Somos rebaño

Fuera de su contexto ganadero, normalmente se utiliza la palabra “rebaño” en sentido negativo, para referirse a un grupo de personas que se dejar dirigir por otros en sus gustos, opiniones, etc. Una persona se sorprendió cuando le dije que yo no disponía en mi teléfono móvil de una conocida aplicación de mensajería instantánea: “¿Y cómo puedes vivir?”, preguntó muy extrañada. Mi respuesta fue: “Libre”. Una de las paradojas de nuestra sociedad es que por una parte se exalta el individualismo hasta casi caer en el egocentrismo, mientras que por otra parte se procura masificar a la gente, convertirla en “rebaño” de diversas formas, haciendo creer que “hay que” ver determinados programas y series de televisión, o formar parte de determinadas redes sociales, o tener determinadas aplicaciones en el móvil, o participar en determinados eventos… porque de lo contrario vas a ser el bicho raro, te quedas “fuera del rebaño” y en la práctica “no existes”.

Muchas veces se identifica a los cristianos con la imagen negativa del rebaño, como si fueran un grupo de “borreguitos” que dócilmente aceptan sin cuestionar los dictados de la jerarquía eclesiástica. Quizá en algunos casos haya sido o sea así, pero lo cierto es que, como nos recuerda este Domingo del Buen Pastor, somos “rebaño”: así lo hemos dicho en la oración colecta (el débil rebaño de tu Hijo…) y lo diremos en la oración final (el rebaño adquirido por la sangre de tu Hijo…); y el mismo Señor lo ha dicho en el Evangelio: escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Como nos recuerda el Papa Francisco en Evangelii gaudium 113: Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos. Ha elegido convocarlos como pueblo y no como seres aislados. Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana. Este pueblo que Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia.

La tentación del individualismo está muy presente también entre los cristianos, y por eso ya advirtió San Juan Pablo II: El fiel laico no puede jamás cerrarse sobre sí mismo, aislándose espiritualmente de la comunidad; sino que debe vivir en un continuo intercambio con los demás, con un vivo sentido de fraternidad (ChL 20). La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio (EG 88).

Pero el hecho de ser efectivamente “rebaño”, de ser comunidad, de ser Iglesia, no significa caer en el gregarismo, ni carecer de opiniones o voluntad propia; al contrario, es fuente de libertad: una persona que conserva su peculiaridad perso nal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo (EG 235).

Para vivir hoy la fe, necesitamos a la comunidad, necesitamos formar parte del rebaño del Buen Pastor, porque como indica el Papa Francisco en su reciente exhortación apostólica Gaudete et exsultate: Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos (140). La comunidad está llamada a crear ese «espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado» (142). La comunidad que preserva los pequeños detalles del amor, donde los miembros se cuidan unos a otros y constituyen un espacio abierto y evangelizador, es lugar de la presencia del Resucitado que la va santificando según el proyecto del Padre (145). 

¿Vivo mi fe de modo individualista? ¿Me siento miembro del rebaño del Buen Pastor? ¿Cómo cuido mi pertenencia a la Comunidad Parroquial? ¿Qué me aporta “ser Iglesia”? ¿Qué aporto yo a los otros miembros del rebaño? ¿Formo parte de un Equipo de Vida?

Frente a la tendencia a vivir la fe como algo privado o individual, frente a la imagen negativa del “rebaño”, estamos llamados a mostrar la libertad, la grandeza que supone ser Iglesia y tener a Cristo como Buen Pastor. Como nos indica el Papa Francisco: Precisamente en esta época, y también allí donde son un «pequeño rebaño» (Lc 12, 32), los discípulos del Señor son llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,1316). Son llamados a dar testimonio de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva. ¡No nos dejemos robar la comunidad! (EG 92).