II Vísperas – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: ¿DONDE ESTÁ MUERTE, TU VICTORIA?

¿Dónde está muerte, tu victoria?
¿Dónde está muerte, tu aguijón?
Todo es destello de su gloria,
clara luz, resurrección.

Fiesta es la lucha terminada,
vida es la muerte del Señor,
día la noche engalanada,
gloria eterna de su amor.

Fuente perenne de la vida,
luz siempre viva de su don,
Cristo es ya vida siempre unida
a toda vida en aflicción.

Cuando la noche se avecina,
noche del hombre y su ilusión,
Cristo es ya luz que lo ilumina,
Sol de su vida y corazón.

Demos al Padre la alabanza,
por Jesucristo, Hijo y señor,
denos su espíritu esperanza
viva y eterna de su amor. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Cristo es sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cristo es sacerdote eterno según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Ant 2. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

Salmo 113 B – HIMNO AL DIOS VERDADERO.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria;
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas:

tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendiga a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

Ant 3. Alabad al Señor sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alabad al Señor sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA BREVE   2Ts 2, 13-14

Nosotros debemos dar continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos, a quienes tanto ama el Señor. Dios os eligió desde toda la eternidad para daros la salud por la santificación que obra el Espíritu y por la fe en la verdad. Con tal fin os convocó por medio del mensaje de la salud, anunciado por nosotros, para daros la posesión de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

V. Nuestro Señor es grande y poderoso.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Su sabiduría no tiene medida.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si arruina su vida?

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si arruina su vida?

PRECES

Demos gloria y honor a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive para interceder en su favor, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate, Señor, de tu pueblo.

Señor Jesús, sol de justicia que iluminas nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche te pedimos por todos los hombres,
que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre
y santifica a tu iglesia para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz
y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, a tus hijos difuntos
y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestras preces con la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, aumentes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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El que quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo

En este encuentro vemos cómo Jesús continúa explicando a sus discípulos quién es Él. Ha oído ese examen de amor del domingo anterior y hoy les explica quién es Él, cuál va a ser su fin, cómo se va a mover, en qué consiste seguirle a Él, cómo va a terminar, va a ser ejecutado, va a resucitar al tercer día y el que quiera seguirle tiene que negarse a sí mismo. Escuchemos con atención el Evangelio de Mateo, capítulo 16, versículo 21 al 27:

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte”. Jesús se volvió y dijo a Pedro: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios”. Entonces dijo a los discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta”.

Mt 16, 21-27

Después de ese examen de amor, Jesús habla, y comienza a declararles quién es Él. Les dice que tiene que ir a Jerusalén, les explica que Él, su misión es morir para resucitar, entregar la vida. Y les aclara y anuncia por primera vez: “El Hijo del hombre va a padecer mucho, el Hijo del hombre va a ser desechado por todos, por los príncipes, por los escribas; pero va a resucitar al tercer día”. Pedro no aguanta esto, no lo entiende, es amante apasionado de Jesús y le llama aparte y le hace una confidencia íntima: “Lejos de ti, Señor, esto. ¡Que no ocurra!”. Jesús le rechaza por este consejo y se vuelve y mira a sus discípulos y le dice: “No es bueno lo que me estás diciendo. Esto procede del mal. ¡Vete! No entiendes las cosas de Dios”. Y explica mucho más: “Mira, si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga, porque el que quiera salvar su vida, la perderá”.

Esta es la razón de ser de Jesús, esta es la explicación que Jesús da, esta es la respuesta de Pedro, que también me la puede repetir a mí y te la puede repetir a ti, querido amigo. Jesús les anuncia un final violento, que tiene que padecer, cómo va a morir, pero también les dice que va a resucitar y Pedro no está dispuesto, no lo entiende, esta buena noticia no la entiende. Y nos dice cómo tenemos que vivir al estilo suyo y nos dice que tenemos que renunciarnos, que tenemos que saber llevar la cruz, que tenemos que negarnos, porque el que no se niega no puede ser discípulo suyo.

Tenemos que oír también, Jesús, que a veces, como Pedro, somos tropiezo para Él. El camino de la resurrección entra por el camino del sufrimiento. Jesús nos tendrá que increpar muchas veces y nos invita a tomar la cruz. Lo que le sucede a Pedro nos sucede a nosotros todos los días: en cuanto nos visita la adversidad, el sufrimiento, la incomprensión, no aceptamos la cruz. Jesús nos dice que este es el camino, el camino de la vida, el camino de la resurrección, el camino de la salvación. Tenemos que pedir saber llevar lo que nos cuesta y no ser como personas que la llevan sin Él, que hablan de la cruz y ni siquiera la saben soportar. La tenemos que llevar con Él, con riesgo a ser todo, a ser rechazados, a ser escarnecidos, como Jesús. Este es el camino que Jesús nos dice hoy y que nos manifiesta, querido amigo.

¿Cómo llevamos las cruces? ¿Cómo son nuestras dificultades? ¿Sabemos sufrir? ¿Sabemos llevar la persecución, la incomprensión? Vamos a pedirle tú y yo que nos ayude, que nos enseñe su verdadero camino, que nos diga cómo tenemos que ser y que aprendamos la verdadera identidad suya, que aprendamos que nuestra vida fácil y tranquila no es el camino de Jesús. El camino de Jesús tiene que pasar por el sufrimiento, por la negación. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero? ¿De qué?

Jesús, envíanos tu Espíritu para que pensemos como Tú, para que nos obliguemos a vivir el sufrimiento como Tú, sabiendo que nos cuesta, pero que es el verdadero tesoro de la resurrección. También le pediremos saber comprender a los demás en las cruces de cada día, saber sobrellevarlas, saber también querer a los demás y liberarles del peso de la cruz. Se lo vamos a pedir a tu Madre, que nos ayude a ser reales, idénticos, como Jesús. Y también nos tiene que interpelar Él, también nos tiene que complicar la vida. Que tu Madre, la Virgen, nos ayude, y que sepamos llevar con alegría la cruz y el camino que nos lleva hacia ti, hacia la resurrección. “El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo”. Querido amigo, unidos a Jesús, comprendamos la cruz, el sufrimiento.

Francisca Sierra Gómez

Domingo XXII de Tiempo Ordinario

Hemos celebrado en este mes de Agosto la festividad de San Agustín. Uno de sus Escritos, de los más bellos y mejor conocidos, es sin duda alguna el Libro de las Confesiones – “confesiones” no tanto en el sentido de “confesión de los pecados” cuanto más bien en el sentido de “Confesión o proclamación de las maravillas de Dios” en su vida.

Ahora bien hay un profeta del Antiguo testamento, que nos ha dejado asimismo sus “Confesiones”. Tal es, por otra parte el título que se le ha dado a una parte del libro de Jeremías, precisamente la parte de la que se ha tomado la perícopa que hemos escuchado como primera lectura de esta Eucaristía.

Jeremías es una de las figuras más patéticas del Antiguo Testamento. No tenía la naturaleza ardiente y poderosa que puede esperarse de un profeta. Era débil, sensible en extremo, un tanto depresivo. Y por fidelidad a la misión recibida de Dios – una misión que trató de rehuir – se vio precisado a transmitir de continuo al pueblo un mensaje que éste no quería en manera alguna aceptar. Se daban momentos en los que se sentía como engañado por Dios, enmarañado en lazos de amor. Para describir la violencia con que ha entrado Dios en su vida, utiliza un lenguaje explícitamente sexual: “Me has seducido y me he dejado seducir; me has hecho violencia (en hebreo: “me has violado”), y has salido vencedor”.

Si tras esto pasamos al Evangelio, podemos ver que ésa fue también la experiencia de Jesús. Tras la confesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo, que pudimos escuchar en el Evangelio del Domingo pasado, comienza Jesús a hablar de su muerte a sus discípulos. Más tarde hablará de lo mismo a las muchedumbres, pero en un primer momento es preciso preparar a sus discípulos: “Jesús comenzó a decir abiertamente a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir…ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.”

En esta frase del Evangelio encontramos una palabra que tiene suma importancia: el verbo deber. “… comenzó a decir abiertamente a sus discípulos que debía ir a Jerusalén…” La muerte de Jesús no fue en su vida como algo que viniese del exterior, algo así como un accidente que llega por casualidad. Esta muerte formaba parte de su destino, o mejor dicho de su misión. Jesús debía morir. Fue obediente a esa misión, obediente hasta la muerte, a pesar del miedo y de la angustia que experimentaba.

A continuación, en la parte segunda del Evangelio, vemos que Jesús va preparando a sus discípulos a que acepten también ellos su muerte, con la misma actitud, con el mismo empeño. “Si quiere alguien venir en pos e mi, que se renuncie a si mismo, que cargue con su cruz…”Debe estar dispuesto a perder su propia vida. Se trata de mucho más que de “hacer sacrificios”. En efecto, muchos están dispuestos a sacrificarse, pero en manera dispuestos a estregarse. Y eso es precisamente lo que pide Jesús.

Si somos fieles a nuestra misión de Cristianos, si seguimos los pasos de Cristo, se nos presentarán no pocas ocasiones en las que nos será preciso hacer una elección entre: actuar como todo el mundo o morir a nosotros mismos; entre recibir la aprobación de la muchedumbre o morir a nosotros mismos: entre seguir la corriente, o morir a nosotros mismos. Y entonces descubriremos que como Jesús, debemos morir. Se trata de un “deber”, de un aspecto de nuestra misión. En esta muerte reside la plenitud de la vida.

Lo cual introduce en nuestras vidas una tensión, un sentimiento de urgencia, que de manera admirable expresaba Jeremias en sus “Confesiones”: “Yo me decía: ¡No pensaré más en él, no hablaré más en nombre suyo! Pero en mi corazón ardía un fuego ardiente, prisionero en mis huesos…”

Cuando nos sentimos tentados de refugiarnos en el silencio de la complicidad, cuando desearíamos poder huir de nuestra misión de testigos, ¡ojalá arda en nuestros corazones y en nuestros huesos como fuego ardiente el amor de Cristo! Que el Pan que vamos a comer esta mañana sea en nosotros fuego devorador que nos proteja contra toda forma de cobardía o de infidelidad y nos haga capaces de amar hasta morir por ello.

A. Veilleux

Vivir como Jesús

Jesús lo ha dejado bien claro repetidas veces: «El que quiera ser mi discípulo debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme». Todos sabemos lo que es negarse uno a sí mismo, a sus caprichos, a sus veleidades. También conocemos nuestra cruz de cada día: problemas, dificultades, angustias, enfermedad, sufrimientos por causa del evangelio… Y el tercer requisito para obtener el certificado del discipulado consiste en seguir a Jesús. A fin de ahondar en la tarea del seguimiento, me ha parecido oportuno traer a colación la expresión de san Juan, el apóstol predilecto del Maestro, en su primera carta: «Quien se precia de vivir unido a Jesús; debe vivir como vivió él».La pregunta es obvia: «Y ¿cómo vivió Jesús?».

Si infancia, adolescencia y primera juventud transcurrieron en un clima de amor, sencillez y trabajo, en el seno de un hogar privilegiado, profundamente creyente. Allí fue educado en las más puras esencias de la fe y del resto de virtudes. Con aquella pequeña«trastada» en el templo de Jerusalén, el chiquillo comenzó ya a insinuar que «tenía que ocuparse en las cosas de su Padre». Por lo demás, de aquellos años carecemos de noticias, ya que nada dice al respecto el evangelio.

Al cumplir los treinta años, inició su vida pública, su vida de predicación. Durante un trienio llevó a cabo su tarea: enseñanzas, milagros, actuaciones, generosidad…; siempre al lado de los pobres, enfermos, leprosos, desarrapados. Las pautas que pueden aclararnos cómo vivió Jesús, me atrevo a sugerirlas con la intención de que puedan sernos útiles:

Jesús fue un hombre libre. Lo primero que aparece con claridad en Jesús es que no estuvo ligado por ninguna atadura, ni familiar, ni proveniente de institución alguna de carácter humano.

Jesús fue libre interiormente: ante las riquezas; ante su familia, ante sus amigos, ante los escribas, ante el poder político de las autoridades, ante las tradiciones de los antiguos, ante los ritos, y ante la Ley.

Enviado por el Padre. Jesús manifestó, en diferentes ocasiones, que había venido al mundo para hacer la voluntad de su Padre, que era quien le había enviado: «Mi comida es hacer la voluntad del que me envió».

Jesús oraba constantemente al Padre, sobre todo en los momentos más difíciles, o más importantes. Además, lo llamaba «Abba», que significa «papá». Y mantuvo su fidelidad al Padre hasta la muerte: «Padre, si es posible…; pero no se haga mi voluntad sino la tuya».

Vivid para los demás. Jesús no fue un hombre egoísta que viviera para sí, sino un hombre totalmente entregado a los demás. Consciente de que el criterio de actuación en la vida era el amor a los necesitados, no buscó nunca dinero ni seguridad, ni ambicionó ningún poder, ni siquiera se preocupó de su propia fama. Su amor a los demás fue tan generoso, tan sincero, tan consecuente, que le llevó hasta a perdonar a quienes lo ajusticiaron.

Se volcó en favor de los marginados. Jesús, en su vida de servicio a los demás, tuvo una gran «debilidad», una «escandalosa» preferencia: los más necesitados, los marginados, aquellos a quienes nadie quiere, ni escucha, ni ayuda. Anduvo siempre rodeado de la gente más despreciada y sospechosa de Israel: pecadores, publicanos, ladrones, prostitutas, poseídos, leprosos, ignorantes, enfermos…

Jesús se acercó con sencillez a los incultos, a los débiles, a los niños, a las mujeres marginadas por la sociedad judía, a los impuros, a los samaritanos…, en definitiva, a todas las gentes de la plebe, oprimidas y desorientadas…

Estas pinceladas han pretendido presentar cómo vivió Jesús.

Yo ahora preguntó: «¿Cuál es mi respuesta?, ¿cuál es tu respuesta?, ¿cuál es nuestra respuesta?».

Pedro Mari Zalbide

Evangelii Gaudium – Francisco I

136. Renovemos nuestra confianza en la predicación, que se funda en la convicción de que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la palabra humana. San Pablo habla con fuerza sobre la necesidad de predicar, porque el Señor ha querido llegar a los demás también mediante nuestra palabra (cf. Rm 10,14-17). Con la palabra, nuestro Señor se ganó el corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes (cf. Mc 1,45). Se quedaban maravillados bebiendo sus enseñanzas (cf. Mc 6,2). Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad (cf. Mc 1,27). Con la palabra, los Apóstoles, a los que instituyó «para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14), atrajeron al seno de la Iglesia a todos los pueblos (cf. Mc 16,15.20).

Lectio Divina – 3 de septiembre

Lectio: Domingo, 3 Septiembre, 2017

Primer anuncio de la muerte y resurrección de Jesús
El escándalo de la cruz
Mateo 16, 21-27

1. ORACIÓN INICIAL

Espíritu de verdad, enviado por Jesús para conducirnos a la verdad toda entera, abre nuestra mente a la inteligencia de las Escrituras. Tú, que descendiendo sobre María de Nazareth, la convertiste en tierra buena donde el Verbo de Dios pudo germinar, purifica nuestros corazones de todo lo que opone resistencia a la Palabra. Haz que aprendamos como Ella a escuchar con corazón bueno y perfecto la Palabra que Dios nos envía en la vida y en la Escritura, para custodiarla y producir fruto con nuestra perseverancia.

2. LECTURA

a) El contexto:

Mt 16, 21-27 se encuentra entre la confesión de Pedro (16,13-20) y la transfiguración (17, 1-8) y está íntimamente ligado a ellos. Jesús pide a los doce que le digan qué piensa la gente que pueda ser Él y luego quiere saber qué dicen ellos. Pedro responde: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (16,16). Jesús, no sólo acepta esta confesión, sino que dice expresamente que su verdadera identidad ha sido revelada a Pedro por Dios. Sin embargo, insiste en que los discípulos no deben decir a nadie que Él es el Mesías. Jesús sabe bien que este título puede ser malentendido y no quiere correr ningún riesgo. «Desde entonces» (16,3) comienza a explicar a los doce gradualmente qué significa ser el mesías: Él es el mesías sufridor que entrará en su gloria a través de la cruz.
El pasaje en consideración consta de dos partes. En la primera (vv. 21-23) Jesús anuncia su muerte y resurrección y se muestra completamente decidido a seguir el proyecto de Dios sobre Él a pesar de la protesta de Pedro. En la segunda parte (vv. 24-27) Jesús demuestra la consecuencia que deberá tener sobre sus discípulos el reconocerlo como mesías sufridor. No se llega a ser discípulo, si no es pasando por el mismo camino.
Pero Jesús sabe bien que es difícil para los doce aceptar su cruz y la de ellos y para animarlos les da una anticipación de su resurrección en la transfiguración (17, 1-8).

b) El texto:

21-23: Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!
Mateo 16, 21-2724-27: Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?
«Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta

3. UN MOMENTO DE SILENCIO ORANTE

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. ALGUNAS PREGUNTAS

para ayudarnos en la reflexión personal.

a) ¿Por qué Pedro trata de persuadir a Jesús de afrontar la pasión?
b) ¿Por qué Jesús llama a Pedro Satanás?
c) ¿Cómo afrontas la vida, con la lógica de Dios y de Jesús o con la de los hombres y la de Pedro?
d) En tu vida concreta de cada día ¿qué significa perder la vida por causa de Jesús?
e) ¿Cuáles son tus cruces y tus Pedros?

5. UNA CLAVE DE LECTURA

para aquéllos que quieran profundizar más en el tema.

«Debía andar a Jerusalén…»
Los cuatro verbos «andar», «sufrir» , » ser matado» y «resucitar (v.21) están regidos por el verbo «debía», o mejor, «era necesario que». Es un verbo que en el Nuevo Testamento tiene un preciso significado teológico. Indica que es voluntad de Dios que una cosa particular acontezca, porque está en su proyecto de salvación.
La muerte de Jesús puede ser vista como la consecuencia «lógica» de la conducta que ha tomado hacia las instituciones de su pueblo. Como todo profeta incómodo ha sido quitado de en medio. Pero el Nuevo Testamento insiste que su muerte (y resurrección) hacía parte del proyecto de Dios que Jesús aceptó con plena libertad.

«Tú me sirves de escándalo»
Escándalo quiere decir tropiezo, trampa. Escandalizar a alguien significa colocarle delante impedimentos que lo aparten del camino que lleva. Pedro es un escándalo para Jesús porque lo tienta a dejar el camino de la obediencia a la voluntad del Padre, para seguir un camino más fácil. Por esto Jesús lo asemeja a Satanás, que al principio de su ministerio había tratado de apartar a Jesús de seguir su propia misión, proponiéndole un mesianismo fácil (ver Mt 4, 1-11).

«Quien pierda la propia vida la encontrará»
Quien comprende bien el misterio de Jesús y la naturaleza de su misión, comprende también qué significa ser su discípulo. Las dos cosas están íntimamente ligadas.
Jesús mismo impone tres condiciones a aquéllos que quieren ser sus discípulos: negarse a sí mismo, tomar la propia cruz y seguirlo (v. 24). Negarse a sí mismo quiere decir no centrar su vida sobre el propio egoísmo, sino en Dios y su proyecto (el Reino). Esto comporta la aceptación de adversidades y el soportar las dificultades. Pero Jesús mismo nos ha dejado el ejemplo de cómo obrar en tales situaciones: basta imitarlo. Él no comprometió su adhesión a Dios y a su Reino y permaneció fiel hasta dar la vida. Pero precisamente fue de esta manera cómo llegó a la plenitud de la vida en la resurrección.

6. SALMO 40

Invocación de ayuda de parte de uno
que ha permanecido fiel a Dios

Yo esperaba impaciente a Yahvé:
hacia mí se inclinó
y escuchó mi clamor.
Me sacó de la fosa fatal,
del fango cenagoso;
asentó mis pies sobre roca,
afianzó mis pasos.
Puso en mi boca un cántico nuevo,
una alabanza a nuestro Dios;
muchos verán y temerán,
y en Yahvé pondrán su confianza.

Dichoso será el hombre
que pone en Yahvé su confianza,
y no se va con los rebeldes
que andan tras los ídolos.
¡Cuántas maravillas has hecho,
Yahvé, Dios mío,
cuántos designios por nosotros;
nadie se te puede comparar!
Quisiera publicarlos, pregonarlos,
mas su número es incalculable.

No has querido sacrificio ni oblación,
pero me has abierto el oído;
no pedías holocaustos ni víctimas,
dije entonces: «Aquí he venido».
Está escrito en el rollo del libro
que debo hacer tu voluntad.
Y eso deseo, Dios mío,
tengo tu ley en mi interior.

He proclamado tu justicia
ante la gran asamblea;
no he contenido mis labios,
tú lo sabes, Yahvé.
No he callado tu justicia en mi pecho,
he proclamado tu lealtad, tu salvación;
no he ocultado tu amor y tu verdad
a la gran asamblea.

Y tú, Yahvé, no retengas
tus ternuras hacia mí.
Que tu amor y lealtad
me guarden incesantes.
Pues desdichas me envuelven
en número incontable.
Mis culpas me dan caza
y ya no puedo ver;
más numerosas que mis cabellos,
y me ha faltado coraje.

¡Dígnate, Yahvé, librarme;
Yahvé, corre en mi ayuda!
¡Queden confusos y humillados
los que intentan acabar conmigo!
¡Retrocedan confundidos
los que desean mi mal!
Queden corridos de vergüenza
los que me insultan: «Ja, ja».

¡En ti gocen y se alegren
todos los que te buscan!
¡Digan sin cesar: «Grande es Yahvé»
los que ansían tu victoria!
Aunque soy pobre y desdichado,
el Señor se ocupará de mí.
Tú eres mi auxilio y libertador,
¡no te retrases, Dios mío!

7. ORACIÓN FINAL

¡Oh Dios! tus caminos no son nuestros caminos y tus pensamientos no son nuestros pensamientos. En tu proyecto de salvación hay un puesto para la cruz. Tu Hijo Jesús no retrocedió delante de ella, sino «se sometió a la cruz, despreciando la ignominia» (Eb 12,2). La hostilidad de sus adversarios, no pudo apartarlo de su firme decisión de cumplir tu voluntad y anunciar tu Reino, costase lo que costase.
Fortalécenos ¡oh Padre! con el don de tu Espíritu Santo. Él nos haga capaces de seguir a Jesús con valentía y fidelidad. Nos haga sus imitadores en hacer de ti y de tu Reino el punto central de nuestra vida. Nos dé la fuerza para soportar las adversidades y dificultades para que en nosotros y en todos surja gradualmente la verdadera vida.
Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Domingo XXII de Tiempo Ordinario

A partir del momento en que los discípulos, por boca de su portavoz, Pedro, afirman su fe en Jesús como el Mesías (Mc 8, 27-30; Mt 16, 13-16; Lc 9, 18-21), este «empieza» a explicar a aquellos hombres en qué consistía su mesianismo y cómo se iba a realizar. Tal mesianismo no sería una carrera de éxitos, de triunfos, de poder y de fama. Todo lo contrario. El mesianismo, que podría traer salvación y solución al mundo, sería (tenía que ser) y se realizaría en una vida que iba a terminar en el enfrentamiento mortal con los poderes religiosos y políticos, hasta verse marginado, excluido y condenado por tales poderes.

Este hecho, tal como históricamente sucedió, le pareció a Pedro intolerable. Por eso «increpó» a Jesús. Lo que fue motivo de un enfrentamiento durísimo. Porque Jesús llegó a calificar a Pedro de «Satanás». ¿Por qué llegó aquel enfrentamiento hasta tal extremo? Estaba en juego lo más decisivo. ¿Por qué? El Mesías, según el A. T., era el «ungido». Y ungidos eran el «sumo sacerdote» y el «rey». El mesianismo estaba asociado, para cualquier judío, a lo más digno, el poder y a la grandeza. La idea del Mesías estaba, por tanto, vinculada a lo sobrehumano, al gobierno glorioso del rey David (Is 9, 1-6; 11, 1 ss; Mi 5, 1-5). Quizá en la idea del Mesías entraba también el concepto de «lo sagrado». Pero de lo que no cabe duda es que la idea judía del mesianismo estaba vinculada a la realeza, con el poder y dignidad que le corresponde al que encarna el papel y la grandeza de la salvación del pueblo elegido.

Estando así las cosas, y siendo esa la mentalidad del judaísmo proveniente del A. T., se comprende que Jesús, al explicar su mesianismo (tal como de hecho se consumó), tuvo que echar mano de una fórmula fuerte y tajante: «el Mesías tiene que ir a Jerusalén y padecer allí mucho». Pero, en la historia de la interpretación bíblica, esta necesidad ha planteado un problema en el que la teología se ha atascado: Jesús «tenía que» padecer y morir rechazado por las autoridades religiosas, ¿por qué así lo había decidido Dios? ¿Por qué el propio Jesús vivió de forma que aquella vida no podía acabar sino en el fracaso, el sufrimiento y la muerte de un subversivo? Aquí está el problema capital para entender a Jesús, para comprender lo que significa el cristianismo, y para vivir la fe cristiana con coherencia y según su razonable significado. ¿Qué quiere decir esto?

La afirmación fuerte, que hace Jesús, según la cual el Mesías «tiene que padecer mucho», asocia el sufrimiento y la muerte de Cristo con «una necesidad absoluta». Esto es lo que ha dado pie a decir que fue Dios quien decretó el sufrimiento y la muerte de Jesús. Pero, si llegamos a esta conclusión, en el fondo lo que estamos afirmando es que Dios necesitó sufrimiento y muerte, nada menos que la muerte de su Hijo. Lo cual es hacer de Dios un monstruo de maldad y sadismo. Semejante afirmación teológica es absolutamente intolerable e inaceptable. En un Dios así, no es posible creer.

Para poner las cosas en su sitio, es necesario saber:

1) En el N. T. se relaciona el vocablo «dei» con normas de Dios para la ética y la piedad (Hech 5, 29; 1 Tes 4, 1; Rom 8, 26; 1 Cor 8, 2; 1 Tim 3, 2. 7. 15; Lc 13, 14. 16).

2) Nunca se relaciona con sufrimientos que Dios manda o con decisiones divinas relativas a la muerte de alguien.

3) Y, por supuesto, jamás se vincula a sufrimientos, violencia y muerte cuyo origen esté en las autoridades religiosas

Hay que decir, por tanto, lo que dicen los evangelios cuando ponen en boca de Jesús los anuncios de la pasión: fueron los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores los que decidieron torturar, humillar y asesinar a Jesús. En este sentido, se puede afirmar que no fue Dios, sino que fue la Religión (por sus representantes oficiales) la que mató a Jesús. El proyecto de matar a Jesús brotó de los observantes religiosos, los fariseos (Mc 3, 6). Y lo consumó el Sanedrín de las autoridades religiosas de Jerusalén (Jn 11, 47-53).

Pero lo que ocurrió, en el cristianismo primitivo, es que los evangelios se redactaron y difundieron (en su redacción definitiva) después del año 70, datación que está generalmente aceptada y comprobada. Pero, mucho antes, entre los años 41 y 51-52, las primeras «iglesias», fundadas casi todas por el apóstol Pablo, recibieron un mensaje distinto al de los evangelios. Fue el mensaje según el cual Cristo murió crucificado, como «sacrificio» y «expiación» por nuestros pecados. Lo que, a juicio de Pablo, fue un acto de generosidad de Dios. Fue el Padre quien entregó a su Hijo, para nuestra «justificación» y «redención» (2 Cor 5, 21; Rom 3, 24-26…).

Estas dos interpretaciones de la muerte de Jesús, la de los evangelios y la de Pablo, no se han integrado debidamente en la teología cristiana. Pero el hecho histórico nos dice que Jesús murió como un fracasado subversivo, por solidaridad con todos los que sufren en este mundo. Esto es lo capital. Y tendría que ser lo determinante para la Iglesia.

José María Castillo

Síndrome postvacacional

Es el primer domingo de septiembre y seguro que en estos días se está hablando del llamado “síndrome postvacacional”, que consiste en malestar, ansiedad, decaimiento… ante la reincorporación a las tareas habituales después de las vacaciones. Este “síndrome postvacacional” afecta también en la Iglesia a quienes tienen un compromiso evangelizador, ya sean presbíteros, religiosos o laicos. Se tiene la impresión de que el verano ha pasado demasiado rápido, quizá incluso ha habido actividades propias de este tiempo, como campamentos, encuentros, etc., y al tener que empezar de nuevo el curso se tiene la impresión de no haber podido descansar. A menudo resulta duro tener que enfrentarse de nuevo a reuniones, encuentros, actividades… que generalmente acarrean mucho esfuerzo y pocas satisfacciones, y por eso se desearía no tener que comenzar.

Es la experiencia que refleja el profeta Jeremías en la 1ª lectura: él ha respondido al Señor para llevar a cabo su misión (Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir), pero experimenta con dureza las consecuencias de esa misión: Yo era el hazmerreír todo el día y todos se burlaban de mí… La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Y también quisiera dejar esa misión: Me dije: “No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre”.

Es normal que las dificultades y sinsabores del seguimiento de Cristo y del desempeño de un compromiso evangelizador nos provoquen rechazo, como también hemos escuchado en el Evangelio que le ocurrió a Pedro, que al escuchar a Jesús que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho… que tenía que ser ejecutado… reacciona negativamente: ¡No lo permita Dios! Eso no puede pasarte.

Pero, aunque humanamente sea normal rechazar las dificultades y sinsabores que conlleva ser cristiano, Jesús nos reprende, como a Pedro: Tú piensas como los hombres, no como Dios. Si de verdad creemos en el Dios que se nos ha revelado en Jesús, no podemos obviar las palabras de Jesús que Pedro parece que “no ha escuchado” tras el anuncio de lo que va a padecer: y resucitar al tercer día.

Ser cristiano es creer en Jesucristo, crucificado y resucitado, y es su victoria sobre la Cruz la que da sentido a los padecimientos, dificultades y sinsabores que tengamos que sufrir por ser discípulos suyos. Por eso Él nos invita: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. No se trata de aceptar el sufrimiento por el sufrimiento, sino de seguir con fidelidad los mismos pasos de Cristo para compartir también su victoria final sobre la cruz.

Por eso, debemos hacer caso a san Pablo en la 2ª lectura al decirnos: no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios. Como cristianos, aunque sintamos ese “síndrome postvacacional” al disponernos a reemprender las actividades parroquiales, diocesanas, en la Acción Católica General… aunque suframos las consecuencias negativas de seguir a Cristo y desarrollar nuestra misión, no debemos dejarnos dominar por los criterios de la sociedad actual, que rechaza todo lo que suponga dolor, sufrimiento, esfuerzo… sino aceptarlo cuando sea necesario con tal de cumplir en nuestra vida la voluntad de Dios. Porque como nos ha advertido el Señor: Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.

¿Estoy sufriendo el “síndrome postvacacional” en mi vida laboral, familiar, etc.? ¿Y como cristiano estoy sufriendo también ese “síndrome” al tener que reemprender las actividades pastorales? ¿Comparto las expresiones de Jeremías y de Pedro? ¿Entiendo la reprimenda de Jesús? ¿Tengo presente que tras la pasión y la cruz está su resurrección? ¿En qué me ajusto a este mundo, y en qué debo renovarme para cumplir mejor la voluntad de Dios en mi vida?

Aunque suframos ese “síndrome postvacacional”, sabemos que tenemos que echar adelante con nuestras tareas, aunque nos pese. Ojalá como cristianos nos ocurra como a Jeremías, que a pesar del rechazo que siente, experimenta que la palabra del Señor era en mis entrañas fuego ardiente… intentaba contenerlo, y no podía, y sintamos que no podemos abandonar la misión que el Señor nos ha encomendado. Que al comenzar un nuevo curso, nos neguemos a nosotros mismos y carguemos con nuestra cruz, la que sea, porque aunque sintamos que estamos “perdiendo la vida”, en realidad la estamos encontrando.

Aprender a perder

El dicho está recogido en todos los evangelios y se repite hasta seis veces: «El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la encontrará». Jesús no está hablando de un tema religioso. Está planteando a sus discípulos cuál es el verdadero valor de la vida.

El dicho está expresado de manera paradójica y provocativa. Hay dos maneras muy diferentes de orientar la vida: una conduce a la salvación; la otra, a la perdición. Jesús invita a todos a seguir el camino que parece más duro y menos atractivo, pues conduce al ser humano a la salvación definitiva.

El primer camino consiste en aferrarse a la vida viviendo exclusivamente para uno mismo: hacer del propio «yo» la razón última y el objetivo supremo de la existencia. Este modo de vivir, buscando siempre la propia ganancia o ventaja, conduce al ser humano a la perdición.

El segundo camino consiste en saber perder viviendo como Jesús, abiertos al objetivo último del proyecto humanizador del Padre: saber renunciar a la propia seguridad o ganancia, buscando no solo el propio bien, sino también el de los demás. Este modo generoso de vivir conduce al ser humano a su salvación.

Jesús está hablando desde su fe en un Dios salvador, pero sus palabras son una grave advertencia para todos. ¿Qué futuro le espera a una humanidad dividida y fragmentada donde los poderes económicos buscan su propio beneficio; los países su propio bienestar; los individuos su propio interés?

La lógica que dirige en estos momentos la marcha del mundo es irracional. Los pueblos y los individuos estamos cayendo poco a poco en la esclavitud del «tener siempre más». Todo es poco para sentirnos satisfechos. Para vivir bien necesitamos siempre más productividad, más consumo, más bienestar material, más poder sobre los demás.

Buscamos insaciablemente bienestar, pero, ¿no nos estamos deshumanizando siempre un poco más? Queremos «progresar» cada vez más, pero, ¿qué progreso es este que nos lleva a abandonar a millones de seres humanos en la miseria, el hambre y la desnutrición? ¿Cuántos años podremos disfrutar de nuestro bienestar cerrando nuestras fronteras a los hambrientos y a quienes buscan entre nosotros refugio de tantas guerras?

Si los países privilegiados solo buscamos «salvar» nuestro nivel de bienestar, si no queremos perder nuestro potencial económico, jamás daremos pasos hacia una solidaridad a nivel mundial. Pero no nos engañemos. El mundo será cada vez más inseguro y más inhabitable para todos, también para nosotros. Para salvar la vida humana en el mundo hemos de aprender a perder.

José Antonio Pagola

Domingo XXII de Tiempo Ordinario

Hoy es 3 de septiembre, Domingo XXII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 16, 21-27):

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:

—«¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte».

Jesús se volvió y dijo a Pedro:

—«Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios».

Entonces dijo a sus discípulos:

—«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.

Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.

¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?

¿O qué podrá dar para recobrarla?

Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta».

Los discípulos se quedaron asombrados y tristes cuando Jesús les dijo que debía ir a Jerusalén para sufrir y morir. Simplemente no podían entender que Dios fuera a abandonar a su enviado, aquel a quien Pedro acababa de proclamar como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16, 16). ¡Era absurdo! Pero cuando Pedro trató de disuadirlo, Jesús lo reprendió severamente: “¡Apártate de mí, Satanás… tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!” (Mateo 16, 23).

Pedro no fue el primero ni el último que tuvo dificultades para entender la voluntad de Dios, porque veía las cosas con ojos humanos, tal como nosotros.

Dios llamó a su servicio a Pedro y al profeta Jeremías, lo que es un privilegio y un desafío a la vez. El privilegio consiste en que el discípulo adquiere una estrecha amistad con Dios, fuente del amor. En la Última Cena, Jesús dijo a sus seguidores: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre” (Juan 15, 15). Piensa en lo extraordinario que es ser conocido por Cristo como amigo, el privilegio de percibir el pensamiento de Jesús, cuando el mismo Señor te da a conocer su plan perfecto y su generosidad. ¡Qué honor más grande!

El desafío consiste en las dificultades que se van encontrando por el camino que hemos de seguir en esta amistad con Dios, porque la limitada inteligencia humana choca con el misterio de la sabiduría divina. Dios desea darnos una visión más amplia y una comprensión más profunda de lo que él hace, pero es un proceso que a veces resulta difícil o penoso. Así como a un niño le cuesta imitar la destreza de sus padres, también el discípulo va creciendo en sabiduría, a medida que crece en la fe y acepta cada vez más la acción de Dios.

“Amado Señor, ilumina nuestro entendimiento para reconocer tu voluntad divina y transformar nuestros razonamientos y criterios para ser buenos instrumentos en tus manos.”