II Vísperas – Domingo III de Cuaresma

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: OH BONDADOSO CREADOR.

Oh bondadoso Creador, escucha
la voz de nuestras súplicas y el llanto
que, mientras dura el sacrosanto ayuno
de estos cuarenta días, derramamos.

A ti, que escrutas nuestros corazones
y que conoces todas sus flaquezas,
nos dirigimos para suplicarte
la gracia celestial de tu indulgencia.

Mucho ha sido, en verdad, lo que pecamos,
pero estamos, al fin, arrepentidos,
y te pedimos, por tu excelso nombre,
que nos cures los males que sufrimos.

Haz que, contigo ya reconciliados,
podamos dominar a nuestros cuerpos,
y, llenos de tu amor y de tu gracia,
no pequen más los corazones nuestros.

Oh Trinidad Santísima, concédenos,
oh simplicísima Unidad, otórganos
que los efectos de la penitencia
de estos días nos sean provechosos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Señor, Dios todopoderoso, líbranos por la gloria de tu nombre y concédenos un espíritu de conversión.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Señor, Dios todopoderoso, líbranos por la gloria de tu nombre y concédenos un espíritu de conversión.

Ant 2. Nos rescataron a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha.

Salmo 110 – GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su poder,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que lo practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nos rescataron a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha.

Ant 3. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

Cántico: PASIÓN VOLUNTARIA DE CRISTO, SIERVO DE DIOS 1Pe 2, 21b-24

Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.

El no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando le insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.

Cargado con nuestros pecados subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

LECTURA BREVE   1Co 9, 24-25

Los atletas que corren en el estadio corren todos, pero uno sólo consigue el premio. Corred como él, para conseguirlo. Todo atleta se impone moderación en todas sus cosas. Ellos lo hacen para alcanzar una corona que se marchita; nosotros una que no se ha de marchitar jamás.

RESPONSORIO BREVE

V. Escúchanos, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.
R. Escúchanos, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

V. Cristo, oye los ruegos de los que te suplicamos.
R. Porque hemos pecado contra ti.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Escúchanos, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «La casa de mi Padre es casa de oración, dice el Señor

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «La casa de mi Padre es casa de oración, dice el Señor

PRECES

Demos gloria y alabanza a Dios Padre que, por medio de su Hijo, la Palabra encarnada, nos hace renacer de un germen incorruptible y eterno, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de tu pueblo.

Escucha, Dios de misericordia, la oración que te presentamos en favor de tu pueblo
y concede a tus fieles desear tu palabra más que el alimento del cuerpo.

Enséñanos a amar de verdad y sin discriminación a nuestros hermanos y a los hombres de todas las razas,
y a trabajar por su bien y por la concordia mutua.

Pon tus ojos en los catecúmenos que se preparan para el bautismo
y haz de ellos piedras vivas y templo espiritual en tu honor.

Tú que por la predicación de Jonás exhortaste a los ninivitas a la penitencia,
haz que tu palabra llame a los pecadores a la conversión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que los moribundos esperen confiadamente el encuentro con Cristo, su juez,
y gocen eternamente de tu presencia.

Unidos fraternalmente, dirijamos al Padre nuestra oración común:

Padre nuestro…

ORACION

Dios nuestro, fuente de toda bondad y misericordia, que nos otorgas un remedio para nuestros pecados por el ayuno, la oración y la limosna, recibe con agrado la confesión que te hacemos de nuestra debilidad y, ya que nos oprime el peso de nuestras culpas, levántanos con el auxilio de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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El celo de tu casa me devora

Hoy vemos a Jesús un tanto triste, en una situación brusca, y le seguimos, no sabemos por qué…, y vamos a adivinar su tristeza y esa actitud que nos choca tanto, cuando Él es amor, ternura, bondad. ¿Por qué se pone así? Nos lo narra el Evangelio de San Juan, capítulo 2, versículo 13-25. Lo escuchamos con atención:

Estaba próxima la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Se encontró en el templo con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y con los cambistas sentados. Y haciendo de cuerdas un látigo, expulsó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes, tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Dijo entonces a los vendedores de palomas: “Quitad esto de aquí. No hagáis de la casa de mi Padre una casa de negocios”. Se acordaron sus discípulos que está escrito “El celo de tu casa me consume”. Entonces los judíos respondieron y le dijeron: “¿Qué señal nos das para hacer esto?”. Respondió Jesús y les dijo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Los judíos le replicaron: “En cuarenta y seis años se construyó este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días?”. Pero Él hablaba del templo de su cuerpo, de aquí que cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que lo había predicho y creyeron en la Escritura y en las palabras pronunciadas por Jesús. Mientras estuvo en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos porque los conocía a todos.

Jn 2,13-25 

No nos extraña que te hayas puesto así, Jesús, y que estés triste y que tu actitud sea brusca, no nos extraña, porque Tú consideras el templo como el lugar de la casa de tu Padre y… ¿qué pasa? Que cuando vienes de Cafarnaúm que has estado en una breve estancia allí, subes allí, a Jerusalén, a la fiesta de la Pascua. Es la primera vez que en tu vida pública subes al templo y en el atrio del templo ves que se ha instalado un mercado de animales y mesas de cambio de monedas. Comprendes que responden a una necesidad de la época, ya que los animales eran precisos para los sacrificios y ofrendas, y las monedas romanas, griegas, fenicias y sirias eran cambiadas por el dinero local. Pero no entiendes que todo este mercado se haga dentro de la casa de tu Padre. Y no lo toleras porque el celo de tu casa te devora, dices más de una vez. Y rechazas con energía esta forma de utilizar la casa de Dios.

Querido amigo, a ti y a mí esta actitud nos hace pensar mucho… y se nos graba la palabra “templo”. ¿Qué es el templo? Donde Tú habitas, el lugar de encuentro. ¿Dónde más? ¿Dónde más estás? En el corazón de cada uno de nosotros, en el lugar donde estás Tú real y presente, y en el interior de nuestra propia vida. Y ahí no permites que haya tráfico de mercancías interiores. Muchas veces vamos al Templo y nos limitamos simplemente a asistir mecánicamente y cumplir los compromisos estricta o como sea pero de una manera fría, para tenerte contento a ti y para tranquilizarnos también interiormente. Tú no quieres eso, lo rechazas y me dices: “No te limites a eso, no te limites a asistir así”. Que tu corazón esté lleno, y que tus labios hablen de tu corazón profundamente lo que quiere, porque quieres que se honre por fuera y por dentro.

Muchas veces también vemos que en el templo de nuestro corazón domina toda clase de negocios: domina los negocios de mis preocupaciones, mis líos, mis pensamientos, mis juicios, mis formas de actuar, mis orgullos…, todo es una mercancía, un ir y venir. Y Tú ahí no puedes estar, no tienes lugar para estar ahí, dentro de nuestro corazón. Por eso hoy me dices que me convierta, que nos convirtamos, pero desde dentro, desde el corazón. Y que no juguemos con el interior, que no compremos ni vendamos permanentemente dentro. Y… sí, decíamos antes que no nos extraña tu actitud, pero yo hoy a ti, querido amigo, juntos nos decimos y le decimos a Jesús que expulse todos los vendedores que tenemos dentro, que reemplace toda esa mercancía por el lugar de la paz, de la misericordia y de la alegría, que eres Tú, que es tu presencia. No toleras nunca esto, y hablas así.

Y que luego seamos sinceros y practiquemos las cosas y todo lo tuyo desde el corazón. Y que podamos decir que le honramos de verdad. Que Tú, Señor, no digas: “Este pueblo…, tú me honras con los labios, pero tu corazón está lejos de mí, mientes en tu vida”. No, no quieres este tipo de mercancías, de negocios, no quieres fanatismos, pero quieres realidad, quieres corazón, quieres amor. Hoy Jesús te decimos una y una vez más que entres en nuestro corazón y que realmente lo cambies para que sea un lugar de encuentro contigo. Y que ahí puedas morar alegremente y con toda paz.

Te pedimos que nos conviertas, que nos transformes interior y exteriormente en la vida, que cambies nuestro corazón duro y materialista, que nos hagas con un corazón acogedor, amistoso, solidario. Ésta es la verdadera mercancía que Tú quieres. Que Tú nos estás llamando para que llevemos una fe adulta, pero que también me dices: “No tendrás más dioses que a mí”. Hoy, Jesús, te pido que aceptes mis ansias y mis ganas de convertirme hacia ti. Pero también quisiera entrar en tu corazón y ese celo, que se contagiara al mío. Que tuviera celo por ti, ansias, fuego de que nada le entorpezca. Se lo pedimos hoy de todo corazón a Jesús y repetimos en nuestro interior: “El templo… el templo…” Ese templo, a cuidarlo. “El celo de tu casa me devora”.

Le decimos a al Virgen que nos ayude a expulsar todo lo que no es Él, para que Él se encuentre a gusto y que no estemos negociando con la vida, ni con la vida tuya. Y se lo decimos a la Virgen también que nos ayude en este camino de conversión, en esta fuerza que necesitamos para transformar nuestro interior en una luz brillante de fe que transforme nuestra vida, y que seamos ejemplo y esperanza de un Jesús que quiere estar ahí con nosotros. Que hoy, como una música repetitiva, oigamos “El celo de mi casa me devora”. El celo me devora y me hace cada día más exigente en mi vida interior. Que seamos templos limpios del encuentro y del lugar del Señor. Y Jesús, una vez más, no me extraña…, pero quiero que tu actitud cambie cuando veas mi templo y veas que no hay nada… nada que negocie la vida íntima mía. “El celo de tu casa me devora”.

 

Francisca Sierra Gómez

 

Domingo III de Cuaresma

En días como éstos en que somos testigos de una mayor o menor violencia por doquier en el mundo, nos hubiera gustado a todos que se nos presentara la imagen de un Jesús lleno de ternura y de dulzura, cual ese Jesús almibarado de las imágenes del estilo de San Sulpicio, acariciando tiernamente a la oveja que quisiéramos nosotros ser. Pero la imagen que nos ofrece Juan, ya desde el comienzo de su Evangelio, en el capítulo que acabamos de escuchar, es más bien la de un Jesús violento.

No tratemos de explicar demasiado rápidamente, demasiado fácilmente esta violencia como una “santa violencia” justificada por abusos escandalosos. De hecho no se daba abuso alguno. Era preciso que fueran ofrecidos animales en el Templo cada día, animales que habían de responder a determinadas exigencias de pureza. Práctica ésta que era casi tan antigua como el Templo mismo. Y todos los Judíos que venían de la Diáspora se veían obligados a cambiar su dinero extranjero antes de poder comprar el animal para el sacrificio del mismo. Era ésta también una práctica tan antigua como la diáspora misma.

¿A qué viene entonces la violencia de Jesús? En realidad su actitud era de una radicalidad mayor de lo que pueda aparecer a primera vista. Lo que de hecho hace Jesús es dar por acabada la economía sacrificial misma. En la religión de Israel, lo mismo que en toda las religiones de la Antigüedad se daba un lazo esencial entre la violencia y lo sagrado. En todo ser humano se esconde una fuente de violencia, que se halla unida a la misma energía vital, y a través de ésta, a lo divino. Esta violencia que lleva en si inquieta al hombre, por lo que trata de domesticarla canalizándola en sacrificios en los que las víctimas inmoladas se convierten en el objeto ritual de esa violencia. En los sacrificios proyecta el hombre fuera de si la violencia que lleva en si y que le ahoga y llega de esta manera a llevar una vida social más o menos armoniosa.

Toda la liturgia sacrificial del Templo quedaba inscrita en esa lógica. Por el hecho de expulsar del Templo a todo el mundo – y no sólo los animales – muestra Jesús de manera clara que quiere poner fin a esta religión sacrificial. Y los Judíos le entienden muy bien cuando le piden un signo que muestre que tiene la autoridad de hacer algo tan radical, más radical que cuanto han llevado a cabo los profetas que le han precedido.

La respuesta de Jesús es asimismo de un radicalismo tremendo: da entender que de ahora en adelante el ser humano no puede ritualizar la violencia que en si lleva, que no puede proyectarla ritualmente fuera de si. Será preciso que se enfrente a esta violencia doquiera se halle: en su corazón y en su vida bien se trate de una violencia infligida o de una violencia sufrida. Signo de que ha comenzado una era nueva será que los Judíos matarán a Jesús, y que, por fidelidad para con su Padre y por amor a nosotros, aceptará Jesús ser el objeto de esa violencia. La muerte de Jesús no ha sido una muerte sacrificial No ha sido inmolado como un cordero. Ha sido ejecutado, asesinado, por la misma violencia de la que tantos otros han sido y son víctimas.

A partir de este momento no nos es ya posible apaciguar a Dios con sacrificios. Es menester que con todo valor nos enfrentemos a la violencia que llevamos en nuestros corazones y la dominemos doquiera se halle. La muerte de Jesús no ha sido un sacrificio en el sentido en que lo eran los sacrificios del Antiguo Testamento. Es toda la vida de Jesús, con su muerte y resurrección, la que remplaza al conjunto de los sacrificios de la Antigua Alianza. De igual manera es a través de nuestra vida toda, enfrentándonos valerosamente a cuanto puede en nuestros corazones haber de violencia, sin dejarnos dominar por ella, y aceptando en determinadas circunstancias ser objeto de la violencia de los demás por amor de Cristo, como llegamos también nosotros a ser un sacrificio espiritual agradable a Dios.

Como nos enseña la frase misteriosa del final de este Evangelio, no basta con creer en Jesús. Es menester que vivamos asimismo con un grado de honradez y de verdad tal que el mismo Jesús pueda creer en nosotros.

A. Veilleux

Domingo III de Cuaresma

Lo más seguro es que este hecho sucedió en vísperas de la Pasión, como indican los sinópticos. Juan lo adelanta al comienzo de la vida pública. Para destacar, desde el principio, que este tremendo conflicto con la religión marca lo que el IV Evangelio quiere enseñar. Según el evangelio de Juan, el lugar del encuentro con Dios ya no es el templo (con sus sacerdotes, rituales y ceremonias), sino el ser humano. O sea, a Dios no se le encuentra ya en la sacralidad de las relaciones religiosas, sino en la laicidad de las relaciones humanas.

Jesús no pretendió «purificar» el templo, sino «acabar» con él. Cuando las autoridades religiosas («los judíos»: Jn 1, 19; 11, 47; 19, 7. 12; cf. 8, 31; 11, 19; 12, 11) piden explicaciones a Jesús, él responde: Destruid este templo yen tres días lo levantaré. Y se refería a su persona. Para Jesús, el templo es el ser humano. Y así pensaba la Iglesia primitiva: cada cristiano es el templo de Dios (1 Co 3, 17; 6, 19; 2 Co 6, 16). Y cada ser humano es una piedra viva del santuario que Dios quiere (Is 66, 1 s; Hech 7, 49-51; 17, 24).

Los cristianos hemos restaurado lo que Jesús destruyó. Ahora merecen más respeto los templos que muchos seres humanos. Y en las catedrales vuelve a correr el dinero. Eso sí, con unas liturgias observadas al pie de la letra, por más pesadas e insoportables que resulten. Da la impresión de que en Roma preocupa más el ritual que el Evangelio. Sin duda alguna, en la Iglesia, la religión ha llegado a tener más importancia que el Evangelio.

José María Castillo

Spe Salvi – Benedicto XVI

« Lugares » de aprendizaje y del ejercicio de la esperanza

I. La oración como escuela de la esperanza

32. Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme[25]. Si me veo relegado a la extrema soledad…; el que reza nunca está totalmente solo. De sus trece años de prisión, nueve de los cuales en aislamiento, el inolvidable Cardenal Nguyen Van Thuan nos ha dejado un precioso opúsculo: Oraciones de esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad.


[25] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2657.

Lectio Divina – 4 de marzo

Lectio: Domingo, 4 Marzo, 2018

La purificación del templo
Jesús el nuevo templo
Juan 2, 13-25

1. Oración inicial

Espíritu de verdad, enviado por Jesús para conducirnos a la verdad toda entera, abre nuestra mente a la inteligencia de las Escrituras. Tú, que descendiendo sobre María de Nazareth, la convertiste en tierra buena donde el Verbo de Dios pudo germinar, purifica nuestros corazones de todo lo que opone resistencia a la Palabra. Haz que aprendamos como Ella a escuchar con corazón bueno y perfecto la Palabra que Dios nos envía en la vida y en la Escritura, para custodiarla y producir fruto con nuestra perseverancia.

2. Lectura

i) Contexto y estructura:

Nuestro pasaje sigue inmediatamente al primer signo de Jesús en Caná de Galilea (2, 1-12). Existen algunas expresiones y frases que se repiten en las dos escenas y hacen pensar que el autor haya querido crear un contraste entre las dos escenas. En Caná, una aldea de Galilea, durante una fiesta de bodas, una mujer hebrea, la madre de Jesús, demuestra una confianza ilimitada en Jesús e invita a la acogida de su palabra (2, 3-5). Por otra parte, «los Judíos» durante la celebración de la Pascua en Jerusalén rechazan el creer en Jesús y no acogen su palabra. En Caná Jesús hizo el primer signo (2,11), aquí los Judíos piden un signo (v.18), pero no aceptan el signo que Jesús les da (2,20).
El desarrollo de nuestra pequeña historia es muy sencilla. El v. 13 la encuadra en un contexto espacial y temporal bien preciso y significativo: Jesús sube a Jerusalén por la Pascua. El v. 14 introduce la escena que hace desencadenar una fuerte reacción por parte de Jesús. La acción de Jesús viene descrita en el v.15 y motivada por el mismo Jesús en el v. 16. La acción y la palabra de Jesús suscitan dos reacciones. La primera, la de los discípulos, es de admiración (v. 17); la segunda, aquélla de los «judíos», es de desacuerdo y confrontación (v.18). Ellos reclaman una explicación por parte de Jesús (v. 19), pero no están abiertos a acogerla (v.20). En este momento interviene el narrador para interpretar auténticamente la palabra de Jesús (v.21). «Los Judíos» no pueden entender el verdadero significado de la palabra de Jesús. Pero ni siquiera los discípulos, que lo admiran como un profeta lleno de celo por Dios, la pueden entender ahora: sólo después de su cumplimiento creerán en la palabra de Jesús (v.22). Finalmente el narrador nos ofrece un resumen sobre la acogida entusiasta de Jesús por parte de las gentes en Jerusalén (vv. 23-25). Pero esta fe basada sólo en los signos no entusiasma a Jesús.

ii) El texto:

13 Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. 14 Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. 15 Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; 16 y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado.» 17 Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu casa me devorará.
Juan 2, 13-2518 Los judíos entonces replicaron diciéndole: «Qué signo nos muestras para obrar así?» 19 Jesús les respondió: «Destruid este santuario y en tres días lo levantaré.» 20 Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se ha tardado en construir este santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» 21 Pero él hablaba del santuario de su cuerpo. 22 Cuando fue levantado, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.
23 Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver los signos que realizaba. 24 Pero Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos 25 y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre.

3. Un momento de silencio orante

para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

i) ¿Soy capaz de confiarme a Dios completamente en un acto de fe o pido siempre signos?
ii) Dios me proporciona muchos signos de su presencia en mi vida ¿soy capaz de acogerlos?
iii) ¿Me contento con el culto exterior o trato de ofrecer a Dios el culto de mi obediencia en la cotidianidad de la vida?
iv) ¿Quién es Jesús para mi? ¿Soy consciente de que sólo en Él y por medio de Él es posible encontrar a Dios?

5. Una clave de lectura

para aquéllos que quieran profundizar más en el tema.

«Los Judíos»

El Evangelio de Juan tiene el carácter de un largo debate sobre la identidad de Jesús. En este debate cristológico está de una parte Jesús y de la otra «los Judíos». Pero este debate, más que la situación histórica del tiempo de Jesús, expresa la situación desarrollada hacia los años ochenta del primer siglo entre los seguidores de Jesús y los hebreos, que no lo han aceptado como Hijo de Dios y Mesías. Ciertamente, el enfrentamiento se inició ya durante el ministerio de Jesús. Pero la división entre los dos grupos que étnicamente eran todos lo mismo y constituido por hebreos, se hizo definitiva cuando aquéllos que no aceptaban a Jesús como Hijo de Dios y Mesías, sino que lo tenían como blasfemo, expulsaron a los seguidores de Jesús de las sinagogas, o sea, de la comunidad de fe hebraica (ver Jn 9, 22; 12,42; 16,2).
Por tanto, «los Judíos» que encontramos a menudo en el cuarto evangelio no representan el pueblo hebreo. Son los elementos literarios en el debate cristológico que se desata en este evangelio. Ellos representan, no una raza, sino a aquéllos que han tomado una posición clara de rechazo absoluto de Jesús. En una lectura actualizada del evangelio, «los Judíos», son todos aquéllos que rechazan a Jesús, sea cual sea la nación o época a la que pertenezcan.

Los signos

Las curaciones y otras acciones taumatúrgicas de Jesús que los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) llaman milagros o prodigios, Juan los llama signos. En cuanto que son signos señalan algo que va más allá de la acción que se ve. Ellos revelan el misterio de Jesús. Así, por ejemplo, la curación del ciego de nacimiento revela a Jesús como luz del mundo (Jn 8,12; 9, 1-41); la resurrección de Lázaro revela que Jesús es la resurrección y la vida (ver Jn 11, 1-45).
En nuestra narración «los Judíos» piden un signo en el sentido de una prueba, que autenticase las palabras y acciones de Jesús. Pero en el cuarto evangelio, Jesús no obra signos como pruebas que garanticen la fe. Una fe basada en los signos no es suficiente. Es sólo una fe incipiente que puede conducir a la verdadera fe (ver Jn 20.30-31), pero que también puede no tener éxito (ver Jn 6,26).
El evangelio de Juan nos pide que vayamos más allá de los signos, de no quedarnos en lo maravilloso, sino acoger el significado más profundo de revelación que los signos quieren indicar.

Jesús nuevo Templo

El templo de Jerusalén era el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Sin embargo, los profetas insistieron incesantemente en que no bastaba acceder al templo y ofrecer sacrificios para ser agradables a Dios (ver Is 1,10-17; Jer 7, 1-28; Am 4, 4-5; 5, 21-27). Dios pide la obediencia y una vida moralmente recta y justa. Si el culto exterior no expresa estas posturas vitales, es vacío (ver 1 Sam 15, 22). Jesús se injerta en esta tradición profética de purificación del culto (ver Zac 14, 21 y Mal 3,1 para la acción del futuro «Mesías» a este respecto). Los discípulos lo admiran por esto y rápidamente piensan que por este modo de comportarse tendrá que sufrir en la persona como Jeremías (ver Jr 26, 1-15) y los otros profetas .
Pero para el evangelio de Juan la acción de Jesús es más que un gesto profético de celo por Dios. Es un signo que prefigura y anuncia el gran signo de la muerte y resurrección de Jesús. Más que una purificación, lo que hace Jesús es anunciar la abolición del templo y del culto allí celebrado, porque ya el lugar de la presencia de Dios es el cuerpo glorificado de Jesús (ver Jn 1,51; 4, 23).

6. Salmo 50

El culto que Dios quiere

Habla Yahvé, Dios de los dioses:
convoca a la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la Hermosa sin par, Dios resplandece;
viene nuestro Dios y no callará.
Lo precede un fuego voraz,
lo rodea violenta tempestad;
convoca desde lo alto a los cielos,
y a la tierra para juzgar a su pueblo.

«Reunid ante mí a mis adeptos,
que sellaron mi alianza con sacrificios».
(Los cielos proclaman su justicia,
pues Dios mismo viene como juez).

«Escucha, pueblo mío, voy a hablar,
Israel, testifico contra ti,
yo, Dios, tu Dios.
No te acuso por tus sacrificios,
¡están siempre ante mí tus holocaustos!
No tomaré novillos de tu casa,
ni machos cabríos de tus apriscos,
pues son mías las fieras salvajes,
las bestias en los montes a millares;
conozco las aves de los cielos,
mías son las alimañas del campo.

Si hambre tuviera, no te lo diría,
porque mío es el orbe y cuanto encierra.
¿Acaso como carne de toros
o bebo sangre de machos cabríos?
Sacrifica a Dios dándole gracias,
cumple todos tus votos al Altísimo:
invócame en el día de la angustia,
te libraré y tú me darás gloria.

Pero al malvado Dios le dice:
«¿A qué viene recitar mis preceptos
y ponerte a hablar de mi alianza,
tú que detestas la doctrina
y a tus espaldas echas mis palabras?

Si ves a un ladrón vas con él,
compartes tu suerte con adúlteros;
abres tu boca con malicia,
tu lengua trama engaños.

Te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre.
Haces esto, ¿y he de callarme?
¿Piensas que soy como tú?
Yo te acuso y te lo echo en cara.

Entended esto bien los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce y no haya quien os salve.
Me honra quien sacrifica dándome gracias,
al que es recto le haré ver la salvación de Dios».

7. Oración final

¡Oh Padre!, tú has constituído a tu Hijo Jesús templo nuevo de la nueva y definitiva alianza, construido no por manos de hombre sino del Espíritu Santo. Haz que, acogiendo con fe su Palabra, vivamos en Él y podamos así adorarte en espíritu y verdad. Abre nuestros ojos a las necesidades de nuestros hermanos y hermanas que son miembros del cuerpo de Cristo para que sirviendo a ellos te demos el verdadero culto que tú deseas. Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Los diez mandamientos y los nuevos mercaderes del templo

Exceso de oferta

El año pasado, los hijos mayores han logrado llevarnos al Salón del libro. Apenas entré, he tenido una sensación de aturdimiento. Me detenía en un stand, ojeaba un volumen, pasaba sus páginas, pero inmediatamente mi atención se sentía capturada por otra propuesta y la curiosidad estimulada por otros temas. Por eso no logré detenerme de verdad en ninguna parte.
Tuvo más suerte mi mujer. Tropezó, después de pocos pasos, con una Editorial especializada en libros de cocina, y allí se quedó plantada. Al final ha reaparecido con dos bolsas llenas a reventar. Durante todo el año se empeñó con aquellas recetas, de las que nosotros llegamos a desconfiar.

Los muchachos, más modestamente, se han limitado a hacer acopio de catálogos y hojas de propaganda.

Sin embargo, yo me he encontrado con las manos y la cabeza vacías. Pasa eso cuando la oferta es excesiva.

Algo parecido ha ocurrido el domingo en la iglesia. La oferta de la liturgia de la palabra era sobreabundante, me atrevería a decir desbordante, desproporcionada respecto a nuestra capacidad de acogida. ¿Cómo situar todo aquello de tan alto contenido en dos o tres simples pensamientos que nos acompañen durante toda la semana?

El cura estaba en un aprieto, y se intuía claramente. Había renunciado al acostumbrado apunte con el esquema de la predicación (un esquema apenas esbozado, y para interpretar libremente: me lo confió una vez que le pedí información al respecto). Picoteaba diversos temas, tan atrayentes unos como otros, pero se captaba que no conseguía desarrollarlos tan adecuadamente como él habría deseado, con el temor de dejar fuera otros temas también interesantes.

Se ha dejado escapar la observación de que «para comentar aquellas lecturas haría falta una homilía de al menos una hora y media», y algunos oyentes se han cruzado miradas de terror.
 
Los mandamientos no se eligen

Afortunadamente se ha limitado a ofrecernos una rociada de pensamientos dispersos. Una elección óptima, creo yo. Hablando de la página del decálogo ha recordado que los hebreos no dicen, como nosotros, «mandamientos», sino que prefieren decir «las diez palabras», para quitar toda idea de legalismo. Estas no son imposiciones más o menos arbitrarias para hacernos andar derechos, sino palabras de revelación, que iluminan el camino de hombres libres y con intención de permanecer así, respetuosos de los derechos tanto de Dios como de los hermanos.

Con una punta de ironía, nos ha dirigido después una invitación a controlar su número: seguramente eran diez inicialmente, y no debería perderse ninguno por el camino, ni quedar abandonado porque nos pareciera inservible o un estorbo. Es necesario reconocer que hay gente que ha logrado borrar alguno de su propia conducta práctica.

El cura se refería no sólo al sexto y noveno, sino también al que manda categóricamente no robar.

Después oportunamente ha explicado que el verbo «honrar», referido al padre y a la madre, debería traducirse por «glorificar»(algo que hace referencia a lo que se debe a Dios). Y no ha dejado de advertir que este mandamiento no podemos endilgarlo exclusivamente a los niños («he desobedecido a mis padres…»), sino que afecta esencialmente a los hijos adultos y a sus responsabilidades precisas en relación a los ancianos. Y aquí desgraciadamente el discurso se ha interrumpido, por las razones, siempre las mismas, de tiempo. Debo reconocer que habría exigido un desarrollo mucho más profundo y molesto para casi todos. Yo que voy con frecuencia al asilo de ancianos, habría tenido materia abundante para someter a la atención de nuestro párroco.

Personalmente habría deseado también que se hubiera explicado el hecho de por qué casi todos los mandamientos se presentan en forma negativa, y por tanto con prohibiciones, consteladas por esa serie de «no… no… no».

También me hubiera gustado alguna explicación relacionada con este texto: «No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo… No te postrarás ante ellos…».

Pensaba en los innumerables ídolos que pueblan nuestra sociedad y deseaba que el cura no se conformase con una alusión vaga, sino que señalase a alguno por el nombre.

En cuanto a las imágenes, inspeccionaba con la mirada los altares laterales de nuestra iglesia atestados de imágenes de todo tipo, y objeto de tanta y tan abigarrada devoción popular. Obras que revelan un mal gusto y calidad decadente. Sin embargo, si el cura se atreviese a hacer desaparecer una de aquellas imágenes dulzonas, sonaría la alarma por parte de las devotas y vigilantes centinelas, quienes gritarían que los curas ya no tienen fe («por algo la gente ya no va a la iglesia, si los mismos curas no creen…»), y quieren cambiar la religión de nuestros viejos, y dentro de poco llegarán a abolir incluso los mandamientos de Dios (sí, precisamente esas diez palabras que mandan, entre otras cosas: «No te harás ídolos, figura alguna…»).
 
La fe no se alimenta de milagros

Fulminante el comentario a la frase de Pablo: «Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos…» (es lo que se dice ir contracorriente, bien lejos de «satisfacer las exigencias del hombre de hoy»…).

El párroco ha defendido que son los mismos peligros que amenazan al cristianismo de nuestro tiempo: un exceso de intelectualismo y un exceso de «devocionalismo milagrero».

Ha precisado que la facilonería de ver y pretender milagros por todas partes no es señal de fe, sino que revela una sustancial falta de fe, o al menos una debilidad de la misma. «El milagrismo exasperado es un síntoma preocupante de una grave enfermedad de la fe. Ya ocurrió en los tiempos del éxodo, en Masá y Meribá».

La fe goza de buena salud sólo cuando se alimenta de la palabra de Dios, y no de sucedáneos, no de hechos prodigiosos «divulgados incluso por hombres de Iglesia, más allá de cualquier límite de decencia» (el domingo nuestro cura atacaba duro, a pesar del poco tiempo de que disponía respecto a la cantidad de materia y al abanico de temas excitantes que ofrecía).

Ha concluido categóricamente que «la fe se alimenta de fe, no de milagros». Ha hecho también una cita que he anotado mentalmente, aunque no recuerdo el nombre del autor: «La firma de Dios es la discreción».
 
Los mercaderes han sido sustituidos por los directores

Ha terminado diciendo que la página sacrificada ha sido la del evangelio. El predicador ha hablado «correctamente» (está en vigor el lenguaje «políticamente correcto», pero se ve que existe también el «exegéticamente correcto») de «purificación del templo», en vez del habitual «expulsión de los mercaderes del templo» (si bien la sustancia no cambia mucho, a mi modo de ver).

Ha lanzado la idea de que los fieles deberían «reapropiarse» (he ahí otra palabra predilecta) de la iglesia como lugar de oración y del espacio sagrado como lugar de silencio y de adoración, al margen de las celebraciones litúrgicas. Bien dicho, aunque los curas deberían preocuparse más de este asunto y quizás dar ejemplo.

Pero yo creo que los mercaderes del templo hoy ya no están detrás de las mesas, algo que desdice de su dignidad. En todo caso las controlan. Ellos están situados en oficinas ultramodernas, con todos los refinamientos facilitados por el progreso tecnológico. Visten elegantemente. Viajan en cochazos con chofer, y hasta en aviones privados. Se dejan entrevistar con mucho gusto y sus fotografías aparecen en periódicos de moda.

En el área del templo ha aparecido la figura, no excesivamente tranquilizante, del directivo, del empresario de obras caritativas y sociales. Individuos que se mueven desenvueltamente -por no decir algo peor- en el mundo de las finanzas. Tienen la cara untada por la complacencia que se deriva del éxito y de la fama que les besan. Recientemente uno de ellos ha declarado, con una cierta dosis de descaro, que en ninguna parte del evangelio está escrito que esté prohibido cerrar óptimos negocios y que sería hora de «terminar con toda esa retórica de la pobreza…Con la pobreza no se realizan las obras de Dios…» y siguen así diciendo despropósitos.

Tengo motivos para pensar que por la noche, antes de dormirse (siempre muchos tarde), estos mercaderes del templo en versión moderna no cogen de la mesilla de noche El Evangelio o el Breviario, y mucho menos el rosario, sino la lista de la bolsa y la chequera.

Fin de mis malos pensamientos cultivados en la iglesia. ¿Hay que fiarse de los que van a la iglesia?

Nuestro cura (que seguramente no pertenece a la categoría de los directivos, por suerte suya y nuestra), comentando la última frase del evangelio («Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre»), ha disparado el tiro final que nos ha dejado sin aliento: «Estad atentos porque el Señor no se fía ni siquiera de los que van a la iglesia…».

Tengo que reconocer que los términos eran un poco brutales y ciertamente no pertenecían al lenguaje «políticamente correcto». Quizás el discurso no estuvo del todo matizado. Pero el domingo el tiempo no permitía los matices y las distinciones. De todos modos el golpe, al menos por lo que a mí toca, dio en la diana.

Y hasta Santiago se ha abstenido de sus habituales comentarios sarcásticos y ha admitido: «Quizás exagera. De todos modos hay que pensarlo…».

Es más fácil digerir la recetas de mi mujer que el pan de la Palabra deshornado en la iglesia. Pero este último, precisamente porque es indigesto, va bien para la salud.

A. Pronzato

¡Silencio! Es casa de oración

Uno de mis “caballos de batalla” desde que fui ordenado sacerdote, en los distintos destinos en que he estado, es que dentro del templo se guarde un ambiente de silencio y recogimiento, aunque no haya comenzado la celebración eucarística. En más de una ocasión, cuando he reconvenido a alguien que estaba hablando, la respuesta airada ha sido: “Si no ha empezado todavía”. Les respondo siempre que ni el templo es un cine, ni la Eucaristía una película, sino un encuentro con el Señor y hay que prepararse. Curiosamente, los mayores rechazos, protestas y enfados ante mi petición de silencio han provenido de personas “habituales”, las mismas que luego, con ocasión de bodas, bautizos y primeras comuniones se quejan de que “esa gente no sabe guardar respeto”.

En este tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión, el Evangelio de san Juan nos ha presentado a Jesús que encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas…; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo… les dijo: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

En los textos paralelos de Mateo, Marcos y Lucas, Jesús añade citando al profeta Isaías (56, 7): Está escrito: mi casa es casa de oración. Pedir y guardar silencio en el templo no es un capricho o una cabezonería de éste o aquél cura, sino una petición expresa del Señor que no debemos obviar.

En este sentido, Mons. Antonio Cañizares, Arzobispo de Valencia, escribió recientemente: es necesario esforzarnos todos en que las iglesias o templos sean de verdad casa de oración (…) Quiero insistir aún más en el silencio debido para la oración, la escucha de la Palabra, para la adoración y la contemplación, para el recogimiento necesario, para el encuentro con Dios y consigo mismo (3enero 2018).

Y también el Papa Francisco, en sus Audiencias Generales, ha indicado: cuando nosotros vamos a misa, quizá llegamos cinco minutos antes y empezamos a hablar con este que está a nuestro lado. Pero no es el momento de hablar: es el momento del silencio para prepararnos al diálogo. Es el momento de recogerse en el corazón para prepararse al encuentro con Jesús. ¡El silencio es muy importante! No vamos a un espectáculo, vamos al encuentro con el Señor y el silencio nos prepara y nos acompaña. (15 noviembre 2017).

Y continúa diciendo: El silencio no se reduce a la ausencia de palabras, sino a la disposición a escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo (…)Tal vez venimos de días de cansancio, de alegría, de dolor, y queremos decírselo al Señor, invocar su ayuda, pedir que nos esté cercano; tenemos amigos o familiares enfermos o que atraviesan pruebas difíciles; deseamos confiar a Dios el destino de la Iglesia y del mundo (10 de enero de 2018).
Si no guardamos y hacemos guardar el silencio en el templo, éste no será una casa de oración y no podremos hablar a Dios de lo que nos importa, de lo que nos preocupa; y necesitamos hacerlo; y tampoco nos habremos preparado para escuchar a Dios, algo que también necesitamos. Por eso sigue diciendo el Papa Francisco: Es necesario estar en silencio y escuchar la Palabra de Dios. ¡Necesitamos escucharlo! Es de hecho una cuestión de vida, como recuerda la fuerte expresión que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4, 4). La vida que nos da la Palabra de Dios (…) Cuando se lee la Palabra de Dios debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo que nos habla y no pensar en otras cosas o hablar de otras cosas. ¿Entendido? (31 enero 2018).

¿Soy de los que hablan dentro del templo? ¿Cómo reacciono cuando me piden que guarde silencio? ¿He sufrido la charla de otras personas que me ha impedido tener un tiempo de oración o prepararme para la Eucaristía? ¿Cuál es mi actitud cuando se proclama la Palabra de Dios?

Depende de nosotros que nuestros templos sean verdaderas casas de oración, en donde desde el silencio podamos hablar a Dios y escucharle: está en juego nuestra vida espiritual, nuestro seguimiento de Cristo y nuestro testimonio de fe, porque como dice el Papa Francisco: la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón. Nosotros escuchamos el Evangelio y debemos dar una respuesta en nuestra vida. Si, por tanto, nos ponemos a la escucha de la «buena noticia», seremos convertidos y transformados por ella, por tanto capaces de cambiarnos a nosotros mismos y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de Dios entra por las orejas, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas obras. (7 febrero 2018).

El culto al dinero

Hay algo alarmante en nuestra sociedad que nunca denunciaremos bastante. Vivimos en una civilización que tiene como eje de pensamiento y criterio de actuación la secreta convicción de que lo importante y decisivo no es lo que uno es, sino lo que uno tiene. Se ha dicho que el dinero es «el símbolo e ídolo de nuestra civilización»(Miguel Delibes). Y de hecho son mayoría los que le rinden su ser y le sacrifican toda su vida.

John K. Galbraith, el gran teórico del capitalismo moderno, describe así el poder del dinero en su obra La sociedad opulenta: el dinero «trae consigo tres ventajas fundamentales: primero, el goce del poder que presta al hombre; segundo, la posesión real de todas las cosas que pueden comprarse con dinero; tercero, el prestigio o respeto de que goza el rico gracias a su riqueza».

Cuántas personas, sin atreverse a confesarlo, saben que en su vida, en un grado u otro, lo decisivo, lo importante y definitivo, es ganar dinero, adquirir un bienestar material, lograr un prestigio económico.

Aquí está sin duda una de las quiebras más graves de nuestra civilización. El hombre occidental se ha hecho en buena parte materialista y, a pesar de sus grandes proclamas sobre la libertad, la justicia o la solidaridad, apenas cree en otra cosa que no sea el dinero.

Y, sin embargo, hay poca gente feliz. Con dinero se puede montar un piso agradable, pero no crear un hogar cálido. Con dinero se puede comprar una cama cómoda, pero no un sueño tranquilo. Con dinero se pueden adquirir nuevas relaciones, pero no despertar una verdadera amistad. Con dinero se puede comprar placer, pero no felicidad. Pero los creyentes hemos de recordar algo más. El dinero abre todas las puertas, pero nunca abre la puerta de nuestro corazón a Dios.

No estamos acostumbrados los cristianos a la imagen violenta de un Mesías fustigando a las gentes. Y, sin embargo, esa es la reacción de Jesús al encontrarse con hombres que, incluso en el templo, no saben buscar otra cosa que no sea su propio negocio.

El templo deja de ser lugar de encuentro con el Padre cuando nuestra vida es un mercado donde solo se rinde culto al dinero. Y no puede haber una relación filial con Dios Padre cuando nuestras relaciones con los demás están mediatizadas solo por intereses de dinero.

Imposible entender algo del amor, la ternura y la acogida de Dios cuando uno solo vive buscando bienestar. No se puede servir a Dios y al Dinero.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 4 de marzo

La salvación no está en venta

      Este mundo es un mercado donde todo se compra y se vende. Los anuncios publicitarios nos informan continuamente de que podemos obtener todo lo que necesitamos y a buenos precios. Y tantas veces oímos el mensaje que terminamos creyéndolo. A pies juntillas. A veces pensamos que eso es típico de nuestra sociedad capitalista pero no es así. A lo largo de la historia siempre ha estado presente en la mentalidad de las personas, de una forma u otra, esa idea de que todo se puede comprar. Y, cómo no, esa idea también ha estado presente en la relación con Dios. A Dios también se le compra. Se supone que él tiene algo que ofrecernos y que nosotros le podemos dar algo a cambio. Todo se queda en un toma y daca. Quizá por eso los judíos habían terminado convirtiendo el templo en un mercado como cuenta el Evangelio de Juan. No sólo porque hubiese allí muchos cambistas y puestos donde se vendían las ofrendas para el templo, exvotos, recuerdos y cosas parecidas. Lo peor era la mentalidad de la gente que pensaba que ofrecer aquellas cosas era el precio que había que pagar para obtener el favor de Dios, aplacar su ira u obtener el perdón de los pecados. 

      Frente a esa idea, las lecturas de este domingo lanzan un mensaje poderoso: nuestro Dios no está en venta, nuestro Dios no tiene un puesto en el mercado de la vida ofreciendo paz de conciencia o tranquilidad o salud o… Nuestro Dios no vende ni compra nada. Nuestro Dios es el que nos sacó de Egipto, el que nos liberó de la esclavitud. Ése es nuestro Dios. Dios es el que da la libertad, la vida y la salvación a los que vivían en la esclavitud y en la muerte. Sin pedir nada a cambio, sin pagar un precio previo. Su única condición: que vivamos la libertad, que no nos dejemos esclavizar por nada ni por nadie, que compartamos la vida. Podemos releer todas las normas que se dan en la primera lectura y veremos como todas ellas son liberadoras, todas invitan a la persona a vivir en solidaridad y en fraternidad, en libertad y respetando la libertad de los otros. 

      En Cuaresma, Dios se nos manifiesta como el que nos libera de la esclavitud, de todas las esclavitudes. Hasta de la muerte, que es la última de las esclavitudes. Así lo experimentaremos cuando celebremos la resurrección de Jesús en los días ya no lejanos de la Pascua. Y eso lo hace Dios por pura gracia, por puro amor nuestro. No hay precio que pagar, no hay condiciones previas. No tenemos que venir a la Iglesia como si fuera parte del precio de nuestra salvación. Dios nos ama porque sí. Y basta. En nosotros está el ser agradecidos por lo que nos regala y compartirlo con los que nos rodean. En nosotros está el amarle como él nos ama. En nosotros está el reconocer como Padre al que tanto nos ama. 

Para la reflexión

¿Cuándo vengo a misa o cuando rezo alguna oración, pienso que es algo que le debo a Dios? ¿Cómo debería “pagar” a Dios todo el amor y la libertad que me ha regalado en su hijo Jesús? ¿Cómo podría compartir esos regalos con mis hermanos y hermanas?

Fernando Torres, cmf