I Vísperas – Domingo V de Cuaresma

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: INSIGNE DEFENSOR DE NUESTRA CAUSA.

Insigne defensor de nuestra causa,
Señor y Salvador del pueblo humano,
acoge nuestras súplicas humildes,
perdona nuestras culpas y pecados.

El día con sus gozos y sus penas
pasó dejando huellas en el alma,
igual que nuestros pies en su camino
dejaron en el polvo sus pisadas.

No dejes de mirarnos en la noche,
dormida nuestra vida en su regazo;
vigila el campamento de los hombres,
camino de tu reino ya cercano.

Ahuyenta de tu pueblo la zozobra,
sé nube luminosa en el desierto,
sé fuerza recobrada en el descanso,
mañana y horizonte siempre abierto.

Bendice, Padre santo, la tarea
del pueblo caminante en la promesa;
llegados a Emaús, tu Hijo amado
nos parta el pan y el vino de la cena. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Pondré mi ley en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.

Salmo 140, 1-9 – ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Señor, te estoy llamando, ven de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo opondré mi oración a su malicia.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Pondré mi ley en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.

Ant 2. Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.

Salmo 141 – ORACIÓN DEL HOMBRE ABANDONADO: TU ERES MI REFUGIO

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Me vuelvo a la derecha y miro:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio
y mi heredad en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.

Ant 3. A pesar de ser Hijo, aprendió en sus padecimientos la obediencia.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. A pesar de ser Hijo, aprendió en sus padecimientos la obediencia.

LECTURA BREVE   1Pe 1, 18-21

Ya sabéis con qué os rescataron: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha. Ya de antes de la creación del mundo estaba él predestinado para eso; y al fin de los tiempos se ha manifestado por amor a vosotros. Por él creéis en Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo glorificó. Así vuestra fe y esperanza se centran en Dios.

RESPONSORIO BREVE

V. Escúchanos, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.
R. Escúchanos, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

V. Cristo, oye los ruegos de los que te suplicamos.
R. Porque hemos pecado contra ti.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Escúchanos, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El grano de trigo que cae a tierra queda infecundo, si no muere; pero, si muere, produce mucho fruto

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El grano de trigo que cae a tierra queda infecundo, si no muere; pero, si muere, produce mucho fruto

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, el Señor, que ha querido ser nuestro Maestro, nuestro ejemplo y nuestro hermano, y supliquémosle, diciendo:

Renueva, Señor, a tu pueblo.

Cristo, hecho en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, haz que nos alegremos con los que se alegran y sepamos llorar con los que están tristes,
para que nuestro amor crezca y sea verdadero.

Concédenos saciar tu hambre en los hambrientos
y tu sed en los sedientos.

Tú que resucitaste a Lázaro de la muerte,
haz que, por la fe y la penitencia, los pecadores vuelvan a la vida cristiana.

Haz que todos, según el ejemplo de la Virgen María y de los santos,
sigan con más diligencia y perfección tus enseñanzas.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Concédenos, Señor, que nuestros hermanos difuntos sean admitidos a la gloria de la resurrección
y gocen eternamente de tu amor.

Pidamos a nuestro Padre que nos dé la fuerza que necesitamos para no caer en la tentación:

Padre nuestro…

ORACION

Te pedimos, Señor, que enciendas nuestros corazones en aquel mismo amor con que tu Hijo ama al mundo y que lo impulsó a entregarse a la muerte por salvarlo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Anuncio publicitario

Lectio Divina – 17 de marzo

Lectio: Sábado, 17 Marzo, 2018
Tiempo de Cuaresma
 
1) Oración inicial
Que tu amor y tu misericordia dirijan nuestros corazones, Señor, ya que sin tu ayuda no podemos complacerte. Por nuestro Señor.
 
2) Lectura
Del Evangelio según Juan 7,40-53
Muchos entre la gente, que le habían oído estas palabras, decían: «Este es verdaderamente el profeta.» Otros decían: «Este es el Cristo.» Pero otros replicaban: «¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?» Se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de él. Algunos de ellos querían detenerle, pero nadie le echó mano.
Los guardias volvieron a los sumos sacerdotes y los fariseos. Éstos les dijeron: «¿Por qué no le habéis traído?» Respondieron los guardias: «Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre.» Los fariseos les respondieron: «¿Vosotros también os habéis dejado embaucar? ¿Acaso ha creído en él algún magistrado o algún fariseo? Pero esa gente que no conoce la Ley son unos malditos.» Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido anteriormente a Jesús: «¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?» Ellos le respondieron: «¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta.»
Y se volvieron cada uno a su casa.
 
3) Reflexión
• En el capítulo 7, Juan constata que en medio de la gente había diversas opiniones y mucha confusión respecto a Jesús. Los parientes pensaban de una forma (Jn 7,2-5), la gente pensaba de otra forma (Jn 7,12). Unos decían: “¡Es un profeta!» (Jn 7,40). Otros decían: «¡Engaña a la gente!» (Jn 7,12) Unos lo elogiaban: «¡Hace el bien!» (Jn 7,12). Otros lo criticaban: «¡No ha estudiado!» (Jn 7,15) ¡Muchas opiniones! Cada uno tenía sus argumentos, sacados de la Biblia o de la Tradición. Pero nadie recordaba al mesías Siervo, anunciado por Isaías (Is 42,1-9; 49,1-6; 50,4-9; 52,13-53,12; 61,1-2). Hoy también se discute mucho sobre religión, y cada cual saca sus argumentos de la Biblia. Como en el pasado, hoy también acontece muchas veces que los pequeños son engañados por el discurso de los grandes y, a veces, hasta por el discurso de gente de iglesia.
• Juan 7,40-44: Una confusión en medio de la gente. La reacción de la gente es de lo más variada. Algunos dicen: es un profeta. Otros: es el Mesías, el Cristo. Otros rebaten: no puede ser, porque el mesías vendrá de Belén y éste viene de Galilea. Estas diversas ideas sobre el Mesías producen división y disputas. Había gente que quería detenerle y darle muerte, pero no lo hicieron. Probablemente, porque tenían miedo de la multitud (cf. Mc 14,2).
• Juan 7,45-49: Los argumentos de las autoridades. Anteriormente, ante las reacciones de la gente favorable a Jesús, los fariseos habían enviado a guardias para detenerle (Jn 7,32). Pero habían vuelto sin Jesús. Se habían quedado impresionados por su manera de hablar: «Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre”. Los fariseos reaccionaron: “¿Vosotros también os habéis dejado embaucar?” Para los fariseos «esa gente que no conoce la ley» se deja engañar por Jesús. Es como se dijesen: «¡Nosotros los jefes conocemos mejor las cosas y no nos dejamos engañar!» Ellos atribuyen al pueblo el adjetivo de ¡»maldito»! Las autoridades religiosas de la época trataban a la gente con mucho desprecio.
• Juan 7,50-52: La defensa de Jesús hecha por Nicodemo. Ante este argumento estúpido, la honestidad de Nicodemo se rebela y levanta su voz para defender a Jesús: «¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?” La reacción de los otros es escarnio: «¿También tú eres de Galilea? ¡Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta!» Ellos están seguros. Con el librito del pasado en la mano se defienden en contra del futuro que llega incomodando. ¡Esto ocurre también hoy! Sólo acepto lo nuevo si está de acuerdo con las ideas mías que son del pasado.
 
4) Para la reflexión personal
• ¿Cuáles son hoy las diversas opiniones sobre Jesús que existen en medio de la gente? Y en tu comunidad ¿existen diferentes opiniones que generan confusión? ¿Cuáles? Cuéntalas.
• Hay personas que sólo aceptan lo nuevo si están de acuerdo con sus ideas que pertenecen al pasado. ¿Y yo?
 
5) Oración final
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. (Sal 50)

Domingo V de Cuaresma

1. Situación

La Cuaresma es un caminó en que acompañamos a Jesús. Por la fe y en la Eucaristía, participamos de su Misterio Pascual. Se despliega ante nuestros ojos el Acontecimiento definitivo de la historia: Por una parte, la realidad del hombre con toda su ceguera y violencia, crucificando al Hijo; por otro, el amor incomprensible de Dios, entregando a su Hijo en manos de los pecadores y haciendo surgir la vida de la muerte. Jesús, elevado entre la tierra y el cielo.

¿Te parecen reflexiones demasiado elevadas, alejadas de la realidad o, a la inversa, que ese mirar al Hijo crucificado por nosotros es lo que te posibilita dar sentido al sufrimiento y asumir el peso de muerte y de pecado de la existencia humana?

Sin dua, en tu vida te está tocando vivir alguna prueba que te obliga a participar en la agonía de Jesús. Intuyes que en esa situación el Señor te está llamando a una fe y amor nuevos; pero te resistes, como es natural.

2. Contemplación

Haz oración desde esa situación de prueba, primero a la luz del Evangelio. Cada palabra te resuena.

La segunda lectura refuerza la anterior. ¿No te impresiona esa frase: El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer? No tenemos otro camino. El obedecer de Jesús no es sumisión de esclavo, sino amor filial, libertad interior para hacer de la propia vida disponibilidad y misión.

La primera lectura, a primera vista, parece no concordar con las otras. Sin embargo, nos hace ver dónde está el núcleo de la cuestión tanto del corazón humano como de la obediencia de Jesús al Padre: que nosotros no vivimos de la Gracia, endurecidos como estamos por nuestro egocentrismo, y Jesús se siente pertenecer al Padre, gozosamente y para siempre.

¿Por qué sufrió entonces? Por puro amor nuestro, por compartir nuestra condición hasta el final. Tuvo que aprender en carne propia nuestro no a Dios y al hombre. De ahí surgió el sí de la Nueva Alianza.

3. Reflexión

Hay varios modos de asumir el sufrimiento. Uno, aceptarlo como parte esencial de la condición humana. O bien, mediante la lucidez racional que no se empeña en negar lo que es evidente. O bien, mediante la razón religiosa que considera la vida a la luz de la Providencia, que nos educa con los bienes y los males.

Otro, que nos viene sugerido por las lecturas de este domingo: asumir el sufrimiento mirando al Crucificado. El creyente conoce muy bien la diferencia. Reside en el corazón, pues ¡es tan distinto asumir el sufrimiento desde la razón o desde el amor! Este no encuentra razones e, incluso, se presta a heridas más hondas; pero no pretende dominar la situación. Confía y ama. Y porque ama al Crucificado, la lógica del sufrimiento se transforma en esperanza, y la herida se suaviza, y el sin-sentido se hace abandono de fe. En algún momento, incluso el amor transfigura el dolor: «¡Gracias, Señor, por poder participar, aunque sea un poco, en tu Pasión!»

¿Qué parte te toca ahora en la pasión de Jesús?

4. Praxis

La Cuaresma nos adentra en las grandes cuestiones, que ordinariamente evitamos: la muerte y el pecado, el sufrimiento y la finitud, y la cuestión más misteriosa todavía: ¿Por qué Dios no nos ha dado explicaciones, sino que ha vivido con nosotros nuestra realidad hasta el final y, lo más sorprendente, la ha aprovechado para revelarnos su Amor y darnos su propia Vida eterna?

Nos acercamos a la Semana Santa, y convendría, si nos es posible, dedicar más tiempo a contemplar la vida y muerte de Jesús. No te quedes en meros sentimientos piadosos; procura aplicar la contemplación a la realidad personal, familiar y social. Pero no alejes tu mirada de Jesús. Repósala en El una y otra vez, acogiendo su Amor, haciendo tuyas sus actividades ante el Padre y los hombres, diciéndole que quieres seguirle, que te dé su Espíritu.

Si lees Jn 10, te ayudará a consolidar tu adhesión personal a Jesús.

Javier Garrido

Domingo V de Cuaresma

Hoy domingo V del tiempo de cuaresma, último de este ciclo y ante las puertas de la Semana Santa, la liturgia nos ofrece una animosa reflexión: El profeta Jeremías 1ª lectura, (31, 31-34) habla de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres. En esa alianza está contenida el germen de nuestra plenitud a la manera de un grano de trigo que culmina en una espiga llena de fruto, [3ª lectura (Jn. 12, 20-33] con tal de que sigamos el ejemplo de Jesús en su fidelidad al Padre. Seamos obedientes. [2ª lectura (Heb. 5, 7-9)]

Está perfectamente situada la liturgia de hoy porque nos abrimos a la Semana Santa en la que contemplaremos la muerte de ese grano de trigo que fue Jesús y la grandiosidad del fruto que consiguió con ella: recapitular todas las cosas entregándoselas al Padre en una especie de nueva creación, que diremos en el prefacio. La muerte de Jesús, superada en la Resurrección, abre la puerta a todos nosotros para la gran transformación aquí y ahora y luego, allá, en la casa del Padre.

Jesús se refiere al momento de la gran trasformación con la expresión: si el grano de trigo no muere no da fruto.

¿A qué muerte se refiere Jesús? ¿Qué quiere decir Jesús con esas palabras?

A la muerte en el sentido de que, solo muriendo a nosotros, es decir, disolviendo nuestra voluntad en los planes de Dios, podemos alcanzar toda la plenitud.

No se trata de una obediencia servil, propia de los vasallos sino de una actitud de fidelidad a un Dios que está empeñado en que cada uno de nosotros alcance la perfección en lo humano, en lo espiritual y para la eternidad.

Es una muerte, un arrinconarnos exclusivamente estratégico, para que sea Jesús quien nos gobierne a la manera en la que el capitán de un barco “muere”, deja de estar al mando del barco, en favor del práctico del puerto precisamente para que el capitán pueda conseguir su deseo de atracar felizmente en el puerto elegido, para que logre su empeño, su propósito, su bien.

Bien analizadas las cosas, y desde un punto de vista puramente biológico, la muerte del grano de trigo hemos de entenderla precisamente como todo lo contrario: la explosión de toda su grandeza encerrada en su información genética y generada a lo largo de los 13.700 millones de años que se calcula la edad del universo a partir del Big Bang.

El universo ha ido dando respuestas a las distintas circunstancias por las que ha pasado hasta conseguir el mundo que ahora es. También los vivientes fueron enriqueciéndose en ese proceso evolutivo hasta conseguir lo que actualmente somos camino de lo que seremos en el futuro, según prosigue la evolución.

Lo que tiene el grano de trigo dentro de él es lo que ha conseguido a lo largo de su evolución. Cuando se le pone en condiciones oportunas “todo eso” se despliega dando lugar a una hermosa y granada espiga.

A ese fenómeno no se le puede llamar “muerte” del grano sino todo lo contrario “eclosión grandiosa de todo cuanto contenía en su interioridad”

Algo así podrían entenderse las palabras de Jesús. El grano cuando deja de ser algo aislado, algo cerrado sobre sí mismo, cuando se abre a las influencias benéficas del mundo ambiente es capaz de desarrollar todo lo que lleva dentro, de dar fruto abundante.

El ser humano, cerrado sobre sí mismo, enclaustrado en su yo, defendiendo su posición alcanzada vive, pero vive en la ruindad, en la inoperatividad, en un egocentrismo que le mantiene, pero sin cooperar al desarrollo, sin fructificar, como un miembro ensimismado consigo mismo, a la manera de Narciso expuesto a ahogarse en su propia autoexaltación.

Jesús nos invita a morir no para destruirnos sino para que demos de sí todas nuestras posibilidades como personas, ciudadanos y creyentes.

Hay una obra de Álvaro de la Iglesia que hizo furor años atrás titulada “En el cielo no hay almejas”. No se refería al molusco que todos pensamos ahora, y del que tanto presumen los gallegos, sobre todo los de Carril, sino a la degeneración de almas convertidas en “almejas” al estilo de como decimos despectivamente que hay “trapajos”, refiriéndonos a su condición de viejos, rotos y sucios.

La correcta interpretación sería: en el cielo no hay “almejas”, almas mediocres, vulgares, grises; solo hay almas grandes, plenas, perfectas. Almas que se forjaron acá en la tierra con el esfuerzo personal y la gracia de Dios.

Las “almejas” son propias de personalejos que vivieron a medias y promovieron solo mediocridades.

Jesús nos llama a una vida plena. He venido para que tengan vida y vida abundante, decía en una ocasión. Nos convoca a morir a la mediocridad para llevar una vida llena, plena de buenas obras.

Entendamos así las palabras de Jesús y convirtámoslas en nuestro gran acicate para vivir un cristianismo que llene nuestra vida y esparza en nuestro derredor el buen olor a Cristo, que decía San Pablo o, como dice ahora el Papa, el buen olor del evangelio. AMÉN

Pedro Sáez

Spe Salvi – Benedicto XVI

45. Esta visión del antiguo judaísmo de la condición intermedia incluye la idea de que las almas no se encuentran simplemente en una especie de recinto provisional, sino que padecen ya un castigo, como demuestra la parábola del rico epulón, o que por el contrario gozan ya de formas provisionales de bienaventuranza. Y, en fin, tampoco falta la idea de que en este estado se puedan dar también purificaciones y curaciones, con las que el alma madura para la comunión con Dios. La Iglesia primitiva ha asumido estas concepciones, de las que después se ha desarrollado paulatinamente en la Iglesia occidental la doctrina del purgatorio. No necesitamos examinar aquí el complicado proceso histórico de este desarrollo; nos preguntamos solamente de qué se trata realmente. La opción de vida del hombre se hace definitiva con la muerte; esta vida suya está ante el Juez. Su opción, que se ha fraguado en el transcurso de toda la vida, puede tener distintas formas. Puede haber personas que han destruido totalmente en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría ya nada remediable y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se indica con la palabra infierno[37]. Por otro lado, puede haber personas purísimas, que se han dejado impregnar completamente de Dios y, por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo; personas cuya comunión con Dios orienta ya desde ahora todo su ser y cuyo caminar hacia Dios les lleva sólo a culminar lo que ya son[38].


[37] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1033-1037.

[38] Cf. ibíd., nn. 1023-1029.

La hora crucial

1. Hay momentos cruciales en la vida relacionados con acontecimientos vitales personales o sociales. En la Biblia se denominan, en singular, como la «hora», que no se refiere tanto al instante de la muerte cuanto al del nacimiento. En todo caso, la «hora» es momento de entrega final al servicio de la resurrección del reino. Hay tres «horas» bíblicas decisivas: la mesiánica (aparición del Salvador en la carne), la escatológica (definitivo regreso de Jesús en plenitud) y la caritativa (visitas de Dios cuando actuamos con amor). La «hora» está siempre en relación con la manifestación salvadora de Dios.

2. Para los evangelios, la «hora» de Jesús es el momento de su pasión y glorificación, cuando muere el grano para dar fruto, que es manifestación de amor, nacimiento del hombre nuevo y don del Espíritu. La «hora» señalada en Caná se realiza en la Cruz, con la nueva multiplicación de la sangre redentora del Cordero.

Los discípulos no entienden del todo la «hora», como tampoco la entendemos nosotros. Pretendemos «ver a Jesús» sin seguirle hasta el final. Por amarnos egoístamente, nos perdemos; y por no servir a los hermanos, no llegamos al Padre.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué momentos son cruciales para nosotros como cristianos?

Casiano Floristán

La hora de Jesús

La hora es un tema bíblico reiteradamente mencionado por el evangelio de Juan. Es el tiempo de la nueva alianza (cf. Jer 31, 31-34).

Ver a Jesús

«Algunos gentiles» que habían subido «a celebrar la fiesta» quieren ver a Jesús. A esa demanda el Señor responde con una larga y profunda meditación sobre «la hora». El evangelio de Juan está escrito como un drama, en él todo se orienta hacia el desenlace final. Es decir, el encuentro de la fuerza de Jesús basada en el amor con el poder injusto que lo rechaza; esa intersección termina en la cruz y, finalmente, en el vencimiento de la cruz y la muerte: la resurrección.

La «hora» es el momento en que el amor gratuito y universal de Dios, que fundamenta su preferencia por los pobres, se encuentra con una dinámica social y religiosa que lo rechaza; es decir, con el pecado. Ese conflicto se expresa en la cruz. Ella deberá por eso ser levantada (cf. Jn 12, 32) como denuncia de aquello que lleva a Jesús a la muerte y como testimonio de su entrega de amor. Jesús revela al Dios de la vida con su muerte. A este Jesús es al que verán los gentiles que se dirigen a Felipe (cf. v. 21).

Una decisión libre

La muerte en la cruz no es una fatalidad. Es el resultado de una opción. «Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente», dice el Señor (Jn 10, 18). Jesús se encamina hacia esa «hora» con la coherencia de su vida, hablando como actúa y actuando como habla. Eso lo hizo peligroso para los poderes de este mundo.

Su muerte sella la nueva alianza anunciada por el profeta Jeremías en nuestra primera lectura. Ese pacto significa una doble pertenencia del pueblo a Dios y de Dios al pueblo. Su finalidad es el conocimiento de Dios; sabemos que conocimiento en la Biblia quiere decir amor. Se trata entonces de una alianza de amor; eso es lo que representa la cruz: la entrega libre y total por amor, la «hora» en que ese mensaje nos es revelado, el grano de trigo que muere pero que da «mucho fruto» (Jn 12, 24).

Hay «horas» también en las vidas de las personas y de las naciones. En ellas se juega nuestra condición de discípulos en el aquí y ahora de nuestros pueblos. Esas horas las forjamos con nuestra propia coherencia, si ésta se afirma, la «hora» avanzará. En la encrucijada precisa que afrontamos, debemos ser granos de trigo que den fruto. Ante la lucha de los pobres por sobrevivir, tenemos que encontrar los caminos para comportarnos con la coherencia de Jesús. Se trata de responder a su llamada en esta hora; aunque como a él el momento nos resulte doloroso (Heb 5, 7-9), dando testimonio de la vida para todos en medio de una situación que margina y asfixia al pobre.

Gustavo Gutiérrez

¿También nosotros somos necesarios?

“Ha llegado mi “hora”. Ha llegado el momento crucial, exclama Jesús en el pórtico del majestuoso templo de Jerusalén. Va a ser detenido, castigado, azotado, y después crucificado. Al tercer día resucitará.

Todos tenemos nuestra “hora” o nuestras “horas”. Jesús se enfrenta a los grandes misterios del ser humano. Esta situación tan abrumadora la explica con una metáfora: la del grano de trigo. “Si el grano de trigo no se pudre, si permanece entero, entonces no fructifica”. Estaba Jesús absorbido por los graves y próximos acontecimientos. Su alma está agitada. Unos peregrinos, que habían venido a celebrar la fiesta, querían ver a Jesús. Se acercan a los apóstoles Felipe y Andrés para conseguir una entrevista. Es de suponer que el deseo de ver a Jesús no era una mera curiosidad. Ciertamente Jesús era un tipo original y discutido. Pero es y significa mucho más. A lo mejor pretendían seguirle, descubrirle, conocerle…

A todo cristiano le corresponde la tarea de ser mediador, “pontífice”, es decir, el que hace puentes: entre los hombres – mujeres y Dios. Todos estamos llamados e invitados a ser “puente”, intermediarios, pero algunos con más intensidad. Curiosamente el pasado martes de ésta semana cumplía cinco años de pontificado el Papa Francisco. Lo cual ha dado pie a múltiples reportajes sobre su persona. Ha venido de la periferia. Concretamente, de Latinoamérica, región que aporta la cifra de 500.000.000 millones de católicos. Casi la mitad de los mil 285 millones de católicos extendidos por todo nuestro mundo. Ha colaborado para derribar el muro entre el Norte rico y el Sur pobre. Se han registrado avances, pero a veces demasiado tímidos. Principalmente en el capítulo de las mujeres. Francisco es un misionero que quiere anunciar el evangelio recalcando el mensaje de cercanía y amistad de Dios con todos los hombre y mujeres, por eso el Papa empuja a la Iglesia a salir de sí misma, quiere una Iglesia en salida, es decir, dispuesta a arrancar con brío.

“Ver a Jesús”. En bastantes casos necesitan o necesitamos despertar, actualizar la imagen y la vida de Jesús: más algunos de los que han sido o son católicos de toda la vida que los considerados como alejados.

Francisco se ha distinguido por renunciar a ciertos ornamentos papales, como los zapatos rojos, como el vivir, no en el palacio del Vaticano, sino en la residencia de Santa Marta, un edificio más discreto. En el apartado ético- social se ha convertido en un líder mundial. En cuanto a la Teología de la Liberación ha pasado a ser escuchada. Referente a la ecología, ahí está la encíclica “Laudato si sobre el cuidado de la casa común”. Ha relacionado “la preocupación por la naturaleza y la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior”. En resumen el Papa Francisco ha cumplido “sus cinco años sin visos de cansancio”. Sigue con espíritu emprendedor, la opinión pública respalda su pastoral, “su lucha contra los abusos sexuales así como su defensa de los pobres, de los migrantes y refugiados. Más aún le ven valiente (Se ha atrevido a levantar alfombras sin pestañear), cercano. Ocho de cada diez jóvenes irían con él de cañas”. Sobre todo desea ardientemente volver a Jesús.

Ha conectado con la mayoría de los movimientos populares, resumidos bajo las tres T: trabajo, tierra, y techo.

No basta que el Papa se esfuerce hasta el agotamiento. Estamos ante una sociedad herida, no es suficiente que la macro economía marche bien, si la micro economía está muy débil. Esto es aplicable en lo espiritual.

Josetxu Canibe

Atraídos por el crucificado

Un grupo de «griegos», probablemente paganos, se acercan a los discípulos con una petición admirable: «Queremos ver a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.

Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir a algún acto religioso de la semana santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.

Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente su llamada: «El que quiera servirme que me siga, y dónde esté yo, allí estará también mi servidor».

Todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores.

Esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.

¿Cómo sería una Iglesia «atraída» por el Crucificado, impulsada por el deseo de «servirle» sólo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 17 de marzo

La liturgia de la Palabra de hoy señala la importancia de la confianza y la fidelidad a Dios, principalmente en los momentos de incomprensión y persecución. Es lo que la primera lectura deja patente en la experiencia del profeta Jeremías, que puede decir a Dios: “a ti he confiado mi causa” (Jr 11,20). Aún más, el propio Dios le había instruido acerca de las intrigas de los enemigos. Con esto, podemos decir que nuestra vida está en las manos de Dios, aun cuando todo parezca decir lo contrario.

Es esta fuerza la que encontramos en Jesús, que no le deja sucumbir ante las acusaciones de sus adversarios. Como ayer, el Evangelio de hoy nos presenta los cuestionamientos acerca de la identidad de Jesús. Lo que escandaliza no es tanto el origen inmediato de Jesús (“¿Es que de Galilea va a venir el Mesías?” Jn 7,41), sino que Dios pueda ser un hombre concreto, encarnado en nuestra historia, que camina como uno más con su pueblo. El problema nos que Jesús sea Dios, sino que Dios pueda ser Jesús, un hombre que siente hambre, sed, se cansa, duerme. Pero la lógica de la salvación pasa por asumir la carne, nuestra carne, pues como decía San Irineo “para eso se hizo el Verbo hombre, y el Hijo de Dios Hijo del Hombre, para que el hombre mezclándose con el Verbo y recibiendo la filiación adoptiva, se hiciese hijo de Dios” (Contra los herejes III,19,1).

Los textos de hoy nos llenan de coraje y esperanza, pues si miramos nuestra vida, veremos muchos momentos de dificultades, pero también podemos ver la confianza que hemos depositado en el Señor y cómo Él nos ha librado. ¿Cuántas veces en el desánimo e incluso cuando la esperanza parecía perder su puesto en nuestra vida, hemos visto las señales de Dios y dimos la vuelta en nuestra vida? ¿Cuántas veces no hemos pensado en abandonar todo porque las cosas no salieron como esperábamos, pero sentimos desde dentro que Dios nos sacaba de la desilusión y seguimos adelante?

La fe nos lleva a transponer barreras, a mirar más lejos y descubrir que Dios, que se hizo uno como nosotros, nos acompaña y nos alienta a seguir adelante, aún cuando todo parece decir lo contrario. La cruz será la máxima expresión de eso. Por eso, repitamos a lo largo del día: “Señor, Dios mío, a ti me acojo” (Sal 7).

Eguione Nogueira, cmf