I Vísperas – Domingo VI de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: ¿QUIÉN ES ÉSTE QUE VIENE?

¿Quién es éste que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Aleluya.

Salmo 118, 105-112 – HIMNO A LA LEY DIVINA

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Aleluya.

Ant 2. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Salmo 15 – CRISTO Y SUS MIEMBROS ESPERAN LA RESURRECCIÓN.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Ant 3. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA BREVE   Col 1, 3-6a

Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en todo momento, rezando por vosotros, al oír hablar de vuestra fe en Jesucristo y del amor que tenéis a todos los santos, por la esperanza que os está reservada en los cielos, sobre la cual oísteis hablar por la palabra verdadera de la Buena Noticia, que se os hizo presente, y está dando fruto y prosperando en todo el mundo igual que entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

V. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

V. Su gloria se eleva sobre los cielos.
R. Alabado sea el nombre del Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús tocó con la mano al leproso y al instante desapareció la lepra.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús tocó con la mano al leproso y al instante desapareció la lepra.

PRECES

Demos gracias al Señor que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y recordando su amor para con nosotros supliquémosle diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el papa Francisco y por nuestro obispo N.;
protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra
para que a nadie falte el pan de cada día.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Señor, ten piedad de los difuntos
y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, has prometido permanecer con los rectos y sinceros de corazón; concédenos vivir de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 10 de febrero

Lectio: Sábado, 10 Febrero, 2018
1) Oración
Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza. Por nuestro Señor.
 
2) Lectura
Del Evangelio según Marcos 8,1-10

Por aquellos días, habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer, llama Jesús a sus discípulos y les dice: «Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos.» Sus discípulos le respondieron: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?» Él les preguntaba: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos le respondieron: «Siete.» Entonces él mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran. Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas. Fueron unos cuatro mil; y Jesús los despidió. Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanutá.
 
3) Reflexión
• El texto del evangelio de hoy nos trae la segunda multiplicación de los panes. El hilo que une los varios episodios de esta parte de Marcos es el alimento, el pan. Después del banquete de la muerte (Mc 6,17-29), viene el banquete de la vida (Mc 6,30-44). Durante la travesía del lago, los discípulos tienen miedo, porque no entendieron nada de la multiplicación del pan en el desierto (Mc 6,51-52). En seguida, Jesús declara puros todos los alimentos (Mc 7,1-23). En la conversación de Jesús con la mujer Cananea, los paganos van a comer las migas que caen de la mesa de los hijos (Mc 7,24-30). Y aquí, en el Evangelio de hoy, Marcos relata la segunda multiplicación del pan (Mc 8,1-10).

• Marcos 8,1-3: La situación de la gente y la reacción de Jesús. La multitud, que se reúne alrededor de Jesús en el desierto, estaba sin comer. Jesús llama a los discípulos y expone el problema: “Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. ¡Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino! En esta preocupación de Jesús despuntan dos cosas muy importantes: a) La gente olvida casa y comida para ir detrás de Jesús en el desierto. Señal de que Jesús tiene que haber tenido una simpatía ambulante, hasta el punto que la gente le sigue en el desierto y ¡se queda tres días con él! b) Jesús no manda resolver el problema. Apenas manifiesta su preocupación a los discípulos. Parece un problema sin solución.
• Marcos 8,4: La reacción de los discípulos: el primer mal-entendido. Los discípulos piensan en una solución, segundo la cual alguien tiene que buscar pan para la gente. No se les pasa por la cabeza que la gente misma puede tener una solución. Y dicen: “¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos, aquí en el desierto?” Con otras palabras, piensan en una solución tradicional. Alguien tiene que recaudar dinero, comprar el pan y distribuirlo a la gente. Ellos mismos perciben que, en aquel desierto, esta solución no es viable, pero no encuentran otra para resolver el problema. Es decir: si Jesús insiste en no mandar a la gente de vuelta a casa, ¡no habrá solución para el hambre de la gente!
• Marcos 8,5-7: Jesús encuentra una solución. Primero, pregunta cuántos panes tienen: “¡Siete!” En seguida, manda la gente a sentarse. Después, tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran. Hizo lo mismo con los peces. Como en la primera multiplicación (Mc 6,41), la forma en la que Marcos describe la actitud de Jesús recuerda la Eucaristía. El mensaje es éste: la participación en la Eucaristía tiene que llevarnos a dar y a compartir con los que no tienen pan.
• Marcos 8,8-10: El resultado. Todos comieron, quedaron saciados y ¡hasta sobró! Solución inesperada, nacida desde dentro del pueblo, desde lo poco que habían traído. En la primera multiplicación, sobraron doce cestos. Aquí, siete. En la primera había cinco mil personas. Aquí, cuatro mil. En la primera, había cinco panes y dos peces. Aquí, siete panes y algunos peces.
• El peligro de la ideología dominante. Los discípulos pensaban de una manera, Jesús piensa de otra manera. En la manera de pensar de los discípulos emerge la ideología dominante, la manera común de pensar de las personas. Jesús piensa de forma diferente. No es porque una persona va con Jesús y vive en comunidad que ya es santa y renovada. En medio de los discípulos, cada vez de nuevo, se infiltraba la mentalidad antigua, ya que el “fermento de Herodes y de los fariseos” (Mc 8,15), esto es, la ideología dominante, tenía raíces profundas en la vida de aquella gente. La conversión que Jesús pide va más allá y más al fondo. El quiere llegar a la raíz y erradicar los varios tipos de “fermento”:
* el “fermento” de la comunidad encerrada en si misma, sin apertura: “¡Quien no está en contra, está a favor!» (Mc 9,39-40). Para Jesús, lo que importa no es si la persona es o no miembro de la comunidad, lo importante para él es si hace o no el bien que la comunidad debe realizar.
* el “fermento” del grupo que se considera superior a los otros. Jesús responde «No sabéis con qué espíritu estáis siendo animados» (Lc 9,55).
* el “fermento” de la mentalidad de clase y de competitividad, que caracterizaba la sociedad del Imperio Romano y que se infiltraba ya en la pequeña comunidad que estaba comenzando. Jesús responde:»El primero que sea el último» (Mc 9, 35). Es el punto en que más insistió y del que más dio testimonio: “No he venido para ser servido, sino para servir” (Mc 10,45; Mt 20,28; Jn 13,1-16).
* el “fermento” de la mentalidad de la cultura de la época que marginaba a los pequeños, a los niños. Jesús responde:” ¡Dejad que los niños vengan a mí!” (Mc 10,14). El pone a los niños como profesores de los adultos: “Quien no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Lc 18,17).
Como en el tiempo de Jesús, también hoy la mentalidad neoliberal renace y reaparece en la vida de las comunidades y de las familias. La lectura orante del Evangelio, hecha en comunidad, puede ayudarnos a cambiar vida y visión y a seguir convirtiéndonos, siendo fieles al proyecto de Jesús.
 
4) Para la reflexión personal
• Entre amigos y con los enemigos puede que haya malentendidos. ¿Cuál es el malentendido entre Jesús y los discípulos en ocasión de la multiplicación de los panes? Jesús, ¿cómo se enfrenta a estos malentendidos? Tú, ¿has tenido algún malentendido en casa, con los vecinos y en la comunidad? ¿Cómo has reaccionado? Su comunidad, ¿ha enfrentado ya algún malentendido o conflicto con las autoridades del ayuntamiento o de la iglesia? ¿Cómo fue?

• ¿Cuál es el fermento que hoy impide la realización del evangelio y que debe ser eliminado?
 
5) Oración final
Señor, tú has sido para nosotros

un refugio de edad en edad.
Antes de ser engendrados los montes,
antes de que naciesen tierra y orbe,
desde siempre hasta siempre tú eres Dios. (Sal 90,1-2)

Domingo VI de Tiempo Ordinario

1. Palabra

Jesús continúa su tarea mesiánica, su praxis liberadora. El domingo pasado, el Evangelio nos daba una panorámica general. Esta vez nos pone a Jesús liberando a un leproso. Decimos liberar, porque, al decir curar, no solemos ver más que su lado físico y milagroso. La intención del evangelista, sin embargo, es más amplia y radical. ¡Habría que ver lo que significaba la lepra en la mentalidad judía! Lo muestra la primera lectura del Levítico: enfermedad que hace impura a la persona, separándola de la comunidad de la Alianza. Jesús se acerca al leproso, lo toca, quebrantando así la Ley, lo cura y lo incorpora a la comunidad de la Alianza.

Jesús viene a superar la frontera de lo puro y de lo impuro, a devolver al hombre su dignidad de persona delante de Dios y de los demás, a desenmascarar la religión que pone la Ley por encima del hombre.

2. Vida

Hay muchos modos de hacer vida la Palabra de este domingo:

— Identificarnos con el leproso. ¿Es que no nos sentimos así ante nuestra conciencia y delante de Dios? Y pedirle humildemente al Señor que nos toque y limpie.

¡Son tan liberadoras sus palabras: Quiero; queda limpio!

— Tomar conciencia de la necesidad, quizá, de liberarnos de la Ley. Demasiadas veces nos dejamos llevar de esquemas morales y religiosos, desde los que juzgamos a los demás; por ejemplo, al separar a creyentes y ateos, al tachar a la gente por su ideología o, simplemente, por sus pintas externas.

— En mi entorno habrá algún leproso, sin duda, esa persona marginada, que la gente rehúsa: por su estampa, por sus rarezas, por su significación social… Estemos atentos a estas personas. Han sido objeto de las preferencias de Jesús. Se acercó al leproso y le tocó. Esta cercanía humana es el principio de toda liberación. A veces valoramos más las acciones que se refieren a los cambios de estructuras. Pero lo esencial, en la época de Jesús y ahora, es el contacto humano.

Javier Garrido

Domingo VI de Tiempo Ordinario

Siguiendo nuestro propósito de compromisos concretos, hoy, Jornada mundial de los enfermos, se nos ofrece la oportunidad de hacer uno que “marque” nuestra actitud ante el dolor ajeno.

Como siempre, podemos encontrar serías y profundas orientaciones en la meditación reposada de los textos bíblicos.

La primera lectura tomada del Levítico (13, 1-2, 44-46) nos recuerda las normas sobre el trato con los leprosos.

Jesús (3ª lectura, Mc. 1, 40-45) nos muestra el ejemplo perfecto de la correcta interpretación y cumplimiento de las normas.

San Pablo (2ª lectura, 1ª Cor. 10, 31—11,1) nos invita a que seamos imitadores de Jesús, dejando aparcadas nuestras personales genialidades.

La postura de Jesús, en este caso como en todos, es un monumento al sentido común. Un perfecto ejemplo de cómo se ha de pasar por encima de la materialidad de la Ley para vivirla en su verdadero espíritu; nos da un magnífico ejemplo de libertad respecto a determinadas “ataduras” de las leyes.

No es que Jesús sea un ejemplo de desobediencia. NO. Todo lo contrario. Es un ejemplo de la correcta interpretación del espíritu de las leyes; de lo que debe ser la “Obediencia Racional”, que es la que cabe esperar de unos seres que se consideran tales.

Había un precepto: no acercarse a los leprosos. Tenían que gritar para que la gente los evitase. Sanitariamente, muy correcto. Humanamente, muy bárbaro. El leproso es una persona enferma que necesita asistencia médica ¡por supuesto! pero aún más, o por lo menos tanto, necesita el cariño de sus semejantes. Esto lo sabe muy bien Jesús y por eso se acerca y le TOCA, le ACARICIA, aunque estaba prohibido, porque sabe que esa persona necesita curación pero también cariño, aceptación.

A la hora de formular compromisos concretos, lo primero que hemos de tener en cuenta es que la psicología del enfermo está seriamente afectada. Una persona encamada, enferma, es, de alguna manera, otra de cuando estaba sana.

Se siente sin fuerzas, dependiendo en todo de todos. Se siente “problema” para los demás. Está dolida por el cansancio que provoca en los que conviven con ella.

La sensación de sentirse inútil, dependiente, es algo que corroe por dentro. Es como un pajarillo a quien se le hubieran cortado las alas. No puede volar, con lo que esto supone para él. Queda convertido en “otra cosa”.

Todo esto hemos de tenerlo muy en cuenta a la hora de valorar sus reacciones, su estado de ánimo, sus ganas de reír, de vivir.

Nuestros acercamientos tienen que contar con esto. Nos obliga a ser mucho más cuidadosos con los gestos, las palabras, las insinuaciones, todo cuanto hagamos con ellos y para ellos.

No debemos olvidar que nos encontramos ante gentes que están en carne viva. Sus reacciones no corresponden con nuestras acciones sino con su delicadísimo estado de ánimo.

Estado de ánimo que se manifiesta como sensación de estar solo ante el peligro, de debilidad ante las necesidades, de impotencia, de dejar cosas sin hacer, misiones sin cumplir. Unido a todo esto dolor, mucho dolor.

En la novela “Patria” de Fernando Aramburu, Arantxa, una inválida se queja de las formas de aproximarse a ella que tenía la gente. Cito literalmente: “su mayor deseo, estar por fin sola, fuera del campo visual de aconsejadores….gente en líneas generales que a todas horas exhibían ante ella sus prodigiosas (me muero de risa) dotes para la paciencia en sus distintas facetas: paciencia-cariño, paciencia-comprensión, paciencia-enojo-mal-disimulado, paciencia rencor por no hacer el favor de morirse. ¡Que se vayan a la mierda!” (Pag.195)

Hay que tener un extraordinario tacto para ser verdaderamente consolador de alguien que tiene la experiencia de no ser ya dueña de su vida.

Ante el dolor ajeno los cristianos, añadida a la visión humanitaria hacia el enfermo, contamos, como una razón más, para ponernos a su disposición: la visión sobreañadida por la fe de que todo cuanto hagamos a los demás es como hecho al mismo Jesús. No es que amemos a los demás para congraciarnos con Dios sino que les amamos y servimos sabiendo que eso agrada a Dios.

Como criterio práctico para decidir lo que podemos hacer y cómo debemos hacerlo, tenemos el de esforzarnos por ponernos en su situación y ofrecerles a ellos, lo que nosotros hubiéramos esperado recibir, de estar en su misma situación.

Es una norma que nos dio el mismo Jesús: haz a los demás lo que quisieras que los demás hicieran contigo.

Traducido al lenguaje práctico sería: pasar por alto su mal humor o malos modos, eliminar las expresiones “tópicas”, los lugares comunes, carentes de sentido práctico que les humillan más que consuelan y ofrecimiento sincero de ayuda a sus necesidades y no a las que nosotros nos imaginemos que tienen.

Si hemos de tener en cuenta a los enfermos de nuestro entorno, de una manera especialísima hemos de fijarnos en aquellos que nos dieron la vida y que dieron parte de la suya en sacarnos adelante: nuestros ancianos padres. No estaría de más que pensáramos que muchas de las arrugas que ahora surcan su cara y sus manos se las provocó el mucho esfuerzo que hicieron por nosotros. Seamos agradecidos y justos, porque amarles y atenderles es un deber de estricta justicia por lo que ellos hicieron por nosotros.

Que nunca se sientan solos, abandonados, valorados como una pesada carga para nosotros.

También este campo es iluminado por la Revelación. Del amor hacia ellos, hacia nuestros ancianos padres, nos habla de una manera especialísima la Sagrada Escritura. Dios espera de los hijos que lo sean de verdad a la hora de la ancianidad de los padres.

Como ellos lo fueron, cuando nosotros fuimos bebés, seamos sus manos, sus pies, su incondicional ayuda. Será señal de bien-nacidos, desde el punto de vista humano, y de fieles a las enseñanzas de Dios, desde el punto de vista sobrenatural. AMÉN.

Pedro Sáez

Spe Salvi – Benedicto XVI

La vida eterna – ¿qué es?

10. Hasta ahora hemos hablado de la fe y de la esperanza en el Nuevo Testamento y en los comienzos del cristianismo; pero siempre se ha tenido también claro que no sólo hablamos del pasado; toda la reflexión concierne a la vida y a la muerte en general y, por tanto, también tiene que ver con nosotros aquí y ahora. No obstante, es el momento de preguntarnos ahora de manera explícita: la fe cristiana ¿es también para nosotros ahora una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida? ¿Es para nosotros « performativa », un mensaje que plasma de modo nuevo la vida misma, o es ya sólo « información » que, mientras tanto, hemos dejado arrinconada y nos parece superada por informaciones más recientes? En la búsqueda de una respuesta quisiera partir de la forma clásica del diálogo con el cual el rito del Bautismo expresaba la acogida del recién nacido en la comunidad de los creyentes y su renacimiento en Cristo. El sacerdote preguntaba ante todo a los padres qué nombre habían elegido para el niño, y continuaba después con la pregunta: « ¿Qué pedís a la Iglesia? ». Se respondía: « La fe ». Y « ¿Qué te da la fe? ». « La vida eterna ». Según este diálogo, los padres buscaban para el niño la entrada en la fe, la comunión con los creyentes, porque veían en la fe la llave para « la vida eterna ». En efecto, ayer como hoy, en el Bautismo, cuando uno se convierte en cristiano, se trata de esto: no es sólo un acto de socialización dentro de la comunidad ni solamente de acogida en la Iglesia. Los padres esperan algo más para el bautizando: esperan que la fe, de la cual forma parte el cuerpo de la Iglesia y sus sacramentos, le dé la vida, la vida eterna. La fe es la sustancia de la esperanza. Pero entonces surge la cuestión: ¿De verdad queremos esto: vivir eternamente? Tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. En modo alguno quieren la vida eterna, sino la presente y, para esto, la fe en la vida eterna les parece más bien un obstáculo. Seguir viviendo para siempre –sin fin– parece más una condena que un don. Ciertamente, se querría aplazar la muerte lo más posible. Pero vivir siempre, sin un término, sólo sería a fin de cuentas aburrido y al final insoportable. Esto es lo que dice precisamente, por ejemplo, el Padre de la Iglesia Ambrosio en el sermón fúnebre por su hermano difunto Sátiro: « Es verdad que la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio […]. En efecto, la vida del hombre, condenada por culpa del pecado a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar un fin a estos males, de modo que la muerte restituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia »[6]. Y Ambrosio ya había dicho poco antes: « No debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación »[7].


[6] De excessu fratris sui Satyri, II, 47: CSEL 73, 274.

[7] Ibíd., II, 46: CSEL 73, 273.

La sanación radical

1. La Biblia no describe nunca la enfermedad o la curación desde un punto de vista médico, sino desde un plano religioso. La enfermedad, la injusticia y la muerte son consecuencia del pecado. Por eso los profetas describen los pecados del pueblo como una enfermedad. La enfermedad aparece como una maldición, y la curación como una gracia y una bendición. Pero la voluntad de Dios no es la muerte del pecador, sino su conversión y su vida. Las promesas escatológicas de los profetas indican que los tiempos mesiánicos serán de perdón y de curación. El Siervo de Dios, el Justo, cargará con todas nuestras enfermedades.

2. El ministerio de Jesús está repleto de curaciones; los enfermos se le acercan para ser curados. Especialmente significativas son las curaciones de los leprosos, porque su enfermedad era entonces incurable. Cristo es, pues, el verdadero donador de salud y de vida.

3. Pero siempre hay una relación entre curación, perdón y fe. La curación de un enfermo es símbolo de una sanación más profunda.Antes de su muerte, Jesús envía a los apóstoles a predicar y curar. Después de la resurrección los envía a predicar y bautizar. Las curaciones son signos de la resurrección, actualizada en los gestos del bautismo y de la eucaristía. La enfermedad, siempre presente en la historia humana, tiene valor de redención: se asocia al aspecto doloroso del misterio pascual, mientras que el aspecto glorioso viene representado por la curación. Al final se manifestará plenamente la vida. En la Jerusalén celestial no habrá ni pecado ni enfermedad.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué actitud tenemos ante los milagros?

¿Cómo nos relacionamos con Dios cuando estamos enfermos?

Casiano Floristán

La vuelta a la comunión

Los milagros de Jesús son signos de vida, de toda la vida, corporal, social y espiritual.

La compasión del Señor

Jesús sigue predicando en las sinagogas (cf. Mc 1, 39), allí donde el pueblo de Galilea se reúne para escuchar la lectura de la Escritura y para orar. Las sinagogas son el símbolo de la institución religiosa de esa región (el templo está en Jerusalén, en Judea). El leproso es un ser marginado de la sociedad, su enfermedad inspiraba temor (hasta hoy, como ocurre también con la lepra de nuestros días: el SIDA), además el enfermo era considerado un pecador. Al sufrimiento corporal se sumaba la exclusión social. El texto del Levítico es una dura expresión de esa situación. El que sufre de una enfermedad en la piel debe ser examinado por el sacerdote (cf. v. 1-2), si se trata de lepra debe ser considerado impuro. Estará obligado entonces a vivir apartado, fuera de la ciudad, y él mismo tendrá que avisar, con gritos, que es un impuro (cf. v. 45-46).

Ese es el hombre que se acerca a Jesús, lo hace con confianza: «Si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1, 40). El Señor se compadece; es decir, hace suyos sus sufrimientos, no se aleja de él por temor. Se acerca y lo toca con la mano (cf. v. 41), arriesga su propia salud, no toma seguridades. Hay aquí una pauta importante para los seguidores del Señor, sentir como propio el dolor del otro, eso es hacerlo nuestro prójimo, alguien cercano a nosotros. Ahora bien, acercarse a otro puede comportar dificultades y problemas, preferimos amar sin costos, sin riesgo para nosotros y los nuestros.

Imitar a Cristo

El Señor accede a la petición del leproso. «Quiero —le dice—: queda limpio» (v. 41). Jesús no desea la marginación de las personas.Limpiándolo le cura el cuerpo físico y lo reincorpora al cuerpo social. Tocando al leproso Jesús ha violado la ley; ocurre que su comportamiento responde a algo más profundo, al amor por el despreciado. De otro lado, su compasión lo ha llevado tal vez más allá de lo que tenía previsto; es demasiado pronto para que se conozca la radicalidad de su mensaje cuestionador. Le dice al antiguo leproso que se muestre al sacerdote (condición para reintegrarse a la sociedad), pero que no diga cómo sucedió (cf. v. 43-44). El hombre no se contiene, esto crea dificultades inmediatas a la misión de Jesús. Pero el Reino ha quedado abierto a los excluidos de la sociedad.

No abrir nuestro corazón a los demás, no dar la mano incluso a los marginados, es escandalizar a los que no pertenecen a la Iglesia: a judíos y griegos en tiempo de Pablo. Sólo el testimonio de amor y la entrega puede llegar a quienes se consideran lejos de Cristo (1 Cor 10, 32). Es necesario seguir el ejemplo de Pablo que actuó sin procurar su propio interés (cf. v. 33), porque él fue imitador de Cristo (cf. 11, 1). El Señor se compadece; es decir, hace suyos sus sufrimientos, no se aleja de él por temor. Se acerca y lo toca con la mano (cf. v. 41), arriesga su propia salud, no toma seguridades. Hay aquí una pauta importante para los seguidores del Señor, sentir como propio el dolor del otro, eso es hacerlo nuestro prójimo, alguien cercano a nosotros. Ahora bien, acercarse a otro puede comportar dificultades y problemas, preferimos amar sin costos, sin riesgo para nosotros y los nuestros.

Gustavo Gutiérrez

Le tocó

Hace ya algún tiempo. No mucho. Visité en Angola una leprosería, ubicada en un pequeño pueblo. No eran casos extremos. Habían perdido los dedos, parte de las manos, de los pies, de la cara. En ningún momento de la visita me sentí cómodo. Al despedirme no fui capaz de darles la mano. Aquella piel me producía rechazo.

El Levítico, libro del Antiguo Testamento, recoge las normas según las cuales debe actuar para no contagiar a nadie. Describe esta enfermedad de tal manera que produce escalofríos. “Andará harapiento y despeinado, con la barba tapada. Gritará “impuro”, “impuro” para que nadie se le acerque. Vivirá solo, alejado de la familia y de los núcleos poblados. El leproso podía exclamar con el salmista: “Has alejado de mí a mis conocidos. Me has hecho repugnante ante ellos. Encerrado no puedo salir y los ojos se me nublan de pesar”. Era un apestado. En resumen, un panorama desolador les esperaba a estos enfermos. Una enfermedad repulsiva, contagiosa, que apartaba de la vida social. Todavía hay más. Esta enfermedad se la relacionó con el pecado. Era una consecuencia del mismo. Además de enfermo era un pecador. La enfermedad la atribuían a un castigo de Dios por los pecados cometidos. Tanto es así que “lepra” en su raíz significa “golpeado por Dios”. Expresión que suena muy fuerte.

Que vivimos en un mundo con serios problemas lo admite cualquier persona. Preocupan el cambio climatológico, la xenofobia, el racismo, los fundamentalismos identitarios. La gran mayoría de los ciudadanos de nuestra sociedad no confían en los partidos políticos, en las instituciones representativas o en los Gobiernos. Se desconfía de los medios de comunicación en su conjunto, de las instituciones financieras y religiosas. El que el mundo esté en crisis no impide que en la sociedad mundial se detecten una tendencia optimista, que confía en el futuro, que cree que este mundo puede ser mejor y otra pesimista. Cada tendencia esgrime sus argumentos y datos. La pesimista, además de lo citado más arriba, añade la desigualdad, que provoca injusticia, ocultando la verdad. En cuanto a la optimista, apunto que el indicador de la esperanza de vida en cien años ha pasado de 30 a 71 años.

Jesús curó la lepra que sufría el hombre del evangelio, siguiendo el siguiente proceso: sintió lástima, se acercó, le escuchó, le tocó, le curó, le incorporó a la comunidad. Nosotros no tenemos el poder de Jesús, pero podemos hacer pequeños “milagros”. Éstos siempre empiezan con la compasión. Hoy existen otro tipo de “lepras”, pero que también marginan, excluyen, aíslan. Sobre esto nos contarían mucho algunos emigrantes, ancianos, enfermos, simplemente pobres. En sentido opuesto, posiblemente hemos tenido la oportunidad de visitar algún barrio residencial donde hay que pasar por distintos controles severos para entrar.

Manos Unidas. Hoy celebramos la Jornada principal de la ONG bajo el lema “Comparte lo que importa – Garrantzia duena partekatu”: Organismo creado en el año 1960 por las mujeres de Acción Católica. Se trata de una rama de la Iglesia Católica y totalmente fiable. Podemos valorarla como una institución fuerte, pues sus ingresos son importantes, su tarea notable y sus socios /as activas y entregadas. Es una organización que ofrece todas las garantías, eficaz y exigente. Colabora en casi 1.000 proyectos, situados en 60 países. En el último año ha aumentado el número de personas afectadas por el hambre, hija de la injusticia. En números alcanza la cifra de 815 millones de hambrientos. El año 2016 recogió casi 48 millones de euros.

Oración. Un modelo de oración. San Marcos lo dibuja con una brevedad sorprendente: Sintiendo lástima se acercó al enfermo. Suplicándole a Jesús de rodillas: “Si quieres puedes limpiarme”. Extendió la mano, le tocó y la lepra se le quitó inmediatamente. No se alarga indefinidamente, no rebusca frases bonitas, no recurre a ningún texto, ni masculla ave marías , manifiesta lo que lleva dentro de su corazón con toda sencillez. “Si tú quieres puedes limpiarme”.

Josetxu Canibe

Amigo de los excluidos

Jesús era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, despreciados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente.

Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: «Dios hace salir su sol sobre buenos y malos». Así es él.

Por eso, a veces, reclama con fuerza que cesen todas las condenas: «No juzguéis y no seréis juzgados». Otras, narra pequeñas parábolas para pedir que nadie se dedique a «separar el trigo y la cizaña» como si fuera el juez supremo de todos.

Pero lo más admirable es su actuación. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables. El hecho es insólito. Nunca se había visto en Israel a alguien con fama de «hombre de Dios» comiendo y bebiendo animadamente con pecadores.

Los dirigentes religiosos más respetables no lo pudieron soportar. Su reacción fue agresiva: «Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de pecadores». Jesús no se defendió. Era cierto. En lo más íntimo de su ser sentía un respeto grande y una amistad conmovedora hacia los rechazados por la sociedad o la religión.

Marcos recoge en su relato la curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca un leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro.

De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús se conmueve al ver a sus pies aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Jesús «extiende su mano» buscando el contacto con su piel, «lo toca» y le dice: «Quiero. Queda limpio».

Siempre que discriminamos desde nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, toxicómanos, sidóticos, inmigrantes, homosexuales…), o los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida, nos estamos alejando gravemente de Jesús.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio (10 de febrero)

Nos cuenta Marcos que Jesús al ver tanta gente junto a sí que no tenía que comer dice: “Me compadezco de esta gente, ya llevan tres días junto a mí y no tienen que comer”. La mirada de Jesús ve al hombre en su necesidad real, material o espiritual. Y esta mirada nacida de la compasión se convierte en gesto, y éste en don para la vida del otro. Ante las situaciones de la gente sencilla Jesús tiene una mirada de compasión que le lleva a hacer suya esa realidad y a actuar para solucionarla. No es una compasión emocional y superficial (¡pobrecito, qué pena!), sino práctica que busca eficazmente una pronta y rápida actuación. La compasión de Jesús es fruto de ese amor a Dios que está en él y que le hace acercarse con sencillez y ternura al más necesitado. Es una compasión que no dilata la solución porque el bienestar de la persona es lo primero. Para Jesús la persona es lo primero de todo y lo más importante, ya que es muy consciente de que la gloria de Dios es que el hombre viva plenamente.

Jesús reparte los panes y los pececillos a través de los discípulos para darles a entender que las necesidades materiales son parte de su misión: la salvación que Dios quiere abarca al hombre entero –cuerpo y alma- y la evangelización a la que están llamados los discípulos debe satisfacer las necesidades espirituales y materiales. Un anuncio de la Palabra sin la práctica de la caridad no trasmita fielmente la enseñanza de Jesús, y una caridad que no nazca de la vivencia de la fe es pura filantropía y humanismo. La caridad cristiana es la concreción en obras de la fe. Santiago dice que una fe sin obras está muerta.

San Agustín tiene este pensamiento: “Dos amores han construido dos ciudades: el amor de Dios impulsado hasta el desprecio de uno mismo, ha construido la ciudad celeste; el amor a uno mismo, impulsado hasta despreciar a Dios, ha construido la ciudad terrena” (La ciudad de Dios XIV, 28). Y en otro libro: “De estos dos amores uno es puro e impuro el otro…Uno se muestra solícito en servir al bien común en vistas a la ciudad celeste, el otro está dispuesto a subordinar incluso el bien común a su propio poder en vistas a una dominación arrogante…Uno quiere para el prójimo lo que quiere para él, el otro quiere someter al otro  a sí mismo. Uno gobierna al prójimo para utilidad del prójimo, el otro por su propio interés” (De Genesi ad litteram, XI, 15,20).

José Luis Latorre, cmf