Domingo IV de Cuaresma

En este tiempo de conversión de corazón, se te invita a meditar y a recogerte. Para ello, acomoda tu cuerpo, para que no te estorbe durante este rato de oración y aparta los pensamientos que hacen ruido en tu interior. Trata de alejar de tu mente las preocupaciones de la semana. Olvida los planes que te esperan después y dedícate por completo a este instante. Aprovecha el inicio de esta oración, para pedirle al Padre una profunda renovación interior.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 3, 14-21):

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

Dios nos ama tanto, que no nos deja solos. Prueba total de su inmenso amor por nosotros, es que nos entrega a su único hijo. Y es que Jesús nos amó tanto que entregó su vida por nosotros. Es una entrega gratuita, desinteresada, muestra de un amor infinito. Trata de ver en tu vida los regalos y signos del amor de Dios.

En la palabra de hoy, Jesús repasa la historia de Israel para resaltar la continuidad del plan de salvación de Dios. El pueblo de Israel, de camino a la tierra prometida cae en desánimo y comienza a mostrarse desagradecido. Entonces Dios se apiada y les dice que todo aquel que mire la serpiente de bronce, levantada por Moisés, será salvado. Tras recordar esa parte de la historia, Jesús anuncia que él también será levantado para la salvación de nuestros pecados. Es un anuncio de la cruz y en ella recibimos la promesa de perdón eterno.

Jesús da la clave para la felicidad, te invita a salir del amor egoísta y acercarte a la luz. Cristo incomoda, no deja indiferente a quien ha experimentado. Pero llena el corazón de satisfacción. Nos bendice con su luz. Piensa en tu vida, en esta semana. En lo que has hecho y dicho. ¿Son tus obras y palabras reveladoras de luz?

Ahora vuelve a leer este evangelio. Contempla la escena en la que Jesús habla con el fariseo Nicodemo, un principal entre los judíos. Fíjate en el cariño con el que Jesús instruye a Nicodemo. Mira a los dos charlando, escucha lo que Jesús dice y deja que se esponje tu corazón al sentir el amor, la misericordia y el gozo que lleva su palabra. Fíjate en los sentimientos que se remueven en tu interior.

Ahora, habla con el Padre, desde la confianza de quien te escucha y respeta. De quien te entiende y lo sabe todo de ti. De quien te ama. Preséntale lo que limita tu voz espiritual. Los obstáculos que te impiden sentir la inmensidad de su amor. Pídele, nuevamente una profunda renovación interior.

Charla también con María. Y muéstrale tus obras y palabras de esta semana. Examina ante ella si han estado hechas según Dios. Pídele que te enseñe a mirar con el corazón, cada persona, cada instante, cada decisión.

Convierte esta oración en un mantra, una frase que te pueda acompañar a lo largo de esta semana, repitiendo en tu interior una y otra vez ese mantra: Señor, en mis obras y palabras hazme luz para el mundo, Señor, en mis obras y palabras hazme luz para el mundo…

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