Vísperas – Lunes XXII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: PRESENTEMOS A DIOS NUESTRAS TAREAS.

Presentemos a Dios nuestras tareas,
levantemos orantes nuestras manos,
porque hemos realizado nuestras vidas
por el trabajo.

Cuando la tarde pide ya descanso
y Dios está más cerca de nosotros,
es hora de encontrarnos en sus manos,
llenos de gozo.

En vano trabajamos la jornada,
hemos corrido en vano hora tras hora,
si la esperanza no enciende sus rayos
en nuestra sombra.

Hemos topado a Dios en el bullicio,
Dios se cansó conmigo en el trabajo;
es hora de buscar a Dios adentro,
enamorado.

La tarde es un trisagio de alabanza,
la tarde tiene fuego del Espíritu:
adoremos al Padre en nuestras obras,
adoremos al Hijo. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia.

Salmo 44 I – LAS NUPCIAS DEL REY.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, ¡oh Dios!, permanece para siempre;
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia.

Ant 2. Llega el esposo, salid a recibirlo.

Salmo 44 II

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna:
prendado está el rey de tu belleza,
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Llega el esposo, salid a recibirlo.

Ant 3. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

LECTURA BREVE   1Ts 2, 13

Nosotros continuamente damos gracias a Dios; porque habiendo recibido la palabra de Dios predicada por nosotros, la acogisteis, no como palabra humana, sino – como es en realidad- como palabra de Dios, que ejerce su acción en vosotros, los creyentes.

RESPONSORIO BREVE

V. Suba, Señor, a ti mi oración.
R. Suba, Señor, a ti mi oración.

V. Como incienso en tu presencia.
R. A ti mi oración.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Suba, Señor, a ti mi oración.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclame mi alma tu grandeza, Dios mío.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclame mi alma tu grandeza, Dios mío.

PRECES

Alabemos a Cristo, que ama a la Iglesia y le da alimento y calor, y roguémosle confiados diciendo:

Atiende, Señor, los deseos de tu pueblo.

Haz, Señor, que todos los hombres se salven
y lleguen al conocimiento de la verdad.

Guarda con tu protección al papa Francisco y a nuestro obispo N.,
ayúdalos con el poder de tu brazo.

Ten compasión de los que no encuentran trabajo
y haz que consigan un empleo digno y estable.

Señor, sé refugio de los oprimidos
y protégelos en todas sus necesidades.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te pedimos por el eterno descanso de los que durante su vida ejercieron el ministerio para el bien de tu iglesia:
que también te celebren eternamente en tu reino.

Fieles a la recomendación del Salvador nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que has querido asistirnos en el trabajo que nosotros, tus siervos inútiles, hemos realizado hoy, te pedimos que, al llegar al término de este día, acojas benignamente nuestro sacrificio vespertino de acción de gracias y recibas con bondad la alabanza que te dirigimos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 4 de septiembre

Lectio: Lunes, 4 Septiembre, 2017

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 4,16-30
Vino a Nazaret, donde se había criado, entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías, desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor
.

Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy.» Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca.
Y decían: «¿Acaso no es éste el hijo de José?» Él les dijo: «Seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria.» Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.»
«Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio.»
Al oír estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.

3) Reflexión

• Hoy comenzamos a meditar el Evangelio de Lucas, que se prolonga a lo largo de tres meses, hasta el final del año eclesiástico. El evangelio de hoy nos habla de la visita de Jesús a Nazaret y de la presentación de su programa a la gente de la sinagoga. En un primer momento, la gente queda admirada. Pero, al darse cuenta de que Jesús quiere acoger a todos, sin excluir a nadie, la gente se rebela y quiere matarlo.
• Lucas 4,16-19: La propuesta de Jesús. Impulsado por el Espíritu Santo, Jesús ha vuelto a Galilea (Lc 4,14) y empieza a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios. Va a las comunidades, enseña en las sinagogas y llega a Nazaret, donde se había criado. Vuelve a la comunidad, donde había participado desde pequeño, y durante treinta años. El sábado después, y como solía hacer, Jesús va a la sinagoga para participar en la celebración, se levanta para hacer la lectura. Escoge un texto de Isaías que habla de los pobres, de los presos, de los ciegos y de los oprimidos (Is 61,1-2). Este texto refleja la situación de la gente de Galilea en el tiempo de Jesús. La experiencia que Jesús tenía de Dios Padre, lleno de amor, le daba una mirada nueva para observar la realidad. En nombre de Dios, Jesús toma postura en defensa de la vida de su pueblo y, con las palabras de Isaías, define su misión: (1) anunciar la Buena Nueva a los pobres, (2) proclamar a los presos la liberación, (3) devolver la vista a los ciegos, (4) devolver la libertad a los oprimidos y, retomando la antigua tradición de los profetas, (5) proclamar “un año de gracia de parte del Señor”. ¡Proclama el año del jubileo!
• En la Biblia, el “Año del Jubileo” era una ley importante. Cada siete años, inicialmente, (Dt 15,1; Lev 25,3), era necesario devolver las tierras a los clanes de los orígenes. Todos debían poder volver a su propiedad. Y así se impedía la formación de latifundios y se garantizaba la supervivencia de las familias. Era necesario perdonar también las deudas y rescatar a las personas que se habían tomado como esclavos (Dt 15,1-18). No fue fácil realizar el año del jubileo cada siete años (Cf. Jer 34,8-16). Después del exilio, se decidió hacerlo cada cincuenta años (Lev 25,8-12). El objetivo era y sigue siendo: reestablecer los derechos de los pobres, acoger a los excluidos y reintegrarlos en la convivencia. El jubileo era un instrumento legal para volver al sentido original de la Ley de Dios. Era una ocasión ofrecida por Dios para hacer una revisión del camino, para descubrir y corregir los errores y empezar de nuevo. Jesús empieza su predicación proclamando un Jubileo “Un año de gracia del Señor”.
• Lucas 4,20-22: Enlazar Biblia y Vida. Terminada la lectura, Jesús actualiza el texto de Isaías diciendo: “¡Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy!” Asumiendo las palabras de Isaías como palabras suyas, Jesús les da un sentido pleno y definitivo y se declara mesías que viene a cumplir la profecía. Esta manera de actualizar el texto provoca una reacción de rabia entre los que se encuentran en la sinagoga. Quedan escandalizados y no quieren saber nada de él. No aceptan que Jesús sea el mesías anunciado por Isaías. Decían: “¿Acaso no es éste el hijo de José?” Quedan escandalizados porque Jesús habla de acoger a los pobres, a los ciegos y a los oprimidos. La gente no acepta la propuesta de Jesús. Y así en el momento en que presenta el proyecto de acoger a los excluidos, el mismo es excluido.
• Lucas 4,23-30: Superar los límites de la raza. Para ayudar a la comunidad a que supere el escándalo y para hacerle entender que su propuesta forma parte de la tradición, Jesús cuenta dos historias de la Biblia que eran conocidas: la historia de Elías y la historia de Eliseo. Las dos historias critican la cerrazón mental de la gente de Nazaret. Elías fue enviado a la viuda de Sarepta (1 Re 17,7-16). Eliseo fue enviado a ocuparse del extranjero de Siria (2 Reyes 5,14). Despunta aquí la preocupación de Lucas que quiere mostrar que la apertura hacia la gente viene de Jesús. Jesús tuvo las mismas dificultades que estaban teniendo las comunidades en tiempo de Lucas. Pero la llamada de Jesús no aplacó los espíritus. ¡Fue todo lo contrario! Las historias de Elías y de Eliseo provocaron más rabia aún… La comunidad de Nazaret llegó al punto de querer matar a Jesús. Pero él mantuvo la calma. La rabia de los demás no consiguió desviarle del camino. Lucas muestra así lo difícil que es superar la mentalidad del privilegio y de la cerrazón.
• Es importante notar los detalles en el uso del Antiguo Testamento. Jesús cita el texto de Isaías hasta donde dice: «proclamar un año de gracia de parte del Señor». Corta todo lo demás de la frase que decía: «y un día de venganza de nuestro Dios«. La gente de Nazaret queda escandalizada ante Jesús al oír que quiere ser el mesías, porque quiere acoger a los excluidos y porque ha omitido la frase sobre la venganza. Quieren que el Día de Yahvé sea un día de venganza contra los opresores del pueblo. En este caso, la venida del Reino no sería más que un cambio superficial y no un cambio o conversión del sistema. Jesús no acepta esta manera de pensar, no acepta la venganza (cf. Mt 5,44-48). Su nueva experiencia de Dios como Padre/Madre le ayudaba a entender mejor el sentido de las profecías.

4) Para la reflexión personal

• El programa de Jesús consiste en acoger a los excluidos. Y nosotros ¿acogemos a todos, o excluimos a algunos? ¿Cuáles son los motivos que nos llevan a excluir a ciertas personas?
• El programa de Jesús, ¿está siendo realmente nuestro programa, o mi programa? ¿Cuáles son los excluidos que deberíamos acoger mejor en nuestra comunidad? ¿Qué es lo que me da fuerza para realizar la misión que Jesús nos dio?

5) Oración final

¡Oh, cuánto amo tu ley!
Todo el día la medito.
Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos,
porque es mío para siempre. (Sal 119,97-78)

Parábolas para una buena ciudadanía

De los doce domingos que van del 23º al 34º del T.O., dentro del Ciclo A, ocho de ellos son parábolas de Jesús. Alguno más pudieran asimilarse casi también a alguna parábola.

Si las miramos bien, todas ellas, y también los demás domingos, podrían darnos muchas pistas que el evangelio propone para crear una verdadera convivencia humana. La “convivencia” es, precisamente, una de las realidades más presentes a todos los niveles en nuestra humanidad: ¡vivimos juntos!”, sea en comunidad, sea en la ciudad, en el barrio, en la vecindad, en el universo. Todo está conectado –dice el papa Francisco-, todos somos interdependientes en el planeta, comenzando por las mismas personas.

La convivencia es un gozo y es, también, un problema, sobre todo cuando el sistema en el que nos movemos prima el individualismo, el dinero, el bienestar, el consumo, etc. sobre las relaciones interpersonales. Saber convivir, saber estar juntos en un mismo mundo, es todo un arte para saber combatir a los enemigos de la convivialidad.

Por todo ello, para todos estos domingos 23º-34º, en la oferta de “RECURSOS”, podríamos seguir el “hilo conductor” de las invitaciones del evangelio para vivir en “la ciudad” contrastándolas con algunos aspectos negativos de la sociedad.

Dos precisiones

1. Tomamos los aspectos más negativos de la sociedad, que destruyen la convivencia. Pero no significa que estemos magnificando esta negatividad ni queramos rechazar el mundo y la sociedad en la que vivimos. Todo lo contrario. Amamos al mundo porque el mundo es digno de amor, porque somos no- sotros mismos y porque el mundo –nosotros en él- es el objeto del amor de Dios.

2. Al poner la alternativa del evangelio, pudiera malinterpretarse desde una visión manquea de la realidad –bueno-malo sin medias tintas-. Igualmente pudiera parecer que nosotros, los cristianos, queremos “dar lecciones” a la sociedad, colocándonos de parte de “los buenos” (nosotros) frente al mundo (ellos…). Vivimos codo con codo con todas las personas de buena -y mala- voluntad y valoramos radicalmente la autonomía de las realidades “terrenas”, como diría el Concilio Vaticano II, también sociológicas.

A partir de estos supuestos, presentamos:

PARÁBOLAS PARA UNA BUENA CIUDADANÍA

«Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho».

De la Carta a Diogneto (s.II)

Proponemos, pues, cada domingo:
1. Una alusión al contexto social en el que vivimos
2. La propuesta (contrapropuesta) del Evangelio que nos presenta el Evangelio: la apuesta de Jesús humaniza la ciudad y, por tanto, los cristianos –y todo hombre o mujer de buena voluntad- estamos llamados a ser, humildemente y junto con otros y sus valores, personas al servicio de una humanización de la convivencia en la sociedad.
3. Tal vez un texto sugerente
4. Un poema, una oración, una canción

El esquema sería el siguiente:

Domingo

CONTEXTO

PROPUESTA

23
Normas de comunidad

La agresividad.

El diálogo.

24
El perdón 70 veces 7

La vergüenza del “perdón”

El perdón

25
Viñadores a diversas horas

La rentabilidad.
Los “derechos adquiridos”.

La gratuidad

26
Los dos hijos

La “postverdad”

La coherencia y la honradez

27 Viñadores asesinos. La piedra desechada

El rechazo

La acogida

28
Banquete e invitados ingratos

La distancia

El acercamiento

29
El impuesto del César

La uniformidad excluyente.

El pluralismo

30
El amor a Dios y al prójimo

La espiritualidad autorreferencial

La alteridad del amor

31 Fariseos hipócritas y soberbios

La competitividad

La igualdad.

32
Las cinco jóvenes listas y las cinco tontas

La frivolidad y la indiferencia

La atención y la disponibilidad

33
Los talentos

La pusilanimidad.

La audacia y la generosidad

34 Cristo rey

Lo que deshumaniza a la sociedad

Jesucristo, rey servidor. Comunidades de servidores.

Sentirnos invitados – Tiempo de caminar

La presencia de Cristo Resucitado en medio de su pueblo ilumina la sala del banquete llena de invitados que acuden a su llamada y a su encuentro pascual. Participar en un banquete es una victoria sobre la vida. Es una plenitud compartida: es una comunión. Las grandes alianzas se expresan y sellan con una comida. El comer juntos supone una alianza tácita, es decir, aceptar una invitación es aceptar el diálogo. El que se sienta a la mesa abre la boca para comer, pero está invitado a abrir su corazón.

Sin recibir al Señor no podemos caminar, “estar en camino”; necesitamos el nuevo maná, comer al mismo Jesucristo camino, verdad, pan vivo, pan de eternidad, para tener y reparar nuestras fuerzas. «No podemos caminar con hambre bajo el sol», cantamos en la comunión.

Es la hora de encontrarnos como hijos de la Iglesia en la mesa de la unidad. Es la hora de comer juntos y de abrir nuestro corazón a los demás. Es la hora de llenarnos de alegría en su presencia, cambiando nuestros corazones al sentirnos invitados y sentarnos a su mesa. Mesa que alegra el corazón. Su pan es Pan de vida, Pan del camino, Pan de los peregrinos, Pan de los fuertes. Su vino alegra y enardece el corazón. El encuentro con Jesús nos hace arder, nos hace descubrir lo que buscábamos en lo más profundo de nuestro ser.

Tiempo de caminar

El Cuerpo y la Sangre de Cristo son manjar para un pueblo que está en camino. «Ya tenemos manjar para el camino, -canta la canción-, ya podemos comer al mismo Dios». Cristo no sólo nos da su mensaje de amor, sino que por amor se da a sí mismo como alimento. El maná en el desierto prefigura el don de Cristo. En la Eucaristía entramos en comunión con Él y con los hermanos. Cristo es el pan vivo bajado del cielo; pan vivo, aunque murió por darnos vida en abundancia. «Danos, Señor, siempre ese pan. Pan vivo que nos da la vida»

Elías, agotado del camino, fue alimentado en el desierto con un pan y un jarro de agua: «¡Levántate, come! Que el camino es superior a tus fuerzas» (1Re 19,7). Santa Teresa, al morir, nos dejó este mensaje: “Es tiempo de caminar”. La Eucaristía es el pan del camino, el pan de los caminantes, la medicina de inmortalidad, el verdadero pan de los hijos. No digas “no puedo más”. Acércate a la mesa del Señor, con tus agobios y desánimos, y el Cuerpo del Señor, recibido con fe, se convierte en tu interior en fuente de vida. “Jesús es ayuda y da esfuerzo, nunca falta; es amigo verdadero (Vida, 22,6).

Alimento para los débiles

Al terminar el Discurso del Pan de Vida, Jesús crea en sus discípulos una profunda crisis. «¿Esto os hace vacilar?». Es Pedro quién con esa su fe y su amor a Jesucristo. «¿A quién vamos a acudir, Señor? Sólo tú tienes palabras de vida eterna». La Eucaristía es el banquete donde los eles se nutren una y otra vez de ese manjar suculento que es Jesucristo. «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». «O res mirabilis manducat Dominum pauper, servus et humilis», canta la estrofa del «Panis angelicus”:

«El pan angelical /
se convierte en pan de los hombres;
El pan del cielo /

acaba con las antiguas figuras:
¡Oh, cosa admirable! /

se alimentan del Señor
los pobres, los siervos y los humildes».

La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y alimento para los débiles (EG 47). Por tanto, que el pobre, el necesitado, se acerque a la mesa del Señor a comer su Pan sobre el altar del mundo.

Pueblo de Dios, sediento y peregrino

Sintiéndonos Pueblo de Dios, hermanos con los hermanos de otros países, nos constituimos en asamblea de Dios extendida por todo el mundo, sintiéndonos la Iglesia que peregrina por los caminos del mundo. Así cantamos: “Todos unidos formando un sólo cuerpo/ un pueblo que en la Pascua nació; miembros de Cristo en sangre redimidos: Iglesia peregrina de Dios”

Caminamos peregrinos, sedientos de paz y nos olvidamos de la Paz. Con frecuencia nos olvidamos del Divino Caminante y perdemos las huellas del camino, recorriendo sendas de perdición y rutas que no llevan a ninguna parte, que no conducen a nada. Hombre de hoy: ¿a dónde vas si no sabes a dónde ir? ¿Quién te guía y te acompaña en tu soledad?

«Señor, enséñame cómo llegar hasta ti… Enséñame ese camino, muéstramelo, y dame fuerzas para el viaje»

Así, formamos el Pueblo de Dios, sediento y peregrino, “Iglesia en salida” a la que nos llama el Papa Francisco (cf. EG 20-24); es la Iglesia de corazón abierto, de puertas abiertas a todos, donde todos pueden participar de alguna manera y todos pueden integrar la comunidad, aunque a menudo nos comportemos como controladores de la gracia y no como facilitadores; a veces velamos más que revelamos el rostro de Cristo. En la unidad, en la pluralidad y en la caridad, comemos el “Cuerpo del Señor”, pan vivo, partido y repartido como “prenda de la gloria futura”. El don de la misión lo recibimos como don de la fe en la comunión y unidad de la Iglesia.

Invitados por caminos distintos

El Evangelio está lleno de invitaciones al banquete de bodas, a formar parte de la asamblea del Pueblo de Dios. Es Cristo el que nos llama por caminos distintos y desde situaciones diversas, y nos convida a sentarnos a su mesa, a ser sus huéspedes y a comer su pan. No despidamos a nadie con las manos vacías. No impidamos a nadie sentarse a la mesa por no saber usar los cubiertos adecuados. ¡La mesa puesta está! Seamos hospital de campaña que se acerca a cada hombre que sufre en el cuerpo o en el espíritu y cura las heridas de nuestros hermanos con el aceite del consuelo y el vino de la alegría. ¡Vamos peregrinos a participar!

Todos invitados a la mesa, sin excluir a nadie

La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que “primerean”, que se involucran, que acompañan.; es la Iglesia que toma la iniciativa sin miedo, que sale al encuentro, que busca a los lejanos y llega a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos (cf. EG 24).

Siendo todos invitados a la mesa, a nadie se le excluye, pero que se ponga la túnica de los sencillos, del corazón limpio y las manos abiertas para dar y recibir.

El amor a Dios es inseparable del amor al prójimo. San Basilio afirma que «El que ama al prójimo como a sí mismo no posee más que el prójimo» Ésta es nuestra fe cristiana. Nadie puede abusar, oprimir o ser indiferente ante el débil y pobre porque Dios está de su parte. Hay que acoger al extranjero porque extranjeros fuimos también nosotros. Hay que acoger y sentirnos hermanos con el hermano porque somos hijos del Padre de todos.

La invitación es apremiante como la del evangelio en la parábola de las bodas. «Salid a los cruces de los caminos e invitad a todos los que encontréis a la boda» (ver Mt 22,4 y 9: «Venid a la asamblea». La invitación viene del mismo Dios, «de Dios es la llamada» que quiere «que nadie quede fuera» pues «de todos es la casa», reza el himno de Laudes del Corpus Christi.

El banquete nupcial resalta el carácter gratuito y misterioso del amor de Dios a su pueblo. El Señor prepara un festín para todos los pueblos de la tierra, banquete de gozo y salvación, pero también de exclusión para los que no aceptan la invitación.

Comunión en las diferencias. Unidad en la pluralidad.

Es posible “una comunión en las diferencias” yendo más allá de la superficie conflictiva y mirando a los demás en su dignidad más profunda, y es que “la unidad es superior al conflicto”: los con ictos y las tensiones pueden aportar una unidad pluriforme que engendra vida (cf. EG 228). Como afirma la frase atribuida a san Agustín: “In necesariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas” (unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo).

El Señor pide nuestra colaboración en el servicio de las mesas de este mundo. No despidamos a nadie con las manos vacías. Salgamos a las calles, plazas, cruces de los caminos e invitemos a todo el que encontremos. «Y la sala se llenó de comensales» (Mt.22,11).

Cuando nos sentimos inseguros, solos, vacíos, Jesús se nos da en alimento, nos invita a acompañarle y a subir a su barca y nos dice: ¡No tengáis miedo! «¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos» (Lc 10,3). Antes de ponernos en camino hemos sido invitados a la misión: «la mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10,2) pero, ¡no tengáis miedo!.

Ser brisa para los demás

¡El Señor va a pasar! (1 Reyes 19, 11) y lo reconoceremos no tanto en los sucesos extraordinarios cuanto en el susurro de la brisa suave. «Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas…pero el Señor no estaba en el viento. Después vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz…» (1Reyes 19, 11-12). Él se mani esta más en el silencio que en el ruido, más en la pequeñez que en la grandiosidad, más en lo sencillo que en lo aparatoso. En cada Eucaristía se nos invita a ser brisa para los demás, silencio sonoro, y no fuego, ni terremoto, ni huracán. Desde el silencio sonoro en el que se realiza el diálogo con Dios, nos encontramos con Él, sumo Bien, suma Belleza.

Si somos invitados a la misma mesa, si es el mismo y único Señor el que nos convida, si comemos el mismo pan y bebemos del mismo cáliz, si tenemos un mismo corazón y una misma alma… no podemos considerarnos extraños ni extranjeros unos con otros, sino hermanos en la fe que se encuentran en cualquier lugar del mundo donde se celebre la Eucaristía y el Se- ñor nos diga: ¡Ven siéntate a mi mesa!

Por consiguiente:

«No me llames extranjero, ni pienses de dónde vengo, mejor saber dónde vamos, adónde nos lleva el tiempo. No me llames extranjero porque tu pan y tu fuego calmen mi hambre y mi frío, y me cobije tu techo. No me llames extranjero, tu trigo es como mi trigo, tu mano como la mía, tu fuego como mi fuego, y el hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño».

Rafael Amor

«¡Siéntate a mi mesa!». Que los afanes del mundo no nos impidan el encuentro tranquilo que el amor requiere. Tengamos un encuentro amoroso, un diálogo profundo de Tú a tú, sin prisas ni agobios».

Y, entre tanto, yo te digo, Señor mío, que ardo en sed de ti y en hambre de tu trigo. Que vengas a mí y te sientes a mi lado, en mi mesa, porque ando desconsolado.

Y en el atardecer de tu vida, cuando tu encuentro con el que te invitó sea definitivo, encontrarás sentados a su mesa a «todos los que te precedieron con el signo de la fe» y vendrá el que te invitó y te dirá: amigo, sube más arriba, siéntate más cerca, comamos y bebamos juntos el vino nuevo mientras cantamos el cántico nuevo de los redimidos.

Antonio Alcalde Fernández

Evangelii Gaudium – Francisco I

El contexto litúrgico

137. Cabe recordar ahora que «la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza»[112]. Hay una valoración especial de la homilía que proviene de su contexto eucarístico, que supera a toda catequesis por ser el momento más alto del diálogo entre Dios y su pueblo, antes de la comunión sacramental. La homilía es un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo. El que predica debe reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios, y también dónde ese diálogo, que era amoroso, fue sofocado o no pudo dar fruto.


[112] Juan Pablo II, Carta ap. Dies Domini (31 mayo 1998), 41: AAS 90 (1998), 738-739.

Homilía – Domingo XXIII de Tiempo Ordinario

La Iglesia, centinela de la Palabra

Al proclamar la Palabra de Dios, la Iglesia se siente en primer lugar interpelada por el mensaje y lo acoge con actitud mariana, meditando una verdad que la transforma. Pero, al mismo tiempo, con ímpetu profético, la Iglesia proclama esta Palabra más allá de sí misma, lanzándola al mundo que la necesita. De este modo, la Iglesia se comprende como el «centinela» de la primera lectura (Ez 33,7-9), que no puede callar las palabras que dan la vida a los pueblos.

El o cio del «centinela de la Palabra» es muy exigente. No basta con la capacidad de ver más, de tener más perspectiva y poder atisbar más lejos el horizonte. Se requiere cierta experiencia en primera persona de aquello mismo que se ha de comunicar. El «centinela de la Palabra» no comunica desde arriba, sino desde abajo, desde la experiencia de quien ha aprendido a partir de los propios errores. Siempre con humildad. Pero el «centinela de la Palabra» tampoco cae en el error de pensar que es necesario ser perfectos para ayudar a los demás. No se ayuda desde la perfección, sino desde el amor. Ayuda quien ama, no sólo quien denuncia.

A este respecto, hay dos alusiones esenciales en la Liturgia de la Palabra de hoy. La primera de ellas es de san Pablo: «A nadie debáis nada, más que amor» (Rom 13,8-10). Lo mismo que si alguien nos ayuda, nuestra respuesta es de agradecimiento y amor, así también si alguien nos hace daño, o se lo hace a sí mismo, nuestra reacción debe partir del amor. Si el amor no subyace a nuestra respuesta, si nuestra ayuda no deja transparentar su motivación de amor, entonces nunca será eficaz ni dará fruto.

La segunda alusión la encontramos en los labios del Señor cuando se re ere al «otro» como «tu hermano»: la fe nos impulsa a cambiar nuestra mirada sobre los demás, de manera que nos sentimos implicados con ellos, con sus aciertos y sus errores, con sus alegrías y sus di cultades. Es la fraternidad de la fe la que nos lleva al encuentro de los hombres, y no la superioridad moral o la madurez humana. Es la fe que hace crecer y transforma el mundo, que no espera que el otro se sienta prójimo, sino que da el primer paso de la compasión.

Con estas actitudes la Iglesia afronta su misión de centinela. En nuestra sociedad, es habitual afrontar los problemas o con la violencia de quien pretende imponer su propia solución, o con la indiferencia de quien no hace nada cuando no le afecta. Ante las injusticias o los con ictos, la primera reacción suele ser el menosprecio o el gesto airado. Es preocupante que la tónica general de los que buscan las soluciones a los problemas sociales sea el enfrentamiento constante; a un nivel más cotidiano, debemos tomar como señales de alarma, por ejemplo, los enfrentamientos a causa del deporte (entre partidarios de distintos equipos, pero también entre familiares de equipos infantiles), la falta de educación y paciencia en la conducción, o la suspicacia en las reuniones escolares, entre padres y profesores, o entre los mismos compañeros de trabajo…

Cuando no somos capaces de descubrir la verdad de los demás, entonces arraiga en nosotros la tentación de menospreciar y de tratar con desdén. El ambiente de crispación que a veces domina las relaciones sociales se debe a nuestra incapacidad de reconocer la dignidad del otro y nuestra relación fraternal con él: aunque no queramos reconocerlo, somos hermanos, y sólo desde esta identidad común podemos ayudarnos.

Cuando no somos capaces de descubrir la verdad de los demás, entonces arraiga en nosotros la tentación de menospreciar a los demás.

El evangelio propone el camino del acompañamiento personal y comunitario como ayuda para superar los errores y para dar respuesta a las dificultades cotidianas. En la medida en que la misma Iglesia, en sus relaciones comunitarias, aprenda este camino del acompañamiento personal y comunitario, desde la humildad, podrá también ofrecerse como centinela y favorecer la humanización de la sociedad y el compromiso mutuo en la solución desde los problemas.

Juan Serna Cruz

Mt 18, 15-20 (Evangelio Domingo XXIII de Tiempo Ordinario)

El camino hacia Jerusalén supone una etapa importante en el evangelio de Mateo, en la que las enseñanzas del Maestro se van centrando, preferentemente, en el grupo de los discípulos más cercanos. Dentro de este recorrido se en- cuentra el cuarto discurso del evangelio (el más breve de los cinco que lo forman): el “discurso eclesiológico” o “discurso a la comunidad”. En él, Mateo dispone materiales de diversas fuentes construyendo un conjunto armónico y con gran unidad temática.

La llamada al seguimiento, que se intensica en el camino, es una llamada a la vida comunitaria. No hay seguimiento sin comunidad. Por eso, Mateo trata de orientar el comportamiento mutuo entre los discípulos en orden a la vivencia de la comunión. Es muy probable que en el trasfondo de estas enseñanzas se encuentren problemas de convivencia y comunión existentes en el seno de las primeras comunidades.

Tras unas enseñanzas en torno a la humildad y el cuidado de «los más pequeños», el discurso se centra en la relación del pecador con la comunidad (evangelio de este domingo) y en el perdón de los pecados (próximo domingo). La corrección fraterna y el perdón sin límites son exigencias ineludibles para la vida comunitaria.

Las indicaciones que presenta este fragmento no son un “manual para el ejercicio de la corrección fraterna”: «primero un diálogo personal; si no resulta efectivo, hacer la corrección ante uno o dos testigos; y, si no es su ciente, presentarse ante la comunidad». La finalidad de este ejercicio comunitario no es realizar un proceso judicial para llegar o no a la exclusión de la comunidad, sino “corregir para recuperar” al hermano para la vida comunitaria: «Si te escucha, habrás ganado a tu hermano». El objetivo es que el pecador se arrepienta y vuelva al seno de la comunidad. De ahí el esfuerzo a realizar: personalmente, ante algunos testigos, ante toda la comunidad. Como el pastor que deja el rebaño para ir a buscar la oveja perdida, así ha de ser el esfuerzo de la comunidad: emplear todas sus energías para encontrar/recuperar al pecador.

La implicación de toda la comunidad en el proceso de corrección fraterna queda subrayada con las dos “sentencias” siguientes. El poder de «atar y desatar», con ado anteriormente a Pedro (16,19), ahora se deposita en el conjunto de la comunidad. La relación con el pecador y su implicación en el proceso de conversión y acogida del mismo es responsabilidad de toda la Iglesia. La decisión de perdonar o no al pecador (atar-desatar) requiere el esfuerzo comunitario para no dejar que se pierda, sino para «ganarse al pecador».

La otra “sentencia” insiste en la tarea comunitaria. Todo el proceso al que se ha referido ha de estar presidido por un ambiente de concordia y comunión, que se expresa en la oración común. Tener un mismo sentir hace eficaz la oración. Una e cacia que se manifiesta en la vivencia y fortalecimiento de los lazos de la comunión. Es necesario el compromiso de la comunidad y la oración en común.

La conclusión de esta sección sobre la corrección fraterna es una declaración solemne que recuerda el inicio del evangelio, y que se repetirá al nal del mismo: «Yo estoy en medio de ellos» (cfr. Mt 1,23; 28,20). La presencia de Jesús está garantizada en medio de la comunidad convocada en su nombre. Allí donde la comunidad trate de vivir según la voluntad de Dios, por ejemplo recuperando al pecador para la vida comunitaria, allí estará, y nunca faltará, la presencia viva de Jesús.

Óscar de la Fuente de la Fuente

Rom 13, 8-10 (2ª Lectura Domingo XXIII de Tiempo Ordinario)

Continuamos en la parte exhortatoria de la carta a los Romanos (capítulos 12 al 15). Los diversos consejos de vida que Pablo va dando a la comunidad de Roma en esta sección tienen un elemento unificador: la importancia de la caridad como actitud fundamental de los creyentes en Cristo. Esta verdad esencial, que podemos considerar como la base de toda la moral cristiana, se expresa de forma muy clara en los versículos que hoy escuchamos como segunda lectura.

El texto de Pablo nos suena cercano a la escena evangélica en la que Jesús responde a la pregunta sobre el mandamiento principal (Mc 12,28-34 y paralelos). Pero, a diferencia de esos pasajes sinópticos, en los que el mandato del amor aparece en su doble forma («Amarás al Señor, tu Dios» y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»), Pablo se centra aquí exclusivamente en la segunda parte del mandamiento, es decir, en el amor al prójimo: «A nadie le debáis nada, más que el amor mutuo». En este sentido, se podría señalar una proximidad aún mayor con el Evangelio de Juan: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros» (cf. Jn 13,34-35).

Continúa Pablo a rmando que «el que ama ha cumplido el resto de la ley». Para explicitar esta afirmación categórica acude al decálogo (cf. Ex 20,1-17; Dt 5,1-21), del que menciona cuatro mandamientos pertenecientes a la “segunda ta- bla”, es decir, que tienen que ver con las relaciones con el prójimo. Tanto estos cuatro, considerados quizá como especialmente relevantes desde el punto de vista ético (no cometer adulterio, no matar, no robar, no codiciar), como «cualquiera de los otros mandamientos» se resumen, según el apóstol, en el «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Pablo había expresado ya esta idea, de modo más escueto, en Gal 5,14 («Toda la ley se cumple en una sola frase, que es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”»); en este aspecto, como en otros muchos, la carta a los Gálatas anticipa temas que se desarrollarán más sistemáticamente en la carta a los Romanos. No se trata aquí solo del amor a los «hermanos», es decir, a los otros miembros de la comunidad cristiana, sino de un amor más general, de alcance universal («A nadie le debáis nada, más que el amor»).

La argumentación concluye con una variación sobre el mismo tema: «El amor no hace mal a su prójimo; por eso la plenitud de la ley es el amor». Quien ama, no puede tratar mal al que ama (es la misma lógica que san Agustín expresará, siglos después, en el famoso Dilige et quod vis fac). La Torá judía, con sus 613 preceptos, y cualquier posible ley humana queda asumida y alcanza su plenitud (plērōma) en el «mandamiento nuevo» del amor.

José Luis Vázquez Pérez, S.

Ez 33, 7-9 (1ª lectura Domingo XXIII de Tiempo Ordinario)

El capítulo 33 del libro de Ezequiel inicia la tercera parte del libro constituida principalmente por oráculos de salvación y esperanza, tras la primer parte dedicada a los oráculos de juicio contra Judá e Israel (capítulos 1-24) y una segunda parte dedicada a los oráculos contra las naciones (capítulos 25-32). La destrucción de Jerusalén y el desastre de Judá, en el año 586 a.C. (mencionados en 33,21-22) marcan un antes y un después en la predicación profética de Ezequiel. El profeta, que había enmudecido por mandato del Señor (Ez 3,26) y que ha acompa- ñado con su silencio elocuente al pueblo en su destierro, es impelido ahora a pronunciar la palabra de Yahvé. Por eso es relevante que en este tiempo, en esta parte literaria del libro, aparezca renovada y ratificada la misión profética (Ez 33,1-2.7). El profeta aparece así, al recuperar el habla, respaldado con la autoridad divina para esta nueva etapa de la historia y del mensaje de salvación. La imagen central en esta ratificación del profeta es la del “centinela” que está en el atalaya. La figura del centinela es especialmente relevante en esta situación por tres rasgos: la urgencia en torno a su puesto; el anuncio de lo inmediato –si bien no evidente para todos–, y la responsabilidad que asume sobre sí y sobre el pueblo.

Respecto a la urgencia, la rapidez de la transmisión del mensaje (sea percibido por los sentidos –lo que ve, lo que oye…– en la realidad literal del guardián del campamento, sea en la palabra recibida de Yahvé en el sentido metafórico utilizado en el texto) hace que sea un grito de alarma pues todavía hay tiempo para reaccionar. Yahvé dice una palabra a su pueblo porque todavía es posible la conversión, es posible un cambio de conducta. Es más, no solo es posible, es lo deseable y lo deseado por Dios: «yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta y viva» (Ez 33,11). A la intensidad de ese deseo divino le corresponde el apremio pues no hay tiempo que perder ante la oportunidad divina de cambiar el juicio en esperanza.

El anuncio se debe a la perspicacia del profeta, que escucha la palabra de Yahvé e interpreta el devenir de los acontecimientos históricos. El centinela ve lo que se está avecinando, no porque lo adivine por capacidades futuristas sino porque lo ve venir. Sabe y conoce del deseo de Dios de traer salvación y de lo contrario a ese deseo que es la maldad y la injusticia que el profeta tiene ante sus ojos.

Y el tercer elemento, más desarrollado en la lectura de este domingo, la responsabilidad profética por la palabra recibida ante la realidad de maldad. Dios urge al profeta a que diga su palabra y no se haga cómplice con su silencio de la sangre derramada injustamente. Pronunciar la palabra –desvelar la situación que se vive- no supone automáticamente arreglar la situación, pero al menos distancia al profeta, y en su medida a Dios, de lo que es decisión humana que a veces se obstina en dinámicas de muerte (Ez 33,11).

La palabra profética de Ezequiel nos deja hoy ante el discernimiento de nuestro tiempo, ¿es tiempo de callar o tiempo de hablar (Ecl 3,7)? Ante la cultura del descarte que genera tanta destrucción y tanta muerte, ¿no es tiempo de decir y actuar una palabra profética que suponga esperanza para los desterrados y posibilidad de conversión para los “malvados”?

José Javier Pardo Izal, S.J

Comentario al evangelio – 4 de septiembre

Hoy aparece Jesús en su pueblo. La gente le conoce. Le vio gatear de niño. Le vio aprender a leer. Le vio dar sus primeros pasos con el martillo y las maderas… Por eso se extrañan de que pueda ahora enseñar, mostrar algo nuevo, algo que sea distinto de lo de siempre…

Los vecinos de Jesús se han perdido algunas de sus lecciones. No le han oído hablar del Reino, que empieza con lo pequeño. Creen que ya lo saben todo de él. No le han visto hacer ningún signo y ya le niegan la posibilidad de hacerlo… Con esa actitud, poco se puede hacer.

Este evangelio nos invita a no despreciar lo cercano, lo conocido, lo de cada día. Dios puede hablar a través de ello, como a los paisanos de Jesús les intentó hablar a través de su vecino…

¿Qué te dicen los cercanos? ¿Qué ves en la calle, en el barrio, en los telediarios de la televisión? ¿Qué ves en tu gente, en tu trabajo, en tu medio? Dios puede estar hablándote a través de todo ello, llamándote a hacer algo, o a hacerlo de otra manera…

No quites valor a lo de cada día. En medio de todo ello vamos fraguando la vida. La familia, el grupo, el trabajo, las lecturas, la oración cotidiana… Como decía Santa Teresa, “Dios está entre los pucheros”.