I Vísperas – Domingo II de Pascua

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: REVESTIDOS DE BLANCAS VESTIDURAS

Revestidos de blancas vestiduras,
vayamos al banquete del Cordero
y, terminado el cruce del mar Rojo
alcemos nuestro canto al rey eterno.

La caridad de Dios es quien nos brinda
y quien nos da a beber su sangre propia,
y el Amor sacerdote es quien se ofrece
y quien los miembros de su cuerpo inmola.

Las puertas salpicadas con tal sangre
hacen temblar al ángel vengativo,
y el mar deja pasar a los hebreos
y sumerge después a los egipcios.

Ya el Señor Jesucristo es nuestra pascua,
ya el Señor Jesucristo es nuestra víctima:
el ázimo purísimo y sincero
destinado a las almas sin mancilla.

Oh verdadera víctima del cielo,
que tiene a los infiernos sometidos,
ya rotas las cadenas de la muerte,
y el premio de la vida recibido.

Vencedor del averno subyugado,
el Redentor despliega sus trofeos
y, sujetando al rey de las tinieblas,
abre de par en par el alto cielo.

Para que seas, oh Jesús, la eterna
dicha pascual de nuestras almas limpias,
líbranos de la muerte del pecado
a los que renacimos a la vida.

Gloria sea a Dios Padre y a su Hijo,
que de los muertos ha resucitado,
así como también al sacratísimo
Paracleto, por tiempo ilimitado. Amén.

SALMODIA

Ant 1. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. Aleluya.

Ant 2. Venid y ved el lugar donde habían puesto al Señor. Aleluya.

Salmo 113 A – ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO; LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Venid y ved el lugar donde habían puesto al Señor. Aleluya.

Ant 3. Dijo Jesús: «No temáis. Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán.» Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dijo Jesús: «No temáis. Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán.» Aleluya.

LECTURA BREVE 1Pe 2, 9-10

Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Vosotros, que en otro tiempo no erais pueblo, sois ahora pueblo de Dios; vosotros, que estabais excluidos de la misericordia, sois ahora objeto de la misericordia de Dios.

RESPONSORIO BREVE

En lugar del responsorio breve se dice la siguiente antífona:

Éste es el día en que actuó el Señor: sea él nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ocho días después, estando cerradas las puertas, se presentó Jesús y, en presencia de todos, exclamó: «La paz sea con vosotros.» Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ocho días después, estando cerradas las puertas, se presentó Jesús y, en presencia de todos, exclamó: «La paz sea con vosotros.» Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo, que resucitando de entre los muertos destruyó la muerte y nos dio nueva vida, y digámosle:

Tú que vives eternamente, escúchanos, Señor.

Tu que eres la piedra rechazada por los arquitectos, pero convertida en piedra angular,
conviértenos a nosotros en piedras vivas de tu Iglesia.

Tú que eres el testigo fiel y el primogénito de entre los muertos,
haz que tu Iglesia sea también siempre testimonio ante el mundo.

Tú que eres el único esposo de la Iglesia, nacida de tu costado,
haz que todos nosotros seamos signos de tus bodas con la Iglesia.

Tú que eres el primero y el último, el que estabas muerto y ahora vives por los siglos de los siglos,
concede a todos los bautizados perseverar fieles hasta la muerte, a fin de recibir la corona de la victoria.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tu que eres la lámpara que ilumina la ciudad santa de Dios,
alumbra con tu claridad a nuestros hermanos difuntos.

Sintiéndonos verdaderos hijos de Dios, digamos a nuestro Padre:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, cuya misericordia es eterna, tú que reanimas la fe de tu pueblo con la celebración anual de las fiestas pascuales, aumenta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la excelencia del bautismo que nos ha purificado, la grandeza del Espíritu que nos ha reengendrado y el precio de la sangre que nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 7 de abril

Lectio: Sábado, 7 Abril, 2018
Tiempo de Pascua
 
1) Oración inicial
¡Oh Dios!, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos; mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que quienes han renacido por el bautismo obtengan también la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor.
 
2) Lectura
Del Evangelio según Marcos 16,9-15
Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
 
3) Reflexión
• El evangelio de hoy forma parte de una unidad literaria más amplia (Mc 16,9-20) que trae una lista o un resumen de diversas apariciones de Jesús: (a) Jesús aparece a María Magdalena, pero los discípulos no aceptan su testimonio (Mc 16,9-11); (b) Jesús aparece a los dos discípulos, pero los demás no creen en el testimonio de ellos (Mc 16,12-13); (c) Jesús aparece a los Once, critica la falta de fe y les ordena que anuncien la Buena Nueva a todos (Mc 16,14-18); (d) Jesús sube al cielo y sigue cooperando con los discípulos (Mc 16,19-20).
• Además de esta lista de apariciones del evangelio de Marcos, hay otras listas que no siempre coinciden entre sí. Por ejemplo, la lista conservada por Pablo en la carta a los Corintios es bien diferente (1 Cor 15,3-8). Esta variedad muestra que, inicialmente, los cristianos no se preocupaban de probar la resurrección por medio de apariciones. Para ellos la fe en la resurrección era tan evidente y tan vivida que no había necesidad de pruebas. Una persona que se toma el sol no se preocupa de probar que el sol existe. Ella misma, bronceada, es la prueba misma de que el sol existe. Las comunidades, ellas mismas, al existir en medio de aquel imperio inmenso, eran una prueba viva de la resurrección. Las listas de las apariciones empiezan a aparecer más tarde, en la segunda generación, para rebatir las críticas de los adversarios.
• Marcos 16,9-11: Jesús aparece a María de Mágdala, pero los otros discípulos no creen en ella. Jesús aparece primero a María Magdalena. Ella fue a anunciarlo a los demás. Para venir al mundo, Dios quiere depender del seno de una joven de 15 o 16 años, llamada María, la de Nazaret (Lc 1,38). Para ser reconocido como vivo en medio de nosotros, quiso depender del anuncio de una chica que había sido liberada de siete demonios, ella también llamada María, la de Mágdala! (Por esto, era llamada María Magdalena). Pero los demás no le creen. Marcos dice que Jesús aparece primero a Magdalena. En la lista de las apariciones, transmitida en la carta a los Corintios (1 Cor 15,3-8), no constan las apariciones de Jesús a las mujeres. Los primeros cristianos tuvieron dificultad en creer en el testimonio de las mujeres. ¡Es una lástima!
• Marcos 16,12-13: Jesús aparece a los discípulos, pero los demás no creen en ellos. Sin muchos detalles, Marcos se refiere a una aparición de Jesús a dos discípulos, “que iban de camino por los campos”. Se trata, probablemente, de un resumen de la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús, narrada por Lucas (Lc 24,13-35). Marcos insiste en decir que “tampoco creyeron en éstos”.
• Marcos 16,14-15: Jesús critica la incredulidad y manda anunciar la Buena Nueva a todas las criaturas. Por fin, Jesús aparece a los once discípulos y los reprende por no haber creído en las personas que lo habían visto resucitado. De nuevo, Marcos se refiere a la resistencia de los discípulos en creer en el testimonio de quienes han experimentado la resurrección de Jesús. ¿Por qué será? Probablemente, para enseñar tres cosas. Primero, que la fe en Jesús pasa por la fe en las personas que dan testimonio de él. Segundo, que nadie debe desanimarse, cuando la duda y la incredulidad nacen en el corazón. Tercero, para rebatir las críticas de los que decían que el cristiano es ingenuo y acepta sin crítica cualquier noticia, ya que los discípulos tuvieran mucha dificultad en aceptar la verdad de la resurrección.
• El evangelio de hoy termina con el envío: “Id por el mundo entero y proclamad a Buena Nueva a toda criatura.” Jesús les confiere la misión de anunciar la Buena Nueva a toda criatura.
 
4) Para la reflexión personal
• María Magdalena, los dos discípulos de Emaús y los once discípulos: ¿quién tuvo mayor dificultad en creer en la resurrección? ¿Por qué? ¿Con quién de ellos me identifico?
• ¿Cuáles son los signos que más convencen a las personas de la presencia de Jesús en medio de nosotros?
 
5) Oración final
El Señor tenga piedad nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. (Sal 66)

Domingo II de Pascua

1. Situación y contemplación

Es probable que, después de las celebraciones de la Semana Santa, la semana de Pascua nos haya dispersado bastante. Suele ocurrir después de unos días de intensidad, cuando se ha salido de la Cuaresma. Sin embargo, la Eucaristía de este domingo nos hace volver de nuevo la mirada al Resucitado.

La primera lectura: para sentirnos Iglesia, continuadores de aquella primera comunidad, signo de la presencia de Jesús en la historia. Humanidad nueva, liberada del pecado raíz de las relaciones humanas, la apropiación. Sin duda, el escritor ha idealizado la imagen de la comunidad de Jerusalén con la intención de afirmar el espíritu nuevo que el Resucitado ha traído a los hombres.

El salmo 117 es un clásico del tiempo pascual. Sin duda, releído a la luz de la Resurrección, adquiere resonancias insospechadas. Nos da el tono interior para celebrar la Eucaristía de este domingo.

La segunda lectura nos recuerda los núcleos de nuestras fiestas pascuales: la fe en Jesús, el Mesías, que vino y viene con el agua del bautismo y la sangre de la Eucaristía (realismo de la fe, para que la Resurrección no se nos quede en el pasado); la experiencia del Espíritu Santo, los frutos de vida nueva, señal de que el Reino es verdad y está en marcha; el don supremo de la Pascua, el amor que viene de Dios y que, derramado en nuestros corazones, se hace fuente de ser e imperativo incondicional de la conducta cristiana en el mundo; libertad liberada del egocentrismo, signo de la victoria del Mesías Crucificado, fiesta del mundo nuevo.

¿Nos lo creemos, o sólo nos parecen palabras bonitas? El Evangelio nos ayudará a superar nuestra incredulidad, pues somos como Tomás: hasta que no vemos y no tocamos, no creemos. Y, efectivamente, en la Eucaristía de este domingo el Resucitado en persona se acerca a nosotros y nos invita a ver y tocar sus heridas de amor por nosotros, la prueba suprema de la verdad de Dios en la historia, y nos da su Espíritu para creer por encima del ver, es decir, para vivir de fe en El, nuestro Dios y Señor.

2. Reflexión

Vamos a detenernos a meditar en el realismo de la fe, en el que insiste la Palabra. Ciertamente, resulta desconcertante: Por una parte, la fe cristiana no se apoya en procesos interiores de ascensión espiritual; por el contrario, se refiere siempre a acontecimientos constatados, la vida de Jesús, su pasión y muerte bajo Poncio Pilato, la resurrección corporal de Jesús Crucificado, la Iglesia en cuanto comunidad histórica, la Palabra y los sacramentos… Por otra parte, no se trata de un realismo empírico, que busca pruebas científicas, experiencias medibles; por el contrario, los acontecimientos históricos sólo pueden ser percibidos como salvación a la luz de la fe, es decir, cuando estoy dispuesto a confiar en Dios y a no objetivarlo (en sí misma, la fe es una luz espiritual, estrictamente sobrenatural, no sensible).

El creyente no puede explicar esta experiencia paradójica, sino dar testimonio de ella y hacer referencia a esa historia tan singular que es la consignación en la Biblia. ¿Tiene explicación la historia de Israel sin la fe? Sin duda; pero el creyente sabe, a la luz de su propia experiencia, que la explicación racional no da con la clave. ¿Se puede explicar el mensaje y el destino de Jesús? Sin duda, se recurrirá a la fenomenología religiosa para ello; pero el creyente sabe, a la luz de su experiencia creyente de Jesús, que lo esencial no está en la inmanencia de Jesús, sino más allá, en el Padre de Jesús. ¿Se puede probar la Resurrección? No; pero el creyente sabe, a la luz de la vida que surge de sus entrañas cuando se adhiere al Resucitado, que lo que nota por dentro y lo que los discípulos de Jesús han dicho sobre El en el Nuevo Testamento coinciden.

Es una certeza misteriosa, pero indefectible, más fuerte que la muerte. ¿Fanatismo? ¿Por qué, sin embargo, en vez de producir efectos sicológicos y sociales de carácter patológico, produce lo contrario, liberación interior y comunión interpersonal?

3. Praxis

Por eso, el realismo paradójico de la fe es inseparable del amor al prójimo. Para el verdadero creyente, la amenaza más fuerte a su fe no le viene de las exigencias racionales de pruebas objetivables, sino de la tentación de la fe de replegarse sobre sí misma. Notar que ama, renovar día a día el amor, creer en el amor a pesar de todo, autentifica rotundamente su experiencia de Jesús Resucitado.

Javier Garrido

Domingo II de Pascua

El contenido doctrinal de este segundo domingo de Pascua puede reducirse a lo siguiente:

Los Apóstoles, después de la Ascensión, comenzaron su tarea evangelizadora exponiendo el mensaje de Jesús y presentándose como testigos de su Resurrección, garantía absoluta de su condición de Mesías enviado por el Padre.

Consecuencia de ello fue que el cristianismo comenzó a extenderse y a dar lugar a una nueva forma de vida: la cristiana. Forma de vida que se manifestaba en una convivencia fraternal, como se dice en la primera lectura. (Hch. 4, 32-35), consecuencia del seguimiento de esas enseñanzas de Jesús, puesto que no hay otra forma de ser cristiano, segunda lectura (1ª Jn. 5, 1-6), lo cual exige una fe fundamentada, como la de Santo Tomás (3ª Lectura: 20,19-31)

La razón por la que los Apóstoles se esfuerzan en comunicarnos “estas cosas”, aparte de cumplir el encargo que les había dado el mismo Jesús, está claramente indicado en las últimas palabras de San Juan: “Otros muchos milagros hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”.

Nos las comunican para que tengamos vida. Naturalmente que la vida que se nos promete no es la vida biológica sino esa nueva vida que surge desde la fe, y que supone la contemplación de todo desde el ángulo de la Revelación, o, lo que es lo mismo, desde la “panorámica” de Dios.

Es en este punto en el que resulta importante revisar en profundidad la actuación de Santo Tomás.

Su actitud no es la del “negador” por las buenas, la del que se quiere dar importancia haciéndose notar. NO.

Santo Tomás es un hombre de los que se comprometen de verdad. Cuando comentan los Apóstoles el peligro de que Jesús vaya a resucitar a Lázaro, es él quien decide: vayamos y muramos, si es preciso, con Él. (Jn. 11,16)

Tampoco en la Última Cena se quedó a medias. No entendía bien de qué iban las palabras de Jesús y le “soltó” aquello de: “no sabemos dónde vas, cómo vamos a saber el camino”.(Jn. 14,15)

NO. Santo Tomás no es un “incrédulo” sino un creyente racional que cree lo que se debe creer, porque hay suficiente fundamento para ello. Y porque lo tuvo, se comprometió hasta dar su vida, luego en martirio en la India.

Esa es la fe que nosotros necesitamos para no comprometernos a medias, hasta un cierto punto, pero nada más. Para no vivir un cristianismo descafeinado, fofo, sin arrestos para entregarnos plenamente a él.

La fe justificada, asimilada es la que nos permite descubrir un nuevo enfoque de esa vida que bajo el impulso del Espíritu vamos tejiendo conforme a los planes de Dios.

La fe nos propone vivir la vida ordinaria de cada día, la de mi matrimonio, mi sacerdocio, mi trabajo, estudio, situación de novio o novia, de patrón u obrero, la que sea, desde la perspectiva de Dios. Vivirla con la gozosa esperanza de que, según vamos viviéndola, vamos caminando al definitivo encuentro con Dios.

Si “aceptamos” la grandeza de “todo eso” sin una suficiente fundamentación puede quedar reducido a algo superficial, semi-infantil, que ni llena nuestra vida ni la vacía del todo. Algo que la convierte en una mediocridad muy próxima a la tibieza que ni es fría ni caliente. Sencillamente, algo que nos hace vivir lánguidamente un cristianismo sin garra.

Quien mira por un microscopio descubre un mundo de vida, de relaciones, de actuaciones que, antes de usarlo, jamás hubiera sospechado que existiera.

Eso mismo sucede con la fe. Aparecen matices, aspectos, dimensiones de nuestra vida ordinaria que jamás hubiéramos sospechado sin “usar” las gafas de la fe. Conocer el sentido transcendente de nuestra vida sabiendo que se realiza dentro del misterio de Dios, tener la garantía de que todo tiene sentido y que nada del bien que hagamos quedará perdido, que al mismo tiempo que construimos un mundo más humano estamos estableciendo el Reino de Dios en la Tierra, son dimensiones de la diaria realidad solo descubribles por la Revelación de Dios.

Son tan vitales esos aspectos, esa nueva contemplación de la realidad desde la fe, que los Apóstoles se afanan en transmitírnosla.

Es verdad que su testimonio nos queda un poco lejos en el tiempo y en el espacio. Pero no podía ser de otra manera supuesto que la acción salvadora de Jesús había de extenderse a todos los tiempos y lugares. Por eso es el mismo Jesús quien felicita a todos aquellos que crean sin haber visto.

Entre “esos” que creen sin haber visto estamos nosotros que nos reunimos cada domingo para recordar, mejor, para revivir aquellos acontecimientos con los que se inició “todo”.

Creemos porque nos sabemos en conexión con aquellos que sí vivieron aquellos acontecimientos. Porque hemos querido tener una fe razonada, fundamentada a ejemplo de Santo Tomás.

Como una garantía más en favor de la veracidad de lo que nos comunicaron cabe subrayar que su predicación no es fruto de un empeño en contarnos una historieta urdida en su propio provecho. NO. Se jugaron la vida, y la perdieron en medio de tremendos tormentos, sin conseguir nada material a cambio. Tampoco es una obcecación nacida de situaciones emocionales. NO. Se reconocen dudando a la hora de aceptar la Resurrección de Jesús. Hoy acabamos de recordar el comportamiento de Santo Tomás. Lo mismo tenemos con los discípulos que iban a Emaús y, en general, con el resto de los Apóstoles. Tampoco tienen empacho en reconocer que les da miedo lo que se les avecina por parte de los sacerdotes judíos, por eso están con las puertas cerradas.

Sin embargo, una serie de acontecimientos con Jesús, que nos señalan con todo lujo de detalles, les cambia totalmente hasta convertirles en sus firmes defensores y propagadores.

Los Apóstoles nos transmiten una fe que en ellos nació por el trato directo con Jesús, con su ejemplo nos invitan a que esa fe sea robusta y lo hacen para que también nosotros tengamos la luz de la fe que ilumine toda nuestra existencia. No la desaprovechemos. AMÉN.

Pedro Sáez

Ecclesia in Medio Oriente – Benedicto XVI

16. El amor común a Cristo «que no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca» (1 P 2,22) y el «vínculo estrechísimo»[12] que nos une a las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia Católica, urgen al diálogo y a la unidad. En varios casos, los católicos están unidos a las Iglesias de Oriente que no están en plena comunión en virtud de los comunes orígenes religiosos. Para una renovada pastoral ecuménica, con vistas a un testimonio común, es útil entender bien la apertura conciliar hacia una cierta communicatio in sacris respecto a los sacramentos de la penitencia, la eucaristía y la unción de los enfermos[13], que no sólo es posible, sino que puede ser aconsejable en algunas circunstancias favorables, de acuerdo con normas precisas y la aprobación de las autoridades eclesiásticas[14]. Los matrimonios entre fieles católicos y ortodoxos son numerosos y requieren una atención ecuménica especial[15]. Aliento a los obispos y a los eparcas a aplicar, en la medida de lo posible, y allí donde los halla, los acuerdos pastorales para promover, poco a poco, una pastoral ecuménica de conjunto.


[12] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 15.

[13] Cf. Id., Decr. Orientalium Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, 26-27.

[14] Cf. Id., Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 15; Consejo pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directrices para la aplicación de principios y normas sobre el Ecumenismo (25 marzo 1993), 122-128: AAS 85 (1993), 1086-1088.

[15] Cf. Consejo pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directrices para la aplicación de principios y normas sobre el Ecumenismo (25 marzo 1993), 145: AAS 85 (1993), 1092.

Los signos del resucitado

1. Los que nos consideramos creyentes vivimos a menudo, como los discípulos del evangelio, «al anochecer», «con las puertas cerradas», llenos de «miedo». Estamos inmersos en la vieja creación. Nuestras comunidades están a veces replegadas, ocultas, sin dar testimonio.

2. Necesitamos que el Señor se haga presente y debemos reconocerlo por tres signos: la donación de la paz (hay que desterrar los conflictos), el soplo creador (hay que infundir aliento de vida) y los estigmas de Jesús (el sufrimiento por los otros es huella redentora). Jesús es el centro de la comunidad de creyentes testigos.

3. Pero la reunión termina cuando la misión comienza. El Señor nos invita a ser creyentes, con todas las dificultades de «ver», a ser testigos de reconciliación en un mundo dividido e injusto y a compartir la «vida» donde se dan sombras de muerte.
 

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Somos capaces de ver y experimentar los signos de Jesús?

Casiano Floristán

Un envío en cascada

El tiempo pascual es tiempo de alegría, pero también lo es de envío, de responsabilidad para los cristianos.

Creencia e increencia

Los discípulos de Jesús pasan por un momento de temor después de la muerte en la cruz (cf. Jn 20, 19). En esas circunstancias irrumpe el Señor resucitado dándoles la fuerza necesaria para cumplir su tarea (cf. v. 21).

Jesús abre las puertas que el miedo había cerrado. Les trae la paz, pero ésta no significa reposo. Al contrario, ella es la condición para salir a anunciar el evangelio. La tarea de los discípulos es la misma que el Padre confió a Jesús: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo» (v. 21)Esa misión la llevarán a cabo bajo el impulso del Espíritu (cf. v. 22).

Tomás ha pasado a la historia como un discípulo escéptico, incluso incrédulo, no cree si no ve. Tomás se resistió a creer y nos mereció una promesa bajo forma de bienaventuranza: «Dichosos los que crean sin haber visto»,proclama el Señor (v. 29). Como Tomás, nos toca decir: «Señor mío y Dios mío» (v. 28). Somos de aquellos que no hemos visto físicamente a Jesús, pero creemos.

Nacer de Dios

Jesús transforma, no deja a nadie indiferente; cambia nuestra vida en todos sus aspectos. Los seguidores de Jesús ponen todo al servicio de los demás, entran en una comunión que alcanza a todas las dimensiones de la existencia humana, «lo poseían todo en común», dice Lucas (Hech 4, 32) Así dan testimonio de «la resurrección del Señor»(v. 33). Ese amor elimina las necesidades al interior de la comunidad (cf. v. 34). En tanto testigos de la resurrección comunican la vida y tienen en cuenta la necesidad de cada uno (cf. v. 35). Es una imagen de la primera comunidad cristiana que ha inspirado muchas experiencias a lo largo de la historia. Es el tipo de utopía que mueve la historia.

La fe en Jesús nos hace nacer de Dios (cf. 1 Jn 5, 1), y nos convierte en vencedores de la muerte, porque creemos en el Señor que resucitó. Nos corresponde hacer creíble la resurrección del Señor a través de nuestros signos de vida hacia los demás. Amor a Dios y amor a los hijos de Dios son inseparables. Eso es lo que hacía la primera comunidad cristiana al poner todo en común para que nada faltara a nadie. Cada uno debe decidir lo que es dar signos de vida en la presente situación en que vive.

Gustavo Gutiérrez

¿Convertirse o evolucionar?

En estas fechas del año la figura de Martin Luther King aparece frecuentemente. El 4 de abril – de ésta semana- recordábamos el momento en que una bala le quitó la vida, mientras estaba asomado al balcón de un hotel de la ciudad de Menphis. Luther King había nacido el año 1929.

Hoy celebramos el segundo domingo de Pascua. Pascua que significa “paso”. Hace referencia al “paso” de la opresión de los egipcios sobre el pueblo judío. La Pascua de Jesús se refiere al “paso” de la muerte a la resurrección. Nuestra Pascua es esto: ir pasando de un estado de ánimo a otro: en palabras de Luther King “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”.

Es muy frecuente comparar la vida con el camino. El caminar se caracteriza por ir avanzando, por ir cambiando de posición. Avanzamos. La Pascua es una llamada a salir del agujero, del desánimo, del pesimismo, del escepticismo, para entrar en el territorio de la justicia, de la verdad, de la alegría. “Pasos” importantes.

Los argumentos que manejaban los seguidores de Jesús para mostrar que Jesús había resucitado eran: ”los apóstoles daban testimonios de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor (…). Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuían según lo que necesitaba cada uno”.

Otro modelo de Pascua, de “paso” lo encontramos en Monseñor Oscar Romero, quién próximamente será declarado oficialmente santo, si bien el pueblo creyente latinoamericano ya lo había proclamado. Este obispo abrigaba más bien una mentalidad conservadora. Mentalidad, que la fue abandonando poco a poco. Se resistía a admitir que se había convertido. Este verbo lo consideraba muy elevado, demasiado espectacular para su persona. A él le bastaba con el término ”evolucionar”. Expresión mucho más sencilla y humilde. Pero realmente cambió, se transformó.

Tomemos nota de las palabras de Luther King. ”Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”

Josetxu Canibe

Decisión de cada uno

Hace aproximadamente dos mil años, apareció en Galilea un profeta llamado Jesús de Nazaret. Apenas vivió algo más de treinta años. Las autoridades lo ejecutaron cuando no llevaba ni tres predicando su mensaje de amor y fraternidad entre los hombres. Fue una llama que, apenas se encendió, fue apagada.

Veinticinco años más tarde, el emperador Nerón daba muerte a su fiel consejero, el filósofo estoico, Séneca. El motivo: Séneca le aconsejaba, una y otra vez, tratar a las personas con «humanitas» y «clementia».

La figura del filósofo romano es recordada con veneración por los estudiosos de la antigüedad, que se interesan por su doctrina estoica. Pero nadie se reúne en su nombre, ni fundamenta su existencia sobre su persona. No sucede así con el Profeta de Galilea. Veinte siglos después de su muerte, millones de hombres y mujeres se siguen reuniendo en su nombre, lo invocan como Señor y esperan de él «la salvación de Dios». ¿Por qué?

Cuando los cristianos hablan de Jesús, no están recordando a un muerto del pasado. Cuando se reúnen en su nombre, no es para celebrar (con retraso) el funeral de un difunto. Cuando escuchan su mensaje, no lo hacen para recoger el testamento dejado a la posteridad por un sabio maestro. La experiencia cristiana es diferente y original. Para estos creyentes, Cristo está vivo. San Pablo lo dice en una sola frase: «Conocerle es conocer la fuerza de su resurrección» (Filipenses 3, 10).

Este hecho singular se presta a múltiples consideraciones. ¿Cómo puede un muerto generar una fe de estas características? Ciertamente, hay personas extraordinarias que, incluso después de muertas, han generado entusiasmo en sus seguidores (recuérdese el impacto del Che Guevara hace todavía unos años). Pero, luego, el entusiasmo se difumina y los recuerdos se apagan. Las generaciones siguientes apenas se conmueven. Pronto se convierte el personaje en objeto de investigación para los historiadores, siempre que la historia le reconozca ese privilegio.

Naturalmente, este tipo de consideraciones no constituye una «prueba» de la verdad del cristianismo. La fe cristiana, como cualquier otra ideología, religión o ateísmo, podría ser una «colosal ilusión». Pero, hay algo que no se debe olvidar. Los seres humanos podemos vivir de «ilusiones», pero, ciertamente, no podremos morir sino confiándonos a un Dios Salvador o dejándonos hundir en el vacío de la nada.

Cada uno ha de escuchar la invitación que se le hace: «No seas incrédulo, sino creyente.» Cada uno ha de saber cómo se enfrenta al misterio último de la existencia, bien confesando su fe como Tomás: «Señor mío y Dios mío», bien siguiendo solo su propio camino, desconfiando de toda salvación.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 7 de abril

Nos cuenta el libro de los Hechos que las jerarquías del pueblo judío (jefes, ancianos y escribas) les prohibieron severamente a Pedro y Juan predicar y enseñar en nombre de Jesús, y éstos les respondieron: “¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Este es el criterio fundamental a la hora de estar y actuar en el mundo, que por todos los medios intenta minar los fundamentos de la fe cristiana y hacernos creer que todo da igual, todo es bueno, todo es normal…

Con cuanta frecuencia obedecemos en realidad más a los hombres que a Dios, cuán contaminados estamos por la mentalidad de este mundo, qué fácilmente nos dejamos seducir y cómo las sirenas de este mundo nos fascinan. A veces nos ocurre que sin darnos cuenta, de hecho, estamos pensando y juzgando según los criterios del mundo, y no según los de Dios. Descubrimos que nos inclinamos a los ídolos fáciles, ligeros, envolventes y omnipresentes del mundo: poder, tener, placer. Insensiblemente nos vamos acomodando a lo que el mundo nos ofrece y dice, y nos resulta difícil saber dónde está la verdad y el bien, y desenmascarar la falsedad de lo que todo el mundo piensa y hace. No es fácil vivir aquello de que el cristiano está en el mundo pero no es del mundo.

Podemos preguntarnos: ¿pensamos y actuamos en conciencia como cristianos? ¿Nuestro ánimo se inspira en la verdad de Cristo? ¿No estamos más bien inclinados a tomar como guía de nuestros juicios, de nuestras acciones nuestro estado de ánimo personal con una autonomía que muchas veces no admite consejos ni comparaciones? ¿Podemos afirmar que somos verdaderamente libres a la hora de pensar y actuar? ¿No es cierto que hay muchas cosas que se sobreponen a nuestro juicio consciente para forjar nuestros criterios? Nos tendremos que preguntar muchas veces: ¿es cristiano mi forma de pensar y proceder? El cristiano es una persona nueva, original, libre y feliz

Como dice el Beato Pablo VI: “Nosotros hombres de hoy, aunque nos consideremos en comunión con la religión cristiana –una comunión que muy a menudo se calla, se minimiza o se seculariza- poseemos rara vez o de forma incompleta el sentido de la novedad de nuestro estilo de vida. A menudo nos mostramos conformistas. El miedo al “qué dirán” nos impide presentarnos por lo que somos, esto es, como cristianos, como personas que libremente han optado por un estilo de vida…Cristiano, sé consciente, coherente, fiel y fuerte”.

José Luis Latorre, cmf