Lunes IV de Pascua

Hoy es 23 de abril, lunes de la IV semana de Pascua.

Al inicio de esta semana, con todos sus trabajos, alegrías y penas por delante, busco un momento de tranquilidad, para oiír de nuevo tu voz. Contando las mismas palabras con las que querías llegar al corazón de la gente en los caminos de Israel. A ellos les hablabas en un idioma que pudieran entender. Aquí estoy, Señor, quiero escucharte, háblame.

La lectura de hoy es del evagelio de Juan (Jn 10, 1-10):

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido, pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por su nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos: pero las ovejas no los escuchaorn. Yo soy la puerta: quien entra por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago: yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»

Aunque te busco, no siempre soy capaz de encontrarte. Aunque te oigo, no siempre te escucho. Y aunque te escucho, no siempre te entiendo. Me pregunto ahora si hay ocasiones en que necesito que me hables una y otra vez.

Las ovejas reconocen la voz del pastor y le siguen. Me pregunto si yo reconozco tu voz. O si eres  para mí un extraño. Si tus palabras, de verdad, me son tan familiares que confío en ti. Si soy capaz de ponerme en camino tras tus huellas, en busca de la vida que prometes y regalas.

Siento como si toda mi vida hubiese estado esperándote, sin darme cuenta de que siempre has estado a mi lado. Quiero escuchar tu voz y entender tu mensaje. Quiero que tú seas la puerta por la que yo pueda entrar y salir. Quiero estar junto a ti, quiero reconocer tu voz y seguirte. Quiero tener vida y quiero tenerla en abundancia.

Para finalizar este momento, te pido que me concedas la gracia de escucharte y entenderte, de comprender que tú eres la puerta por la que saldré al mundo y encontraré vida en abundancia. Quiero dejar tus palabras de vida resuenen en mi corazón y me inunden.

Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

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Liturgia 23 de abril

LUNES DE LA IV SEMANA DE PASCUA, feria o SAN JORGE, mártir, memoria libre

Misa de la memoria (rojo)

Misal: 1ª oración propia y el resto del común de mártires (para un mártir en Tiempo de Pascua) o de la feria; Prefacio Pascual o de la memoria.

Leccionario: Vol. II

  • Hch 11, 1-18. Así pues, también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.
  • Salmo 41. Mi alma tiene sed de ti, diso vivo.
  • Jn 10, 1-10. Yo soy la puerta de las ovejas.

Antífona de entrada          Rom 6, 9
Cristo una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Aleluya.

Oración colecta
OH, Dios,
proclamando tu poder
te rogamos humildemente
que, así como san Jorge imitó la pasión del Señor,
socorra con prontitud nuestra fragilidad.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración sobre las ofrendas
RECIBE, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante,
y a quien diste motivo de tanto gozo
concédele disfrutar de la alegría eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio pascual

Antífona de comunión
          Cf. Jn 20, 19
Jesús se puso en medio de sus discípulos y les dijo: «Paz a vosotros». Aleluya.

Oración después de la comunión
MIRA, Señor, con bondad a tu pueblo
y, ya que has querido renovarlo
con estos sacramentos de vida eterna,
concédele llegar a la incorruptible resurrección
de la carne que habrá de ser glorificada.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

San Jorge

SAN JORGE

(†  ca.303)

Los santos jóvenes —los de nuestro siglo— difícilmente podrían venir al mundo de incógnito. Sus fotografías, el rostro de los santos, corren de mano en mano y nunca faltan más o menos retocadas en la cubierta de sus vidas. Cosa que no pasa con los santos veteranos. San Jorge, por ejemplo, podría pasearse tranquilamente a pie o a caballo, y hasta pasar a nuestro lado con cara de labriego holandés, viajante florentino o distinguido militar, sin que lográramos identificarle.

En los archivos de los historiadores —esos pobres hombres que se pasan la vida masticando polvo de biblioteca— la ficha de San Jorge casi está en blanco. Los más sabihondos sólo han puesto, y a lápiz, estas palabras: «Mártir en Oriente a principios del siglo IV». No es de extrañar. Nosotros apuntamos en un papel el día y la hora de visita al dentista, la dirección del notario, pero ningún novio, para no olvidarse, apunta en su agenda el día de su boda, ni ninguna madre escribe en una libreta el día del cumpleaños de su hijo. Las fiestas grandes se recuerdan fácilmente. Y los grandes santos —a San Jorge le llaman en Oriente «el Gran Mártir»— no han tenido necesidad de huellas dactilares ni de partida de nacimiento, legalizada y todo, para sobrevivir al tiempo. Estad seguros: la vida de San Jorge no la hallará nunca nadie en los mamotretos sin color, calor ni vida de los beneméritos historiadores.

Todos los caminos van a Roma, decimos frecuentemente. Y es verdad. Pero tened cuidado y mirad qué camino escogéis para seguir la vida de San Jorge. ¿A que viene enterarse que en Lydda hubo un templo dedicado al Santo, que una inscripción del siglo VI nos habla de sus reliquias, que su fama era inmensa en Oriente, que los reyes merovingios, al establecer su árbol genealógico, se creyeron descendientes de un hijo de San Jorge, que en Regensburg tenía una capilla dedicada desde la época de la ocupación romana, que Ricardo Corazón de León le nombró patrono de los cruzados y que éstos extendieron su culto por Occidente?

Encontré hace años una pista de la vida de San Jorge. Desde entonces el 23 de abril vuelvo a reseguirla cada año. Y cada año, al atardecer, vuelvo a casa contento.

Día 23 de abril. Barcelona. Son las cinco de la tarde. Estamos en la Plaza Nueva. Aquí, junto a la catedral, empieza nuestro itinerario. Es corto. Pavimento enlosado y afortunadamente sin vehículos. Muchas personas siguen el mismo camino. Voces atipladas de niños dialogan alegres con sus madres. Setenta pasos bordeando la catedral y una calle estrecha, pacífica, serena. Una fila larguísima avanza pausadamente, sonrientemente. Aquí, en esta calle —la calle del Obispo—, camino de la Diputación, donde se venera la reliquia del Santo, es fácil recordar, vivir la Historia. La cuentan las madres a los niños. Y las madres nunca engañan.

«San Jorge nació lejos, muy lejos, cerca de la tierra de Nuestro Señor. Su padre era un labrador muy rico, con muchos criados y muchas tierras. Su madre era muy buena. El pequeño Jorge siempre hacía lo que le mandaban y traía siempre buenas notas. Cuando mayorcito, el pobre se quedó sin padre y sin madre. Tenía veinte años. Y le hicieron capitán. Sabía mucho de guerra y siempre le condecoraban. Era el capitán más joven y más guapo. El emperador le quería mucho. Pero el emperador era malo. Y un día mandó matar a todos los cristianos del mundo. El no sabía que San Jorge lo era, aunque todos notaban en él algo especial. Jorge, el capitán Jorge, no pudo aguantar aquello. Se puso las mejores ropas, entregó sus bienes a los pobres y fue y le dijo al emperador unas cuantas cosas delante de todos los ministros del Imperio. El pobre emperador —se llamaba Diocleciano— no supo qué contestar. Pero montó en cólera y gritó: «Ahora sabrás lo que es bueno». Le metió en la cárcel y empezaron a azotarle como a Nuestro Señor. San Jorge se acordó de Jesús y ni abrió la boca. Se cansaron los verdugos de azotarle. Y él nada, seguía sin gritar y sin llorar. Todos los de la cárcel decían: “Es un valiente. Vale la pena ser cristiano». Corrieron a decírselo al emperador. Entonces…»

(La calle está jalonada de trecho en trecho por mozos de escuadra. Altos; pantalón, chaleco, chaquetilla corta azul turqui con trencilla blanca y vivos grana, alpargatas blancas con cintas azules, chistera con un ala levantada y sujeta por una escarapela con un escudo, tienen un aire marcial distinguido y una sonrisa familiar que no aleja. No usan armas; hoy encajarían mal en esta calle con rosas de San Jorge, que el prelado ha bendecido por la mañana, en todas las solapas. Los mozos de escuadra (un capitán, un teniente, cuarenta mozos), al hablar de San Jorge, de su San Jorge, muestran satisfactoriamente que su Patrón fue un valiente.)

«Entonces vino un nuevo tormento: le enterraron en un hoyo que estaba lleno de cal viva. Sus últimas palabras fueron: «Dios mío, escucha mi oración; haz que te ame siempre y envía un ángel que me libre ahora, como un día lo hiciste con los tres jóvenes que un rey malo metió en un horno de fuego. Le enterraron mientras hacía la señal de la cruz. Nuestro Señor siempre escucha cuando se le reza. A los tres días el emperador se enteró de que el capitán Jorge vivía y seguía amando a su Dios.

Y más tormentos: le pusieron unas sandalias ardiendo al rojo vivo, le dieron veneno… El siempre rezaba y el Señor siempre le escuchaba.

Otro día le metieron en un templo de los dioses falsos. Entrar San Jorge y venirse al suelo las imágenes de los dioses fue una misma cosa. El Señor estaba con él. Finalmente, le cortaron la cabeza. Tenía ganas de estar con Jesús.»

(Poco a poco hemos ido subiendo. En el patio, quince naranjos que le dan nombre contrastan con los animales feroces de las gárgolas. Un surtidor brota encima de una imagen de San Jorge a caballo. La melodía del órgano, cada vez más próxima, prepara el ánimo para la adoración de la reliquia del Santo. Dos seminaristas la dan a besar. Los fieles al venerarla —una reliquia que donó a la Diputación el embajador de Felipe II en Alemania—, oyen las palabras: «San Jorge, rogad por nosotros”. En el altar una imagen de San Jorge, armadura articulada, oro, plata, cara policromada, recuerda lo de siempre: la vida del hombre sobre la tierra es milicia, es lucha.)

La leyenda es la historia de los iletrados. Símbolo siempre y lección constante. La de San Jorge es el mensaje luminoso y siempre actual mensaje que los cruzados sacaron de la imagen del Santo, tan venerada en Oriente. El Santo a caballo mata un dragón y salva a una doncella. Desde entonces cuentan que había un dragón que desolaba una ciudad. Vivía junto a un lago. Su aliento era mortal. Para mantenerle alejado de la ciudad le llevaban todos los días primeros reses y luego personas. Un día le tocó a la hija del rey. Mal día para el rey. Mejor, buen día para todos. Porque, sin saber cómo, de pronto se presentó un guerrero y en el nombre del Señor Jesús mató el dragón. La ciudad respiró y desde entonces empezó para ellos una nueva vida. La doctrina de Jesús que les enseñó San Jorge les hizo libres.

¿Leyenda? ¿Parábola? Mensaje de ayer, mensaje de siempre.

(En este momento —son las seis— el carillón de la Diputación lanza su melodía. En el patio treinta y seis puestos de flores —los que por la mañana han concurrido al concurso de la flor de San Jorge— siguen ofreciendo rosas. Es imposible pasar de largo. Una rosa de San Jorge recuerda a los que deben dar testimonio —todos— la vida de un mártir, de un testigo de Cristo. Un mártir que es patrono.)

¿Por que, si no, las madres cuentan a sus hijos la vida de San Jorge?

JORGE SANS VILA

Laudes – Lunes IV de Pascua

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)

  1. Señor abre mis labios
    R. Y mi boca proclamará tu alabanza

    Ant. Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

    Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

    Venid, aclamemos al Señor,
    demos vítores a la Roca que nos salva;
    entremos a su presencia dándole gracias,
    aclamándolo con cantos.

    Porque el Señor es un Dios grande,
    soberano de todos los dioses:
    tiene en su mano las simas de la tierra,
    son suyas las cumbres de los montes;
    suyo es el mar, porque él lo hizo,
    la tierra firme que modelaron sus manos.

    Venid, postrémonos por tierra,
    bendiciendo al Señor, creador nuestro.
    Porque él es nuestro Dios,
    y nosotros su pueblo,
    el rebaño que él guía.

    Ojalá escuchéis hoy su voz:
    «No endurezcáis el corazón como en Meribá,
    como el día de Masá en el desierto;
    cuando vuestros padres me pusieron a prueba
    y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

    Durante cuarenta años
    aquella generación me repugnó, y dije:
    Es un pueblo de corazón extraviado,
    que no reconoce mi camino;
    por eso he jurado en mi cólera
    que no entrarán en mi descanso»

    Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
    Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

    Ant. Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

    Himno: LA BELLA FLOR QUE EN EL SUELO

    La bella flor que en el suelo
    plantada se vio marchita
    ya torna, ya resucita,
    ya su olor inunda el cielo.

    De tierra estuvo cubierta,
    pero no fructificó
    del todo, hasta que quedó
    en un árbol seco injerta.
    Y, aunque a los ojos del suelo
    se puso después marchita,
    ya torna, ya resucita,
    ya su olor inunda el cielo.

    Toda es de flores la fiesta,
    flores de finos olores,
    mas no se irá todo en flores,
    porque flor de fruto es ésta.
    Y, mientras su Iglesia grita
    mendigando algún consuelo,
    ya torna, ya resucita,
    ya su olor inunda el cielo.

    Que nadie se sienta muerto
    cuando resucita Dios,
    que, si el barco llega al puerto,
    llegamos junto con vos.
    Hoy la Cristiandad se quita
    sus vestiduras de duelo.
    Ya torna, ya resucita,
    ya su olor inunda el cielo. Amén.

    SALMODIA

    Ant 1. Baje a nosotros la bondad del Señor. Aleluya.

    Salmo 89 – BAJE A NOSOTROS LA BONDAD DEL SEÑOR

    Señor, tú has sido nuestro refugio
    de generación en generación.

    Antes que naciesen los montes
    o fuera engendrado el orbe de la tierra,
    desde siempre y por siempre tú eres Dios.

    Tú reduces el hombre a polvo,
    diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
    Mil años en tu presencia
    son un ayer, que pasó;
    una vigilia nocturna.

    Los siembras año por año,
    como hierba que se renueva:
    que florece y se renueva por la mañana,
    y por la tarde la siegan y se seca.

    ¡Cómo nos ha consumido tu cólera
    y nos ha trastornado tu indignación!
    Pusiste nuestras culpas ante ti,
    nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
    y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
    y nuestros años se acabaron como un suspiro.

    Aunque uno viva setenta años,
    y el más robusto hasta ochenta,
    la mayor parte son fatiga inútil,
    porque pasan aprisa y vuelan.

    ¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
    quién ha sentido el peso de tu cólera?
    Enséñanos a calcular nuestros años,
    para que adquiramos un corazón sensato.

    Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
    Ten compasión de tus siervos;
    por la mañana sácianos de tu misericordia,
    y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

    Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
    por los años en que sufrimos desdichas.
    Que tus siervos vean tu acción,
    y sus hijos tu gloria.

    Baje a nosotros la bondad del Señor
    y haga prósperas las obras de nuestras manos.

    Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
    Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

    Ant. Baje a nosotros la bondad del Señor. Aleluya.

    Ant 2. Convertiré ante ellos la tiniebla en luz. Aleluya.

    Cántico: CÁNTICO NUEVO AL DIOS VENCEDOR Y SALVADOR Is 42, 10-16

    Cantad al Señor un cántico nuevo,
    llegue su alabanza hasta el confín de la tierra;
    muja el mar y lo que contiene,
    las islas y sus habitantes;

    alégrese el desierto con sus tiendas,
    los cercados que habita Cadar;
    exulten los habitantes de Petra,
    clamen desde la cumbre de las montañas;
    den gloria al Señor,
    anuncien su alabanza en las islas.

    El Señor sale como un héroe,
    excita su ardor como un guerrero,
    lanza el alarido,
    mostrándose valiente frente al enemigo.

    «Desde antiguo guardé silencio,
    me callaba y aguantaba;
    mas ahora grito como la mujer cuando da a luz,
    jadeo y resuello.

    Agostaré montes y collados,
    secaré toda su hierba,
    convertiré los ríos en yermo,
    desecaré los estanques;
    conduciré a los ciegos
    por el camino que no conocen,
    los guiaré por senderos que ignoran.
    Ante ellos convertiré la tiniebla en luz,
    lo escabroso en llano.»

    Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
    Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

    Ant. Convertiré ante ellos la tiniebla en luz. Aleluya.

    Ant 3. El Señor todo lo que quiere lo hace. Aleluya.

    Salmo 134, 1-12 – HIMNO A DIOS POR SUS MARAVILLAS

    Alabad el nombre del Señor,
    alabadlo, siervos del Señor,
    que estáis en la casa del Señor,
    en los atrios de la casa de nuestro Dios.

    Alabad al Señor porque es bueno,
    tañed para su nombre, que es amable.
    Porque él se escogió a Jacob,
    a Israel en posesión suya.

    Yo sé que el Señor es grande,
    nuestro dueño más que todos los dioses.
    El Señor todo lo que quiere lo hace:
    en el cielo y en la tierra,
    en los mares y en los océanos.

    Hace subir las nubes desde el horizonte,
    con los relámpagos desata la lluvia,
    suelta a los vientos de sus silos.

    Él hirió a los primogénitos de Egipto,
    desde los hombres hasta los animales.
    Envió signos y prodigios
    -en medio de ti, Egipto-
    contra el Faraón y sus ministros.

    Hirió de muerte a pueblos numerosos,
    mató a reyes poderosos:
    a Sijón, rey de los amorreos;
    a Hog, rey de Basán,
    y a todos los reyes de Canaán.
    Y dio su tierra en heredad,
    en heredad a Israel, su pueblo.

    Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
    Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

    Ant. El Señor todo lo que quiere lo hace. Aleluya.

    LECTURA BREVE   Rm 10, 8b-10

    «Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón», es decir, el mensaje de la fe que nosotros predicamos. Porque, si proclamas con tu boca a Jesús como Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón creemos para obtener la justificación y con la boca hacemos profesión de nuestra fe para alcanzar la salvación.

    RESPONSORIO BREVE

    V. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya. Aleluya.
    R. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya. Aleluya.

    V. El que por nosotros colgó del madero.
    R. Aleluya. Aleluya.

    V. Gloria al Padre,y al Hijo, y al Espíritu Santo.
    R. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya. Aleluya.

    CÁNTICO EVANGÉLICO

    Ant. Yo soy el buen Pastor, que apaciento a mis ovejas y doy mi vida por ellas. Aleluya.

    Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR      Lc 1, 68-79

    Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
    porque ha visitado y redimido a su pueblo.
    suscitándonos una fuerza de salvación
    en la casa de David, su siervo,
    según lo había predicho desde antiguo
    por boca de sus santos profetas:

    Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
    y de la mano de todos los que nos odian;
    ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
    recordando su santa alianza
    y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

    Para concedernos que, libres de temor,
    arrancados de la mano de los enemigos,
    le sirvamos con santidad y justicia,
    en su presencia, todos nuestros días.

    Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
    porque irás delante del Señor
    a preparar sus caminos,
    anunciando a su pueblo la salvación,
    el perdón de sus pecados.

    Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
    nos visitará el sol que nace de lo alto,
    para iluminar a los que viven en tiniebla
    y en sombra de muerte,
    para guiar nuestros pasos
    por el camino de la paz.

    Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
    Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

    Ant. Yo soy el buen Pastor, que apaciento a mis ovejas y doy mi vida por ellas. Aleluya.

    PRECES

    Oremos a Dios Padre todopoderoso, glorificado por la muerte y resurrección de Cristo, y digámosle confiados:

    Ilumina, Señor, nuestras mentes.

    Padre, fuente de toda luz, que has querido iluminar el mundo con la gloria de Cristo resucitado,
    ilumina, desde el principio de este día, nuestras almas con la luz de la fe.

    Tú que por medio de tu Hijo, resucitado de entre los muertos, has abierto a los hombres las puertas de la salvación,
    haz que, a través de los trabajos de este día, se acreciente nuestra esperanza.

    Tú que por medio de tu Hijo resucitado has derramado sobre el mundo tu Espíritu Santo,
    enciende nuestros corazones con el fuego de este mismo Espíritu.

    Tú que para librarnos entregaste a tu Hijo a la muerte,
    haz que él sea hoy para nosotros salvación y redención.

    Se pueden añadir algunas intenciones libres

    Terminemos nuestra oración con la plegaria que Cristo nos enseñó:

    Padre nuestro…

    ORACION

    Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, conserva a tus fieles en continua alegría y concede los gozos del cielo a quienes has librado de la esclavitud del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

    CONCLUSIÓN

    V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
    R. Amén.

 

26 de marzo

 

OFICIO DE LECTURA

 

INVITATORIO

Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. A Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió, venid, adorémosle.

 

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Himno: VINAGRE Y HIEL PARA SUS LABIOS PIDE

Vinagre y hiel para sus labios pide,
y perdón para el pueblo que le hiere,
que, como sólo porque viva muere,
con su inmensa piedad sus culpas mide.

Señor, que al que le deja no despide,
que al siervo vil que le aborrece quiere,
que, porque su traidor no desespere,
a llamarle su amigo se comide.

Ya no deja ignorancia al pueblo hebreo
de que es Hijo de Dios, si agonizando
hace de amor por su dureza empleo.

Quien por sus enemigos expirado
pide perdón, mejor, en tal deseo,
mostró ser Dios, que el sol y el mar bramando. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.

Salmo 30, 2-17. 20-25 I SÚPLICA CONFIADA Y ACCIÓN DE GRACIAS

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;

ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;

por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.

En tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.

Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.

Ant 2. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.

Salmo 30 II

Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.

Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.

Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.

Ant 3. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia.

Salmo 30 III

¡Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!

En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.

Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.

Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.

Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.

Sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia.

V. Cuando sea yo levantado en alto sobre la tierra.
R. Atraeré a todos hacia mí.

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 26, 1-15

JEREMÍAS EN PELIGRO DE MUERTE POR PROFETIZAR LA RUINA DEL TEMPLO

Al comienzo del reinado de Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá, vino a Jeremías esta palabra del Señor:

«Así dice el Señor: Ponte en el atrio del templo Y di a todos los ciudadanos de Judá, que entran en el templo para adorar, las palabras que yo te mande decirles; no dejes ni una sola. A ver si escuchan y se convierte cada cual de su mala conducta, Y me arrepiento del mal que medito hacerles a causa de sus malas acciones.

Les dirás: «Así dice el Señor: Si no me obedecéis -cumpliendo la ley que os di en vuestra presencia y escuchando las palabras de mis siervos los profetas, que os enviaba sin cesar Y vosotros no escuchabais-, entonces trataré a este templo como al de Silo, y a esta ciudad la haré fórmula de maldición para todos los pueblos de la tierra.»»

Los profetas, los sacerdotes y el pueblo oyeron a Jeremías decir estas palabras en el templo del Señor. Y, cuando terminó Jeremías de decir cuanto el Señor le había mandado decir al pueblo, lo prendieron los sacerdotes y los profetas y el pueblo, diciendo:

«Eres reo de muerte. ¿Por qué profetizas en nombre del Señor que este templo será como el de Silo, y esta ciudad quedará en ruinas, deshabitada?»

Y el pueblo se juntó contra Jeremías en el templo del Señor. Se enteraron de lo sucedido los príncipes de Judá y, subiendo del palacio real al templo del Señor, se sentaron a juzgar junto a la Puerta Nueva. Los sacerdotes y los profetas dijeron a los príncipes y al pueblo:

«Este hombre es reo de muerte, porque ha profetizado contra esta ciudad, como lo habéis oído con vuestros oídos.»

Jeremías respondió a los príncipes y al pueblo:

«El Señor me envió a profetizar contra este templo y esta ciudad las palabras que habéis oído. Ahora bien, enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, escuchad la voz del Señor, vuestro Dios; y el Señor se arrepentirá de la amenaza que pronunció contra vosotros. Yo por mi parte estoy en vuestras manos: haced de mí lo que mejor os parezca. Pero, sabedlo bien: si vosotros me matáis, echáis sangre inocente sobre vosotros, sobre esta ciudad y sus habitantes. Porque ciertamente me ha enviado el Señor a vosotros, a predicar a vuestros oídos estas palabras.»

RESPONSORIO    Jn 12, 27-28; Sal 41, 6

R. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Pero si precisamente para esto he llegado a esta hora! * Padre, glorifica tu nombre.
V. ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas?
R. Padre, glorifica tu nombre.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón Güelferbitano 3: PLS 2, 545-546)

GLORIÉMONOS TAMBIÉN NOSOTROS EN LA CRUZ DEL SEÑOR

La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es origen de nuestra esperanza en la gloria y nos enseña a sufrir. En efecto, ¿qué hay que no puedan esperar de la bondad divina los corazones de los fieles, si por ellos el Hijo único de Dios, eterno como el Padre, tuvo en poco el hacerse hombre, naciendo del linaje humano, y quiso además morir de manos de los hombres, que él había creado?

Mucho es lo que Dios nos promete; pero es mucho más lo que recordamos que ha hecho ya por nosotros. ¿Dónde estábamos o qué éramos, cuando Cristo murió por nosotros, pecadores? ¿Quién dudará que el Señor ha de dar la vida a sus santos, siendo así que les dio su misma muerte? ¿Por qué vacila la fragilidad humana en creer que los hombres vivirán con Dios en el futuro?

Mucho más increíble es lo que ha sido ya realizado: que Dios ha muerto por los hombres.

¿Quién es, en efecto, Cristo, sino aquella Palabra que existía al comienzo de las cosas, que estaba con Dios y que era Dios? Esta Palabra de Dios se hizo carne y puso su morada entre nosotros. Es que, si no hubiese tomado de nosotros carne mortal, no hubiera podido morir por nosotros. De este modo el que era inmortal pudo morir, de este modo quiso darnos la vida a nosotros, los mortales; y ello para hacernos partícipes de su ser, después de haberse hecho él partícipe del nuestro. Pues, del mismo modo que no había en nosotros principio de vida, así no había en él principio de muerte. Admirable intercambio, pues, el que realizó con esta recíproca participación: de nosotros asumió la mortalidad, de él recibimos la vida.

Por tanto, no sólo no debemos avergonzarnos de la muerte del Señor, nuestro Dios, sino, al contrario, debemos poner en ella toda nuestra confianza y toda nuestra gloria, ya que al tomar de nosotros la mortalidad, cual la encontró en nosotros, nos ofreció la máxima garantía de que nos daría la vida, que no podemos tener por nosotros mismos. Pues quien tanto nos amó, hasta el grado de sufrir el castigo que merecían nuestros pecados, siendo él mismo inocente, ¿cómo va ahora a negarnos, él, que nos ha justificado, lo que con esa justificación nos ha merecido? ¿Cómo no va a dar el que es veraz en sus promesas el premio a sus santos, él, que, sin culpa alguna, soportó el castigo de los pecadores?

Así pues, hermanos, reconozcamos animosamente, mejor aún, proclamemos que Cristo fue crucificado por nosotros; digámoslo no con temor sino con gozo, no con vergüenza sino con orgullo.

El apóstol Pablo se dio cuenta de este título de gloria y lo hizo prevalecer. Él, que podía mencionar muchas cosas grandes y divinas de Cristo, no dijo que se gloriaba en estas grandezas de Cristo -por ejemplo, en que es Dios junto con el Padre, en que creó el mundo, en que, incluso siendo hombre como nosotros, manifestó su dominio sobre el mundo-, sino: En cuanto a mí -dice-, líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO

R. Señor, adoramos tu cruz y veneramos tu pasión gloriosa. * Ten misericordia de nosotros, tú que por nosotros padeciste.
V. Muéstrate, pues, amigo y defensor de los hombres que salvaste con tu sangre.
R. Ten misericordia de nosotros, tú que por nosotros padeciste.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza y, con la fuerza de la pasión de tu Hijo, levanta nuestra esperanza. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Oficio de lectura – Lunes IV de Pascua

OFICIO DE LECTURA

 

INVITATORIO

Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

 

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: CRISTO EL SEÑOR

Cristo el Señor,
como la primavera,
como una nueva aurora,
resucitó.

Cristo, nuestra Pascua,
es nuestro rescate,
nuestra salvación.

Es grano en la tierra,
muerto y florecido,
tierno pan de amor.

Se rompió el sepulcro,
se movió la roca,
y el fruto brotó.

Dueño de la muerte,
en el árbol grita
su resurrección.

Humilde en la tierra,
Señor de los cielos,
su cielo nos dió.

Ábranse de gozo
las puertas del Hombre
que al hombre salvó.

Gloria para siempre
al Cordero humilde
que nos redimió. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Que bueno es el Dios de Israel para los justos. Aleluya.

Salmo 72 I – POR QUÉ SUFRE EL JUSTO

¡Qué bueno es Dios para el justo,
el Señor para los limpios de corazón!

Pero yo por poco doy un mal paso,
casi resbalaron mis pisadas:
porque envidiaba a los perversos,
viendo prosperar a los malvados.

Para ellos no hay sinsabores,
están sanos y engreídos;
no pasan las fatigas humanas
ni sufren como los demás.

Por eso su collar es el orgullo,
y los cubre un vestido de violencia;
de las carnes les rezuma la maldad,
el corazón les rebosa de malas ideas.

Insultan y hablan mal,
y desde lo alto amenazan con la opresión.
Su boca se atreve con el cielo,
y su lengua recorre la tierra.

Por eso mi pueblo se vuelve a ellos
y se bebe sus palabras.
Ellos dicen: «¿Es que Dios lo va a saber,
se va a enterar el Altísimo?»
Así son los malvados:
siempre seguros, acumulan riquezas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Que bueno es el Dios de Israel para los justos. Aleluya.

Ant 2. Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza.

Salmo 72 II

Entonces, ¿para qué he limpiado yo mi corazón
y he lavado en la inocencia mis manos?
¿Para qué aguanto yo todo el día
y me corrijo cada mañana?

Si yo dijera: «Voy a hablar como ellos»,
renegaría de la estirpe de tus hijos.

Meditaba yo para entenderlo,
pero me resultaba muy difícil;
hasta que entré en el misterio de Dios,
y comprendí el destino de ellos.

Es verdad: los pones en el resbaladero,
los precipitas en la ruina;
en un momento causan horror,
y acaban consumidos de espanto.

Como un sueño al despertar, Señor,
al despertarte desprecias sus sombras.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza.

Ant 3. Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden. Aleluya.

Salmo 72 III

Cuando mi corazón se agriaba
y me punzaba mi interior,
yo era un necio y un ignorante,
yo era un animal ante ti.

Pero yo siempre estaré contigo,
tú tomas mi mano derecha,
me guías según tus planes,
y me llevas a un destino glorioso.

¿No te tengo a ti en el cielo?;
y contigo, ¿qué me importa la tierra?
Se consumen mi corazón y mi carne
por Dios, mi herencia eterna.

Sí: los que se alejan de ti se pierden;
tú destruyes a los que te son infieles.

Para mí lo bueno es estar junto a Dios,
hacer del Señor mi refugio,
y proclamar todas tus acciones
en las puertas de Sión.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden. Aleluya.

V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.
R. Se alegran por el Dios vivo. Aleluya.

PRIMERA LECTURA

De los Hechos de los apóstoles 12, 24—13, 14a

MISIÓN DE BERNABÉ Y PABLO

En aquellos días, la palabra del Señor arraigaba y se difundía cada vez más. Bernabé y Saulo, una vez que hubieron cumplido su misión, volvieron de Jerusalén y se llevaron consigo a Juan, por sobrenombre Marcos.

Había en la Iglesia de Antioquía profetas y doctores. Entre ellos estaban Bernabé y Simón, llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manahem, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. Un día en que celebraban el culto del Señor y guardaban ayuno, les habló así el Espíritu Santo:

«Separadme a Bernabé y a Saulo para el ministerio a que los he destinado.»

Por lo que, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron. Enviados, pues, por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre. Llegados a Salamina, comenzaron a predicar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, teniendo como auxiliar a Juan. Luego recorrieron toda la isla hasta Pafos; y allí se encontraron con un mago, un falso profeta judío, que se llamaba Barjesús. Éste vivía con el procónsul Sergio Paulo, hombre muy sensato, quien, deseoso de escuchar la palabra de Dios, hizo llamar a Bernabé y a Saulo. Pero Elimas, o «el mago» -que esto quiere decir su nombre-, les contradecía y procuraba por todos los medios apartar de la fe al procónsul. Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, clavando en él los ojos, le increpó así:

«Hombre todo lleno de superchería y vileza, hijo del diablo, enemigo de todo lo bueno, ¿cuándo vas a dejar de torcer los rectos caminos del Señor? Ahora mismo te va a herir la mano del Señor: vas a quedar ciego y, por algún tiempo, no vas a poder ver la luz del sol.»

Al momento, le sobrevino un ensombrecimiento y oscuridad completa de la vista. Y empezó a dar vueltas de una parte a otra, buscando a alguno que lo llevase de la mano. Cuando el procónsul vio lo que acababa de suceder, abrazó la fe, maravillado de la doctrina del Señor.

Pablo y sus compañeros zarparon de Pafos y llegaron a Perge de Panfilia; pero Juan se separó de ellos y se volvió a Jerusalén, mientras que ellos, partiendo de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia.

RESPONSORIO    Hch 13, 2; Jn 15, 16

R. Un día en que celebraban el culto del Señor, les habló así el Espíritu Santo: * «Separadme a Bernabé y a Saulo para el ministerio a que los he destinado.» Aleluya.
V. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.
R. Separadme a Bernabé y a Saulo para el ministerio a que los he destinado. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

Del Libro de san Basilio Magno, obispo, Sobre el Espíritu Santo
(Cap. 15, núms. 35-36: PG 32, 130-131)

EL ESPÍRITU ES EL QUE DA LA VIDA

El Señor, que es quien nos da la vida, estableció para nosotros la institución del bautismo, símbolo de muerte y de vida: por el agua es representada la muerte y por el Espíritu se nos dan las arras de la vida.

El bautismo tiene una doble finalidad: la destrucción del cuerpo de pecado, para que no fructifiquemos ya más para la muerte, y la vida en el Espíritu, que tiene por fruto la santificación; por esto el agua, al recibir nuestro cuerpo como en un sepulcro, suscita la imagen de la muerte; el Espíritu, en cambio, nos infunde una fuerza vital y renueva nuestras almas, pasándolas de la muerte del pecado a la vida original. Esto es lo que significa renacer del agua y del Espíritu, ya que en el agua se realiza nuestra muerte y el Espíritu opera nuestra vida.

Con la triple inmersión y la triple invocación que la acompaña se realiza el gran misterio del bautismo, en el que la muerte halla su expresión figurada y el espíritu de los bautizados es iluminado con el don de la ciencia divina. Por tanto, si alguna virtualidad tiene el agua, no la tiene por su propia naturaleza, sino por la presencia del Espíritu. Porque el bautismo no es remoción de las manchas del cuerpo, sino la petición que hace a Dios una buena conciencia. Y para prepararnos a esa nueva vida, que es fruto de su resurrección, es por lo que el Señor nos propone toda la doctrina evangélica: que no nos dejemos llevar por la ira, que soportemos los males, que no vivamos sojuzgados por la afición a los placeres, que nos libremos de la preocupación del dinero; todo esto nos lo manda para inducirnos a practicar aquellas cosas que son connaturales a esa nueva vida.

Por el Espíritu Santo se nos restituye en el paraíso, por él podemos subir al reino de los cielos, por él obtenemos la adopción filial, por él se nos da la confianza de llamar a Dios con el nombre de Padre, la participación de la gracia de Cristo, el derecho de ser llamados hijos de la luz, el ser partícipes de la gloria eterna y, para decirlo todo de una vez, la plenitud de toda bendición, tanto en la vida presente como en la futura; por él podemos contemplar como en un espejo, cual si estuvieran ya presentes, los bienes prometidos que nos están preparados y que por la fe esperamos llegar a disfrutar. En efecto, si tales son las arras, ¿cuál no será la plena posesión? Y si tan valiosas son las primicias, ¿cuál no será su total realización?

RESPONSORIO

R. Cuando nuestra carne surge del agua del bautismo, dejando en ella sepultados sus antiguos delitos, * el Espíritu Santo desciende del cielo sobre ella, como la paloma del diluvio, para ofrecerle la paz, pues la antigua arca era figura de la Iglesia. Aleluya.
V. ¡Bendito sea el sacramento del bautismo, por el cual obtenemos la salvación eterna!
R. El Espíritu Santo desciende del cielo sobre ella, como la paloma del diluvio, para ofrecerle la paz, pues la antigua arca era figura de la Iglesia. Aleluya.

ORACIÓN.

OREMOS,
Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, conserva a tus fieles en continua alegría y concede los gozos del cielo a quienes has librado de la esclavitud del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.