36. Como Pastor de la Iglesia universal, me dirijo aquí a todos los fieles católicos de la región, a los nativos y a los recién llegados, cuya proporción se ha aproximado en los últimos años, porque para Dios, no hay más que un solo pueblo y, para los creyentes, una sola fe. Esforzaos por vivir respetuosamente unidos y en comunión fraterna unos con otros, en el amor y la estima mutua, para testimoniar de manera convincente vuestra fe en la muerte y resurrección de Cristo. Dios escuchará vuestra oración, bendecirá vuestro comportamiento y os dará su Espíritu para hacer frente a la carga de cada día. Porque «donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Co 3,17). San Pedro escribió a los creyentes que vivían situaciones similares unas palabras que os repito de buen grado como exhortación: «¿Quién os va a tratar mal si vuestro empeño es el bien? […] No les tengáis miedo ni os amedrentéis. Más bien, glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza» (1 P 3,13-15).