I Vísperas – Domingo XXIII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: LUZ MENSAJERA DE GOZO.

Luz mensajera de gozo,
hermosura de la tarde,
llama de la santa gloria,
Jesús, luz de los mortales.

Te saludamos, Señor,
oh luz del mundo que traes
en tu rostro sin pecado
pura la divina imagen.

Cuando el día se oscurece,
buscando la luz amable
nuestras miradas te siguen
a ti, lumbre inapagable.

Salve, Cristo venturoso,
Hijo y Verbo en nuestra carne,
brilla en tu frente el Espíritu,
das el corazón del Padre.

Es justo juntar las voces
en el descanso del viaje,
y el himno del universo
a ti, Dios nuestro, cantarte.

Oh Cristo que glorificas
con tu vida nuestra sangre,
acepta la sinfonía
de nuestras voces filiales. Amén.

SALMODIA

Ant 1. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

Salmo 112 – ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

Ant 2. Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre, Señor.

Salmo 115 – ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Vale mucho a los ojos del Señor
la vida de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre, Señor.

Ant 3. El Señor Jesús se rebajó; por eso Dios lo levantó sobre todo, por los siglos de los siglos.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor Jesús se rebajó; por eso Dios lo levantó sobre todo, por los siglos de los siglos.

LECTURA BREVE   Hb 13, 20-21

El Dios de la paz, que sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

V. Cuántas son tus obras, Señor.
R. Cuántas son tus obras, Señor.

V. Y todas las hiciste con sabiduría.
R. Tus obras, Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Si tu hermano comete un pecado, ve y corrígele a solas. Si te hace caso, habrás ganado a tu hermano para Dios.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Si tu hermano comete un pecado, ve y corrígele a solas. Si te hace caso, habrás ganado a tu hermano para Dios.

PRECES

Recordando la bondad de Cristo, que se compadeció del pueblo hambriento y obró en favor suyo los prodigios de su amor, digámosle con fe:

Escúchanos, Señor.

Reconocemos, Señor, que todos los beneficios que hoy hemos recibido proceden de tu bondad;
haz que no sean estériles, sino que den fruto, encontrando un corazón noble de nuestra parte.

Dios nuestro, luz y salvación de todos los pueblos, protege a los que dan testimonio de ti en el mundo,
y enciende en ellos el fuego de tu Espíritu.

Haz, Señor, que todos los hombres respeten la dignidad de sus hermanos,
y que todos juntos edifiquemos un mundo cada vez más humano.

A ti, que eres el médico de las almas y de los cuerpos,
te pedimos que alivies a los enfermos y des la paz a los agonizantes, visitándolos con tu bondad.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos,
cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 9 de septiembre

Lectio: Sábado, 9 Septiembre, 2017
Tiempo Ordinario
 
1) Oración inicial
Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor.
 
2) Lectura
Del Evangelio según Lucas 6,1-5
Sucedió que, cruzando un sábado por unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas, las desgranaban con las manos y se las comían. Algunos de los fariseos dijeron: «¿Por qué hacéis lo que no es lícito en sábado?» Y Jesús les respondió: «¿Ni siquiera habéis leído lo que hizo David, cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y tomando los panes de la presencia, que no es lícito comer sino sólo a los sacerdotes, comió él y dio a los que le acompañaban?» Y les dijo: «El Hijo del hombre es señor del sábado.»
 
3) Reflexión
• El evangelio de hoy nos habla del conflicto alrededor de la observancia del sábado. La observancia del sábado era una ley central, uno de los Diez Mandamientos. Ley muy antigua que fue revalorizada en la época del cautiverio. En el cautiverio, la gente tenía que trabajar siete días por semana de sol a sol, sin condiciones de reunirse para escuchar y meditar la Palabra de Dios, para rezar juntos y para compartir su fe, sus problemas y su esperanza. De allí surgió la necesidad urgente de parar por lo menos un día por semana para reunirse y animarse mutuamente en aquella condición tan dura del cautiverio. De lo contrario, perderían la fe. Fue así que renació y fue reestablecida con vigor la observancia del sábado.
• Lucas 6,1-2: La causa del conflicto. En un día de sábado, los discípulos pasan por las plantaciones y se abren camino arrancando espigas. Mateo 12,1 dice que ellos tenían hambre (Mt 12,1). Los fariseos invocan la Biblia para decir que esto es trasgresión de la ley del sábado: «¿Por que hacéis lo que no es lícito el sábado?» (Cf. Ex 20,8-11).
• Lucas 6,3-4: La respuesta de Jesús. Inmediatamente, Jesús responde recordando que el mismo David hizo también cosas prohibidas, pues tiró los panes sagrados del templo y los dio de comer a los soldados que tenían hambre (1 Sam 21,2-7). Jesús conocía la Biblia y la invocaba para mostrar que los argumentos de los demás no tenían fundamento. En Mateo, la respuesta de Jesús es más completa. No sólo invoca la historia de David, sino que suscita también la legislación que permite que los sacerdotes trabajen el sábado y cita la frase del profeta Oseas: “Misericordia quiero y no sacrificio”. Cita un texto histórico, un texto legislativo y un texto profético (cf. Mt 12,1-18). En aquel tiempo, no había Biblias impresas como tenemos hoy en día. En cada comunidad sólo había una única Biblia, escrita a mano, que quedaba en la sinagoga. Si Jesús conocía tan bien la Biblia, es señal de que él, durante los 30 años de su vida en Nazaret, tiene que haber participado intensamente en la vida de la comunidad, donde todos los sábados se leían las Escrituras. Nos falta mucho a nosotros para que tengamos esa misma familiaridad con la Biblia y la misma participación en la comunidad.
• Lucas 6,5: La conclusión para todos nosotros. Y Jesús termina con esta frase: ¡El Hijo del Hombre es señor del sábado! Jesús, como hijo de Hombre que vive en la intimidad con Dios, descubre el sentido de la Biblia, no de fuera a dentro, sino de dentro a fuera, esto es, descubre el sentido a partir de la raíz, a partir de su intimidad con el autor de la Biblia que es Dios mismo. Por esto, se dice señor del sábado. En el evangelio de Marcos, Jesús relativiza la ley del sábado diciendo: “El hombre está hecho por el sábado, y no el sábado por el hombre” (Mc 2,27).
 
4) Para la reflexión personal
• ¿Cómo pasas el domingo, nuestro sábado? ¿Vas a misa por obligación, para evitar el pecado o para estar con Dios?
• Jesús conocía la Biblia casi de memoria. ¿Y yo? ¿Qué representa la Biblia para mí?
 
5) Oración final
¡Que mi boca alabe a Yahvé,
que bendigan los vivientes su nombre
sacrosanto para siempre jamás! (Sal 145,21)

Domingo XXIII de Tiempo Ordinario

El problema, que se plantea en este evangelio, es el problema del perdón de los pecados. El texto empieza presentando la situación del que peca: «Si tu hermano peca…». Si ocurre que otro te ofende, ¿qué solución tiene eso? Jesús no hace mención de ningún ritual, ni del recurso a un personaje sagrado, con poderes para perdonar en nombre de Dios. Jesús es muy claro: si uno ofende o hace daño a otro, no hay más que una solución: que se reconcilien entre ellos, es decir, que se perdonen mutuamente.

El dato capital es que el perdón mutuo, entre humanos, es también perdón de Dios. Por eso dice el texto: «lo que atéis en la tierra, queda atado en el cielo…». Es más, Jesús añade que «si dos de vosotros se ponen de acuerdo… Porque donde dos o tres están reunidos…, allí estoy yo en medio de ellos». Lo que une a las personas, une con Dios. O en otras palabras, «donde dos personas se unen, Dios se une con ellos».

La intervención de la autoridad eclesiástica (primero, el obispo y, a partir del s. VIII, los presbíteros) se introdujo relativamente pronto, ya en el s. III. Pero consta históricamente que siempre se admitió el perdón concedido por la bendición de un laico, una costumbre que pervivió, con seguridad, hasta el s. XVI. San Ignacio de Loyola, en su Autobiografía, cuenta que, en una situación de apuro, se confesó con un soldado. En todo caso, la confesión auricular detallada de los pecados a un sacerdote no está documentada dogmáticamente. Fue una decisión disciplinar del concilio de Trento, basada en un hecho históricamente falso (que siempre existió ese tipo de confesión) y en un argumento también falso (que el sacerdote actúa como juez, un cargo que jamás Jesús concedió a sus apóstoles).

José María Castillo

Ganar al hermano

¿Qué responsabilidad?

Es muy fácil decir: «Corresponsabilidad en la Iglesia». ¿Pero de qué responsabilidad se trata?

Hay que limpiar el terreno de equívocos y evitar toda visión seductiva o distorsionada de esa responsabilidad.

Por ejemplo, no se trata simplemente de asegurar el orden, la disciplina, la solidez exterior, la uniformidad, el funcionamiento, el consenso de fachada.

A este propósito será oportuno tener presentes las preguntas que hizo Dios a Caín: «¿Dónde está tu hermano?… ¿qué has hecho de él?» (Gén 4, 9-10).

Estamos llamados a responder de una persona, no de una estructura. La preocupación debe ser asegurar el bien de un hermano, garantizar su vida, tutelar su libertad, y no hacer que funcione una máquina burocrática.

Dios no nos pregunta si está todo en orden, sino dónde está el otro, el lugar que ocupa en mi corazón.

Y entonces hay que tener también presente la advertencia de Pablo (segunda lectura): «A nadie le debáis nada más que amor…». El hermano, especialmente el que ha faltado o el que creo que ha faltado, es alguien a quien debo amor.

Cualquier hermano tiene derecho a exigir de mí amor, y no a escuchar solamente quejas, reproches, amenazas, advertencias.

La caridad no es ni mucho menos una táctica para hacerme más fácilmente con el otro, para doblegarlo a mi voluntad, para hacerle entrar en mi visión de las cosas, para imponerle mi proyecto.

La caridad es el contenido del mismo mensaje, el ofrecimiento principal, la «demostración» fundamental.

Si dejo que falte el amor, no podré «probar» ninguna culpa del hermano. Todo lo más, «probaré» mi falta. O sea, mi falta de amor. «Porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley», sigue diciendo Pablo.

La observancia de la ley queda garantizada cuando se practica la caridad.

Yo aseguro la salvación de mi hermano cuando lo «pongo a salvo» en mi corazón.

El difícil oficio de centinela

Una vez dicho esto, podemos examinar las dos formas de corresponsabilidad, tal como nos las indican respectivamente Ezequiel (primer lectura) y el evangelio:

-la función de centinela

-la corrección fraterna.

En muchos casos estas dos perspectivas pueden ir juntas. Puntualicemos algunas cosas.

1. Aunque hay centinelas por así decir institucionales, no significa que cualquier creyente no pueda, en ciertos casos y en determinadas situaciones, desempeñar en la Iglesia esta tarea por deseo imperioso del Espíritu y sonar la debida alarma cuando sea necesario. El centinela, habitualmente, recibe un encargo desde arriba (es decir, de la autoridad constituida).

Pero a veces puede ocurrir que alguno, desde abajo, sin ninguna investidura oficial, a no ser la fundamental de su amor a la Iglesia y al evangelio, levante la voz para advertir, amonestar, inquietar e incluso protestar.

Pablo denunció abiertamente ante Pedro una línea de conducta que le parecía contradictoria. Catalina de Siena, Bernardo de Clairvaux, Pedro Damiani no vacilaron en dirigirse al papa para expresar sus quejas, incluso con una áspera franqueza.

Una monja de no muchos alcances como Ursula Benincasa partió de Nápoles en 1582 y se presentó ante Gregorio XIII para transmitirle un mensaje poco lisonjero: Dios estaba ya harto de los pecados de los cristianos, seglares y eclesiásticos de todo tipo (por tanto, Dios parecía darle la razón, al menos en parte, a Lucero…).

2. El centinela, en todos los niveles, está expuesto a una cierta deformación profesional. La costumbre de vigilar a los otros puede llevarlo insensiblemente a no tener abiertos los ojos sobre sí, sobre su propio terreno doméstico, a no reparar en sus propias culpas, a dar por descontado que, en su propio radio de acción, todo marcha perfectamente.

Y entonces debería agradecer que alguien, a pesar de que no es algo agradable, le dijera que, para descubrir el mal, no siempre hay que mirar a lo lejos…

3. El centinela corre además el riesgo de preocuparse sólo a un tipo de peligros. Y de estar casi obsesionado por ellos, de tener la manía de denunciarlos.

Así, llevado del sagrado furor contra la indocilidad, las amenazas a la ortodoxia, las «infidelidades», no se da cuenta de que habría que hacer sonar también vigorosas alarmas contra el servilismo, la adulación, el halago lisonjero, el afán de hacer carrera, la ocultación de la verdad, el conformismo, el descaro de hacer negocio so capa de rendir un servicio «a la causa», la hipocresía de una obediencia formal o de declaraciones solemnes de fidelidad que sirven de parapeto a comportamientos en contraste chirriante con el evangelio, la inmodestia de ciertas reivindicaciones de primogenituras, los climas de sospecha que se crean en torno a los que se niegan a aplaudir por orden del jefe.

4. Más aún, el centinela puede pensar que ha cumplido con su tarea, no cuando ha gritado, cuando ha hecho sonar la sirena ritual, cuando ha expresado su indignación, cuando ha lamentado lo que ocurre, sino cuando ha logrado despertar la conciencia de los demás: La función del centinela no es sustitutiva. Algo así como: yo vigilo por ti, yo decido por ti, me escandalizo en lugar tuyo, te ofrezco las ideas y las repugnancias «justas», te cocino a los enemigos preparados ya para el consumo.

Lo que hay que hacer es que cada uno sea centinela de sí mismo. Responsabilizar. Activar defensas dentro de los individuos. Educar el sentido crítico. Dar a comprender que la fe es compatible con una cabeza que piensa, que la obediencia no es enemiga de la creatividad, que la fidelidad es también riesgo, búsqueda, capacidad de abrir caminos nuevos.

5. El centinela debería sentir el deber y el gozo de señalar el bien (o al menos, de hacer sospechar su presencia), y no solamente el mal. Ayudar a descubrir los gérmenes de verdad presentes en el campo adversario.

El centinela no puede reducir su trabajo a «alarmar», acusar, condenar, poner en guardia contra los enemigos (que no hay que confundir con los propios fantasmas o las propias fobias), indagar, reprender.

Tiene también la tarea de estimular, sostener, confortar, apreciar, favorecer la vida, respetar la diversidad.

No se trata solamente de «sonar la trompeta» (Os 8, 1), sino de «devolver el aliento» a las personas.

6. Y es también una prueba extrema para el que tiene esa responsabilidad. No basta con hacer todo lo posible para evitar que se pierda el hermano. Hay que estar dispuesto a «perderse» para que el hermano se salve. Pablo (Rom 9, 3) confiesa su deseo de ser considerado él mismo como «anatema», separado de Cristo, con tal de salvar a los israelitas.

7. Todo el que tenga una tarea de vigilancia (o sea, cada uno de nosotros) debería someterse a frecuentes controles de la vista. Para evitar que ciertas vigas presentes en nuestros ojos asuman proporciones tan gigantescas que no puedan ya percibirse y que las pequeñas motas albergadas o imaginadas en el ojo de los hermanos provoquen la distorsión óptica del inquisidor de profesión.

Sobre todo, es necesario purificar nuestra mirada pidiendo socorro al corazón. El ojo más limpio y penetrante es el que está iluminado y guiado por el corazón.
 

Antídoto contra la murmuración

Las sugerencias que ofrece Cristo para llegar a recuperar al hermano que sea culpable de algo no indican ciertamente un procedimiento de tipo jurídico que haya que seguir al pie de la letra. Pero no cabe duda de que sirven para poner de relieve que se trata de una operación necesaria y delicada que hay que hacer con discreción, dulzura, paciencia y tacto.

Se trata de una praxis que, evidentemente, es todo lo contrario a la murmuración, desgraciadamente mucho más difundida que la «corrección fraterna».

Con frecuencia las habladurías ocupan el sitio de aquel lenguaje -franco y caritativo a la vez- que debería caracterizar las relaciones dentro de la comunidad, especialmente cuando ocurre algún hecho desagradable.

«Repréndelo a solas». Hemos de admitir que no siempre tenemos la lealtad de hablar primero con el propio interesado. Preferimos acudir a chismorrerías inútiles y perjudiciales, sembrar sospechas, hacer insinuaciones, celebrar procesos sumarios, condenar, asegurándonos de que entre el público curioso no esté presente el único con el que deberíamos precisamente hablar cara a cara.

«Si te hace caso, has salvado a tu hermano».

¡Este es el premio, la grande e incomparable recompensa! No es cuestión de prevalecer sobre el otro, de humillarlo.

Se trata, más bien, de «ganar» al hermano en cuanto hermano. No la mezquina satisfacción de haber tenido razón, sino el gozo de constatar que la fe paga. La fe en el otro, no sólo en Dios.

«Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos… ». Para la empresa de recuperar al que no podemos salvar solos, hay que movilizar a un grupo de individuos capaces de respetar, de comprender, de escuchar las razones del otro, de amar.

Una vez más: no se trata de un proceso, ni de un interrogatorio, sino de un intento apasionado de aclarar las cosas, de disipar los malentendidos, de restablecer una comunión, de atestiguar juntos la solicitud por un hermano, de demostrarle que es un bien precioso, un tesoro insustituible al que la comunidad no quiere renunciar.

Sobre todo, la actitud de esos «dos o tres» no debe ser la de unos jueces, sino la del que deja entender: también nosotros somos pecadores como tú. La culpa es también nuestra. Tenemos algo de qué pedirte perdón.

Si se puede hablar de proceso, éste ha de ser un proceso de revisión, de conversión de las dos partes. Nadie permanece en sus propias posiciones. Todos se ponen en discusión. Todos salen transformados.

«Si tu hermano peca…». Pero muévete, hazte presente (solo o con otros), intuyendo quizás que el hermano se siente solo, desanimado, cansado, no apreciado, herido por juicios desfavorables, criticado, envilecido después de algún trato poco respetuoso de su dignidad.

Todos los miembros de la comunidad tienen que impedir que se haga el vacío a una persona que, por cualquier motivo, se encuentra en dificultades.

Y luego, ¿por qué moverse solamente cuando uno comete un error, y no también en los casos en que «comete» algo bueno y hermoso? ¿Por qué acudir al culpable para decirle que se ha equivocado, que la comunidad tiene quejas de él, y no acudir también al «culpable» de ser generoso, de trabajar oscuramente, de entregarse silenciosamente, de servir con fidelidad y modestia, para declararle que estamos contentos de él, que le agradecemos su esfuerzo?

Sucede con bastante frecuencia que alguien está arrinconado, «excomulgado», porque ha tenido éxito, porque se ha distinguido en algo, porque ha trabajado en terrenos inhóspitos para todos los demás.

La envidia produce efectos devastadores en el entramado comunitario.

Hay quienes se ven dolorosamente aislados, mantenidos al margen, considerados con sospecha o abierta hostilidad, sólo porque se han hecho reos de haber obtenido frutos que resultan indigestos a algunos estómagos, capaces quizás de absorber las desgracias de otros, pero dispuestos a alegrarse por un bien que no es de la propia cosecha. Sin embargo, en estos casos, siempre hay alguien que se complace de haber «perdido» al hermano.

«Si dos de vosotros se ponen de acuerdo… »

Sobre el tema de lo hermoso que es el ponerse de acuerdo entre creyentes en la oración, me gustaría citar estos versos de un poeta:

«Una voz que canta sola conmueve la casa o el bosque,

pero puede hacernos sentir todavía más solos;

la voz de dos que cantan

puede componer ya una melodía que disipe toda soledad;

pero sólo la voz de muchos, el gran coro,

llena los cielos y hace palpitar las estrellas…» (D. M. Turoldo).

A. Pronzato

Evangelii Gaudium – Francisco I

Palabras que hacen arder los corazones

142. Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se comunica entre los que se aman por medio de las palabras. Es un bien que no consiste en cosas, sino en las personas mismas que mutuamente se dan en el diálogo. La predicación puramente moralista o adoctrinadora, y también la que se convierte en una clase de exégesis, reducen esta comunicación entre corazones que se da en la homilía y que tiene que tener un carácter cuasi sacramental: «La fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo» (Rm10,17). En la homilía, la verdad va de la mano de la belleza y del bien. No se trata de verdades abstractas o de fríos silogismos, porque se comunica también la belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien. La memoria del pueblo fiel, como la de María, debe quedar rebosante de las maravillas de Dios. Su corazón, esperanzado en la práctica alegre y posible del amor que se le comunicó, siente que toda palabra en la Escritura es primero don antes que exigencia.

Domingo XXIII de Tiempo Ordinario

1. Situación

Hemos puesto el acento en la personalización de la fe. Pero ésta es inseparable de la vocación a ser Iglesia, a compartir la fe con otros creyentes. En los domingos del Tiempo Pascual, especialmente, hemos insistido en ello. Allí, a nivel radical, la novedad que trae el Espíritu del Resucitado. Aquí, a nivel práctico.

¿Qué significa para ti compartir con otros la fe? Porque hay muchas formas concretas: asistencia a la Eucaristía de la parroquia, reunirse semanalmente con otros cristianos para profundizar la propia fe, comprometerse en un proyecto definido de «comunidad» (diversidad de movimientos: comunidades de base, neocatecumenales, etc.).

¿Has pensado que tu primera comunidad cristiana es tu familia, o tu fraternidad religiosa?

2. Contemplación

El texto evangélico recoge dichos de Jesús sobre la corrección fraterna, la autoridad del Enviado y la oración comunitaria, retocados, sin duda, por las comunidades cristianas y puestos por el evangelista en un contexto preciso, el «discurso eclesiástico». Los tres dichos expresan aspectos esenciales de la realización de la vida cristiana en comunidad:

– La corrección fraterna presupone una dinámica de corresponsabilidad y establece el criterio que ha de configurar la autoridad v las relaciones: el amor fraterno. Incluso en caso de conflicto, el modo cristiano de abordar lo ha de ser «de abajo arriba», de ningún modo dictatorial.

– La autoridad se fundamenta en la misión y, por lo tanto, no reposa en el poder, sino en el servicio. Paradójicamente, exige que las relaciones con la autoridad estén iluminadas por la fe en la misión que reciben algunos. Sin fe en la mediación eclesial, entramos en la lógica de la rivalidad. Sin referencia al único Señor, Jesús, la autoridad degenera en abuso, tanto más cuanto pretende basarse en Dios.

– El encuentro fraterno, siendo plenamente humano («ponerse de acuerdo»), es signo eficaz de la presencia del Resucitado. Importancia decisiva de la oración comunitaria.

3. Reflexión

¿No será el momento de plantearse el modo concreto de vivir la fe en comunidad? Algunas pistas o criterios.

Comencemos por lo ordinario. Tu primera comunidad es la familia (en caso de institución religiosa, la fraternidad local). Ha sido llamada con frecuencia «la Iglesia en pequeño» o «primera célula de la Iglesia». Hay que recuperar su valor central como ámbito primero de educación en la fe, de oración en común, de diálogo abierto con el mundo, de aprendizaje de amor compartido a través de los conflictos, etc. No idealicemos la familia y, sobre todo, no caigamos en la tentación de confundirla con un «nido protegido», cerrado sobre sí mismo.

Junto a la familia, tu comunidad local, la parroquial, el ámbito en que te sientes Iglesia, celebrando la Eucaristía. Esta participación ordinaria es más importante que otros posibles compromisos parroquiales (servicios múltiples, catequesis…). A veces hay que pasar por ciertas tareas parroquiales para enterarse de lo que es pertenecer a la comunidad cristiana. Sin duda, tu espíritu crítico tiene razón cuando ve en todo ello mucho resto sociológico del pasado; pero no caigas en la tentación de juzgar como mediocridad esta medianía humana parroquial. No son los «puros», que juzgan a los demás por encima, los que perciben mejor la presencia del Reino.

Nada de lo anterior quita la conveniencia de reunirse en pequeños grupos de reflexión, oración y tarea. Lo ideal sería saber combinar distintos ámbitos de participación. Así se evita, simultáneamente, la rutina de la masa y el espíritu de secta. Por otra parte, los psicólogos sociales dicen que esta capacidad de integrar, sin oposición, distintos ámbitos de relación es señal propia de las sociedades postindustriales.

4. Praxis

A la luz del Evangelio, señala en tu comunidad los problemas más significativos, fuente de conflictos o de anquilosamiento. Piensa un poco qué se podría hacer. Antes de repartir culpabilidades, mira los condicionamientos objetivos que dificultan una verdadera vida comunitaria. ¿Qué podrías hacer tú en concreto para mejorar la situación?

Cuando participes en la Eucaristía o asistas a una reunión o te reúnas en familia, recuerda: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre…».

Javier Garrido

El espíritu de la Comunidad

1. Para redactar con orden las enseñanzas de Jesús, Mateo presenta cinco discursos sobre el reino de los cielos: el discurso de la montaña (caps. 5-7), el discurso apostólico(cap. 10), el discurso parabólico (cap. 13), el discurso eclesial (cap. 18) y el discurso escatológico (cap. 25). El evangelio de hoy pertenece al discurso eclesial, que está formado por una serie de instrucciones a los discípulos. Se trata, sobre todo, de apoyar a los hermanos más pequeños. En una primera parte (vv. 1-14), Jesús pone como modelo a un niño, para indicar que la pequeñez es el canon de la grandeza del reino. Dios se identifica con el niño, con el pequeño, con el pobre.

2. El evangelio de este domingo afirma que el débil/pecador está expuesto a perderse. Un caso límite es el del hermano cristiano convertido en pecador público. La corrección fraterna se dirige a quienes han faltado gravemente contra los hermanos en la fe. Sirve como ayuda en el proceso de conversión. Esto contrasta con nuestra actitud: apenas cuenta la vida de la comunidad, y con frecuencia criticamos y no corregimos.

3. Las tres sentencias que siguen a la corrección fraterna, referidas a la autoridad del discípulo, a la eficacia de la oración en común y a la presencia del Señor en medio de la asamblea, indican que la vida de la Iglesia es comunitaria. En una línea vertical, la oración se dirige al Padre de todos; en una línea horizontal, debe fomentarse la fraternidad de los cristianos.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué no nos ayudamos más con la corrección fraterna?

¿Nos reunimos de verdad en comunidad?

Casiano Floristán

La corrección fraterna

Los evangelios nos comunican la vivencia de fe de las comunidades cristianas a las que pertenecen los autores que dan su nombre a dichos libros.

Ganar al hermano

El evangelio de Mateo lleva esa marca de manera especial, neta y exigente. La experiencia de una comunidad con sus logros, sus dificultades, sus normas, sus conflictos, sus esperanzas, aparece a cada paso en el texto de Mateo. De ahí que el tema central de este evangelio sea la condición del discípulo, es decir, del seguidor de Cristo. El pasaje que leemos este domingo es un claro ejemplo de la experiencia eclesial que constituye el telón de fondo del evangelio de Mateo.

Se trata aquí del comportamiento a tener con el miembro de la comunidad que ha pecado, es decir, que ha faltado contra su condición de discípulo de Jesús. Mateo aconseja que un hermano lo reprenda y le recuerde las demandas evangélicas.La finalidad de esta llamada de atención es clara: se trata de invitarlo a la conversión, a regresar al camino de los seguidores del Señor (cf. v. 15). Si esto no ocurriera se debe llamar a otros miembros de la comunidad; esto ayudará a la objetividad y a la firmeza de la actitud aconsejada (cf. v. 16). En última instancia la Iglesia, la asamblea de los discípulos, debe tomar el asunto en sus manos (cf. 17). Ser cristiano supone una conducta determinada; el Reino, corazón del mensaje de Cristo, acarrea exigencias éticas para quien se ha comprometido a vivirlo y anunciarlo. La comunidad es responsable de la fidelidad de sus miembros a la voluntad de vida del Padre. La fraternidad lleva a estar atentos ante los errores de otro, nos toca ponerlo en guardia «para que cambie de conducta» (Ez 33, 9).

La plenitud de la ley

Estamos, sin duda, ante un asunto delicado y de difícil manejo. Pero es un vigoroso recuerdo de los requerimientos necesarios para pertenecer auténtica y responsablemente a la asamblea eclesial. Por ejemplo, quienes en el mundo de hoy son —de una manera u otra— cómplices, o incluso autores, de la situación de pobreza y de muerte de tantos y que al mismo tiempo se pretenden cristianos, deben ser llamados al orden por la comunidad de discípulos de aquel que proclamó el Reino de vida a todos y en especial a los más necesitados y oprimidos. De no hacerlo, la comunidad se aleja de lo que pide el Señor y cae en la tibieza y la mediocridad.

Los últimos versículos del pasaje de Mateo, así como el texto de Rom 13, 8-10, nos hacen ver el sentido profundo de esta aparente dureza. Se trata de una corrección que debe ser fraterna. El contexto es claramente comunitario, es el de una Iglesia que reza y que se dirige al Padre como el fundamento de su ser y de su hacer, con la confianza de que el Señor está en medio de nosotros (v. 19-20). La razón última de ese rigor frente al hermano, que con frecuencia nuestra cobardía nos hace rehuir, es el amor al prójimo. La práctica de la caridad, nos dice Pablo, es «cumplir la ley entera» (v. 10). El amor al prójimo presenta exigencias que desafían nuestra inercia y nuestro deseo de evitarnos problemas.

Gustavo Gutiérrez

Ayudarnos a ser mejores

Cansados por la experiencia diaria nacen a veces en nosotros preguntas inquietantes y sombrías. ¿Podemos ser mucho mejores? ¿Podemos cambiar nuestra vida de manera decisiva? ¿Podemos transformar nuestras actitudes equivocadas y adoptar un comportamiento nuevo? Con frecuencia, lo que vemos, lo que escuchamos, lo que respiramos en torno a nosotros no nos ayuda a ser mejores, no eleva nuestro espíritu ni nos anima a ser más humanos.

Por otra parte, se diría que hemos perdido capacidad para adentramos en nuestra propia conciencia, descubrir nuestro pecado y renovar nuestra vida. El tradicional «examen de conciencia», que nos ayudaba a hacer un poco de luz, ha quedado arrinconado como algo anticuado y sin utilidad alguna. No queremos inquietar nuestra tranquilidad. Preferimos seguir sin abrirnos a ninguna llamada, sin despertar responsabilidad alguna. Indiferentes a todo lo que pueda interpelar nuestra vida, empeñados en asegurar nuestra pequeña felicidad por los caminos egoístas de siempre.

¿Cómo despertar en nosotros la llamada al cambio? ¿Cómo sacudirnos de encima la pereza? ¿Cómo recuperar el deseo de bondad, generosidad o entrega?

Los creyentes deberíamos escuchar hoy más que nunca la llamada de Jesús a corregirnos y ayudarnos mutuamente a ser mejores. Jesús nos invita a actuar con paciencia y sin precipitación, acercándonos de manera personal y amistosa a quien está actuando de manera equivocada. «Si tu hermano peca, repréndelo a solas, entre los dos. Si te hace caso, habrás salvado a tu hermano».

Cuánto bien nos puede hacer a todos esa crítica amistosa y leal, esa observación oportuna, ese apoyo sincero en el momento en que nos habíamos desorientado. Toda persona es capaz de salir de su pecado y volver a la razón y a la bondad. Pero con frecuencia necesita encontrarse con alguien que lo ame de verdad, le invite a interrogarse y le contagie un deseo nuevo de verdad y generosidad.

Quizá lo que más cambia a muchas personas no son las grandes ideas ni los pensamientos hermosos, sino el haberse encontrado con alguien que ha sabido acercarse a ellas amistosamente y les ha ayudado a renovarse.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 9 de septiembre

Enséñanos a mirar para saber elegir

¡Qué importante es saber mirar! Nuestra mirada siempre es selectiva. No tenemos capacidad para verlo todo en toda su verdad. Es imposible. Así que, lo sepamos o no, nuestros sentidos eligen e interpretan la realidad. El texto de hoy es un ejemplo claro. Tanto los fariseos como Jesús y sus discípulos eran judíos. Ambos conocían la Ley y el sábado. Ambos buscaban a Dios y querían ser fieles. Ambos habrían leído muchas veces aquello que hizo David cuando sus hombres sintieron hambre. Pero cada uno lo interpretó de una manera bien distinta. Una vez más, la preocupación humana por la letra pequeña, los legalismos, el cumplimiento estrecho. Y una vez más Jesús empeñado en abrirnos la mente, la mirada y el corazón; en ampliarnos la perspectiva, el “zoom” de nuestra vida.

La cuestión no es dejar de cumplir el Sábado, día santo de descanso recordando que también Dios descansó tras crear cuanto existe. Tampoco hoy se tratará de volatizar la Tradición y los mandamientos. Más bien creo que Jesús nos invita a discernir en cada momento qué es lo fundamental y qué queda por detrás. El hombre es señor del sábado. Y un ser humano hambriento está por encima de un precepto religioso. ¿Nos lo creemos? Porque, por desgracia, dos mil años después, sigue habiendo preceptos y sigue habiendo mucha hambre.

No es casual que este texto siga inmediatamente a la discusión de ayer sobre el ayuno. Os comparto dos textos antiguos que pueden iluminar esta íntima relación entre lo fundamental y lo accesorio:

El Abba Antonio decía: Un día en el que estaba yo sentado junto al Abba Arfat, hizo acto de presencia un asceta y dijo: “Padre, he ayunado por espacio de doscientas semanas, comiendo solamente cada seis días, he aprendido el Antiguo y el Nuevo Testamento ¿qué me queda por hacer? Le respondió el anciano: ¿Es para ti el menosprecio igual que el honor? No, respondió. ¿La pérdida como la ganancia, los extraños como los parientes, la indigencia como la abundancia? No, respondió. El anciano concluyó: “Tú, ni has ayunado doscientas semanas, ni has aprendido el Antiguo Testamento, te estás engañando a ti mismo”. (PADRES DEL DESIERTO).

Que el que ayuna entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiera que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que Dios le responda a él. Es un indigno suplicante quien pide para sí lo que niega a otro […] El ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza: lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno» (S. PEDRO CRISOLOGO, Sermón 43).