Vísperas – Lunes XXIII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: LANGUIDECE, SEÑOR, LA LUZ DEL DÍA.

Languidece, Señor, la luz del día
que alumbra la tarea de los hombres;
mantén, Señor, mi lámpara encendida,
claridad de mis días y mis noches.

Confío en ti, Señor, alcázar mío,
me guíen en la noche tus estrellas,
alejas con su luz mis enemigos,
yo sé que mientras duermo no me dejas.

Dichosos los que viven en tu casa
gozando de tu amor ya para siempre,
dichosos los que llevan la esperanza
de llegar a tu casa para verte.

Que sea de tu Día luz y prenda
este día en el trabajo ya vivido,
recibe amablemente mi tarea,
protégeme en la noche del camino.

Acoge, Padre nuestro, la alabanza
de nuestro sacrificio vespertino,
que todo de tu amor es don y gracia
en el Hijo Señor y el Santo Espíritu. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

Salmo 122 – EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,

como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

Ant 2. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Salmo 123 – NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
como presa a sus dientes;
hemos salvado la vida como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Ant 3. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA BREVE   St 4, 11-13a

No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano, o juzga a un hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley. Y si juzgas a la ley no eres cumplidor de la ley, sino su juez. Uno es el legislador y juez: el que puede salvar o perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?

RESPONSORIO BREVE

V. Sáname, porque he pecado contra ti.
R. Sáname, porque he pecado contra ti.

V. Yo dije: «Señor, ten misericordia.»
R. Porque he pecado contra ti.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Sáname, porque he pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

PRECES

Cristo quiere que todos los hombres alcancen la salvación. Digámosle, pues, confiadamente:

Atrae, Señor, a todos hacia ti.

Te bendecimos, Señor, porque nos has redimido con tu preciosa sangre de la esclavitud del pecado;
haz que participemos en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Ayuda con tu gracia a nuestro obispo N. y a todos los obispos de la Iglesia,
para que con gozo y fervor sirvan a tu pueblo.

Que todos los que consagran su vida a la investigación de la verdad logren encontrarla
y que, habiéndola encontrado, se esfuercen por difundirla entre sus hermanos.

Atiende, Señor, a los huérfanos, a las viudas y a los que viven abandonados;
ayúdalos en sus necesidades para que experimenten tu solicitud hacia ellos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge a nuestros hermanos difuntos en la ciudad santa de la Jerusalén celestial,
allí donde tú, con el Padre y el Espíritu Santo, serás todo en todos.

Adoctrinados por el mismo Señor, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, tú que con razón eres llamado luz indeficiente, ilumina nuestro espíritu en esta hora vespertina, y dígnate perdonar benignamente nuestras faltas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 11 de septiembre

Lectio: Lunes, 11 Septiembre, 2017
Tiempo Ordinario
 
1) Oración inicial
 Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor.
 
2) Lectura
Del santo Evangelio según Lucas 6,6-11

Otro sábado entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. Estaban al acecho los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle. Pero él, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano seca: «Levántate y ponte ahí en medio.» Él se levantó y se puso allí. Entonces Jesús les dijo: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla.» Y, mirando a todos ellos, le dijo: «Extiende tu mano.» Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.
 
3) Reflexión
• Contexto. Nuestro pasaje presenta a Jesús curando a un hombre que tenía una mano seca. A diferencia del contexto de los cap. 3-4 en los que Jesús aparece solo, aquí Jesús aparece rodeado de sus discípulos y de las mujeres que lo acompañaban. En los primeros tramos de este camino encontrará el lector diversos modos de escuchar la palabra de Jesús por parte de los que lo siguen que en definitiva podrían sintetizarse en dos experiencias que reclaman a su vez dos tipos de aproximación a Jesús: el de Pedro (5,1-11) y el del centurión (7,1-10). El primero encuentra a Jesús que, después de la pesca milagrosa, lo invita a ser pescador de hombres, y cae después de rodillas ante Jesús: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (5,8). El segundo no tiene ninguna comunicación directa con Jesús: ha oído hablar muy bien sobre Jesús y le envía intermediarios para pedirle la curación de su criado que está muriendo; pide algo no para sí, sino para una persona muy querida. La figura de Pedro representa la actitud del que, sintiéndose pecador, pone su obrar bajo el influjo de la Palabra de Jesús. El centurión, mostrando su solicitud por el criado, aprende a escuchar a Dios. Pues bien, la curación del hombre que tiene una mano seca se coloca entre estas vías o actitudes que caracterizan la itinerancia de la vida de Jesús. El hecho milagroso se produce en un contexto de debate o controversia: las espigas arrancadas en sábado y una curación también en sábado, precisamente la mano seca. Entre las dos discusiones, la palabra de Jesús juega un papel crucial: “El Hijo del hombre es señor del sábado” (6,5). Yendo a nuestro pasaje, preguntémonos qué significa esta mano seca? Es símbolo de la salvación del hombre que es conducido a su situación original, la de la creación. Además, la mano derecha expresa el obrar humano. Jesús devuelve a este día de la semana, el sábado, su más profundo sentido: es el día de la alegría, de la restauración, y no de la limitación. El sábado que Jesús presenta es el sábado mesiánico, no el sábado legalista; las curaciones realizadas por él son signos del tiempo mesiánico, de la restauración y liberación del hombre.

• Dinámica del milagro. Lucas pone ante Jesús a un hombre con una mano sin fuerza, seca, paralizada. Nadie se interesa por pedir su curación y menos aún el directamente interesado. Pero la enfermedad no era sólo un problema individual, sino que sus efectos repercuten en toda la comunidad. En nuestro relato no emerge tanto el problema de la enfermedad sino más bien su relación con el sábado. Jesús es criticado porque ha curado en sábado. La diferencia con los fariseos consiste en que éstos, en el día de sábado, no actúan en base al mandamiento del amor que es la esencia de la ley. Jesús, después de ordenar al hombre ponerse en el centro de la asamblea, hace una pregunta decisiva: “¿es lícito o no curar en sábado?”. Los espacios para la respuesta son reducidos: curar o no curar, o sea, curar o destruir (v.9). Imaginémonos la dificultad de los fariseos: había que excluir que en sábado se pudiese hacer el mal o conducir al hombre a la perdición y menos aún curar ya que ayudar en sábado estaba permitido sólo en casos de extrema necesidad. Los fariseos se sienten provocados, lo cual excita su agresividad. Aparece como evidente que la intención de Jesús al curar en sábado es procurar el bien del hombre, en primer lugar el que está enfermo. Esta motivación de amor nos invita a reflexionar sobre nuestro comportamiento y a fundamentarlo en el de Jesús, que salva. Jesús no presta atención sólo a la curación del enfermo, sino que está también interesado por la de sus adversarios: corarlos de su torcida actitud al observar la ley; observar el sábado sin reanimar al prójimo de sus enfermedades no está en conformidad con lo que Dios quiere. Para el evangelista, la función del sábado es hacer el bien, salvar como Jesús hace en su vida terrena.
 
4) Para la reflexión personal
• ¿Te sientes urgido las palabras de Jesús? ¿Cómo te comprometes en tu servicio a la vida? ¿Sabes crear condiciones para que el otro viva mejor?

• ¿Sabes poner en el centro de tu atención a todos los hombres y a sus necesidades?
 
5) Oración final
Se alegrarán los que se acogen a ti,

gritarán alborozados por siempre;
tú los protegerás, en ti disfrutarán
los que aman tu nombre. (Sal 5,12)

Opciones pastorales de nuestro centro

El inicio del curso es tiempo de crear ilusiones nuevas para el curso entrante a partir de la evaluación y reflexión hecha al final del curso anterior. En todo y, si cabe, aún más en pastoral. Por eso comparto estas reflexiones, surgidas de un encuentro y una ponencia sobre evangelización y pastoral. Nos ayudarán a reflexionar sobre la pastoral escolar en nuestros centros.

Existen dos riesgos en la pastoral escolar que debemos tener muy en cuenta: el primero es considerar que cualquier acción propuesta a los alumnos y destinada a la vivencia de la fe, es ya pastoral (por ejemplo las celebraciones sacramentales y expresiones devocionales); el segundo es reducir la pastoral escolar a la materia de formación en la fe.

¿Cuáles son las opciones pastorales fundamentales que debemos desarrollar en nuestro centro?.

1.- La fe, como toda experiencia humana, es procesual y cambiante.

2.- Acompañar en la fe supone alimentar las experiencias de Dios de manera integral, en sus dimensiones afectiva y racional, purificando siempre las imágenes y conceptos que nos vamos haciendo de Dios para llegar al Dios revelado por Jesús.

3.- La experiencia de Dios debe ser significativa, enraizada en la realidad personal y social, constituyendo poco a poco el criterio fundamental para la construcción de la vida, para la toma de decisiones y para la revisión de los valores y actitudes propios.

4.- La fe cristiana necesita ser compartida, confrontada, enriquecida con la de los demás, para salir del individualismo e intimismo subjetivo.

5.- Las experiencias de oración, acción y comunión deben ser crecientes en intensidad, significatividad y relevancia, de acuerdo a las edades de los sujetos.

6.- La fe debe ser siempre un elemento transformador de la realidad personal y social; no puede ser, por lo tanto, indiferente a lo que hoy viven la juventud, a los problemas y urgencias de nuestra sociedad y nuestro mundo.

7.- La fe hereditaria debe convertirse en fe personal. Hay que propiciar el paso de la tradición a la opción personal, la cual sólo puede darse en la edad adulta.

8.- El estilo real de trabajo debe ser coherente con los valores y estilos que promovemos desde el proyecto.

9.- La Iglesia existe en la medida en que se crean experiencias de comunidades donde compartir, formar y celebrar la fe y la vida para la consecución del Reino de Dios.

10.- La inserción eclesial de los jóvenes no existe en abstracto, sino desde comunidades de referencias concretas, reales, vivas y significativas. Para ello se hace fundamental la mediación de las instituciones que ya existen (como las congregaciones religiosas).

11.- Educar significa extraer, desvelar, generar a partir de lo existente.

12.- El colegio, como espacio humano, debe ser lugar de identificación, donde los muchachos/ as se sientan bien recibidos, apreciados tal y como son, importantes en su pequeñez, fines en sí mismos y no simples objetos.

13.- La eficacia en la pastoral se mide por la capacidad de responder a los retos y problemas de la realidad personal y social, y se verifica en la calidad de las opciones personales por el Reino y por la Iglesia, no por la cantidad de público asistente a nuestras convocatorias.

14.- La madurez se mide por la capacidad de adaptación a la realidad, no desde la renuncia a los ideales y proyectos propios, sino desde su encarnación y realización progresiva.

Evangelii Gaudium – Francisco I

144. Hablar de corazón implica tenerlo no sólo ardiente, sino iluminado por la integridad de la Revelación y por el camino que esa Palabra ha recorrido en el corazón de la Iglesia y de nuestro pueblo fiel a lo largo de su historia. La identidad cristiana, que es ese abrazo bautismal que nos dio de pequeños el Padre, nos hace anhelar, como hijos pródigos —y predilectos en María—, el otro abrazo, el del Padre misericordioso que nos espera en la gloria. Hacer que nuestro pueblo se sienta como en medio de estos dos abrazos es la dura pero hermosa tarea del que predica el Evangelio.

Homilía – Domingo XXIV de Tiempo Ordinario

Aprender a perdonar

Es casi más importante comprender bien la pregunta que san Pedro dirige a Jesús en el evangelio de este domingo (« ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?», Mt 18,21), que comprender la propia respuesta de Jesús, que sencillamente significa «siempre». Porque la pregunta del apóstol da por supuesta la ofensa, pero no supone el arrepentimiento de quien ha ofendido… ¿Cuántas veces hay que perdonar al hermano que nos ofende, incluso aunque éste no nos pida perdón?

La respuesta de Jesús mantiene su fuerza, pero comprender de este modo la pregunta de san Pedro nos permite descubrir de manera más viva la dimensión al mismo tiempo gratuita y exigente del perdón. 

El perdón es un acto gratuito: no puede ser sólo la respuesta al arrepentimiento del otro, sino que debe darse como primer paso. Es el perdón lo que genera arrepentimiento, reconocimiento del error, voluntad de cambio y transformación. Pero, por esta razón, el perdón es muy exigente: requiere sobre todo una mirada capaz de reconocer al otro como hermano, también en sus defectos. Esta mirada fraterna es esencial.

La disposición al perdón que brota de la mirada fraterna sería imposible, con todo, sin avivar previamente la conciencia de haber sido perdonados, es decir, nuestra conciencia lial. Es imposible no tomar la parábola de Jesús como referida a cada uno de nosotros: ¿no tendremos misericordia con quien nos ofende, cuando Dios ha tenido y tendrá tanta misericordia con cada uno de nosotros? Sólo quien descubre que ha sido perdonado tiene la capacidad de generar perdón y, en consecuencia, de establecer relaciones humanas sanadas y cargadas de vida y de futuro. Desgraciadamente, el perdón se ve hoy más como una cesión que como un acto de fe en la fraternidad basada en la filiación divina, que renueva todas las cosas. Para muchos, perdonar es muestra de debilidad, ya que la fortaleza consistiría en reivindicar la justicia de una compensación adecuada. Pero, ¿en qué puede consistir la exigencia de justicia una vez que se ha sufrido ya la injusticia? Hay que pedir justicia, pero antes de que ésta se quebrante; porque después no tiene mucho sentido limitarse sólo a esperar que el otro sea castigado en compensación por lo que nosotros hayamos podido sufrir antes. Sólo el perdón garantiza la sanación de la herida, al tiempo que ofrece al ofensor la posibilidad de convertirse y restaurar, en lo posible, la relación rota.

La parábola de Jesús nos enseña que sólo se puede aprender el perdón a partir de la relación con Dios. Quien aviva su encuentro con Dios se fortalece para perdonar. Es el sentido de la oración atribuida a san Francisco de Asís: «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz… Que donde haya odio, yo ponga el amor; donde haya ofensa, ponga yo el perdón; donde haya discordia, ponga yo unión… Que no busque tanto ser consolado, como consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado, sino amar». Es también el sentido de las palabras de santa Teresa de Jesús: «Donde no haya amor, pon amor, y sacarás amor».

La revancha no sirve más que para aferrarse al dolor y para pervertir con ello el sentido de la justicia. Quien ha resultado ofendido sólo podrá recuperar la paz liberándose del sufrimiento y ofreciendo a quien le ha ofendido la oportunidad de rehacer el mal cometido. Sólo el amor que se ofrece es la respuesta adecuada al sufrimiento.

¿Qué necesita el mundo de hoy para alcanzar esta fe en el Dios misericordioso que mueve al perdón? Realmente es necesaria mucha sensibilidad humana, mucha hondura espiritual, una voluntad decidida para optar por el futuro en comunión en lugar del presente de la división… Pero sobre todo necesita ver que el perdón es posible. Lo que la humanidad necesita para aprender a perdonar es comprobar que se puede perdonar. Y éste es, sin duda, uno de los grandes servicios que los cristianos podemos ofrecer al mundo; diariamente rezamos «perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden», y así nos preparamos para perdonar, somos sensibles al perdón. Nuestro testimonio puede generar los caminos de la renovación de la humanidad por medio del perdón.

Juan Serna Cruz

Mt 18, 21-35 (Evangelio Domingo XXIV de Tiempo Ordinario)

La última parte del “discurso a la comunidad” abunda en el tema del perdón de los pecados. Es evidente que en las primeras comunidades se produjeron conflictos y enfrentamientos, que hicieron necesario recordar que el perdón de las ofensas es una clave fundamental en las relaciones comunitarias.

Pedro, actuando una vez más como “portavoz” de los discípulos, introduce el tema sobre el perdón y sus límites: « ¿Cuántas veces hay que perdonar si el hermano te ofende?». Algunas escuelas rabínicas planteaban la necesidad de perdonar hasta tres veces. Pedro, lejos de una postura “cicatera”, va más allá de la práctica habitual: ¿el límite estaría en siete veces?, ¿sería su ciente un perdón tan sobreabundante?

La respuesta de Jesús va más allá. El perdón ha de ser ilimitado, infinito, absoluto. El perdón no tiene restricciones: siempre, en todo momento y ante cualquier circunstancia hay que estar dispuestos al perdón. La propuesta de Jesús es increíble, inverosímil: «hasta setenta veces siete», es decir, ¡siempre! Para ilustrar este perdón ilimitado, Jesús propone una parábola en tres escenas.

Una serie de contrastes llaman la atención del oyente: la misericordia del rey frente a la dureza de corazón del “siervo sin entrañas”; la paciencia frente a la exigencia de pagar; la abismal diferencia entre las deudas de cada uno de los siervos; la reacción del siervo a quien se le perdona mucho frente a la reacción de los otros compañeros…

La primera escena. Un rey quiere saldar la deuda que un siervo ha contraído con él. La cantidad adeudada es inimaginable. Se puede pensar que sería imposible para un siervo restituir tal suma de dinero. El rey decide hacer justicia acorde a lo que establecía la ley: quien no podía pagar una deuda sería vendido como esclavo y, si fuera necesario, también su familia, hasta que pudiera pagar.

El deudor suplica paciencia y se compromete a devolver lo adeudado. La parábola da un giro radical. El rey no solo tiene paciencia con el siervo, sino que además le perdona todo: «tuvo misericordia de él y le perdonó la deuda». La necesidad, la situación de desvalimiento del siervo, provocan la misericordia del rey que le perdona sin esperar nada a cambio.

La segunda escena establece el contraste. El deudor se convierte ahora en acreedor de una deuda que, comparada con la anterior, era insignificante. Como antes hizo el rey, el siervo exige que su compañero le pague. También en este caso, el deudor suplica paciencia y se compromete a pagar. Sin embargo, la reacción del siervo es radicalmente opuesta a la del rey: no tiene misericordia y, lejos de perdonar, entrega a su compañero a la justicia hasta que pague todo lo que le debe.

La tercera escena. Los compañeros y el rey se indignan ante la falta de comprensión de este siervo inmisericorde. ¿Cómo es posible que, después de haber sido perdonado de una deuda inimaginable, no sea capaz de perdonar una cantidad insignificante? La reacción del rey, ahora, será la que legalmente correspondía: entregar al siervo a la justicia hasta pagar toda la deuda.

El foco de atención se sitúa en la reacción del siervo que no ha sido capaz de ejercitar la misericordia y el perdón, rasgos distintivos de Dios, que perdona siempre con un perdón infinito. Es necesario perdonar siempre, sin medida, como el rey a aquel “siervo sin entrañas”. Si Dios se comporta así con nosotros, con un amor desbordante, inmerecido, no podemos sino hacer lo mismo con nuestros hermanos. ¿Siete veces?, no; «setenta veces siete», porque el perdón de Dios no tiene fin.

Óscar de la Fuente de la Fuente

Rom 14, 7-9 (2ª lectura Domingo XXIV de Tiempo Ordinario)

Proclamamos en la liturgia de hoy un último fragmento de la carta a los Romanos, perteneciente, como en los dos domingos anteriores, a la sección final de la epístola; en esta parte parenética, Pablo exhorta a los cristianos de Roma a vivir en el amor, haciendo hincapié en la caridad que ha de reinar en la comunidad de los creyentes. El pasaje de hoy tiene como contexto más inmediato una recomendación del apóstol sobre la relación entre los «fuertes» y los «débiles» en la fe.

Según parece, en la comunidad de Roma había personas más escrupulosas, las cuales se creían obligadas a realizar ciertas prácticas que entendían como religiosas (los «débiles en la fe»), y otras personas, los «fuertes en la fe», que se sentían con más libertad para prescindir de tales costumbres. En concreto, parece tratarse aquí de la abstinencia de determinados alimentos en días señalados (práctica ascética conocida tanto en el judaísmo como en el paganismo). Ante esta diversidad de actitudes, Pablo invita al respeto y a la caridad mutua («El que come, no desprecie al que no come; y el que no come, no juzgue al que come»). El apóstol presupone que tanto unos como otros actúan tratando de agradar a Dios: «El que se preocupa de observar un día, se preocupa por causa del Señor; el que come, come por el Señor, pues da gracias a Dios; y el que no come, no come por el Señor y da gracias a Dios». Justamente a continuación viene el texto que hoy leemos.

Lo interesante es que Pablo se eleva, como hace con frecuencia, desde una situación particular, potencialmente con ictiva, de la comunidad a un principio más general, de validez universal: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor». El domingo pasado escuchábamos la segun- da parte del mandamiento del amor («Amarás a tu prójimo como a ti mismo»); ahora Pablo parece recordarnos que esa caridad fraterna tiene su fundamento en la primera parte del mandamiento, en el amor a Dios. Es el vínculo profundo que tenemos con Jesucristo el que nos hace vivir amando, comprendiendo y respetando a nuestro prójimo.

Jesús es el Señor de nuestras vidas, y lo es de forma radical. Lo definitivo de este señorío de Cristo se hace patente al mencionar la muerte, piedra de toque de toda antropología: «Ya vivamos, ya muramos, somos del Señor». La resurrección no es un tema especí co en la carta a los Romanos, como lo fue en 1 Corintios, pero Pablo alude a ella ahora, al referirse al misterio pascual como fundamento de toda la existencia cristiana: «Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos».

José Luis Vázquez Pérez, S.J.

Eclo 27, 33 – 28, 9 (1ª lectura Domingo XXIV de Tiempo Ordinario)

En el elenco de temas que va repasando el libro de Ben Sira como literatura sapiencial, la liturgia nos propone hoy unos versículos centrados en el tratamiento del rencor. La lectura conjunta de esta perícopa con el evangelio de este domingo, Mt 18,21-35, con la del siervo inmisericorde, refuerza la motivación hacia el perdón como elemento que ayuda a romper la dinámica de encerramiento en sí mismo que genera el pecado. El rencor y la ira provocan el deseo de venganza y generan una espiral de violencia que claramente se enfrenta a la justicia divina. Esta perspectiva teológica (“Dios se opone a la venganza”) es la que prevalece en el texto. Pero algunas de sus afirmaciones dan pie a una cierta reflexión antropológica sobre el rencor, si bien, por la pretensión didáctica de este tipo de literatura, se carga las tintas contra el prototipo negativo: «el pecador los posee (el furor y la cólera)». Pero bien podemos pensar y apuntar que el pecador es poseído por el rencor y la ira, y que es él la primera víctima de la maldad de estos sentimientos. No son pocos los testimonios de víctimas de violencia y terrorismo que han iniciado procesos de reconciliación desde la necesidad de cortar con dinámicas autodestructivas alentadas por el rencor.

La motivación primera y dominante en la mentalidad veterotestamentaria es claramente el poder de Dios y que «del vengativo se vengará el Señor». Hoy juzgamos este razonamiento como una motivación desde el miedo y tal vez nos convenza más la segunda motivación que nos presenta el texto de hoy: la coherencia humana y personal. Es decir, desde la máxima de igualdad de derechos y por coherencia, ¿cómo puede una persona no perdonar a los otros y pretender el perdón de Dios para sí (Eclo 28,4)? En esta línea insiste el evangelio, si bien en positivo, « ¿no debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?».

El texto del Eclesiástico añade una doble motivación que no está tan presente en nuestro imaginario veterotestamentario: «piensa en tu muerte y guarda los mandamientos». Se abre así una vía más positiva que ponga freno a la ira. Por una parte, se alude a la muerte, que es momento en el que Dios pondrá todas las cosas en orden, con su justo valor. Humanamente, la evocación de este momento supone una invitación a pensar en lo que de verdad merece la pena: al nal de la vida ¿qué nos va a quedar? Se trata de una invitación a relativizar lo que hoy valoramos como grandes afrentas y que, vistas desde el momento de nuestra muerte, pierden gravedad, y la pena es no haber buscado el perdón y la reconciliación. Por otra parte, la mención de “recordar” los mandamientos, que en el paralelismo retórico propio de la poesía hebrea se pone en relación con la alianza del Señor, supone un recordatorio a los momentos del perdón de Yahvé con el pueblo de Israel, y toca la bra más íntima, pues el perdón ha de ser un rasgo presente en el “pueblo de Alianza” ya que es el pueblo del perdón. La referencia a los mandamientos evoca, entro otros textos, Lv 19, 18: «No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Se anticipa así lo que, de forma más explícita y más elaborada, presentará el NT y el mensaje al que Jesús dará cumplimiento.

José Javier Pardo Izal, S.J.

Comentario al evangelio – 11 de septiembre

La Palabra nos sirve de encuentro en este espacio desde el que se anuncia el misterio escondido desde siglos y revelado en Cristo, esperanza de la gloria. Él es el hombre libre que nos invita a recorrer su camino liberador. En el texto de Lucas de hoy, la curación del paralítico en sábado, contemplamos a quien es libre y libera, no por romper una norma o escandalizar, o dejarse llevar del “cambio por el cambio”. 

Contemplamos a Jesús, libre por el bien del hombre. La preocupación por la persona, la atención a la persona, la necesidad de la persona, es la prioridad para nuestro Dios. La liberación de todo ser humano es la prioridad de nuestro Dios. Esa liberación, que otros necesitan de manera más urgente, nos puede hacer también a nosotros libres, cuando nos implicamos en ella. 

De cualquier forma, es el Maestro, Jesús, un hombre libre , quien nos invita a buscar, encontrar y desarrollar su libertad . Una libertad a caro precio, el de su entrega voluntaria y total. ¡Señor, aumenta nuestra fe! Para que construyamos nuestra vida cristiana sobre la roca firme que tu Palabra segura nos ofrece. ¡Señor, aumenta nuestra fe! Para que la bondad que viene de ti se atesore en nuestro corazón y saquemos a relucir el bien. ¡Señor, aumenta nuestra fe! Para que las dificultades de la vida no puedan con nuestra firme decisión de llamarte Señor y hacer lo que tú nos digas.