestra fe a pesar de las incomprensiones, de las burlas y las persecuciones de nuestro tiempo?

3. – La cruz de Cristo nos libera. La cruz era en tiempos de los romanos un instrumento de tortura ignominioso reservado a los más terribles criminales. Jesús fue sometido a la muerte de cruz. Y lo hizo por amor, como el joven de la historia del principio, que estaba dispuesto a dar la vida por su hermano. Desde entonces la cruz ha perdido su sentido negativo y se ha convertido en signo del cristiano. No es símbolo de muerte o de fracaso, sino que tiene un sentido redentor y salvador. Asumir la propia condición y aceptarla es una demostración de que seguimos a Jesús. Cada cual tenemos nuestra propia cruz, llevarla con entereza y ayudar a los demás a llevar la suya es un signo de amor y de entrega. No se trata de resignarse pasivamente o de conformarse porque no queda más remedio. Ni el cristianismo no es una religión dolorista, ni el cristiano es un conformista apocado que se conforma con cualquier cosa, sino alguien que lucha contra la injusticia y el dolor absurdo provocado por el egoísmo del hombre. El que pierde su vida por Jesucristo la salva. La cruz nos ayuda a superar las dificultades y asumir el dolor propio y ajeno. Conocí a un santo sacerdote que llevaba siempre una cruz en su bolsillo y la apretaba fuertemente con su mano cuando precisaba la ayuda del Señor en el momento de la prueba. La cruz de Cristo nos libera de todas nuestras esclavitudes y nos llena de vida. Por eso muchas personas, sobre todo los jóvenes, la llevan sobre su pecho.

José María Martín OSA

La necesidad de padecer

1. El episodio de Cesarea de Filipo es crucial en el relato evangélico de los sinópticos. En ese momento se produce un cambio en el ministerio de Jesús: de Galilea a Judea; de las muchedumbres a los discípulos; de los milagros al signo de la cruz; del anuncio evangelizador a la educación de la fe… Jesús no es el Mesías tal como lo entiende el pueblo, sino el Hijo del Hombre sufriente.

2. Los tres anuncios de la Pasión fueron redactados después de morir y resucitar Jesús. Son reflexiones teológicas. Los anuncios de dicha Pasión en el evangelio de Mateo (16,21; 17,2223; 20,17-19) son tres momentos cruciales que ponen de manifiesto la incomprensión de los discípulos, que no entienden la misión de Jesús, al no querer incluir el sufrimiento junto a la gloria, y la muerte junto a la resurrección.

3. El relato del evangelio de hoy consta de tres elementos:

a) El anuncio de la Pasión: Jesús tiene conciencia de que el sufrimiento forma parte del plan salvador.

b) La reacción de Pedro y el reproche de Jesús, ya que el primer discípulo rechaza la opción mesiánica del plan de Dios. Dicho de otro modo, la tentación de Jesús, de los discípulos y de la Iglesia es rechazar al «servidor de Dios».

c) Las palabras de Jesús a los discípulos, que describen concisamente el discipulado como seguimiento: negarse a sí mismo (renuncia propia a favor de los otros), cargar con la cruz (soportar las consecuencias de tal decisión) y seguir a Jesús (adhesión total).
 

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué desnaturalizamos tan fácilmente el cristianismo?

¿Cómo podemos dar a entender que el dolor es redentor?

Casiano Floristán

Vuelve a ser discípulo

Ser discípulo de Jesús no es algo fácil, pero la llamada a seguirlo es permanente.

Seguir a Jesús

El texto del domingo anterior nos traía la confesión de Pedro, el reconocimiento de Jesús como el «Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). El asunto da ahora un vuelco. El Señor revela a sus discípulos las dificultades que encontrará entre los grandes de su pueblo. Los tres estamentos señalados, senadores y sumos sacerdotes (de mayoría saducea) y letrados (de mayoría farisea) lo harán apresar y lo condenarán a muerte. El Sanedrín es la instancia de mayor autoridad en el pueblo judío de ese entonces (cf. v. 21).

Pedro se niega a aceptar lo manifestado por Jesús, no está dispuesto a pagar ese precio por seguirlo. Su práctica no está de acuerdo con su teoría. Reconoce en Jesús al Cristo (Mesías) pero le choca el anuncio, se retrae. El Señor le responde con fuerza. Nuestras traducciones ponen en labios de Jesús la frase «quítate de mi vista, Satanás» (16, 22); pero literalmente lo que dice Jesús es «ponte detrás de mí (eso es lo que significa el término griego que emplea Mateo), Satanás». Hay un firme rechazo a la reacción de Pedro, pero al mismo tiempo le dice que tome nuevamente su puesto de discípulo, puesto que lo llama a situarse detrás de él para seguirlo y no ser un obstáculo en su camino. En otros términos, el enérgico rechazo a Pedro contiene también el perdón a su error, Jesús cree que Pedro es capaz de volver a comportarse como un discípulo, capaz de caminar tras su huella. Aunque en desacuerdo con él, confía en su retorno.

Discernir la voluntad de Dios

Firmeza y acogida, las dos cosas están presentes en la reacción de Jesús. El Señor sabe que ser discípulo implica un proceso. Se aprende a ser coherente, a no afirmar una cosa y hacer otra. No es sencillo poner en práctica el evangelio, pero hay que hacerlo, esto se demuestra en nuestras obras. La necesidad de coherencia se hace cada vez más necesaria. Nuestra solidaridad con los que más sufren probará si creemos en aquel que vino a traer «vida, y vida en abundancia», según reza el evangelio de Juan.

Seguir a Jesús, dejarse seducir por Dios hoy (cf. Jer 20, 7) debe llevarnos a hablar claro y a no quedarnos en paliativos. No se trata de crear problemas, sino de reconocer su presencia y decir que deben ser resueltos desde las necesidades de los más pobres. A muchos no les gustará que se hable y se actúe así. Tendremos la tentación de callar (cf. Jer 20, 9) o de evitarnos dificultades como Pedro. Pero el Señor espera siempre que sepamos discernir su voluntad (cf. Rom 12, 2), que no separemos el amor de Dios del amor al prójimo, en especial al pobre, y que retomemos constantemente nuestro lugar como discípulos.

Gustavo Gutiérrez

Jesús ante el sufrimiento

Querámoslo o no, el sufrimiento está incrustado en el interior mismo de nuestra experiencia humana, y sería una ingenuidad tratar de soslayarlo. A veces es el dolor físico el que sacude nuestro organismo. Otras, el sufrimiento moral, la muerte del ser querido, la amistad rota, el conflicto, la inseguridad, el miedo o la depresión. El sufrimiento intenso e inesperado que pronto pasará o la situación penosa que se prolonga consumiendo nuestro ser y destruyendo nuestra alegría de vivir.

A lo largo de la historia han sido muy diversas las posturas que el ser humano ha adoptado ante el mal. Los sufridos han creído que la postura más humana era enfrentarse al dolor y aguantarlo con dignidad. La escuela de Epicuro propagó una actitud pragmática: huir del sufrimiento disfrutando al máximo mientras se pueda. El budismo, por su parte, intenta arrancar el sufrimiento del corazón humano suprimiendo «el deseo».

Luego, en la vida diaria, cada uno se defiende como puede. Unos se rebelan ante lo inevitable; otros adoptan una postura de resignación; hay quienes se hunden en el pesimismo; alguno, por el contrario, necesita sufrir para sentirse vivo… ¿Y Jesús? ¿Cuál ha sido su actitud ante el sufrimiento?

Jesús no hace de su sufrimiento el centro en torno al cual han de girar lo demás. Al contrario, el suyo es un dolor solidario, abierto a los demás, fecundo. No adopta tampoco una actitud victimista. No vive compadeciéndose de sí mismo, sino escuchando los padecimientos de los demás. No se queja de su situación ni se lamenta. Está atento más bien a las quejas y lágrimas de quienes lo rodean.

No se agobia con fantasmas de posibles sufrimientos futuros. Vive cada momento acogiendo y regalando la vida que recibe del Padre. Su sabia consigna dice así: «No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos» (Mateo 6,34).

Y, por encima de todo, confía en el Padre, se pone serenamente en sus manos. E incluso, cuando la angustia le ahoga el corazón, de sus labios solo brota una -plegaria: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 2 de septiembre

Hay riesgos que no se deben correr: la historia de las doncellas que se pierden el banquete y el baile de bodas lo ilustraba ayer mismo. Hay riesgos que se deben correr: el relato de hoy nos invita a esa aventura. No demos, pues, un bandazo; no nos pasemos al extremo contrario a la temeridad: al miedo, a la inseguridad enfermiza, al retraimiento ante cualquier cosa, aun de poca monta. Podemos recordar lo que aconsejaban los antiguos: “nada en exceso”. Y Aristóteles atinó a colocar la virtud en el medio, entre dos extremos. Hay que señalar, con todo, que sólo cuando estos son viciosos vale la máxima, no cuando se trata de extremos magníficos en los que siempre cabe crecer: el amor teologal puede ser un buen ejemplo de esa extremosidad virtuosa.

Hay muchas formas de dejarnos atenazar por los miedos. Ceden a ellos: el párroco que ahoga las iniciativas y no emprende nada para evitar el fracaso; el enamorado que no se declara por temor a que le den calabazas; la pareja que no quiere tener hijos por las complicaciones que pueden ocasionar y por las preocupaciones que sin duda van a ocasionar; el catequista o la profesora que se atrincheran en sus métodos sin explorar otros nuevos; el miembro de la comunidad que se resiste a aceptar cualquier cargo; y tantos otros. Lo triste del caso es que no hace falta que al empleado de la parábola le quiten desde fuera lo que tiene, es él quien se expolia. No cedamos, pues, al miedo, y no dejemos que este, como una mancha de aceite o un virus informático, se extienda a espacios que están limpios e inmunes.

Cuando no es el miedo, puede ser la pereza, la falta de diligencia, la que dé al traste con las cosas y con nuestro proyecto vital. Se escudará en algunas máximas: “todo esfuerzo inútil produce melancolía”; “las mejoras son en realidad espejismos y autoengaños”; “el método ideal para no sufrir desencanto es no hacerse ilusiones”; “el hombre se halla lleno de buena voluntad, y a nadie le va a la zaga en ello. Allí, empero, donde tiende su mano para ayudar, allí causa un estropicio” (esta última es de E. Bloch); “hay años en que uno no está para nada” (Julio Camba).

Mirados estos y otros asuntos con ojos de fe, el miedo parece revelar también una falta de confianza en Aquel que nos ha dado una vocación y nos ha encomendado un encargo; y la falta de diligencia puede descubrir falta de dilección. La máxima podría ser casi esta: “confía en el Señor y corre buenos riesgos”.