Domingo V de Tiempo Ordinario

En el Evangelio del último Domingo, Marcos, al comienzo de su Evangelio, anunciaba dos de los aspectos importantes de la actividad de Jesús : las curaciones y la predicación de la Buena Nueva.. Hoy los menciona una vez más, pero añade otro ingrediente de la vida de Jesús: sus largas horas de oración. No se trata, sin embargo, de un mero elemento entre otros. Es a lo largo de estas largas horas – sus largos días y noches incluso – cuando descubre Jesús su misión personal.

Volvamos atrás un poco en el tiempo. El arresto de Juan el Bautista constituyó un punto de inflexión en la vida de Jesús. Tras cuarenta días y cuarenta noches de oración en el desierto, tomó Jesús una importante decisión. Juan había sido en cierto sentido un rabí tradicional que tenía junto a si discípulos que se habían llegado a él para ser por él formados. Jesús renuncia este estilo. No esperará a que los discípulos se lleguen a él. Él mismo irá a donde las muchedumbres. Y cuando llame a sus discípulos,
lo hará para enviarlos a misionar.

Adopta asimismo la importante decisión de volver a su lejana y poco desarrollada Galilea en lugar de permanecer en la floreciente Judea. Su primera jornada de predicación y de curación ha constituido, como hemos podido ver el domingo último, un gran éxito. La gente se asombra de que un muchacho del lugar que apenas vuelto tras una breve ausencia, se conduce ahora como un profeta y habla con autoridad lo mismo a los hombres que a los demonios. En la casa de Pedro cura a la suegra de éste, y al atardecer, tras el descanso del sábado, toda la ciudad se pone a traerle sus enfermos, y lleva a cabo numerosas curaciones.

¡Un poco demasiado bello para un comienzo! Y es entonces cuando adopta Jesús otra decisión importante referente a la naturaleza de su ministerio. ¿Se quedará en Cafarnaum, la ciudad tan importante de Galilea, o se dirigirá a las aldeas y pequeñas poblaciones para ocuparse del pueblo sencillo y pobre que vive allí? ¿Cómo llega a adoptar una decisión? – Pasando una noche de oración n la soledad. Cuando viene Pedro a buscarlo a la mañana siguiente, la decisión está ya tomada.

Lo cual nos dice mucho sobe la manera que quiere Dios que tomemos nuestras decisiones. Y en primer lugar, espera a que las tomemos nosotros. A veces no tenemos el coraje de hacerlo y esperamos que Dios las tome en nuestro lugar. Podemos ponernos a orar con insistencia, pidiendo a Dios que nos diga qué hemos de hacer. Incluso podemos llegar a pedirle que nos de signos, o es muy posible que podamos comenzar a ver signos en lo que las personas que tenemos en nuestro entorno consideran acontecimientos ordinarios de la vida. Todo ello constituye una actitud harto ambigua. Puede en efecto con toda facilidad ser una manera de hacer que confirme nuestras esperas o nuestros miedos inconscientes. Lo que desea Dios que hagamos es que adoptemos decisiones inteligente y racionales, teniendo en cuenta todos los aspectos de la realidad en nuestro entorno. Pero todo esto no es no obstante posible más que si hemos llegado a un suficiente grado de libertad.

En nuestra vida cotidiana y en el ardor de nuestras actividades, nos vemos condicionados por muchas realidades. De manera especial nos vemos condicionados por lo que las personas en nuestro entorno esperan de nosotros – y que no siempre es lo mejor que tenemos para ofrecer. El mismo Jesús se vio precisado a hacer una elección en lo referente a lo que esperaba el pueblo de Él. De nosotros, monjes, espera la gente toda clase de cosas y de servicios que no son de hecho lo que nosotros, en cuanto monjes, podemos ofrecerles. Los tiempos de oración, como lo que pasaba Jesús de noche en la montaña, son momentos en los que entramos en nuestro corazón y en los que, al ponernos en contacto con nuestro ser profundo, estamos en contacto también con Dios, que es el creador y la fuente de nuestro ser, y en este caso podemos ser honrados con nosotros mismos como lo somos con Él. Comenzamos entonces a ver todo en nuestra vida a partir de Su perspectiva. Y es entonces cuando nos es posible adoptar decisiones de importancia. Decisiones que serán nuestras en su totalidad, pero que serán al mismo tiempo un acto de radical obediencia a Dios, ya que constituirán una respuesta a la realidad integral en nosotros y en nuestro entorno, percibida a partir de la perspectiva de Dios y vista, en cierto sentido, través de los ojos de Dios. Es lo que llama Pablo la obediencia de la fe y Juan la Comunión (koinonia) con el Padre. Esta obediencia no consiste en realizar un acto que no ha sido ordenado, sino en participar en el mismo querer. No se trata tanto de hacer lo que Dios quiere, sino de querer lo que Él quiere. Lo cual no puede realizarse más que con la ayuda de un encuentro personal en la comunión de la oración contemplativa.

Ojalá sea esta Eucaristía uno de esos momentos en los que liberados provisionalmente de tantas cosas que nos hacen esclavos de nosotros mismos, de los demás, de nuestras pasiones y ambiciones, podamos al menos adoptar una decisión que haga más conforme al plan de Dios sobre nosotros y sobre la humanidad toda el resto de nuestra vida.

A. Veilleux

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