I Vísperas – Domingo II de Cuaresma

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: INSIGNE DEFENSOR DE NUESTRA CAUSA.

Insigne defensor de nuestra causa,
Señor y Salvador del pueblo humano,
acoge nuestras súplicas humildes,
perdona nuestras culpas y pecados.

El día con sus gozos y sus penas
pasó dejando huellas en el alma,
igual que nuestros pies en su camino
dejaron en el polvo sus pisadas.

No dejes de mirarnos en la noche,
dormida nuestra vida en su regazo;
vigila el campamento de los hombres,
camino de tu reino ya cercano.

Ahuyenta de tu pueblo la zozobra,
sé nube luminosa en el desierto,
sé fuerza recobrada en el descanso,
mañana y horizonte siempre abierto.

Bendice, Padre santo, la tarea
del pueblo caminante en la promesa;
llegados a Emaús, tu Hijo amado
nos parta el pan y el vino de la cena. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un alto monte, y se transfiguró en su presencia.

Salmo 118, 105-112 – HIMNO A LA LEY DIVINA

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un alto monte, y se transfiguró en su presencia.

Ant 2. Su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

Salmo 15 – CRISTO Y SUS MIEMBROS ESPERAN LA RESURRECCIÓN.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

Ant 3. Moisés y Elías hablaban de la muerte que Jesús iba a padecer en Jerusalén.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Moisés y Elías hablaban de la muerte que Jesús iba a padecer en Jerusalén.

LECTURA BREVE   2Co 6, 1-4a

Os exhortamos a que deis pruebas de no haber recibido en vano la gracia de Dios, pues dice él en la Escritura: «En el tiempo propicio te escuché, y te ayudé en el día de salvación.» Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de salvación. A nadie queremos dar nunca motivo de escándalo, a fin de no hacer caer en descrédito nuestro ministerio, antes al contrario, queremos acreditarnos siempre en todo como verdaderos servidores de Dios.

RESPONSORIO BREVE

V. Escúchanos, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.
R. Escúchanos, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

V. Cristo, oye los ruegos de los que te suplicamos.
R. Porque hemos pecado contra ti.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Escúchanos, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. De la nube salió una voz que dijo: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias, escuchadlo.»

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. De la nube salió una voz que dijo: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias, escuchadlo.»

PRECES

Bendigamos al Señor, solícito y providente para con todos los hombres, e invoquémosle, diciendo:

Salva, Señor, a los que has redimido.

Señor, fuente de todo bien y origen de toda verdad, llena con tus dones a todos los obispos
y conserva en la doctrina de los apóstoles a los fieles que les han sido confiados.

Que aquellos que se nutren con el mismo pan de vida vivan unidos en la caridad,
para que todos seamos uno en el cuerpo de tu Hijo.

Que nos despojemos de nuestra vieja condición humana y de sus obras,
y nos renovemos a imagen de Cristo, tu Hijo.

Concede a tu pueblo que por la penitencia obtenga el Perdón de sus pecados
y tenga parte en los méritos de Jesucristo.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que nuestros hermanos difuntos puedan alabarte eternamente en el cielo,
y que nosotros esperemos confiadamente unirnos a ellos en tu reino.

Pidamos a nuestro Padre, con las palabras que Cristo nos enseñó, que nos dé la fuerza que necesitamos para no caer en la tentación:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, Padre Santo, que nos has mandado escuchar a tu amado Hijo, aliméntanos con el gozo interior de tu palabra, para que, purificados por ella, podamos contemplar tu gloria con mirada limpia en la perfección de tus obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 24 de febrero

Lectio: Sábado, 24 Febrero, 2018

Tiempo de Cuaresma

1) ORACIÓN INICIAL

Dios, Padre Eterno, vuelve hacia ti nuestros corazones, para que, consagrados a tu servicio, no busquemos sino a ti, lo único necesario, y nos entreguemos a la práctica de las obras de misericordia. Por nuestro Señor.

2) LECTURA

Del santo Evangelio según Mateo 5,43-48

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

3) REFLEXIÓN

• En el evangelio de hoy vemos como Jesús interpreta el mandamiento “No matarás” para que su observancia lleve a la práctica del amor. Además de “No matarás” (Mt 5,21), Jesús cita otros cuatro mandamientos del antigua ley: no cometerás adulterio (Mt 5,27), no jurarás en falso (Mt 5,33), ojo por ojo, diente por diente (Mt 5,38) y, en el evangelio de hoy: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (Mt 5,43). Así, por cinco veces en conjunto, Jesús critica y completa la manera antigua de observar estos mandamientos y apunta hacia un camino nuevo para alcanzar el objetivo de la ley que es la práctica del amor (Mt 5,22-26; 5, 28-32; 5,34-37; 5,39-42; 5,44-48).

• Amar a los enemigos. En el Evangelio de hoy, Jesús cita la antigua ley que decía: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Este texto no se encuentra tal cual en el Antiguo Testamento. Se trata más bien de una mentalidad reinante, segundo la cual la gente no veían ningún problema en que una persona odiara a su enemigo. Jesús no está de acuerdo y dice “Pero yo les digo Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan”. Y expone la motivación: “Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? Los cobradores de impuestos ¿no hacen eso mismo? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.” Jesús nos lo muestra. En la hora de ser crucificado observó aquello que enseñó.

• Padre, ¡perdona! ¡Ellos no saben lo que hacen! Un soldado tomó la mano de Jesús en el brazo de la cruz, clavó un clavo y empezó a dar golpes. Varias veces. Salí sangre. El cuerpo de Jesús se contorcía de dolor. El soldado, un mercenario, ignorante, ajeno a lo que estaba haciendo y a lo que estaba ocurriendo alrededor, continuaba dando golpes como si fuera un trozo de pared de la casa y estuviera colgando un cuadro. En ese momento Jesús pidió por el soldado que lo torturaba y dirigió esta plegaria a su Padre: “¡Padre, perdona! No saben lo que hacen”. Amó al soldado que lo mataba. Por más que quisiesen, la falta de humanidad no logró apagar en Jesús la humanidad y el amor. Lo tomaron, escupieron en su rostro, le rieron a la cara, hicieron de él un rey payaso con una corona de espinas sobre la cabeza, lo torturaran, lo obligaron a ir por las calles como un criminal, tuvo que oír los insultos de las autoridades religiosas, en el calvario lo dejaron totalmente desnudo a la vista de todos y de todas. Pero el veneno de la falta de humanidad no consiguió alcanzar la fuente de amor y de humanidad que brotaba desde dentro de Jesús. El agua del amor que brotaba desde dentro era más fuerte que el veneno del odio que venía de fuera. Mirando a aquel soldado Jesús tuvo dolor y rezó por él y por todos: “¡Padre perdona!” Y hasta añadió una disculpa: “No saben lo que hacen”. Jesús se hizo solidario con aquellos que lo torturaban y maltrataban. Era como el hermano que va con sus hermanos ante en juez y él, víctima de sus hermanos, dice al juez: “Son mis hermanos, sabe usted, son unos ignorantes. Perdónelos. ¡Se mejorarán!” Amó al enemigo.

• Sed perfecto como el Padre del cielo es perfecto. Jesús no quiere solamente un cambio superficial, porque nada cambiaría. El quiere cambiar el sistema de la convivencia humana. La Novedad que quiere construir viene de la nueva experiencia que tiene de Dios como Padre lleno de ternura ¡que acoge a todos! Las palabras de amenazas contra los ricos no pueden ser para los pobres una ocasión de venganza. Jesús manda tener la actitud contraria: “¡Amad a vuestros enemigos!» El verdadero amor no puede depender de lo que yo recibo del otro. El amor debe querer el bien del otro independientemente do lo que él hace por mí. Pues así es el amor de Dios por nosotros.

4) PARA UNA REFLEXIÓN PERSONAL

• Amar a los enemigos. ¿Será que soy capaz de amar a mis enemigos?

5) ORACIÓN FINAL

Dichosos los que caminan rectamente,
los que proceden en la ley de Yahvé.
Dichosos los que guardan sus preceptos,
los que lo buscan de todo corazón. (Sal 119,1-2)

Domingo II de Cuaresma

1. Palabra

Abrahán (primera lectura) es probado en su fe hasta el sacrificio, hasta el absurdo. ¿No es acaso Isaac el don de Dios, el hijo de la Promesa? Creer en el Dios de Abrahán, de Israel y de Jesús no entra en «lo razonable». Somos llevados a donde nunca iríamos por elección propia.

Y es que Dios, previamente, ha hecho por nosotros la locura de entregarnos a su propio Hijo en sacrificio. Tampoco El ha sido «razonable» en su amor (segunda lectura).

El Tabor representa las dos vertientes de la fe: la luminosa, la que celebra gozosamente la victoria del Reino, la Resurrección, y la oscura, pues el camino escogido por Dios es el de la muerte. La fe del discípulo ha de ser la de Abrahán: abandono y obediencia a los planes del Padre (Evangelio).

2. Vida

La tradición cristiana ha ligado siempre la Cuaresma al sacrificio. Pero, con frecuencia, hemos hecho del sacrificio un rito comercial (yo renuncio a esto por lo otro) o un rito de reparación (mediante mi sacrificio consigo tu beneplácito) o una práctica ascética (las renuncias me auto-perfeccionan). Es necesario devolver al sacrificio cristiano su dinámica propia: la obediencia de fe sin reservas a los planes de Dios. ¿Por qué preferimos ofrecerle a Dios cosas en vez de ofrecernos a nosotros mismos?

Tendríamos que comenzar por revisar qué nos hemos propuesto en esta Cuaresma. Hay creyentes que no se proponen nada «especial» porque han descubierto que se trata de vivir la vida entera en fe, esperanza y amor. Hay otros que se hacen un plan de vida especial para estas semanas, porque necesitan medios concretos para vivir ese espíritu de entrega incondicional del Señor. Hay otros, finalmente, que usan sus sacrificios para no entregar el corazón.

Piensa qué te ayudaría a vivir el espíritu de Abrahán y de Jesús, aunque te sientas muy lejos del modelo. ¿Hay alguna realidad que debes sacrificar para vivir la libertad del amor?

Evita los sacrificios que refuerzan tu narcisismo espiritual. Descubre algo significativo en tu vida ordinaria.

Javier Garrido

Domingo II de Cuaresma

De la primera lectura (Gen. 22, 1-2, 10-13, 15-18) se desprenden dos lecciones muy importantes: la extraordinaria fe de Abrahán, que mereció el elogio divino y la negativa por parte de Dios de aceptar un sacrificio humano.

Aunque este segundo punto pueda parecer absolutamente superfluo, no lo era en aquellos tiempos en los que los sacrificios humanos de adultos, niños y doncellas estaban vigentes, tal y como enseña la Historia.

Eran frecuentes en China, sobre todo durante el reinado de la dinastía Shang, los Celtas, los Cartagineses, en seis siglos se calcula que ofrecieron a los dioses unos 20.000 niños. También en las civilizaciones precolombinas. Los aztecas sacrificaban niños al dios Sol para que no se apagase y los incas, criaban niños sanos y robustos para tener algo completamente puro que ofrecer a los dioses.

Que Dios le dijera a Abrahán que no quería un sacrificio humano era muy necesario en aquellos tiempos, en orden a eliminarlos definitivamente de una verdadera religiosidad.

La segunda lección de este primer texto hace referencia a la naturaleza y premio de la fe.

En este caso, como en la mayoría de ellos, la fe se nos manifiesta como “extraña” a lo que podríamos llamar la lógica humana. No tiene más que un hijo, no puede tener más y lo va a sacrificar y, es así, como será padre de muchos. A los ojos de la cara no parece esto muy claro, más bien contradictorio. Pero es que la fe no “mira” con los ojos de la cara sino con los ojos de la creencia razonada y justificada en Dios. La naturaleza de la fe es precisamente eso “fiarse”. Esa confianza es la que Dios premia.

La segunda lectura, tomada de San Pablo (Rom. 8, 31b-34) nos muestra claramente que a él, lo mismo que a todo ser humano, le resulta muy difícil liberarse del todo, del ambiente en el que se desenvuelve.

San Pablo nos “explica” la Redención influido por las categorías del pueblo romano y, en general del mundo entero en aquellos tiempos. Dos ideas presidían la “justicia”: el que la hace la paga bien pagada, y el castigo no tiene misión recuperadora del delincuente sino solo la venganza, pagar por el delito cometido.

Ya fue un gran avance, hablar de la pena del Talión que trataba de evitar sobrepasarse en el castigo. Bastaba la igualdad: ojo por ojo y diente por diente.

En este contexto no es difícil para San Pablo, ciudadano romano, caer en la tentación de que la empresa de Jesús revistiera el carácter de pago cruento de un tremendo delito cometido por los hombres: la desobediencia a Dios.

Dios, por fortuna, no es un juez romano. Dios va por otros caminos muy diferentes. Nos amó y nos envió a Jesús para manifestarnos toda su misericordia y amor hacia nosotros.

San Juan está mucho más acertado cuando dice que Jesús se entregó por nosotros porque nos amó hasta el fin. (Jn. 13,1)

En esta interpretación, más amorosa que jurídica, hemos de entender las palabras del Apóstol: Dios nos amó tanto que, por salvarnos, no perdonó a su propio hijo.

Sin duda alguna se trata de una exageración literaria para intentar hacernos comprender cuánto es el amor que Dios nos tiene.

Ninguno de los que estamos aquí, pienso yo, se fiaría de alguien que no perdonara a su hijo y dijera que nos iba a perdonar a nosotros. Si no perdona a su hijo mucho menos, lógicamente, estará dispuesto a perdonar a los demás.

Sin embargo la expresión paulina es válida como un esfuerzo por “levantarnos” a una cierta comprensión de lo que es el amor de Dios hacia nosotros.

Los humanos empleamos bastante frecuentemente expresiones que, aunque suenan contradictorias, tienen un contenido perfectamente lógico. Eso lo sabéis muy bien las madres, y pienso que también los padres. ¿Quién de vosotros madre o padre, o abuelos, no habéis dicho en alguna ocasión a vuestro bebe ¡te comería! precisamente para demostrarle el extraordinario amor que le tenéis? Sin embargo, no es lógico comerse a uno vivo para demostrarle el amor. Pero todo el mundo lo entendemos perfectamente. Pues, algo así debió querer decirnos San Pablo.

Que Dios nos ama sin límites, como a hijos suyos.

Un dato que avala la negativa para interpretar de una manera “sacrificial-cruenta” la obra de Jesús es lo que hemos concluido acerca del texto de Abrahán: la negativa por parte de Dios de que Abrahán le sacrificara una persona.

Si Dios repudia los sacrificios humanos resulta raro pensar que hubiera organizado todo el plan de nuestra salvación a base de sacrificar a Jesús.

Jesús no es un cordero que elija el Padre para ser sacrificado cruelmente como elemento reconciliador entre Él, Padre-ofendido y nosotros, hijos –ofensores. No. De ninguna manera. Jesús es la expresión del amor del Padre hacia nosotros sus hijos desorientados, vagando por la tierra, como ovejas sin pastor.

Jesús vino a enseñarnos el camino del bien, aceptando los riesgos que eso comporta. En esos riesgos sabidos y aceptados es donde su gesta, por heroica, se convirtió en tragedia, en drama, en el Drama de Jesús.

Su empeño por defender la verdad, criticar la soberbia, condenar la violencia, denunciar la hipocresía, rechazar el odio, propagar la misericordia y el perdón, así como la necesidad de amar a los demás, es lo que le llevó al patíbulo, como lo volvería a llevar hoy, si estuviera entre nosotros, y se empeñara en eliminar esos mismos vicios de nuestra sociedad. No nos quepa la menor duda.

Todo su estilo y programa de vida dinamitaba el mundo pagano y el mundo pagano se lo hizo pagar con la vida. Ese fue el verdadero “Drama de Jesús”, y sigue siéndolo.Volveremos en otro momento, Dios mediante, sobre esta idea.

Dentro de ese empeño por salvarnos, por animarnos a tomar en serio la vida, hemos de entender la transfiguración del Señor en el monte Tabor, (3ª lectura, Mc. 9, 2-10)

Es un episodio importante de recordar en este momento de la Cuaresma. Tiene, como misión especial, darnos aliento y ánimo en la idea de que los padecimientos que suframos por ser fieles a Jesús están abiertos al definitivo encuentro con Dios, con el Padre Eterno. Tras los esfuerzos en esta tierra, la glorificación en la otra.

La exhortación “Escuchadlo” que se oye allí es el refrendo de Dios a la obra salvadora de Jesús, al mismo tiempo que resulta ser la garantía absoluta de nuestra esperanza.

Contemplemos el Tabor como “unos alientos espirituales”en la dura carrera de la vida por alcanzar la meta definitiva. La esperanza que ese acontecimiento despierta en nosotros es una especie de palmada que Dios nos da para decirnos: “sigue adelante”

Resumiendo: las alegrías del triunfo anunciado en el Tabor nos animan a tener en Jesús la misma fe que Abraham tuvo en Jahvé. Que así sea.

Pedro Sáez

Spe Salvi – Benedicto XVI

La verdadera fisonomía de la esperanza cristiana

24. Preguntémonos ahora de nuevo: ¿qué podemos esperar? Y ¿qué es lo que no podemos esperar? Ante todo hemos de constatar que un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. Aquí, en el conocimiento progresivo de las estructuras de la materia, y en relación con los inventos cada día más avanzados, hay claramente una continuidad del progreso hacia un dominio cada vez mayor de la naturaleza. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No están nunca ya tomadas para nosotros por otros; en este caso, en efecto, ya no seríamos libres. La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación, tenga un nuevo inicio. Es verdad que las nuevas generaciones pueden construir a partir de los conocimientos y experiencias de quienes les han precedido, así como aprovecharse del tesoro moral de toda la humanidad. Pero también pueden rechazarlo, ya que éste no puede tener la misma evidencia que los inventos materiales. El tesoro moral de la humanidad no está disponible como lo están en cambio los instrumentos que se usan; existe como invitación a la libertad y como posibilidad para ella. Pero esto significa que:

a) El recto estado de las cosas humanas, el bienestar moral del mundo, nunca puede garantizarse solamente a través de estructuras, por muy válidas que éstas sean. Dichas estructuras no sólo son importantes, sino necesarias; sin embargo, no pueden ni deben dejar al margen la libertad del hombre. Incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario. La libertad necesita una convicción; una convicción no existe por sí misma, sino que ha de ser conquistada comunitariamente siempre de nuevo.

b) Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma. Si hubiera estructuras que establecieran de manera definitiva una determinada –buena– condición del mundo, se negaría la libertad del hombre, y por eso, a fin de cuentas, en modo alguno serían estructuras buenas.

La confirmación de la fe

1. La transfiguración de Jesús se sitúa evangélicamente en un momento crucial de su ministerio, a saber, después de la confesión mesiánica de Pedro en Cesárea de Filipo. Incomprendido por el pueblo (que lo desea político) y rechazado por las autoridades (que no lo quieren politizado), Jesús se dedica en la segunda parte de su vida a revelar su persona al grupo de sus discípulos para confirmarlos en la fe. En la transfiguración se descubren las dos facetas básicas de la personalidad de Jesús:

una, dolorosa: la marcha hacia Jerusalén en forma de subida, que para los discípulos es entrega incomprensible a la muerte;

la otra, gloriosa: Jesús muestra en su transfiguración un anticipo de la gloria futura.

2. En el evangelio de la transfiguración hay una serie de imágenes escatológicas (choza, acampada, Moisés y Elías), cristológicas (Hijo de Dios, entronización mesiánica) y epifánicas (montaña, transfiguración, nube, voz) que describen la personalidad de Jesús como Kyrios, con un señorío eminentemente pascual.

La «montaña» es lugar de retiro y de oración; la «transfiguración» es una transformación profunda a partir de la desfiguración; «Moisés y Elías» son las Escrituras; la «tienda» es signo de la visita de Dios, unas veces oscura, otras luminosa, como lo indica la «nube». En definitiva, es relato de una teofanía o de una experiencia mística. Si nos fijamos en el itinerario del relato, vemos que tiene cuatro momentos:

1) la subida, que entraña una decisión;

2) la manifestación de Dios, que simboliza el encuentro personal;

3) la misión confiada, que es la vocación apostólica;

y 4) el retorno a la tierra, que equivale a la misión en la sociedad.

3. La llamada de Dios a formar parte de una comunidad exige una conversión respecto del modelo único e irrepetible del creyente por antonomasia, Jesucristo. Discípulos de Jesús son quienes aceptan la llamada de una voz o la palabra de Dios decisiva y personal que incide en lo más profundo del ser humano. Escuchar a Jesús es una característica esencial del discípulo cristiano. Esto entraña «encarnarse», es decir, aceptar con seriedad la vida misma, con ráfagas de «visión» y torbellinos de «espanto», con la esperanza de salir victoriosos del combate de la misma vida, seguros de la fe en el Transfigurado. Jesús se hace prójimo de todos los hombres mediante la entrega de su propia vida.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Tenemos experiencia personal de Dios?

Casiano Floristán

Un adelanto

Toda vigilia implica austeridad. La cuaresma es un tiempo de preparación y espera que se sitúa por eso en un contexto de austeridad y exigencia. Los textos de este segundo domingo parecen estar en contraste con ese marco de referencia.

Aquí nos quedamos

La escena anterior del evangelio de Marcos nos contaba la confesión de Pedro, pronto a ver en Jesús al Mesías y tardo en comprender todo lo que eso supone en la práctica. Jesús aprovecha la ocasión para señalar cuáles son las condiciones requeridas para seguirle.

Jesús toma a Pedro, Santiago y Juan, testigos de la curación de una niña que todos daban por muerta (cf. Mc 5, 37-43). Los lleva a un monte, lugar clásico de una revelación importante. Allí el Señor se transforma. El blanco de sus vestidos —que «ningún batanero del mundo» (Mc 9, 3) podría obtener— expresa esa condición nueva. Elías y Moisés —los profetas y la ley— representan la historia y el significado del pueblo de Jesús. Historia que tiene en el Señor su cumplimiento pleno.

Es un episodio lleno de luz que anticipa la resurrección de Jesús. De su muerte y resurrección había hablado a sus discípulos (Mc 8, 31), pero éstos —por boca de Pedro— parece que no habían comprendido lo que les decía. Sorprendido, el mismo Pedro toma la palabra y propone quedarse: «¡Qué bien se está aquí!» (9, 5). Marcos, implacable, añade que «no sabía lo que decía» (v. 6); hace notar, además, que los discípulos «estaban asustados» (v. 6). Eso explica lo inoportuno de la sugerencia de Pedro. Pero la historia no puede detenerse, debe comprenderse su sentido; la luz de la resurrección nos permite leerla con esperanza. La muerte de Jesús no es la victoria de las tinieblas que ya están vencidas de antemano. Ese es el significado de la transfiguración.

La fe de Abrahán

La esperanza que la resurrección infunde en nosotros es una manifestación del amor gratuito de Dios. Si Dios está con nosotros (cf. Rom 8, 31), nada debemos temer. El miedo lleva a Pedro a querer interrumpir la marcha de la historia y a refugiarse en una especie de paréntesis de ella. Pero creer en Dios no es una evasión de la historia, por dura que ella sea. En plena cuaresma la resurrección de Jesús debe ser motivo de una profunda alegría y una estimulante esperanza. La justicia de Dios, es decir, su obra salvadora, nos viene de su amor. Lo que ella pide a cambio es nuestra propia entrega sin tapujos, ni miramientos, como la que presenta el difícil relato del sacrificio no realizado de Isaac(cf. Gén 22).

La fe de Abrahán es total, ella inspira su vida. La entrega al Señor, animada por la esperanza de la resurrección, no puede ser sino un testimonio del amor de Dios. Se trata de la afirmación de la vida frente a tanta muerte injusta como la que vemos en diversos lugares del mundo.

Gustavo Gutiérrez

Levantar el ánimo

Fue una salida al monte. Según la tradición se trata del monte Tabor. Jesús había anunciado a sus amigos los apóstoles, su pasión y su muerte, que iba a ser condenado por las autoridades judías y que al tercer día resucitaría. La noticia conmocionó a todos sus seguidores. Les dejó hundidos De aquel grupo desmoralizado Jesús escogió a tres: a Pedro, a Santiago y a Juan para subir a la montaña. Estos tres eran los mismos que poco tiempo después le acompañarían a Jesús para orar en el Huerto de los Olivos en aquellas horas agónicas de la noche del primer Jueves Santo. Con aquel encuentro en la cumbre Jesús trata de neutralizar la sensación desalentadora en la que habían caído los apóstoles: que Jesús iba a morir. Lo de que al tercer día resucitaría no le dieron importancia. Pasaron por encima.

Estando en la cumbre se amplió el número de personas presentes, de personajes: Dios Padre, la voz que salió de la nube, Elías y Moisés. Pedro no se pudo contener y exclamó: “¡Maestro, qué bien se está aquí …! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Elías y otra para Moisés”.Una voz surge de la nube: “Este es mi hijo amado: escuchadle”. Es más rico “escuchar” que” oír” Nos pide que le escuchemos.

Vivimos tiempos en los que la sociedad está enfadada, crispada. Múltiples voces y mensajes, servidos por amigos, por quienes nos aplauden o nos rechazan ¿Prestamos atención a los consejos de los familiares, de la publicidad, de la moda, de la realidad o mundo que nos rodea?. ¿La realidad?, sí, la realidad o mundo que nos envuelve. Es conocido y vale de ejemplo el caso del arzobispo de El Salvador, Mons. Romero, asesinado en 1980, mientras celebraba la misa. Cuando fue destinado a la diócesis salvadoreña arrastraba fama de ser demasiado conservador. Pero, como era un hombre honrado, honesto, al observar la realidad de la gente, aquella realidad hiriente e injusta, se convirtió en profeta.

Quienes seguían a Jesús estaban rotos. Había que levantar el ánimo. Para ello sugirió la forma de neutralizar el impacto negativo: con la subida a la montaña (anticipo de la resurrección), una experiencia cargada de alegría, de luz, de esperanza. Saltando a nuestra realidad, todos estamos de acuerdo en afirmar que la vida humana se compone de “risa y llanto”. Pero quizás hemos acentuado excesivamente la cara, la faceta del sufrimiento. Una cruz grande preside el interior de nuestras iglesias y nos olvidamos de que el primer milagro de Jesús fue el de convertir el agua en vino en una boda y que los evangelios terminan girando en torno al misterio de la resurrección.

Tres apuntes breves: Una dosis acertada de dolor y de fracasos; de alegría y de éxitos nos viene bien. Nos ayudan a ser amables, a ser humildes.

Aunque parezca un tanto extraño, cada uno de nosotros podemos ser un “Tabor” para el prójimo. Si aquellos apóstoles salieron transformados de aquella experiencia en la montaña, el encuentro con algunas personas produce los mismos efectos. Sin duda ninguna la escena vivida en el Tabor les ayudó a superar el impacto de la crucifixión.

Escuchemos a Jesús, el Hijo predilecto, que nos invita(como les invitó a los tres apóstoles) a “bajar al valle”, donde se cuece la vida, donde recibimos decepciones y satisfacciones. No vale quedarse en las nubes desconectados de lo que pasa aquí abajo.

Estamos en la cuaresma, una etapa en la que se nos llama a dar pasos en favor del hombre nuevo. Ayuna, escucha: “detenerte para ayudar, levantar el ánimo a alguien. Ayuna de palabras y llénate de silencio y de escuchar a Dios y a los otros. Ayuna de tristezas y amargura y llena de alegría el corazón”.

Josetxu Canibe

El gusto de creer

Durante muchos siglos, el miedo ha sido uno de los factores que con más fuerza ha motivado y sostenido la religiosidad de bastantes personas. Más de uno aceptaba la doctrina de la Iglesia solo por temor a condenarse eternamente.

Hoy, sin embargo, en el contexto sociológico actual se ha hecho cada vez más difícil creer solo por temor, por obediencia a la Iglesia o por seguir la tradición. Para sentirse creyente y vivir la fe con verdadera convicción es necesario tener la experiencia de que la fe hace bien. De lo contrario, tarde o temprano uno prescinde de la religión y lo abandona todo.

Y es normal que sea así. Para una persona solo es vital aquello que le hace vivir. Lo mismo sucede con la fe. Es algo vital cuando el creyente puede experimentar que esa fe le hace vivir de manera más sana, acertada y gozosa.

En realidad, nos vamos haciendo creyentes en la medida en que vamos experimentando que la adhesión a Cristo nos hace vivir con una confianza más plena, que nos da luz y fuerza para enfrentarnos a nuestro vivir diario, que hace crecer nuestra capacidad de amar y de alimentar una esperanza última.

Esta experiencia personal no puede ser comunicada a otros con razonamientos y demostraciones, ni será fácilmente admitida por quienes no la han vivido. Pero es la que sostiene secretamente la fe del creyente incluso cuando, en los momentos de oscuridad, ha de caminar «sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía» (san Juan de la Cruz).

En el relato de la transfiguración se nos recuerda la reacción espontánea de Pedro, que, al experimentar a Jesús de manera nueva, exclama: «¡Qué bien se está aquí!». No es extraño que, años más tarde, la primera carta de Pedro invite a sus lectores a crecer en la fe si «habéis gustado que el Señor es bueno» (i Pedro 2,3).

Ch. A. Bernard ha llamado la atención sobre la escasa consideración que la teología contemporánea ha prestado al «afecto» y al «gusto de creer en Dios», ignorando así una antigua y rica tradición que llega hasta san Buenaventura. Sin embargo, no hemos de olvidar que cada uno se adhiere a aquello que experimenta como bueno y verdadero, y se inclina a vivir de acuerdo con aquello que le hace sentirse a gusto en la vida.

Tal vez una de las tareas más urgentes de la Iglesia sea hoy despertar «el gusto de creer». Deberíamos cuidar de manera más cálida las celebraciones litúrgicas, saborear mejor la Palabra de Dios, gustar con más hondura la Eucaristía, comulgar gozosamente con Cristo, alimentar nuestra paz interior en el silencio y la comunicación amorosa con Dios. Aprenderíamos a sentirnos a gusto con Dios.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 24 de febrero

Mirar como Dios mira es la invitación que nos hace Jesús para avanzar en nuestro itinerario cuaresmal: siendo compasivos, no juzgando ni condenando, dando y perdonando… Mirar así es difícil si antes no hay un deseo de ver otra cosa, de buscar con la mirada en las personas que ya tenemos “etiquetadas” o “clasificadas”, aquellas cualidades buenas, que las hacen grandes a los ojos de Dios, porque seguro las tienen aunque no estemos acostumbrados a verlas. No siempre estamos dispuestos a mirar a los más próximos, a los que conviven a nuestro lado de otra manera. Y así no puede haber compasión ni perdón, ni mucho menos amar como nos pide Jesús en el Evangelio de hoy.

Sin compasión ni perdón es prácticamente imposible sentir a Dios a mi lado porque no suele habitar en los corazones rencorosos. De nada valen entonces las prácticas cuaresmales, si no pasan por el entrenamiento o ejercitación de estas virtudes que el mismo Jesús nos propone hoy con toda claridad, sin necesidad de mayores interpretaciones.

Si somos honestos con nosotros mismos, nos daremos cuenta que la falta de amor siempre será una carencia en nuestra vida ¿Entonces qué podemos hacer? Tener la humildad de pedirle a Dios que nos conceda un corazón capaz de detectar su falta y la confianza de que poco a poco nuestro corazón puede moverse en esta dirección aunque no alcance en esta vida la cumbre ética de amar a los enemigos. Lo que ahora se nos propone es curar las parálisis que el paso de los años ha ido entorpeciendo e impidiendo que nuestro corazón sea joven, es decir ágil y decidido para el perdón.

Moisés lo dice bien claro hoy en el libro del Deuteronomio: “Hoy el Señor, tu Dios, te manda que cumplas estos mandatos y decretos. Acátalos y cúmplelos con todo tu corazón y con toda tu alma”.

Hoy sábado miramos a Virgen María; ella fue capaz de un amor así, sin límites, confiado, que supo esperar y decir sí a la propuesta de Dios. Madre Dios ruega por nosotros en este itinerario cuaresmal.

Juan Lozano, cmf