Vísperas – Lunes V de Tiempo Ordinario

SANTA ÁGUEDA, virgen y mártir. (MEMORIA).

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: OH DIOS, QUE ERES EL PREMIO

Oh Dios, que eres el premio, la corona
y la suerte de todos tus soldados,
líbranos de los lazos de las culpas
por este mártir a quien hoy cantamos.

El conoció la hiel que está escondida
en la miel de los goces de este suelo,
y, por no haber cedido a sus encantos,
está gozando los del cielo eterno.

Él afrontó con ánimo seguro
lo que sufrió con varonil coraje,
y consiguió los celestiales dones
al derramar por ti su noble sangre.

Oh piadosísimo Señor de todo,
te suplicamos con humilde ruego
que, en el día del triunfo de este mártir,
perdones los pecados de tus siervos.

Gloria eterna al divino Jesucristo,
que nació de una Virgen impecable,
y gloria eterna al Santo Paracleto,
y gloria eterna al sempiterno Padre. Amén.

SALMODIA

Ant 1. El Señor se complace en los justos.

Salmo 10 – EL SEÑOR ESPERANZA DEL JUSTO

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?»

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo detesta.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor se complace en los justos.

Ant 2. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Salmo 14 – ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aún en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Ant 3. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA BREVE   1Pe 4, 13-14

Queridos hermanos: Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros: porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

V. Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.
R. Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.

V. Nos refinaste como refinan la plata.
R. Pero nos has dado respiro.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Señor Jesús, maestro bueno, te doy gracias por que me has hecho vencer los tormentos de mis verdugos; haz, Señor, que llegue felizmente a la felicidad de tu reino eterno.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Señor Jesús, maestro bueno, te doy gracias por que me has hecho vencer los tormentos de mis verdugos; haz, Señor, que llegue felizmente a la felicidad de tu reino eterno.

PRECES

En esta hora en la que el Señor, cenando con sus discípulos, presentó al Padre su propia vida que luego entregó en la cruz, aclamemos al Rey de los mártires, diciendo:

Te glorificamos, Señor.

Te damos gracias, Señor, principio, ejemplo y rey de los mártires,
porque nos amaste hasta el extremo.

Te damos gracias, Señor, porque no cesas de llamar a los pecadores arrepentidos
y les das parte en los premios de tu reino.

Te damos gracias, Señor, porque hoy hemos ofrecido, como sacrificio para el perdón de los pecados,
la sangre de la alianza nueva y eterna.

Te damos gracias, Señor,
porque con tu gracia nos has dado perseverar en la fe durante el día que ahora termina.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te damos gracias, Señor,
porque has asociado a nuestros hermanos difuntos a tu muerte.

Dirijamos ahora nuestra oración al Padre que está en los cielos, diciendo:

Padre nuestro…

ORACION

Que nos alcancen tu perdón, Señor, las súplicas de santa Águeda, ella que tanto te agradó por el resplandor de su virginidad y por la fortaleza de su martirio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 5 de febrero

Lectio: Lunes, 5 Febrero, 2018
1) Oración
Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza. Por nuestro Señor.
 
2) Lectura
Del Evangelio según Marcos 6,53-56

Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.
 
3) Reflexión
• El texto del Evangelio de hoy es la parte final del conjunto más amplio de Marcos 6,45-56 que comprende tres asuntos diferentes: a) Jesús sube solo a la montaña para rezar (Mc 6,45-46). b) Enseguida, al ir sobre las aguas, va al encuentro de los discípulos que luchan contra las olas del mar (Mc 6,47-52). c) Ahora, en el evangelio de hoy, estando ya en tierra la gente busca a Jesús para que sane sus enfermedades (Mc 6,53-56).

• Marcos 6,53-56. La gente le busca. “Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados”.
La gente busca a Jesús y acude numerosa. Viene de todos los lados, cargando a los enfermos. Lo que llama la atención es el entusiasmo de la gente que reconoce a Jesús y le va detrás. Lo que impulsa a esta búsqueda de Jesús no es sólo el deseo de encontrarse con él, de estar con él, sino también el deseo de que él sane sus enfermedades. “recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados”. El evangelio de Mateos comenta e ilumina este hecho citando la figura del Siervo de Yahvé, del cual Isaías dice: “Cargó sobre sí todas nuestras enfermedades” (Is 53,4 y Mt 8,16-17).
• Enseñar y curar, curar y enseñar. Desde el comienzo de su actividad apostólica, Jesús anda por todos los poblados de Galilea para hablar a la gente sobre el Reino de Dios que está por llegar (Mc 1,14-15). Allí donde no encuentra gente para escucharle, habla y transmite la Buena Nueva de Dios, y acoge y sana a los enfermos, en cualquier lugar: en las sinagogas durante la celebración de la Palabra los sábados (Mc 1,21; 3,1; 6,2); en reuniones informales en casas de amigos (Mc 2,1.15; 7,17; 9,28; 10,10); andando por el camino con los discípulos (Mc 2,23); a lo largo del mar en la playa, sentado en un barco (Mc 4,1); en el desierto donde se refugia y donde la gente le busca (Mc 1,45; 6,32-34); en la montaña, de donde proclama las bienaventuranzas (Mt 5,1); en las plazas de las aldeas y ciudades, donde la gente carga a los enfermos (Mc 6,55-56); en el Templo de Jerusalén, en ocasión de las romerías, diariamente, ¡sin miedo (Mc 14,49)! Curar y enseñar, enseñar y curar era lo que Jesús más hacía (Mc 2,13; 4,1-2; 6,34). Era lo que siempre hacía (Mc 10,1). La gente quedaba admirada (Mc 12,37; 1,22.27; 11,18) y le buscaba.
• En la raíz de este gran entusiasmo de la gente estaba, por un lado, la persona de Jesús, que llamaba y atraía, y, por el otro, el abandono de la gente que era como oveja sin pastor (cf. Mc 6,34). En Jesús, ¡todo era revelación de aquello que lo animaba por dentro! El no solamente hablaba sobre Dios, sino que más bien lo revelaba. Comunicaba algo de lo que el mismo vivía y experimentaba. No sólo anunciaba la Buena Nueva del Reino. El mismo era una prueba, un testimonio vivo del Reino. En él aparece aquello que acontece cuando un ser humano deja que Dios reine en su vida. Lo que vale no son sólo sus palabras, sino sobre todo el testimonio, el gesto concreto. ¡Esta es la Buena Nueva del Reino que atrae!
 
4) Para la reflexión personal
• El entusiasmo de la gente en busca de Jesús, en busca de un sentido de la vida y una solución para sus males. ¿Dónde hay esto hoy? ¿Lo hay en ti, en mí?

• Lo que llama la atención es la actitud cariñosa de Jesús hacia los pobres y los abandonados. Y yo ¿cómo me comporto con las personas excluidas de la sociedad?
 
5) Oración final
¡Cuán numerosas tus obras, Yahvé!

Todas las hiciste con sabiduría,
de tus creaturas se llena la tierra.
¡Bendice, alma mía, a Yahvé! (Sal 104,24.35)

Lo que más vale de ti

Eran niños y venían muy satisfechos de haber participado en un pase infantil de ropa de invierno. Una señora amiga de la familia les dijo: «De todo lo que lleváis puesto, la sonrisa es lo que mejor os queda.» La niña pequeña contestó: «¡Pues mejor! Porque la sonrisa es nuestra y la ropa nos la ha prestado una tienda.»

Da para pensar ¿verdad?

Porque, aunque nos guste ir bien vestidos, hay que reconocer que lo que más vale de nosotros no es la ropa que llevamos, ni la casa en que vivimos, ni el coche grande de papá. Lo que más vale de nosotros no es exterior; es lo que nos brota de dentro: nuestro cariño, nuestro respeto a todos, nuestra sinceridad, nuestra costumbre de ayudar, nuestra bondad. Todo eso siempre coincide con caras de bellas sonrisas, porque la cara es el espejo del alma.

Por el contrario, lo que peor le queda a una persona es un rostro amargo, actitudes de desprecio hacia los otros, o creerse superior por tener más.

Gracias al autor de tales maravillas

Hija mía,
A eso de que tus ojos miren y tus oídos oigan,
y tu cerebro funcione y tus manos trabajen,
y tu alma irradie y tu sensibilidad sienta.
y tu corazón ame.
A eso, no lo llames poderío, llámalo milagro.
Y demos gracias al autor de tales maravillas.

(adaptado de José Ma R. Olaizola)

Spe Salvi – Benedicto XVI

5. Hemos de añadir todavía otro punto de vista. La Primera Carta a los Corintios (1,18-31) nos muestra que una gran parte de los primeros cristianos pertenecía a las clases sociales bajas y, precisamente por eso, estaba preparada para la experiencia de la nueva esperanza, como hemos visto en el ejemplo de Bakhita. No obstante, hubo también desde el principio conversiones en las clases sociales aristocráticas y cultas. Precisamente porque éstas también vivían en el mundo « sin esperanza y sin Dios ». El mito había perdido su credibilidad; la religión de Estado romana se había esclerotizado convirtiéndose en simple ceremonial, que se cumplía escrupulosamente pero ya reducido sólo a una « religión política ». El racionalismo filosófico había relegado a los dioses al ámbito de lo irreal. Se veía lo divino de diversas formas en las fuerzas cósmicas, pero no existía un Dios al que se pudiera rezar. Pablo explica de manera absolutamente apropiada la problemática esencial de entonces sobre la religión cuando a la vida « según Cristo » contrapone una vida bajo el señorío de los « elementos del mundo » (cf. Col 2,8). En esta perspectiva, hay un texto de san Gregorio Nacianceno que puede ser muy iluminador. Dice que en el mismo momento en que los Magos, guiados por la estrella, adoraron al nuevo rey, Cristo, llegó el fin para la astrología, porque desde entonces las estrellas giran según la órbita establecida por Cristo[2]. En efecto, en esta escena se invierte la concepción del mundo de entonces que, de modo diverso, también hoy está nuevamente en auge. No son los elementos del cosmos, las leyes de la materia, lo que en definitiva gobierna el mundo y el hombre, sino que es un Dios personal quien gobierna las estrellas, es decir, el universo; la última instancia no son las leyes de la materia y de la evolución, sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona. Y si conocemos a esta Persona, y ella a nosotros, entonces el inexorable poder de los elementos materiales ya no es la última instancia; ya no somos esclavos del universo y de sus leyes, ahora somos libres. Esta toma de conciencia ha influenciado en la antigüedad a los espíritus genuinos que estaban en búsqueda. El cielo no está vacío. La vida no es el simple producto de las leyes y de la casualidad de la materia, sino que en todo, y al mismo tiempo por encima de todo, hay una voluntad personal, hay un Espíritu que en Jesús se ha revelado como Amor[3].


[3] 3Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1817-1821.

Homilía – Domingo VI de Tiempo Ordinario

LA SALVACIÓN ES UNA CURACIÓN

Fin pedagógico de los milagros

¿Por qué hoy no realizamos milagros? Nos extraña a todos tal profusión de milagros en el Evangelio y aun en los albores de la Iglesia primitiva. Bien es verdad que hay algunos que afirman que en Lourdes se producen milagros. Pero la lejanía, la localización, el ambiente en que allí se realizan esos actos maravillosos, no nos sirven; desconfiamos de ellos. Si la salvación es también una curación, ¿por qué nosotros, si somos salvos por la fe, no somos curados de la enfermedad y sus raíces? ¿Acaso Cristo no «siente lástima de nosotros» para decirnos «quiero, queda limpio»? (Me 1, 41.)

Para los evangelistas, el milagro, más que un signo maravilloso, tiene un fin claramente pedagógico. Jesús era algo más serio que un prestidigitador ambulante, que hacía actos extraños, llenando de estupor y de admiración a la gente. El Nazareno era el momento culminante, aparecido en la historia, en el que se le ofrecía al mundo, de un modo desbordante, la salvación. En cada gesto de Cristo había un anuncio de la salvación. Toda palabra, mirada, comportamiento, acción de Jesús es un anuncio del Evangelio. Así hay que mirar los milagros: no la anécdota de una obra maravillosa, que todos quisiéramos apropiarla, sino como un anuncio del evangelio que nos salva. Jesús en su vida fue la epifanía de la bondad y la misericordia de Dios (Tito 2, 11; 3, 4), por eso, a lo largo de toda la vida, «pasó haciendo el bien» (Hech 10, 38). Este bien realizado está plasmado gráficamente en los milagros.

 

Jesús, Salvador

En el N. T. «salvar», palabra que aparece muchas veces, significa sanar, curar. Supone liberar de la enfermedad, devolver la salud al que la ha perdido, salvar del peligro o de la muerte (Mt 8, 25; Me 3, 4; Le 6, 9). Esta imagen de la vida humana en que uno ayuda a otro a salvarse, a curarse, a salir del peligro, es aplicada a Dios para narrar su acción y relación con los hombres. Dios es Salvador (Judit 9, 11), Dios salva (Sal 118, 25).

La Buena Noticia que Jesús trae al mundo es un evangelio de salvación. «A vosotros ha sido enviada la Palabra de Salvación» (Hech 13, 26; 11, 14). Salvación de la raíz del mal en el hombre, el pecado; el Salvador es «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jo 1, 20). Pero la salvación que Cristo ofrece no es una mera curación interior. Estamos nosotros demasiado acostumbrados a pensar la salvación como algo interior. Tenemos tal facilidad para dividir al hombre en cuerpo y en alma, que nos resulta fácil aplicar la salvación exclusivamente al alma. De ahí el espiritualismo que nos caracteriza.

Para el N. T., el hombre es una unidad. La salvación atañe a toda la persona humana, que es un principio espiritual y material a la vez. A todo lo que el hombre es, como cuerpo y alma, atiende la salvación del evangelio. A todo lo que el hombre es, como individuo y participante en la sociedad, responde la acción de Dios. Quien intente reducir la salvación al alma o al individuo, o viceversa, la mata.

Salvación del pecado y sus efectos

Cristo salva del pecado, pero también de sus consecuencias. Por el pecado se destroza la persona humana. El cuerpo también peca y se destruye; hasta la misma creación material gime y se deteriora por la esclavitud pecaminosa a la que el hombre le tiene sujeta (Rom 8, 20 ss.). No es extraño, pues, que de la enfermedad y de la muerte hablemos los cristianos como efecto del pecado. «Entró el pecado en el mundo y por p] pecado la muerte» (Rom 5, 12). Por eso, en el N. T. la salvación se concibe como liberación total del pecado, hasta en sus efectos. «No habrá ya muerte, ni llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Apoc 21, 4).

Nosotros somos diferentes de los contemporáneos de Jesús. Estos lo que esperaban era la curación de la enfermedad y se les escapaba el perdón de los pecados. Porque criticaban de él, Jesús se encaraba diciendo: «¿Qué es más fácil decir: tus pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda?». Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, yo te digo… levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Le 5, 23-24). Aquí está claramente expresada la relación que existe entre el perdón de los pecados y la curación de la enfermedad y la muerte.

En el evangelio aparecen los milagros de las curaciones, para significar el mundo imperceptible de la persona, renovado por la gracia de Dios. Quien domina los efectos del pecado, puede también curar la causa, el mismo pecado. A nosotros, sin embargo, hoy se nos anuncia el perdón de los pecados, como una oferta actual de salvación, pero no se nos libera aún de la enfermedad y la muerte. La razón está en que aun siendo perdonados por Dios, y habiendo superado gran parte del pecado en nuestra vida, sin embargo, el perdón total del pecado y su superación no lo alcanzamos hasta el final; el perdón de los pecados definitivo es un don escatológico. Por eso, hoy penamos y esperamos la muerte, como consecuencia del pecado que aún anida en nuestra vida. Pero sabemos que con la muerte, unida a la muerte de Cristo, daremos definitivamente muerte a la raíz de nuestro mal, el pecado.

 

La Eucaristía, medicina del cuerpo

Al celebrar la Eucaristía, recordemos que ella es sacramento de la salvación. No sólo nos alcanza el perdón del pecado; es cierto, nos da la gracia interior; por ella entramos en comunión con Cristo. Pero la Eucaristía es también «medicina» no sólo contra el pecado, sino también contra los efectos del pecado: la enfermedad y la muerte. Es medicina para nuestro cuerpo. No una medicina material, que produzca efectos materiales. Es una medicina radical: la comunión con Cristo acumula en nosotros las energías y calorías suficientes para vencer al pecado, la enfermedad y la misma muerte en el momento oportuno, designado en el plan de Dios. El Pan de vida nos ayuda a recuperar fuerzas perdidas por el pecado, hasta en las heridas con que se arrastra nuestro cuerpo.

Jesús Burgaleta

Mc 1, 40-45 (Evangelio Domingo VI de Tiempo Ordinario)

En el episodio que el Evangelio de hoy se nos propone, Jesús continúa cumpliendo la misión que el Padre le confió y anunciando el “Reino”. La propuesta de que “Reino” se convierta en una realidad en el mundo y en la vida de los hombres, no sólo con las palabras, sino también con las acciones de Jesús.

La escena sitúa a Jesús frente a un leproso, en un lugar no señalado. La primera lectura de este Domingo nos dio cuenta de la situación social y religiosa del leproso. Para la ideología oficial, el leproso era un pecador y un maldito, víctima de un particularmente doloroso castigo de Dios. Su condición le excluía de la comunidad y le impedía asistir a la asamblea del Pueblo de Dios. Tenía que vivir en descampado, andar andrajoso y avisar, a gritos, sobre su estado de impureza, a fin de que nadie se aproximase a él. No tenía acceso al Templo, ni siquiera a la ciudad santa de Jerusalén, a fin de no mancillar, con su impureza, el lugar sagrado.

El leproso era el prototipo de marginado, de excluido, de segregado. Su condición le apartaba, no solo de la comunidad de los hombres, sino también del propio Dios.

Un leproso, esto es, un hombre enfermo, marginado de la comunidad santa del Pueblo de Dios, considerado pecador y maldito, “se acerca a Jesús”. Probablemente habían llegado hasta él ecos del anuncio del “Reino” y la predicación de Jesús le había abierto un horizonte de esperanza. El deseo de salir de la situación de miseria y de marginalidad en la que estaba metido, vence el miedo de infringir esta Ley y se acerca a Jesús, sin respetar las distancias que un leproso debía mantener con las personas sanas. El hecho da cuenta de su desesperación y muestra su decisión de cambiar su triste situación.

Una vez ante Jesús, el leproso es humilde, pero insistente (“suplicándole de rodillas”, v. 40), ya que el encuentro con Jesús es una oportunidad de liberación que no puede desperdiciar. Lo que pretende de Jesús, no es solamente ser curado, sino ser “purificado” de esa enfermedad que le hace impuro e indigno de pertenecer a la comunidad de Dios y a la comunidad de los hombres (“si quieres puedes “limpiarme”, v. 40; el verbo griego “katharidzô” aquí utilizado, no debe traducirse como “curar”, sino como “purificar” o “limpiar”). Él confía en el poder de Jesús, sabe que sólo Jesús puede ayudarle a superar su triste situación de miseria, de aislamiento y de indignidad.

La reacción de Jesús es extraña, por lo menos de acuerdo con los patrones judíos. En lugar de apartarse del leproso y de acusarle de infringir la Ley, Jesús le mira “sintiendo lástima”, extiende la mano y le toca (v. 41).

El verbo “sentir lástima” (“compadecerse”) es aplicado, en la literatura neotestamentaria, sólo a Dios y a Jesús. Habitualmente es usado en contextos donde se refiere a la ternura de Dios hacia los hombres. Jesús es presentado, así, como el Dios con un corazón lleno de amor por sus hijos, que “siente lástima”, que se “compadece” de la miseria y del sufrimiento de los hombres.

Después, el amor de Dios hecho presente en Jesús, va a manifestarse en un gesto concreto hacia el leproso. Jesús extiende la mano y le toca. Es, evidentemente, un gesto “humano” que manifiesta la bondad y la solidaridad de Jesús para con el hombre; pero el gesto de extender la mano tiene un profundo significado teológico, pues es el gesto que acompaña, en la historia del Éxodo, las acciones liberadoras de Dios en favor de su Pueblo (cf. Ex 3,20; 6,8; 8,1; 9,22; 10,12; 14,16. 21. 26-27; etc.). El amor de Dios se manifiesta como gesto libertador, que salva al hombre leproso de la esclavitud en la que la enfermedad le había encerrado.

Por otro lado, al tocar al leproso, Jesús está infringiendo la Ley. De esa forma denuncia una Ley que creaba marginación y exclusión. Jesús, con la autoridad que le viene de Dios, muestra que la marginación impuesta por la Ley no expresa la voluntad de Dios. El gesto de tocar al leproso muestra que la distinción entre puro e impuro consagrada por la Ley no viene de Dios y no transmite la lógica de Dios; muestra que Dios no discrimina a nadie, que ama y ofrece la libertad a todos sus hijos y que a todos invita a formar parte de la familia del “Reino”, la nueva humanidad.

La respuesta verbal de Jesús (“Quiero: queda limpio”, v. 41), no añade nada; pero confirma su gesto. Muestra, con palabras, que desde el punto de vista de Dios el leproso no es un marginado, un pecador condenado, un hombre indigno, sino un hijo amado a quien Dios quiere ofrecer la salvación y la vida plena.

La purificación del leproso significa, en primer lugar, que el “Reino de Dios” ha llegado en medio de los hombres y anuncia la irrupción de ese mundo nuevo del cual Dios quiere barrer el sufrimiento, la marginación, la exclusión.

La purificación del leproso, también, desmonta la teología oficial que consideraba al leproso como un maldito. No es verdad, parece decir el gesto de Jesús, que el leproso sea un impuro, un abandonado por la misericordia de Dios, un prisionero del pecado, abandonado por Dios en las manos de las fuerzas demoníacas. La misericordia, la bondad, la ternura de Dios se derraman sobre el leproso en el gesto salvador de Jesús diciéndole: “Dios te ama y quiere salvarte”.

La purificación del leproso significa, finalmente, que el Reino de Dios no pacta con racismos de ninguna especie: no hay buenos y malos, enfermos y sanos, hijos y desgraciados, incluidos y excluidos; hay solamente personas con dignidad, que no deben, en ningún caso, ser privados de los derechos más elementales, y mucho menos en el nombre de Dios.

Consumada la purificación del leproso, Jesús le recomienda vehementemente que no diga nada a nadie (v. 44). Esta recomendación de Jesús aparece varias veces en el Evangelio según Marcos (cf. Mc 1,34; 5,43; 7,36; 7,36; etc.). Probablemente, es un dato histórico, que resulta del hecho de que Jesús no quiere generar equívocos o ser aceptado por razones erróneas. De acuerdo con Mt 11,5 la curación de los leprosos era una acción del Mesías; así, el gesto de Jesús le define como el Mesías esperado. Sin embargo, en una Palestina en plena fiebre mesiánica, Jesús pretende evitar un título que tiene algo de ambiguo, por estar ligado a las perspectivas nacionalistas y a los sueños de lucha política en contra del invasor romano. Jesús no quiere echar más leña al fuego de la esperanza mesiánica, pues tiene conciencia de que su mesianismo no pasa por un trono político (como soñaban las multitudes), sino por la cruz. Jesús es el Mesías, pero el Mesías-Siervo, que viene al encuentro de los hombres para transmitirles el proyecto salvador del Padre y para liberarles de las cadenas de la opresión. Su camino pasa por el sufrimiento y por la muerte. Su trono es la cruz, expresión máxima de una vida hecha amor y entrega.

Al leproso purificado, Jesús le envía presentarse a los sacerdotes (v. 44). Según la Ley, el leproso sólo podía ser reintegrado en la comunidad religiosa después de que su curación hubiera sido confirmada por el sacerdote en funciones en el Templo. Sin embargo, Jesús añade: “para que conste”.

Dado que la curación de un leproso sólo podía ser realizada por Dios y era, por eso, un signo mesiánico, el hecho debía servir a los líderes del Pueblo para concluir que el Mesías había llegado y que el “Reino de Dios” estaba presente en medio del mundo.

El leproso purificado debía, por tanto, ser un “testigo” de la presencia de Dios en medio de su Pueblo y una señal de que los nuevos tiempos habían llegado.

A pesar de las evidencias, los líderes judíos estaban demasiado encerrados en sus certezas, prejuicios y privilegios y rechazaban siempre acoger la novedad de Dios, la novedad del Reino.

El texto termina con la indicación de que el leproso purificado “empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones”, a pesar del silencio que Jesús le impusiera. Marcos quiere, probablemente, sugerir que quien experimenta el poder integrador y salvador de Jesús se convierte necesariamente en profeta y en testimonio del amor y de la bondad de Dios.

• Nuestro texto nos habla de un Dios lleno de amor, de bondad y de ternura, que se hace hombre y que desciende al encuentro de sus hijos, que les presenta propuestas de vida nueva y que les invita a vivir en comunión con él y a formar parte de su familia. Es un Dios que no excluye a nadie y que no acepta que, en su nombre, se inventen sistemas de discriminación o de marginación de los hermanos.

A veces hay personas (casi siempre bien intencionadas) que inventan mecanismo de exclusión, de segregación, de sufrimiento, en nombre de un dios severo, intolerante, distante, incapaz de comprender las limitaciones y fragilidades humanas. Se trata de un atentado contra Dios. El Dios al que estamos invitados a descubrir, a amar, a testimoniar en el mundo, es el Dios de Jesucristo, esto es, ese Dios que viene al encuentro de cada hombre, que se compadece de su sufrimiento, que le da la mano con ternura, que le purifica, que le ofrece una nueva vida y que le integra en la comunidad del “Reino” (en esa familia donde todos caben y donde todos son hijos amados de Dios).

• La actitud de Jesús en relación con el leproso (y con los otros excluidos de la sociedad de su tiempo) es una actitud de proximidad, de solidaridad, de aceptación. Jesús no está preocupado por lo que es política o religiosamente correcto, o por la indignidad de la persona, o por el peligro que representa para un cierto orden social. Solamente ve en cada hombre a un hermano al que Dios llama y a quien es preciso tender la mano y amar.

¿Cómo tratamos a los excluidos de la sociedad o de la Iglesia? ¿Intentamos integrarlos y acogerlos (a los extranjeros, a los marginados, a los pecadores, a los “diferentes”) o ayudamos a perpetuar mecanismos de exclusión y de discriminación?

• El gesto de Jesús de tender la mano y tocar al leproso es un gesto provocador, que denuncia una Ley inicua, generadora de discriminación, de exclusión y de sufrimiento. Con la autoridad de Dios, le retira cualquier valor a esa Ley y sugiere que, desde el punto de vista de Dios, esa Ley no tiene ningún significado. Hoy tenemos leyes (unas escritas en nuestros códigos legales civiles o religiosos, otras que no están escritas pero que son consagradas por la moda o por lo políticamente correcto) que son generadoras de marginalización y de sufrimiento. Como Jesús, no podemos conformarnos con esas leyes y mucho menos pactar con ellas nuestros comportamientos para con nuestros hermanos.

• El Evangelio de este Domingo ofrece a nuestra consideración la actitud de los líderes judíos. Cómodamente instalados en lo alto de sus certezas y prejuicios perpetúan, en el nombre de Dios, un sistema religioso que genera sufrimiento y miseria y no se dejan cuestionar por la novedad de Dios. Están tan seguros y convencidos de sus verdades particulares que cierran totalmente el corazón a Jesús y no se corrigen ante sus propuestas. El sin sentido de esta actitud debe alertarnos sobre la necesidad que tenemos de no instalarnos y de abrir el corazón a los desafíos de Dios.

• El leproso, a pesar de la prohibición de Jesús, “empezó a divulgar el hecho”. Marcos sugiere, de esta forma, que el encuentro con Jesús transforma de tal manera la vida del hombre, que no puede callar la alegría por la novedad que Cristo ha introducido en su vida y tiene que dar testimonio. ¿Somos capaces de testimoniar, en medio del mundo, la liberación que Cristo nos ha traído?

1Cor 10, 31-11, 1 (2ª lectura Domingo VI de Tiempo Ordinario)

El texto que hoy se nos propone, es la conclusión de la enseñanza sobre la actitud a tomar frente al problema de comer o no comer la carne de los animales inmolados a los ídolos (cf. 1Cor 8-10). Ya vimos, a propósito de la segunda lectura del pasado Domingo, los datos de la cuestión. Una parte de la carne de los animales inmolados en los templos paganos era comercializada. Los cristianos, naturalmente, compraban esa carne y la usaban en la alimentación diaria. Sin embargo, la situación no dejaba de suscitar algunos problemas: comprar esas carnes y comerlas, como todo la gente hacía, era, de alguna forma, comprometerse con los cultos idolátricos. ¿Eso era ilícito?

Vimos, también, la respuesta de Pablo: dado que los ídolos no son nada, comer de esa carne es indiferente; con todo, se debe evitar escandalizar a los más débiles en la fe: evítese comer carne sacrificada en los santuarios paganos, a fin de no faltar a la caridad.

Como conclusión de su reflexión sobre el tema, Pablo retoma y enuncia los aspectos fundamentales que presentó anteriormente.

En la cuestión de comer la carne de los animales inmolados en los templos paganos, así como en todas las demás cuestiones, hay un doble criterio que los cristianos deben tener siempre presente: en cualquier actividad, incluso en las más neutras, los creyentes deben tener en cuenta la “gloria de Dios”; y, también, el bien de los hermanos.

El cristiano es libre en todo aquello que no atenta contra su fe y contra los valores del Evangelio; pero puede, a veces, estar invitado a prescindir de sus derechos y de su libertad en función de un bien mayor: el amor a los hermanos. La ley del amor debe estar por encima de todo lo demás, incluso de los “derechos” de cada uno; y el amor puede exigir que no seamos, en ningún caso, un obstáculo ni para la gloria de Dios, ni para la salvación de los hermanos.

Por otra parte, los cristianos de Corinto tienen el ejemplo del propio Pablo. Él no busca su propio interés, la realización de sus proyectos personales o la salvaguarda de sus derechos, sino el bien de todos los hermanos. En esto, Pablo imita a Cristo, que no intentó cumplir su voluntad, sino la voluntad del Padre y que murió en la cruz por amor a los hombres, a fin de que ellos encontraran un camino de salvación. Cristo renunció a sus derechos y prerrogativas divinas por amor y para que se realizara el proyecto de salvación que Dios tenía para los hombres. Para Pablo, el ejemplo de Cristo es la fuente inspiradora que marca sus actitudes y comportamientos para con los hermanos. Y los creyentes de Corinto (y de las comunidades cristianas de todas las épocas y lugares) son invitados a vivir de la misma manera.

• ¿La libertad es un valor absoluto? ¿Debemos defender y afirmar intransigentemente nuestros derechos en todas las circunstancias? ¿La realización de nuestros proyectos personales debe ser nuestra principal prioridad?

Pablo deja claro que, para el cristiano, el valor absoluto y al cual todo el resto se debe subordinar, es el amor. El cristiano sabe que, en ciertas circunstancias, puede ser invitado a renunciar a los propios derechos, a la propia libertad, a los propios proyectos porque la caridad o el bien de los hermanos así lo exigen. Aunque un determinado comportamiento sea legítimo, el cristiano debe evitarlo si ese comportamiento hace mal a alguien.

• A propósito de esto, Pablo refiere el ejemplo de Cristo, a quien todo cristiano, comenzando por el mismo Pablo, debe imitar. En verdad, Cristo puso siempre como prioridad absoluta el cumplimiento de la voluntad de Dios (“Abba, Padre, todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú”, Mc 14,36); y, a pesar de ser “maestro” y “Señor”, multiplicó los gestos de servicio e hizo de su vida una entrega total a los hombres, hasta la muerte. Es este mismo camino el que se nos propone.

Cada cristiano debe ser capaz de prescindir de sus intereses y esquemas personales, a fin de dar prioridad a los proyectos de Dios; cada cristiano debe ser capaz de superar el egoísmo y la comodidad, a fin de hacer de su propia vida un servicio y una entrega de amor a los hermanos.

Lev 13, 1-2. 44-46 (1ª lectura Domingo VI de Tiempo Ordinario)

El libro del Levítico trata, sobre todo, de cuestiones relacionadas con el culto (que era incumbencia de los sacerdotes, miembros de la tribu de Leví). Literariamente, el libro se presenta como un conjunto de discursos que Yahvé había dirigido a Moisés en el Sinaí y en los cuales explicaba al Pueblo lo que debería hacer para vivir siempre en comunión con Dios, en el ámbito de la Alianza.

En realidad, el libro presenta un conjunto de leyes, de preceptos, de ritos de épocas diversas y de distintas procedencias, reunidos a lo largo de varios siglos y reelaborados por los teólogos de la “escuela sacerdotal”. La gran mayoría de esas leyes, ritos y preceptos, hablan de la vida cultual y pretenden enseñar a los israelitas a vivir como Pueblo de Dios y a responder, de forma adecuada, al amor y a la solicitud del Dios de la Alianza. Fundamentalmente, el Levítico se preocupa en introducir en la conciencia de los fieles que la comunión con el Dios vivo es la verdadera vocación del hombre.

El texto que se nos propone pertenece a la tercera parte del Libro del Levítico (cf. Lv 11-16), conocida como “ley de la pureza”. Allí, se presentan las distintas clases de “impureza” que impiden al hombre aproximarse al santuario, así como los ritos destinados a “purificar” al hombre.

La noción de pureza o de impureza que aparece en el Libro del Levítico, es muy próxima a la noción de “tabú” que los especialistas de historia de las religiones conocen bien. Se supone que el hombre quiere su vida jalonada por reglas bien definidas, que le protejan de la angustia y del riesgo a lo desconocido. Todo lo que es excepcional, anormal, insólito, misterioso, destruye la armonía y el equilibrio y puede liberar fuerzas incontrolables que el hombre no domina.

Desde tiempos inmemoriales, ciertos “tabúes” impedían a los israelitas el contacto con determinadas realidades (la sangre, un cadáver, ciertos tipos de alimentos, etc.). Si el hombre entraba en contacto con esas realidades, quedaba “impuro”. El Contacto con la “impureza” no era pecado; pero el hombre debía “limpiar”, la “impureza” contraída lo antes posible. Sólo después de purificado (esto es, de eliminado el estado de indignidad en el que se encontraba), podía volver a aproximarse al Dios santo y establecer la comunión con él.

El caso más grave de “impureza” era el causado por una enfermedad, la lepra. A esa realidad es a la que se refiere nuestro texto.

Nuestro texto establece el procedimiento a adoptar, en el caso de que alguien contraiga la “lepra”. La palabra “lepra” designa, aquí a un conjunto variado de afecciones de la piel, y no solamente a la enfermedad que nosotros conocemos, actualmente, con ese nombre. En general, se utilizaba la palabra “lepra” para designar varios tipos de enfermedad de la piel, que deforman la apariencia del hombre.

Ese grupo de afecciones aquí catalogado bajo el nombre general de “lepra”, es visto como un estado insólito y anormal, una manifestación de fuerzas misteriosas, inquietantes y amenazadoras que amenazan la armonía y el equilibrio de la existencia del hombre.

El “leproso” era, en consecuencia, segregado y apartado de la convivencia diaria con las otras personas. Tal medida tenía, naturalmente, una intención higiénica y pretendía evitar el contagio. Significaba, también, la dificultad de la comunidad en enfrentarse a lo insólito, a lo extraño, a las fuerzas misteriosas e inquietantes de la enfermedad (y, aquí, de una enfermedad particularmente repugnante).

Pero, sobre todo, la exclusión de los “leprosos” de la comunidad tenía razones religiosas. Para la mentalidad tradicional del pueblo bíblico, Dios distribuía sus recompensas y sus castigos de acuerdo con el comportamiento del hombre. La enfermedad era siempre castigo de Dios para los pecados e infidelidades del hombre. Ahora, una enfermedad que impone tanto miedo y tanta repugnancia como la “lepra” era considerada un castigo terrible para un pecado especialmente grave. El “leproso” era considerado, por tanto, un pecador, especialmente maldecido por Dios, indigno de pertenecer a la comunidad del Pueblo de Dios y que en ningún caso podía ser admitido en las asambleas donde Israel celebraba el culto en presencia del Dios Santo.

¿Por qué el “leproso” debía presentarse al sacerdote? Cuando alguien exteriorizaba señales de pecado y de indignidad debía ser proscrito por las autoridades competentes (los sacerdotes) de la comunidad santa. El sacerdote no aplica remedios ni tiene funciones terapéuticas (sino que su función debe ayudar a controlar el mal y a impedir el contagio). Su acción se destina, sobre todo, a decidir sobre la capacidad o incapacidad de alguien para formar parte de la comunidad del Pueblo de Dios y para ser admitido en la presencia del Dios santo.

Lo que aquí es especialmente grave y terrible es cómo, en nombre de Dios y de la santidad del Pueblo de Dios, se crean mecanismos de rechazo, de exclusión, de marginación.

• La primera lectura de hoy no contiene propiamente una enseñanza clara y directa acerca de Dios o acerca del comportamiento del hombre hacia Dios. Sin embargo, tiene su valor y su importancia: nos prepara para entender la novedad de Jesús, esa novedad que el Evangelio de hoy nos presenta. Jesús vendrá a demostrar que Dios no margina ni excluye a nadie y que todos los hombres son llamados a formar parte de la familia de los hijos de Dios.

• Indirectamente, nuestro texto denuncia la actitud de aquellos que, instalados en sus certezas y seguridades, crean un Dios a la medida del hombre y que actúa según una lógica humana, injusta, prepotente, creadora de exclusión y de marginación. No tenemos que creer en un dios que actúa de acuerdo con nuestros esquemas mentales, con nuestras lógicas y prejuicios; lo que tenemos que hacer es intentar percibir y acoger la lógica de Dios.

• Indirectamente, nuestro texto nos invita a repensar nuestras actitudes y comportamientos hacia nuestros hermanos. ¿No será posible que nuestros prejuicios, nuestra preocupación por el legalismo, nuestra obsesión por lo políticamente correcto estén creando marginación y exclusión para nuestros hermanos? ¿No puede suceder que en nombre de Dios, de los “santos principios”, de la “verdadera doctrina”, de las exigencias de radicalidad, estemos alejando a las personas, condenándolas, catalogándolas, impidiéndoles hacer una verdadera experiencia de Dios y de la comunidad?

Comentario al evangelio – 5 de febrero

La vida de Jesús es una continua itinerancia, es un ir de un lugar a otro, y siempre al encuentro de las personas; siempre movido por el deseo de hacer el bien, de curar, de sanar, de liberar al que más lo necesita y más marginado está. Jesús está lleno del Espíritu de Dios Padre que ama a todos los hombres y quiere su bien. Jesús se pone al alcance de las personas para hacerse “tocar” por ellas.

Acudían a Jesús todos los que se reconocían menesterosos, “gente que tenía cualquier mal”, los que estaban enfermos física, moral o psicológicamente. El que acudía a Jesús era porque había intuido que Dios estaba con Él; el que, tocado por el mismo Dios, percibía que las palabras y las obras de Jesús eran superiores a las que cualquier hombre pudiera decir y hacer; el que se daba cuenta de que, después de haber sentido en sí el efecto del encuentro con Jesús, descubría que Dios está con nosotros y para nosotros. Como dice Pedro: “Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis” (Hch 2, 22).

Jesús curaba, así lo afirma insistentemente el Evangelio, pero también cura hoy. Pero la misión principal de Jesús es curar y sanar los corazones de los hombres de la hipocresía, el odio, el rencor, el orgullo, la avaricia, el fanatismo… de todos los males que corrompen al ser humano y le vuelven insensible e indiferente al sufrimiento de los demás y muy en especial al dolor de los más necesitados y marginados.

Marcos afirma “todos los que le tocaban quedaban curados” (Mc 6, 56). Acércate a Jesús para que Él cure y sane tu corazón de ese pecado que te inquieta, de esa debilidad que te hace caer, de esa adicción que poco a poco te destruye o al menos te aleja de tu familia y amigos. “Tú nos eres necesario, oh Cristo, oh Señor, oh Dios con nosotros” (Beato Pablo VI). Y sólo en Ti está la verdadera y plena paz y felicidad.

José Luis Latorre, cmf