II Vísperas – Domingo XXIII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: SANTA UNIDAD Y TRINIDAD BEATA.

Santa unidad y Trinidad beata:
con los destellos de tu brillo eterno,
infunde amor en nuestros corazones,
mientras se va alejando el sol de fuego.

Por la mañana te cantamos loas
y por la tarde te elevamos ruegos,
pidiéndote que estemos algún día
entre los que te alaban en el cielo.

Glorificado sean por los siglos
de los siglos el Padre y su Unigénito,
y que glorificado con entrambos
sea por tiempo igual el Paracleto. Amén

SALMODIA

Ant 1. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha.» Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha.» Aleluya.

Ant 2. El Señor piadoso ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Salmo 110 – GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su poder,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que lo practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor piadoso ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Ant 3. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA BREVE   1Pe 1, 3-5

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

V. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

V. Digno de gloria y alabanza por los siglos.
R. En la bóveda del cielo.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», dice el Señor.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos», dice el Señor.

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro Padre, que maravillosamente creó el mundo, lo redimió de forma más admirable aún y no cesa de conservarlo con amor, y digámosle:

Renueva, Señor, las maravillas de tu amor.

Señor, tú que en el universo, obra de tus manos, nos revelas tu poder,
haz que sepamos ver tu providencia en los acontecimientos del mundo.

Tú que por la victoria de tu Hijo en la cruz anunciaste la paz al mundo,
líbranos de todo desaliento y de todo temor.

A todos los que aman la justicia y trabajan por conseguirla,
concédeles que cooperen con sinceridad y concordia en la edificación de un mundo mejor.

Ayuda a los oprimidos, consuela a los afligidos, libra a los cautivos, da pan a los hambrientos
y fortalece a los débiles, para que en todos se manifieste el triunfo de la cruz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que al tercer día resucitaste a tu Hijo gloriosamente del sepulcro,
haz que nuestros hermanos difuntos lleguen también a la plenitud de la vida.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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¡Qué fácil es criticar! ¡Qué difícil corregir!

La formación de los discípulos

A partir del primer anuncio de la pasión-resurrección y de la confesión de Pedro, Jesús se centra en la formación de sus discípulos. No sólo mediante un discurso, como en el c.18, sino a través de los diversos acontecimientos que se van presentando. Los temas podemos agruparlos en tres apartados:

  • 1. Los peligros del discípulo:

    * ambición (18,1-5)
    * escándalo (18,6-9)
    * despreocupación por los pequeños (18,10-14)

    2. Las obligaciones del discípulo:

    * corrección fraterna (18,15-20)
    * perdón (18,21-35)

    3. El desconcierto del discípulo:

    * ante el matrimonio (19,3-12)
    * ante los niños (19,13-15)
    * ante la riqueza (19,16-29)
    * ante la recompensa (19,30-20,16)

La corrección fraterna

Como punto de partida es muy válida la primera lectura, tomada del profeta Ezequiel. Cuando alguien se porta de forma indebida, lo normal es criticarlo, procurando que la persona no se entere de nuestra crítica. Sin embargo, Dios advierte al profeta que no puede cometer ese error. Su misión no es criticar por la espalda, sino dirigirse al malvado y animarlo a cambiar de conducta.

En la misma línea debemos entender el evangelio de hoy, que se dirige a los apóstoles y a los responsables posteriores de las comunidades. No pueden permanecer indiferentes, deben procurar el cambio de la persona. Pero es posible que ésta se muestre reacia y no acepte la corrección. Por eso se sugieren cuatro pasos:

  • 1) tratar el tema entre los dos;
  • 2) si no se atiene a razones, se llama a otro o a otros testigos;
  • 3) si sigue sin hacer caso, se acude a toda la comunidad;
  • 4) si ni siquiera entonces se atiene a razones, hay que considerarlo «como un gentil o un publicano».

    La novedad del evangelio radica en que no se acude en tercera instancia a los «grandes», sino a toda la comunidad, subrayando el carácter democrático de la vivencia cristiana.

    Hay un punto de difícil interpretación: ¿qué significa la frase final, «considéralo como un gentil o un publicano»? Generalmente la interpretamos como un rechazo total de esa persona. Pero no es tan claro, si tenemos en cuenta que Jesús era el «amigo de publicanos» y que siempre mostró una actitud positiva ante los paganos. Por consiguiente, quizá la última frase debamos entenderla en sentido positivo: incluso cuando parece que esa persona es insalvable, sigue considerándola como alguien que en algún momento puede aceptar a Jesús y volver a él. Esta debe ser la actitud personal: «considéralo», aunque la comunidad haya debido tomar una actitud disciplinaria más dura.

    ¿Qué valor tiene la decisión tomada en estos casos? Un valor absoluto. Por eso, se añaden unas palabras muy parecidas a las dichas a Pedro poco antes, pero dirigidas ahora a todos los discípulos y a toda la comunidad: «Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.» La decisión adoptada por ellos será refrendada por Dios en el cielo.

    Relacionado con este tema están las frases finales. Generalmente se los aplica a la oración y a la presencia de Cristo en general. Pero, dado lo anterior y lo que sigue, parece importante relacionar esta oración y esta presencia de Cristo con los temas de la corrección y del perdón.

    El conjunto podríamos explicarlo del modo siguiente. La corrección fraterna y la decisión comunitaria sobre un individuo son algo muy delicado. Hace falta luz, hallar las palabras adecuadas, el momento justo, paciencia. Todo esto es imposible sin oración. Jesús da por supuesto -quizá supone mucho- que esta oración va a darse. Y anima a los discípulos asegurándoles la ayuda del Padre, ya que El estará presente. Esta interpretación no excluye la otra, más amplia, de la oración y la presencia de Cristo en general. Lo importante es no olvidar la oración y la presencia de Jesús en el difícil momento de la reconciliación.

José Luis Sicre

La verdadera corrección fraterna

Hoy nuestro encuentro cambia de escena: Jesús nos va a enseñar cómo tenemos que hacer ante el mal; ante el mal de los demás qué actitudes, qué formas y qué modos tenemos que hacer para poder sobrellevar y actuar ante el mal. Y lo vamos a escuchar en el Evangelio de Mateo, capítulo 18, versículo 15 al 20:

“Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos. Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Mt 18, 15-20

Cuando escuchamos estas palabras de Jesús, pensamos que es una lección que necesitamos continuamente: “Si tu hermano peca, repréndele a solas”. Y nos dice todos los pasos. Estamos llenos del mal, la corrección es necesaria, vivimos en contacto con el prójimo, a veces vemos que no lo hace tan bien y no sabemos qué hacer. Nuestra primera reacción es criticar a sus espaldas, despreciarle, huir —como hacían los fariseos—, cuando deberíamos compadecernos de estos fallos, de estos pequeños pasos malos, tender una mano amiga para ayudarles a encontrar el camino, deberíamos orar por ellos, deberíamos meternos en su debilidad y ayudarles a salir de ahí. Hoy Jesús a ti y a mí nos dice cómo tenemos que hacer: “Si tu hermano peca, lo primero que tienes que hacer no es ir contra él, no es la gran lección, tu hermano, el que quieres”. Primer paso: “Díselo a solas, busca la intimidad, no le desprecies en público, no le hagas daño en público, no proclames lo que hace mal. Si tu hermano se extravía, llámale a solas y díselo”. Segundo paso: “Y si no te oyere, lleva a un hermano más para que te ayude, no para criticarle, no para nada”. Y un tercer paso que nos dice Jesús: “Y si aún así no te oyere, pide por él y déjale”.

¡Cómo necesitamos esto, querido amigo, para reconciliarnos con el mal, bien personal o bien comunitariamente! Cuando se está reunido en nombre de Jesús, todo es amor, nadie hace daño a nadie. Nos sentimos a veces distantes e indiferentes, cualquier tibieza nos afecta, pero no hacemos nada. Tenemos que tener compasión, comprensión, tolerancia. Es lo que nos dice Jesús hoy, es lo que nos dice y nos enseña para bien de los demás y bien mío: tener compasión. Nos enseña el arte de corregir, el arte de querer a los demás, como el buen samaritano: primero cura, luego actúa, luego le anima, luego le lleva y le deja en buen sitio. ¿Haremos tú y yo eso?

Aprendamos los detalles del amor. Es necesaria la corrección fraterna, es necesaria, pero ¿me dejo yo también corregir? ¿Lo pido? ¿Lo facilito? ¿Acudo al sacramento de la penitencia? Y ahí, ¿me siento acompañado, comprendido, sanado por Jesús? Un encuentro muy fuerte… y Jesús nos dice a ti y a mí: ¿qué haces con el hermano? ¿Qué haces? ¿Le juzgas? ¿Le criticas? ¿Le perdonas hasta siete veces? ¡Cuánto nos cuesta el perdón, cuánto! Y hacerlo como Él, como Jesús, setenta veces siete.

Jesús, hoy te pido no condenar, amar, te pido por el hermano que cae. Y que sepa hacer como Tú, que no me engañen las apariencias, ni los prejuicios, que vaya al encuentro con Él, que le quiera, que sea humilde, que le respete y que sepa acoger el camino verdadero. Ayúdame, Señor, a saber querer como Tú, a orar como Tú, para que el amor reine en todas las relaciones y que sepa también coger el perdón. Querido amigo, te invito a escuchar las palabras de Jesús y a examinar qué hacemos con el hermano, qué hago con el perdón. Con Él nos quedamos y con Él aprendemos la lección del amor.

¡Que así sea!

Francisca Sierra Gómez

Domingo XXIII de Tiempo Ordinario

En la Vida de San Pacomio nos encontramos con un texto sumamente interesante sobre las “visiones” y los “milagros”. A los hermanos que le preguntan por sus visiones, responde Pacomio: “¿Queréis que os hable de una gran visión? – No hay visión mayor que la de ver al Dios invisible en un hombre visible (vuestro vecino). Y por lo que a los milagros y las curaciones se refiere, mirad lo que dice:”Si un hombre es tan ciego que no ve la luz de Dios, y si un hermano lo conduce a la fe, ¿no es eso una curación? Si está un hombre mudo hasta el punto de no poder decir la verdad, o está manco debido a su pereza en el cumplimiento de los mandamientos de Dios; con otras palabras, si es conducido un pecador al arrepentimiento por la ayuda de un hermano, ¿no es eso un gran milagro?”

Éste es el género de milagros que nos invita a realizar Jesús en el Evangelio de hoy.

En la segunda lectura nos dice Pablo una vez más lo que todos sabemos, pero que debiéramos escuchar sin cesar de nuevo: Quien ama a su prójimo ha cumplido toda la ley. Pero para comprender lo que quiere verdaderamente decir Pablo, es menester que tengamos en cuenta el contexto en el que nos habla. Pablo invita a sus lectores a que se sometan a las leyes civiles, incluso a las que emanan de autoridades paganas, y a obedecer aún más a los mandamientos de Dios, tal es en efecto la manera de expresar nuestro amor para con aquéllos con los que formamos bien sea una nación, o una Iglesia, o una comunidad.

El amor es exigente y carga con responsabilidades. Implica entre otras cosas la responsabilidad de ayudar al otro a que crezca y de conducir al otro a la conversión.

El pasaje del Evangelio que acabamos de leer nos da la posibilidad de entrar algo en la vida de la comunidad cristiana primitiva y de ver cómo expresaban estos primeros cristianos su amor mutuo a través de la corrección fraterna. Si queremos comprender adecuadamente el deber de la corrección fraterna, nos será útil comenzar por los primeros versículos de este pasaje del Evangelio. Nos muestran que nos hallamos en presencia de una comunidad, de una Iglesia local, toda vez que “cuando se hallan dos o tres reunidos en mi nombre, me encuentro yo allí en medio de ellos”.

Cuando se reúne un grupo de personas en una Iglesia, o en una comunidad particular, lo hacen para vivir una forma determinada de experiencia espiritual, conforme a una disciplina propia, y para ayudarse mutuamente a crecer en el amor de Dios en este contexto, e incluso por medio de este contexto. Y habida cuenta de que todos somos pecadores, una situación como ésa exige una corrección fraterna.

Una comunidad no puede en manera alguna permitir a uno de sus miembros que viva una vida que se halle en contradicción con lo que representa la comunidad.

Pero la primera reacción a una situación como ésa, caso de que se presente, no debe ser la de rechazo o reprobación, sino la de amor fraterno. En situaciones como ésas no puede evitarse el tomar decisiones claras en nombre del cuerpo que es la Iglesia. El Evangelio nos describe con todo cuidado las etapas que es menester seguir si se quiere obrar en un verdadero espíritu de amor y de caridad. La auténtica corrección fraterna nada tiene que ver con la denuncia o con iniciativas fanáticas.

Dios quiere que todos los pecadores se arrepientan y vivan. Pero el gran misterio reside en que Dios ha escogido no ejercer de manera directa su atención de amor para con cada uno de nosotros, pecadores, sino hacerlo a través de otros seres humanos. En la primera lectura, hemos escuchado las palabras tan severas dirigidas por Dios al profeta Ezequiel “Si no se vuelve un pecador de sus caminos de pecado porque nada has hecho tú para alejarlo de sus acciones pecadoras, él morirá, y TÚ, tú cargarás con la responsabilidad de su muerte.” Igualmente duras con las palabras de Jesús en el Evangelio. “Lo que atéis en la tierra – sin hacer nada para ayudar a vuestro hermano a crecer o a arrepentirse – quedará atado en el cielo, y lo que desliguéis en la tierra – en cuanto que lleváis a vuestro hermano al arrepentimiento – quedará desligado asimismo en el cielo”. Menester es tener en cuenta que el texto del Evangelio que hoy hemos escuchado no habla del poder de las llaves concedido a Pedro, poder que ha sido citado unos capítulos antes. En este texto, Jesús se dirige a todo el mundo y recuerda a cada uno que

1), por el hechote no practicar la corrección fraterna, se ata a su hermano en la situación en que se encuentra y en la que permanecerá para siempre, y

2) al desligar a su hermano por la corrección fraterna, se la da la posibilidad de la salvación eterna.

Terrible responsabilidad, ¿qué duda cabe?, ésta, pero misterio maravilloso asimismo: el hecho de que haya escogido Dios salvar a la humanidad, no sólo haciéndose Él mismo hombre, sino a través del ministerio de otras personas humanas.

Queremos pedir la gracia de mostrarnos fieles a esa vocación.

A. Veilleux

Evangelii Gaudium – Francisco I

143. El desafío de una prédica inculturada está en evangelizar la síntesis, no ideas o valores sueltos. Donde está tu síntesis, allí está tu corazón. La diferencia entre iluminar el lugar de síntesis e iluminar ideas sueltas es la misma que hay entre el aburrimiento y el ardor del corazón. El predicador tiene la hermosísima y difícil misión de aunar los corazones que se aman, el del Señor y los de su pueblo. El diálogo entre Dios y su pueblo afianza más la alianza entre ambos y estrecha el vínculo de la caridad. Durante el tiempo que dura la homilía, los corazones de los creyentes hacen silencio y lo dejan hablar a Él. El Señor y su pueblo se hablan de mil maneras directamente, sin intermediarios. Pero en la homilía quieren que alguien haga de instrumento y exprese los sentimientos, de manera tal que después cada uno elija por dónde sigue su conversación. La palabra es esencialmente mediadora y requiere no sólo de los dos que dialogan sino de un predicador que la represente como tal, convencido de que «no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Co 4,5).

Lectio Divina – 10 de septiembre

Lectio: Domingo, 10 Septiembre, 2017

La corrección fraterna en comunidad
Preocuparse por los hermanos que se alejan de la comunidad
Mateo 18,15-20

1. ORACIÓN INICIAL

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. LECTURA

a) Una división del texto para ayudar a la lectura:

Mateo 18;15-16: Corregir al hermano y restablecer la unidad
Mateo 18,17: Quien no escucha a la comunidad se autoexcluye
Mateo 18,18: La decisión tomada en la tierra es aceptada en el cielo
Mateo 18,19: La oración en común por el hermano que sale de la comunidad
Mateo 18,20: La presencia de Jesús en la comunidad

b) Clave de lectura

– El Evangelio de Mateo organiza las palabras de Jesús en cinco grandes Sermones o Discursos. Esto indica que hacia el final del primer siglo, época en la que se procedió a la redacción final del Evangelio de Mateo, las comunidades cristianas tenían ya unas formas concretas de catequesis. Los cinco Discursos eran como cinco grandes flechas que indicaban la ruta del camino. Ofrecían criterios para instruir a las personas y ayudarles a resolver los problemas. El Sermón de la Comunidad (Mt 18,1-35), por ejemplo, presenta instrucciones sobre cómo debe ser la convivencia entre los miembros de la comunidad, de modo que ésta pueda ser una revelación del Reino de Dios.
– En este 23º Domingo del Tiempo Ordinario leeremos y meditaremos la segunda parte del Sermón de la Comunidad y veremos de cerca dos aspectos: la corrección fraterna (18,15-18) y la oración en común: cómo preocuparse por aquéllos que han abandonado la comunidad (18,19-20)

Mateo 18,15-20

c) El texto

15 «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. 16 Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos.17 Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano.
18 «Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
19 «Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»

3. UN MOMENTO DE SILENCIO ORANTE

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. ALGUNAS PREGUNTAS

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Qué parte del texto te ha llamado más la atención? ¿Por qué?
b) ¿Cuáles son los consejos que Jesús nos da para ayudar a las personas a resolver los problemas de la comunidad y reconciliarse entre ellos?
c) ¿Cuál es la exigencia fundamental que surge de estos consejos de Jesús?
d) En Mateo 16,19, el poder de perdonar viene dado a Pedro; en Jn 20,23 este mismo poder se le da a los Apóstoles. Aquí, el poder de perdonar se confiere a la Comunidad. Nuestra comunidad, ¿cómo usa este poder de perdonar que Jesús le confiere?
e) Jesús ha dicho: “Donde dos o tres está reunidos en mi nombre, estoy yo en medio de ellos”. ¿Qué significa esto para nosotros hoy?

5. PARA AQUÉLLOS QUE DESEAN PROFUNDIZAR AUN MÁS EN EL TEXTO

a) Contexto en el que nuestro texto viene inserto en el Evangelio de Mateo:

Organizando las palabras de Jesús en cinco grandes sermones o discursos, el Evangelio de Mateo imita los cinco libros del Pentateuco y presenta la Buena Nueva del Reino como una Nueva Ley. La liturgia de este domingo nos enfrenta con la Nueva Ley que instruye sobre la corrección fraterna dentro de la comunidad y el tratamiento que hay que dar a aquéllos que se excluyen de la vida comunitaria.

b) Comentario del texto:

Mateo 18,15-16: Corregir al hermano y reconstruir la unidad.
Jesús traza normas sencillas y concretas para indicar cómo proceder en caso de conflicto en la comunidad. Si un hermano o hermana pecan, o sea, si tienen un comportamiento en desacuerdo con la vida de la comunidad, tú no debes denunciarlo públicamente delante de la comunidad. Antes debes hablar a solas con él. Trata de saber los motivos de obrar del otro. Si no obtienes ningún resultado, convoca a dos o tres de la comunidad para ver si se obtiene algún resultado. Mateo escribe su evangelio alrededor de los años 80 ó 90, casi a finales del primer siglo, para las comunidades de judíos convertidos, provenientes de Galilea y de Siria. Si recuerda con tanta insistencia estas frases de Jesús, es porque de hecho, en aquellas comunidades había una gran división en torno a la aceptación de Jesús Mesías. Muchas familias estaban divididas y eran perseguidas por sus mismos parientes que no aceptaban a Jesús, como Mesías (Mt 10,21.35-36.

Mateo 18,17: Quien no escucha a la comunidad se autoexcluye
En último caso, agotadas todas las posibilidades, el hecho del hermano reticente se necesita exponerlo a la comunidad. Y si la persona no quisiese escuchar el consejo de la comunidad, entonces que sea por ti considerado “como un publicano o un pagano”, o sea, como una persona que no pertenece a la comunidad y mucho menos que quiera formar parte de ella. Por tanto, no eres tú el que lo estás excluyendo, sino que es ella misma la que se excluye de la convivencia comunitaria.

Mateo 18,18: La decisión tomada en la tierra es aceptada en el cielo
En Mateo 16,19, el poder de perdonar se le da a Pedro; en Jn 20,23, este mismo poder se le da a los Apóstoles. Ahora, en este texto, el poder de perdonar se le da a la comunidad: “todo lo que atéis sobre la tierra será atado en el cielo y todo lo que desatéis en la tierra será desatado también en el cielo”. Aquí aparece la importancia de la reconciliación y la enorme responsabilidad de la comunidad en su modo de tratar a sus miembros. No excomulga a la persona, sino sencillamente ratifica la exclusión que la persona misma había tomado públicamente saliendo de la comunidad.

Mateo 18,19: La oración en común por el hermano que sale de la comunidad
Esta exclusión no significa que la persona sea abandonada a su propia suerte. ¡Al contrario! Puede estar separada de la comunidad, pero no estará separada de Dios. Por esto, si la conversación en la comunidad no da ningún resultado y si la persona no quiere ya integrarse en la vida de la comunidad, continuamos teniendo la obligación de rogar juntos al Padre para obtener la reconciliación. Jesús garantiza que el Padre escuchará.

Mateo 18,20: La presencia de Jesús en la comunidad
El motivo de la certeza de ser escuchado es la promesa de Jesús: “Allí donde dos o tres están reunidos en mi nombre, estoy yo en medio de ellos”. Jesús dice que Él es el centro, el eje de la comunidad, y como tal, junto a la comunidad ora al Padre, para que conceda el don del retorno al hermano que se ha excluido.

c) Profundizando:

La comunidad como espacio alternativo de solidaridad y de fraternidad:

Hoy, la sociedad neo-liberal, marcada por el consumismo, es dura y sin corazón. No es en ella fuerte la acogida de los pobres, de los extranjeros, de los prófugos. El dinero no acompaña a la misericordia. También la sociedad del Imperio Romano era dura y sin corazón, sin espacio para los pequeños. Ellos buscaban un refugio para su corazón, sin encontrarlo. Incluso las sinagogas eran exigentes y no ofrecían para ellos un lugar de reposo. En las comunidades cristianas, había personas que querían introducir el rigor de los fariseos en la observancia de la ley. Llevaban al centro de la convivencia fraterna los mismos criterios injustos de la sociedad y de la sinagoga. Y así, empiezan a surgir las mismas divisiones de la sociedad y de la sinagoga entre judíos y no judíos, ricos y pobres, dominantes y sometidos, palabra y silencio, hombre y mujer, raza y religión. Y en lugar de hacer de la comunidad un espacio de acogida, ésta se convertía en lugar de condenación. Recordando las palabras de Jesús en el Discurso de la Comunidad, Mateo quiere iluminar el camino de los cristianos, de modo que la comunidad se convierta en un espacio alternativo de solidaridad y de fraternidad. Debe ser una Buena Noticia para los pobres.

– La excomunión y la exclusión de la convivencia fraterna:

Jesús no quiere aumentar la exclusión. Sino que quiere favorecer la inclusión. Ha hecho esto toda su vida: acoger y reintegrar a las personas que, en nombre de un falso concepto de Dios, se habían excluido de la comunidad. Ciertamente él no puede impedir que una persona, en desacuerdo con la Buena Noticia del Reino, se obstine en no pertenecer a la comunidad y se excluya de ella. Esto es lo que hicieron algunos fariseos y doctores de la ley. Pero aún así, la comunidad debe comportarse como el Padre de la parábola del Hijo Pródigo. Debe seguir teniendo en el corazón al hermano y rogar por él, de modo que cambie de idea y vuelva a la comunidad.

6. ORACIÓN: SALMO 32

La confesión libera del pecado

¡Dichoso al que perdonan su culpa
y queda cubierto su pecado!
Dichoso el hombre a quien Yahvé
 no le imputa delito,
 y no hay fraude en su interior.

Guardaba silencio y se consumía mi cuerpo,
cansado de gemir todo el día,
pues descargabas día y noche
tu mano sobre mí;
mi corazón cambiaba como un campo
que sufre los ardores del estío.

Reconocí mi pecado
y no te oculté mi culpa;
me dije: «Confesaré
a Yahvé mis rebeldías».
Y tú absolviste mi culpa,
perdonaste mi pecado.

Por eso, quien te ama te suplica
llegada la hora de la angustia.
Y aunque aguas caudalosas se desborden
jamás le alcanzarán.
Tú eres mi cobijo,
me guardas de la angustia,
me rodeas para salvarme.

«Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir;
sin quitarte los ojos de encima, seré tu consejero».
No seas lo mismo que caballo o mulo sin sentido,
 rienda y freno hacen falta para domar su brío.

Copiosas son las penas del malvado,
mas a quien confía en Yahvé lo protege su amor.
¡Alegraos en Yahvé, justos, exultad,
gritad de gozo los de recto corazón!

7. ORACIÓN FINAL

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

¡Eso no se hace!

Una de las actividades más arduas, en el amplio campo de la convivencia, consiste en hacer comprender a alguien que no ha obrado bien, ó que se ha equivocado en algo que debe enmendar. Uno se expone a que la persona a quien se quiere orientar no digiera la indicación que se le hace con la mejor voluntad. De ahí que este tipo de intervención ha de hacerse con tino y delicadeza. Entre los cristianos, la conocemos con el nombre de «corrección fraterna».

Me cuentan que en un pueblo cuyo nombre he olvidado hubo, hace años, un maestro de escuela, cascarrabias, rezongón y con cara de pocos amigos. Y que, cada vez que reprendía a algún niño, lo hacía desaforadamente, dando rienda suelta a su ira y haciendo llorar al niño. Con todas sus fuerzas le decía, o más bien le gritaba: «¡¡¡Eso no se hace!!!». Y aquello, más que reprensión parecía un castigo.

La corrección fraterna recomendada por Jesús dista mucho del comportamiento de aquel incontrolado docente. Para que resulte eficaz y provechosa, la auténtica corrección debe reunir una serie de connotaciones indispensables:

En primer lugar, ha de ser cuidadosamente premeditada. En quien la practica se requiere un conocimiento, lo más completo posible, de la persona a quien pretende corregir: su sicología, sus reacciones, su capacidad de aceptar de buen grado las recomendaciones que se le hacen…

Además, debe realizarse en un momento oportuno. Es decir, cuando el interlocutor se encuentre relajado, tranquilo, sin agobios. Es sumamente importante elegir un tiempo en que se halle en condiciones de escuchar serenamente la corrección.

Por supuesto, debe hacerse a solas. Sin auditorio. Como dice Jesús: «Habla a solas con él». Es de todo punto necesario mantener la privacidad.

Pero sobre todo, lo más importante es que la corrección se realice con amor. La persona que recibe la corrección ha de ser consciente de que quien le aconseja lo hace llevado por el amor y, consecuentemente, con delicadeza, ternura y amabilidad, buscando solamente su bien.

Y por último, la corrección ha de ser desinteresada. Quien la lleva a cabo no debe hacerlo por apuntarse un tanto en su haber de santidad, sino única y exclusivamente por ayudar a quien lo necesita.

La otra cara de la moneda sería la pregunta obligada: «¿Cómo encajo yo la corrección, cuando alguien me la hace a mi?». También en este caso se requieren una serie de actitudes por mi parte:

En primer lugar, debo ser receptivo. He de aceptar de buen grado la advertencia que se me hace y no intentar evadirme con falsas justificaciones, sino afrontar con valentía la verdad en toda su desnudez.

Además, he de estar agradecido por el favor que se me hace, porque bien pudiera ocurrir que no me percatara de mi defecto, o de mi acción errada y, gracias a la corrección, se me da la oportunidad de rectificar.

Todo esto de nada servirla, si no hiciese un propósito serio, efectivo, de cambiar de actitud, no sea que vaya a incurrir nuevamente en mi error o mi fallo.

Y por último, debo reaccionar con alegría porque, a fin de cuentas, se me ha brindado la oportunidad de comprobar el bien de que uno es capaz cuando se hacen las cosas por amor…

Bendita corrección fraterna.

Pedro Mari Zalbide

Una sana despreocupación

Muchas personas expresan su preocupación, sobre todo respecto a sus hijos mayores, porque no hacen caso a lo que les intentan transmitir, principalmente en temas de fe. Algunos, desde esa preocupación, piensan constantemente cómo podrían conseguirlo. Pero otros han renunciado a seguir intentándolo porque “¿para qué, si no me van a hacer caso?”; aun así, les queda siempre dentro esa preocupación. Y a veces se sorprenden cuando les digo que intenten dejar de preocuparse: que como padres tienen derecho a decir lo que creen que deben decir, pero que no son responsables de la respuesta que sus hijos den a lo que ellos les transmiten, porque ya son mayores y han de tomar sus propias decisiones.

Esa preocupación afecta no sólo a padres respecto a sus hijos, sino también a curas, religiosos y laicos respecto a quienes son receptores de su acción pastoral. Con la mejor voluntad, porque queremos para otros lo que para nosotros es “un tesoro”, la fe cristiana, no sólo intentamos transmitirles lo que supone creer en Cristo Resucitado, sino que deseamos también convencerles. Y cuando ese convencimiento no se produce, nos preocupamos y pensamos que “algo estamos haciendo mal” porque no nos hacen caso.

Sin embargo, la Palabra de Dios en este domingo nos ayuda a ver que lo único que tiene que preocuparnos es tener la certeza de que lo que decimos a otros no lo decimos por nuestro propio interés o capricho, sino de parte de Dios, como el profeta Ezequiel: Te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte.

Para ayudarnos a tener esa certeza, el Señor en el Evangelio nos ha propuesto también que esas palabras que decimos de su parte no sean simplemente “nuestras” ideas y creencias, sino que sean las palabras “de la Iglesia”: Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos… Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos… Si no les hace caso, díselo a la comunidad… El cristiano no debe hablar de fe con otros a título individual, sino que siempre ha de transmitir la fe de la Iglesia.

Y una vez tenemos esta certeza, la Palabra de Dios nos invita a desarrollar una “sana despreocupación” respecto a la reacción que los demás puedan tener cuando les transmitimos algo referente a Dios, algo de la fe de la Iglesia. Así, en la 1ª lectura, el Señor dice a Ezequiel: Si tú pones en guardia al malvado, para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida. Y en el Evangelio Jesús ha dicho: Si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. No se trata de despreciar y no querer saber nada, o de ser indiferentes respecto a la suerte de los otros, sino de respetar su libertad y sus procesos y, además, liberarnos de una carga de angustia e inquietud que no nos corresponde asumir.

Como hemos dicho al principio, lo que decimos lo hacemos con la mejor voluntad, porque quisiéramos que otros compartieran el tesoro que es la fe en Cristo Resucitado. Pero tenemos que tener presente lo que san Pablo ha indicado en la 2ª lectura: A nadie le debáis nada, más que amor… Uno que ama a su prójimo no le hace daño. El verdadero amor a los otros es lo que ha de movernos; por amor, tenemos que respetar la reacción de los otros; y, por amor, debemos asumir una “sana despreocupación”, porque como también dijo San Pablo (1Cor 13, 47): el amor es comprensivo… no lleva cuentas… Una “sana despreocupación” que, como hemos dicho, no es indiferencia, porque el amor que nos mueve espera sin límites, aguanta sin límites, y nunca da a nadie por perdido para Dios.

¿He sufrido o sufro esa experiencia de que no me hagan caso cuando hablo de Dios? ¿Cómo reacciono? ¿Tengo la certeza de hablar desde la fe de la Iglesia, o intento transmitir mis creencias personales? ¿Soy capaz de asumir una “sana despreocupación”? ¿Hablo por y con amor?
Es lógico que queramos que otros compartan el tesoro que da sentido a nuestra vida: la fe en Cristo Resucitado, pero debemos hacer las cosas como Él: proponiendo, nunca imponiendo ni queriendo convencer. Y sobre todo, recordando lo que dijo el Papa Benedicto XVI en Dios es amor (31.c): El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor.

Está entre nosotros

Aunque las palabras de Jesús, recogidas por Mateo, son de gran importancia para la vida de las comunidades cristianas, pocas veces atraen la atención de comentaristas y predicadores. Esta es la promesa de Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Jesús no está pensando en celebraciones masivas como las de la Plaza de San Pedro en Roma. Aunque solo sean dos o tres, allí está él en medio de ellos. No es necesario que esté presente la jerarquía; no hace falta que sean muchos los reunidos.

Lo importante es que “estén reunidos”, no dispersos, ni enfrentados: que no vivan descalificándose unos a otros. Lo decisivo es que se reúnan “en su nombre”: que escuchen su llamada, que vivan identificados con su proyecto del reino de Dios. Que Jesús sea el centro de su pequeño grupo.

Esta presencia viva y real de Jesús es la que ha de animar, guiar y sostener a las pequeñas comunidades de sus seguidores. Es Jesús quien ha de alentar su oración, sus celebraciones, proyectos y actividades. Esta presencia es el “secreto” de toda comunidad cristiana viva.

Los cristianos no podemos reunirnos hoy en nuestros grupos y comunidades de cualquier manera: por costumbre, por inercia o para cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos muchos o, tal vez, pocos. Pero lo importante es que nos reunamos en su nombre, atraídos por su persona y por su proyecto de hacer un mundo más humano.

Hemos de reavivar la conciencia de que somos comunidades de Jesús. Nos reunimos para escuchar su Evangelio, para mantener vivo su recuerdo, para contagiarnos de su Espíritu, para acoger en nosotros su alegría y su paz, para anunciar su Buena Noticia.

El futuro de la fe cristiana dependerá en buena parte de lo que hagamos los cristianos en nuestras comunidades concretas las próximas décadas. No basta lo que pueda hacer el Papa Francisco en el Vaticano. No podemos tampoco poner nuestra esperanza en el puñado de sacerdotes que puedan ordenarse los próximos años. Nuestra única esperanza es Jesucristo.

Somos nosotros los que hemos de centrar nuestras comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única fuerza capaz de regenerar nuestra fe gastada y rutinaria. El único capaz de atraer a los hombres y mujeres de hoy. El único capaz de engendrar una fe nueva en estos tiempos de incredulidad. La renovación de las instancias centrales de la Iglesia es urgente. Los decretos de reformas, necesarios. Pero nada tan decisivo como el volver con radicalidad a Jesucristo.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 10 de septiembre

Una comunidad profética y profetizada

      ¿Quiénes son los profetas? Los imaginamos un escalón más arriba de nosotros y diciéndonos siempre con fuertes voces lo que no debemos hacer. Pero no es cierto. En la comunidad cristiana todos somos profetas y, al mismo tiempo, todos destinatarios de la profecía. Es decir, la comunidad cristiana no se divide en unos, los menos, que están arriba y dicen a los demás lo que deben hacer. Y otros, la mayoría, que están abajo y obedecen. El Evangelio de hoy nos habla de una comunidad que comparte el mismo Espíritu. Los discípulos participan por igual en el culto (“donde dos o tres estén reunidos en mi nombre…”), en la oración (“si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo…”), en la toma de decisiones (“todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo…”) y en la corrección fraterna (“si tu hermano peca, repréndelo a solas…”). El profetismo es, pues, responsabilidad de la comunidad y de cada uno de sus miembros. La profecía no es exclusiva de ninguna persona en la comunidad. Pero esa profecía, para ser cristiana, tiene que tener en cuenta dos aspectos importantes. 

      En primer lugar, la comunidad profética es al mismo tiempo la primera receptora de esa profecía. Eso nos tiene que hacer muy humildes. La palabra profética, la corrección, se orienta a ayudarnos a crecer como personas y como comunidad. Con humildad la escuchamos, la acogemos y tratamos de llevarla a la práctica, de cambiar nuestras vidas en orden a crecer en nuestra vida cristiana. Incluso cuando la profecía se dirige hacia fuera de la comunidad es también profecía humilde y sanadora porque la comunidad es bien consciente de sus propias limitaciones. 

      En segundo lugar, la profecía no tiene sentido si no se realiza en un contexto de amor. Lo dice Pablo en la segunda lectura: “el que ama tiene cumplido el resto de la ley” y “amar es cumplir la ley entera”. Profecía o corrección fraterna sólo tienen cabida en el contexto del amor: amor por los hermanos y hermanas, amor por la humanidad, amor por la creación. Un amor siempre compasivo y misericordioso. El día que usemos la profecía contra algo o alguien, para atacar, para condenar, ese día no somos verdaderos profetas. Y estaremos traicionando el Espíritu de Jesús. 

Para la reflexión

      En nuestra comunidad, ¿se da la palabra a todos? ¿Son todos escuchados de la misma manera? ¿Quiénes son los profetas en mi comunidad? Cuándo tengo que decir algo a un hermano, familiar o amigo, ¿lo hago con la suficiente humildad y como fruto de mi amor por él? ¿He usado alguna vez la corrección o la profecía para atacar a otro o para vengarme?

Fernando Torres, cmf