Vísperas – Lunes XXV de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: LIBRA MIS OJOS DE LA MUERTE.

Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz, que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.

Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva,
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.

Haz que mi pie vaya ligero.
Da de tu pan y de tu vaso
al que te sigue, paso a paso,
por lo más duro del sendero.

Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.

Guarda mi fe del enemigo.
¡Tantos me dicen que estás muerto!
Y entre la sombra y el desierto
dame tu mano y ven conmigo. Amén

SALMODIA

Ant 1. El Señor se complace en los justos.

Salmo 10 – EL SEÑOR ESPERANZA DEL JUSTO

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?»

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo detesta.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor se complace en los justos.

Ant 2. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Salmo 14 – ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aún en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Ant 3. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA BREVE   Col 1, 9b-11

Llegad a la plenitud en el conocimiento de la voluntad de Dios, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. Así caminaréis según el Señor se merece y le agradaréis enteramente, dando fruto en toda clase de obras buenas y creciendo en el conocimiento de Dios. Fortalecidos en toda fortaleza, según el poder de su gloria, podréis resistir y perseverar en todo con alegría.

RESPONSORIO BREVE

V. Sáname, porque he pecado contra ti.
R. Sáname, porque he pecado contra ti.

V. Yo dije: «Señor, ten misericordia.»
R. Porque he pecado contra ti.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Sáname, porque he pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

PRECES

Demos gracias a Dios, nuestro Padre, que recordando siempre su santa alianza, no cesa de bendecirnos, y digámosle con ánimo confiado:

Favorece a tu pueblo, Señor.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Congrega en la unidad a todos los cristianos:
para que el mundo crea en Cristo, tu enviado.

Derrama tu gracia sobre nuestros familiares y amigos:
que encuentren en ti, Señor, su verdadera felicidad.

Muestra tu amor a los agonizantes:
que puedan contemplar tu salvación.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten piedad de los que han muerto
y acógelos en el descanso de Cristo.

Terminemos nuestra oración con las palabras que nos enseñó Cristo:

Padre nuestro…

ORACION

Nuestro humilde servicio, Señor, proclame tu grandeza, y ya que por nuestra salvación te dignaste mirar la humillación de la Virgen María, te rogamos nos enaltezcas llevándonos a la plenitud de la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 25 de septiembre

Lectio: Lunes, 25 Septiembre, 2017

1) Oración inicial

¡Oh Dios!, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 8,16-18
«Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará.»

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos trae tres pequeños dichos de Jesús. Son frases sueltas que Lucas coloca aquí después de la parábola de la simiente (Lc 8,4-8) y de su explicación a los discípulos (Lc 8,9-15). En este contexto literario Lucas coloca las tres frases, y ayuda a comprender la manera en que quiere que la gente entienda estas frases de Jesús.
• Lucas 8,16: La lámpara que ilumina. «Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.”. Esta frase de Jesús es una pequeña parábola. Jesús no explica, pues todo el mundo sabía de qué se trataba. Era algo da la vida de todos los días. En aquel tiempo, no había luz eléctrica. Uno se puede imaginar lo siguiente. La familia está reunida en casa. Comienza a caer la noche. Alguien se levanta, toma la lámpara, la enciende y la pone debajo de una cama o la tapa con algo. ¿Qué dirán los demás? Todos gritarán: ¿Estás loco/a, o qué? ¡Pon la lámpara encima de la mesa!” En una reunión bíblica, alguien hizo el siguiente comentario: la palabra de Dios es una lámpara para ser encendida en la oscuridad de la noche. Si se queda en el libro cerrado de la Biblia, es como una lámpara tapada con una vasija. Está colocada encima de la mesa e ilumina la casa cuando es leída por la comunidad y está enlazada con la vida.
En el contexto en que Lucas coloca esta frase, se refiere a la explicación que Jesús dio de la parábola de la semilla (Lc 8,9-15). Es como si dijera: las cosas que tú acabas de oír, no debes guardarlas para ti, sino que debes irradiarlas para los demás. Un cristiano no debe tener miedo a dar testimonio y a irradiar la Buena Nueva. La humildad es importante, pero es falsa la humildad que esconde los dones de Dios dados para edificar la comunidad (1Cor 12,4-26; Rom 12,3-8).
• Lucas 8,17: Lo escondido se volverá manifiesto. “Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto.” Esta segunda frase de Jesús, de acuerdo con el contexto que fue puesto por Lucas, también se refiere a las enseñanzas que Jesús dio en particular a sus discípulos (Lc 8,9-10). Los discípulos no pueden conservarlas para sí, sino que deben divulgarlas, pues forman parte de la Buena Nueva de Dios que Jesús nos trae.
• Lucas 8,18: Prestar atención a las ideas preconcebidas. “Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará». En aquel tiempo, había muchas ideas preconcebidas sobre el Mesías que impedían a la gente el que entendiera de forma correcta la Buena Nueva del Reino que Jesús anunciaba. Por esto, esta advertencia de Jesús con relación a ideas preconcebidas es de mucha actualidad. Jesús pide a los discípulos que tomen conciencia de las ideas preconcebidas con que escuchan la enseñanza que él les ofrece. A través de esta frase de Jesús, Lucas está diciendo a las comunidades y a todos nosotros: “¡Prestad atención a las ideas con que miráis a Jesús!” Pues, si el color de los ojos es verde, todo será de color de verde. ¡Si fuera azul, todo será de color de azul! Si la idea con la que miro a Jesús fuera equivocada, todo lo que pienso, recibo y enseño sobre Jesús estará amenazado de error. Si yo pienso que el mesías ha de ser un rey glorioso, no voy a entender nada de lo que Jesús enseña sobre la Cruz, sobre el sufrimiento, la persecución y el compromiso, y hasta voy a perder aquello que yo pensaba poseer. Uniendo esta tercera fase a la primera, se puede concluir lo siguiente: quien quiera quedarse con lo que recibe, sin compartirlo con los demás, pierde aquello que tiene, pues se va a pudrir.

4) Para la reflexión personal

• ¿Tienes experiencia de idas preconcebidas que te impiden percibir y apreciar en su justo valor, las cosas buenas que las personas hacen?
• ¿Te has dado cuenta de las ideas preconcebidas que están detrás de ciertas historias, anécdotas y parábolas que las personas cuentan?

5) Oración final

Dichosos los que caminan rectamente,
los que proceden en la ley de Yahvé.
Dichosos los que guardan sus preceptos,
los que lo buscan de todo corazón. (Sal 119,1-2)

Prisioneros de lo invisible

HUERTAS, Rosa

Prisioneros de lo invisible

Editorial Edelvives, Zaragoza 2017, 236 págs.

Penny se sienta en el Instituto de san Isidro cerca de una ventana por la que se ve un edificio abandonado, el palacio de la duquesa de Sueca. Se siente atraída por lo que ve, pero eso le pone muy triste, incluso le hace enfermar. ¿Qué ocultan aquellas paredes? ¿Tiene visiones? ¿Se está volviendo loca? ¿Es prisionera de lo invisible? Con ayuda de su nuevo compañero, Quique, irá descubriendo qué pasa, qué piden algunas voces del más allá, qué pasó con los jesuitas que habitaban aquel palacio en tiempos de Carlos III.

Escrito en primera persona, en presente, de muy ágil lectura, entretenido, mezcla realidad y ficción, nos introduce en el misterio, en el ambiente escolar, en la intriga, en las ganas de saber qué ocurre, cómo van a acabar los protagonistas: ¿se va a poner bien Penny?, ¿podrá dejar atrás su melancolía? Además hay amistad, compañerismo, amor…

Para lectores entre 12 y 14 años.

La multiplicación de los panes y los peces en clave educativa

Comienza un nuevo curso. Como educador, tienes una misión que llevar a cabo. El Maestro por excelencia, Jesús de Nazaret, te ha encomendado a un grupo de jóvenes. Malos o buenos, vagos o trabajadores, comprometidos o pasotas… ¡Es igual! Lo realmente importante es que Él te los ha enviado y un día te pedirá cuentas de cada uno de ellos…

Comienza un nuevo curso. El Maestro te está esperando… ¡Adelante!

I (Jn 6, 1-7)

Tras las vacaciones veraniegas, llegas a tu zona de trabajo. Comienzan nuevamente las prisas, los papeleos, el trabajo en grupo, los grandes disgustos y, por lo general, las pequeñas satisfacciones… Al ver el listado de tus chicos, su historial académico y, sobre todo, la experiencia de cursos pasados, te haces la misma pregunta que te atormenta todos los días (y si no es así, mal vamos) y a la que no consigues dar respuesta alguna:

<

p style=»padding-left:30px;text-align:justify;»>– ¿Dónde podría conseguir “la fórmula mágica” para “tocar” la mente y el corazón de mis chicos? 


<

p style=»padding-left:30px;text-align:justify;»>– ¿Dónde podría adquirir “el alimento nutritivo” (nada de comida basura) que despierte el apetito de mis jóvenes y les sacie su hambre por aprender las grandes lecciones de la vida? 


Es entonces cuando aparece tu yo más pesimista, tu colega de profesión más agorero, y te responde:

<

p style=»padding-left:30px;text-align:justify;»>
- ¡Imposible! Lo mejor es dejar pasar las horas, los días, las semanas cuanto antes, y que lleguen nuevamente las vacaciones, pues con estos… (te dejo a ti poner el adjetivo que más 
te guste) no hay nada que hacer. 


II (Jn 6, 8-9)

Y empiezas a recopilar libros, a elaborar adaptaciones, a echar mano de los grandes maestros de la educación y… ¡Y nada! Sin embargo no te vienes abajo (¡tú eres un ganador!) y comienzas a pensar en tus chicos:

<

p style=»padding-left:30px;text-align:justify;»>–  El que se sienta al final de la clase, ése es un líder, puede venirme bien… 


<

p style=»padding-left:30px;text-align:justify;»>–  La chica que estuvo enferma el curso pasado, la encanta ayudar a los demás… 


<

p style=»padding-left:30px;text-align:justify;»>–  ¡Puff!, está el que estropea mis reuniones, siempre hablando, siempre protestando…; si su deseo de llevar la voz cantante, su inconformismo, sus aires revolucionarios, los pusiera al servicio del grupo… 


Y sigues pensando en cada uno de tus chicos. Y cada uno tiene algo bueno, algo que puede favorecer al grupo. Y entonces te marcas el firme propósito de sacar de cada uno de ellos lo mejor que tienen (aunque no sea mucho, aunque sea poco, aunque no sea casi nada).

<

p style=»text-align:center;»>III (Jn 6, 10-15)

Comienza un nuevo curso. No te preocupes, ¡has dado con “la fórmula mágica”! Los resultados llegarán, el Maestro se encargará de ello, no te quepa la menor duda… Tú a trabajar y a sacar de tus jóvenes lo mejor que tienen. Dios obrará el milagro, la multiplicación. Dios se ocupará de que el corazón y la mente de tu grupo quede saciado, rebosante, feliz.

<

p style=»text-align:right;»>José María Escudero

 

Evangelii Gaudium – Francisco I

158. Ya decía Pablo VI que los fieles «esperan mucho de esta predicación y sacan fruto de ella con tal que sea sencilla, clara, directa, acomodada»[125]. La sencillez tiene que ver con el lenguaje utilizado. Debe ser el lenguaje que comprenden los destinatarios para no correr el riesgo de hablar al vacío. Frecuentemente sucede que los predicadores usan palabras que aprendieron en sus estudios y en determinados ambientes, pero que no son parte del lenguaje común de las personas que los escuchan. Hay palabras propias de la teología o de la catequesis, cuyo sentido no es comprensible para la mayoría de los cristianos. El mayor riesgo para un predicador es acostumbrarse a su propio lenguaje y pensar que todos los demás lo usan y lo comprenden espontáneamente. Si uno quiere adaptarse al lenguaje de los demás para poder llegar a ellos con la Palabra, tiene que escuchar mucho, necesita compartir la vida de la gente y prestarle una gustosa atención. La sencillez y la claridad son dos cosas diferentes. El lenguaje puede ser muy sencillo, pero la prédica puede ser poco clara. Se puede volver incomprensible por el desorden, por su falta de lógica, o porque trata varios temas al mismo tiempo. Por lo tanto, otra tarea necesaria es procurar que la predicación tenga unidad temática, un orden claro y una conexión entre las frases, de manera que las personas puedan seguir fácilmente al predicador y captar la lógica de lo que les dice.


[125] Ibíd., 43: AAS 68 (1976), 33.

Homilía (Domingo XXVI de Tiempo Ordinario)

La breve parábola que acabamos de escuchar parece como una aplicación concreta de la parábola de la semana pasada. Hay un mismo tema: una viña donde trabajar y unas personas que son envidiadas. Llama la atención que el amo de la viña se convierte hoy en un padre que envía a sus dos hijos a trabajar en su viña.

  • Los dos hijos representan a dos grupos humanos o a dos actitudes distintas frente al seguimiento del Señor.
  • La parábola de hoy esta dirigida a los sumos Sacerdotes y a los Ancianos del pueblo, que solían pertenecer a la secta de los Saduceos.
  • El mundo Saduceo era el dinero y el poder. De la religión toman lo que les conviene y no les estorba a sus intereses y negocios y a su modo de vivir. Pero la religión no orienta ni marca su vida.
  • Jesús se enfrenta en este pasaje con ellos, les provoca. Quiere presentarles un caso para que ellos mismos juzguen, para que sentencien y condenen su propia causa.
  • Como son listos y saben de cosas de religión juzgan bien. Lo difícil es que ahora se reconozcan en la conducta del hijo desobediente: del que dice que va pero no va. Porque ellos son, efectivamente, los hijos bien educados e instruidos en la ley, los que conocen la voluntad de Dios y parecen dispuestos a cumplirla. Los que dicen que si y luego resulta que no.
  • Y Jesús sigue provocando: son los pecadores públicos, las prostitutas, los de mal vivir, según las apariencias, los que realmente hacen la voluntad de Dios. Por eso pasan delante de los “piadosos” de “los buenos” de “los que van a misas y a novenas y encienden velas a los Santos” en el camino del reinado de Dios.
  • Si leemos despacio el evangelio, veremos que Jesús no se junta con estos hombres piadosos; entre sus discípulos están publicanos y pecadores y mujeres de mala vida que han creído en Jesús y en su evangelio.
  • ¡Qué malos son los Sumos Sacerdotes y Ancianos de Israel! La parábola es tan clara, a pesar de su brevedad, que no precisa demasiadas explicaciones.
  • Si tuviéramos que resumir el mensaje de hoy seria este: “la verdad no está en las palabras sino en las obras” o en castellano: “obras son amores y no buenas razones”.
  • La elemental y primera conclusión será que la escuchemos no como algo que se dijo a los Saduceos de aquel tiempo, sino como palabra de Dios dirigida aquí y ahora a nuestras comunidades. En nuestro mundo de hoy vivimos en una sociedad de la no-verdad, de la palabra falsa de los políticos, la corrupción generalizada que a veces también se da en nuestra Iglesia.
  • Por eso aplicando la parábola de hoy a nuestra propia vida quisiera destacar estos aspectos:

    1º. El verdadero sentido cristiano no debe medirse por las buenas formas, las apariencias y las palabras, sino por las obras. Todos sabemos bien quién de los dos hijos hizo lo que el padre querría. Aquí no podemos engañarnos.

    2º. Jesús nos pone en guardia de lo que podíamos llamar actitud o talante Saduceo, peligro que existe entre las personas que se tienen por muy religiosas. Peligro en el que pueden caer los mismos dirigentes y responsables religiosos. Este peligro se da cuando separamos la fe de la vida; cuando por un lado va lo que decimos que creemos y por otro lado -a veces muy separado- lo que realmente hacemos, nuestro compromiso por el reino.

¡Examinemos sinceramente nuestra vida y veamos qué tipo de hijos somos: queda mucha viña por arar y Jesús sigue llamando a sus hijos a colaborar con El la edificación del Reino!

Ignacio Rodríguez Izquierdo, S.J.

Mt 21, 18-32 (Evangelio Domingo XXVI de Tiempo Ordinario)

La “entrada triunfal” en Jerusalén marca el inicio de la última etapa en la actividad pública de Jesús. Atrás queda el camino recorrido, con su doble significado: camino geográfico, atravesando de norte a sur la tierra de Israel, y el itinerario interior de Jesús y los discípulos, desvelando paulatinamente el significado del mesianismo de Jesús y sus consecuencias en la experiencia vital del discípulo. La ciudad de Jerusalén, primero los entornos del templo y el monte de los olivos después, son el espacio donde se desarrollarán los días previos a la pasión, muerte y resurrección.

Llamará la atención cómo aquel a quien el pueblo había aclamado como profeta, «bendito el que viene en nombre del Señor», a los pocos días será rechazado, condenado a muerte y crucificado como un malhechor. Este rechazo se pone de manifiesto paulatinamente a través de los enfrentamientos y polémicas que mantendrá Jesús con los dirigentes del pueblo, sumos sacerdotes, ancianos, fariseos, escribas y saduceos. En este contexto de confrontación se escuchan tres parábolas del Reino.

La “parábola de los dos hijos” enviados a trabajar a la viña se organiza con una sencilla estructura en paralelo: el padre que envía a sus hijos a la viña y la reacción de cada uno de ellos. Este esquema tan elemental sirve para centrar la atención sobre la respuesta antagónica de cada uno de los hijos: ante el mandato del padre, el primer hijo se niega a obedecer, pero al final acude a la viña; mientras que el otro hijo acepta el mandato de su padre, pero no va a trabajar.

Como en otras ocasiones, una pregunta que sirve de introducción a la parábola, « ¿qué os parece?», y la que cierra el relato, « ¿quién de los dos cumplió la voluntad del padre?», son una interpelación directa a los adversarios de Jesús, en este caso «sumos sacerdotes y ancianos», así como al oyente/lector que se siente concernido en la historia. Ambos interrogantes refuerzan esta llamada de atención y contribuyen para poner de manifiesto el comportamiento que ha tenido el segundo de los hijos.

La parábola destaca la necesidad de cumplir la voluntad de Dios, representado en el padre. No basta con las buenas palabras, «voy, señor», cargadas en de nitiva de hipócrita apariencia; lo importante son las obras que cumplen la voluntad del padre. Ya en el “discurso del monte” lo había anunciado Jesús: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21).

La comparación con los publicanos y las prostitutas revela que para vivir según la voluntad de Dios es necesario acoger la buena noticia del Reino. A lo largo de todo el evangelio se va descubriendo la especial atención y desvelo de Jesús por los últimos, los descartados de la sociedad: aquí los publicanos y las prostitutas; no porque sean mejores que el resto, sino porque tienen el corazón disponible para acoger el mensaje de Jesús, mientras que los dirigentes del pueblo no. Por eso, ellos irán por delante en el Reino de los cielos.

Conviene notar el tono exhortativo, no condenatorio, de las palabras de Jesús. Los despreciados irán delante en el Reino, pero la puerta no quedará cerrada tras ellos. Todos podrán acceder a él siempre que se arrepientan y den buenos frutos. Como el primer hijo, siempre es posible acoger la conversión anunciada por Juan, abrir el corazón al mensaje de Jesús y cumplir así la voluntad del Padre.

Óscar de la Fuente de la Fuente

Flp 2, 1-11 (2ª lectura Domingo XXVI de Tiempo Ordinario)

Uno de los temas que parecen preocupar a Pablo cuando escribe a los cristianos de Filipos es la falta de unión en el seno de la comunidad. No sabemos si la situación era tan grave como en Corinto (cf. 1 Cor 1,10-12), pero da la impresión de que sí había ciertos conflictos o tensiones comunitarias, ya que el apóstol utiliza, en el versículo 3, las palabras «rivalidad» (eritheía) y «ostentación» (kenodoxía, literalmente «vanagloria»). Por eso, el pasaje que escuchamos hoy se abre con una vehemente exhortación a la unidad: «Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir».

Pablo da dos consejos prácticos para superar las posibles discordias en la comunidad. El primero, frente a la tentación del orgullo, es vivir con sencillez de corazón, «considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros». El segundo, contra el egoísmo que lleva a encerrarse en los propios intereses, es buscar el interés de los demás, preocuparse por el bien común. A estos dos se añade aún un tercer imperativo, más general y elevado: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús».

La invitación a tomar como modelo los sentimientos del Señor da pie a Pablo para introducir aquí un texto en forma poética, el famoso «himno cristológico», que es tal vez el fragmento más conocido de esta carta. Se discute si el himno fue redactado por el propio apóstol o, como suponen muchos, se trata de un poema litúrgico que circulaba en las Iglesias de lengua griega y que Pablo se limita a recoger aquí. En todo caso, es un testimonio importante de la fe de las primeras comunidades en la preexistencia divina de Jesucristo («siendo de condición divina», «igual a Dios»).

El himno se con gura en dos grandes partes, una «descendente» y otra «ascendente». La primera sección (la que evoca más propiamente «los sentimientos» de Cristo) se centra en la kénōsis, el «vaciamiento» del Hijo de Dios: «… se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» y «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz». La segunda parte describe la reacción del Padre, que rehabilita y glorifica al ajusticiado: «Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble…».

A los filipenses, como a los cristianos de todas las épocas, se les propone como ideal de vida compartir las actitudes de Cristo, en la esperanza de compartir también su gloria: no aferrarse, despojarse de uno mismo, hacerse uno de tantos, en humildad y en obediencia, amando hasta el extremo.

José Luis Vázquez Pérez, S.J.

Ez 18, 25-28 (1ª lectura Domingo XXVI de Tiempo Ordinario)

El capítulo 18 del libro de Ezequiel presenta una reflexión sobre el tema de la responsabilidad. En la opinión más generalizada, Ezequiel es el profeta que avanza la mentalidad veterotestamentaria hacia una responsabilidad personal ante el pecado, superando lo que podemos llamar una responsabilidad colectiva de todo el pueblo por el pecado de parte de algunos, o más bien de muchos. En el caso de los versículos que leemos hoy, el foco es, podríamos decir, previo. Lo que está en juego es si la responsabilidad ante la situación de maldad es divina o humana.

El punto de partida es la constatación del rumor o del sentir del pueblo, sus representantes o sus teólogos, que dicen «no es justo el proceder del Señor». El recurso literario de introducir la voz del pueblo da pie a la palabra del Señor, pero es ocasión también para detenernos y pensar en la situación del auditorio, en sus resistencias, sus dudas y su situación vital desde una experiencia de exilio que pone en cuestión la justicia de Dios. La inmediatez que viven los exiliados, máxime si pensamos en los exiliados de segunda generación, es la de un sentimiento que considera que el exilio como un castigo desproporcionado y un juicio extremadamente severo y por tanto injusto. Esta experiencia es la que recoge el conocido refrán de «los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera» (Ez 18,2). También hoy podemos sentir esa situación en nuestro contexto social, pues en parte hemos recibido una herencia cultural de la vivencia de la religión, y en concreto del cristianismo, que más sentimos como carga y como consecuencia de maneras de entender la experiencia religiosa propias de otro tiempo, e incluso limitadas en su autenticidad.

La invitación del profeta es a cortar esa mirada hacia el pasado y rea rmar la posibilidad de conversión del momento presente: ahora es tiempo de conversión, entendida ésta como un previo o como una motivación fundamental: el convencimiento de nuestra responsabilidad ante lo que nuestra generación puede hacer. No nos puede frenar el hecho de asumir que estamos marcados por una injusticia que está por encima de nuestras fuerzas (sea una injusticia divina, sea una injusticia heredada de nuestros antepasados, sea una injusticia estructural que nos exime de actuar).

Por ello el primer paso, y la a rmación de fondo de este capítulo, es admitir la verdad de las palabras de Yahvé: «no me complazco en la muerte de nadie. Convertíos y viviréis» (Ez 18,32). La primera a rmación dice de Dios y de su deseo de vida para todos; la segunda marcan una antropología: el ser humano –como individuo y como generación– tiene la capacidad de asumir la orientación de sus acciones y, por tanto, de sus consecuencias. El arrepentimiento comienza por negar esa incapacidad para cambiar las cosas y para cambiarnos, y desde ahí asumir la responsabilidad sobre las acciones enmendando nuestros propios delitos y nuestras injusticias (esa es la reiterada palabra profética de Ezequiel a lo largo de su libro: «renovad vuestro corazón y vuestro espíritu», Ez 18,31). La capacidad humana para el bien y para el mal es ejemplarizada en los versículos de hoy a través de dos realidades: «cuando el justo se aparta de la justicia…» y «cuando el malvado se convierte de la maldad…». Se reafirma así, desde la casuística, que la maldad no es el ni el sino del ser humano ni la palabra definitiva del juicio punitivo de Dios.

José Javier Pardo Izal, S.J.

Comentario al evangelio – 25 de septiembre

Nadie enciende un candil y lo pone debajo de la cama. Jesús ha venido a traer un mensaje de salvación, amor y esperanza para todos los hombres. No quiere ocultarlo, no quiere esconderlo. Su deseo es que todos lo lleguen a conocer, que todos sientan la potencia y la energía del amor de Dios, capaz de renovar sus vidas, de abrir nuevos horizontes, de llevarnos a una vida en plenitud. 

Lo que pasa es que siempre ha habido los que consciente o inconscientemente han querido ocultar ese mensaje. Han deseado que sólo fuese para un pequeño grupo de elegidos. Los mismos apóstoles se quejaron en un momento determinado a Jesús de que había otros que pretendían expulsar demonios en su nombre. Más adelante, a lo largo de la historia de la Iglesia también el Evangelio se ha ocultado bajo capas de tradiciones y costumbres, de moral y teología. Hasta la lectura de la Biblia se restringió durante mucho tiempo impidiendo que el pueblo cristiano accediese a la Palabra de Dios. 

Pero lo mejor es que la luz del candil sale siempre adelante. Siempre hay alguien que toma el candil y lo pone en el candelero para que todos lo vean. Pensemos en las grandes figuras del pasado. Un Francisco de Asís, por ejemplo. Con una vida muy sencilla hizo que todos viesen la potencia de la luz del Evangelio. 

La Iglesia no es sólo la jerarquía. Iglesia somos todos los creyentes. Iglesia es el Pueblo de Dios, los de arriba y los de abajo. Todos son responsables de hacer que la luz del Evangelio siga brillando en nuestro mundo y atrayendo a todos a la vida y a la esperanza. Todos somos responsables de hacer que el candil no quede oculto sino que brille en el candelero y que todos lo puedan ver. 

Nuestros pecados y limitaciones son muchos, como personas individuales y como institución. Pero tenemos en nuestras manos un tesoro y nuestro esfuerzo principal ha de ser no taparlo sino enseñarlo y mostrarlo al mundo. No se trata de fijarnos en nuestros pecados sino en el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones para regalarlo, para vivirlo, para disfrutarlo. Ese es el regalo que Dios nos ha dado. Somos ricos y la única forma de incrementar esa riqueza es compartirla. Como la luz.