I Vísperas – Domingo de Ramos

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: LAS BANDERAS REALES SE ADELANTAN.

Las banderas reales se adelantan
y la cruz misteriosa en ellas brilla:
la cruz en que la vida sufrió muerte
y en que, sufriendo muerte, nos dio vida.

Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo
que, al ser herido por la lanza dura,
derramó sangre y agua en abundancia
para lavar con ellas nuestras culpas.

En ella se cumplió perfectamente
lo que David profetizó en su verso,
cuando dijo a los pueblos de la tierra:
«Nuestro Dios reinará desde un madero.»

¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso,
árbol ornado con la regia púrpura,
y destinado a que su tronco digno
sintiera el roce de la carne pura!

¡Dichosa cruz que con tus brazos firmes,
en que estuvo colgado nuestro precio,
fuiste balanza para el cuerpo santo
que arrebató su presa a los infiernos.

A ti, que eres la única esperanza,
te ensalzamos, oh cruz, y te rogamos
que acrecientes la gracia de los justos
y borres los delitos de los malos.

Recibe, oh Trinidad, fuente salubre,
la alabanza de todos los espíritus,
y tú que con tu cruz nos das el triunfo,
añádenos el premio, oh Jesucristo. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Todos los días me sentaba en el templo para enseñar y nunca me prendisteis; ahora, flagelado, me lleváis para ser crucificado.

Salmo 118, 105-112 – HIMNO A LA LEY DIVINA

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Todos los días me sentaba en el templo para enseñar y nunca me prendisteis; ahora, flagelado, me lleváis para ser crucificado.

Ant 2. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes.

Salmo 15 – CRISTO Y SUS MIEMBROS ESPERAN LA RESURRECCIÓN.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes.

Ant 3. El Señor Jesús se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor Jesús se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz.

LECTURA BREVE   1Pe 1, 18-21

Ya sabéis con qué os rescataron: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha. Ya de antes de la creación del mundo estaba él predestinado para eso; y al fin de los tiempos se ha manifestado por amor a vosotros. Por él creéis en Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo glorificó. Así vuestra fe y esperanza se centran en Dios.

RESPONSORIO BREVE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

V. Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Salve, Rey nuestro, Hijo de David, Redentor del mundo; ya los profetas te anunciaron como el Salvador que había de venir.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Salve, Rey nuestro, Hijo de David, Redentor del mundo; ya los profetas te anunciaron como el Salvador que había de venir.

PRECES

Adoremos a Cristo, quien, próximo ya a su pasión, al contemplar a Jerusalén, lloró por ella, porque no había aceptado el tiempo de gracia; arrepintiéndonos, pues, de nuestros pecados, supliquémosle, diciendo:

Ten piedad de tu pueblo, Señor.

Tú que quisiste reunir a los hijos de Jerusalén, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas,
enséñanos a reconocer el tiempo de tu visita.

No abandones a los fieles que te abandonaron,
antes concédenos la gracia de la conversión y volveremos a ti, Señor, Dios nuestro.

Tú que, por tu pasión, has dado con largueza la gracia al mundo,
concédenos que, fieles a nuestro bautismo, vivamos constantemente de tu Espíritu.

Que tu pasión nos estimule a vivir renunciando al pecado,
para que, libres de toda esclavitud, podamos celebrar santamente tu resurrección.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que reinas en la gloria del Padre,
acuérdate de los que hoy han muerto.

Porque la victoria de Cristo es nuestra victoria, nos atrevemos a decir a Dios:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que nuestro Salvador se anonadase, haciéndose hombre y muriendo en la cruz, para que todos nosotros imitáramos su ejemplo de humildad, concédenos seguir las enseñanzas de su pasión, para que un día participemos en su resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 24 de marzo

Lectio: Sábado, 24 Marzo, 2018
Tiempo de Cuaresma
 
1) Oración inicial
Señor, tú que nunca dejas de procurar nuestra salvación y en estos días de Cuaresma nos otorgas gracias más abundantes, mira con amor a esta familia tuya y concede tu auxilio protector a quienes se preparan para el bautismo y a quienes hemos renacido ya a una vida nueva. Por nuestro Señor Jesucristo…
 
2) Lectura
Del Evangelio según Juan 11,45-56

Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.» Pero uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación.» Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación – y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Desde este día, decidieron darle muerte. Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí residía con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua de los judíos, y muchos del país habían subido a Jerusalén, antes de la Pascua para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros estando en el Templo: «¿Qué os parece? ¿Que no vendrá a la fiesta?» Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes de que, si alguno sabía dónde estaba, lo notificara para detenerle.
 
3) Reflexión
• El evangelio de hoy nos relata la parte final del largo episodio de la resurrección de Lázaro en Betania, en la casa de Marta y María (Juan 11,1-56). La resurrección de Lázaro es la séptima señal (milagro) de Jesús en el evangelio de Juan y es también el punto álgido y decisivo de la revelación que viene haciendo de Dios y de si mismo.

• La pequeña comunidad de Betania, en la que a Jesús le gustaba hospedarse, refleja la situación y el estilo de vida de las pequeñas comunidades del Discípulo Amado al final del primer siglo en Asia Menor. Betania quiere decir «Casa de los pobres». Eran comunidades pobres, de gente pobre. Marta quiere decir «Señora» (coordenadora): una mujer coordinaba la comunidad. Lázaro significa «Dios ayuda»: la comunidad pobre esperaba todo de Dios. María significa «amada de Javé»: era la discípula amada, imagen de la comunidad. El episodio de la resurrección de Lázaro comunicaba esta certeza: Jesús trae vida para la comunidad de los pobres. Jesús es fuente de vida para todos los que creen en él.
• Juan 11,45-46: La repercusión de la séptima Señal en medio del pueblo. Después de la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44), viene la descripción de la repercusión de esta señal en medio de la gente. La gente estaba dividida. “Muchos judíos, que habían ido a casa de María y que vieron lo que Jesús hizo, creyeron en él”. Pero otros “fueron donde los fariseos y contaron lo que Jesús había hecho.” Estos últimos le denunciaron. Para poder entender esta reacción negativa de una parte de la población, es preciso tener en cuenta que la mitad de la población de Jerusalén dependía en todo del Templo para poder vivir y sobrevivir. Por ello, difícilmente irían a apoyar a un desconocido profeta de Galilea que criticaba el Templo y las autoridades. Esto también explica el que algunos se prestaran para informar a las autoridades.
• Juan 11,47-53: La repercusión de la séptima Señal en medio de las autoridades. La noticia de la resurrección de Lázaro hizo crecer la popularidad de Jesús. Por esto, los líderes religiosos convocan el consejo, el sinedrio, la máxima autoridad, para discernir qué hacer. Pues, “ este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.” Ellos temían a los romanos. De hecho, el pasado, desde la invasión romana en el 64 antes de Cristo hasta la época de Jesús, había ya mostrado varias veces que los romanos reprimían con toda la violencia cualquier intento de rebelión popular (cf Hechos 5,35-37). En el caso de Jesús, la reacción romana podía llevar a la pérdida de todo, inclusive del Templo y de la posición privilegiada de los sacerdotes. Por eso, Caifás, el sumo sacerdote, decide: “Es mejor que un solo hombre muera por el pueblo, y no que la nación entera perezca”. Y el evangelista hace un lindo comentario: “Caifás no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación – y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.” Así, a partir de este momento, los líderes, preocupados por el crecimiento de la lideranza de Jesús, y motivados por el miedo a los romanos, deciden matar a Jesús.
• Juan 11,54-56: La repercusión de la séptima señal en la vida de Jesús. El resultado final es que Jesús tenía que vivir como un clandestino. “Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí residía con sus discípulos”.
La pascua estaba cerca. En esa época del año, la población de Jerusalén se triplicaba por causa del gran número de peregrinos y romeros. Todos conversaban sobre Jesús: «¿Qué piensa hacer? Será que no va para la fiesta?» Asimismo, en la época en que fue escrito el evangelio, al final del primer siglo, época de la persecución del emperador Domiciano (81 a 96), las comunidades cristianas se veían obligadas a vivir en la clandestinidad.
• Una llave para entender la séptima señal de Lázaro. Lázaro estaba enfermo. Las hermanas Marta y María mandaron a llamar a Jesús: «¡Aquel a quien tú quieres está enfermo!» (Jn 11,3.5). Jesús atiende la petición y explica a los discípulos: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” (Jn 11,4) En el evangelio de Juan, la glorificación de Jesús acontece a través de su muerte (Jn 12,23; 17,1). Una de las causas de su condena a muerte va a ser la resurrección de Lázaro (Jn 11,50; 12,10). Muchos judíos estaban en la casa de Marta y María para consolarlas de la pérdida del hermano. Los judíos, representantes de la Antigua Alianza, sólo saben consolar. No saben traer vida nueva. Jesús es aquel que trae vida nueva. Así, por un lado, la amenaza de muerte contra Jesús y, por otro, ¡Jesús que llega para vencer la muerte! Y es en este contexto de conflicto entre vida y muerte que se realiza la séptima señal de la resurrección de Lázaro.
Marta dice que cree en la resurrección. Los fariseos y la mayoría de la gente creen en la Resurrección (Hechos 23,6-10; Mc 12,18). Creían, pero no la revelaban. Era una fe en la resurrección al final de los tiempos y no en una resurrección presente en la historia, aquí y ahora. Esta fe antigua no renovaba la vida. Pues no basta creer en la resurrección que va a acontecer al final de los tiempos, sino que hay que creer que la Resurrección que ya está presente aquí y ahora en la persona de Jesús y en aquellos que creen en Jesús. Sobre éstos la muerte ya no tiene ningún poder, porque Jesús es la «resurrección y la vida». Sin ver la señal concreta de la resurrección de Lázaro, Marta confiesa su fe: «Yo creo que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (Jn 11,27).
Jesús ordena quitar la piedra. Marta reacciona: «Señor, ya huele, ¡es el cuarto día!»(Jn 11,39). De nuevo, Jesús la desafía haciendo referencia a la fe en la resurrección, aquí y ahora, como una señal de la gloria de Dios: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» (Jn 11,40). Retiraron la piedra. Ante el sepulcro abierto y ante la incredulidad de las personas, Jesús se dirige al Padre. En su oración, primero pronuncia una acción de gracias: ««Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas» (Jn 11,41-42). Jesús conoce al Padre y confía en él. Pero ahora pide una señal a causa de la multitud que le rodea, para que pueda creer que él, Jesús, es el enviado del Padre. Luego grita en alto, grito creador: «Lázaro, ¡sal a fuera!» Y Lázaro sale a fuera (Jn 11,43-44). Es el triunfo de la vida sobre la muerte, de la fe sobre la incredulidad! Un agricultor comentó: «¡A nosotros nos toca retirar la piedra! Y Dios resucita la comunidad. Hay gente a la que no le gusta quitar la piedra, y por eso su comunidad no tiene vida».
 
4) Para la reflexión personal
• ¿Qué significa para mí, bien concretamente, creer en la resurrección?

• Parte de la gente aceptaba a Jesús, parte no. Hoy, parte de la gente acepta la renovación de la Iglesia, y parte no. ¿Y yo?
 
5) Oración final
Pues tú eres mi esperanza, Señor,

mi confianza desde joven, Yahvé.
En ti busco apoyo desde el vientre,
eres mi fuerza desde el seno materno.
¡A ti dirijo siempre mi alabanza! (Sal 71,5-6)

Domingo de Ramos

1. Situación y contemplación

La liturgia del domingo de Ramos se caracteriza por el contraste entre la procesión triunfal, que aclama al Rey mesiánico, y la celebración de la Pasión, entrada en la figura del Mesías «siervo de Yahvé», humilde y tratado como maldito.

El contraste refleja la situación-límite del hombre y sus cuestiones últimas: ilusión y frustración, triunfo y fracaso, adhesión y rechazo, vida y muerte, etc.

El contraste refleja el drama íntimo de las relaciones entre Israel y su Mesías: ¡tantas expectativas puestas en el Reino y tanta ceguera cruel ante los caminos de Dios!

El contraste refleja el plan de Dios, que primero ofreció el Reino pacífico y no-violento a los hombres; pero sólo lo entendieron «los pequeños». A través de la cerrazón del corazón humano, el Dios fiel hizo lo inaudito: transformó el fracaso y la injusticia en fuente de Salvación.

En ese punto de apoyo, la obediencia de Jesús hasta la muerte (primera lectura, salmo y segunda lectura), hecho uno de nosotros, se concentra la historia de Dios y del hombre: el amor fiel de Dios, que asume el infierno del hombre (representado por cada escena: traición de Judas, negación de Pedro, juicio arbitrario de los judíos, venalidad de los romanos, violencia y sarcasmo de todos, sufrimiento físico y soledad de Jesús, etc.), y el amor de Jesús al Padre y a los hombres, que «todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», incluso cuando su Dios le abandona a su propia suerte (Evangelio).

¿Era necesario llegar hasta aquí? La respuesta siempre estará velada a los racionalistas o a los que no aceptan la condición humana. Sólo los que, al sufrir, confían y, confiando, descubren en sí mismos la fuerza del amor, están «en la onda» de la Pasión.

2. Reflexión

La meditación de la Pasión ha sido desvirtuada con frecuencia:

– o bien porque ha quedado reducida al acontecimiento de la Redención, ocurrida hace dos mil años, es decir, a una creencia abstracta y dogmática;

– o bien porque está asociada al recuerdo piadoso y sentimental del héroe del sufrimiento (como en el teatro clásico, cumple una función catártica: proyectamos en él nuestros dramas interiores y sociales);

– o bien porque la interpretamos sólo como memoria crítica de tantas situaciones de opresión del hombre de hoy, haciendo de Jesús el modelo más significativo del militante social.

La meditación de la Pasión debe integrar:

  1. la Lectura realista, plenamente humana, de lo que ocurrió en Jerusalén: conflicto exacerbado con las autoridades religiosas y políticas; contexto mesiánico, en torno a la Pascua, que propiciaba situaciones límite…

    En este sentido, actualizar la Pasión significa ver retratada en cada escena de la Pasión tantas realidades que nos rodean (la violencia irracional, el manejo de las masas por parte de los poderosos, los inocentes siempre perdedores…).

  2. La lectura teologal, que percibe en esa dinámica tenebrosa la presencia salvadora de Dios.

Sólo hay una realidad que dignifica e ilumina con un nuevo sentido tanto horror: la fe en Jesús, el Mesías que cargó sobre sí nuestros crímenes y nos reveló el amor inaudito de Dios.

  • Es difícil dar la vida incluso por un hombre de bien. Dios nos ha mostrado su amor haciendo morir a Cristo por nosotros cuando aún éramos pecadores (Rom 5,6-11).

3. Praxis

Que vaya resonando estos días en tu corazón alguna de estas frases:

  • «Me amó y se entregó por mí» (Gál 2).
  • «Nos amó hasta el final» (Jn 13).
  • «Ofrecí el rostro como pedernal, pero no quedaré avergonzado» (Is 50,7).

– «Realmente, éste era Hijo de Dios» (Mt 27,54).

Javier Garrido

Domingo de Ramos

La festividad del domingo de Ramos despierta en nosotros varios sentimientos.

Por una parte nos sentimos ALEGRES contemplando a Jesús aclamado por las multitudes.

Por otra, DESCONCERTADOS sobre lo que realmente es el animal humano. A ese mismo Jesús, que un día aparece triunfante, aclamado por el pueblo, solo cinco días más tarde le vemos vendido, maltratado, pospuesto incluso a un asesino y camino del calvario en donde será brutalmente ajusticiado.

¿Qué ha pasado esos días para tal cambio? Quizá los que pedían su muerte eran otros distintos de los que lo aclamaban. Podría ser.

Tal vez fueran los mismos, pero convertidos en chusma vociferante por embaucadores perfectamente adiestrados para manejar a las masas. También podría ser.

En general, los hombres y mujeres somos bastante “Pedro” en nuestro comportamiento. Nos entusiasmamos con la misma facilidad con la que nos desilusionamos. Juramos morir en defensa de lo que en pocos minutos abandonamos con indiferencia. ¡Somos muy frágiles!

Desde esta perspectiva, la festividad del domingo de Ramos es un toque de alerta a la “ROBUSTEZ” de nuestro cristianismo.

Al menos otros dos sentimientos brotan espontáneamente de la contemplación del drama de Jesús.

El del RECONOCIMIENTO DE LA GRANDEZA DE SU PERSONALIDAD, siempre fiel al proyecto que le había traído al mundo. “Por ello Dios lo exaltó sobremanera y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre”, dice San Pablo.(Fil. 2,9)

Finalmente el del AGRADECIMIENTO porque todo eso “le pasó” a Jesús pensando en la humanidad, en todos los seres humanos, algunos de los cuales hoy, dos mil años más tarde, nos reunimos en este templo de San Vicente para conmemorarlo.

Tenía razón el Apóstol San Juan cuando nos dijo en su Evangelio que Jesús nos amó hasta el fin. (Jn. 13,1) ¡Gracia, Jesús!

Vamos a recordar el drama de Jesús.

Van a pasar delante de nosotros los distintos personajes que lo protagonizaron. Preguntémonos con la mayor sinceridad posible: si yo hubiera estado allí aquel primer Viernes Santo ¿Cuál de aquellos personajes hubiera sido yo? ¿Qué hubiera hecho? ¿Cómo habría actuado? ¿Le hubiera vendido? ¿Le hubiera maltratado?

¿Le hubiera negado? ¿Le hubiera ayudado a llevar la cruz, le hubiera limpiado el rostro? ¿Le hubiera defendido? ¿Qué hubiera hecho?

No hace falta que nos esforcemos en imaginar nuestro comportamiento de haber estado allí. Examinemos qué hacemos ahora con los que conviven con nosotros y sabremos, no lo que hubiéramos hecho entonces, sino, lo que seguimos HACIÉNDOLE ahora en aquellos que nos rodean, porque considero como hecho a Él lo que hagamos a los demás.

Podemos saber lo que nosotros hubiéramos hecho entonces observando nuestras actitudes ante el prójimo. Como a través de una máquina del tiempo, nos habremos trasladado a aquellos lugares y momentos en los que los padeció Jesús.

Cada vez que vendemos a alguien, que lo engañamos, que lo traicionamos, que lo explotamos, que nos lavamos las manos ante sus necesidades, que nos burlamos, que extendemos bulos infundados, cada vez que hacemos sufrir a alguien estamos haciéndonos presentes en el drama de Jesús. No lo dudemos.

Vamos a celebrar la Eucaristía, cumpliendo su voluntad de que lo hiciéramos en su memoria. Alimentémonos con ella para ser como los personajes nobles que aparecen en la Pasión: como su madre María , que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón, como San Juan que valientemente lo acompañó hasta el Gólgota, como las buenas mujeres, Nicodemo, José de Arimatea que le asistieron hasta la muerte y después de ella. Almas nobles que le comprendieron desde el principio y siempre estuvieron con Él. Pidamos a Dios ser como ellos.

Si no hemos llegado a tanto recordemos al buen ladrón que supo arrepentirse de sus fallos y alcanzó la misericordia de Jesús.

Sintámonos iluminados por la LUZ del Gólgota y digamos como el centurión ¡Verdaderamente este era el hijo de Dios! ¡Creo en Tí, Jesús!

Pedro Saéz

Ecclesia in Medio Oriente – Benedicto XVI

2. En los comienzos de este tercer milenio, deseo encomendar esta convicción, cuya fuerza se funda en Jesucristo, a la solicitud pastoral de todos los pastores de la Iglesia una, santa, católica y apostólica y, más en particular, a los Venerables Hermanos, los Patriarcas, Arzobispos y Obispos que, en unión con el Obispo de Roma, velan juntos sobre la Iglesia católica en Oriente Medio. En esta región hay fieles nativos pertenecientes a las venerables Iglesias orientales católicas sui iuris: la Iglesia patriarcal de Alejandría de los coptos, las tres Iglesias patriarcales de Antioquía de los greco-melquitas, de los sirios y de los maronitas, el Patriarcado de Babilonia de los caldeos y la de Cilicia de los armenios. Hay también obispos, sacerdotes y fieles que pertenecen a la Iglesia latina. Y, además, hay sacerdotes y fieles venidos de la India, de los Arzobispados mayores de Ernakulam-Angamaly de los sirio-malabares y de Trivandrum de los sirio-malankares, así como de otras iglesias orientales y latinas de Asia y Europa del Este, y muchos fieles de Etiopía y Eritrea. En su conjunto, dan testimonio de la unidad de la fe en la diversidad de sus tradiciones. También quiero encomendar esta convicción a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles laicos de Oriente Medio, con la certeza de que ella animará el ministerio y apostolado de cada uno en su respectiva iglesia, según el carisma que el Espíritu le haya otorgado para la edificación de todos.

La Pasión del Señor

1. Según los tres sinópticos, Jesús sube una sola vez a Jerusalén, donde entra triunfalmente (Domingo de Ramos), despliega su última actividad durante cinco días, es arrestado (Jueves Santo) y crucificado (Viernes Santo). Jesús no busca ni rehúye directamente la muerte. De hecho, es Judas quien lo delata y revela dónde se encuentra. La Pasión comienza, bíblicamente, con el prendimiento de Jesús; litúrgicamente, con la entrada en Jerusalén.
 

2. La misión de Jesús se comprende en referencia al Dios de la gracia y de la exigencia. Jesús no viene a predicar verdades generales, religiosas o morales, sino a proclamar la inminencia del reino y la buena noticia del evangelio. El advenimiento del reino de Dios es el tema central del mensaje y de la praxis de Jesús, precisamente en unos momentos de exacerbado nacionalismo judío frente al pagano dominador, con la creencia extendida de que la intervención final y definitiva de Dios, por medio de un Mesías entendido políticamente, está al llegar. El rechazo de Jesús como Mesías es evidente: es escándalo para las clases dirigentes religiosas, necedad y locura para el poder ocupante, decepción para el pueblo y desconcierto para los discípulos. Ahí radican los sufrimientos profundos de Jesús en la cruz, unidos a sus dolores físicos.
 

3. En medio de la actual sociedad secular, crítica con las tradiciones religiosas mágicas o demasiado identificada con ciertas éticas de poder, la Semana Santa ha perdido ese aura de misterio tremendo e inefable de que le había rodeado la cristiandad. En cambio, crece en comunidades y grupos de creyentes la fuerza del evangelio de Jesús, revelador de la justicia del reino y del perdón de Dios. La lectura e interpretación de los relatos de la Pasión en relación a las celebraciones en que se proclaman exige, entre otras cosas, estas dos: rescatar a Cristo del secuestro a que lo han tenido sometido a lo largo de la historia las clases dominantes y devolverlo íntegro al pueblo, porque es su Señor. Por eso, desde esta óptica, podemos afirmar los creyentes con esperanza que el Resucitado es el Crucificado. La vida es camino de cruz —vía crucis—, a partir de una entrega al servicio de los hermanos que coincide con el servicio a Dios. Al menos esto es lo que puede deducirse de la lectura y celebración de la Pasión de Cristo en la Semana Santa.
 

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Con qué disposiciones y actitudes comenzamos la Semana Santa?

Casiano Floristán

Entre el entusiasmo y el rechazo

Nos acercamos a la celebración del misterio central del mensaje cristiano: la muerte y la resurrección de Jesús.

Jesús el Mesías

El Señor prepara minuciosamente su entrada a Jerusalén (cf. Mc 14, 1-6). Allí enfrentará la muerte. Durante años sus enemigos han estado al acecho; la simplicidad y la franqueza de Jesús los ha desarmado, su anuncio y su práctica del amor, en especial por los más pobres, los ha confundido. La debilidad en materia de testimonios y argumentos que revelan sus adversarios hace que recurran a la fuerza. El miedo es mal consejero. El Señor lo sabe, va hacia la muerte montado en un pollino, los evangelios nos presentan al pueblo reconociendo en él al Mesías (cf. 11, 7-10). Eso es lo que los grandes de su pueblo temían, el pueblo señala por adelantado la razón por la cual será ejecutado: porque «viene en nombre del Señor» (v. 9), porque el Reino se acerca. Lb demás es paja, sólo intentos de ocultar la verdad. Jesús la proclama abiertamente en el templo mismo (cf. v. 11).

Algo lograrán con ese engaño. Tal vez algunos de los que lo aclamaron aquella vez gritarán después, ante la pregunta de Pilato: «Crucifícale, crucifícale» (Mc 15, 13-14). El poderoso tiene muchos recursos para confundir a un pueblo. Lo vemos también en nuestros días. Pero no pensemos sólo en los otros, nosotros mismos podemos también ser ilustraciones de esta inconstancia. En un momento aclamamos y acogemos al Señor, en otro lo rechazamos. La semana santa es precisamente un momento de conversión, tiempo para escuchar la llamada del evangelio a una mayor coherencia en nuestras vidas. Para escoger a Jesús y no a Barrabás (cf. v. 15). Tiempo de ser solidarios como Simón de Cirene y el buen ladrón (cf. v. 21). Valientes y obstinados como las mujeres de Jerusalén (cf. v. 40-41.47).
 

El Siervo de Yahvé

Convertirse es aceptar que el Señor nos dé «lengua de iniciado» (Is 50, 4), es decir, capacidad de hablar como seguidores de Jesús. El Siervo de Yahvé es nuestro modelo: tiene una palabra de aliento para quien atraviesa un mal momento, y el oído atento a la palabra del Señor, no se resiste a su llamada, no da pie atrás, enfrenta las dificultades, confía plenamente en Dios, sabe que lo tiene a su lado (cf. v. 4-7). Tener lengua de iniciado, según la bella expresión del profeta Isaías, es no sólo expresarse con palabras, sino también a través de una actitud humilde y de servicio, que comprende incluso la entrega de la vida (cf. Flp 2, 6-10). Sin ella su mensaje sería hueco y sin autoridad moral. Esta semana es un tiempo propicio para dar solidez a nuestro compromiso.

En la cruz Jesús lanza sus últimas palabras: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (v. 34), ellas dicen el dolor y la soledad de quien se siente dejado de la mano de Dios. Con todo al gritar su abandono con el comienzo del salmo 22, Jesús hace suyo —según una vieja costumbre— todos los versículos siguientes. Es una dolorosa queja, pero en la Biblia la lamentación no excluye la esperanza y en los siguientes versículos el salmo la expresa nítidamente (cf. salmo 22, 5-6). Dolor y esperanza. En la cruz hay una profunda comunión con los sufrimientos humanos, pero también con la esperanza en el Dios de la vida. Jesús «el abandonado», se abandona a su vez en las manos del Padre. Desde la cruz el Señor nos llama a seguir sus pasos.

Gustavo Gutiérrez

En el pórtico de la Semana Santa

¿Semana Santa? ¿Semana de Vacaciones?, ¿Vacaciones de Semana Santa?. Con estas y otras expresiones nos referimos al tiempo que discurre entre el Domingo de Ramos, que celebramos hoy, y el Domingo de Resurrección o de Pascua. ¿Con cuál nos quedamos?.

Empiezo por afirmar que la semana ni es santa ni no santa. De nosotros depende que sea una cosa u otra. Ciertamente que en esta semana celebramos los grandes acontecimientos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Su fuerza, su espíritu están ahí, dentro. Pero para que tengan fuerza transformadora es preciso que nos empapen. Es abiertamente actual la Semana Santa. Por nuestras calles caminan los Pedros, los judíos, los cirineos, los herodes, los Caifás, las Verónicas, los centuriones, las piadosas mujeres, los escribas, los fariseos, los Pilatos, la multitud…¿Acaso no es actual Pilato lavándose las manos? o ¿El Cirineo ayudando a llevar la cruz?. Seguro que encontramos en el espejo del drama de la Pasión alguna persona con la cuál tengamos un parecido sorprendente.

El viernes -Viernes Santo- de ésta semana nos choca cómo Jesús es presentado al pueblo judío, reunido en un lugar dónde se concentraba la ciudadanía, por Poncio Pilato, un hombre cobarde y distante de Jesús. ¡Ecce homo! Grita Pilato. “He aquí al hombre”, exclama el Gobernador Romano mientras muestra a Jesús al gentío. Siguiéndole de cerca estos días le conoceremos con bastante aproximación, aunque nos desborda. Pues si a las personas se las conoce en las ocasiones, éste triduo fue «su hora». Dato de interés. Los evangelios dedican casi las mismas páginas para relatarnos lo que sucedió en éstos tres días, que las que dedican al resto: los treinta y tres años restantes de su vida. Con razón confesó Santo Tomás, una cabeza, un cerebro privilegiado: “He aprendido más orando ante el crucifijo que de los libros.

Sobresale en la cumbre del Calvario la silueta de la cruz misteriosa y presente en la vida de las personas y que rompe el vivir de tantos seres humanos alterando nuestros esquemas y nuestra existencia. Esa cruz que el Viernes Santo besa devotamente la comunidad cristiana. El conocido jesuita Ignacio Ellacuría decía a sus jóvenes universitarios: “¿Qué hemos hecho para que tantos hombres estén crucificados?, “¿Qué hacemos ante sus cruces? “, “¿Qué vamos a hacer para bajarles de la cruz?”. Hay vidas que son un auténtico Vía-Crucis, un calvario permanente. Podemos dedicar ésta semana algún tiempo al ocio, a introducirnos en el mundo folklórico de algunas regiones o a responder a la propuesta de Pilato: “Ecce homo”. Una estampa de Jesús vestido con una túnica ridícula y una corona de espinas. El pueblo, empujado por sus dirigentes, gritando: ¡fuera!, ¡fuera!. Tenemos delante una figura rota.

Afortunadamente los evangelios nos han dejado un dibujo de Jesús. Selecciono algunas pinceladas extraídas de los tres años de su vida pública:

“Pasó por el mundo haciendo el bien y curando a todos los que sufrían bajo el poder del mal”.

Fue (era) profundamente crítico respecto al poder y al dinero: “Nadie puede servir a Dios y a dinero”.

“El que quiera ser vuestro jefe, que sea vuestro servidor”. “Ejemplo os he dado: así como yo os he lavado los pies, vosotros haced lo mismo”.

Recomienda perdonar setenta veces siete. Muere en el Calvario perdonando.

Se define como “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Alaba a los pacíficos, a los misericordiosos, a los justos, a los limpios de corazón.

Reduce todos los mandamientos a uno: Amor a Dios y al prójimo, añadiendo algo muy importante: “como yo os he amado”.

Era fiel a la oración: “Se levantó de madrugada, fue al escampado y se puso a orar“.

También ha manifestado que hay más dicha en dar que en recibir y que “tratemos a los demás como nosotros queremos que nos traten”.

Un Jesús cercano, compasivo, valiente, amable, generoso, amigo de los enfermos y de la gente derrotada. Que nos brinda un mensaje de liberación. Nos insiste en ser audaces, solidarios, creativos y libres.

Nos recuerda que no solo de pan vive el hombre (aunque también de pan) y que “por sus obras le conoceréis”.

De los muchos modelos de vida que se nos ofrece, tenemos que elegir uno. ¿Por qué no el que responde a “Ecce homo”?. Un “He aquí al hombre” que lo podríamos ampliar a “Ecce societas”, “He aquí nuestra sociedad”. Más de uno manifestaría que hecha unos zorros. Expresión que significa estar en un estado deplorable. Quizá conviene recordar que el tomar conciencia de las deficiencias y carencias es un primer paso para transformar la sociedad y sin duda podemos aprender mucho del Maestro.

Josetxu Canibe

Dio un fuerte grito

No tenía dinero, armas ni poder. No tenía autoridad religiosa. No era sacerdote ni escriba. No era nadie. Pero llevaba en su corazón el fuego del amor a los crucificados. Sabía que para Dios eran los primeros. Esto marcó para siempre la vida de Jesús.

Se acercó a los últimos y se hizo uno de ellos. También él viviría sin familia, sin techo y sin trabajo fijo. Curó a los que encontró enfermos, abrazó a sus hijos, tocó a los que nadie tocaba, se sentó a la mesa con ellos y a todos les devolvió la dignidad. Su mensaje siempre era el mismo: “Éstos que excluís de vuestra sociedad son los predilectos de Dios”.

Bastó para convertirse en un hombre peligroso. Había que eliminarlo. Su ejecución no fue un error ni una desgraciada coincidencia de circunstancias. Todo estuvo bien calculado. Un hombre así siempre es una amenaza en una sociedad que ignora a los últimos.

Según la fuente cristiana más antigua, al morir, Jesús “dio un fuerte grito”. No era sólo el grito final de un moribundo. En aquel grito estaban gritando todos los crucificados de la historia. Era un grito de indignación y de protesta. Era, al mismo tiempo, un grito de esperanza.

Nunca olvidaron los primeros cristianos ese grito final de Jesús. En el grito de ese hombre deshonrado, torturado y ejecutado, pero abierto a todos sin excluir a nadie, está la verdad última de la vida. En el amor impotente de ese crucificado está Dios mismo, identificado con todos los que sufren y gritando contra las injusticias, abusos y torturas de todos los tiempos.

En este Dios se puede creer o no creer, pero nadie se puede burlar de él. Este Dios no es una caricatura de Ser supremo y omnipotente, dedicado a exigir a sus criaturas sacrificios que aumenten aún más su honor y su gloria. Es un Dios que sufre con los que sufren, que grita y protesta con las víctimas, y que busca con nosotros y para nosotros la Vida.

Para creer en este Dios, no basta ser piadoso; es necesario, además, tener compasión. Para adorar el misterio de un Dios crucificado, no basta celebrar la semana santa; es necesario, además, mirar la vida desde los que sufren e identificarnos un poco más con ellos.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 24 de marzo

«Y aquel día decidieron darle muerte» (Evangelio). Caifás, Sumo sacerdote, preside el Sanedrín. Constatan que el pueblo sencillo sigue a Jesús por sus enseñanzas, por sus signos, por la coherencia de su vida, porque les ha quitado el miedo a Dios y a sus representantes. Y Caifás afirma:» conviene que uno muera por el pueblo, que no perezca la nación entera».  Esta acusación hostil se convierte en profecía porque la muerte de Jesús es salvadora para todos los pueblos, también para Israel. 

El mensaje de las lecturas es concordante: Subamos con Jesús a Jerusalem  a celebrar la Pascua; Él «va a reunir a los hijos de Dios dispersos»; En Jesús se va a cumplir la profecía de Ezequiel: «los haré un solo pueblo en su tierra; con ellos moraré, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (1ª lectura).

La próxima pasión de Jesús hoy es presentada con esperanza: «el que dispersó a Israel, lo reunirá, lo guardará como un pastor a su rebaño…convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas» (Jer. 31, 10-13; hoy como texto de salmo responsorial).

No quiero ser un espectador estos días; quiero tomarme el pulso para que la Pascua con Jesús me cambie la vida; quiero ser consciente de mis debilidades porque en ellas reside la fuerza de Jesucristo:

«¿Por qué un calvario, cuando preferimos la vida fácil?, ¿por qué subir a Jerusalem, si preferimos los felices valles?.
¿por qué Cristo en la cruz, si es mejor vida de luces y no de cruces? 
¿para qué alzar la mirada, cuando nos seduce la simple bondad de la tierra?;
¿por qué, Tú, oh Dios, te desprendes de lo que más quieres, si somos insensibles?.
Muchas preguntas, Señor, para una única respuesta: por el gran Amor con que Tú nos amas?». (Javier Leoz). 

«Señor, esta vez te vas a entregar libremente porque quieres dar la vida por nosotros, como el Padre espera de Ti. No sirven los entusiasmos gaseosos porque no tienes dónde reclinar la cabeza; si quiero subir al calvario contigo y beber el cáliz para resucitar, hazme comprender que nada es más importante que hacer contigo el camino de la Cruz porque Tú lo conviertes en camino de la Luz. Que este año no ponga excusas, que «mi seguridad» no sea «mi comodidad», sino que viva seguro porque confío en Ti para emprender contigo el camino de la Cruz, camino de la vida real, camino de la Luz. Amén».

Jaime Aceña Cuadrado cmf.