Una de las cosas que más se destacan en este resumen, de lo que era la vida diaria de Jesús, es que la oración era muy importante y muy frecuente en su vida. El proyecto de vida de Jesús se centraba en curar enfermos, compartir la comida con hambrientos y remediar las penalidades y sufrimientos de la gente. Pero, para realizar este proyecto, Jesús vio que necesitaba orar al Padre.
En los evangelios abundan los datos y detalles sobre este asunto (Mc 1, 35; 6, 46; 14, 32. 35. 39; Mt 14, 23; 19, 13; 26, 36. 42. 44; Lc 3, 21; 5, 16; 6, 12; 9, 18. 28. 29; 11, 1; 22, 41. 44. 45). Repasar estos textos ilumina nuestro conocimiento sobre la importancia de la oración en la vida cotidiana de Jesús.
Jesús vio que necesitaba orar al Padre. Lo necesitaba mucho, y con frecuencia. Para orar no se iba al templo, sino a sitios solitarios, al campo, al monte. Y así pasaba noches enteras en oración. La oración de Jesús es una lección ejemplar más profunda de lo que imaginamos. La oración es una de las pruebas más patentes de que Jesús era un «ser humano». Y, como todo ser humano, sentía la necesidad de ayuda y auxilio del Trascendente, el Padre del Cielo al que acudía con tanta frecuencia.
El secreto, la explicación y la clave de la humanidad de Jesús está en su espiritualidad. Es decir, Jesús fue tan profundamente humano por causa de la relación tan frecuente y profunda que tuvo con la fuente de toda humanidad. La condición humana, tal como de hecho existe —mezclada y fundida con lo inhumano y con la deshumanización—, no da de sí que un hombre, que fue «como uno de tantos» (Fil 2, 7), fuera tan plenamente humano que en él no cabía inhumanidad alguna. Por eso Jesús necesitó recurrir tanto al Padre. Y por eso lo necesitamos todos, si es que de verdad queremos ser profundamente humanos y sintonizar con todo lo verdaderamente humano. Hay formas de orar que entontecen y hay formas de orar que humanizan.
José María Castillo