Comentario al evangelio – 3 de marzo

Terminamos la segunda semana de Cuaresma con esta bien conocida parábola del padre misericordioso. Es el mensaje más precioso de nuestra religión cristiana: Dios es amor que se transforma en misericordia. Es  un amor tan profundo que le brota de las entrañas; no es un amor para quedar bien, o que se reserva sólo para algunos, los más buenos. Y es un amor tan perfecto que se entrega más a fondo  con los más perdidos.

El evangelio no nos oculta la cruda realidad que tuvo que enfrentar Jesús cuando contó estas parábolas: la oveja perdida es el pecador, la moneda perdida es el pecador, el hijo que se va de casa es el que amarga la vida de su padre. ¿Cómo puede ser que Dios Padre tenga tanta preocupación por el que se había alejado? Los que se consideraban buenos y justos no aceptaban esa forma de actuar de Dios Padre, por mucho que Jesús les hablara de Él e invitara a todos a imitarle.

Con estas parábolas Jesús revela su experiencia de Dios como Padre, un padre que ama con igual medida tanto a su hijo mayor como al menor; la diferencia de este amor la impone la forma de reaccionar de los dos hijos.

El mayor cree que ha hecho los méritos suficientes para ganarse todo el amor del padre, porque no ha fallado en ninguno  de sus mandatos y por tanto tiene que ser recompensado, mientras que la conducta del menor, debe ser castigada. Es incapaz de comprender la debilidad de su hermano  y de alegrarse con su regreso. El mayor miraba sólo sus propios derechos y  era inflexible ante el pecado de su hermano menor.

Lo escandaloso, lo incomprensible  de la parábola es comprobar que el hijo menor es quien acapara el amor del Padre a pesar de todo lo que ha hecho. ¡Y además se va a celebrar en la casa un gran banquete para festejar  su regreso!

El hijo mayor no tolera la gratuidad del amor divino, un amor que él  exige como «la paga» que se debe dar a una buena conducta. El amor  de Dios es gracia, pura benevolencia del Padre, porque Él es bueno de verdad y su “justicia” se llama misericordia.

Yo he visto llorar a un padre de familia al escuchar esta parábola que contó Jesús.

Dijo: “Yo eché a mi hijo de casa porque ya no lo aguantábamos más. Mi vida es todo lo contrario a este padre que besa y abraza al hijo que regresa. Y aguanta la crítica y agresividad del hijo mayor.  Estoy lleno de amargura y no hago más que pensar en el hijo que se me fue. Ahora os pido que recéis para que mi hijo vuelva y Dios me dé la fuerza para abrirle de nuevo las puertas de casa y perdone mi pecado”.

Jesús tocó el corazón de este padre de familia y después de dos mil años de haber contado la historia de los dos hijos, un padre se convirtió hoy y abrió su corazón a la compasión. El lunes pasado nos decía el evangelio: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.

Carlos Latorre, cmf