Vísperas – Lunes II de Cuaresma

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: ÉSTA ES LA HORA PARA EL BUEN AMIGO.

Ésta es la hora para el buen amigo,
llena de intimidad y confidencia,
y en la que, al examinar nuestra conciencia,
igual que siente el rey, siente el mendigo.

Hora en que el corazón encuentra abrigo
para lograr alivio a su dolencia
y, al evocar la edad de la inocencia,
logra en el llanto bálsamo y castigo.

Hora en que arrullas, Cristo, nuestra vida
con tu amor y caricia inmensamente
y que a humildad y a llanto nos convida.

Hora en que un ángel roza nuestra frente
y en que el alma, como cierva herida,
sacia su sed en la escondida fuente. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia.

Salmo 44 I – LAS NUPCIAS DEL REY.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, ¡oh Dios!, permanece para siempre;
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia.

Ant 2. Llega el esposo, salid a recibirlo.

Salmo 44 II

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna:
prendado está el rey de tu belleza,
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Llega el esposo, salid a recibirlo.

Ant 3. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

LECTURA BREVE   Rm 12, 1-2

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.

RESPONSORIO BREVE

V. Yo dije: «Señor, ten misericordia.»
R. Yo dije: «Señor, ten misericordia.»

V. Sáname, porque he pecado contra ti.
R. Señor, ten misericordia.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Yo dije: «Señor, ten misericordia.»

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «No juzguéis y no seréis juzgados; con la medida con que midais se os medirá a vosotros», dice el Señór.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «No juzguéis y no seréis juzgados; con la medida con que midais se os medirá a vosotros», dice el Señór.

PRECES

Bendigamos a Dios, nuestro Padre, que por la palabra de su Hijo prometió escuchar la oración de los que se reúnen en su nombre, y, confiados en esta promesa, supliquémosle, diciendo:

Escucha a tu pueblo, Señor.

Señor, tú que en la montaña del Sinaí diste a conocer tu ley por medio de Moisés y la perfeccionaste luego por Cristo,
haz que todos los hombres descubran que tienen esta ley inscrita en el corazón y que la deben guardar para hacer efectiva la alianza que has hecho con ellos.

Concede a los superiores fraternal solicitud hacia los que les han sido confiados,
y a los súbditos espíritu de obediente colaboración.

Fortalece el espíritu y el corazón de los misioneros
y suscita en todas partes colaboradores de su obra.

Que los niños crezcan en gracia y en edad,
y que los jóvenes se abran con sinceridad a tu amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acuérdate de nuestros hermanos que ya duermen el sueño de la paz
y dales parte en la vida eterna.

Digamos a nuestro Padre, juntamente con Jesús, la oración que él nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, tu que para nuestro progreso espiritual nos mandas dominar nuestro cuerpo mediante la austeridad, ayúdanos a huir también de todo pecado y a entregarnos, con amor filial, al cumplimiento de tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 26 de febrero

Lectio: Lunes, 26 Febrero, 2018

Tiempo de Cuaresma

1) ORACIÓN INICIAL

Señor, Padre santo, que para nuestro bien espiritual nos mandaste dominar nuestro cuerpo mediante la austeridad; ayúdanos a librarnos de la seducción del pecado y a entregarnos al cumplimiento filial de tu santa ley. Por nuestro Señor.

2) LECTURA

Del santo Evangelio según Lucas 6,36-38

«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.»

3) REFLEXIÓN

• Los tres breves versículos del Evangelio de hoy (Lc 6,36-38) constituyen la parte final de un breve discurso de Jesús (Lc 6,20-38). En la primera parte de este discurso, él se dirige a los discípulos (Lc 6,20) y a los ricos (Lc 6,24) proclamando para los discípulos cuatro bienaventuranzas (Lc 6,20-23), y para los ricos cuatro maldiciones (Lc 6,20-26). En la segunda parte, se dirige a todos los que lo escuchan (Lc 6,27), a saber, aquella multitud inmensa de pobres y enfermos, venida de todos los lados (Lc 6,17-19). Las palabras que dice a esta multitud y a todos nosotros son exigentes y difíciles: amar a los enemigos (Lc 6,27), no maldecir (Lc 6,28), ofrecer la otra mejilla a los que te golpean la cara y no reclamar cuando alguien toma lo que es nuestro (Lc 6,29). ¿Cómo entender estos consejos tan exigentes? La explicación nos la dan tres versículos del evangelio de hoy, de donde sacamos el centro de la Buena Nueva que Jesús vino a traernos.

• Lucas 6,36: Ser misericordioso como vuestro Padre es misericordia. Las bienaventuranzas para los discípulos (Lc 6,20-23) y las maldiciones contra los ricos (Lc 6,24-26) no pueden ser interpretadas como una ocasión para que los pobres se venguen de los ricos. Jesús manda tener la actitud contraria. Y dice:»¡Amad a vuestros enemigos!» (Lc 6,27). La mudanza o la conversión que Jesús quiere realizar en nosotros no consisten en algo superficial solamente para invertir el sistema, pues así nada cambiaría. El quiere cambiar el sistema. La Novedad que Jesús quiere construir viene de la nueva experiencia que tiene de Dios como Padre/Madre lleno de ternura que acoge a todos, buenos y malos, que hace brillar el sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos (Mt 5,45). El amor verdadero no depende de lo que yo recibo del otro. El amor debe querer el bien del otro independientemente do lo que él o ella hacen por mí. Pues así es el amor de Dios por nosotros. El es misericordioso no solamente para con los buenos, sino para con todos, hasta “con los ingratos y con los malos” (Lc 6,35). Los discípulos y las discípulas de Jesús deben irradiar este amor misericordioso.

• Lucas 6,37-38: No juzgad y no seréis juzgados. Estas palabras finales repiten de forma más clara lo que él había dicho anteriormente: “Así, pues, tratad a los demás como queréis que ellos os traten” (Lc 6,31; cf. Mt 7,12). Si no deseas ser juzgado, ¡no juzgues! Si no deseas ser condenado, ¡no condenes! Si quieres ser perdonado, ¡perdona! No te quedes esperando hasta que el otro tome la iniciativa, ¡tómala tú la iniciativa y comienza ya! Y verás que todo esto ocurre.

4) PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

• La Cuaresma es tiempo de conversión. ¿Cuál es la conversión que el evangelio de hoy me pide?

• ¿Has procurado ser misericordioso como el Padre del cielo es misericordioso?

5) ORACIÓN FINAL

Ayúdanos, Dios salvador nuestro,
por amor de la gloria de tu nombre;
líbranos, borra nuestros pecados,
por respeto a tu nombre. (Sal 79,9)

Cuaresma, cambiar el corazón para vivir el Proyecto de Dios

por Marcelo A. Murúa

«Rasga tu corazón y no tus vestidos, y vuelve a Yavé tu Dios, porque él es bondadoso y compasivo…»

Joel 2, 13

La cuaresma se inició con esta hermosa lectura del libro del profeta Joel, en la liturgia del Miércoles de Ceniza (texto completo Joel, 2, 12-18).

El Dios de la Vida, que como nos recuerda Joel retomando las palabras del Exodo (ver Ex. 34, 6 en el cual Dios pronuncia su Nombre ante Moisés, y su nombre es Misericordia), es rico en misericordia y lleno de compasión por nosotros, nos convoca a un cambio de corazón.

El corazón, en la biblia, es el órgano más importante. Donde se aloja el espíritu que anima a cada persona. Del corazón brotan las actitudes, los sentimientos, los valores que mueven la vidad de cada uno. Por eso Dios quiere que examinemos nuestro corazón y dejemos que su Espíritu lo llene, para poder vivir como El enseña, para poder realizar su Proyecto.

Son repetidas las veces en que los profetas llaman a un cambio de corazón. Ezequiel lo dirá con palabras tajantes, que permiten descubrir el esfuerzo y la ruptura interior que significa esta conversión que Dios pide a sus seguidores.

«Les quitaré del cuerpo el corazón de piedra y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes para que vivan según mis mandatos…»

Ezequiel 36, 26-27

El cambio de corazón expresa la conversión a la que Dios nos invita. Dejar que El sea quien nos mueva… quien oriente y anime nuestras actitudes, sentimientos, valores, opciones…

Cuaresma es el tiempo propicio para hacer una revisión de vida y, a la luz de la Palabra, disponernos al cambio interior que exprese en obras concretas la conducta que Dios propone como «regla de vida».

En la primera semana del tiempo de Cuaresma la liturgia nos propone releer al profeta Isaías, para escuchar de boca de Dios, cuál es el verdadero cambio que El nos pide.

El ayuno que agrada a Dios es la misericordia con el hermano que sufre, que nace de la compasión que brote (o no) en nuestro corazón ante las situaciones de injusticia y muerte temprana en que viven los que nos rodean.

¿Nos animaremos a vivir la Cuaresma desde las exigencias de Dios?

Para ayudar el proceso de discernimiento:

  • Leer las lecturas que nos hablan del cambio de corazón:

Ez 11, 19-20
Ez 36, 26-27
Jer 31, 33
Jer 32, 39
¿conoces algún otro texto que hable del tema?

  • ¿Qué actitudes, situaciones, realidades de tu vida endurecen tu corazón y lo hacen insensible a los demás?
  • ¿Cuáles son los mandatos que Dios nos pide para vivir su Proyecto?
  • Leer Is 58, 1-10
  • Confrontar tu respuesta a la pregunta anterior con lo que Dios señala en este texto.
  • ¿Reconoces en la práctica de Jesús estas actitudes y opciones? Intenta recordar situaciones de su vida en las que puso en práctica estos mandatos de Dios.
  • Relee Mt. 25, 31-46 ¿cómo se relaciona está parábola con el texto de Isaías? ¿Qué es lo que verdaderamente importa para Dios? Revisa tu vida a partir de estas enseñanzas.
  • Escribe una oración al Señor con lo que El va despertando en tu corazón.
  • Anímate a pedirle que nos conceda su Espíritu… para ser fieles a su Proyecto.

De la montaña a nuestro templo

DOMINGO III DE CUARESMA

Seguimos avanzando en nuestro “Camino hacia la vida”. Con esta tercera etapa nos situamos en el ecuador de nuestra peregrinación. Puede ser este un buen momento para tomar conciencia del camino recorrido y alzar la mirada para descubrir todo lo que nos queda por recorrer. Bajamos de la montaña, tras haber vivido esta etapa con mucha intensidad, hemos escuchado, hemos disfrutado de una presencia muy especial, hemos sentido…, pero no nos hemos quedado allí, sino que ahora nos adentramos en la ciudad. Volvemos a nuestro ambiente, a nuestro lugar co diano. Pero tú decides: ¿volver a asumir todo lo que allí acumulas, lo de siempre, o caminar por las sendas nuevas que Jesús te va mostrando?

 

La guía de la Palabra de Dios

Ex 20, 1-17: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud”.
1Co 1, 22-25: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado”
Evangelio: Jn 2, 13-25

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

-«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

-«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó:

-«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Los judíos replicaron: 

-«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las estas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

 

Hacer limpieza en el corazón

En todos los momentos de la historia el Templo ha sido el lugar del encuentro de los hombres con Dios. En época de Jesús la especulación y el comercio se habían apoderado de este lugar sagrado. Con la excusa de facilitar servicios lo único que reinaba en el ambiente era la usura y el negocio personal.

Cuando Jesús toma la iniciativa de expulsar a los mercaderes, para preservar la pureza del templo, lo que realmente quiere hacer es purificar toda la práctica religiosa del momento, que con el paso de los años se había alejado realmente del proyecto de Dios. Nuestra manera de vivir la fe ha de ser purificada. Jesús quiere volver a poner en el centro de la vida el encuentro con Dios, quiere acabar con el negocio de aquellos que se creían poseedores del culto y con la explotación de aquellos que se aprovechaban del deseo de Dios de todos aquellos que acudían con humildad a aquel lugar. Toda esa estructura poco tenía que ver con la predicación del Reino de Dios. Por eso, cuando le piden cuentas dirá “destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Y es que con su muerte y resurrección iba a quedar destruido el templo y todo lo que él significaba: Él iba a reconstruir el culto de Dios desde la raíz.

Un nuevo culto fundamentado en la entrega total de la persona a Dios, en amarlo y pedirle que en todo se haga su voluntad. Este nuevo culto supone que se mira al prójimo, a todo prójimo como a un hermano. Ya no hay límites territoriales ni étnicos, para ver quién es mi prójimo. Ni tengo que comerciar con mis dones; de modo que sea generoso con todos y no sólo con quienes me pueden retribuir.

No puedo establecer entre los hombres con quienes me relacione, dos categorías: la de los amigos y la de los enemigos. No puedo tener la venganza, como justicia que me tomo por mi cuenta. El amor al prójimo, y el perdón no enen límites: más de setenta veces siete. El que pretende ser mayor, debe ser el servidor de todos.

El empo de Cuaresma es un momento propicio para limpiar nuestro templo, para así poder vivir la Pasión del Señor, con el deseo y la necesidad de poder exclamar junto a Él “que no se haga mi voluntad sino la tuya”, y para así exultar del gozo en la celebración de Pascua, que nos dará la certeza de la victoria de Cristo sobre el poder de la muerte. “Caminemos en el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo de su amor para nuestros hermanos, especialmente para los más débiles y los más pobres, construyamos para Dios un templo en nuestra vida. Y así lo haremos «encontrable» para muchas personas que encontramos en nuestro camino. Si somos testigos de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro tes monio. Pero —nos preguntamos, y cada uno de nosotros puede preguntarse—, ¿se siente el Señor verdaderamente como en su casa en mi vida? ¿Le permitimos que haga «limpieza» en nuestro corazón y expulse a los ídolos, es decir, las ac tudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, la costumbre de murmurar y «despellejar» a los demás? ¿Le permito que haga limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hemos escuchado hoy en la primera lectura? Cada uno puede responder a sí mismo, en silencio, en su corazón. «¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?». «Oh padre, tengo miedo de que me reprenda». Pero Jesús no reprende jamás. Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su modo de hacer limpieza. Dejemos —cada uno de nosotros—, dejemos que el Señor entre con su misericordia —no con el látigo, no, sino con su misericordia— para hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús para nosotros es su misericordia. Abrámosle la puerta, para que haga un poco de limpieza”. (Papa Francisco)

 

Diario del peregrino

VER

Nos dice el Papa Francisco en la re exión anterior: “Y así lo haremos «encontrable» para muchas personas que encontramos en nuestro camino”.

– Piensa en un hecho de vida en el que hayas encontrado a Jesús a través del testimonio de alguna persona cercana.

– ¿Es realmente “encontrable” Jesús en mi vida?

– ¿Qué “mercaderes” deberías echar del “templo de tu vida” para que realmente en éste se viva y se testimonie la alabanza a Dios? (envidias, egoísmos, violencia, indiferencia ante el pobre…)

JUZGAR

Jesús quiere entrar en el templo de tu vida y hacer limpieza en tu corazón, desde la ternura y la misericordia. A la luz de esta Palabra y de lo que vives en tu día a día.

– ¿Sientes que realmente dejas a Jesús hacer esa limpieza? ¿Cómo lo dejas?

Una de las consecuencias de la limpieza de nuestro corazón será la autenticidad de nuestro culto cristiano y de nuestra devoción que ene que medirse por las obras y por la caridad hacia el prójimo.

– ¿Qué llamadas recibes a este respecto?

ACTUAR

Qué sugerencias, a modo de compromisos, recibes de Jesús para mantener en orden el “templo de tu vida” y testimoniarlo con:

– Tu familia:
– Tus amigos:
– Tus estudios/trabajo: – Tu parroquia:

 

Recursos para el camino

Canto: Es tiempo de cambiar (Juanes)

Trabajamos como dos locomotoras
a todo vapor y olvidamos que el amor

es mas fuerte que el dolor
que envenena la razón.

Somos vic mas así de nuestra propia
tonta creación y olvidamos que el amor

es mas fuerte que el dolor
que una llaga en tu interior.

Los hermanos ya no se deben
pelear es momento de recapacitar

es tiempo de cambiar
es tiempo de cambiar
es tiempo de cambiar
es tiempo de cambiar
es tiempo de saber pedir perdón
es tiempo de cambiar en la mente de todos
el odio por amor.
es tiempo de cambiar…

Spe Salvi – Benedicto XVI

26. No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de « redención » que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: « Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro » (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es « redimido », suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesucristo nos ha « redimido ». Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana « causa primera » del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: « Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí » (Ga 2,20).

Homilía – Domingo III de Cuaresma

LA REVOLUCIÓN CULTUAL DE CRISTO

La actitud revolucionaria de Jesús frente al culto de su tiempo contrasta con nuestro sentimiento ritual, escrupuloso; estamos esclavizados a las formas rituales. ¡En cuántas de nuestras celebraciones litúrgicas no tendría Jesús «que coger el látigo y expulsarnos del Templo, por nuestro escandaloso sentido farisaico y mercantil! (Jn 2, 13-25).

1. El pensamiento clave de Cristo sobre el culto

Confrontémonos hoy, la comunidad que se dice descendiente de Jesús y que cree vivir su mismo espíritu, con las actitudes de Cristo. Jesús, en relación a toda la institución litúrgica de su tiempo, hace una verdadera revolución cultual. Su posición es muy sencilla; es de sentido común. Pero ella nos da la clave de toda actitud cristiana en las relaciones con Dios y en la liturgia.

Para Cristo, el culto es manifestación de la vida de los creyentes, vivida según el plan de Dios. Si falta la vida, el culto no vale para nada, no significa nada. Por eso, la vida tiene que estar siempre sosteniendo los ritos y el culto mismo. «Amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios» (Mc 12, 33; Mt 5, 23 ss.). La regla de oro del culto cristiano viene inspirada por el criterio evangélico: salva al hombre lo que viene del interior, no las formas externas (Mt 15, 10 ss.).

Jesús no destruye la significación ritual de lo que se está viviendo en la vida, pero pone el acento en la obediencia al plan de Dios, en lugar de andar preocupado por los ritos y sus prescripciones. De esta manera disipa todo peligro de fariseísmo, que «paga los diezmos, pero olvida la justicia, la misericordia y la fe; que limpia la casa por fuera, pero por dentro está sucia» (Mt 23, 23-25).

Con estos criterios evangélicos el centro del interés del culto se ha desplazado del habitual, dando un giro de 180 grados. Podemos afirmar sin miedo que la actitud de Cristo ante el culto es revolucionaria.

La revolución cultual de Jesucristo.

En esta revolución Jesús no deja nada sin tocar, el mismo velo del Sancta Sanctorum se rasga con su muerte (Mt 27, 51) y transforma todos los contenidos de los conceptos cultuales entonces en uso.

— El Templo es una de las realidades más sagradas. Lugar Santo por la presencia de la gloria de Dios. Pero, ¿acaso Dios habita en casas de piedra? ¿Pueden unos muros contener y sostener la gloria de Dios? El Templo de Dios es todo el universo y, fundamentalmente, el corazón del hombre. La gloria de Dios, «la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jo 1, 14). Desde este momento, cuando Cristo habla del templo verdadero «se refiere al templo de su cuerpo» (Jo 2, 21: Mc 14, 5b). Pero Cristo, el hombre creyente es templo del Espíritu de Dios y la misma comunidad cristiana: «vosotros estáis sien- do juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2, 22). «¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu?» (Ef 2, Cor 6, 19; Rom 8, 11.) Con Jesús de Nazaret toáoslos edificios materiales estallan, porque no es verdad que contengan la gloria de Dios en exclusiva.

— La revolución de Jesús se refiere también a la institución religiosa de la fiesta. La fiesta ya no será un tiempo establecido por el ritmo de un calendario litúrgico. La fiesta para los creyentes es, sobre todo, una persona, Cristo, que aparece en la historia salvando al mundo. Jesús personifica la fiesta (Jo 7, 37; Hech 10, 19). Como la salvación que Dios nos ofrece en Cristo es universal y no se retira nunca, cada momento de nuestra vida que acepta la salvación de Dios, puede ser una fiesta. El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. La fiesta cuando se institucionaliza perdiendo el sentido genuino, pierde mucho de su más genuina significación (Mc 2, 27). La fiesta cultual significa la fiesta verdadera en la que el hombre, por Cristo, ha alcanzado la liberación, la curación (Mt 12, 5; Lc 13, 10-16; 14, 1-5). La fiesta celebra la victoria sobre el Príncipe de este mundo injusto.

— Jesús de Nazaret se ha metido también con el modo de realizar y concebir el Sacrificio. «Misericordia quiero, y no Sacrificio» (Mt 12, 7). Cristo expulsa del Templo a todos los vendedores de víctimas para el sacrificio (Jo 2, 13 ss.). No son éstos los sacrificios que agradan a Dios. Muchos sacrificios tienen el carácter de un negocio comercial con la divinidad. ¿Quién puede pensar que por dinero se puede entrar en comunión con Dios? El sacrificio verdadero que Dios espera de nosotros es una vida santa (Mt 5, 23 ss.). No hay más sacrificio cristiano, que el iniciado en la Cruz. Y continuado en la Misa. A él se une el cristiano con la muerte del pecado para vivir una vida nueva por la obediencia a la Palabra de Dios. La única víctima del Sacrificio agradable a Dios es Jesucristo, y en unión con El, el hombre creyente que se esfuerza por ser fiel a la vocación de Dios.

— El Sacerdocio y todas sus castas también quedan desconcertados por la acción y la actitud de Cristo. A Jesús le consideramos como sacerdote, pero no pertenecía a las castas levíticas de su tiempo. Era un laico. El nunca se llama a Sí mismo Sacerdote. Pero se enfrenta a la casta sacerdotal. No olvidemos que los sacerdotes son sus más encona- dos enemigos; le condenan a muerte. Para nosotros Cristo es, sin embargo, nuestro verdadero Sacerdote. Es Sacerdote en su vida y por el estilo de su vida. Si a Dios el único sacrificio que le agrada es el de la obediencia, el úrico Sacerdote que puede ofrecer este Sacrificio es el propio obediente. Cristo es este Sacerdote: «Al entrar en el mundo dijo: Sacrificio y oración no quisiste… He aquí que vengo… a hacer, oh Dios, tu voluntad» (Hech 10, 5-7). Y esta voluntad la realizó Cristo en una obediencia rendida: «con lo que padeció experimentó la obediencia y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación para todos los que obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote» (Hech 5, 7-10). Este es el Sacrificio que Cristo ha inaugurado, el de una vida santa, del que participan todos los creyentes (1 Ped 2, 5.9).

Ahora vamos a celebrar el culto cristiano. En él están presentes todos estos elementos. ¿Somos capaces de resistir sin pestañear una revisión del Evangelio? ¿Está esta Eucaristía nuestra conforme con los nuevos criterios del culto cristiano? ¿Consideramos nosotros más importante la vida que los ritos? ¿Significan estos gestos tan serios lo que nosotros estamos viviendo en la vida? Si no fuera así, ¿qué estamos haciendo aquí?

Jesús Burgaleta

Juan 2, 13-25 (Evangelio Domingo III de Cuaresma)

El episodio que hoy se nos propone aparece en la “sección introductoria” del Evangelio de Juan (cf. Jn 1,19-3,36), donde se dice quién es Jesús y se presentan las grandes líneas programáticas de su ministerio.

La escena nos sitúa en el Templo de Jerusalén. Se trata de ese Templo majestuoso, construido por Herodes para demostrar sus buenas disposiciones para con el culto a Yahvé y para conseguir la benevolencia de los judíos.

La construcción del templo se inició en el año 19 antes de Cristo y se terminó en el año 9 después de Cristo (aunque los trabajos solo se dieron por concluidos en el 63). En el año 27 después de Cristo, efectivamente, el Templo llevaba en construcción 46 años y todavía no estaba terminado, conforme a la observación que los dirigentes hicieron a Jesús (cf. Jn 2,20).

Juan sitúa el episodio en los días que preceden a la fiesta de la Pascua. Era la época en la que grandes multitudes se congregaban en Jerusalén para celebrar la fiesta principal del calendario religioso judío. Jerusalén, que normalmente tenía alrededor de 55.000 habitantes, llegaba a albergar a cerca de 125.000 peregrinos, en este momento. En el Templo se sacrificaban cerca de 18.000 corderos, destinados a la celebración pascual.

En este ambiente, el comercio relacionado con el Templo sufría un gran incremento. Tres semanas antes de la Pascua, comenzaba la emisión de licencias para la instalación de los puestos comerciales alrededor del Templo. El dinero recaudado con la emisión de esas licencias revertía en el sumo sacerdote. Había tiendas de venta que pertenecían, directamente, a la familia del sumo sacerdote. Se vendían los animales para los sacrificios y diversos productos destinados a la liturgia del Templo. Había, también, tiendas de cambistas que cambiaban las monedas romanas corrientes por monedas judías (los tributos de los fieles para el Templo se pagaban en moneda judía, pues no estaba permitido que las monedas con la efigie de emperadores paganos mancillasen el tesoro del Templo). Este comercio tenía un gran valor para la ciudad y sustentaba a la nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados del Templo.

Es en este contexto donde Jesús va a realizar su gesto profético

Los profetas de Israel habían criticado, en diversas situaciones, el culto sacrificial que Israel ofrecía a Dios, considerándolo como un conjunto de ritos estériles, vacíos y sin significado, una vez que no eran expresión verdadera de amor a Yahvé; habían, incluso, denunciado la relación del culto con la injusticia y la exploración de los pobres (cf. Am 4,4-5; 5,21-25; Os 5,6-7;8,13; Is 1,11-17; Jer 7,21-26).

Las consideraciones proféticas habían consolidado, de alguna forma, la idea de que la llegada de los tiempos mesiánicos implicaría la purificación y la moralización del culto dirigido a Yahvé en el Templo. El profeta Zacarías liga explícitamente el “día del Señor” (el día en que Dios va a intervenir en la historia y edificar un mundo nuevo, a través del Mesías) con la purificación del culto y la eliminación de los comerciantes que actuaban “en el Templo del Señor del universo”, (cf. Zac 14,21).

El gesto que el Evangelio de este Domingo nos relata, debe entenderse en este contexto. Cuando Jesús golpea con el azote de cuerdas, expulsa del Templo a los vendedores de ovejas, de bueyes y de palomas, tira por tierra las mesas de los banqueros y derrumba las mesas de los cambistas (vv. 14-16), está revelándose como “el mesías” y anunciando la llegada de los nuevos tiempos, los tiempos mesiánicos.

Sin embargo, Jesús va más lejos que los profetas vetero-testamentarios. Al expulsar del Templo también a las ovejas y a los bueyes que servía para los ritos sacrificiales que Israel ofrecía a Yahvé (Juan es el único de los evangelistas en referir este pormenor), Jesús muestra que no propone solamente una reforma, sino la abolición del propio culto.

El culto ofrecido a Dios en el Templo de Jerusalén era, antes que nada, algo sin sentido: al transformar la casa de Dios en un mercado, los líderes judíos habían suprimido la presencia de Dios. Pero, además de eso, el culto celebrado en el Templo era algo nefasto: en nombre de Dios ese culto creaba explotación, miseria, injusticia y, por eso, en lugar de potenciar la relación del hombre con Dios, apartaba al hombre de Dios. Jesús, el Hijo, con la autoridad que le viene del Padre, dice un claro “basta ya” a una mentira con la cual Dios no puede continuar pactando: “no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre” (v. 16).

Los líderes judíos quedan indignados. ¿Cuáles son las credenciales de Jesús para asumir una actitud tan radical y grave? ¿Con qué legitimidad se arroga el derecho de abolir el culto oficial ofrecido a Yahvé?

La respuesta de Jesús es, a primera vista, extraña: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (v. 19). Utilizando la figura literaria del “malentendido” (se propone una afirmación; los interlocutores la entienden de forma equivocada; aparece, entonces, la explicación final, que da el sentido exacto de lo que se quiere afirmar), Juan deja claro que Jesús no se refería al Templo de piedra donde Israel celebraba sus ritos litúrgicos (v. 20), sino a otro “Templo” que es el propio Jesús (“él hablaba del templo de su cuerpo”, v. 21). ¿Qué significa esto? Jesús desafía a los líderes que le cuestionaban para que supriman el Templo que es él mismo, pero deja claro que, tres días después, ese Templo estará otra vez en pie en medio de los hombres. Jesús alude, evidentemente, a su resurrección. La prueba de que Jesús tiene autoridad para “proceder de ese modo” es que los líderes nos conseguirán eliminarlo. La resurrección garantiza que Jesús viene de Dios y que su actuación tiene el sello de garantía de Dios.

Sin embargo, lo más notable, aquí, es que Jesús se presenta como el “nuevo Templo”. El Templo representaba, en el universo religioso judío, la residencia de Dios, el lugar donde Dios se revelaba y donde se hacía presente en medio de su Pueblo. Jesús es, ahora, el lugar donde Dios reside, donde se encuentra con los hombres y donde se manifiesta al mundo. Es a través de Jesús como el Padre ofrece a los hombres su amor y su vida. Aquello que la antigua Ley ya no consigue hacer, establecer la relación entre Dios y los hombres, es Jesús quien, a partir de ahora, lo hace.

¿Cómo podemos encontrar a Dios y llegar hasta él? ¿Cómo podemos percibir sus propuestas y descubrir sus caminos? El Evangelio de este Domingo responde: mirando a Jesús. En las palabras y gestos de Jesús, Dios se revela a los hombres y les manifiesta su amor, ofrece a los hombres la vida plena, se hace compañero de camino y señala los caminos de la salvación.

En este tiempo de Cuaresma, tiempo de caminar hacia la vida nueva del Hombre Nuevo, estamos invitados a mirar a Jesús y a descubrir en sus signos, en su anuncio, en su “Evangelio” esa propuesta de vida nueva que Dios nos quiere presentar.

Los cristianos son aquellos que se adhieren a Cristo, que aceptan formar parte de su comunidad, que comen su carne y beben su sangre, que se identifican con él. Miembros del Cuerpo de Cristo, los cristianos son piedras vivas de ese nuevo Templo donde Dios se manifiesta al mundo y viene al encuentro de los hombres para ofrecerles la vida y la salvación. Esta realidad supone naturalmente, para los creyentes, una gran responsabilidad. Los hombres de nuestro tiempo tienen que ver en el rostro de los cristianos el rostro bondadoso y tierno de Dios; tienen que experimentar, en los gestos del compartir, de la solidaridad, del servicio, del perdón de los cristianos, la vida nueva de Dios; tienen que encontrar, en la preocupación de los cristianos por la justicia y por la paz el anuncio de ese mundo nuevo que Dios quiere ofrecer a todos los hombres. Tal vez el hecho de que Dios parece que esté ausente de la vida, de las preocupaciones y de los valores de los hombres de nuestro tiempo tenga que ver con el hecho de que sus discípulos han abandonado su misión y su responsabilidad.

¿Nuestro testimonio personal es signo de Dios para los hermanos que caminan a nuestro lado? ¿La vida de nuestras comunidades da testimonio de la vida de Dios? ¿La Iglesia es esa “casa de Dios” donde cualquier ser humano puede encontrar esa propuesta de liberación y de salvación que Dios ofrece a todos?

¿Cuál es el verdadero culto que Dios espera? Evidentemente no son los ritos solemnes y pomposos, pero vacíos, estériles y huecos. El culto que Dios aprecia es una vida vivida en la escucha de sus propuestas y traducida en gestos concretos de donación, de entrega, de servicio sencillo y humilde a los hermanos. Cuando somos capaces de salir de nuestra comodidad y de nuestra autosuficiencia para ir al encuentro del pobre, del marginado, del extranjero, del enfermo, estamos dando respuesta “litúrgica” adecuada al amor y a la generosidad de Dios para con nosotros.

Al gesto profético de Jesús, los líderes judíos responden con incomprensión y arrogancia. Se consideran los dueños de la verdad y los únicos intérpretes auténticos de la voluntad divina. Instalados en sus certezas y prejuicios, ni siquiera admiten que la denuncia que Jesús hace sea correcta. Su autosuficiencia les impide ver más allá de sus proyectos personales y descubrir los proyectos de Dios. Se trata de una actitud que, más de una vez, nos cuestiona. Cuando nos parapetamos detrás de certezas absolutas y de actitudes intransigentes, podemos estar cerrando nuestro corazón a los desafíos y a la novedad de Dios.

2Cor 1, 22-25 (2ª Lectura Domingo III de Cuaresma)

En el transcurso de su segundo viaje misionero, Pablo llegó a Corinto, después de atravesar buena parte de Grecia, y se quedó allí cerca de 18 meses (años 50-52).

Como resultado de la predicación de Pablo, nació la comunidad cristiana de Corinto. De forma general, la comunidad era viva y fervorosa; sin embargo, estaba expuesta a los peligros de un ambiente corrupto: moral disoluta (cf. 1Cor 6,12-20;5,1-2), querellas, disputas, luchas (cf. 1Cor 1,11-12), seducción de la sabiduría filosófica de origen pagano que se introducía en la Iglesia revestida de un superficial barniz cristiano (cf. 1Cor 1,19-2,10). Se trataba de una comunidad fuerte y vigorosa, pero que hundía sus raíces en un terreno adverso.

En la comunidad de Corinto, vemos las dificultades de la fe cristiana en insertarse en un ambiente hostil, marcado por una cultura pagana y por un conjunto de valores que están en profunda contradicción con la pureza del mensaje evangélico.

Uno de los graves problemas de la comunidad cristiana de Corinto era la identificación de la experiencia cristiana con una escuela de sabiduría: los cristianos de Corinto, en línea de lo que sucedía en varias escuelas de filosofía que proliferaban en la ciudad, veían a las distintas figuras eminentes del cristianismo primitivo como maestros de una doctrina, y se adherían a esas figuras, esperando encontrar en ellas una propuesta filosófica creíble, que los condujese a la plenitud de la sabiduría y de la realización humana. Es de creer que los distintos adeptos de esos diversos maestros se enfrentasen en la comunidad, procurando demostrar la excelencia y la superior sabiduría del maestro elegido. Al conocer esto, Pablo se alarmó mucho: esta perspectiva ponía en entredicho lo esencial de la fe.

Pablo va a esforzarse, entonces, por demostrar a los corintios que entre los cristianos, no hay nada más que un sólo maestro, que es Jesucristo; y la experiencia cristiana no es la búsqueda de una filosofía coherente, brillante, elegante, que conduzca a la sabiduría, entendida a la manera de los griegos. Quien busque en el mensaje cristiano un sistema lógico, coherente, incuestionable a la luz de la lógica humana, es porque no ha entendido nada de lo esencial del mensaje cristiano, de la “locura de la cruz”.

Judíos y griegos, cada uno a su manera, buscan seguridades. Los judíos pretenden milagros que garanticen la veracidad del mensaje anunciado; los griegos, buscan bellas palabras, coherencia de discurso, lógica en los argumentos. En verdad, Jesús no se presentó como un Dios espectacular, exhibiendo su poder y sus cualidades divinas a través de gestos estruendosos y milagrosos, como los judíos estaban esperando; ni se presentó como el “maestro” iluminado de una filosofía capaz de imponerse por el brillo de sus premisas y por su lógica inatacable, como a los griegos les gustaría.

Lo esencial del mensaje cristiano está en la “locura de la cruz”, esto es, en la lógica ilógica de un Dios que vino al encuentro de la humanidad, que hizo de su vida un don de amor y que aceptó una muerte maldita para enseñar a los hombres que la verdadera vida es aquella que se pone íntegramente al servicio de los hermanos, hasta la muerte. Fue precisamente así como Dios presentó ante los hombres su proyecto de salvación y de vida definitiva. En la cruz de Jesús se manifestó, de forma plena, el poder salvador de Dios. Decididamente, Pablo considera que la lógica de Dios no es exactamente igual a la de los hombres.

El camino cristiano no es una búsqueda de sabiduría humana, sino una adhesión a Cristo crucificado, el Cristo del amor y de la entrega de la vida. En él se manifiesta, de forma humanamente desconcertante, más plena y definitiva, la fuerza salvadora de Dios.

Nuestro texto nos invita a descubrir y a interiorizar la lógica de Dios, que es muy diferente de la lógica de los hombres. Los hombres se sienten más seguros y cómodos delante de unos líderes vencedores, que se imponen por la fuerza y que exhiben su poder con gestos espectaculares; sin embargo, Dios se les aparece en la figura de un oscuro carpintero galileo, condenado por las autoridades constituidas, abandonado por amigos y discípulos, escarnecido por la multitud, y muerto en una cruz fuera de las murallas de la ciudad.

A los hombres les gusta ser convencidos con proyectos intelectualmente brillantes, que presenten argumentos fuertes y una lógica irrefutable; y Dios les ofrece un proyecto de salvación que pasa por la muerte en cruz, en total contradicción con cualquier esquema mental y con toda lógica humana.

El apóstol Pablo nos invita a convertirnos a la lógica de Dios. Es necesario que descubramos que la salvación, la vida plena, la felicidad sin fin no está en una lógica de poder, de autoridad, de riqueza, de importancia, sino que se encuentra en el amor total, en la donación de la vida hasta las últimas consecuencias, en el servicio sencillo y humilde a los hermanos.

La fuerza y la “sabiduría de Dios” se manifiestan en la fragilidad, en la pequeñez, en la oscuridad, en la pobreza, en la humildad. Siendo así, ¿no nos parecen ridículas y pretenciosas nuestras poses de importancia, de autoridad, de protagonismo, de éxito humano?

Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos”. Aquellos que tienen la responsabilidad del anuncio del Evangelio deben anunciar el mensaje con verdad y radicalidad, renunciando a la tentación de suavizar, de transformarlo en algo más “aceptable”, sin hacerlo menos radical e interpelante. Muchas veces, la envoltura “brillante” con la que envolvemos a la Palabra, la hará más atractiva, pero menos interrogante y, por tanto, menos transformadora.

Ex 20, 1-17 (1ª Lectura Domingo III de Cuaresma)

El texto que hoy se nos propone como primera lectura, forma parte de un conjunto de tradiciones que se refieren a una Alianza entre Yahvé e Israel (cf. EX 19- 40). Esa Alianza se sitúa en un monte, en algún lugar del desierto del Sinaí, el mismo monte donde Yahvé se había revelado a Moisés.

En el texto bíblico no tenemos indicaciones geográficas suficientes para identificar el monte de la Alianza.

En sí, el nombre “Sinaí” designa una enorme península de forma triangular, con más o menos 420 Km. de extensión norte-sur, extendiéndose entre el Mediterráneo y el mar Rojo.

Al norte, junto al Mediterráneo, el Sinaí presenta una franja arenosa de 25 Km. de anchura; pero a medida que descendemos hacia el sur, el territorio se hace cada vez más accidentado, con montañas que llegan a tener 2400 metros de altura.

La península entera es un desierto árido; no hay prácticamente vegetación (excepto en algunos pequeños oasis) y las comunicaciones son difíciles. En esta enorme extensión de arena y rocas, es difícil situar el “monte de la Alianza”. Con todo, una tradición cristiana tardía (siglo IV después de Cristo) identifica el “monte” con el Gebel Musah (el “monte de Moisés”), un monte de 2244 metros de altitud, situado al sur de la península sinaítica. Aunque la identificación del “monte de Moisés” con este lugar es problemática, el Gebel Musah es, todavía hoy, un lugar de peregrinación para judíos y cristianos.

La Alianza entre Yahvé e Israel, celebrada en el Sinaí, va a ser presentada por los catequistas de Israel a través de una estructura literaria que es muy semejante a los formularios jurídicos conocidos del mundo antiguo para presentar los acuerdos políticos entre dos partes, normalmente entre un “señor” y su “vasallo”. En esos formularios, después de recordar al “vasallo” su acción, su generosidad, sus beneficios, el “señor” presentaba las “cláusulas de la Alianza”, esto es, la lista de las obligaciones que el “vasallo” asumía para con su “señor” (obligaciones que el “vasallo” debía cumplir fielmente).

De entre las “cláusulas de la Alianza” del Sinaí, sobresale un bloque especial, donde son presentadas las diez obligaciones fundamentales que Israel va a asumir delante de su Dios: los “diez mandamientos” o las “diez palabras”. Este es el texto que nos presenta la primera lectura. Ahí está, verdaderamente, el “corazón” de la Alianza; ahí se define el camino que Israel debe recorrer para ser el Pueblo de Dios.

La lista de los “diez mandamientos” es una lista irregular, con mandamientos enunciados con brevedad, sin ninguna explicación (“no matarás”; “no robarás”) y otros más desarrollados, conteniendo un comentario explicativo (cf. Ex 20,4.17), una motivación (cf. Ex 20,7) o una promesa (cf. Ex 20,12).

A veces Dios habla en primera persona (cf. Ex 20,2.5-6); en otras, se habla de Dios en tercera persona (cf. Ex 20,7.11.12). Dos mandamientos son formulados positivamente (cf. Ex 20,8: “acuérdate”; Ex 20,12: “honra”); todos los demás son formulados negativamente (“no matarás”; “no robarás”).

Estas irregularidades significan que el “decálogo” sufrió, a través de los siglos, por motivos pastorales y catequéticos, retoques, añadidos, comentarios, modificaciones.

Es probable que Moisés tenga una cierta relación con estas leyes que están en el centro de la Alianza entre Dios y su Pueblo; pero el texto, en su forma actual, no viene de Moisés. Es, ciertamente, un texto muy trabajado, que sufrió muchas elaboraciones a lo largo de los siglos.

Aunque esta lista de preceptos pueda recordar a algunas listas de prohibiciones encontradas en Babilonia y en Egipto, ocupa un lugar aparte entre el conjunto de formularios legales de los pueblos del Creciente Fértil: es un núcleo legal sobrio y equilibrado, despojado de todo aquello que en los otros pueblos es magia, superstición, tabú.

El “decálogo” abarca los dos ejes fundamentales de la existencia humana: la relación del hombre con Dios y la relación que cada hombre establece con su prójimo.

Los primeros cuatro mandamientos, se refieren a la relación que Israel debe establecer con Dios (vv. 3-11). Dos, sobre todo, son de una tremenda originalidad (el mandamiento que obliga a Israel a no tener otro Dios, otro Señor, otra referencia; y el mandamiento que prohíbe construir imágenes de Dios), pues no encuentran paralelo en ninguna de las religiones antiguas que conocemos.

La cuestión esencial que sobresale en estos cuatro mandamientos es esta: Yahvé debe ser la referencia fundamental de la vida del Pueblo, el centro alrededor del cual se construye toda la existencia de Israel. Nada ni nadie debe ocupar, en el corazón del Pueblo, el lugar que sólo a Dios pertenece. Es necesario que Israel reconozca que sólo en Yahvé está la vida y la salvación (v. 3: “no tendrás ningún dios fuera de mi”); es necesario que Israel reconozca la absoluta trascendencia de Yahvé, que no puede ser reproducida en ninguna criatura hecha por el hombre, y no se postre delante de obras creadas por la mano del hombre (v. 4: “No te harás ídolos… No te postrarás ante ellos, ni les darás culto”); es necesario que Israel reconozca que no debe manipular a Dios y usarlo en beneficio propio (v. 7: “No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso”); es necesario que Israel reconozca que sólo el Señor es el dueño del tiempo y que debe reservar un espacio para el encuentro y la alabanza del Señor (v. 8: “Fíjate en el sábado para santificarlo”).

Los otros seis mandamientos hablan de las relaciones comunitarias (vv. 12-17). Intentan inculcar el respeto absoluto por el prójimo, por su vida, sus derechos en la comunidad, sus bienes. Son “la carta magna de la libertad, de la justicia, del respeto por la persona y por su dignidad”. Recomiendan que cada miembro de la comunidad reconozca su dependencia de los otros y acepte su vinculación a una familia y a una cultura (v. 12: “honra a tu padre y a tu madre”); piden que cada miembro del Pueblo de Dios respete la vida del hermano (v. 13: “no matarás”); recomiendan que sea defendida la familia y respetadas las relaciones familiares (v. 14: “no cometerás adulterio”); exigen que se respete absolutamente los bienes, también la libertad de los otros miembros de la comunidad (v. 15: “no tomarás para ti”, que se puede referir a las personas o a las cosas. Puede traducirse por “no robarás”, pero también por “no privarás de la libertad a tu hermano, no le reducirás a la esclavitud”); piden el respeto por el buen nombre y por la fama del hermano, dando siempre un testimonio verdadero ante el tribunal y garantizando la fiabilidad de una justicia que es la base de un correcto orden social (v. 16: “no levantarás falso testimonio contra tu prójimo”); exigen el respeto por los “bienes básicos” que aseguran al hermano su subsistencia y evitar que el corazón de los miembros de la comunidad del Pueblo de Dios sea dominado por la codicia y por los instintos egoístas (v. 17: “No codiciarás los bienes de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él”).

¿Por qué Dios presentó estas propuestas a Israel y le recomendó este camino? ¿Por qué Dios se interesa en que Israel viva de acuerdo con esas reglas? ¿Qué gana Dios con la fidelidad del Pueblo a estas normas?

La repuesta a esta cuestión está en la primera afirmación del Decálogo: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud” (v. 2). Yahvé, el Dios libertador, está interesado en que Israel se libere definitivamente de la esclavitud y se convierta en un Pueblo libre y feliz. Los “mandamientos” son, precisamente, una contribución de Dios para que eso sea así. Al situar estos “signos” en el camino de su Pueblo, Yahvé no está limitando la libertad de Israel, sino que está proponiendo al Pueblo un camino de libertad y de vida plena.

Los mandamientos pretenden ayudar a Israel a dejar la esclavitud del egoísmo, de la autosuficiencia, de la injusticia, de la comodidad, de las pasiones, de la codicia, de la explotación. Los mandamientos brotan del amor de Yahvé a Israel e intentan mostrar al Pueblo el camino para ser feliz.

La respuesta del Pueblo a esa preocupación de Dios, será aceptar las indicaciones y vivir de acuerdo con esos preceptos. Israel responderá, así, al amor de Dios y será feliz. Esa es la Alianza que Yahvé quiere hacer con su Pueblo, ese es el “interés” de Dios.

Los mandamientos que hablan de la relación del hombre con Dios, subrayan la centralidad que Dios debe tener en el corazón y en la vida de su Pueblo. En la vida de todos los días somos, con frecuencia, seducidos por otros “dioses”, el dinero, el poder, los afectos humanos, la realización profesional, el reconocimiento social, los intereses egoístas, las ideologías, los valores de moda, que se convierten en el objetivo supremo, en el valor último que condiciona nuestros comportamientos, nuestras actitudes y nuestras opciones. Con frecuencia, prescindimos de Dios y nos instalamos en esquemas de orgullo y de autosuficiencia que colocan a Dios y a sus propuestas fuera de nuestra vida. La Palabra de Dios nos asegura: ese no es el camino que nos conduce en dirección a la vida definitiva y a la libertad plena.

En este tiempo de Cuaresma, estamos invitados a volvernos hacia Dios y a redescubrir su papel fundamental en nuestra existencia.
¿Cuáles son los “dioses” que nos seducen más y que condicionan nuestra vida, nuestra toma de posición, nuestras opciones?

¿Qué espacio reservamos, en nuestra vida, para el verdadero Dios?

Los mandamientos que se refieren a nuestra relación con los hermanos, nos invitan a despojarnos de los comportamientos que generan violencia, egoísmo, agresividad, codicia, intolerancia, esclavitud, indiferencia ante las necesidades de los otros. Todo aquello que atenta contra la vida, la dignidad, los derechos de nuestros hermanos, es algo que genera muerte, sufrimiento, esclavitud, para nosotros y para todos los que nos rodean y es algo que contribuye a subvertir los proyectos de vida y de felicidad que Dios tiene para nosotros y para el mundo.

¿Que es lo que en mis gestos, en mis actitudes, es generador de injusticia, de sufrimiento, de explotación, de esclavitud, de muerte, para mí y para todos aquellos que me rodean?

Lo que aquí está en juego no es el respetar reglas “religiosamente correctas”, el evitar que Dios tenga razones de queja contra nosotros, o el huir de los castigos divinos; sino que es, antes que nada, el construir nuestra propia felicidad.
Es necesario que aprendamos a no ver en los “mandamientos” de Dios unas propuestas reaccionarias, trasnochadas, inventadas por una moral obsoleta y anticuada, que sólo sirven para limitar nuestra libertad o para impedir nuestra autonomía; sino que es preciso ver en los “mandamientos” “señales” con las cuales Dios, en su amor y en su preocupación por nuestra realización plena, nos ayuda a recorrer las rutas de la libertad y de la vida verdadera.

Comentario al evangelio – 26 de febrero

Hemos entrado de lleno en el tiempo de Cuaresma. El mensaje del Santo Padre Francisco nos invita a no desaprovechar estas semanas para fortalecer nuestra vida cristiana dejándonos iluminar y guiar por la Palabra de Dios. No siempre cumplimos al cien por cien lo que nos proponemos  para mejorar  nuestra vida; lo importante es no darse nunca por vencidos.  ¿Quién no tiene deseos de una vida espiritual más auténtica? ¡Ánimo! La gracia del Señor no nos va a faltar.

La lectura del profeta Daniel es una llamada al arrepentimiento por todos los males que aquejan al pueblo desterrado y que resume en estas palabras: “a nosotros nos abruma la vergüenza”. Y en el Salmo repetimos una y otra vez: “Señor, no nos trates  como merecen nuestros pecados”. Confiamos en la infinita bondad divina y no en nuestros méritos.

El evangelio es muy breve, es como un resumen de algunos puntos clave de la vida cristiana. Como solemos ser demasiado propensos a juzgar y condenar a los demás, Jesús nos dice: “no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados”.

Recuerdo todavía lo que un sacerdote le dijo a la persona que se confesaba:
-Mira, de todos los pecados que confesaste, ¿sabes cuál es el peor?
–Todos, Padre, contestó el penitente.
Y el confesor le explicó:
-Cuando hablas mal de tu prójimo, lo juzgas y lo condenas: ese sí que es un verdadero pecado mortal.
Por eso Jesús nos dice hoy: “No juzguéis y no seréis juzgados”.
Dios nos medirá con la misma medida con la que midamos a los demás.

Hay una antigua fábula que dice:
“El dios Prometeo al modelar a los hombres les colgó dos alforjas, una de defectos ajenos, otra de los defectos propios. La de los ajenos la puso delante, pero la otra la colgó detrás.
Desde entonces les ocurre a los hombres que de lejos ven los defectos ajenos, pero no miran los suyos propios. Esta fábula se refiere al hombre entrometido que, ciego en sus propias cosas, se ocupa de las que no le conciernen”.

En el mensaje para esta Cuaresma el santo Padre nos recomienda el ayuno y dice: “El ayuno debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia hambre de  nuestro corazón”. El Papa se está refiriendo en primer lugar al control de la comida y la bebida. Pero con toda razón podemos aplicar el mensaje del Papa  al “ayuno de palabras y juicios temerarios que juzgan y condenan a nuestros prójimos”, y que tal vez nos cuesta más practicar.

Carlos Latorre, cmf