I Vísperas – Domingo III de Pascua

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: REVESTIDOS DE BLANCAS VESTIDURAS

Revestidos de blancas vestiduras,
vayamos al banquete del Cordero
y, terminado el cruce del mar Rojo
alcemos nuestro canto al rey eterno.

La caridad de Dios es quien nos brinda
y quien nos da a beber su sangre propia,
y el Amor sacerdote es quien se ofrece
y quien los miembros de su cuerpo inmola.

Las puertas salpicadas con tal sangre
hacen temblar al ángel vengativo,
y el mar deja pasar a los hebreos
y sumerge después a los egipcios.

Ya el Señor Jesucristo es nuestra pascua,
ya el Señor Jesucristo es nuestra víctima:
el ázimo purísimo y sincero
destinado a las almas sin mancilla.

Oh verdadera víctima del cielo,
que tiene a los infiernos sometidos,
ya rotas las cadenas de la muerte,
y el premio de la vida recibido.

Vencedor del averno subyugado,
el Redentor despliega sus trofeos
y, sujetando al rey de las tinieblas,
abre de par en par el alto cielo.

Para que seas, oh Jesús, la eterna
dicha pascual de nuestras almas limpias,
líbranos de la muerte del pecado
a los que renacimos a la vida.

Gloria sea a Dios Padre y a su Hijo,
que de los muertos ha resucitado,
así como también al sacratísimo
Paracleto, por tiempo ilimitado. Amén.

SALMODIA

Ant 1. El Señor elevado sobre todos los cielos levanta del polvo al desvalido. Aleluya.

Salmo 112 – ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor elevado sobre todos los cielos levanta del polvo al desvalido. Aleluya.

Ant 2. Rompiste mis cadenas; te ofreceré un sacrificio de alabanza. Aleluya.

Salmo 115 – ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Vale mucho a los ojos del Señor
la vida de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Rompiste mis cadenas; te ofreceré un sacrificio de alabanza. Aleluya.

Ant 3. El Hijo de Dios aprendió, sufriendo, a obedecer; y se ha convertido para los que lo obedecen en autor de salvación eterna. Aleluya.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Hijo de Dios aprendió, sufriendo, a obedecer; y se ha convertido para los que lo obedecen en autor de salvación eterna. Aleluya.

LECTURA BREVE   1Pe 2, 9-10

Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Vosotros, que en otro tiempo no erais pueblo, sois ahora pueblo de Dios; vosotros, que estabais excluidos de la misericordia, sois ahora objeto de la misericordia de Dios.

RESPONSORIO BREVE

V. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.
R. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.

V. Al ver al Señor.
R. Aleluya. Aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. En Cristo, se ha cumplido todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Aleluya

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. En Cristo, se ha cumplido todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Aleluya

PRECES

Oremos a Cristo, vida y resurrección de todos los hombres, y digámosle con fe:

Hijo de Dios vivo, protege a tu pueblo.

Te rogamos, Señor, por tu Iglesia extendida por todo el mundo:
santifícala y haz que cumpla su misión de llevar tu reino a todos los hombres.

Te pedimos por los que sufren hambre y por los que están tristes, por los enfermos, los oprimidos y los desterrados:
dales, Señor, ayuda y consuelo.

Te pedimos por los que se han apartado de ti por el error o por el pecado:
que obtengan la gracia de tu perdón y el don de una vida nueva.

Salvador del mundo, tú que fuiste crucificado, resucitaste y has de venir a juzgar al mundo,
ten piedad de nosotros, pecadores.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te rogamos, Señor, por los que viven en el mundo
y por los que han salido ya de él, con la esperanza de la resurrección.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, que tu pueblo se regocije siempre al verse renovado y rejuvenecido por la resurrección de Jesucristo, y que la alegría de haber recobrado la dignidad de la adopción filial le dé la firme esperanza de resucitar gloriosamente como Jesucristo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 14 de abril

Lectio: Sábado, 14 Abril, 2018

Tiempo de Pascua

1) Oración inicial

Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Juan 6,16-21
Al atardecer, bajaron sus discípulos a la orilla del mar, y subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaún. Había ya oscurecido, y Jesús todavía no había venido a ellos; soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Soy yo. No temáis.» Quisieron recogerle en la barca, pero en seguida la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos habla del episodio de la barca en el mar agitado. Jesús se encuentra en la montaña, los discípulos en el mar y el pueblo en tierra. En la manera de describir los hechos, Juan trata de ayudar a las comunidades a descubrir el misterio que envuelve a la persona de Jesús. Lo hace evocando los textos del Antiguo Testamento que aluden al éxodo.
• En la época en que Juan escribe, el barquito de las comunidades se enfrentaba a un viento contrario tanto de parte de algunos judíos convertidos que querían reducir el misterio de Jesús a profecías y figuras del Antiguo Testamento, como de parte de algunos paganos convertidos que pensaban que fuera posible una alianza entre Jesús y el imperio.

• Juan 6,15: Jesús en la Montaña. Ante la multiplicación de los panes, la gente concluyó que Jesús debía de ser el mesías esperado. Pues, de acuerdo, con la esperanza de la época, el Mesías repetiría el gesto de Moisés de alimentar al pueblo en el desierto. Por esto, de acuerdo con la ideología oficial, el pueblo pensaba que Jesús era el mesías y, por ello, quiso hacer de él un rey (cf. Jn 6,14-15). Este llamado del pueblo era una tentación tanto para Jesús como para los discípulos. En el evangelio de Marcos, Jesús obligó a sus discípulos a embarcar inmediatamente y a ir para el otro lado del lago (Mc 6,45). Quería evitar que ellos se contaminaran con la ideología dominante. Señal de que el “fermento de Herodes y de los fariseos”, era muy fuerte (cf. Mc 8,15). Jesús, él mismo, se enfrenta con la tentación y la supera por medio de la oración en la Montaña.

• Juan 6,16-18. La situación de los discípulos. Ya era tarde. Los discípulos bajaron al mar, subieron a la barca y se dirigieron a Cafarnaún, al otro lado del mar. Juan dice que ya había oscurecido y que Jesús todavía no había venido a ellos. Además de esto, soplaba un fuerte viento y la mar había empezado a encresparse. Por un lado evoca el éxodo: atravesar el mar en medio de las dificultades. Por otro evoca la situación de las comunidades en el imperio romano: al igual que los discípulos, vivían en medio de la noche, con el viento contrario y el mar agitado y ¡Jesús parecía ausente!

• Juan 6,19-20. El cambio de situación. Jesús llega andando sobre las aguas del mar de la vida. Los discípulos tuvieron miedo. Como en el relato de los discípulos de Meaux, ellos no le reconocen (Lc 24,28). Jesús se acerca y dice: “¡Soy yo! ¡No temáis!” Aquí, de nuevo, quien conoce la historia del Antiguo Testamento, recuerda algunos hechos muy importantes: (a) Recuerda como el pueblo, protegido por Dios, atravesó sin miedo el Mar Rojo. (b) Recuerda como Dios, al llamar a Moisés, declaró su nombre diciendo: “¡Yo soy!” (cf. Ex 3,15). (c) Recuerda también el libro de Isaías que presenta el retorno del exilio como un nuevo éxodo, donde Dios aparece repitiendo numerosas veces: “¡Yo soy!” (cf. Is 42,8; 43,5.11-13; 44,6.25; 45,5-7).

• Para el pueblo de la Biblia, el mar era el símbolo del abismo, del caos, del mal (Ap 13,1). En el Éxodo, el pueblo hace la travesía para la libertad enfrentando y venciendo el mar. Dios divide el mar a través de su soplo y el pueblo lo atraviesa a pie enjuto (Es 14,22). En otros pasajes la Biblia muestra a Dios que vence el mar (Gen 1,6-10; Sal 104,6-9; Pro 8,27). Vencer el mar significa imponerle sus límites e impedir que engulla la tierra con sus olas. En este pasaje Jesús revela su divinidad dominando y venciendo el mar, impidiendo que la barca de sus discípulos sea tragada por las olas. Esta manera de evocar el Antiguo Testamento, de usar la Biblia, ayudaba a las comunidades a percibir mejor la presencia de Dios en Jesús y en los hechos de la vida. ¡No temáis!


• Juan 6,22. Llegaron al puerto deseado. Ellos quieren recoger a Jesús en la barca, pero no es necesario, porque llega a la tierra hacia donde iban. Llegan al puerto deseado. El Salmo dice: “Cambió la tempestad en suave brisa, y las olas del mar se aquietaron. Se alegraron al verlas tranquilas, y el los llevó al puerto deseado”. (Sal 107,29-30)

4) Para la reflexión personal

• En la montaña: ¿Por qué Jesús busca la manera de quedarse solo para rezar después de la multiplicación de los panes? ¿Cuál es el resultado de su oración?
• ¿Es posible caminar hoy sobre las aguas del mar de la vida? ¿Cómo?

5) Oración final

¡Aclamad con júbilo, justos, a Yahvé,
que la alabanza es propia de hombres rectos!
¡Dad gracias a Yahvé con la cítara,
tocad con el arpa de diez cuerdas. (Sal 33,1-2)

Domingo III de Pascua

1. Palabra

Estamos acostumbrados a las grandes palabras religiosas, como presencia real del Resucitado, experiencia del encuentro con Jesús; pero, si alguna vez, efectivamente, Jesús se nos muestra en su soberanía y amor personal, nos quedamos atónitos, como los discípulos (Evangelio de hoy). Sentimiento característico, entremezcla de miedo y alegría.

Cuando vayas a la Eucaristía este domingo, toma conciencia de cómo en ella se realiza la aparición del Resucitado:

Jesús se presenta en medio de su comunidad.

Celebra con nosotros su Cena, recordando su entrega y muerte por nosotros.

Releemos a la luz de su Pascua la Sagrada Escritura, contemplando unitariamente la Historia de la Salvación.

Somos enviados al mundo para que todos conozcan el amor de Dios revelado en Jesucristo.
 

3. Reflexión

Siendo la Eucaristía el signo más claro, para la Iglesia, de la presencia del Resucitado, también ella implica un proceso de fe, en que lo oculto y oscuro va desvelándose. Así son todos los sacramentos.

En el corazón humano hay una tendencia fuerte a objetivar la presencia de Dios y disponer así de su poder. A ello se prestan especialmente los ritos del culto. Por ejemplo, cuando se usa la práctica de los primeros viernes de mes para asegurarse la salvación, o la fe se centra de tal modo en el sagrario de nuestras iglesias y capillas que pierde el sentido de la presencia de Jesús en la comunidad o en las personas necesitadas que pasan a nuestro lado.

Ciertamente, hace falta mucha fe para creer que ese pan y ese vino se convierten en cuerpo y sangre de Cristo. La misma fe que hace falta para percibir en la Iglesia la mediación salvadora que Dios ha dejado en la historia, o para percibir en ese vecino borracho o en ese drogadicto que intenta sacarte unas perras la presencia viva de Jesús. Amar a los pobres en general no es lo mismo que amar a ese pobre concreto que molesta.

La fe necesita hacer un camino y madurar. Para ello hay que aprender a conocer el estilo de Dios, cómo ha roto todos nuestros esquemas sobre Su sabiduría y Su poder. A la luz de la Biblia, especialmente de la vida y obras, muerte y resurrección de Jesús, vamos haciéndonos al ser y actuar de Dios. Cuando un día descubramos la sabiduría y el poder de su Amor, entonces aprenderemos a reconocerlo en la Eucaristía, en el forastero, en la Iglesia.

Nos seguirá extrañando que esté presente precisamente ahí; pero nos extrañará infinitamente más su incalculable Amor. Estaremos tan agradecidos, que será la Eucaristía, cabalmente, nuestro consuelo: ¡poder devolverle tanto amor con el amor de Jesús, ya que el nuestro es tan miserable!
 

2. Vida

El Resucitado habita en el corazón de la historia. Lo atrae todo hacia Sí. Con El ha comenzado ya el Futuro, aunque nos parezca que el mundo sigue sometido al pecado y la muerte. El está en cada acontecimiento, en el desarrollo de la humanidad, en los movimientos de liberación, en todos los crucificados, en la vida anónima de los que luchan y esperan, en cada rostro de hombre y mujer…

Ejercítate esta semana en la presencia de Jesús por la fe. No necesitas imaginarte cosas raras. Te basta percibir todo lo que haces y te rodea con una luz distinta, en referencia a Jesús, a su historia, a su mensaje. Verás cómo la vida sigue su curso, pero todo es distinto.

De cuando en cuando, ejercítate más concretamente en relacionarte personalmente con Jesús, cara a cara. No necesitas figurártelo físicamente. Te basta abrir el corazón y estar con El. Su presencia, más real que cualquier otra que puedas palpar. ¿No notas que es la fuente misma de tu vida? A veces nos cuesta creerlo. Ábrete, que es el don de Dios.

Javier Garrido

Resucitar en «fragmentos»

Litúrgicamente estamos celebrando la Pascua de RESURRECCIÓN. “¿Qué acaecerá en el otro extremo?”. No lo sé. Unas metáforas nos ayudarán a comprender quizá un poco la vida:

“¿Qué acaecerá en el otro extremo

cuando todo para mí

haya caído en lo eterno?.

No lo sé.

Creo con fe certera

que un amor me espera.

Sé que entonces tendré que hacer pobre y sin pesas,

el balance de mí.

Más no creáis que desespero.

Creo, y de qué manera,

que un amor me espera.

Cuando muera, no lloréis; es un amor quien me lleva.

Si tengo miedo

– ¿y por qué no? –

recordadme con piedad sincera

que un amor, un amor, me espera.

Totalmente me abrirá

a su gozo, a su luz.

Sí, Padre, vengo a Ti

en la brisa,

que viene y va ligera

hacia tu amor, tu amor que me espera. (A. A. carmelita)

El dirigente negro Martin Luther King nos da unas pistas en la línea de cómo comportarnos: “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”.

El veterano cacique comenta al nieto: “¡Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí!… ¡Es entre dos lobos!. “Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia… El otro es bondad, esperanza, humildad, generosidad…

Esta misma pelea está ocurriendo dentro de todos los seres de la tierra. ”¿Cuál de los dos crees que ganará?” Pregunta el nieto. El viejo Cacique responde: “El que tú alimentas cada día”.

En el evangelio de hoy les dice Jesús, a los apóstoles, después de resucitado: “El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”.

Al final del camino nos esperas Tú: “Quizá no lo pienso muy a menudo, pero sé que mi camino en éste mundo, y el camino de mis hermanos y hermanas, hombres y mujeres de todo lugar, terminará en tus brazos de Padre y Madre, en tu vida eterna, definitiva.

Todo será nuevo. Gracias porque Tú estás siempre a nuestro lado, y nos sostienes en todo momento, y nos enseñas a amar, y nos enseñas a trabajar por un mundo digno para todos. Y gracias porque al final de todo nos esperas en tu hogar abierto, en tu amor sin fin, en ese cielo luminoso en el que sé que yo tengo un lugar, en el que sé que todos tenemos un lugar.

Josetxu Canibe

Ecclesia in Medio Oriente – Benedicto XVI

23. La Iglesia católica, fiel a la enseñanza del Concilio Vaticano II, mira con estima a los musulmanes que ofrecen un culto a Dios, especialmente mediante la oración, la limosna y el ayuno; que veneran a Jesús como un profeta, aunque sin reconocer su divinidad, y que honran a María, su Madre virginal. Sabemos que el encuentro del islam y el cristianismo ha tomado a menudo la forma de controversia doctrinal. Lamentablemente, estas diferencias doctrinales han servido de pretexto a los unos y a los otros para justificar, en nombre de la religión, prácticas de intolerancia, discriminación, marginación e incluso de persecución[19].


[19] Cf. Propositio 5.

El testimonio de Jesús

1. La crisis religiosa lleva consigo el sentimiento de la ausencia de Dios. A veces estamos llenos de «dudas» o de «miedos». Las señales evangélicas de Jesús no parecen eficaces en este mundo. Incluso en los relatos evangélicos pascuales, Jesús no es inmediatamente «reconocido»: María lo confunde con el «hortelano»; los de Emaús, con un «caminante»; los apóstoles, con un «fantasma».
 

Los discípulos reconocen a Jesús cuando escuchan su palabra viva, palpan sus señales de caridad y comparten la comida fraterna. La iniciativa es del Señor, pero la respuesta es de los discípulos. Con un nuevo entendimiento se comprenden «las Escrituras», y viceversa: con la palabra de Dios se obtiene un verdadero reconocimiento.
 

Para que la fe sea reconocimiento, es preciso que se acepte la nueva presencia del Señor y la condición de una nueva existencia. Jesús como Señor está en la humanidad doliente que busca nueva vida, en la comunidad creyente que escruta las Escrituras y en el banquete de hermanos que comparten la mesa y el cuerpo de Cristo.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Reconocemos a Cristo en los hermanos?

Casiano Floristán

El autor de la vida

Las visitas del Resucitado a sus discípulos buscan confirmarlos en la fe y despertarlos a sus nuevas responsabilidades.

Compartir el pan

Jesús acaba de ser reconocido por dos discípulos al «partir el pan» con él (Lc 24, 35). Se presenta luego en medio de sus seguidores y les desea la paz (cf. v. 36). Sabemos de la riqueza de esa noción: implica plenitud de la vida. Jesús la anunció cuando caminaba con ellos por las calles de Galilea; ahora les confirma ese mensaje. Les muestra sus manos y sus pies: «Soy yo en persona» (v. 39); no es un espíritu, un fantasma. El Resucitado tiene carne y huesos (cf. v. 39), ¡y tiene hambre! Les pide algo para comer como siempre hizo con ellos. Lo come «delante de ellos» (v. 42). La comida es signo de vida y de comunión.

El texto reitera la unidad entre el Jesús histórico y el Cristo resucitado. El Señor les repite lo que les había dicho (cf. v. 44), ahora lo comprenden mejor, sus inteligencias se abren a las Escrituras. Ahora ven con claridad que su tarea es ser testigos del mensaje y de la resurrección del Señor «comenzando por Jerusalén» (v. 48), la ciudad en que fue ejecutado. Desde allí —para Lucas—se proclamará la victoria sobre la muerte.

Testigos de la verdad

Pedro, fortalecido por el Espíritu, da testimonio de «estas cosas» (Lc 24, 48). Los adversarios de Jesús tuvieron que optar entre «un asesino» y el «autor de la vida» (Hech 3, 14). En varias oportunidades la Biblia nos dice que es necesario elegir entre la muerte y la vida. Eso es lo que hicieron los jefes del pueblo judío. El anuncio de Jesús ponía en entredicho sus privilegios, su respuesta fue decidir contra aquel que trae la vida en plenitud. Gesto inútil, al que ellos mataron Dios lo resucitó. Pedro da testimonio de eso (cf. v. 15). Toda defensa de un privilegio lleva a un comportamiento de muerte.

Una forma sutil de optar por la muerte es la doblez, la deslealtad para con lo que decimos creer. Aquel que no pone en práctica lo que afirma es «un mentiroso y la verdad no está en él» (1 Jn 2, 4). Creer en el resucitado es afirmar la vida y comunicarla, si no compartimos la vida, la plenitud del amor de Dios no está en nosotros (cf. v. 5). Dar vida implica muchas cosas, sin descuidar algo aparentemente muy sencillo, que el propio resucitado reclamó: dar de comer. Ojalá tuviéramos siempre «pez asado» para compartir.

Gustavo Gutiérrez

Domingo III de Pascua

Hace quince días, celebramos la festividad de la Resurrección de Jesús. Nuestro sentimiento fundamental era el de la alegría manifestada con el doble ¡aleluya! ¡Aleluya!

El pasado domingo, 2º de Pascua, los Textos nos animaban a creer en ella con la misma fe profunda que Santo Tomás. Por eso decíamos como él: ¡Señor mío y Dios mío!

Hoy, tercer domingo de Pascua, la Liturgia nos ofrece los argumentos que aportan en favor de la divinidad de Jesús los que convivieron con Él.

Son razones de dos tipos: Las del cumplimiento en la vida de Jesús de las profecías hechas sobre Él, tal y como aparece en la primera lectura (Hch. 3, 13-15, 17-19) y las del hecho de su gloriosa resurrección, de la cual se presentan como testigos que dan fe de ello. (Lc. 24, 35-48)
Respecto del primer punto. Es importante esta prueba ya que los Apóstoles están “hablando” a personas que incluso han protagonizado aquellos acontecimientos vaticinados por los profetas. Vosotros, les dice San Pedro, al que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros Padres glorificó, vosotros le entregasteis y rechazasteis ante Pilato, el cual había decidió ponerlo en libertad; vosotros rechazasteis al santo y justo, y pedisteis la libertad de un asesino.

No nos refieren los Evangelistas historietas de tiempos ambiguos, sin precisa localización de lugares y protagonistas sino hechos concretos vividos con personajes reales de aquellos momentos.

Los apóstoles recuerdan al pueblo lo que les habían enseñado los profetas: que el Mesías tenía que padecer pero que resucitaría. Este pensamiento era tan generalizado entre el pueblo judío que Jesús se lo recordó a los discípulos que iban hacia Emaús, (Lc 24,26) y ya antes lo había hecho cuando camino de Jerusalén les advirtió que: “Debía ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas de parte de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y resucitar. (Mt. 16,21)

La idea de la inmolación del Mesías y su Resurrección estaba profundamente arraigada en el corazón del pueblo hebreo y es lo que los Apóstoles quieren subrayar para conseguir el reconocimiento de Jesús como tal.

El segundo argumento es igualmente sólido. Los Apóstoles afirman rotundamente que han visto, oído, comido y hablado con Jesús Resucitado, con aquel que los reunió en torno a Él para comenzar la obra de la Redención.

Afirman haber hablado con Él en lugares cerrados, (el Cenáculo), en parajes abiertos, (mar de Tiberíades), en carretera, (discípulos de Emaús), etc. etc. en todo tipo de escenarios nada aptos para subjetivas alucinaciones.

Lo afirman personas de diferente sexo: hombres, (los Apóstoles) y mujeres, (las buenas mujeres) en diferente situación anímica: de duda, de temor, de desconcierto.

A pesar de semejante pluralidad, todos, de repente, tras afirmar haberse encontrado con Jesús, se convierten en creyentes sin dudas, sin miedos, sin límites. No solo eso, se transforman en fervientes predicadores de todo cuanto dijo e hizo Jesús.

Indudablemente Jesús Resucitado estuvo con ellos.

De no ser así, paradójicamente, se hubiera producido, a cuenta de Jesús, uno de los más grandiosos milagros en la historia de la humanidad: que todos, de modo radical, de repente, en la misma dirección y jugándose la vida sin recompensa material alguna, hubieran coincidido. Mayor milagro que esa coincidencia y en esas circunstancias, poquitos.

Sí, Jesús resucitó. Otra cosa sería incompatible con todo lo que nos ofrecen los Apóstoles e incomprensible con los comportamientos de los primeros cristianos.

La segunda lectura, (1ª Jn. 2, 1-5a) nos ofrece algunas reflexiones hechas por el Apóstol en consonancia con la fe en la Resurrección de Jesús.

1.- Creer en la Resurrección es convertirnos al mensaje de Jesús, lo cual implica, dejar de obrar con criterios inhumanos que maltratan al prójimo.

2.- La razón de ser fieles a Jesús es pensar en el gran amor que Jesús nos tuvo: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis, es decir, para que no os separéis del amor de Cristo.

3.- Nunca debemos caer en la desesperación si por flaqueza alguna vez no hemos sabido estar a la altura de las circunstancias. “Si alguno peca, tenemos junto al Padre un defensor, Jesucristo, el justo”.

4.- Contamos con un criterio seguro para saber si vamos o no por el buen camino, si le somos fieles: Sabemos que le conocemos en que guardamos sus mandamientos. “El que afirma que le conoce, pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él”.

5.- Vivir en la confianza de que conseguiremos el definitivo encuentro con Dios: “porque el que guarda su palabra, es perfecto”.

Estas son algunas de las conclusiones prácticas que, de la mano del Apóstol, podemos tener en cuenta en nuestra religiosidad.

Los testimonios de los Apóstoles y de la primitiva comunidad cristiana llegados hasta nosotros son los que hoy, ahora, nos permiten reunimos con fe en este templo de San Vicente.

Se está cumpliendo el deseo de Jesús: “predicar en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones, (a nosotros) comenzando por Jerusalén”.

Gracias Apóstoles, gracias cristianos que nos habéis precedido a lo largo de la historia en la misma fe, gracias Jesús.

Pedro Sáez

Querer creer

Lucas pone en boca del resucitado estas palabras dirigidas a los discípulos: «¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen tantas dudas en vuestro corazón?»

Cuántos hombres y mujeres de nuestros días responderían inmediatamente enumerando un conjunto de razones y factores que provocan el nacimiento de innumerables dudas y vacilaciones en la conciencia del hombre moderno que desea creer.

Antes que nada, hemos de recordar que muchas de nuestras dudas, aunque tal vez las percibamos hoy con una sensibilidad especial, son dudas de siempre, vividas por hombres y mujeres de todos los tiempos.

No hemos de olvidar aquello que con tanto acierto dice Jaspers: «Todo lo que funda es oscuro». La última palabra sobre el mundo y el misterio de la vida se nos escapa. El sentido último de nuestro ser se nos oculta.

Pero, ¿qué hacer ante las dudas, los interrogantes o inquietudes que nacen en nuestro corazón? Sin duda, cada uno hemos de recorrer nuestro propio itinerario y hemos de buscar a tientas, con nuestras propias manos, el rostro de Dios. Pero es bueno recordar algunas cosas válidas para todos.

Antes que nada, no hemos de olvidar tampoco hoy que el valor de una vida depende del grado de sinceridad y fidelidad que vive cada uno de cara a Dios. Y no es necesario que hayamos resuelto todas y cada una de nuestras dudas para vivir en verdad ante El.

En segundo lugar, hemos de saber que para que muchas de nuestras dudas se diluyan, es necesario que nos alimentemos interiormente de «la savia espiritual cristiana». De lo contrario es fácil que no comprendamos nunca nada.

Además, hemos de recordar que el querer creer, a pesar de las dudas que nos puedan asediar sobre el contenido de dogmas o verdades cristianas, es ya una manera humilde pero auténtica de vivir en verdad ante Dios.

Quisiéramos vivir algo más grande y gozoso y nos encontramos con nuestra propia increencia. Quisiéramos agarrarnos a una fe firme, serena, radiante y vivimos una fe oscura, pequeña, vacilante.

Si en esos momentos, sabemos «esperar contra toda esperanza», creer contra toda increencia y poner nuestro ser en manos de ese Dios a quien seguimos buscando a pesar de todo, en nuestro corazón hay fe.Somos creyentes. Dios entiende nuestro pobre caminar por esta vida. El resucitado nos acompaña.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 14 de abril

Soy yo, no temáis

La joven comunidad de discípulos en torno al Resucitado crece y, en consecuencia, se diversifica, y con ello, inevitablemente, surgen los problemas. El que la comunidad viva unida (unánime) no significa que no haya tensiones o diferencias. Cuando la procedencia de los discípulos es variada, y variadas son las mentalidades, las tradiciones culturales, las necesidades económicas, etc., la unidad, además de un don (por la presencia de Cristo en medio de la comunidad), se convierte también en una tarea, que invita a resolver los conflictos con espíritu evangélico. Así es en este caso, una suerte de banco de pruebas para el crecimiento de esta comunidad recién nacida. Los Apóstoles escuchan la queja, reconocen el problema, entablan un diálogo y buscan un discernimiento en busca de soluciones adecuadas. Se da, con motivo de este conflicto, una primera apertura dentro de la misma comunidad. Los apóstoles están dispuestos a distribuir las tareas (la oración, el ministerio de la Palabra, la diaconía…), que hablan ya de un incipiente desarrollo de la comunidad y de la diversidad de los carismas. Pero, además de distribuir, también se muestran dispuestos a compartirlas. Se ve en que los siete elegidos son todos de origen griego, y no son sólo diáconos que sirven las mesas, sino que constituyen una especie de jerarquía para los creyentes de procedentes de la diáspora (que, probablemente, entre otras diferencias, leían la versión griega de la Biblia), y ejercen también el ministerio de la Palabra, como pronto se va a ver en el testimonio martirial de Esteban (Hch 7-8) o en la misión de Felipe (Hch 8, 4-40). El conflicto inicial se resuelve, pues, con espíritu evangélico, que supone el respeto al diferente, la capacidad de acoger otras tradiciones, sin que esto rompa la unidad y sin someter a todos a un mismo patrón cultural. Es un primer ensayo de inculturación que apunta a lo que será después el encuentro en campo abierto con la poderosa cultura helenista.

La fe verdadera nos guía en situaciones de incerteza. Así lo vemos en el Evangelio de hoy. Los discípulos parecen haber perdido al Maestro, que se marchó al monte solo, y parece que ellos mismos andan perdidos: de noche, en medio del lago, con el viento en contra. Sin embargo, también ahí está Jesús, misteriosamente presente, de manera para ellos incomprensible, rompiendo sus esquemas (¡camina sobre las aguas!), asustándolos. ¡Cuántas situaciones hay en la vida personal y en la vida de la Iglesia que no comprendemos, que nos desconciertan y asustan! Pero, si somos creyentes, debemos saber que también en ellas está presente Jesús, acercándose a nosotros, aunque nos cueste reconocerlo, llamándonos, exhortándonos a no temer, a confiar, esto es a creer de verdad y en concreto. Cuando, dejando a un lado el temor y confiando en su Palabra, en las situaciones más oscuras, difíciles, peligrosas, o, simplemente nuevas y desconocidas, lo acogemos así, suele suceder que tocamos tierra inesperadamente, encontramos soluciones allí donde creíamos estar en un callejón sin salida.

Vivimos hoy (como siempre) situaciones nuevas e inéditas para la fe, existen oscuridades, incertezas, vientos contrarios. A veces sentimos la tentación del miedo, el desaliento, el derrotismo. Pero Jesús sigue diciéndonos que no temamos, que afrontemos la novedad con la certeza de que Él está cerca y nos guía con seguridad a nuestra meta.

José M. Vegas cmf.