Vísperas – Lunes III de Cuaresma

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: ÉSTA ES LA HORA PARA EL BUEN AMIGO.

Ésta es la hora para el buen amigo,
llena de intimidad y confidencia,
y en la que, al examinar nuestra conciencia,
igual que siente el rey, siente el mendigo.

Hora en que el corazón encuentra abrigo
para lograr alivio a su dolencia
y, al evocar la edad de la inocencia,
logra en el llanto bálsamo y castigo.

Hora en que arrullas, Cristo, nuestra vida
con tu amor y caricia inmensamente
y que a humildad y a llanto nos convida.

Hora en que un ángel roza nuestra frente
y en que el alma, como cierva herida,
sacia su sed en la escondida fuente. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

Salmo 122 – EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,

como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

Ant 2. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Salmo 123 – NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
como presa a sus dientes;
hemos salvado la vida como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Ant 3. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA BREVE   Rm 12, 1-2

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.

RESPONSORIO BREVE

V. Yo dije: «Señor, ten misericordia.»
R. Yo dije: «Señor, ten misericordia.»

V. Sáname, porque he pecado contra ti.
R. Señor, ten misericordia.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Yo dije: «Señor, ten misericordia.»

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús, atravesando por medio de ellos, siguió su camino.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús, atravesando por medio de ellos, siguió su camino.

PRECES

Invoquemos al Señor Jesús, que nos ha salvado a nosotros, su pueblo, librándonos de nuestros pecados, y digámosle humildemente:

Jesús, Hijo de David, compadécete de nosotros.

Te pedimos, Señor Jesús, por tu Iglesia santa, por la que te entregaste para consagrarla con el baño del agua y con la palabra:
purifícala y renuévala por la penitencia.

Maestro bueno, haz que los jóvenes descubran el camino que les preparas
y que respondan siempre con generosidad a tus llamadas.

Tú que te compadeciste de los enfermos que acudían a ti, levanta la esperanza de nuestros enfermos
y haz que imitemos tu gesto generoso y estemos siempre atentos al bien de los que sufren.

Haz, Señor, que recordemos siempre nuestra condición de hijos tuyos, recibida en el bautismo,
y que vivamos siempre para ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Da tu paz y el premio eterno a los difuntos
y reúnenos un día con ellos en tu reino.

Con el gozo de sabernos hijos de Dios, acudamos a nuestro Padre, diciendo:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, purifica y protege siempre a tu Iglesia con tu constante misericordia y, ya que sin tu auxilio no puede vivir segura, dirígela siempre con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 5 de marzo

Lectio: Lunes, 5 Marzo, 2018

Tiempo de Cuaresma

1) ORACIÓN INICIAL

Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua, y pues sin tu ayuda no puede mantenerse incólume, que tu protección la dirija y la sostenga siempre. Por nuestro Señor.

2) LECTURA

Del santo Evangelio según Lucas 4,24-30

Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.»

«Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio.»

Al oír estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.

3) REFLEXIÓN

• El evangelio de hoy (Lc 4,24-30) forma parte de un conjunto más amplio (Lc 4,14-32). Jesús ha presentado su programa en la sinagoga de Nazaret por medio de un texto de Isaías que hablaba de pobres, de presos, de ciegos y de oprimidos (Is 61,1-2) y que reflejaba la situación de la gente de Galilea en el tiempo de Jesús. En nombre de Dios, Jesús toma postura y define su misión: anunciar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, restituir la libertad a los oprimidos. Terminada la lectura, actualiza el texto y dice: “¡Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír!” (Lc 4,21).. Todos los presentes quedan admirados (Lc 4,16-22ª). Pero luego hay una reacción de descrédito. La gente en la sinagoga queda escandalizada y no quiere saber más de Jesús. Decía: “¿No es éste acaso el hijo de José?” (Lc 4,22b) ¿Por qué quedan escandalizados? ¿Cuál es el motivo de aquella reacción tan inesperada?

• Jesús cita el texto de Isaías sólo hasta donde dice: «proclamar un año de gracia de parte del Señor», y corta el final de la frase que decía: “e proclamar un día de venganza de nuestro Dios” (Is 61,2). La gente de Nazaret queda asombrada porque Jesús omite la frase sobre la venganza. Ellos querían que la Buena Nueva de la liberación de los oprimidos fuera una acción de venganza de parte de Dios contra sus opresores. En este caso, la venida del Reino sería apenas un mínimo cambio y no una mudanza o conversión del sistema. Jesús no acepta este modo de pensar. Su experiencia de Dios como Padre ayuda a entender mejor el sentido de las profecías. Descarta la venganza. La gente de Nazaret no aceptó la propuesta y comienza a disminuir la autoridad de Jesús: “¿ No es éste el hijo de José?”

• Lucas 4,24: Ningún profeta es bien recibido en su patria. La gente de Nazaret sintió rabia hacia Jesús porque no había hecho ningún milagro en Nazaret, como había hecho en Cafarnaún. Jesús responde: “¡Ningún profeta es bien recibido en su patria!” En el fondo, ellos no aceptaban la nueva imagen de Dios que Jesús les comunicaba a través de esta nueva interpretación más libre de Isaías. El mensaje del Dios de Jesús superaba los límites de raza de los judíos para acoger a los excluidos y toda la humanidad.

• Lucas 4,25-27: Dos historias del Antiguo Testamento. Para ayudar la comunidad a superar el escándalo y entender el universalismo de Dios, Jesús usa dos historias bien conocidas en el AT: una de Elías y la otra de Eliseo. Por medio de estas historias criticaba la cerrazón del pueblo de Nazaret. Elías fue enviado a la viuda extranjera de Sarepta (1 Reyes 17,7-16). Eliseo fue enviado para atender al extranjero de Siria (2 Reyes 5,14).

• Lucas 4,28-30: Querían matarle, pero él pasando en medio de ellos, se marchó. El llamado de Jesús no aplaca a la gente. ¡Al contrario! El uso de estos dos pasajes de la Biblia produce más rabia. La comunidad de Nazaret llega al punto de querer matar a Jesús. Y así, en el momento en que presenta su proyecto de acoger a los excluidos, Jesús mismo ¡fue excluido! Pero él mantuvo la calma. La rabia de los otros no consigue desviarle de su camino. Lucas nos muestra, así, lo difícil que es superar la mentalidad de privilegio y de cerrazón. Mostraba, además, que la polémica apertura hacia los paganos venía de Jesús. Jesús tuvo las mismas dificultades que las comunidades estaban teniendo en tiempo de Lucas.

4) PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

• ¿El programa de Jesús está siendo mi programa o nuestro programa? ¿Mi actitud es la de Jesús o la del pueblo de Nazaret?

• ¿Quiénes son los excluidos que deberíamos acoger mejor en nuestra comunidad?

5) ORACIÓN FINAL

Mi ser languidece anhelando
los atrios de Yahvé;
mi mente y mi cuerpo se alegran
por el Dios vivo. (Sal 84,3)

Camina con luz

DOMINGO IV DE CUARESMA

Esta etapa es un tanto especial pues para recorrerla se necesita luz. Hay muchas veces en el camino de nuestra vida que caminamos “a oscuras”, situaciones de dolor, de sufrimiento, de duda, de incer dumbre. Son etapas en las que la densidad de la oscuridad por la que caminamos se hace tan pesada que nos impide avanzar. Cuando tomamos conciencia de esto, es cuando necesitamos parar, por un momento, y buscar la luz que nos ayude a seguir adelante. No nos conformemos con el resplandor de una luz vacilante sino que aceptemos la invitación de Cristo, de caminar esta etapa y toda nuestra vida iluminados con su luz imperecedera.

 

La guía de la Palabra de Dios

2Cro 36, 14-16.19-23: “El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la erra” Ef 2, 4-10: “Estáis salvados por su gracia y mediante la fe”

Evangelio: Jn 3, 14-21

En aquel empo, dijo Jesús a Nicodemo:

-«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así ene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres pre rieron la niebla a la luz, porque sus obras eran malas.

Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

 

Luz o tinieblas

La Biblia u liza, en muchas ocasiones, la imagen de la luz para describirnos a Dios. Precisamente el hecho de que Dios es luz, establece un contraste natural con la oscuridad. Si la luz la u lizamos para hablar de la bondad y la jus cia de Dios, entonces la

oscuridad simboliza el mal y el pecado, el empeño de caminar sin Dios. “Dios es luz y en Él no hay niebla alguna” (1Jn 1, 5). En este versículo no se nos dice que Dios es una luz, sino que Él es la luz verdadera, capaz de dar sen do a toda nuestra vida. “Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible dis nguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección ja” (Lumen Fidei, 3).

En el Nuevo Testamento la luz se atribuye a Jesús, Dios encarnado, capaz de iluminar nuestras vidas y dispersar las nieblas de nuestros corazones. Y no sólo a nosotros, porque lo que Jesús a rmó es que Él es la luz del mundo, indicando con esto la misión universal de su ministerio. Cristo es luz para todos los hombres, en todo momento y lugar. Él es la luz en el sen do absoluto. “Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino (de la vida), porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso” (Lumen Fidei, 1).

Nosotros estamos llamados a vivir par cipando de su luz, no dejándonos llevar por las nieblas en las que fácilmente podemos vernos envueltos. Seguir a Cristo es preferir caminar bajo su luz, pues sólo Él es “la luz que vino al mundo”, en vez de caminar en nieblas. Es caminar por los caminos de la san dad, desprendiéndonos de todo aquello que nos ata y no nos hace libres para seguirlo y para anunciarlo.

Dice san Juan en el Evangelio que leímos hoy: «En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la niebla, y la niebla no lo recibió… El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre» (1, 4- 5.9). Los hombres hablan mucho de la luz, pero a menudo pre eren la tranquilidad engañadora de la oscuridad. Nosotros hablamos mucho de la paz, pero con frecuencia recurrimos a la guerra o elegimos el silencio cómplice, o bien no hacemos nada en concreto para construir la paz. En efecto, dice san Juan que «vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11); porque «este es el juicio: que la luz —Jesús— vino al mundo, y los hombres pre rieron la niebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras» (Jn 3, 19-20). Así dice san Juan en el Evangelio. El corazón del hombre puede rechazar la luz y preferir las nieblas, porque la luz revela sus obras malvadas. Quien obra el mal, odia la luz. Quien obra el mal, odia la paz.

 

Diario del peregrino

VER

• Hay muchas situaciones en nuestra sociedad y nuestro mundo en las que se nos muestra claramente su “caminar en tinieblas”. Pon ejemplos.

• Muchas de esos caminos están recorridos por cristianos, ¿a qué piensas que se debe?

• Piensa en un hecho de vida en el que hayas identificado claramente “vivir en tinieblas en tu vida”.

JUZGAR

«Un cris ano no debe andar entre nieblas, porque allí no está la verdad de Dios, pero si cae, puede contar con el perdón y la dulzura de Dios, que lo devuelve a la vida de la luz… Si dices que estás en comunión con el Señor, entonces camino en la luz. ¡Pero, una doble vida no! ¡Eso no! Esa men ra que estamos tan acostumbrados a ver, e incluso a caer en ella ¿no? Decir una cosa y hacer otra ¿no? Siempre la tentación… Nosotros sabemos de dónde viene la men ra: en la Biblia, Jesús llama al diablo “el padre de la men ra”, el men roso… Tú estás en comunión con Dios, camina en la luz. Haz obras de luz, no decir una cosa y hacer otra, no tener una doble vida y todo eso.

Caminemos en la luz, porque Dios es Luz. No vayamos con un pie en la luz y el otro en las nieblas. No hay que ser men rosos. Y, otra cosa: todos hemos pecado. Nadie puede decir: “Este es un pecador, ésta es una pecadora. Yo, gracias a Dios, soy justo”. No, sólo uno es Justo, Aquel que ha pagado por nosotros. Y si alguien peca, Él nos espera, nos perdona, porque es misericordioso y sabe muy bien de qué somos plasmados y recuerda que somos polvo.» (Papa Francisco, Homilía en Santa Marta del 29-04-2016)

A la luz de las lecturas de este Domingo:

¿Sientes la necesidad de que Jesús ilumine alguna tiniebla en tu vida?

“Caminar en la luz” ¿Cómo? ¿Qué necesitas en tu vida para poder vivir en la luz de Cristo?

 

ACTUAR

• Ponte un compromiso a través de cual seas capaz de testimoniar la Luz de Cristo en tu vida.

• ¿Qué podemos hacer los cristianos para ayudar a caminar iluminados por la Luz de Jesús?

• ¿Qué podemos hacer en nuestra parroquia?

 

Recursos para el camino

Canto: Extiende tu mano (Juan Luís Guerra)

Extiende tu mano, Señor
pues todo lo puede tu amor
hoy te con eso, mi Dios, mi Señor, salvador
Ya no hay nieblas en mi, sólo hay luz
ahora extiende tu mano Jesús

Escucha Señor mi oración
hoy te entrego mi corazón
borra mis faltas, Dios salvador
hoy te confieso, Señor.

Oración

Guíame, Señor, mi luz,
en las nieblas que me rodean,
¡guíame hacia delante!
La noche es oscura y estoy lejos de casa:
¡Guíame tú!

¡Dirige Tú mis pasos!
No te pido ver claramente el horizonte lejano:
me basta con avanzar un poco…
No siempre he sido así,
no siempre Te pedí que me guiases Tú.
Me gustaba elegir yo mismo y organizar mi vida…
pero ahora, ¡guíame Tú!

Me gustaban las luces deslumbrantes
y, despreciando todo temor,
el orgullo guiaba mi voluntad:
Señor, no recuerdes los años pasados…

Durante mucho empo tu paciencia me ha esperado:
sin duda, Tú me guiarás por desiertos y pantanos,
por montes y torrentes
hasta que la noche dé paso al amanecer
y me sonría al alba el rostro de Dios: ¡tu Rostro, Señor!

John Henry Newmann

Spe Salvi – Benedicto XVI

33. Agustín ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y esperanza en una homilía sobre la Primera Carta de San Juan. Él define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. « Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don] ». Agustín se refiere a san Pablo, el cual dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13). Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano. « Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? » El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados[26]. Aunque Agustín habla directamente sólo de la receptividad para con Dios, se ve claramente que con este esfuerzo por liberarse del vinagre y de su sabor, el hombre no sólo se hace libre para Dios, sino que se abre también a los demás. En efecto, sólo convirtiéndonos en hijos de Dios podemos estar con nuestro Padre común. Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás. En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hombre a reconocerlas también. « ¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta », ruega el salmista (19[18],13). No reconocer la culpa, la ilusión de inocencia, no me justifica ni me salva, porque la ofuscación de la conciencia, la incapacidad de reconocer en mí el mal en cuanto tal, es culpa mía. Si Dios no existe, entonces quizás tengo que refugiarme en estas mentiras, porque no hay nadie que pueda perdonarme, nadie que sea el verdadero criterio. En cambio, el encuentro con Dios despierta mi conciencia para que ésta ya no me ofrezca más una autojustificación ni sea un simple reflejo de mí mismo y de los contemporáneos que me condicionan, sino que se transforme en capacidad para escuchar el Bien mismo.


[26] Cf. In 1 Joannis 4, 6: PL 35, 2008s.

Homilía (Domingo IV de Cuaresma)

REFLEXIÓN LIBRE SOBRE EL AMOR

Dios nos ama.
Grave palabra y misterio
que pronunciamos con ligereza.
Sólo puede afirmarlo quien ama.

Yo no sé si amo de verdad.
Intuyo que Dios nos ama.

De esto no tenemos ni idea.
Ni creemos seriamente en Dios,
ni creemos de verdad en el amor.

Dios nos ama generosamente,
locamente;
no podemos ni imaginarlo.

Su locura consiste en habernos dado lo mejor de El,
su Hijo.

El amor es fuerza,
es vida,
da sentido a todo.

Por eso el amor salva.
Pero nosotros no somos salvados
porque no creemos ni en el Hijo ni en el amor.

No amamos.

¿Quién de nosotros puede afirmar que ama?
¿Acaso no cerramos constantemente las entrañas?
¿No somos egoístas cuando amamos?
¿Quién puede presumir
de haber puesto en común todo lo que tenía?
¿Acaso no somos los explotadores,
no escondemos la verdad,
no bebemos la sangre del otro?

Vivimos afincados sobre la miseria de los pobres,
edificamos sobre los cráneos duros de los que pasan hambre;
nuestra comodidad nace
de las espaldas de los que trabajan como esclavos.
¿No estamos sordos ante el gemido de los que sufren;
impasibles ante el grito de los que tienen que callar a la fuerza;
insensibles ante los encarcelados por nuestra causa?

Decimos que Dios nos ama,
y que amamos a Dios,
y dormimos tranquilos
mientras sabemos a ciencia cierta que mentimos.
Nuestra vida no manifiesta ningún amor posible;
estamos ahitos de fariseísmo, de cultos, de Palabra de Dios
mientras que los que nos ven no tienen más remedio que exclamar:
¡el Dios del amor ya ha muerto!

Ha sido enviado al mundo el Hijo del Dios que nos ama,
para que todo el que crea en El,
tenga la vida eterna.

¿Qué hemos hecho de este Hijo?
¿Lo que hicieron los viñadores homicidas,
el Sanedrín y el pueblo que pedía con maldición su Sangre?
¿Cómo pretendemos poseer la vida, si la hemos matado?

El amor nos condena.
A pesar de ser vida el amor,
y habiendo sido enviado al mundo para salvarlo,
cae sobre nosotros como juicio y condenación.
El amor de Dios es luz
que desenmascara nuestro egoísmo aceptado y retenido.

El amor nos condena.
Creernos en el Dios amor, los que no amamos;
entramos en comunión con el amor, los egoístas;
partimos el Cuerpo del que se entregó,
los que no partimos con los demás
ni siquiera los bienes que les hemos robado.

Esta es la causa de la condenación:
la luz está en el mundo
y preferimos la tiniebla;
llegamos a llamar luz a la tiniebla
y tiniebla a la luz,
y escribimos un evangelio de burgueses satisfechos
y creamos nuestro Dios,
—una ridícula caricatura del verdadero—.

Jerusalén, la ciudad humana y la Iglesia
están destruidas,
por la fuerza demoledora de nuestras manos.
Vivimos solos, desterrados, en Babilonia,
incapaces de aceptar a los otros,
de hacer la igualdad,
de crear un ámbito de libertad.
Hemos arrasado demasiado,
para que podamos ver el futuro con optimismo.

El evangelio de los creyentes está colgado
de los sauces de las orillas del mundo:
nos falta imaginación, arranque, canto, capacidad creadora,

tenemos miedo al mundo y al futuro,
a la novedad y al riesgo.

A pesar de todo,
el amor de Dios está aquí, ofrecido,
Dios, rico en misericordia,
sigue empeñado en salvarnos.
Jerusalén puede ser reconstruida,
podemos volver del aislamiento y el destierro,
las calles del mundo son pequeñas
para contener el empuje de la vida.
¡Dios nos ha resucitado en Jesucristo!

La Sangre de esta Alianza de amor
llena hoy el cáliz de nuestra Eucaristía.
¿Podremos celebrar este amor de Dios?

¿Seremos capaces de aceptar
que el amor salve nuestra vida?

El que cree y vive en el amor,
no será condenado.

Jn 3, 14-21 (Evangelio Domingo IV de Cuaresma)

Nuestro texto pertenece a la sección introductoria del Cuarto Evangelio (cf. Jn 1,19-3,36). En esa sección, el autor presenta a Jesús y procura decir quién es Jesús, a través de las intervenciones de los diversos personajes que van sucesivamente ocupando el centro del escenario y declamando su texto.

Pero, concretamente, el texto que se nos propone forma parte de la conversación entre Jesús y un “jefe de los judíos” llamado Nicodemo (cf. Jn 3,1). Nicodemo fue a visitar a Jesús “de noche” (cf. Jn 3,2), lo que parece indicar que no quería comprometer y arriesgar la posición destacada de la que gozaba en la estructura religiosa judía. Miembro del Sanedrín, Nicodemo aparecerá, más tarde, defendiendo a Jesús, delante de los jefes de los fariseos (cf. Jn 7,48-52). También estará presente en el momento en que Jesús fue bajado de la cruz y colocado en el sepulcro (cf. Jn 19,39).

La conversación entre Jesús y Nicodemo presenta tres momentos o fases. En la primera (cf. Jn 3,1-3), Nicodemo reconoce la autoridad de Jesús, gracias a sus obras; pero Jesús manifiesta que eso no es suficiente: lo esencial es reconocer a Jesús como el enviado del Padre.

En la segunda (cf. Jn 3,4-8), Jesús anuncia a Nicodemo que, para entender su propuesta, es necesario “nacer de Dios” y le explica que ese nuevo nacimiento es el nacimiento “del agua y del Espíritu”.

En la tercera (cf. Jn 3,9-21), Jesús describe a Nicodemo el proyecto de salvación de Dios: es una iniciativa del Padre, hecha presente en el mundo y en la vida de los hombres a través del Hijo y que se realiza por la cruz / exaltación de Jesús. Nuestro texto pertenece a esta tercera parte.

En el texto que se nos propone, Jesús comienza por explicar a Nicodemo que el mesías tiene que “ser elevado”, “lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto” (la referencia evoca el episodio de la marcha por el desierto cuando los hebreos, mordidos por las serpientes, miraban una serpiente de bronce levantada en un estandarte por Moisés y se curaban, cf. Nm 21,8-9).

La imagen de la “elevación” de Jesús se refiere, naturalmente, a la cruz, paso necesario para llegar a la exaltación, a la vida definitiva. Es ahí donde Jesús manifiesta su amor y muestra a los hombres el camino que ellos deben recorrer para alcanzar la salvación, la vida plena (v. 14).

A los hombres se les sugiere que crean en el “Hijo del Hombre” alzado en la cruz, para que no perezcan y tenga la vida eterna. “Creer” en el “Hijo del Hombre”, significa unirse a él y a su propuesta de vida; significa aprender la lección de amor y hacer, como Jesús, donación total de la propia vida a Dios y a los hermanos (v. 15). Esa es la forma como se llega a la “vida eterna”.

Después de estas afirmaciones generales, el autor del Cuarto Evangelio va a entrar en afirmaciones más detalladas.

¿Qué significa, exactamente, la cruz de Jesús? ¿Cómo es que la cruz genera vida definitiva para el hombre?

Jesús, el “Hijo único” enviado por el Padre al encuentro de los hombres para traerles la vida definitiva, es el gran don de amor de Dios a la humanidad. La expresión “Hijo único” evoca, probablemente, el “sacrificio de Isaac” (cf. Gn 22,16): Dios se comporta como Abraham, que fue capaz de desprenderse de su propio hijo por amor (en el caso de Abraham, amor a Dios; en el caso de Dios, amor a los hombres).

Jesús, el “Hijo único” de Dios, vino al mundo para cumplir los planes del Padre en favor de los hombres. Para eso, se encarnó en nuestra historia humana, corrió el riesgo de asumir nuestra fragilidad, compartió nuestra humanidad; y, como consecuencia de una vida gastada luchando contra las fuerzas de las tinieblas y de la muerte que esclavizan a los hombres, fue apresado, torturado y muerto en una cruz.

La cruz es el último acto de una vida vivida en amor, en donación, en entrega. La cruz es, por tanto, la expresión suprema del amor de Dios por los hombres. Ella nos da la dimensión inconmensurable del amor de Dios por la humanidad a la que él ofrece la salvación (v. 16).

¿Cuál es el objetivo de Dios al enviar a su Hijo único al encuentro de los hombres?

Es liberarlos del egoísmo, de la esclavitud, de la alienación, de la muerte, y darles la vida eterna. Con Jesús, el “Hijo único” que murió en la cruz, los hombres aprenden que la vida definitiva está en la obediencia a los planes del Padre y en la donación de la vida a los hermanos, por amor.

Al enviar al mundo a su “Hijo único”, Dios no tenía una intención negativa, sino una intención positiva. El mesías no vino con una misión judicial, ni vino a excluir a nadie de la salvación. Por el contrario, él vino a ofrecer a los hombres, a todos los hombres, la vida definitiva, enseñándoles a amar sin medida y dándoles el Espíritu que los transforma en Hombres Nuevos (v. 17).

Reparemos en este hecho notable: Dios no envió a su Hijo único al encuentro de hombres perfectos y santos; sino que envió a su Hijo único al encuentro de hombres pecadores, egoístas, autosuficientes, a fin de presentarles una nueva propuesta de vida. Y fue el amor de Jesús, gracias al Espíritu que Jesús envió, como transformó a esos hombres egoístas, orgullosos, autosuficientes y los insertó en una dinámica de vida, nueva y plena.

Ante esta oferta de salvación que Dios hace, el hombre tiene que elegir. Cuando el hombre acepta la propuesta de Jesús y se adhiere a él, escoge la vida definitiva; pero cuando el hombre prefiere continuar esclavo de esquemas de egoísmo y de autosuficiencia, rechaza la propuesta de Dios y se auto excluye de la salvación.

La salvación o la condenación no son, en esta perspectiva, un premio o un castigo que Dios da al hombre por su buen o mal comportamiento; sino que son el resultado de la elección libre del hombre, que responde a la oferta incondicional de salvación que Dios le da.

La responsabilidad por la vida definitiva o por la muerte eterna no recae, así, sobre Dios, sino sobre el hombre (v. 18).

De acuerdo con la perspectiva de Juan, tampoco existe un juicio futuro, al final de los tiempos, en el que Dios pesa en una balanza los pecados de los hombres, para ver si se han de salvar o condenar: el juicio se realiza aquí y ahora y depende de la actitud que el hombre asume ante la propuesta de Jesús.

En la parte final de nuestro texto (vv. 19-21), Juan repite el tema de la opción por la vida (Jesús) o por la muerte. Constata que, a veces, los hombres rechazan la propuesta de Dios y prefieren la esclavitud y las tinieblas (el egoísmo, la injusticia, el orgullo, la autosuficiencia, todo lo que hace al hombre infeliz y le impide el acceso a la vida definitiva). Al contrario, quien practica las obras del amor (las obras de Jesús), escoge la luz, se identifica con Dios y da testimonio de Dios en medio del mundo.

En resumen: porque amaba a la humanidad, Dios envió a su Hijo único al mundo con una propuesta de salvación. Esa oferta nunca ha sido retirada; continúa abierta y a la espera de respuesta. Ante la oferta de Dios, el hombre puede escoger la vida eterna o puede excluirse de la salvación.

En la reflexión, considerad los siguientes puntos:

Juan es el evangelista inmerso en la contemplación del amor de un Dios que no dudó en enviar al mundo a su Hijo, su único Hijo, para presentar a los hombres una propuesta de felicidad plena, de vida definitiva; y Jesús, el Hijo, cumpliendo el mandato del Padre, hace de su vida un don, hasta la muerte en cruz, para mostrar a los hombres el “camino” de la vida eterna.

El Evangelio de este Domingo nos invita a contemplar, con Juan, esta increíble historia de amor y a admirarnos por el peso que nosotros, seres limitados y finitos, pequeños granos de polvo en la inmensidad de las galaxias, adquirimos en los esquemas, en los proyectos, en el corazón de Dios.

El amor de Dios se traduce en una oferta de vida plena y definitiva para el hombre. Es una oferta gratuita, incondicional, absoluta, válida para siempre y que no discrimina a nadie. A los hombres, dotados de libertad y de capacidad para elegir, les compete decidir si aceptan o rechazan el don de Dios.

A veces, los hombres acusan a Dios por las guerras, por las injusticias, por las arbitrariedades que traen sufrimiento y muerte que pintan las paredes del mundo con el color de la desesperación.

Nuestro texto, con todo, es claro: Dios ama al hombre y le ofrece la vida. El sufrimiento y la muerte no vienen de Dios, sino que son el resultado de las elecciones equivocadas que hacen los hombres que se obstinan en la autosuficiencia y que prescinden de los dones de Dios.

En este texto, Juan define claramente el camino que todo hombre debe seguir para llegar a la vida eterna: se trata de “creer” en Jesús.

“Creer” en Jesús, no es una mera adhesión intelectual o teórica a ciertas verdades de la fe; sino que es escuchar a Jesús, acoger su mensaje y sus valores, para seguirlo en ese camino de amor y de entrega al Padre y a los hermanos.

“Creer” en Jesús, pasa por ser capaz de superar la indiferencia, la comodidad, los proyectos personales y por el empeño en hacer realidad, en el día a día, las llamadas y los desafíos de Dios.

“Creer” en Jesús, pasa por despojarse del egoísmo, del orgullo, de la autosuficiencia, de los prejuicios, para realizar gestos concretos de entrega, de servicio que traigan alegría, vida y esperanza a los hermanos que caminan codo con codo con nosotros.

En este tiempo de camino hacia la Pascua, estamos invitados a convertirnos a Jesús y a recorrer el mismo sendero de amor total que él recorrió.

Algunos cristianos viven obcecados y asustados con ese momento final en el que Dios va a juzgar al hombre, después de pesar en la balanza sus acciones buenas y malas. Juan nos garantiza que Dios no es un contable, que contabiliza los débitos y los créditos del hombre para que los pague.

El cristiano no vive en el miedo, pues sabe que Dios es ese Padre lleno de amor que ofrece a todos sus hijos la vida eterna. No es Dios quien nos condena; somos nosotros los que escogemos entre la vida eterna que Dios nos ofrece o la eterna infelicidad.

Ef 2, 4-10 (2ª Lectura Domingo IV de Cuaresma)

La ciudad de Éfeso estaba situada en la costa occidental de Asia Menor. Era una ciudad grande y próspera, capital de la Provincia Romana de Asia. Su puerto de mar unía el interior de Asia Menor con todas las ciudades del Mediterráneo.

Cuando Pablo llegó a Éfeso (cf. Hch 19,1), durante su tercer viaje misionero, encontró a algunos cristianos escasamente preparados. Pablo les instruyó y formó con ellos una comunidad cristiana. De acuerdo con el Libro de los Hechos de los Apóstoles, Pablo permaneció en la ciudad durante un largo período (más de dos años, según Hch 19;10), enseñando en la sinagoga y, después, en la “escuela de Tirano” (cf. Hch 19,9). Así, reunió a su alrededor un número considerable de personas convertidas al “Camino” (cf. Hch 19,9.23). También de acuerdo con Lucas, fue a los ancianos de la Iglesia de Éfeso a los que Pablo confió, en Mileto (cf. Hch 20,17-38), su testamento espiritual, apostólico y pastoral, antes de ir a Jerusalén, donde acabaría siendo apresado. Todo esto hace suponer una relación muy estrecha entre Pablo y la comunidad cristiana de Éfeso.

Curiosamente, la carta a los Efesios es bastante impersonal y no refleja esa relación. Algunos de los comentaristas de los textos paulinos dudan, por eso, de que la carta sea de Pablo. Otros, sin embargo, creen que el texto que ha llegado hasta nosotros con el nombre de “Carta a los Efesios” es uno de los ejemplares de una “carta circular” enviada a varias iglesias de Asia Menor, incluida la comunidad cristiana de Éfeso.

En cualquier caso, la Carta a los Efesios se presenta como una carta escrita por Pablo, en un momento en el que el apóstol está en prisión (¿en Roma?). Su portador habría sido un tal Tíquico. Nos encontramos alrededor de los años 58/60. Se trata de un texto con una gran riqueza temática, de una reflexión madurada y completa donde el autor presenta una especie de síntesis de la teología paulina.

El texto que se nos propone, integra la parte dogmática de la carta (cf. Ef 1,3- 3,21). Y más concretamente, el texto nos presenta una reflexión sobre el papel de Cristo en la salvación del hombre. El punto de partida del autor de la Carta a los Efesios es la constatación de la situación de pecado en la que el hombre vive y de la cual, por sí solo, no puede salir. ¿El hombre estará, por tanto, condenado a la esclavitud del pecado y de la muerte?

Dios es rico en misericordia y ama al hombre con un amor inmenso. Por eso, a la situación pecadora del hombre, Dios responde con su gracia (v. 4). El amor salvador y liberador de Dios no es un amor con condiciones, que sólo se derrama sobre el hombre si el hombre se convierte; sino que es un amor incondicional, que alcanza al hombre incluso cuando sigue andando por caminos de pecado y de muerte (v. 5).

A ese hombre orgulloso y autosuficiente, instalado en el egoísmo y en el pecado, Dios le ofrece una nueva vida, resucitándolo y sentándolo con Cristo en el cielo (“nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él”, v. 6).

Repárese en este detalle: el autor de la Carta a los Efesios no se refiere a la resurrección del hombre y a su glorificación como una cosa futura, sino como algo pasado (usa el tiempo griego aoristo, que tienen significación de pasado). Esa acción pasada afecta al presente y tiene implicaciones en el presente.

Unido a Cristo, el cristiano ya ha resucitado y ya ha sido glorificado; continúa viviendo en la tierra, sujeto a la finitud y a las limitaciones de la vida presente pero es ya, aquí y ahora, un ciudadano del cielo. En verdad, Dios ya ha introducido en la débil y frágil naturaleza humana los dinamismos de la vida eterna. A pesar de sus limitaciones y de su debilidad, el cristiano tiene que testimoniar y anunciar esa vida nueva que Dios ya le ha ofrecido en esta tierra.

En toda esta exposición hay un elemento incuestionable y al cual el autor de la Carta a los Efesios da una gran importancia: la gratuidad de la acción salvadora de Dios.

La salvación no es una conquista del hombre, ni es el resultado de las obras o de los méritos del hombre, sino que es un puro don de Dios. Por tanto, no hay aquí lugar para ningún sentimiento de orgullo ni para ninguna actitud de vanagloria.

La salvación es una oferta gratuita que Dios hace al hombre, aunque el hombre no la merezca (v. 9). De la oferta de salvación que Dios hace al hombre, nace el hombre nuevo, que practica las buenas obras. Las buenas obras no son la condición para recibir la salvación, sino el resultado de la acción de esa gracia que Dios, en su amor y en su bondad, derrama gratuitamente sobre el hombre (v. 10).

La vida del hombre sobre la tierra está marcada por la debilidad, por la finitud, por las limitaciones inherentes a nuestra condición humana.

La enfermedad, el sufrimiento, el egoísmo, el pecado son realidades que acompañan nuestra existencia, que nos mantienen prisioneros y que nos roban la esperanza. Parece que, por nosotros mismos, nunca conseguiremos superar nuestras limitaciones y alcanzar esa realidad de vida plena, de felicidad total con la que permanentemente soñamos.

Por eso, ciertos filósofos contemporáneos se refieren a la futilidad de la existencia, a la náusea que acompaña la vida del hombre, a la inutilidad de la búsqueda de la felicidad, al fracaso que es la vida condenada a la muerte.

Este cuadro sería desesperante si no existiera el amor de Dios. Es precisamente eso lo que el autor de la Carta a los Efesios nos recuerda: Dios nos ama con un amor total, incondicional, desmedido; y es ese amor el que nos levanta de nuestra condición, nos hace superar nuestros límites, nos ofrece ese mundo nuevo de vida plena y de felicidad sin fin a la que aspiramos.

No somos pobres criaturas derrotadas, condenadas al fracaso, limitadas por un horizonte sin sentido, sino que somos hijos amados a quienes Dios ofrece la vida plena, la salvación.

En verdad, Dios introdujo en nuestra realidad humana dinamismos de superación y de vida nueva que apuntan hacia el hombre nuevo, libre de limitaciones, de debilidad y de fragilidad.

Aquellos hombres y mujeres que acojan el don de Dios, están llamados a dar testimonio de un mundo nuevo, libre de sufrimiento, de injusticia, de egoísmo, de pecado. Por eso, los creyentes tienen que anunciar y construir un mundo más justo, más fraterno, más humano. Ellos son testigos, en esta tierra, de una realidad nueva de felicidad sin fin y de vida eterna.

Muchas veces, la vida nueva de Dios se manifiesta en nuestras palabras, en nuestras acciones de compartir y de servicio, en nuestras actitudes de tolerancia y de perdón y somos signos de esperanza y de liberación para los hermanos que nos rodean.

Conviene, sin embargo, no olvidar este hecho esencial: el mérito no es nuestro, sino de Dios. Es Dios quien actúa en el mundo, quien lo transforma, quien lo recrea; nosotros somos solamente los instrumentos frágiles a través de los cuales Dios manifiesta al mundo y a los hombres su amor.

2Crón 36, 14-16. 19-23 (1ª Lectura Domingo IV de Cuaresma)

El Libro de las Crónicas es una obra de un autor anónimo, que pretende presentar la historia de Israel, desde la creación del mundo hasta la época del Exilio.

La tradición judía atribuye la obra a Esdras; pero tal hipótesis no es probable. El libro forma parte de un bloque con alguna unidad (en conjunto con los libros de Esdras y de Neemías) que se suele designar como “Obra del Cronista”.

Los investigadores y comentaristas del Libro de las Crónicas proponen varias hipótesis para la datación de la obra (las diversas propuestas apuntan hacia fechas entre el 515 y el 250 antes de Cristo). Recientemente, algunos autores hablan de un proceso en varias etapas. Alrededor del 515 podría haber aparecido una primera edición de la obra, con la finalidad de legitimar el culto del “segundo Templo” (esto es, del Templo reconstruido por los judíos que regresaron del Exilio de Babilonia); entre el 400 y el 375 podría haber aparecido una segunda edición, destinada a subrayar la autoridad de Esdras como legislador e intérprete de la Torah; entre el 350 y el 300, podría haber aparecido una tercera edición, destinada a animar, fortalecer y consolidar la comunidad judía frente a la hostilidad de los vecinos, particularmente de los samaritanos.

El texto que se nos propone aparece en la parte final del segundo volumen del Libro de las Crónicas. En este texto, el Cronista refiere dos hechos históricos separados por casi 50 años: la caída de Jerusalén en las manos de Nabucodonosor (586 antes de Cristo) y la autorización dada por el rey persa Ciro para el regreso de los exiliados a Jerusalén, tras la caída de Babilonia (538 antes de Cristo). En medio, el Pueblo de Dios conoció la dramática experiencia del Exilio de Babilonia.

Con todo, el autor está mucho más interesado en darnos una interpretación teológica de los hechos, que de ofrecernos una descripción pormenorizada de los acontecimientos históricos. No es un historiador o un analista político, sino un creyente preocupado por leer la historia a la luz de la fe y en sacar las conclusiones que se imponen.

La destrucción de Jerusalén, el incendio del Templo y la deportación del Pueblo de Dios a Babilonia es vista por el Cronista como el resultado lógico de los pecados de la nación. “Los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades” (v. 14); ignoraron los avisos enviados por Dios por medio de los profetas y desdeñaron sus llamadas. Entonces, la ira del Señor se abatió sin remedio sobre su Pueblo (vv. 15-16).

El mismo tiempo que el Exilio duró (y que el autor sitúa en un número no muy exacto pero simbólico de 70 años, esto es, de diez veces siete) es visto como un gran jubileo forzado por Dios, un tiempo de compensación por todos esos sábados (sétimo día) que el Pueblo no respetó y en los cuales no cumplió sus obligaciones para con Yahvé. La “tierra de Dios”, martirizada por la injusticia y por el pecado, debe descansar durante setenta años, hasta que sea renovada y vuelva a ser de nuevo la “casa” del Pueblo de Dios (v. 21).

Detrás de esta lectura histórica, hay una noción un tanto primitiva de la justicia de Dios: cuando el Pueblo vive en fidelidad a la Alianza y a los mandamientos, Dios le ofrece vida y felicidad; cuando el Pueblo es infiel a los compromisos asumidos, conoce la muerte y la desgracia.

De cualquier forma, el Cronista es consciente de que el castigo no es la última palabra de Dios. Los últimos versículos (vv. 22-23, que son una versión resumida de Esdras 1,1-4) apuntan en el sentido de la esperanza y de una vuelta a comenzar.

Por detrás de la referencia a la liberación operada por Ciro y al edicto que autoriza a los habitantes de Judá a regresar a su tierra, está la idea de un Dios que no abandona a su Pueblo y que continúa dándole, en cada momento de la historia, la posibilidad de volver a comenzar de nuevo.

La teología de la retribución presentada por el Cronista (la fidelidad a Dios es recompensada con vida y bendición; la infidelidad es castigada con sufrimiento y desgracia) tiene, evidentemente, sus limitaciones y sus peligros. Llevada a sus últimas consecuencias, puede sugerir que Dios es solamente un comerciante preocupado por hacer la contabilidad de los debe y haber del hombre, incapaz de amor y de misericordia.

El Evangelio de este Domingo vendrá, precisamente, a demostrar los límites de esta perspectiva y presentará a un Dios que, aunque abomina el pecado, ama al hombre más allá de toda medida y está siempre dispuesto a ofrecerle la vida y la salvación.

Aunque usando elementos teológicos y formas de expresión típicas de su época, el Cronista nos recuerda, sin embargo, algo que es incuestionable: cuando el hombre prescinde de Dios y escoge caminos de egoísmo y de autosuficiencia, está construyendo un futuro marcado por horizontes de dolor y de muerte. En verdad, nuestra experiencia de todos los días muestra cómo la indiferencia del hombre frente a Dios y a sus propuestas genera violencia, opresión, explotación, exclusión, sufrimiento.

En la lectura que el Cronista hace de la historia de su Pueblo, hay una invitación clara a escuchar a Dios y a guiar las opciones que hacemos a través de las propuestas de Dios.

La perspectiva de que la liberación de la cautividad es comandada por Dios y de que Dios ofrece a su Pueblo la oportunidad de un nuevo comienzo, apunta en el sentido de la esperanza. Y es ésta: el Dios que se nos propone es un Dios que abomina el pecado, pero que da siempre a sus hijos la oportunidad de volver a comenzar, de rehacer todo, de reconstruir el camino de la esperanza y de la vida nueva.

En este tiempo de Cuaresma, este texto nos abre horizontes de esperanza y nos invita a embarcarnos en la apasionante aventura de la vida nueva.

Comentario al evangelio (5 de marzo)

Jesús inicia su ministerio en la sinagoga de Nazaret. Proclama que se ha cumplido la profecía de Is. 61,1-2. A sus paisanos les cuesta ver más allá de las emociones y preocupaciones diarias; se admiran de la erudición bíblica de Jesús pero les falta fe para ver en en las obras que realiza el comienzo del Reino de Dios que libera y sana.

Tampoco nosotros comprendemos la novedad de Jesús; atenazados por los horarios, las prisas, las ofertas de consumo y de ocio no sentimos la urgencia de rogarle que nos sane, que nos libere. Nos cerramos a la nueva presencia de Dios que Él encarna. No nos aventuramos a lo nuevo; nos paraliza el miedo.

Sin embargo, la realidad que vivimos está grávida de la presencia de Dios. Si seguimos las fuerzas negativas nos topamos con los escándalos del hambre, carrera de armamentos, rearme nuclear, «trata» de personas, narcotráfico…en las heridas del sufrimiento que provocan las injusticias hay un clamor a Dios; la perla, espléndida y preciosa, nace del dolor, nace cuando una ostra es herida; la perla es una herida cicatrizada. Si seguimos los anhelos de nuestro interior experimentamos la presencia de Alguien que nos precede, que nos regala la vida, que nos capacita para entregarla libremente como los que nos han engendrado, que despierta un deseo de felicidad que va más allá del ocio y del consumo, que cicatriza nuestras heridas.

Hoy es buen día para sintonizar con las palabras de Jesús que brotan de su Amor al Padre que no conoce fronteras, capaz de sanar a la viuda de Sarepta y a Naamán el Sirio; hoy es buen día para no rechazar sus palabras por miedo al cambio de vida que plantean con urgencia; hoy es buen día para escuchar los anhelos profundos de nuestro interior personal y para aportar, con otros, mi granito de arena a las demandas de una sociedad más justa, sin amenazas ni esclavitudes.

Cuaresma es tiempo para el encuentro personal y comunitario con la Vida de Jesús: «ten paciencia, Señor…sigue llamando a la puerta; te abriré y comeremos juntos».

Jaime Aceña Cuadrado, cmf