¿Qué es lo que más nos preocupa?

Para conocer la opinión de los españoles respecto a la actualidad social, política, económica, etc., en un estudio realizado en noviembre de 2017, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) preguntaba: ¿Cuál es el problema que a Ud., personalmente, le afecta más? Y por mucha diferencia, los temas que salían eran el paro y la estabilidad en el empleo, la economía, la sanidad… Aunque se preste atención a otros problemas y situaciones de ámbito general, a la hora de la verdad lo que más nos importa y preocupa es lo que nos atañe más directamente: tener un trabajo, poder llegar a fin de mes, la cobertura sanitaria… porque es lo que afecta y repercute en nuestra vida cotidiana.

También hay otras preocupaciones que no son materiales sino existenciales: son las referentes al sentido de la propia vida, o a la falta de dicho sentido, como hemos escuchado en la 1ª lectura: Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga, me harto de dar vueltas hasta el alba… Estas preocupaciones no suelen aparecer en los estudios sociológicos pero también tienen una gran repercusión en cómo afrontamos nuestro día a día.

Hace dos domingos escuchábamos que Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia (Mc 1, 1415). Y el domingo pasado escuchamos que ante sus palabras se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad (22). El Evangelio de hoy continúa en ese punto y hemos visto que, tras la enseñanza de Jesús en la sinagoga, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Aunque la gente muestre su asombro ante las palabras de Jesús, lo que más les preocupa es lo que les afecta directamente, la enfermedad en sus diferentes manifestaciones, tanto físicas como psíquicas y espirituales. Aparte del sufrimiento personal que conlleva toda enfermedad, en aquel tiempo la enfermedad era considerada como un castigo por los pecados y acarreaba un estigma social a quien la padecía. Por eso la mayor preocupación era conseguir librarse de ella.

La necesidad, del tipo que sea, el sufrimiento, la falta de sentido de la vida… pueden ser (y de hecho son) caminos por los que las personas nos acerquemos a Jesús, y es lógico que así sea.

Pero no debemos pasar por alto lo que también hemos escuchado: que le llevaron todos los enfermos y poseídos, pero Él curó a muchos enfermos… Jesús no curó a todos porque el Reino de Dios no es algo que atañe solamente a la salud y al bienestar material. No debemos buscar en Él solamente un “sanador”, alguien que “mágicamente” solucione nuestros problemas, porque si ésa es nuestra única motivación, si no “cura” nuestros males nos sentiremos defraudados y le rechazaremos.

Jesús no es insensible ante el dolor ajeno; Él realizó algunas curaciones, sobre todo al comienzo de su predicación, como uno de los signos de su mesianidad, como expresión de la cercanía de Dios a los pecadores, a los rechazados por la sociedad, a los últimos. Eso es lo fundamental que Él quería transmitir, el contenido principal de su predicación y de su actuar: mostrar que el Reinado de Dios ha comenzado a hacerse presente. Y ésta debería ser nuestra motivación principal para acercarnos a Él y seguirle, y no sólo la satisfacción de las necesidades inmediatas, por dolorosas que éstas sean.

¿Qué es lo que más me preocupa personalmente? ¿Cuál ha sido o es mi motivación principal para acercarme a Jesús? ¿Me he sentido defraudado si no ha atendido mis peticiones?

Jesús nos anunció que el Reino de Dios ha comenzado, un Reino que va más allá de las necesidades materiales que lógicamente tenemos. Nosotros debemos continuar ese anuncio como Él, atendiendo esas necesidades materiales pero abriendo a las personas al Reino de Dios. Para ello, hemos de tener en cuenta estas palabras de Benedicto XVI en “Dios es amor”: la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos (31a). Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por decirlo así, dejar de lado a Dios y a Cristo. Siempre está en juego todo el hombre. Con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios (31c). [En la Iglesia] late el dinamismo del amor suscitado por el Espíritu de Cristo. Este amor no brinda a los hombres sólo ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma, un ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material (28b).