La traducción corriente dice “Buen Pastor”. Y, no obstante, el texto original griego ha de traducirse, literalmente, por: “Yo soy el pastor bello”, como lo recordaba el Cardenal Martíni de Milán en su Carta Pastoral sobre la belleza que salvará al mundo. De hecho no hay una diferencia grande entre ambas expresiones toda vez que es en verdad bello lo que es bueno y verdadero. Es a fin de cuentas la diferencia que se da entre una verdadera rosa y una flor de plástico, entre una persona auténtica y alguien que trata de engañar desempeñando un papel. ¿No decimos cuando nos encontramos con una persona admirable por su generosidad su amor, su fidelidad: “¡Qué persona tan bella!” y cuando se nos cuenta un relato especialmente conmovedor, ¿no decimos “¡qué historia tan bella!? Pues, bien, en este sentido podemos decir que Jesús es un “pastor bello”. Él utiliza esta imagen para describir la naturaleza de sus relaciones con nosotros.
Lo que en primer lugar subraya es la diferencia entre un verdadero pastor, al que pertenecen las ovejas, y el mercenario, o guarda pagado. La diferencia entre ambos se manifiesta en primer lugar en los momentos de peligro, por ejemplo, cundo aparece un lobo. El verdadero pastor se halla dispuesto a poner en riesgo su vida; el mercenario piensa tan sólo en poner a salvo la suya.
La segunda característica que señala Jesús en la “pastor bello” es el conocimiento mutuo entre él y sus ovejas. Para un extraño que está contemplando un rebaño de ovejas, todas le son iguales; pero el verdadero pastor distingue a unas de otras y conoce a cada una de ellas por su nombre. Y Jesús va mucho más lejos de lo que pueda dejar entender esta imagen. Afirma que este conocimiento mutuo entre Él y sus discípulos es de la misma naturaleza que el conocimiento mutuo entre Él y su Padre. Conocimiento que no es teórico e intelectual; es del orden del amor y es tal que se está dispuesto a dar la vida por quien se ama. De esta manera estamos nosotros llamados a conocerle.
Finalmente, habla Jesús de ovejas que le pertenecen, pero que no son de este rebaño. Aun cuando no son del mismo redil, son “suyas” y también a ellas ha de guiar. Día vendrá, en un momento que nadie conoce ni puede prever, en que no habrá más que un solo rebaño y un solo pastor.
En la primera predicación apostólica, pocos días tras la Resurrección y Pentecostés, las imágenes se entrecruzan y se completan. Hablaba Jesús a los pastores de Galilea utilizando la imagen que más les llamaba su atención – la imagen del pastor – Pedro, dirigiéndose a los ciudadanos de Jerusalén, utiliza la imagen de una construcción. A los jefes del pueblo y a los ancianos, les afirma que Jesús es la piedra que ellos los constructores, han rechazado y que se ha convertido en piedra angular. Toda salvación, incluso la curación que le ha sido conferida por Pedro al paralítico que por otra parte no pedía más que una limosna, tiene en Él su origen.
El Apóstol Juan, escribiendo su Carta en el atardecer de su vida, se ve aún fascinado por este conocimiento mutuo, fruto del amor del Padre para con nosotros. Toda la belleza de nuestra condición de hijos de Dios – condición que es ya la nuestra – se revelará cuando aparezca Jesús en su gloria y podamos verle tal cual es, sin velo alguno.
Tan sólo esta intimidad con Jesús en un conocimiento mutuo puede otorgarnos la fuerza de ser sus testigos, hasta la misma muerte si fuera ello preciso. Hace menos de veinticuatro horas me encontraba yo aún en la República democrática del Congo., en la diócesis de Bukavu, cuyo pastor, Monseñor Emmanuel Kataliko, se ve actualmente desterrado y corre riesgo su vida por haber defendido con toda valentía a su pueblo. Es un ejemplo entre otros muchos. Presentemos en nuestra oración de un modo particular, en este día a cuantos, hombres y mujeres, que imitando al “bello pastor” del Evangelio se consagran hasta arriesgar su vida en el servicio y la defensa de cuantos les han sido confiados, sean padres o madres de familia, o incluso jefes políticos o religiosos. Y oremos asimismo para que todos – hombres o mujeres – que han cargado con semejantes responsabilidades resistan a la tentación de actuar como mercenarios para quienes no cuentan las ovejas.
A. Veilleux