Vísperas – Martes II de Pascua

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: NOS REÚNE DE NUEVO EL MISTERIO

Nos reúne de nuevo el misterio
del Señor que resurge a la vida,
con su luz ilumina a la Iglesia,
como el sol al nacer cada día.

Resucita también nuestras almas,
que tu muerte libró del castigo
y vencieron contigo al pecado
en las aguas del santo bautismo.

Transfigura los cuerpos mortales
que contemplan tu rostro glorioso,
bella imagen del Dios invisible
que ha querido habitar con nosotros.

Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro,
y a tu lado vivamos por siempre
dando gracias al Padre en el reino. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Aleluya.

Salmo 48 I – VANIDAD DE LAS RIQUEZAS

Oíd esto, todas las naciones,
escuchadlo, habitantes del orbe:
plebeyos y nobles, ricos y pobres;

mi boca hablará sabiamente,
y serán muy sensatas mis reflexiones;
prestaré oído al proverbio
y propondré mi problema al son de la cítara.

¿Por qué habré de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y me acechen los malvados,
que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
si nadie puede salvarse
ni dar a Dios un rescate?

Es tan caro el rescate de la vida,
que nunca les bastará
para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa.

Mirad: los sabios mueren,
lo mismo que perecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños.

El sepulcro es su morada perpetua
y su casa de edad en edad,
aunque hayan dado nombre a países.

El hombre no perdura en la opulencia,
sino que perece como los animales.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Aleluya.

Ant 2. El Señor me salva de las garras del abismo. Aleluya.

Salmo 48 II

Éste es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos:

son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor,
y bajan derechos a la tumba;
se desvanece su figura
y el abismo es su casa.

Pero a mí, Dios me salva,
me saca de las garras del abismo
y me lleva consigo.

No te preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él.

Aunque en vida se felicitaba:
«Ponderan lo bien que lo pasas»,
irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz.

El hombre rico e inconsciente
es como un animal que perece.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor me salva de las garras del abismo. Aleluya.

Ant 3. Tuyos son, Señor, el poder y la riqueza, la fuerza y la gloria. Aleluya.

Cántico: HIMNO A DIOS CREADOR Ap 4, 11; 5, 9-10. 12

Eres digno, Señor Dios nuestro, de recibir la gloria,
el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y por tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría,
la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tuyos son, Señor, el poder y la riqueza, la fuerza y la gloria. Aleluya.

LECTURA BREVE   1Pe 2, 4-5

Acercándoos al Señor, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y apreciada por Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

V. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.
R. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.

V. Al ver al Señor.
R. Aleluya. Aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. ¿Verdad que nuestros corazones ardían dentro de nosotros, mientras nos hablaba Jesús en el camino? Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¿Verdad que nuestros corazones ardían dentro de nosotros, mientras nos hablaba Jesús en el camino? Aleluya.

PRECES

Invoquemos a Cristo, que con su resurrección ha reanimado la esperanza de su pueblo, y digámosle:

Señor Jesús, tú que siempre vives para interceder por nosotros, escúchanos.

Señor Jesús, de cuyo costado abierto salió sangre y agua,
haz de la Iglesia tu esposa inmaculada.

Pastor supremo de la Iglesia, que después de tu resurrección encomendaste a Pedro, al confesarte su amor, el cuidado de tus ovejas,
concede al papa Francisco un amor ardiente y un celo apostólico.

Tú que concediste una pesca abundante a los discípulos que pescaban en el mar,
envía operarios que continúen su trabajo apostólico.

Tú que preparaste a la orilla del mar el pan y los peces para los discípulos,
no permitas que nuestros hermanos mueran de hambre por culpa nuestra.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Señor Jesús, nuevo Adán, que nos das la vida, transforma a nuestros difuntos a imagen tuya,
para que compartan contigo la alegría de tu reino.

Sintiéndonos verdaderos hijos de Dios, digamos a nuestro Padre:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, haz que sepamos anunciar al mundo la victoria de Cristo resucitado y, ya que nos has dado la prenda de su obra redentora, concédenos llegar a poseer plenamente los dones prometidos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 10 de abril

1. ORACIÓN INICIAL

Padre misericordioso, envíame también a mí, en este tiempo de oración y de escucha de tu Palabra, tu ángel santo, para yo pueda recibir el anuncio de la salvación y, abriendo el corazón, pueda ofrecer mi sí al Amor. Envía sobre mí, te ruego, tu Espíritu Santo, como sombra que me cubra, como potencia que me llene. Hasta ahora, oh Padre, yo no quiero decirte otra cosa que mi sí; decirte: “He aquí, que estoy aquí por ti. Haz de mí lo que quieras. “Amén.

2. LECTURA

a) Para colocar el pasaje en su contexto:

El pasaje de la anunciación nos conduce del templo, espacio sagrado por excelencia, a la casa, a la intimidad del encuentro personal de Dios con su criatura; nos conduce dentro de nosotros mismos, al profundo de nuestro ser y de nuestra historia, allá donde Dios puede llegar y tocarnos. El anuncio del nacimiento de Juan el Bautista había abierto el seno estéril de Isabel, deshaciendo la absoluta impotencia del hombre y transformándola en capacidad de obrar junto con Dios. El anuncio del nacimiento de Jesús, por el contrario, llama a la puerta del seno fructífero de la “Llena de Gracia” y espera respuesta: es Dios que espera nuestro sí, para poder obrar todo.

b) Para ayudar en la lectura del pasaje:

vv.26-27: Estos dos primeros versículos nos colocan en el tiempo y el espacio sagrados del acontecimiento que meditamos y que reviven en nosotros: estamos en el sexto mes de la concepción de Juan Bautista y estamos en Nazaret, ciudad de Galilea, territorio de los alejados e impuros.. Aquí ha bajado Dios para hablarle a una virgen, para hablar a nuestro corazón.

Nos vienen presentados los personajes de este acontecimiento maravilloso: Gabriel, el enviado de Dios, una joven mujer de nombre María y su esposo José, de la casa real de David. También nosotros somos acogidos a esta presencia, estamos llamados a entrar en el misterio.

vv.28-29: Son las primerísimas frases del diálogo de Dios con su criatura. Pocas palabras, apenas un suspiro, pero palabras omnipotentes, que turban el corazón, que ponen profundamente en discusión la vida, los planes, las esperanzas humanas. El ángel anuncia el gozo, la gracia y la presencia de Dios; María queda turbada y se pregunta de dónde le pueda venir a ella todo esto. ¿De dónde un gozo tal? ¿Cómo una gracia tan grande que puede cambiar incluso el ser?

vv.30-33: Estos son los versículos centrales del pasaje: y la explosión del anuncio, la manifestación del don de Dios, de su omnipotencia en la vida del hombre. Gabriel. el fuerte, habla de Jesús: el rey eterno, el Salvador, el Dios hecho niño, el Omnipotente humilde. Habla de María, de su seno, de su vida que ha sido elegida para dar entrada y acogida a Dios en este mundo y en cualquier otra vida. Dios comienza, ya aquí, a hacerse vecino, a llamar. Está en pie, espera, junto a la puerta del corazón de María; pero también aquí, en nuestra casa, junto a nuestro corazón….

v.34: María ante la propuesta de Dios, se deja manejar por una completa disposición; revela su corazón, sus deseos. Sabe que para Dios lo imposible es realizable, no tiene la mínima duda, no endurece su corazón ni su mente, no hace cálculos; quiere solamente disponerse plenamente, abrirse, dejarse alcanzar de aquel toque humanamente imposible, pero ya escrito, ya realizado en Dios. Pone delante de Él, con un gesto de purísima pobreza, su virginidad, su no conocer varón; es una entrega plena, absoluta, desbordante de fe y abandono. Es la premisa del sí.

vv. 35-37: Dios, humildísimo responde; la omnipotencia se inclina sobre la fragilidad de esta mujer, que somos cada uno de nosotros. El diálogo continúa, la alianza crece y se refuerza. Dios revela el cómo, habla del Espíritu Santo, de su sombra fecundante, que no viola, no rompe, sino conserva intacta. Habla de la experiencia humana de Isabel, revela otro imposible convertido en posible; casi una garantía, una seguridad. Y después, la última palabra, ante la cual es necesario escoger: decir sí o decir no; creer o dudar, entregarse o endurecerse, abrir la puerta o cerrarla. “Nada es imposible para Dios”

v.38: Este último versículo parece encerrar el infinito. María dice su “He aquí” se abre, se ofrece a Dios y se realiza el encuentro, la unión por siempre. Dios entra en el hombre y el hombre se convierte en lugar de Dios: son las Bodas más sublimes que se puedan jamás realizar en esta tierra. Y sin embargo el evangelio se cierra con una palabra casi triste, dura: María queda sola, el ángel se va. Queda, sin embargo, el sí pronunciado por María a Dios y su Presencia; queda la verdadera Vida.

c) El texto:

Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y, entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue.

3. UN MOMENTO DE SILENCIO ORANTE

He leído y escuchado las palabras del evangelio. Estoy en silencio…Dios está aquí, a la puerta, y pide asilo, precisamente a mí, a mi pobre vida….

4. ALGUNAS PREGUNTAS

a) El anuncio de Dios, su ángel, entra en mi vida, ante mí y me habla. ¿Estoy preparado para recibirlo, para dejarle espacio, para escucharlo con atención?

b) Enseguida recibo un anuncio desconcertante; Dios me habla de gozo, de gracia, de presencia. Precisamente las cosas que yo estoy buscando desde hace tanto tiempo, de siempre. ¿Quién me podrá hacer verdaderamente feliz?¿Quiero fiarme de su felicidad, de su presencia?

c) Ha bastado un poco, apenas un movimiento del corazón, del ser; Él ya se ha dado cuenta. Ya me está llenando de luz y amor. Me dice: “Has encontrado gracia a mis ojos”. ¿Agrado yo a Dios? ¿Él me encuentra amable? Sí, así es. ¿Por qué no lo hemos querido creer antes?¿Por qué no lo he escuchado?

d) El Señor Jesús quiere venir a este mundo también a través de mí; quiere acercarse a mis hermanos a través de los senderos de mi vida, de mi ser. ¿Podré estropearle la entrada?¿Podré rechazarlo, tenerlo lejano?¿Podré borrarlo de mi historia de mi vida?

5. UNA CLAVE DE LECTURA

Algunas palabras importantes y fuertes que resuenan en este pasaje del evangelio

¡Alégrate!

Verdaderamente es extraño este saludo de Dios a su criatura; parece inexplicable y quizás sin sentido. Y sin embargo, ya desde siglos resonaba en las páginas de las divinas Escrituras y, por consiguiente, en los labios del pueblo hebreo. ¡Gózate, alégrate, exulta! Muchas veces los profetas habían repetido este soplo del respiro de Dios, habían gritado este silencioso latido de su corazón por su pueblo, su resto. Lo leo en Joel: “No temas, tierra, sino goza y alégrate, porque el Señor ha hecho cosas grandes….”(2,21-23); en Sofonías: “Gózate, hija de Sion, exulta, Israel, y alégrate con todo el corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha revocado tu condena” (3,4); en Zacarías: “Gózate, exulta hija de Sion porque, he aquí, que yo vengo a morar en medio de ti, oráculo del Señor” (2,14). Lo leo y lo vuelvo a escuchar, hoy, pronunciado también sobre mi corazón, sobre mi vida; también a mí se me anuncia un gozo, una felicidad nueva, nunca antes vivida. Descubro las grandes cosas que el Señor ha hecho por mí; experimento la liberación que viene de su perdón, yo no estoy ya condenado, sino agraciado, para siempre; vivo la experiencia de la presencia del Señor junto a mí, en mí. Sí, Él ha venido a habitar entre nosotros; Él está de nuevo plantando su tienda en la tierra de mi corazón, de mi existencia. Señor, como dice el salmo, Tú te gozas con tus criaturas (Sal 104, 31) y también yo me gozo en ti; mi gozo está en ti (Sal 104, 34).

El Señor está contigo

Estas palabras tan simples, tan luminosas, dicha por el ángel a María, encierra una fuerza omnipotente; me doy cuenta que bastaría, por sí sola, a salvarme la vida, a levantarme de cualquier caída o fallo, de cualquier error. El hecho de que Él, mi Señor, está conmigo, me sostiene en vida, me vuelve animoso, me da confianza para continuar existiendo. Si yo existo, es porque Él está conmigo. Quizás pueda valer para mí la experiencia que la Escritura cuenta de Isaac, al cual le sucedió la cosa más bella que se puede desear a un hombre que cree en Dios y lo ama; un día se le acerca a él Abimelech con sus hombres, diciéndole; “Hemos visto que el Señor está contigo” (Gén 26, 28) y pidiendo que se hicieran amigos, que se hiciera un pacto. Quisiera que también de mí se dijera la misma cosa; quisiera poder manifestar que el Señor verdaderamente está en mí, dentro de mi vida, en mis deseos, mis afectos, mis gustos y acciones; quisiera que otros pudieran encontrarlo por mi mediación. Quizás, por esto, es necesario que yo absorba su presencia, que lo coma y lo beba.

Me voy a la escuela de la Escritura, leo y vuelvo a leer algunos pasajes en la que la voz del Señor me repite esta verdad y, mientras Él me habla, me voy cambiando, me siento más habitado. ”Permanece en este país y yo estaré contigo y te bendeciré” (Gén 26,3). “Después el Señor comunicó sus órdenes a Josué , hijo de Nun, y le dijo: “Sé fuerte y ten ánimo, porque tu introducirás a los Israelitas en el país que he jurado darles, y yo estaré contigo” (Dt 31,23). ”Lucharán contra ti pero no prevalecerán, porque yo estaré contigo para salvarte y liberarte” (Jer 15,20). “El ángel del Señor aparece a Gedeón y le dice: “¡El Señor es contigo, hombre fuerte y valeroso!” (Jue 6,12). “En aquella noche se le apareció el Señor y le dijo: Yo soy el Dios de Abrahán tu padre, no temas porque yo estoy contigo. Te bendeciré y multiplicaré tu descendencia por amor a Abrahán, mi siervo” (Gén 26,24). “He aquí que yo estoy contigo y te protegeré a donde quieras que vayas; luego te haré regresar a este país, porque no te abandonaré sin hacer todo lo que te he dicho” (Gén 28,15) “No temas porque yo estoy contigo; no te descarríes, porque yo soy tu Dios. Te hago fuerte y acudo en tu ayuda y te sostengo con la diestra victoriosa” (Is 41,10)

No temas

La Biblia se encuentra rebosante de este anuncio lleno de ternura; casi como un río de misericordia esta palabra recorre todos los libros sagrados, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Es el Padre que repite a sus hijos que no tengan miedo, porque Él está con ellos, no los abandona, no los olvida, no los deja en poder del enemigo. Es como si fuese una declaración de amor, de corazón a corazón, y llega hasta nosotros. Abrahán ha oído esta palabra y después de él su hijo Isaac, después los patriarcas, Moisés, Josué, David, Salomón y con ellos, Jeremías y todos los profetas. Ninguno está excluido de este abrazo de salvación que el Padre ofrece a sus hijos, también a los más alejados, los más rebeldes. María sabe escuchar profundamente esta palabra y se la cree con fe plena, con absoluto abandono; Ella escucha y cree, acoge y vive también para nosotros. Ella es la mujer fuerte y animosa que se abre a la llegada del Señor, dejando caer todos los miedos, las incredulidades, las negativas. Ella repite este anuncio de Dios dentro de nuestra vida y nos invita a creer con Ella.

Has encontrado gracia

“Señor, si he encontrado gracia a tus ojos…”. Esta es la plegaria que sale más veces del corazón de hombres y mujeres que buscan refugio en el Señor; de ellos habla la Escritura, los encontramos en las encrucijadas de nuestras calles, cuando no sabemos bien a donde ir, cuando nos sentimos golpeados por la soledad o la tentación, cuando vivimos los abandonos, las traiciones, las desconfianzas que pesan sobre nuestra existencia. Cuando no tenemos a nadie y no logramos ni siquiera encontrarnos a nosotros mismo, entonces también nosotros, como ellos, nos ponemos a rezar repitiendo aquellas palabras: “Señor, si he encontrado gracias a tus ojos…”. ¡Cuantas veces quizás las hemos repetido, también solo, en silencio! Pero hoy aquí, en este pasaje evangélico tan sencillo, se nos adelantaron, hemos estado escuchando con anterioridad; ya no necesitamos suplicar, porque ya hemos encontrado todo aquello que estábamos siempre buscando y mucho más. Hemos recibido gratuitamente, hemos sido colmados y ahora rebosamos.

Para Dios nada hay imposible

Hemos llegado casi al final de este recorrido fortísimo de gracia y de liberación; acaba de alcanzarme ahora una palabra que me sacude en lo más profundo. Mi fe está puesta al retortero; el Señor me prueba, me sondea, pone a prueba mi corazón. Lo que el ángel afirma aquí, delante de María, había sido ya proclamado muchas veces en el Antiguo Testamento; ahora alcanza la plenitud, ahora todos los imposibles se realizan; Dios se hace hombre; el Señor se convierte en amigo; el lejano está muy cerca. Y yo, también yo, pequeño y pobre, me hago partícipe de esta inmensidad de gracia; se me dice que también en mi vida lo imposible se convierte en posible. Sólo debo creer, sólo dar mi consentimiento. Pero esto significa dejarse sacudir por la potencia de Dios; entregarme a Él: que me cambia, me libera, me renueva. Nada de esto es imposible. Sí, yo puedo renacer hoy, en este momento, por gracia de su palabra que me ha hablado, que me ha alcanzado hasta el punto más profundo del corazón. Busco y transcribo los pasos de la Escrituras que me repiten esta verdad. Y mientras escribo, mientras las leo y las pronuncio despacio, masticando cada palabra, lo que ellas dicen se realizan en mí… Génesis 18,14; Job 42,2; Jeremías 32, 17; Jeremías 32, 27; Zacarías 8,6; Mateo 19,26; Lucas 18,27.

Heme aquí

Y ahora no puedo huir, ni evitar la conclusión. Sabía desde el principio que precisamente aquí, dentro de esta palabra, tan pequeña sin embargo, tan llena, tan definitiva, Dios me estaba aguardando. La cita del amor, de la alianza entre Él y yo se había señalado precisamente en esta palabra, apenas un suspiro de su voz. Permanezco aturdido por la riqueza de presencia que siento en este ¡“Heme aquí”!; no debo esforzarme mucho para recordar las innumerables veces que Dios mismo la ha pronunciado primero, la ha repetido. Él es el “Heme aquí” hecho persona, hecho fidelidad absoluta, insustituible. Debería ponerme solamente bajo su onda, sólo encontrar su impronta en los polvos de mi pobreza, de mi desierto; debería sólo acoger su amor infinito que no ha cesado jamás de buscarme, de estar junto a mi, de caminar conmigo, donde quiera que yo he ido. El “Heme aquí” está ya dicho y vivido, es ya verdad. ¡Cuántos, antes que yo y cuántos también hoy, junto a mi! No, no estoy solo. Hago una vez más silencio, me coloco una vez más a la escucha, antes de responder… “¡Heme aquí, heme aquí!” (Is 65,1) repite Dios; “Heme aquí, soy la sierva del Señor”, responde María; “Heme aquí, que yo vengo para hacer tu voluntad” (Sal 39,8) dice Cristo.

6. UN MOMENTO DE ORACIÓN: SALMO 138

Estribillo: Padre, en tus manos encomiendo mi vida

Tú me escrutas, Yahvé, y me conoces;
sabes cuándo me siento y me levanto,
mi pensamiento percibes desde lejos;
de camino o acostado, tú lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas.
Aún no llega la palabra a mi lengua,
y tú, Yahvé, la conoces por entero;
me rodeas por detrás y por delante,
tienes puesta tu mano sobre mí.
Maravilla de ciencia que me supera,
tan alta que no puedo alcanzarla.
¿Adónde iré lejos de tu espíritu,
adónde podré huir de tu presencia?
Si subo hasta el cielo, allí estás tú,
si me acuesto en el Seol, allí estás.

Porque tú has formado mis riñones,
me has tejido en el vientre de mi madre;
te doy gracias por tantas maravillas:
prodigio soy, prodigios tus obras.
¡Qué arduos me resultan tus pensamientos,
oh Dios, qué incontable es su suma!
Si los cuento, son más que la arena;
al terminar, todavía estoy contigo.
Sondéame, oh Dios, conoce mi corazón,
examíname, conoce mis desvelos.
Que mi camino no acabe mal,
guíame por el camino eterno.

7. ORACIÓN FINAL

Padre mío, tu has bajado hasta mí, me has tocado el corazón, me has hablado, prometiéndome gozo, presencia, salvación. En la gracia del Espíritu Santo, que me ha cubierto con su sombra, también yo junto a María, he podido decirte mi sí, el “Heme aquí” de mi vida por ti. Ahora no me queda nada más que la fuerza de tu promesa, tu verdad: “Concebirás y darás a la luz Jesús”. Señor, aquí tienes el seno abierto de mi vida, de mi ser, de todo lo que soy. Pongo todo en tu corazón. Tú, entra, ven, desciende te ruego a fecundarme, hazme generadora de Cristo en este mundo. El amor que yo recibo de ti, en medida desbordante, encuentre su plenitud y su verdad cuando alcance a los hermanos y hermanas que tú pones en mi camino. Nuestro encuentro, oh Padre, sea abierto, sea don para todos; sea Jesús, el Salvador. Amén.

Donde Dios es varón…

María López Vigil

Recuerdo perfectamente dónde estaba hace unos diez años cuando abrí un boletín de noticias del Concilio Mundial de Iglesias que recibía periódicamente y leí aquel titular «Donde Dios es varón los varones se creen dioses».

No sólo cae uno de un caballo y de camino a Damasco… En aquel momento no me caí de la silla y seguí en el lugar de siempre, pero ese titular fue como una revelación. Me hizo caer en la cuenta de algo esencial. Agarrada de esa idea inicié un camino que desde entonces no he dejado de recorrer.

Bajo ese título venían las palabras de la ministra protestante Judith Van Osdol en un encuentro regional de mujeres celebrado en Buenos Aires.

«Las iglesias que imaginan o representan a Dios como un varón tienen que hacerse cargo de esta imagen creada como herejía. Porque donde Dios es varón, el varón es Dios…».

Cuando leí esas dos frases sentí que estaba tocando las raíces más antiguas de la discriminación, del menosprecio, del desprecio, de la violencia contra las mujeres…

He seguido reflexionando desde entonces, escudriñando cómo se tejió esa antiquísima raíz.

Si toda religión consiste en hacer visible en palabras, en narraciones, en imágenes al Dios a quien nadie vio jamás, es evidente que la religión cristiana, de matriz judía, ha empleado oraciones, alabanzas, pinturas, cantos, esculturas y símbolos, todos masculinos, para hacer «visible» a Dios. Apenas unas cuantas referencias bíblicas tienen un matiz femenino. También se ha incorporado hoy al lenguaje litúrgico llamarle «Dios Padre y Madre»… ¿Bastará eso?

Partiendo de nuestra herencia cultural podemos afirmar que, aunque Dios no tiene sexo, desde hace miles de años sí tiene género: el género masculino.

Sabemos que el sexo es una característica biológica y el género una construcción cultural. Por eso, aunque en Dios está presente tanto lo femenino como lo masculino como expresiones de la Vida, en la cultura judeocristiana, en la cultura bíblica, en la tradición cristiana, católica, ortodoxa o protestante, en los textos de cuatro mil años de escritura, en la literatura del judaísmo, en la de dos mil años de cristianismo, también en el islam, Dios tiene género y su género es masculino. Eso significa que Dios es imaginado, pensado, concebido, rezado, cantado, alabado o rechazado… como un varón. ¿Cómo no pensar entonces que esa milenaria identificación genérica, cultural, de Dios con lo masculino no tenga consecuencias en la sociedad humana?

Por ser el género una construcción cultural, también se puede cambiar. Porque todo lo que se construye se puede de-construir para reconstruirlo de nuevo. Creo que de eso se trata: de reconstruir el rostro de Dios también en femenino, una tarea que no es sencilla, pero, ¿cómo no pensar que eso tendría consecuencias importantes en la ética, en la espiritualidad…?

Por la antropología cultural, sabemos que al principio Dios «nació» en la mente humana en femenino, que la idea de Dios nació vinculada a lo femenino. Durante milenios, la Humanidad, asombrada ante la capacidad de la mujer de generar en su cuerpo el milagro de la vida, veneró a la Diosa Madre, viendo en el cuerpo de la mujer la imagen divina. Durante milenios, todos los pueblos de la Tierra pensaron a Dios como una madre.

Muchos milenios después, la revolución agrícola trajo acumulación de granos, de tierras y de animales… y trajo también la necesidad de defender con armas, graneros, tierras y ganado. En esta etapa, y poco a poco, la Diosa Madre fue quedando relegada y dioses masculinos y guerreros, que decretaban guerras y exigían sacrificios sangrientos, se fueron imponiendo en todos los pueblos de la Tierra. Los dioses masculinos dominaron las culturas del Mundo Antiguo y desde entonces se impusieron en todas las religiones que hoy conocemos. También en Israel suplantaron a la Diosa Madre y Yahveh se impuso en la imaginación del pueblo hebreo. Es el origen de lo que hoy llamamos «cultura religiosa patriarcal».

En la iconografía cristiana, en las imágenes que hemos visto desde niños, Dios es un anciano con barbas. Es también un Rey con corona y cetro sentado en un trono. Es un Juez inapelable, de decisiones inescrutables. Es también el Dios de los Ejércitos. Siempre es una autoridad masculina. Los dogmas cristológicos nos dicen que ese Padre Dios tiene un Hijo, también Dios, que «se hizo» hombre, lo que sugeriría que su esencia anterior a ese «hacerse» era también masculina. La tercera persona en esa «familia divina», es el Espíritu Santo. A pesar de que en hebreo, la palabra espíritu es una palabra femenina, es la ruaj, la fuerza vital y creadora de Dios, la que lo pone todo en movimiento y anima todas las cosas, nos enseñan que el Espíritu dejó embarazada a María, lo que nos lleva a pensar que el Espíritu es un principio vital masculino.

Incluso en expresiones religiosas muy posteriores, populares y liberadoras, como las que se expresan en la Misa Campesina Nicaragüense, Dios es un hombre. Le cantamos como «artesano, carpintero, albañil y armador». Ningún oficio femenino tiene ese Dios. Y lo «vemos» en las gasolineras chequeando las llantas de un camión, petroleando carreteras, lustrando zapatos en el parque, siempre en trabajo de hombres. No lo vemos lavando o cocinando o cosiendo, mucho menos dando de mamar. Es un Dios pobre y popular, pero… es varón. El Dios de la Teología de la Liberación siguió siendo un Varón.

Jesús de Nazaret fue educado en la religión de sus padres. En el judaísmo Dios era imaginado y pensado siempre en masculino. Jesús nos lo presentó como un Padre bondadoso y lo llamó Abbá, no lo llamó Immá. Sin embargo, hay en las actitudes de Jesús un acercamiento a las mujeres similar al que tuvo con los hombres, lo que contrariaba su religión. Y hay en la propuesta ética de Jesús valores atribuidos por la cultura a «lo femenino»: el cuidado, la pasión y la compasión, la no violencia, la cercanía, la empatía, la intuición, la espontaneidad…

Y hay también una pista interesante en algunas de sus parábolas. ¿Tal vez una intuición del hombre de Nazaret? Jesús hizo protagonistas de sus comparaciones con Dios y con el actuar de Dios a las mujeres. En la parábola de la levadura habló de lo que sucede con el Reino de Dios: tan sólo una pizca de levadura fermenta toda la masa y eran mujeres quienes hacían el pan, quienes ponían en marcha ese proceso. Habló también del cuidado que tiene Dios con todos sus hijos, comparando a Dios con un pastor que busca a costa de riesgos a una de sus cien ovejas cuando se le perdió. Inmediatamente, el Maestro «feminizó» su comparación y dijo que Dios se parece también a una mujer que busca ansiosamente una de las diez monedas de su dote cuando se le perdió…

Esas comparaciones tuvieron que resultar sorprendentes para su audiencia, educada en una cul- tura religiosa en la que Dios tenía género masculino y donde las mujeres eran discriminadas totalmente en las prácticas, ritos y símbolos de la religión. Al comparar los sentimientos de alegría de Dios con los del pastor que encuentra a su oveja y con los de la mujer que encuentra su monedita, Jesús amplió la imagen de Dios, habló de un Dios al que nunca nadie vio, pero al que tanto hombres como mujeres revelan y manifiestan cuando cuidan la vida.

La imagen masculina de Dios, tan arraigada en nuestra mente, tiene consecuencias. ¿No es la más obvia deducir que si Dios es visto como varón los varones se verán a sí mismos como dioses? ¿Y si además Dios es visto como un varón que ordena, impone y juzga, los varones, que se ven como dioses, no ordenarán, se impondrán y juzgarán? ¿No será ésta la raíz más vieja y más oculta que justifica y legitima la inequidad entre hombres y mujeres? ¿No estará también aquí una explicación, muy soterrada, de la discriminación y la violencia de los hombres contra las mujeres? ¿No será que, como esa raíz permanece tan escondida, lleva tanto tiempo intocada, estamos anestesiados todos, hombres y mujeres, ante sus consecuencias?

Toda nuestra cultura cristiana está articulada a partir de la imagen de un Dios masculino que norma su creación desde arriba y desde afuera. La Diosa Madre unificaba a todos los seres vivientes, humanos, animales y plantas, desde dentro de todo lo creado. El resultado del desequilibrio histórico que la sustituyó a Ella para imponerlo a Él, que conflictuó lo masculino y lo femenino trasladando ese conflicto a la imagen de Dios tiene consecuencias en la forma en que hemos construido el mundo y en cómo vivimos en el mundo. ¿No será una urgente tarea q indagarlas?

Pascua

Mirar. Clavar los ojos
en el Dios que se muere revelando,
en el dolor extremo,
que es extremo su amor crucificado.
Mirar,
como empaparse de Dios y dejar luego
que se abra una herida en mi costado
y mi yo se derrame gota a gota,
-agua y sangre-, callando,
al que quiera beberlo
sin llamar,  sin pagarlo.

Que soy agua de Dios,
continuamente manando;
pero puedo ser sangre, amor ardiente,
regalo.
La muerte se hace vida
y el dolor santuario
y campana de gloria
repicando.
¿Dónde estáis los que lloran?
Venid volando.
La campana es por vosotros.
A todos os atraigo.

Mirad al Traspasado!
Y sentir que me dicen: ¡Haced esto!
Y yo lo hago.

Ignacio Iglesias, sj

Ecclesia in Medio Oriente – Benedicto XVI

El diálogo interreligioso

19. La naturaleza y la vocación universal de la Iglesia exige que esté en diálogo con los miembros de otras religiones. En Oriente Medio, este diálogo se funda en los lazos espirituales e históricos que unen los cristianos a judíos y musulmanes. Este diálogo, que no obedece principalmente a consideraciones pragmáticas de orden político o social, se basa ante todo en los fundamentos teológicos que interpelan la fe. Provienen de las santas Escrituras y están claramente definidos en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, y en la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, Nostra Aetate [17]. Judíos, cristianos y musulmanes, creen en un Dios único, creador de todos los hombres. Que judíos, cristianos y musulmanes redescubran uno de los deseos divinos, el de la unidad y la armonía de la familia humana. Que judíos, cristianos y musulmanes descubran en el otro creyente a un hermano que se ha de respetar y amar, en primer lugar para dar en sus tierras el hermoso testimonio de la serenidad y la convivencia entre los hijos de Abraham. El reconocimiento de un Dios Uno, en vez de ser instrumentalizado en los reiterados e injustificables conflictos, para un verdadero creyente –si lo vive con un corazón puro– puede contribuir poderosamente a la paz en la región y a la cohabitación respetuosa de sus habitantes.


[17] Cf. Propositio 40.

Música – Domingo III de Pascua

Entrada: AL REUNIRNOS – T y M D Cols
Pueblo que avanzas buscando – J. Pedro Martins

Aspersión: NUEVA VIDA – Cesáreo Gabaráin
Agua Viva – Alberto Taulé

Gloria: GLORIA A DIOS EN EL CIELO (26) – Néstor Jaen

Del salmo 4: EN TI, SEÑOR, CONFÍO – E. Estrella

Aclamación: ALELUYA, ALELUYA (25) – José Sánchez López (P. Josico)

Ofrendas: TE OFRECEMOS EL VINO Y EL PAN – Autor desconocido

Himno: SANTO, SANTO, SANTO (23) – Néstor Jaen

Paz:  CORDERO DE DIOS (29) – Néstor Jaen

Comunión: TE CONOCIMOS AL PARTIR EL PAN – Pedro Joaquín Madurga
Comulgar es compartir – Alfonso Franco A.

Meditación: TU CAMINO Y TU VERDAD – Kairoi
En la cruz nos das la vida – José Miguel Cubeles/Kairoi

Salida: ALÉGRATE, MARÍA – José Sánchez López (P. Josico)
La Pascua con María – Bernardo Velado/Antonio Alcalde

Letras y partituras de los cantos

Recursos – Domingo III de Pascua

ACTUACIÓN INFANTIL

(Con toda celeridad se monta lo que previamente se haya preparado con los niños: una canción, una danza o una breve y simpática actuación infantil. Terminada, uno de los niños hace la presentación de la ofrenda)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, nosotros te dejamos ahí nuestra alegría, que hemos querido compartir también con la comunidad. Creemos que has sido Tú quien has encendido esa alegría en nuestro interior y que nos la conservas e incrementas, con el fin de que nosotros y nosotras la contagiemos a los demás. Sabemos de las dificultades que tienen los adultos, que les producen inquietud y tristeza. Por eso, queremos ser su alivio y arrancarles, aunque sólo sea de vez en cuando, una sonrisa.

PRESENTACIÓN DE UNA BIBLIA

(Conviene que haga la ofrenda una de las personas más sencillas de la comunidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Yo te traigo, Señor, una Biblia, tu Palabra escrita para nosotros y nosotras. Pero sólo si Tú nos la explicas se abrirá nuestro corazón y la entenderemos, como les ocurrió a los discípulos de Emaús. Queremos, Señor, profundizar en tu Palabra, dejarnos iluminar por ella y poder así hacerla realidad en nuestra vida, para ofrecerla como LUZ a nuestra cultura y a nuestro mundo. Pero necesitamos de tu ayuda; acompáñanos.

PRESENTACIÓN DE UNA HOGAZA DE PAN Y UNA JARRA DE VINO

(Para la realización de esta ofrenda se debe preparar una especie de procesión, que abre, de uno en uno, los que llevan las ofrendas y la cierra una última persona, que será quien realice la oración. Pueden hacerlo cualquier tipo de personas, aunque pudieran ser de edades diferentes, con el fin de expresar que la comida y la celebración es de toda la comunidad plural. Entregadas al Presidente las ofrendas, la persona señalada dice:)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor Jesús: Tú te hiciste el encontradizo con los discípulos de Emaús; tú caminaste con ellos y les explicaste la Palabra, para que entendieran las antiguas promesas. Pero sólo te reconocieron al partir el pan. Nosotros y nosotras, al presentarte la ofrenda del pan y del vino, te expresamos nuestro deseo de descubrirte plenamente y luego poder ir a anunciar tu Buena Nueva a todos los hermanos y hermanas. Ayúdanos.

PRESENTACIÓN DE UNAS REDES

(Hace la ofrenda una misma persona, cualquiera de los catequistas o sencillamente uno de los adultos:)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Mira, Señor, yo te traigo estas redes, símbolo de las que dejaron los apóstoles antes de que Tú les hicieras pescadores de hombres. Con ellas te ofrecemos nuestro compromiso evangelizador, pues sabemos que el don de la fe que Tú nos has regalado, no es en orden a nuestro lujo personal o para encerrarnos en nuestra comunidad, como si fuéramos un grupo aislado o una secta, sino que lo has hecho en orden a la misión y a que compartamos nuestra fe, nuestra alegría y felicidad pascuales, con todos los hombres y mujeres, que buscan, tantas veces sin encontrar nada.

PRESENTACIÓN DE UN PERIÓDICO

(Esta ofrenda la debiera presentar o un profesional o un miembro de la comunidad que se caracterice por su dimensión pública o bien una persona que siga bien la actualidad)

ORACIÓN – EXPLICACIÓN: Señor, yo te traigo hoy un periódico. Es el reflejo de la actualidad. Lo que pasa cerca de nosotros y de nosotras y también lejos, aunque a otros hombres y mujeres como nosotros. Es tanta la información, que dicen los expertos, que ya no nos preocupa. Al ofrecerte hoy este diario, quiero comprometerme, en nombre de todos y de todas, a leer la actualidad con ojos que miren al corazón de las noticias y de los hombres y mujeres que las viven o las sufren. Y Tú, no nos dejes insensibles. Abre nuestros corazones a la solidaridad.

Oración de los fieles – Domingo III de Pascua

Elevamos a Dios nuestra plegaria y lo hacemos con la mayor confianza, sabiendo que siempre somos escuchados.

R.- QUE TU PAZ INUNDE NUESTRO CORAZÓN, SEÑOR.

1.- Para que la fe libre de servidumbres a toda autoridad humana y nos lleve a vivir en el servicio y la entrega. OREMOS

2.- Por todos los hombres y mujeres que viven inmersos en el miedo, la apatía, la duda, para que la resurrección del Señor les traiga la confianza y les devuelva la paz. OREMOS

3.- Por los que sufren. Por tantos como viven llenos de heridas en el cuerpo y en el alma. Para que las llagas de Cristo transformen su dolor en gozo. OREMOS.

4.- Por todos los que tratan de crecer acudiendo a grupos, charlas, cursillos… para que la gracia de la resurrección les ayude a fructificar en obras de amor y en ser evangelio para los demás. OREMOS.

5.- Por las familias, para que viviendo en profundidad su compromiso sean testimonio para sus hijos y para el mundo de que se puede amar desde la gratuidad y la entrega. OREMOS

6.- Por los jóvenes, para que vivan en grupos la alegría de la resurrección y estén abiertos a una vocación de servicio dentro de la Iglesia. OREMOS

7.- Por todos los que estamos celebrando esta eucaristía, para que el Señor resucitado renueve nuestra fe y nos haga testigos de la resurrección en nuestro mundo. OREMOS

Te damos gracias Señor por la grandeza de tu amor. Haznos hombres nuevos por medio de tu Hijo Jesucristo que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Comentario al evangelio – 10 de abril

Nacidos del agua y del Espíritu

Tras la Octava de Pascua, que es como un gran día pascual, en el que contemplamos los encuentros del Resucitado con los discípulos (y así comprendemos lo que significa para nosotros mismos el encuentro con Cristo Resucitado), el tiempo pascual nos va enseñando los lugares en los que es posible encontrar al Señor. En esta segunda semana de Pascua la Palabra de Dios empieza iluminando para nosotros el significado del bautismo. Lo hace por medio de la conversación de Jesús con Nicodemo. El bautismo no es sólo ni simplemente un rito iniciático, un mero símbolo que sanciona una pertenencia religiosa. Es verdad que por el bautismo nos incorporamos a la comunidad eclesial, el lugar en el que es posible ver al Señor Resucitado, como nos ha recordado el Evangelio del segundo Domingo de Pascua. Pero en esta incorporación acontece una transformación radical, que la conversación de Jesús con Nicodemo nos ayuda a descubrir. El bautismo significa nacer de nuevo, es pasar a una nueva forma de existencia, que tiene lugar por la participación en la muerte y la resurrección de Jesucristo. Es decir, por el bautismo nos convertimos en nuevas criaturas, habitantes del “primer día de la semana”, día de la nueva creación, porque la resurrección está ya operando en nosotros. A veces nos parece que, para nosotros, la resurrección es cosa sólo futura, que acontecerá sólo después de la muerte: eso que llamamos “ir al cielo”. Pero, como dice Jesús, al cielo sube sólo el que ha bajado del cielo, es decir, el que ha venido de Dios. Y es Cristo, el que, al bajar, nos ha traído el cielo, la presencia de Dios. Jesús, con su encarnación y muerte, ha descendido, pero con su resurrección, ha ascendido y ha hecho presente ya el cielo en la tierra.

Al participar de ese misterio por medio del bautismo del agua y el Espíritu, en medio de las circunstancias de este mundo, de dificultades y sufrimientos, estamos ya gozando de la existencia “en el cielo”, que no es sino la existencia en Cristo, muerto y resucitado.

En qué consiste esa existencia nos lo aclara muy bien el texto de los Hechos de los Apóstoles: vivimos (tratamos de vivir) unánimes, con un solo corazón y una sola alma, como verdaderos hermanos, compartiendo nuestros bienes, ayudándonos unos a otros, pero no encerrados dentro de nosotros, sino abiertos a todos, dando testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor.

José M. Vegas cmf