I Vísperas – Domingo V de Pascua

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: REVESTIDOS DE BLANCAS VESTIDURAS

Revestidos de blancas vestiduras,
vayamos al banquete del Cordero
y, terminado el cruce del mar Rojo
alcemos nuestro canto al rey eterno.

La caridad de Dios es quien nos brinda
y quien nos da a beber su sangre propia,
y el Amor sacerdote es quien se ofrece
y quien los miembros de su cuerpo inmola.

Las puertas salpicadas con tal sangre
hacen temblar al ángel vengativo,
y el mar deja pasar a los hebreos
y sumerge después a los egipcios.

Ya el Señor Jesucristo es nuestra pascua,
ya el Señor Jesucristo es nuestra víctima:
el ázimo purísimo y sincero
destinado a las almas sin mancilla.

Oh verdadera víctima del cielo,
que tiene a los infiernos sometidos,
ya rotas las cadenas de la muerte,
y el premio de la vida recibido.

Vencedor del averno subyugado,
el Redentor despliega sus trofeos
y, sujetando al rey de las tinieblas,
abre de par en par el alto cielo.

Para que seas, oh Jesús, la eterna
dicha pascual de nuestras almas limpias,
líbranos de la muerte del pecado
a los que renacimos a la vida.

Gloria sea a Dios Padre y a su Hijo,
que de los muertos ha resucitado,
así como también al sacratísimo
Paracleto, por tiempo ilimitado. Amén.

SALMODIA

Ant 1. El alzar de mis manos suba a ti, Señor, como ofrenda de la tarde. Aleluya.

Salmo 140, 1-9 – ORACIÓN ANTE EL PELIGRO

Señor, te estoy llamando, ven de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo opondré mi oración a su malicia.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El alzar de mis manos suba a ti, Señor, como ofrenda de la tarde. Aleluya.

Ant 2. Me sacaste de la prisión: por eso doy gracias a tu nombre. Aleluya.

Salmo 141 – ORACIÓN DEL HOMBRE ABANDONADO: TU ERES MI REFUGIO

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Me vuelvo a la derecha y miro:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio
y mi heredad en el país de la vida.»

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Me sacaste de la prisión: por eso doy gracias a tu nombre. Aleluya.

Ant 3. El Hijo de Dios aprendió, sufriendo, a obedecer; y se ha convertido para los que lo obedecen en autor de salvación eterna. Aleluya.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Hijo de Dios aprendió, sufriendo, a obedecer; y se ha convertido para los que lo obedecen en autor de salvación eterna. Aleluya.

LECTURA BREVE   1Pe 2, 9-10

Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Vosotros, que en otro tiempo no erais pueblo, sois ahora pueblo de Dios; vosotros, que estabais excluidos de la misericordia, sois ahora objeto de la misericordia de Dios.

RESPONSORIO BREVE

V. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.
R. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.

V. Al ver al Señor.
R. Aleluya. Aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Vosotros estáis ya limpios por mi palabra, que os he hablado. Aleluya

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vosotros estáis ya limpios por mi palabra, que os he hablado. Aleluya

PRECES

Oremos a Cristo, vida y resurrección de todos los hombres, y digámosle con fe:

Hijo de Dios vivo, protege a tu pueblo.

Te rogamos, Señor, por tu Iglesia extendida por todo el mundo:
santifícala y haz que cumpla su misión de llevar tu reino a todos los hombres.

Te pedimos por los que sufren hambre y por los que están tristes, por los enfermos, los oprimidos y los desterrados:
dales, Señor, ayuda y consuelo.

Te pedimos por los que se han apartado de ti por el error o por el pecado:
que obtengan la gracia de tu perdón y el don de una vida nueva.

Salvador del mundo, tú que fuiste crucificado, resucitaste y has de venir a juzgar al mundo,
ten piedad de nosotros, pecadores.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te rogamos, Señor, por los que viven en el mundo
y por los que han salido ya de él, con la esperanza de la resurrección.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:

Padre nuestro…

ORACION

Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 28 de abril

Lectio: Sábado, 28 Abril, 2018

1) ORACIÓN INICIAL

Dios todopoderoso y eterno, concédenos vivir siempre en plenitud el misterio pascual, para que, renacidos en el bautismo, demos fruto abundante de vida cristiana y alcancemos, finalmente, las alegrías eternas. Por nuestro Señor.

2) LECTURA

Del Evangelio según Juan 14,7-14

Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.» Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.

3) REFLEXIÓN

• Juan 14,7: Conocer a Jesús es conocer al Padre. El texto del evangelio de hoy es una continuación del de ayer. Tomás había preguntado: «Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?» Jesús respondió: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Y añadió: “Si me conocéis a mí, conoceréis también al Padre. Desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Esta es la primera frase del evangelio de hoy. Jesús habla siempre del Padre, pues todo lo que hablaba y hacía era transparencia de la vida del Padre. Esta referencia constante al Padre provoca la pregunta de Felipe.

• Juan 14,8-11: Felipe pregunta: «¡Muéstranos al Padre y nos basta!” Era el deseo de los discípulos, el deseo de mucha gente en las comunidades del Discípulo Amado y es el deseo de muchos de nosotros hoy: ¿cómo hace la gente para ver al Padre del que Jesús habla tanto? La respuesta de Jesús es muy bonita y vale hasta hoy: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y aún no me conoces, Felipe? ¡El que me ha visto a mí ha visto al Padre!» La gente no debe pensar que Dios está lejos de nosotros, como alguien distante y desconocido. Quien quiere saber cómo es y quién es Dios, basta que le mire a Jesús. El lo ha revelado en las palabras y en los gestos de su vida. «¡El Padre está en mí y yo estoy en el Padre!» A través de su obediencia, Jesús está totalmente identificado con el Padre. En cada momento hacía lo que el Padre mostraba que había que hacer (Jn 5,30; 8,28-29.38). Por esto, en Jesús, ¡todo es revelación del Padre! Y las señales o las obras de Jesús ¡son obras del Padre! Como dice la gente: «¡Este hijo le ha cortado la cara a su padre!» Por esto, en Jesús y por Jesús, Dios está en medio de nosotros.

• Juan 14,12-14: Promesa de Jesús. Jesús hace una promesa para decir que la intimidad que él tiene con el Padre no es un privilegio que sólo le pertenece a él, sino que es posible para todos aquellos que creen en él. Nosotros también, a través de Jesús, podemos llegar a hacer cosas bonitas para los demás como Jesús hacía para la gente de su tiempo. El va a interceder por nosotros. Todo lo que la gente le pide, él lo va a pedir al Padre y lo va a conseguir, con tal que sea para servir. Jesús es nuestro defensor. El se va, pero no nos deja sin defensa. Promete que va a pedir al Padre que envíe a otro defensor o consolador, el Espíritu Santo. Jesús llega a decir que precisa irse ahora, porque, de lo contrario, el Espíritu Santo no podrá venir (Jn 16,7). Es el Espíritu Santo el que realizará las cosas de Jesús en nosotros, si actuamos en nombre de Jesús y observamos el gran mandamiento de la práctica del amor.

4) PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

• Conocer a Jesús es conocer al Padre. En la Biblia “conocer a una persona” no es una compensación intelectual, sino que implica también una profunda experiencia de la presencia de esta persona en la vida. ¿Conozco a Jesús?

• ¿Conozco al Padre?

5) ORACIÓN FINAL

Los confines de la tierra han visto
la salvación de nuestro Dios.
¡Aclama a Yahvé, tierra entera,
gritad alegres, gozosos, cantad! (Sal 98,3-4)

Vivir unidos a la vid

En estas semanas de Pascua el Señor nos ofrece y nos regala la Buena Noticiacon comparaciones, parábolas, alegorías… todo lo que es fácil para que le entendamosy sepamos quién es Él. Hoy nos habla de la alegoría de la vid y los sarmientos. Días atrás nos ha dicho que era el buen Pastor, y hoy nos dice que Él es la Vid, y para que entendamos mejor esta alegoría, nos la explica Él mismo. La vamos a oír en el texto del Evangelio de San Juan, capítulo 15, versículo 1 y 8. La escuchamos con toda atención:

Yo soy la Vid verdadera y mi Padre es el Labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he dicho: permaneced en mí y Yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la Vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca. Luego lo recogen, lo echan al fuego y arde. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos.

Después de escuchar todo lo que Jesús nos dice de cómo es Él, nos ponemos y nos situamos en donde está Jesús en estos momentos. Nos vamos al Cenáculo: Jesús se está despidiendo de sus discípulos, le da pena separase de ellos, y para que no se queden solos les regala la Eucaristía. Y ahora, antes de separarse, para que sepan cómo tienen que vivir su vida con Él, les explica la bellísima alegoría de la vid.Escuchamos a Jesús y le oímos decir: “Mirad, Yo soy la Vid verdadera, una vid ideal,una vid perfecta, que no se consume, que no se pierde, que da fruto. Y mi Padre es el Labrador, el que nos poda, el que nos limpia, el que da y hace que esta vid dé fruto. Pero mirad también: todo sarmiento que no dé fruto, lo quita y lo poda y lo limpia,para que dé más fruto”.

Y viendo que sus discípulos le miraban con interrogación y con congoja, les dicecon todo cariño y con todo amor: “No, vosotros estáis ya limpios por la palabra que Yo os he dado, pero tenéis que permanecer en mí, porque si no permanecéis, os vaciaréis, lo pasaréis mal, vuestra vida estará sin fruto y no tendréis nada. Tenéis que estar unidos a mí. Tenéis que estar unidos. Como el sarmiento no puede dar de por sí frutosi no está unido a la vid, así vosotros tenéis que estar unidos a mí”. Y más de una vez les repite: “Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos. Si estáis conmigo, si recibís mispalabras, daréis fruto, porque Yo os quiero mucho; igual que el Padre me ha amado a mí, así también os amo Yo. Y antes de irme, quiero que sepáis y que viváis la vida con toda felicidad y que estéis fuertes en la fe y que deis fruto y que podáis comunicar a los demás el gozo de la alegría y el gozo de la felicidad y del amor que Yo os tengo. Pero es que antes os tengo que limpiar, os tengo que podar. Permaneced en mí. Si permanecéis y perseveráis en mí, el fruto que deis será la gloria de mi Padre y será gloria para todos”.

Querido amigo, escuchamos a Jesús con todo cariño y le agradecemos que nos haya dicho esta lección tan fuerte a través de esta alegoría: Jesús quiere que estemos unidos a la vid. ¿Cuál es la vida, cómo es la vida de alguien que no está unido a Él? Una vida vacía, una vida sin ilusión, una vida que no tiene sentido, una vida de inquietud, una vida de no creer, de estar siempre buscando razones; y no, tenemos que estar unidos a la vid. Él quiere que demos fruto y que estemos unidos a Él. Y Él nos cuida y Él nos va a atender y Él nos va a podar y nos va a cortar todos esos sarmientos inútiles, esas fuerzas que salen de nuestro interior y de nuestra vida, que no le dejamos actuar, esas fuerzas que salen, que nos arruinan, que hacen que nos desentendamos de Él; y seremos así sarmientos desgajados de Él, secos, no valdremos para nada sino para ser quemados.

¡Qué preciosa la lección de hoy, Jesús: tengo que estar unida a ti! ¡Y qué feliz se es y qué feliz es la vida cuando estamos en pleno contacto contigo, cuando estamos en tu corazón, y ahí metidos, bebemos esa savia que eres Tú, esa savia que es el amor! Cuando nos quemamos así, cuando estamos ahí enganchados a tu vid, entonces sí que damos fruto, sí que realmente nos llenamos de ti. Yo te pido hoy que esté unida a tu corazón, que entre ahí, porque Tú eres el libro en el que tengo yo que meditar, reflexionar y aprender. Aquí aprenderé a estar unido a ti, aprenderé todas las actitudes tuyas los valores, las formas de acción, de pensar, de hablar. Ésa es la verdadera vid, porque Tú eres el asilo de las personas más miserables, como yo. Porque Tú coges siempre lo más miserable y le das vida. Me meteré en el fondo de tu corazón y allí me purificarás, me podarás, me inflamarás, y me acercaré a tu horno, y allí dejaré todo, y Tú cambiarás mis miserias, mis pobrezas en una gran riqueza de amor.

Yo te pido hoy que sepa arrojarme en tu corazón, que sepa estar unido a ti, que sepa pasar mis días llenos de ti. ¡Qué triste es pasar días y días sin ti! Cuando en el fondo piensas y reflexionas estos días, te sientes mal, te sientes pequeña, te sientes vacía y buscas y buscas… Que yo no sepa nunca desengancharme de ti y aprovechar esa savia que nutre, que da fuerza, que eres Tú, Señor. Esta unión contigo sé que es indispensable para dar fruto. Y qué triste es hacer actos, hacer cada día, cumplir misdeberes, hacer todo… pero sin ti. Sin ti será mi vida estéril, triste; y mis talentos, mis comportamientos, mis méritos, todo… serán vacíos porque están desgajados de ti.Quiero estar unido y no seco. Cuántas formas de estar unidas a ti: la Eucaristía, laPalabra… Cómo Tú has dicho más de una vez: “Sin mí no podéis dar fruto. El que no está unido a mí no da nada de fruto”. Y hoy, Señor, me quieres decir tantas cosas… me quieres decir tanto… Hoy, así, escuchándote, te pregunto: “¿Qué quieres? ¿Qué esperas de mí?”. Y entonces oiré: “Que permanezcas en mí para que des fruto”.

Tres verbos se me han quedado profundamente al leer este texto y al oírte a ti, Jesús: permanecer, podar, producir. Tengo que permanecer en ti. Tengo que dejarme podar, porque yo sola no doy buen fruto, porque sin ti no puedo hacer nada. Porque como dice San Pablo en la Carta a los Filipenses: “Todo lo puedo en Aquél que me da fuerza”. Sin Él, ¿qué sería? Porque si estoy unido a ti, vivo mi fe, vivo en el amor. ¡Pódame, Señor, pódame de tantos egoísmos, erradica de mí esas ambiciones, esos orgullos, esas vanidades, esa savia mala, esos brotes que son superfluos y que absorben la savia tuya y que no dan ningún fruto! Tú quieres una vida fiel, una vida llena de ti, una vida ofrecida, pero qué poco trabajo en esto… También me alegra, Señor, que Tú nunca abandonas a tu vid, Tú la cuidas, tu Padre la poda, la cuida.

Pero hoy se me repite mucho: “Permaneced en mí”. Y me quedo con esta fraserepetitiva y le doy vueltas y la pienso: “Permaneced en mí… Permanece en mí… Permanece en mí… porque ahí está la felicidad de mi vida, la verdadera alegría interior”. Que yo centre mi vida, que haga mi proyecto contigo, siempre contigo. Ahorarecuerdo que Juan Sebastián Bach empezaba siempre y encabezaba sus partituras conlas iniciales “J.J.” (Jesu, juva «Jesús, ayúdame»). Hoy te digo también: “Jesús, ayúdame.Pero estate conmigo para que yo florezca, para que dé buen fruto. Y no temas podarme, no temas cortarme y quitarme todo lo que veas. Corta, poda, quema, endereza, refuerza, dispón a tu gusto de este pobre sarmiento que soy yo para que pueda dar fruto de verdad, que es lo que Tú quieres, porque sin ti no puedo hacernada”.

Me quedo ahí, mirándote y escuchándote y me repites sólo eso: “Permanece en mí, que Yo permanezco en ti… Permanece en mí, que Yo permanezco en ti…”. Quenunca nada ni nadie jamás me separe de ti. Ayúdame en el trabajo de estar siempre unida a ti, porque así seré feliz y haré felices a los demás.

Francisca Sierra Gómez

 

Sin cepas no hay uvas

Los símiles empleados por Jesús para definirse: «Yo soy la puerta, la luz, la vida, el camino, la verdad, el buen pastor, el dueño de la hacienda que contrata jornaleros…, no son sino acicate y estímulo para que permanezcamos unidos a él y demos fruto abundante; representan la «hoja de ruta» de nuestra trayectoria como sus leales seguidores… Hoy ha decidido compararse con la vid, esa planta maravillosa con la que deben estar compenetrados los sarmientos para que produzcan frutos. Nuestro papel, en este escenario, es precisamente el de los sarmientos. Y Jesús nos previene de que los que son improductivos por no estar adheridos a la vid son desechados inmediatamente, pasando a ocupar un rincón irrelevante en el basurero del olvido. Y, como broche de oro y colofón, afirma taxativamente: «Sin mí, no podéis hacer nada».

Los humanos somos a veces tan ilusos que pensamos que podemos todo o casi todo, y trabajamos y nos esforzamos para llevar a cabo proyectos, actividades, técnicas novedosas de apostolado, y así poder lucirnos esperando ingenuamente el aplauso: «es nuestra obra». Damos la impresión de no haber leído el evangelio, o de haberlo hecho de corrida. Se infla nuestro negó» y sacamos pecho en el que colocamos medallas, trofeos y condecoraciones.

Sin embargo, tenemos que reconocer y aceptar que, si no estamos seriamente unidos a Jesús, toda nuestra actividad se desvanece y vuela por los aires como hoja de otoño que se tambalea por el aire hasta la nada del suelo… la relación de los cristianos con la persona de Jesús yo la compararía con una gran sociedad mercantil en la que él es el empresario y nosotros desempeñamos el oficio de modestos operarios. Él crea el negocio, planifica ordenadamente lo que pretende y los medios con que cuenta, proporciona puestos de trabajo, calcula los sueldos adecuados de sus subordinados… y nosotros somos los «currantes» que, sin ninguna relevancia ni vistosidad, cumplimos con el deber que se nos ha encomendado… Sin la figura del empresario, sin un cerebro dirigente, nuestro esfuerzo sería inútil, baldío e iríamos directamente al precipicio.

La expresión de Jesús: «Sin mí, no podéis hacer nada» ha de interpretarse, no como signo de «prepotencia» vanidosa por su parte, sino más bien como muestra de afecto delicado y como una invitación cariñosa a que contemos con él; Jesús no sugiere ningún tipo de infantilismo, sino que nos alecciona encarecidamente a que estemos unidos a su persona, no sea que nos desviemos de él y nos hagamos daño.

Cerca de mi domicilio hay un espléndido jardín, con una fuente en medio, una buena colección de bancos donde reposar y anchos espacios que facilitan la profusión de bicicletas, patines, niños, palmeras y abundancia de pajarillos juguetones. Ayer, estaba yo sentado en uno de esos bancos contemplando a uno de esos niños de corta edad que, instalado en su triciclo, daba vueltas y más vueltas alrededor de la fuente a una velocidad quizá excesiva para un niño de cuatro años. En cada vuelta, dirigía la mirada hacia su madre, sentada en un banco, y le decía: «¡Mamá, mira cómo ando!». La madre sonreía hasta la siguiente vuelta, y otra vez: «¡Mamá, mira cómo ando!.». Y la madre volvía a sonreír… La pobre criatura ignoraba que la velocidad que alcanzaba el triciclo no era debida a su pericia o su fuerza, sino a que detrás, sin que el niño le viera, le estaba empujando su padre.

Pedro Mari Zalbide

Ecclesia in Medio Oriente – Benedicto XVI

SEGUNDA PARTE

«El grupo de los creyentes tenía un solo corazón
y una sola alma
» (Hch 4,32)

37. La dimensión visible de la comunidad cristiana naciente es descrita por las cualidades inmateriales que muestran la koinoniaeclesial: un solo corazón y una sola alma, manifestando así el sentido profundo del testimonio. Es reflejo de una interioridad personal y comunitaria. Dejándose moldear en el interior por la gracia divina, toda Iglesia particular puede reencontrar la belleza de la primera comunidad de los creyentes, cimentada en una fe animada por la caridad, que caracteriza a los discípulos de Cristo ante los ojos de los hombres (cf. Jn 13,35). La koinonia da consistencia y coherencia al testimonio, y requiere una conversión permanente. Ésta perfecciona la comunión y consolida a su vez el testimonio. «Sin comunión no puede haber testimonio: el gran testimonio es precisamente la vida de comunión»[31]. La comunión es un don que debe ser plenamente aceptado por todos y una realidad que se ha de construir sin cesar. En este sentido, invito a todos los miembros de las Iglesias en Oriente Medio a reavivar la comunión, cada uno según su vocación, con humildad y con oración, para llegar a la unidad por la que oró Jesús (cf. Jn 17,21).


[31] Cf. Homilía en la apertura de la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio  (10 octubre 2010): AAS102 (2010), 805.

Domingo V de Pascua

Jesús se despide de sus amigos más íntimos con una recomendación, que es también un imperativo: Permaneced en mí. El verbo griego méno no tiene ningún significado sobrenatural. Y no se refiere a permanecer unidos con Jesús por medio de la gracia divina. Tal cosa no estaba (ni podía estar) en la mente de aquellos hombres. Lo que Jesús les pide a los discípulos es que se mantengan firmes y tengan consistencia en lo que han aprendido y vivido junto a él.

El motivo de esta petición radica en que, solo manteniéndose firmes y fieles a lo que han aprendido y vivido con Jesús, solo así, podrán producir los frutos que de ellos se esperan en la vida. Jesús, en el tiempo que convivió con sus discípulos, no fundó una institución, ni estableció un reglamento, ni dio unas normas o redactó una constitución, ni menos aún puso en marcha una empresa. Jesús fue derecho al fondo de lo que es determinante en la vida: vivió de forma que cambió la mentalidad y el corazón de aquellos hombres. Así, les contagió una mística. Y quedaron marcados con una espiritualidad.

Así nació aquel «movimiento de carismáticos itinerantes». Un grupo de personas dotadas de un carisma, el don de ejercer autoridad, sin basarse en instituciones y funciones previas. Aquel grupo que, como Jesús, pronto entró en conflicto con las instituciones, tuvo una fuerza de cambio tan fuerte, que desde entonces se inició una nueva etapa en la historia de la cultura y también en las esperanzas para este mundo.

José María Castillo

Domingo V de Pascua

Firmes creyentes en la Resurrección de Jesús, por todo lo visto y reflexionado en los cuatro últimos domingos, la liturgia de este 5º domingo nos invita a una total transformación.

San Juan en la segunda lectura (1ª Jn. 3, 18-24) nos señala perfectamente en qué consiste esa profunda transformación: “Que creamos en Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros, según el mandamiento que nos ha dado”.

La primera lectura (Hch. 9, 26-31) viene en nuestro auxilio ofreciéndonos un caso modélico de conversión: la de San Pablo.

De perseguidor de cristianos se convierte en uno de sus más fervientes defensores. Convencido de su error y arrepentido de él se transforma totalmente en otra persona. Nuevos criterios, nuevas valoraciones, nuevas amistades, nueva vida.

Sin duda que la intención de la Liturgia es animarnos a que también nosotros decidamos transformarnos confiados en que, si lo pudo hacer San Pablo, también está en nuestras manos conseguirlo si es que ponemos los medios que puso él.

Esta es la clave del asunto. Conseguiremos sus mismos resultados si “hacemos” lo que él hizo.
Precisamente “eso” que él hizo es lo que nos ofrece la tercera lectura. ( Jn. 15, 1-8) El gran recurso para el cambio de nuestras vidas está en que nos agarremos fuertemente a Cristo.
Su referencia a la vid y los sarmientos es extraordinariamente aclaratoria.

Lo mejor es recordar las mismas palabras de Jesús. “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no estáis unidos a mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada”.

Jesús es el soporte de nuestra nueva edificación. La piedra angular de la que hablaba San Pedro en una de sus primeras predicaciones. (1ª Pe. 2,8) Quien no construye sobre él, lo dijo Jesús en otra ocasión, es como quien construye una casa sobre arena. Cuando lleguen los vientos y las aguas, cuando empiecen a surgir las dificultades, se vendrá abajo por falta de cimiento sólido. (Mt. 7, 24-27)

Sin embargo, quien construye sobre Cristo, construye firme; quien se aferra a la vid como un sarmiento, da fruto abundante porque ya no vive por su cuenta sino nutrido y sostenido por el mismo jugo de la vid.

Razonamientos como estos alejan de nosotros los miedos que puedan surgir en nuestra cabeza, si nos decidimos a cambiar y a seguir más estrechamente a Jesús, que lo que lo venimos haciendo hasta ahora.

No tengamos moral de derrota por intentos anteriores fallidos.

En la segunda lectura nos decía San Juan: “Lo que le pidamos nos lo concederá porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada”.

No hay miedo al fracaso si nos mantenemos firmes en la guarda de los mandamientos. Si nos movemos en las orientaciones de Dios seremos sólidos, porque sólidos son esos mandamientos.

Sí tengamos miedo y obremos con fortaleza y decisión ante todo aquello que suponga un coqueteo con el mal. Somos demasiado débiles como para juguetear impunemente con la mundanidad.

Si andamos por terrenos movedizos lo más seguro es que terminemos tragados por el fango.

Tampoco tengamos miedo a salir perdiendo en el cambio de vida. Dios solamente pide que renunciemos a todo aquello que nos envilece, que nos degrada como personas, que nos convierte en lobos para los demás, recordando la famosa expresión de Hobbes, a mediados del siglo XVII. El mundo de instintos animales, muchas veces reforzados por un torpe uso de la razón, convierten a la sociedad en una especie de guerra de todos contra todos, por seguir con el mismo autor en su famoso Leviatán.

Dios jamás nos pide que renunciemos a algo que sea noble y digno. ¿Cómo lo iba hacer si precisamente Jesús nos habla de ser perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto? (Mt. 5,48)

No tengamos pena por perder amigos, relaciones, la dulce vida, etc. porque todo eso, es nada en comparación con seguir fielmente a Jesús.

San Pablo les exponía esta idea a los cristianos de Filipos: (3,7-9) “Todo lo que tuve entonces por ventaja, lo juzgo ahora daño por Cristo; más aún, todo lo tengo por pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien he sacrificado todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar a Cristo y encontrarme en él”

Nada es comparable con que la conciencia no nos acuse, decía San Juan en la segunda lectura.
La vida que nos ofrece Jesús es la que nos hace mirar a Dios como nuestra meta y al prójimo como a nuestros compañeros de ese viaje a Dios.

San Juan nos lo resumía así: “Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros, según el mandamiento que nos ha dado. El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él”.

Referentes al amor al prójimo hay un detalle que no debemos pasar por alto. Una de las grandes ayudas que tuvo San Pablo en los difíciles momentos de su conversión fue la comprensión de los cristianos. Al principio, como era lógico, recelan de él. No era para menos, sabiendo que llevaba cartas que le autorizaban a detener a los cristianos. Una vez aclarada la situación le admiten sin limitaciones y le ayudan en todo aquello que necesita. Una buena disposición que debemos tener también nosotros ante aquellos que arrepentidos se nos acercan en demanda de comprensión. Y esto vale tanto en el campo de lo religioso como en cualquiera otro. El arrepentido no puede recibir de nosotros más que lo que le ofrecería Jesús: unos brazos abiertos.

A esto se refería San Juan cuando nos ha dicho: “Amémonos no de palabra ni de boquilla, sino con obras y de verdad”.

Toda esta grandeza que nos ofrece la Resurrección de Jesús no es para extasiarnos este rato que dedicamos a Dios cada domingo. NO. Es para meditarlo despacio y dejarnos empapar por su contenido de modo y manera que se convierta en un verdadero acicate de una nueva vida que nos promete y a la que nos invita Jesús, el Resucitado. AMÉN

Pedro Sáez

Siguiendo su camino

Hay personas, familias, instituciones, sociedades que calificamos como rocosas, sólidas. Apenas sufren vacilaciones y superan las crisis con cierta facilidad.

En el evangelio de hoy Jesús invita a sus discípulos a “permaneced en su amor”. El lugar y el tiempo en los cuáles se desarrolla ésta conversación de Jesús con los suyos es en la sobremesa de la última cena cuando Jesús se despide. Por tanto se respira un ambiente cálido, emotivo, con sabor a despedida, pues al día siguiente, viernes, en una carrera galopante Jesús es apresado, condenado a muerte y muere crucificado. En este momento les invita a “permaneced en mi amor”. Se vale de la parábola de la viña. A través de la cual nos da una lección de cómo enfocar nuestra vida, de cómo lograr que sea fructífera. Una de las características más importantes del amor es la permanencia. Cuánta necesidad tiene nuestra sociedad de personas de principios, con entereza, de quienes o para quienes la palabra entraña valor, frente a tantos vacilantes, volubles. El adverbio “siempre” es uno de los más queridos y que mejor define al amor. Si cambia continuamente no es fiable ese amor. Por lo cual tan fundamental, como la acción de permanecer, es en qué permanecemos. Porque si permanecemos, si nos mantenemos en la verdad, en la alegría o buen humor, en la ternura, en la justicia, en la generosidad, en la humildad…, entonces, adelante. Pero si permanecemos en la violencia, en la mentira, en el egoísmo, en las diferencias, en la cobardía, en la corrupción entonces estamos equivocados.

Abundan las aplicaciones a nuestra vida. Basta echar una mirada a nuestro interior y a lo exterior. Tienen que transcurrir sesenta años para reconocer (y esto a medias) posturas hirientes o siglos para admitir desigualdades e injusticias. Quizá esta tozudez se deba a la falta de savia. Jesús decía:“ Yo soy la verdadera vid mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no dé fruto lo arranca, y a todo el que dé fruto lo poda”.

Una aspiración humana de las más nobles y deseadas es que nuestra vida sea fructífera. Que produzcamos frutos de bien en los diversos aspectos de nuestra existencia. Si hemos elegido el camino que representa, que encarna Jesús, pues se dan otros caminos que no coinciden exactamente con el de Cristo. Es preciso que la savia (el espíritu, la gracia de Jesús) del tronco de la vid circule, llegue a las ramas, a los sarmientos, que somos nosotros, cristianos de a pie. Ese intercambio, ese fluir entre la raíz y los sarmientos se realiza profundamente en la afirmación de San Pablo: “Vivo yo. No vivo yo. Cristo vive en mí”. Aquí tiene sentido la oración, (que, según Santa Teresa de Ávila, es hablar con un amigo. En este caso, con Jesús). Por eso no es extraño que observando el vivir de cada día observemos variedad de obras buenas. Si bien no basta que la solidez se fundamente en estar inscrito en el libro de Bautizos parroquial o en que sigue los cursos escolares en un centro religioso.

La prueba, de que estamos con Él, se basa, depende de que demos buenos frutos, de que hagamos buenas acciones. En este capítulo entran las Bienaventuranzas, los Mandamientos, resumidos en dos: amor a Dios y al prójimo y, según respondamos a la única pregunta del juicio final: ”tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y…”. El tronco (Cristo) y los sarmientos (nosotros) nos necesitamos mutuamente. El tronco da sus frutos a través de las ramas, de los sarmientos. Sin nuestros pies, sin nuestros labios, sin nuestro corazón…la acción de Jesús queda paralizada.

Josetxu Canibe

Creer

La fe no es una impresión o emoción del corazón. Sin duda, el creyente siente su fe, la experimenta y la disfruta, pero sería un error reducirla a «sentimentalismo». La fe no es algo que depende de los sentimientos: «ya no siento nada… debo estar perdiendo la fe». Ser creyentes es una actitud responsable y razonada.

La fe no es tampoco una opinión personal. El creyente se compromete personalmente a creer en Dios, pero la fe no puede ser reducida a «subjetivismo»: «yo tengo mis ideas y creo lo que a mí me parece». La realidad de Dios no depende de mí, ni el cristianismo es fabricación de cada uno.

La fe no es tampoco una costumbre o tradición recibida de los padres. Es bueno nacer en una familia creyente y recibir desde niño una orientación cristiana de la vida, pero sería muy pobre reducir la fe a «costumbre religiosa»: «en mi familia siempre hemos sido muy de Iglesia». La fe es una decisión personal de cada uno.

La fe no es tampoco una receta moral. Creer en Dios tiene sus exigencias, pero sería una equivocación reducirlo todo a «moralismo»: «yo respeto a todos y no hago mal a nadie». La fe es, además, amor a Dios, compromiso por un mundo más humano, esperanza de vida eterna, acción de gracias, celebración.

La fe no es tampoco un «tranquilizante». Creer en Dios es, sin duda, fuente de paz, consuelo y serenidad, pero la fe no es sólo un «agarradero» para los momentos críticos: «yo cuando me encuentro en apuros acudo a la Virgen». Creer es el mejor estímulo para luchar, trabajar y vivir de manera digna y responsable.

La fe comienza a desfigurarse cuando se olvida que, antes que nada, es un encuentro personal con Cristo. El cristiano es una persona que se encuentra con Cristo y en él va descubriendo a un Dios Amor que cada día le convence y atrae más. Lo dice muy bien Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor» (1 Jn 4, 16).

Esta fe sólo da frutos cuando vivimos día a día unidos a Cristo, es decir, motivados y sostenidos por su Espíritu y su Palabra: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada».

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 28 abril

Seamos honestos: ¿qué vemos cuando vemos a Jesús? ¿De verdad descubrimos inmediatamente a Dios cuando miramos a Cristo? ¿No esperamos, en realidad, secretamente, que haya algo más de lo que vemos y tenemos, algo más que Cristo para llegar a Dios? ¿No nos parece poco el Evangelio? ¿No deberíamos abandonarnos al Espíritu, que es mayor que Cristo y más libre y más capaz de transformarnos?

Puede que Felipe no fuera versado en latines, pero tampoco era ingenuo. La suya es una de las peticiones más complejas y más profundas del Evangelio: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». ¿Es que acaso Felipe no comprendía a aquel por quien había dejado casa, tierra y heredad? ¿Acaso era completamente sordo a sus palabras, absolutamente ciego a sus obras? Quizá no fuera esto… Quizá pensara, inconscientemente, que un hombre es poca cosa para mostrarnos a Dios, por más que sea su Mesías. ¿Es tan descabellada esta inquietud? ¿Acaso no quedaría algo por decir acerca de Dios cuando Jesús murió? ¿No habría algo más allá, algo por descubrir? ¿Estamos condenados a vivir de palabras y obras tan limitadas y lejanas en el tiempo como las del Nazareno?

Después de veinte siglos de cristianismo, ya no nos es tan difícil comprender lo que les costaba entender a los judíos con quienes se encontraron Pablo y Bernabé: que el Evangelio de Jesús es para todos. Pero –al menos a mi juicio- la petición de Felipe sigue en pie: seguimos sospechando que Jesús no es todo el Evangelio. La vieja utopía de Joaquín de Fiore, que anunciaba la irrupción de una edad en que Cristo sería superado por el Espíritu, ¿no está en el fondo de muchas de nuestras quejas, de nuestros escepticismos, de nuestro anticlericalismo, de nuestra tibieza?

Si en Cristo lo tenemos todo, porque Él está en el Padre y el Padre en Él, ¿qué más necesitamos para vivir a fondo y dar a conocer su salvación? Nos llevará toda una vida entrar por la puerta que es Cristo, porque la fe requiere la paciencia y la mansedumbre de lo que se arraiga poco a poco. Ahora bien, si ya hemos conocido la puerta de Dios, ¿por qué andar tanteando la pared en busca de ventanas?

Adrián de Prado, cmf.