Hoy es 13 de enero.
La lectura de hoy es del evangelio Marcos (Mc 2,13-17):
En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba.
Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Se levantó y lo siguió. Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Algunos escribas fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, les dijeron a los discípulos: «¡De modo que come con publicanos y pecadores!»
Jesús lo oyó y les dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
El texto litúrgico de hoy, pone de manifiesto que Dios se sirve de pequeños acontecimientos, planes a veces incomprensibles, o también de palabras, que parecen intrascendentes, para sembrar su vocación.
A Saúl, a quien su padre había enviado a recuperar unas burras que se le habían extraviado, le esperaba Dios para ungirle como rey.
Todo depende de cómo sepamos responder y, si alguien nos sabe decir la palabra amiga y certera que nos guíe en el reconocimiento de la voz de Dios, y en la maduración de nuestra respuesta. Sean cuales sean nuestras fuerzas y cualidades, si Dios nos ha llamado es porque confió en nosotros.
Dios está presente allá donde el hombre asume responsabilidades de orden humano, social, profesional, familiar, político, etc.
Aparentemente, Dios se adapta a nuestra decisión. Nunca nos impone su voluntad, y siempre respeta nuestra libertad. Es digno de admiración el respeto de Dios hacia nosotros, ante la libertad que nos ha dado.
Las cosas humanas son muy relativas, pequeñas, minúsculas, aún con todo debemos darles toda su importancia, aunque no mayor de la que tienen, para no sacralizarlas ni absolutizarlas.
Samuel derramó sobre la cabeza de Saúl aceite. No sabemos si Saúl fue consciente del cambio que su vida había dado. Pero nosotros sí sabemos que el óleo santo simboliza al Espíritu Santo cuya unción penetraba en Saúl, exigiéndole la responsabilidad que requiere la gracia y carisma recibidos.
Por nuestra parte pongámonos en manos de Dios; vivamos siempre en su presencia, sabiendo que Él tiene un plan de salvación para cada uno de nosotros.
Estemos abiertos para reconocer la voluntad de Dios, y vivir conforme a ella, para que Él lleve adelante su obra de salvación en nosotros y por medio nuestro.
Caminemos con amor fiel hacia los providentes designios de Dios, que quiere que todos le conozcamos y alcancemos la salvación.
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