Vísperas – Sábado Santo

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: VENID AL HUERTO, PERFUMES

Venid al huerto, perfumes,
enjugad la blanca sábana:
en el tálamo nupcial
el Rey descansa.

Muertos de negros sepulcros,
venid a la tumba santa:
la Vida espera dormida,
la Iglesia aguarda.

Llegad al jardín, creyentes,
tened en silencio el alma:
ya empiezan a ver los justos
la noche clara.

Oh dolientes de la tierra,
verted aquí vuestras lágrimas:
en la gloria de este cuerpo
serán bañadas.

Salve, cuerpo cobijado
bajo las divinas alas;
salve, casa del Espíritu,
nuestra morada. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón.

Salmo 115 – ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Vale mucho a los ojos del Señor
la vida de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón.

Ant 2. Como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra.

Salmo 142, 1-11 – LAMENTACIÓN Y SÚPLICA ANTE LA ANGUSTIA

Señor, escucha mi oración;
tú que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.

El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.

Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.

Escúchame en seguida, Señor,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.

En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti;
indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.

Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.

Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;
por tu clemencia, sácame de la angustia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra.

Ant 3. «Destruid este templo -dice el Señor- y yo lo levantaré en tres días»; esto lo decía refiriéndose al templo de su propio cuerpo.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Destruid este templo -dice el Señor- y yo lo levantaré en tres días»; esto lo decía refiriéndose al templo de su propio cuerpo.

LECTURA BREVE   1Pe 1, 18-21

Ya sabéis con qué os rescataron: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha. Ya de antes de la creación del mundo estaba él predestinado para eso; y al fin de los tiempos se ha manifestado por amor a vosotros. Por él creéis en Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo glorificó. Así vuestra fe y esperanza se centran en Dios.

RESPONSORIO BREVE

En lugar del responsorio breve se dice la siguiente antífona:

Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz; por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre».

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ahora ha entrado el Hijo del hombre en su gloria, y Dios ha recibido su glorificación por él; Dios, a su vez, pronto lo revestirá de su misma gloria.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ahora ha entrado el Hijo del hombre en su gloria, y Dios ha recibido su glorificación por él; Dios, a su vez, pronto lo revestirá de su misma gloria.

PRECES

Adoremos a nuestro Redentor, que por nosotros y por todos los hombres quiso morir y ser sepultado, para resucitar de entre los muertos, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de nosotros.

Señor Jesús, de tu corazón traspasado salió sangre y agua, signo de cómo la Iglesia nacía de tu costado;
por tu muerte, por tu sepultura y por tu resurrección vivifica, pues, a tu Iglesia.

Tú que te acordaste incluso de los apóstoles que habían olvidado la promesa de tu resurrección,
no olvides tampoco a los que por no creer en tu triunfo viven sin esperanza.

Cordero de Dios, víctima pascual inmolada por todos los hombres,
atrae desde tu cruz a todos los pueblos de la tierra.

Dios del universo, que contienes en ti todas las cosas y aceptaste, sin embargo, ser contenido en un sepulcro,
libra a toda la humanidad de la muerte y concédele una inmortalidad gloriosa.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Cristo, Hijo de Dios vivo, que colgado en la cruz prometiste el paraíso al ladrón arrepentido,
mira con amor a los difuntos, semejantes a ti por la muerte y la sepultura, y hazlos también semejantes a ti por su resurrección.

Siguiendo la enseñanza de Jesucristo, que nos ha hecho hijos de Dios, digamos juntos a nuestro Padre:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, cuyo Unigénito descendió al lugar de los muertos y salió victorioso del sepulcro, te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con él a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 31 de marzo

Lectio: Sábado, 31 Marzo, 2018

Lucas 23, 50-56
La luz del Esposo brilla en la noche

ORACIÓN

Señor, en este día sólo hay soledad y vacío, ausencia y silencio: una tumba, un cuerpo sin vida y la oscuridad de la noche. Ni siquiera  Tú eres ya visible: ni una Palabra, ni un respiro. Estás haciendo Shabbát, reposo absoluto. ¿Dónde te encontraré ahora que te he perdido?

Voy a seguir a las mujeres, me sentaré también junto a ellas, en silencio, para preparar los aromas del amor. De mi corazón, Señor, extraeré las fragancias  más dulces, las más preciosas, como hace la mujer, que rompe, por amor, el vaso de alabastro y esparce su perfume.

Y llamaré al Espíritu, con las palabras de la esposa repitiendo: “ ¡Despierta, viento del norte, ven, viento del sur! ¡Soplad sobre mi jardín ¡  ( Ct. 4,16)

LECTURA

 Del evangelio según S. Lucas  (23, 50-56)

50 He aquí  un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo,
51 que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.
52 Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
53 Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
54 Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.
55 Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado.
56 Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.

MEDITACIÓN

 “He aquí”. Esta sencillísima expresión es, en realidad, una explosión de vida y de verdad, es un grito que rompe la indiferencia, que sacude de la parálisis, que atraviesa el velo. Es contraria a y libera de la inmensa posición de distancia que ha acompañado la experiencia de los discípulos de Jesús durante la pasión. Pedro lo seguía de lejos ( Lc 22,54); todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido lo observaban desde lejos ( Lc 23,49). José de Arimatea, sin embargo, se adelanta, se presenta ante Pilato y pide el cuerpo de Jesús. Él está ahí, no está entre los ausentes; está cercano, no guarda una distancia y ya no se va.

 “Ya comenzaba la luz del Sábado.” Este Evangelio nos coloca en ese momento tan particular que se da entre la noche, la oscuridad, y el nuevo día, con su luz. El verbo griego usado por Lucas parece describir de modo concreto el movimiento de este Sábado santo, que poco a poco emerge lentamente de la oscuridad y sale y crece por encima de la luz. Y en este movimiento de resurrección también participamos nosotros, que nos acercamos con fe a esta Escritura. Pero es necesario escoger: permanecer en la muerte, en la Parasceve, que sólo es “preparación” y no cumplimiento, o aceptar el entrar, ir hacia la luz. Como dice el mismo Señor: “¡Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz!” ( Ef 5,14), usando el mismo verbo.

 “que habían venido…siguieron”. Son muy hermosos estos verbos de movimiento, referidos a las mujeres, porque nos hacen comprender toda la intensidad de su participación en la historia de Jesús. Entre otras cosas, Lucas escoge cuidadosamente algunos matices, por ejemplo mediante la colocación de una partícula que refuerza e intensifica el verbo seguir, y también la preposición “con” para el verbo venir. Se mueven juntas, se mueven con decisión, impulsadas por la fuerza del amor. Su viaje, iniciado en Galilea, continúa ahora, también a través de la muerte, a través de la ausencia. Quizá sienten que no están solas y anuncian ya que Él está.

 “observaron el sepulcro”. ¡Es muy hermoso observar que en los ojos de estas mujeres hay una luz más fuerte que la noche! Son capaces de ver más allá, observan, advierten, miran con atención e interés; en una palabra: contemplan. Son los ojos del corazón los que se abren a la realidad que les rodea. Alcanzadas por la mirada de Jesús, llevan impresa dentro de sí la imagen de él, el Rostro de aquel Amor que ha visitado e iluminado toda su existencia. Ni siquiera el drama de la muerte y de la separación física pueden apagar aquel Sol, que nunca se oculta. Aunque sea de noche.

 “regresaron”. Conservan aún más la fuerza interior para tomar decisiones, para realizar movimientos, para ponerse de nuevo en camino. Dan la espalda a la muerte, a la ausencia y regresan como guerreras victoriosas. No llevan trofeos en las manos, pero llevan en el corazón la certeza, el coraje de un amor ardiente.

 “prepararon aromas y aceites perfumados”. Esta era una ocupación propia de los sacerdotes, como dice la Escritura ( 1 Cron 9,30); una tarea sagrada, una función casi litúrgica, como si fuese una oración. Las mujeres del Evangelio, en efecto, oran y son capaces de   transformar la noche de la muerte en lugar de bendición, de esperanza, de atención amorosa y atenta. Ninguna mirada, ningún movimiento o gesto es en vano  para ellas. Preparan, o mejor, como si intuyeran el significado hebreo correspondiente, elaboran los aromas perfumados mezclando con sabiduría los ingredientes necesarios, en la justa medida y proporción. Un arte del todo femenino, totalmente materno, que nace de dentro, desde el  vientre materno, lugar privilegiado del amor. El Sábado santo, es, por lo demás, como un vientre que sostiene la vida; abrazo que custodia y acuna a la nueva criatura que está para venir a la luz.

 “observaron el descanso”. Pero ¿de qué descanso se trata en realidad? ¿ Qué detenimiento, qué suspensión se está dando en la historia de la vida de estas mujeres, en lo profundo de su corazón? El verbo usado por Lucas recuerda claramente el “silencio”, que se convierte en el protagonista de este Shabbát, Sábado santo de la espera. No hay más palabras por decir, declaraciones o discusiones; toda la tierra está en silencio, mientras sopla el viento del Espíritu (cf. Job 38,27) y se esparcen los perfumes. Solamente vuelve un canto al corazón en la noche ( cf. Sal 76,7): es un canto de amor, repetido por las mujeres y, junto a ellas, por José y por aquellos que, como él, no quieren  las decisiones y acciones de los demás ( v. 51) en este mundo. Las palabras son las que repite la esposa del Cántico, las últimas, guardadas para  el Amado,cuando al final del Libro ella dice: “Apresúrate, amado mío, como un ciervo, sobre las montañas perfumadas” (Ct 8,14). Este es el grito de la resurrección, el canto de victoria sobre la muerte.

ALCUNE DOMANDE ALGUNAS PREGUNTAS

*¿Dónde estoy yo hoy?¿ Me mantengo, quizá, aún lejos y no quiero acercarme a Jesús, no quiero ir a buscarlo, no quiero esperarle?

*¿Cuáles son mis movimientos interiores, cuáles son las actitudes de mi corazón? ¿Quiero seguir a las mujeres, entrar en la noche y en la muerte, en la ausencia, en el vacío?

*¿Se abren mis ojos para mirar atentos el lugar de la sepultura, a las piedras talladas, que ocultan al Señor Jesús? Quiero hacer una experiencia de contemplación, es decir, ver las cosas con un poco más de profundidad, más allá de la superficie? ¿Creo en la presencia del Señor, más fuerte que la de la tumba y de la piedra?

*¿Acepto regresar, también yo, junto con las mujeres? Es decir, ¿de hacer un camino de conversión, de cambio?

*¿Se da en mi un espacio para el silencio, para la atención del corazón, que sabe mezclar los aromas justos, los ingredientes mejores para la vida, para el don de mí mismo, para la apertura a Dios?

*¿Siento nacer dentro de mí el deseo de anunciar la resurrección, la vida nueva de Cristo alrededor de mí? ¿Estoy también yo, al menos un poco, como las mujeres del Evangelio, que repiten la invitación al Esposo: “¡Levántate!”?

ORACIÓN FINAL

 ¡Señor, para tí la noche es clara como el día!

Protégeme, Dios mío, que me refugio en tí.
Yo digo al Señor: “ Mi Señor eres tú, sólo tú eres mi bien”
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa:
en tus manos está mi vida.

Me ha tocado un lugar de delicias
mi heredad es estupenda
bendigo al Señor que me aconseja
hasta  de noche me instruye internamente
siempre me pongo ante el Señor
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se alegra mi corazón y se gozan mis entrañas
y todo mi ser descansa sereno
porque no me entregarás a la muerte

ni dejarás a tu fiel caer en la corrupción
Me enseñarás el sendero de la vida
me llenarás  de gozo en tu presencia
de alegría perpetua a tu derecha.
(del Salmo 15)

Domingo de Resurrección

1. Nuestra fiesta de los 50 días, hasta Pentecostés, es un único Día, el de la gloria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que, en la Pascua de Jesús, ha realizado de una vez y para siempre su Reino:

recreando el viejo mundo;

poniendo en marcha el nuevo, que tiene a Jesús como primogénito (cf. Col 1).

2. Ha ocurrido algo tan inconmensurable, que da lo mismo decir que esta tierra nuestra está definitivamente habitada por la Vida Trinitaria o decir que, desde la Resurrección, ha dejado de tener consistencia propia.

Vivimos el entretiempo: entre la Resurrección y la Consumación futura, cuando lleguen, con la venida del Resucitado en el esplendor de su gloria, «los nuevos cielos y la nueva tierra» (cf. Ap 1; 21-22), y todo sea devuelto al Padre, principio y fin de toda realidad.

3. El entretiempo es el tiempo del Espíritu Santo y de la Iglesia, y por eso, de los sacramentos y de la fe.

De hecho, siguiendo una antigua tradición, las lecturas de Pascua trazan un contrapunto entre los Hechos de los Apóstoles y el Evangelio según san Juan, introduciendo alguna carta apostólica que tenga carácter pascual (en el ciclo A, la Primera de Pedro).

4. La sensación primaria es la siguiente: Así como en Cuaresma hemos debido descender a nuestra condición humana sin salida (esclavos de la muerte, el pecado y la ley) para experimentar la Misericordia Salvadora de Dios, ahora se nos da a beber el Agua Viva que brota en la Iglesia, el Espíritu Santo, el mismo Espíritu por el que Jesús el Mesías vivió, murió y resucitó, y por el que sigue presente en su Iglesia, el mismo Espíritu que viene del Padre y es entregado al mundo como señal interior de su amor eterno y fuego transformador que lo renueva todo.

5. Realidades que nos sobrepasan; realidades que no podemos medir con el metro de nuestra pobre experiencia sicológica y social y que, sin embargo, están ahí, en la Iglesia. Sólo perceptibles en la fe.

Será uno de los objetivos de estos días: descubrir la Iglesia.

No se trata de idealizarla o sacralizarla. Al contrario, cuanto más humana y pecadora la veamos, cuanto más nos demos cuenta de sus condicionamientos históricos y podamos criticarla, más descubriremos su misterio divino, y seremos conscientes de que de Ella recibimos mucho más de lo que le damos.

La Iglesia no puede justificarse a sí misma (¡cómo podría justificar su alianza con el poder, su dominio de las conciencias, su autosuficiencia!); y es que su única justificación es el a gratuito y absoluto que le tiene Jesús, que entregó su vida por e a. Como por Pedro. Como por mí.

Por eso, igualmente, Ella sabe que no se pertenece, que se le ha encomendado la misión de anunciar el Evangelio a todos los hombres. Sus orígenes y expansión (nos basta leer los Hechos) nos hablan de dificultades y conflictos, externos e internos. No importa; el Espíritu Santo la empuja y mantiene fiel a su misión.

6. Los sacramentos nos introducen en la vida profunda de la Iglesia. Esta ha sido puesta por Dios como mediación de salvación en la historia.

Los sacramentos son realidades humanas, recuerdos de los acontecimientos más significativos de la historia de la Salvación; pero, celebrados en la fe de la Iglesia, actualizan eficazmente esa misma Salvación.

El creyente sabe que, en el corazón de la Iglesia, hay manantiales permanentes de agua viva, que nacen del costado abierto del Resucitado.

7. Pero los sacramentos son signos y mediaciones. Lo esencial es la vida nueva, pujante, victoriosa, que ha sido infundida en nuestros corazones de bautizados que se reúnen en la Eucaristía cada domingo.

La llamada vida teologal (fe, esperanza y amor) o vida del Espíritu Santo.

A la luz del Evangelio de Juan se nos dará a entender cómo nace y se despliega esa vida. Vida de liberación interior. Vida de comunión eclesial. Vida en estado de misión permanente, en el mundo y para el mundo.

Javier Garrido

Domingo de Resurrección

Los Apóstoles sabían que la resurrección de Jesús era importantísima, más aun, imprescindible, como ratificación de todo cuanto les había anunciado y prometido.

No para garantizar el valor de lo enseñado ni para reforzar el valor de lo realizado. NO. Jesús fuera o no fuera Dios lo que enseñó y practicó tiene un valor objetivo en sí.  Que nos amemos como supremo valor de la convivencia y que seamos coherentes hasta dar la vida por lo que creemos es válido, absolutamente válido, en cualquier hipótesis teísta o atea.

Otra cosa es el valor de las promesas hechas por Él.

Si no hubiera podido ratificarlas con el asombroso hecho de su Resurrección,  hubieran quedado reducidas a un catálogo de buenas palabras olvidables  en el cajón de los buenos recuerdos. Una esperanzadora historia pero nada más.

El valor de las promesas formuladas por Jesús es que las hace en nombre de Dios. Era, pues, imprescindible que Dios hablara en su favor confirmándole en su empresa como verdadero enviado por el Padre.

Por eso los apóstoles estaban muy pendientes de si se había o no producido la Resurrección como solemne espaldarazo del Padre a toda su obra.

Eso se nota en la desilusión que manifiestan, por ejemplo, los discípulos que iban a Emaús. Ya han pasado unos días y no se ha aparecido. Unas mujeres dicen que lo han visto pero nosotros no sabemos nada.

Lo mismo sucede con la precipitación con la que Pedro y Juan corren al sepulcro tras el anuncio de su desaparición dado por las mujeres.

También Tomás se muestra desconcertado y por eso pide una prueba física de la presencia resucitada de Jesús.

San Pablo, hombre práctico por excelencia, lo afirma rotundamente. Si   Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe. Vana en el sentido de que la esperanza fluyente de ella hubiera quedado reducida a una declaración de buenos deseos. Hubiéramos seguido  un programa de vida estupendo, aceptable por cualquier sociólogo o moralista del mundo civilizado,  pero nada más,  respecto a las promesas incluidas en él sobre la vida eterna

Conscientes del valor del hecho de la Resurrección los Apóstoles se afanan en presentárnosla como acontecimiento real,  incuestionable,  vivido por ellos.

Insisten en que le vieron, en que comieron con Él, en que se les apareció en muy diversas situaciones y lugares y que en todas, quedaron convencidos de que estaban con aquel mismo Jesús que un día, allá en Galilea, les invitó a dejar las redes para convertirse en pescadores de hombres.

La primera lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles (10, 34, 37-43) recoge la rotunda afirmación de que los Apóstoles han comido y bebido con Él. Se muestran como testigos de lo visto, de lo vivido por ellos.

La tercera lectura (Lc. 24, 13-35) recoge el episodio de los discípulos que caminaban a Emaús. No dudan en afirmar, y van a decírselo a los otros, que han estado con Jesús y que le han reconocido por cómo les hablaba por el camino y sobre todo en la fracción del pan.

San Pablo, (Col, 3,1-4) da por hecho la Resurrección y lo que hace es invitarnos a buscar los bienes de “allá arriba donde está Cristo”.

Aceptemos estos testimonios y vivamos con la gozosa esperanza de nuestra propia resurrección como glorioso remate de nuestro paso por la tierra.

Como decíamos en el Salmo: que este día sea el de nuestra alegría y nuestro gozo. AMÉN.

Pedro Sáez

Ecclesia in Medio Oriente – Benedicto XVI

9. Según las santas Escrituras, la paz no es sólo un pacto o un tratado que favorece una vida tranquila, y su definición no se puede reducir a la simple ausencia de guerra. Según su etimología hebrea, la paz comporta: ser completa, estar intacta, terminar algo para restablecer la integridad. Es el estado del hombre que vive en armonía con Dios, consigo mismo, con su prójimo y con la naturaleza. Antes de ser algo exterior, la paz es interior. Es una bendición. Es el deseo de una realidad. La paz es tan deseable que en Oriente Medio se ha convertido en un saludo (cf. Jn 20,19; 1 P 5,14). La paz es justicia (cf. Is 32,17), y Santiago añade en su carta: «El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz» (3,18). La lucha profética y la reflexión sapiencial eran un combate y un requisito con vistas a la paz escatológica. Esta es la paz auténtica en Dios, a la que Cristo nos lleva. Es la única puerta (cf. Jn 10,9). La única puerta que los cristianos quieren cruzar.

La resurrección de Cristo

1. Ningún relato evangélico describe directamente la resurrección de Jesús. Todos ellos afirman lo que «ha ocurrido»mediante un anuncio (del ángel, voz de Dios) y una explicación
(catequesis para profundizar la fe). Ni la tumba vacía ni el temblor de la tierra explican lo sucedido. Es una buena noticia que se debe anunciar a los hermanos y a todo el mundo. Es un hecho de fe.

2. La resurrección —tanto de Jesús como de los muertos—es el centro de la experiencia cristiana y el núcleo básico de la fe. La Iglesia apareció como comunidad de creyentes en el Resucitado y de testigos de la resurrección. La primera confesión de fe —«Jesús es el Señor» (Rom 10,9)— proclama el señorío de Jesús o su victoria sobre la muerte por iniciativa de Dios. Jesús anunció su propia resurrección, luego proclamada por María Magdalena y por los discípulos. En definitiva, la fe es fe en la esperanza, y la esperanza es esperanza de resurrección. Esto es lo que los primeros cristianos creyeron y anunciaron.

3. Según la tradición bíblica, la resurrección de los muertos es respuesta al drama de la muerte; una respuesta que se fundamenta en Dios, fuente de la vida y Señor de la justicia. Se alcanzará la plenitud del reino con la victoria sobre la muerte. La resurrección ilumina no sólo el destino personal, sino el del mundo, qué también aspira a la redención total. El mensaje de la resurrección amplía y profundiza las fronteras de la experiencia humana, encerrada entre el nacimiento y la muerte. Sabemos por fe que en el fondo del ser humano hay un germen de vida nueva, revelada por Jesucristo.

4. La resurrección cristiana, tal como se entiende desde la fe, es resurrección de los muertos: no es transmigración del alma ni reencarnación. Comienza a morir y a resucitar el que cree, se bautiza, participa en la eucaristía y se entrega a su prójimo, porque tiene a Dios consigo, es miembro de Cristo. La fuerza de la resurrección se refleja en la vida humana.
 

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué efectos tiene en nosotros la fe en la resurrección?

¿Por qué hay tantas resistencias a creer en la resurrección?

Casiano Floristán

Un nuevo comienzo

Con la resurrección del Señor se inicia una nueva vida. Los relatos evangélicos expresan esta perspectiva con toda claridad. El primer día de la semana Marcos, al igual que Mateo, nos indica dos veces el día del suceso: Pasado el sábado, día de descanso, viene «el primer día de la semana» (v. 1). Hoy nuestro domingo, día del Señor. Marcos insiste en la hora: «muy temprano», «al salir el sol» van las mujeres al sepulcro (v. 2). El énfasis está puesto en la idea de inicio, de un nuevo comienzo. La intención es embalsamar el cuerpo del Señor (también en Lucas, a diferencia de Mateo que no menciona el asunto). Los nombres de las mujeres varían ligeramente en los cuatro evangelios, pero hay uno que siempre está: el de María Magdalena.

El relato es sencillo, no hay ningún acontecimiento especial, salvo que en Marcos la piedra del sepulcro ya fue retirada (cf. v. 4). El mensajero es simplemente un joven «vestido de blanco» (v. 5). Les dice: «No os asustéis»; se trata de un asombro con un matiz de temor, y se adelanta a una eventual pregunta: «Jesús el Nazareno, el crucificado, ha resucitado». La fórmula es escueta pero contiene lo esencial, luego añade algo que puede ser comprobado por las mujeres: «No está aquí… Mirad el sitio donde lo pusieron» (v. 6). El sepulcro vacío es signo de una nueva presencia, de eso deben dar testimonio. Lo primero será comunicarlo a los discípulos, que tal vez no se habían atrevido a ir los primeros a ver la tumba de Jesús. Ellos deberán dirigirse a Galilea, tal como él lo había dicho, «allí lo veréis» (v. 7). En Galilea, la región de la cual son originarios y por cuyos caminos acompañaron la predicación del Maestro. El sepulcro seguirá vacío en Jerusalén; pero el mundo, desde la tierra marginada de Galilea, se llenará de la presencia del Cristo resucitado.

Marcos nos presenta en seguida a las mujeres «temblando de espanto», tanto que «no dijeron nada a nadie» (v. 8). El texto termina abruptamente, el temor se comprende, no así el silencio. De hecho, Mateo deja abierta la posibilidad de que comuniquen lo experimentado, por su parte Lucas nos presenta a las mujeres cumpliendo el encargo de hablar con los discípulos. Esto ha hecho pensar en que la versión de Marcos no esté completa (por ello la Biblia de Jerusalén coloca unos puntos suspensivos). No obstante, puede suceder también que en Marcos estemos ante una nueva indicación, frecuente en él, de que creer es un proceso largo y difícil. Y que está siempre comenzando.

Bautizados en Cristo

Pablo nos da el sentido de la liturgia bautismal tan relevante en la vigilia pascual. Como todo sacramento el bautismo es un signo, signo eficaz lo llama la tradición cristiana. Lo significado es nuestro vínculo con Cristo. En la muerte de Cristo muere el poder del pecado, del egoísmo autosuficiente. En esa muerte hemos sido bautizados(cf. v. 3). Pablo refuerza la idea de la resurrección diciendo que «por el bautismo fuimos… sepultados con él en la muerte». Gracias a ello, así como Cristo resucitó, nosotros hemos sido llamados a «una vida nueva»(v. 4).

De un nuevo comienzo nos hablaba también Marcos. Pablo precisa, lo que debe morir en nosotros es «nuestra vieja condición», que «fue crucificada con Cristo» (v. 6). De ese modo dejaremos de ser esclavos del poder de la muerte que se expresa en el pecado, ruptura de amistad con Dios y entre nosotros. De ese poder somos liberados por Jesucristo (cf. v. 7). Como la de él nuestra vida debe ser «un vivir para Dios» (v. 10). Ser testigo de la resurrección es aceptar la fuerza del Espíritu de libertad y de vida en nosotros. Liberándonos del egoísmo y liberando a los demás de todo lo que les impide realizarse como seres humanos y como hijas e hijos de Dios. La solidaridad acogedora y comprometida con todos y en particular con los más necesitados nos vincula al Cristo resucitado, dador de vida.

Gustavo Gutiérrez

Una ola inmensa

En la solemne ceremonia religiosa del Viernes Santo a la tarde, uno de los momentos más evocadores es el de la adoración de la cruz. Todos los participantes en el acto litúrgico desfilan ante la cruz y besan las cicatrices de los pies y del corazón del crucifijo. Este gesto no suele ir acompañado de lágrimas. Solamente, excepcionalmente unas tímidas lágrimas acuden a sus ojos cuando regresan a los bancos. Quizá no valoramos suficientemente lo realizado por Jesús en favor de nosotros.

Esta semana ha muerto Beltrame Arnaud, teniente coronel de la policía francesa, por los disparos de un delincuente. Precisamente este policía se había intercambiado voluntariamente por una rehén. A su madre no le ha sorprendido que Beltrame Arnaud actuara así, pues la razón de vivir de este policía era esto: “defender a los demás”. Ante este gesto de solidaridad, de entrega y valentía se ha levantado una ola inmensa de admiración y simpatía en toda Francia, extensible a otros lugares del mundo. El número y la variedad de gestos surgidos por doquier, empezando por las montañas de ramos de flores depositados en multitud de rincones, hablan por sí solos.

Jesús no se merece menos. ¡Se lo ha ganado!

Al amanecer, María Magdalena fue al sepulcro y vio “la losa quitada”.

La resurrección anuncia que las losas, que nos aplastan, pueden ser eliminadas, retiradas.

La resurrección nos comunica que la humanidad no camina hacia la nada, hacia el absurdo, sino hacia la plenitud.

La resurrección nos habla del triunfo del Crucificado. Tengo la sensación de que sintonizamos más fácilmente con el Cristo sufriente que con el Cristo triunfante. Le acompañamos hasta el calvario y ahí nos despedimos.

La celebración litúrgica más entusiasta, es decir, la de la Pascua de Resurrección, consiste en “dar el paso del hombre viejo al hombre nuevo”. El escritor francés J. Green, se extrañaba de la actitud de los cristianos que al salir de la misa “bajan del calvario y hablan del tiempo bostezando”.

Creer en la Resurrección es enfocar la vida de otra manera. Permanece en ti la invitación de San Pablo: “Despojaos de la ira y de las groserías, vestíos del hombre nuevo”¿Quién nos quitará la losa de la corrupción, de la maldad, de la mentira?, se preguntaban las mujeres que iban camino hacia el sepulcro, donde habían enterrado a Jesús. Metáfora que repetimos los ciudadanos del siglo XXII pues ”la Fe es el pájaro que canta cuando la noche es oscura”.

¡Felices Pascuas de Resurrección!

Josetxu Canibe

No cualquier alegría

¿Se puede celebrar la Pascua cuando en buena parte del mundo es Viernes Santo? ¿Es posible la alegría cuando tanta gente sigue crucificada? ¿No hay algo de falsedad y cinismo en nuestros cantos de gozo pascual? No son preguntas retóricas, sino interrogantes que le nacen al creyente desde el fondo de su corazón cristiano.

Parece que sólo podríamos vivir alegres en un mundo sin llantos ni dolor, aplazando nuestros cantos y fiestas hasta que llegue un mundo feliz para todos, y reprimiendo nuestro gozo para no ofender el dolor de tantas víctimas. La pregunta es inevitable: si no hay alegría para todos, ¿qué alegría podemos alimentar en nosotros?

Ciertamente, no se puede celebrar la Pascua de cualquier manera. La alegría pascual no tiene nada que ver con la satisfacción de unos hombres y mujeres que celebran complacidos su propio bienestar, ajenos al dolor de los demás. No es una alegría que se vive y se mantiene a base de olvidar a quienes sólo conocen una vida desgraciada.

La alegría pascual es otra cosa. Estamos alegres, no porque han desaparecido el hambre y las guerras, ni porque han cesado las lágrimas, sino porque sabemos que Dios quiere la vida, la justicia y la felicidad de los desdichados. Y lo va a lograr. Un día, «enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte, ni habrá más llanto, ni gritos, ni dolor» (Ap 21, 4). Un día, todo eso habrá pasado.

Nuestra alegría pascual se alimenta de esta esperanza. Por eso, no olvidamos a quienes sufren. Al contrario, nos dejamos conmover y afectar por su dolor, dejamos que nos incomoden y molesten. Saber que Dios hará justicia a los crucificados no nos vuelve insensibles. Nos anima a luchar contra la insensatez y la maldad hasta el fin de los tiempos. No lo hemos de olvidar nunca: cuando huimos del sufrimiento de los crucificados no estamos celebrando la Pascua del Señor, sino nuestro propio egoísmo.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 31 de marzo

Hoy es Sábado Santo. Un día «santo» porque en él se trasluce el misterio último del amor de Dios. No se trata de un amor cualquiera: es el amor definitivo del Dios que espera con nosotros la feliz sobreabundancia eterna.

La caminata temprana de las mujeres al sepulcro no fue inmediata; tampoco la carrera de los discípulos hacia la tumba vacía. La muerte es una palabra lo suficientemente rotunda como para dejarnos en silencio largo tiempo, aunque sea una palabra penúltima. Se trata de un silencio que hemos de aprender a hospedar. Asimismo, la pérdida es un golpe lo bastante desgarrador como para imponernos un duelo prolongado, aunque sea un golpe penúltimo. Se trata de un duelo que hemos de aprender a transitar. Sin el silencio y el duelo no es posible recobrar la presencia del ausente. Hoy la liturgia calla para poder cantar mañana.

Cuando el amor encara con hondura la muerte y el fracaso, no se pierde, se siembra. Al fin y al cabo, el amor tiene vocación de eternidad y de fecundidad: de ahí que nos quepa confiar en que el Amado volverá a pronunciar sobre la tumba su palabra perenne y feraz. Ahora bien, ninguna semilla da fruto de repente: tampoco la del amor, que ha de aquilatarse en el fuego de la paciencia y el cuidado. Hay que llorar el amor. Hay que abrigar el amor. Hay que sufrir el amor. Hay que arar el amor. Hay que recoger el amor. Hay que anhelar el amor. Hay que alentar el amor… No se pasa de la noche cerrada al sol de mediodía sin resistir la oscuridad, desear el alba y madurar la mañana.

Entonces, ¿hay que esperar a Dios para que nos alcance la vida? Más bien al revés: Dios espera con nosotros para que maduremos el amor. Por eso, la bondad definitiva de Dios Padre, que resucita a su Hijo como sol que nace de lo alto, se adivina ya en la neblina incierta del amanecer. Allí estamos los discípulos perdidos, aguardando; allí también Él, aguardando con nosotros. La caridad divina no conoce el hiato: no está ausente su misericordia ningún día de nuestra vida. Porque el amor de Dios llena todas las horas: Él acoge el grano que cae en tierra y muere al final de la tarde, lo nutre amorosamente durante la noche y espera con nosotros su florecer feliz y sobreabundante en la plenitud del nuevo día.

Dejemos hoy que el amor de Dios llegue hasta nosotros en todo su misterio, que el Padre nos diga a cada uno: «Espera en el Señor, ten ánimo, sé valiente. Espera en el Señor». Y al acudir sin prisa a su sepulcro abierto, ¿hallaremos en Él nuestro nuevo nacimiento?

Adrián de Prado Postigo, cmf.