Vísperas – Lunes V de Pascua

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: CANTARÁN, LLORARÁN RAZAS Y HOMBRES

Cantarán, llorarán razas y hombres,
buscarán la esperanza en el dolor,
el secreto de vida es ya presente:
resucitó el Señor.

Dejarán de llorar los que lloraban,
brillará en su mirar la luz del sol,
ya la causa del hombre está ganada:
resucitó el Señor.

Volverán entre cánticos alegres
los que fueron llorando a su labor,
traerán en sus brazos la cosecha:
resucitó el Señor.

Cantarán a Dios Padre eternamente
la alabanza de gracias por su don,
en Jesús ha brillado su Amor santo:
resucitó el Señor. Amén.

SALMODIA

Ant 1. No temáis, yo he vencido al mundo. Aleluya.

Salmo 10 – EL SEÑOR ESPERANZA DEL JUSTO

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?»

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo detesta.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No temáis, yo he vencido al mundo. Aleluya.

Ant 2. Se hospedará en tu tienda, habitará en tu monte santo. Aleluya.

Salmo 14 – ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aún en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Se hospedará en tu tienda, habitará en tu monte santo. Aleluya.

Ant 3. Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Aleluya.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Aleluya.

LECTURA BREVE   Hb 8, 1b-3a

Tenemos un sumo sacerdote que está sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos. Él es ministro del santuario y de la verdadera Tienda de Reunión, que fue fabricada por el Señor y no por hombre alguno. Todo sumo sacerdote es instituido para ofrecer oblaciones y sacrificios.

RESPONSORIO BREVE

V. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.
R. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.

V. Al ver al Señor.
R. Aleluya. Aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que os he dicho. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que os he dicho. Aleluya.

PRECES

Con espíritu gozoso, invoquemos a Cristo, a cuya humanidad dio vida el Espíritu Santo, haciéndolo fuente de vida para los hombres, y digámosle:

Renueva y da vida a todas las cosas, Señor.

Cristo, salvador del mundo y rey de la nueva creación, haz que, ya desde ahora, con el espíritu vivamos en tu reino,
donde estás sentado a la derecha del Padre.

Señor, tú que vives en tu Iglesia hasta el fin de los tiempos,
condúcela por el Espíritu Santo al conocimiento de toda verdad.

Que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren luz en tu victoria,
y que tu gloriosa resurrección los consuele y los conforte.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Al terminar este día, te ofrecemos nuestro homenaje, oh Cristo, luz imperecedera,
y te pedimos que con la gloria de tu resurrección ilumines a nuestros hermanos difuntos.

Porque Jesucristo nos ha hecho participar de su propia vida, somos hijos de Dios y por ello nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, que unes en un mismo sentir los corazones de los que te aman, impulsa a tu pueblo a amar lo que pides y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad de las cosas humanas, estén firmemente anclados nuestros corazones en el deseo de la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 30 de abril

Lectio: Lunes, 30 Abril, 2018

Tiempo de Pascua

1) ORACIÓN INICIAL

¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones están firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor.

2) LECTURA

Del Evangelio según Juan 14,21-26

El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» Le dice Judas -no el Iscariote-: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

3) REFLEXIÓN

• Como dijimos anteriormente, el capítulo 14 de Juan es un bonito ejemplo de cómo se practicaba la catequesis en las comunidades de Asia Menor al final del siglo primero. A través de las preguntas de los discípulos y de las respuestas de Jesús, los cristianos se iban formando la conciencia y encontraban una orientación para sus problemas. Así, en este capítulo 14, tenemos la pregunta de Tomás y la respuesta de Jesús (Jn 14,5-7), la pregunta de Felipe y la respuesta de Jesús (Jn 14,8-21), y la pregunta de Judas y la respuesta de Jesús (Jn 14,22-26). La última frase de la respuesta de Jesús a Felipe (Jn 14,21) constituye el primer versículo del evangelio de hoy.

• Juan 14,21: Yo le amaré y me manifestaré a él. Este versículo es el resumen de la respuesta de Jesús a Felipe. Felipe había dicho: “¡Muéstranos al Padre y esto nos basta!” (Jn 14,8). Moisés había preguntado a Dios: “¡Muéstranos tu gloria!” (Es 33,18). Dios respondió: “No podrás ver mi rostro, porque nadie podrá verme y seguir viviendo” (Es 33,20). El Padre no podrá ser mostrado. Dios habita una luz inaccesible (1Tim 6,16). “A Dios nadie le ha visto nunca” (1Jn 4,12). Pero la presencia del Padre podrá ser experimentada a través de la experiencia del amor. Dice la primera carta de San Juan: “Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. Jesús dice a Felipe: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama, será amado de mi Padre. Y yo le amaré y me manifestaré a él”. Observando el mandamiento de Jesús, que es el mandamiento del amor al prójimo (Jn 15,17), la persona muestra su amor por Jesús. Y quien ama a Jesús, será amado por el Padre y puede tener la certeza de que el Padre se le manifestará. En la respuesta a Judas, Jesús dirá cómo acontece esta manifestación del Padre en nuestra vida.

• Juan 14,22: La pregunta de Judas, pregunta de todos. La pregunta de Judas: “¿Qué pasa que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” Esta pregunta de Judas refleja un problema que es real hasta hoy. A veces, aflora en nosotros los cristianos la idea de que somos mejores que los demás y que Dios nos ama más que a los otros. ¿Hace Dios distinción de personas?

• Juan 14,23-24: Respuesta de Jesús. La respuesta de Jesús es sencilla y profunda. El repite lo que acabó de decir a Felipe. El problema no es si los cristianos somos amados por Dios más que los otros, o si los otros son despreciados por Dios. No es éste el criterio de la preferencia del Padre. El criterio de la preferencia del Padre es siempre el mismo: el amor. «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. Quien no me ama, no guarda mis palabras”. Independientemente del hecho que la persona sea o no cristiana, el Padre se manifiesta a todos aquellos que observan el mandamiento de Jesús que es el amor por el prójimo (Jn 15,17). ¿En que consiste la manifestación del Padre? La respuesta a esta pregunta está impresa en el corazón de la humanidad, en la experiencia humana universal. Observa la vida de las personas que practican el amor y hacen de su vida una entrega a los demás. Examina tu propia experiencia. Independientemente de la religión, de la clase, de la raza o del color, la práctica del amor nos da una paz profunda y una alegría que consiguen convivir con el dolor y el sufrimiento. Esta experiencia es el reflejo de la manifestación del Padre en la vida de las personas. Y es la realización de la promesa: Yo y mi Padre vendremos a él y haremos morada en él.

• Juan 14,25-26: La promesa del Espíritu Santo. Jesús termina su respuesta a Judas diciendo: Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Jesús comunicó todo lo que oyó del Padre (Jn 15,15). Sus palabras son fuente de vida y deben ser meditadas, profundizadas y actualizadas constantemente a la luz de la realidad siempre nueva que nos envuelve. Para esta meditación constante de sus palabras Jesús nos promete la ayuda del Espíritu Santo: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

4) PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

• Jesús dice: Yo y mi Padre vendremos a él y haremos morada en él. ¿Cómo experimento esta promesa?

• Tenemos la promesa del don del Espíritu para ayudarnos a entender la palabra de Jesús. ¿Invoco la luz del Espíritu cuando voy a leer y a meditar la Escritura?

5) ORACIÓN FINAL

Todos los días te bendeciré,
alabaré tu nombre por siempre.
Grande es Yahvé, muy digno de alabanza,
su grandeza carece de límites. (Sal 145,2-3)

Anticipos eucarísticos en el Antiguo Testamento

La Eucaristía definida por el Concilio Vaticano II como fuente de la cual mana toda la gracia de Dios en vistas a la santificación del ser humano y a la glorificación de Dios (Sacrosanctum Concilium 10), constituye un momento fundamental de encuentro con el Dios Trinidad (Aparecida). Y, en este año 2018 y a nivel nacional, la Eucaristía tendrá un lugar central en las reflexiones y proyectos pastorales. Este año celebraremos un Congreso Eucarístico, un tiempo propicio para revisar cuáles son nuestras actitudes ante el Misterio del Cuerpo de Cristo y también como la Eucaristía posee consecuencias sociales, políticas, ecológicas, evangelizadoras, culturales. No celebramos sólo el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús cada domingo, sino que hemos de vivir toda nuestra vida como una “Eucaristía prolongada” (Alberto Hurtado).

Pero para amar de verdad el Misterio del cual somos partícipes, casi “consanguíneos” de Jesús, hemos de buscar en la Palabra de Dios, en la teología y en la espiritualidad algunas claves para entender más lo que celebramos. Así, y durante las próximas entregas de Rumbos, compartiré algunas reflexiones que surgen sobre la Eucaristía, comenzando por la lectura del Antiguo Testamento.

Un Dios creador del fruto de la tierra

La primera afirmación del Credo dice: “Creo en Dios Padre creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y de lo invisible”. Comprender la Eucaristía es asumir que la materia, que el mundo y lo que lo compone ha sido creación de Dios, y más específicamente, una creación bondadosa. El Dios que ha creado las cosas que nos rodean ha dejado su huella impresa en su creación, y por ello –y al decir de Leonardo Boff- “las cosas comienzan a hablar de Dios y Dios habla a través de las cosas”. Éste es el principio básico de la teología sacramental, entendido por sacramento todo signo visible, tangible –comible y bebible en el caso de la Eucaristía- que comunica la gracia invisible de Dios. Dios se vale de la materia creada por Él para invitar a los hombres a su compañía. Por lo tanto, la Eucaristía tiene que ver con un aspecto ecológico. Dios creador invita a que el hombre responda por la cocreación. Cada uno de nosotros estamos unidos a la tierra, a nuestro origen, representado en el pan y en el vino. Con la Eucaristía volvemos a la tierra de donde venimos porque el fruto de la tierra ingresa a nosotros. Por ello Dios invita al hombre a reconocerle en su creación, y lo realiza porque ella ya es revelación. Como sostiene Ruiz de la Pena (1996), la creación es “alocución comunicativa de Dios, comienzo de la historia salvífica y punto de partida del proceso de autodonación divina a sus criaturas”. El concepto de autodonación es profundamente llamativo. ¿Qué es el don de Dios? ¿Qué relación existe entre el don de la creación y el don de la Eucaristía? ¿Por qué podemos hacer dialogar creación, tierra, pan, uvas, manos que trabajan y Eucaristía? En primer lugar “don” significa regalo, y regalo está asociado a cumpleaños, navidades, aniversarios. Pero, ante todo el “donde Dios” es Dios mismo dándose en las cosas creadas. Y donándose de manera suprema en su Hijo Jesús (cf. Jn 3, 16), quien a su vez se dona en el sacramento eucarístico.

Comer: aspectos sociales y prescripciones divinas

El biblista belga André Wenin sostiene que “desde la primera página de la Biblia se trata de comida”, y ese comer remite a la creación de la tierra y del mismo Adán, nombre que en hebreo significa “Tierra”. A su vez, la comida remite a la hospitalidad. Queremos detenernos en este último aspecto y para ello centrar nuestra atención en el capítulo 18 del Génesis, capítulo en el cual Dios se sienta a la mesa de Abraham y promete el nacimiento de Isaac. Estamos en presencia de un texto al que podemos llamar de “banquete divino” (Luis Maldonado, “Eucaristía en devenir”). Para Luis Maldonado existen dos tipos de banquete sagrado: uno, en el cual la comunidad religiosa tiene la convicción de que Dios es el comensal del banquete. El segundo tipo en el cual la comunidad interpreta que Dios no es sólo comensal, sino que Él mismo es la comida que se recibe y comparte.

Con el encuentro de convivencia entre Abraham y Dios estamos en presencia del primer tipo de comida sagrada. Dios es el peregrino que, viniendo de lejos, se sienta en nuestras mesas y comparte nuestros alimentos. La mesa, por lo tanto, y la comida compartida y su natural conversación, son espacios para encontrarnos con Dios y con los otros. Por ello, el comer tiene aspectos sociales y también prescripciones divinas. De hecho, podemos postular que la comida celebrada por Abraham es parte integradora de un evento mayor: la Alianza. El Dios de la Biblia es el que pacta acuerdos o alianzas con su pueblo. Dios promete tierra, descendencia y bendición y el pueblo se compromete a vivir en obediencia con Él a través de la atención y de la hospitalidad con el extranjero. Entonces, pareciera que la Eucaristía tiene que ver con una práctica social y política mayor. En la Eucaristía los creyentes debemos evaluar cuáles son nuestros niveles de humanidad, sobre todo con los extraños, con los migrantes, con los distintos. En la mesa de Abraham fueron los extranjeros los que tomaron sitio de honor, y todos tenemos un lugar en la mesa de la esperanza.

De esta manera, el comer y reunirse no adquieren sólo un carácter fisiológico o biológico, sino que posee un carácter social, político y cultural. La fe en el Dios de la Biblia pasa por reconocer cómo nuestras prácticas de humanidad manifiestan concretamente a ese mismo Dios. Las prescripciones bíblicas no pueden reducirse a un conjunto de ideas, sino que deben configurar nuestras brújulas para acceder a la realidad y, desde ella, al Misterio de Dios.

La Pascua: liberación de la esclavitud y paso a la libertad celebrada en la comida

Si la comida con los extranjeros y la práctica de la hospitalidad la hemos propuesto como uno de los elementos centrales de la Alianza que Dios pactó con su Pueblo, esta Alianza tendrá su punto álgido en el acontecimiento de la Pascua. El gran mito fundacional de Israel, a saber, el paso de la esclavitud a la libertad se realiza en un contexto festivo, ritual, de comida y danza. El ser humano crea símbolos, ritos, fiestas para actualizar un acontecimiento de relevancia tal en su historia que exige ser recordado. Es lo que acontece con la Pascua judía. Es tal la carga simbólica y sacramental que autores como George Auzou habla de “el sacramento de la pascua liberadora”. La Pascua significa salida, movimiento de donación. Dios, en el gran Éxodo, camina con su Pueblo. La Pascua también es revelación: Dios muestra su poder a través de los signos realizados por su enviado Moisés. Dios es capaz de cruzar la frontera, escuchar el lamento de Israel y bajar a liberarlo para subirlo a una tierra que mana leche y miel (cf. Ex 3). Y ese acontecimiento, dice el Éxodo, debe realizarse para siempre como memorial perpetuo de la Alianza que Dios ha pactado con Israel y que debe celebrarse con una comida comunitaria (cf. Ex 12). Por ello, el ritual de la Pascua hasta el día de hoy repite: “Y contarás a tu hijo, en aquel día, diciéndole: A la vista de todo esto, Adonai actuó para mí, cuando yo salí de Egipto”. Por ello, la Pascua posee un carácter de esperanza en cuanto anticipa la liberación definitiva a la que aspira todo el género humano. Pascua que tendrá su culmen en la entrega definitiva del Hijo de Dios en la cruz.

Para la reflexión:

1.- ¿Estamos practicando una hospitalidad eucarística?

2.- ¿Qué lugar le damos a los ritos, la las celebraciones y a la fiesta en nuestra vida familiar y eclesial?

 

Juan Pablo Espinosa Arce

La Iglesia, futuro del mundo

Para que los hombres entren en comunión con él, Dios quiere darse a conocer o, según la palabra bíblica, revelarse, desvelarse. Para lograrlo, y siguiendo el instinto de todo amor, Dios busca los medios de vivir con el ser amado. Se hace hombre: sale de sí mismo y se despoja, de alguna manera, de su trascendencia. Ese es el misterio. Su extravagancia racional provoca precisamente en nosotros lo que llamamos la fe. La fe no es consentimiento teórico a una verdad abstracta, sino participación del ser de Dios, dado en comunión.

Sobre este trasfondo hay que captar el misterio de la Iglesia. A través de los tiempos, la Iglesia es la historia de la Palabra única entregada por Dios en Jesucristo. «¡El Reino ha llegado a vosotros!». La Palabra de Dios no tiene más palabra para hacerse oír que palabras de hombres que balbucean el misterio revelado; pero en estas palabras que dudan se puede ya oír la Voz eterna. El Amor no tiene otro lugar donde realizarse que los gestos de los hombres y mujeres que intentan amar; pero en estas vidas aún confusas se efectúa ya el gran gesto de Dios.

El tiempo de la Iglesia se confunde con el de la espera y la esperanza. La referencia de la Iglesia a lo Por-venir, al Reino, es tan decisiva como la referencia al hecho pasado de Jesús. Sin duda, la Iglesia recuerda, y su fe es memoria, herencia; pero, al mismo tiempo, está orientada a la futura consumación. Y aunque viva ya la totalidad del misterio de Cristo, no lo vivirá en plenitud mientras no alcance la visión del cara a cara. Dios se ha revelado de una vez por todas y, sin embargo, a la Iglesia no le bastará toda su dilatada vida para descubrir la profundidad y la riqueza de esta revelación. El tiempo de la Iglesia es el de la humilde invocación: «¡Venga tu Reino!». Con la seguridad que le da Cristo, ella ofrece ya al Reino la posibilidad de llegar a los hombres, pero sin jamás poder agotarlo.

* * *

<

p style=»text-align:center;»>Sois el Cuerpo de Cristo,
¡y no hay que profanar el amor!
Sois la Viña plantada por Dios,

¡y no debéis nutriros de fuentes estériles!
Sois el pueblo consagrado,
¡y no podéis coquetear con el mundo caduco!
¡Señor, ten piedad de nosotros!

Marcel Bastin

Ecclesia in Medio Oriente – Benedicto XVI

Los patriarcas

39. «Padres y Guías» de las Iglesias sui iuris, los patriarcas son los signos visibles de referencia y los custodios vigilantes de la comunión. Por su identidad y su misión propia, son hombres de comunión que velan por la grey según Dios (cf. 1 P 5,1-4), y los servidores de la unidad de eclesial. Ejercen un ministerio que actúa por medio de la caridad, vivida realmente en todos los campos: entre los patriarcas mismos, entre el patriarca y los obispos, los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles laicos bajo su jurisdicción.

El evangelio y las formas culturales

«El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados… Se puede hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también sobre la vida religiosa» (Vaticano II, «Gaudium et Spes», núm. 4).

 

1.- Los cambios de nuestro tiempo

Cambios que se han producido en la sociedad:

• En las maneras de concebir la convivencia familiar, las relaciones sociales, en el resurgimiento de las conciencias de los pueblos y de los grupos.

• El nuevo estilo de la civilización urbana está barriendo el mundo varias veces milenario del campo. Ha surgido la llamada civilización técnica.

• Muchos hombres se encuentran hoy ante opciones nuevas de tipo político, cada vez en dirección más clara hacia la izquierda, aunque ésta se descomponga en una gama de mil colores.

• La sicosociología está descubriendo un nuevo modo de comprenderse el hombre a sí mismo, que revoluciona la moral tradicional, el comportamiento del sexo, el modo de tomar posiciones ante la injusticia.

Hay un profundo cambio en el ambiente cultural que nos envuelve: la pintura, la música, los medios de expresión, la filosofía, el pensamiento, las ciencias…

Todo esto repercute directamente sobre la vida religiosa (ídem, número 7). El clima de la Iglesia anda revuelto y no es por obra del azar.

• Se desea la configuración de una forma nueva de la Iglesia. La forma actual, herencia de la cristiandad, herida ya de muerte, no nos sirve, por desfasada y anacrónica.

• Un estilo nuevo apunta en la manera de realizar el misterio de la misma comunidad.

• Pedimos cambios en la manera de entender y expresar los dog- mas inmutables. Las formulaciones actuales en lugar de revelarnos el misterio de Dios y del hombre, nos desconciertan. La revelación debe ser una iluminación. Casi todos los dogmas se nos antojan demasiado ininteligibles, misteriosos, además de que percibimos que hemos sido iniciados a ellos de un modo demasiado infantil.

Ante todo esto nuestro espíritu anda perplejo, inseguro y con miedo. Hemos sentido el impulso de lanzarnos, como Pedro, al mar de la época, pero sentimos naufragar. Espontáneamente gritamos: ¡Sálvanos, Señor, que perecemos! (Mt 14, 28-31; 8, 23-27). Y no es que nos estemos hundiendo, sino que todo lo que nos parecía seguro, pertenecía a esa débil categoría de lo convencional: la forma de la sociedad se consideraba como algo inamovible; la Iglesia era baluarte inconmovible frente a los cambios del mundo efímero; el cristianismo animaba una cultura, se encontraba encajado y pretendía confundirse con ella.

Pero el proceso acelerado de cambio que caracteriza al mundo moderno, hace que la Iglesia se haya quedado sin la base cultural, y produce la sensación de que se escapa la fe y el sentimiento de que nos vamos a hundir. ¿Qué hacer? ¿Una nueva cultura cristiana? ¿Poner los cimientos a una nueva cristiandad? ¿Qué es el Evangelio y cuál la relación que entabla con la cultura de los tiempos?

 

2.- Relación entre el Evangelio y la cultura

El tema de hoy es: la relación entre el Evangelio y la cultura. Entendemos por cultura todo ese conjunto de formas artísticas, filosóficas, económicas, sociales y políticas según las cuales se afirma y expresa el hombre de una época.

La lectura de los Hechos (10, 25-35), que nos ha sugerido este tema, nos ilumina.

Pedro se encuentra ante Cornelio, que no es judío y quiere conver- tirse a la fe. Esto plantea una larga crisis en la Iglesia conservadora de Jerusalen, que fue solucionada por el Concilio de los Apóstoles (Hech 15, 6 ss.). El cristianismo, nacido en el seno del judaismo, tenía la tendencia a confundirse con las formas culturales del A. T., con sus instituciones religiosas y su pensamiento. De tal manerayque al que creía en el Evangelio, si no era judío le obligaban también a circuncidarse y a cumplir la ley de Moisés.

Con ocasión de la conversión del pagano Cornelio, Pedro descubre que el evangelio es esa fuerza de Dios para la salvación del hombre (Rom 1, 16), que no hace acepción ni de naciones, ni de culturas, ni de personas. El evangelio no se confunde con ninguna forma cultural concreta para poder llegar a informarlas todas. De ahí la fuerza universalista del evangelio: puede vivirse por todo hombre y en todo tiempo. «El don de Espíritu Santo se derramaba también sobre los gentiles. ¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu como nosotros?» (Hech 10, 45-47).

 

3.- Evangelio es un Espíritu

El Evangelio de Jesús es un Espíritu que alienta al hombre de todo tiempo y cultura en el camino de su edificación. Es la religión del corazón, no sólo en estructuras, sino, sobre todo, en «espíritu y en verdad» (Jn 4, 23). Este espíritu intenta formarlo lodo, purificar la vida, las estructuras, la misma cultura, dándoles, respetando su propia autonomía, un sentido profundo.

La cultura, las formas, las instituciones, son creación de los hombres y de los condicionamientos de la época. La dinámica, la energía, el poder, el sentido y la fuerza para realizarlo vienen del poder de Dios y de su Espíritu.

Cuando este poder se manifiesta, cuando en la vida humana hay signos de la presencia del Espíritu, no hay forma cultural que pueda ser despreciada por un creyente. Todo puede ser informado por el Espíritu. No se puede negar el reconocimiento alos que reciben el Espíritu del mismo modo que la cultura más sacralizada por la Iglesia. Hay un criterio en el evangelio que nos sugiere que lo malo no es lo que entra por la boca, sino lo que sale del interior (Mt 15, 10-20). Lo malo y lo bueno no reside en las formas culturales o en las estructuras, en el exterior, sino en el corazón, en el sentido, en la intención, en el espíritu que todo lo anime.

 

4.- El amor, única estructura

Hay, sin embargo, una estructura evangélica fundamental, que constituye su mismo espíritu: el amor. Es el mandamiento cristiano. Lo demás: la Iglesia, estructura de comunión en el amor, los dogmas, los ritos, las instituciones, son formas pedagógicas para que podamos llegar a vivir este espíritu El amor coincide con el Espíritu. Dios que es Espíritu, es amor. Pasará el tiempo de los dogmas y de la fe, desaparecerán todos los carismas de la Iglesia, pero lo único que permanecerá es el amor (1Cor 13, 1 ss.).

Las formas religiosas, también la Iglesia, apuntan hacia este espíritu de amor. Si la forma se hace centro, se absolutiza, se convierte en un ídolo, se sirve a sí misma; cuando toda forma religiosa debe ser mediadora. La Iglesia y lo religioso, al institucionalizarse en demasía, corren el peligro en convertirse en una forma cultural más, reduciendo así el Espíritu del Evangelio a una actividad más del espíritu humano, en medio de otras muchas actividades. El Espíritu, sin embargo, lo debe informar todo.

Toda forma que esté inspirada por el amor ha nacido de Dios. La Cruz, que ha coronado tan ostensible y externamente tantas obras y culturas, tiene que encontrar el medio de llegar a ser una fuerza interior del mundo, para ayudarle a responder a ese gesto salvador e insólito de Dios: «que entregó al mundo a su Hijo, para que vivamos por El» (Jn 3, 16). En esto consiste el amor (1Jn 4, 10).

La labor del discípulo consiste en permanecer a lo largo de toda actividad en el amor (Jn 15, 9). Hacer que todo nazca, se sustente y se transforme por el amor. Este es el mandamiento: que nos amemos unos a otros. Esto es el Reino de Dios, lo demás se da por añadidura (Mt 6, 33). No es vana la frase: ama y haz lo que quieras. El creyente es un hombre libre de consignas, no está condicionado por nada, precisamente porque su espíritu es el amor, que es fuente de libertad.

Revisemos en esta Eucaristía, a la luz de la Palabra, nuestra resistencia al pluralismo, la tendencia que tenemos al integrismo. Descubramos cómo el evangelio no es una institución más junto a otras, ni una forma cultural más. El evangelio es la revelación de la profundidad de todas las cosas para que se realicen en el mundo según el plan de Dios, manifestado en toda la vida de Jesús de Nazaret.

Jn 15, 9-17 (Evangelio Domingo VI de Pascua)

El Evangelio de este Domingo nos sitúa, otra vez, en Jerusalén, en una noche de Jueves del mes de Nisán del año treinta. La fiesta de la Pascua está muy próxima y la ciudad está llena de forasteros. Jesús también está en la ciudad con su grupo de discípulos.

Hace ya algunos días que las autoridades judías habían decidido eliminar a Jesús (cf. Jn 11,45-57). La muerte en cruz es, ahora, más que una probabilidad: es el escenario inmediato; y Jesús es plenamente consciente de ello. Los discípulos también perciben que están viviendo un momento decisivo. Se manifiestan con miedo. ¿Será que la aventura con Jesús ha llegado a su fin?

Es en este contexto en el que podemos situar la última cena de Jesús con los discípulos. Se trata de una “cena de despedida” y todo lo que ahí sea dicho por Jesús suena a “testamento final”. Jesús sabe que va a partir al Padre y que los discípulos se quedarán en el mundo, continuando y testimoniando el proyecto del “Reino”.

En ese momento de despedida, las palabras de Jesús recuerdan a los discípulos lo esencial del mensaje y les presenta a grandes rasgos ese proyecto que ellos deben continuar realizando en el mundo.

En el texto que se nos propone Jesús señalar a su comunidad (de entonces, pero también de hoy y de siempre) el verdadero “camino del discípulo”, el camino de la unión con Jesús y con el Padre. En la perícopa anterior (cf. Jn 15,1-8) Jesús había utilizado, para tratar el tema, la imagen de los sarmientos (discípulos) que han de dar fruto (misión) por su unión con la vid (Jesús), plantada por el agricultor (Dios); ahora, Jesús habla de los discípulos como “los amigos” que él eligió para colaborar con él en la misión.

En este discurso de despedida de Jesús a los discípulos, Juan nos propone una catequesis donde son presentadas las principales características de ese “camino” que lo discípulos deben recorrer, tras la marcha de Jesús de este mundo. Juan se refiere, de forma especial, a la relación de Jesús con los discípulos y a la misión que los discípulos serán llamados a desempeñar en el mundo.

1. La relación del Padre con Jesús es el modelo de relación de Jesús con los discípulos. El Padre amó a Jesús y le demostró siempre su amor; y Jesús correspondió al amor del Padre, cumpliendo sus mandamientos. De la misma forma, Jesús amó a los discípulos y les demostró siempre su amor; y los discípulos deben corresponder al amor de Jesús, cumpliendo sus mandamientos (v. 9-10)

2. ¿Cuáles son esos mandamientos del Padre que Jesús cumplió con total fidelidad y obediencia? Juan se refiere aquí, evidentemente, al cumplimiento del proyecto de salvación que Dios tenía para los hombres y que confió a Jesús. Jesús, con absoluta fidelidad, cumplió los “mandamientos” del padre y presentó a los hombres una propuesta de salvación. Liberó a los hombres de la opresión de la Ley, luchó contra las estructuras que esclavizaban y mantenían a los hombres prisioneros de las tinieblas; enseñó a los hombres a vivir en el amor, en el amor que se hace servicio, donación, entrega hasta las últimas consecuencias. Les presentó, de esa forma, un camino de libertad y de vida plena. De la acción de Jesús nació el Hombre Nuevo, libre del egoísmo y del pecado, capaz de establecer nuevas relaciones con los demás hombres y con Dios. Los discípulos son el fruto de la obra de Jesús. Ellos forman una comunidad de seres humanos libres, que acogen y enseñan el plan salvador que el Padre les ofreció en Jesús. Ellos nacerán del amor del Padre, amor que se hizo presente en la acción, en los gestos, en las palabras de Jesús.

3. Ahora los discípulos, nacidos de al acción de Jesús, están vinculados a Jesús. Deben, por tanto, cumplir los “mandamientos” de Jesús como Jesús mismo cumplió los “mandamientos” del Padre. Ellos deben, como Jesús, ser testigos de la salvación de Dios y llevar la liberación a los hermanos. Esa propuesta que Jesús hace a los discípulos, es una propuesta que conduce a la vida, a la realización plena, a la alegría (v. 11).

4. La propuesta salvadora que Jesús ofrece a los hombres y de la cual nacerá el Hombre Nuevo, se resume en el amor (“Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”, v. 12) Jesús amó totalmente, hasta las últimas consecuencias, hasta la donación de la vida (v. 13). Como Jesús, a través del amor, manifestó a los hombres la salvación de Dios, así también deben hacer los discípulos. Ellos deben amarse unos a los otros con un amor que es servicio sencillo y humilde, donación total, entrega radical. De ese amor nace la comunidad del Reino, la comunidad del mundo nuevo, que testimonia, a través del amor, la salvación de Dios. Dios se hace presente en el mundo y actúa para liberar a los hombres a través de ese amor desinteresado, gratuito, total, que tiene la marca de Jesús y que los discípulos están llamados a testimoniar.

5. ¿Cómo es la relación entre Jesús y esa comunidad de Hombres Nuevos que aprenden con Jesús a vivir en el amor y que son los testigos en el mundo de la salvación de Dios? Esta comunidad de hombres nuevos, que ama sin medida y que acepta hacer de la propia vida un don total por los hermanos, es la comunidad de los “amigos” de Jesús (v. 14). La relación que Jesús tiene con los miembros de esa comunidad no es una relación de “señor” y de “siervos”, sino que es una relación de “amigos”, pues el amor puso a Jesús y a los discípulos en el mismo nivel. Jesús continúa siendo el centro del grupo, pero no se pone por encima del grupo. Estos “amigos” colaboran todos en una tarea común. Tienen todos la misma misión (dan testimonio, a través del amor, de la salvación de Dios) y son todos responsables de que la misión se realice. Los discípulos no son empleados a sueldo de un señor, sino amigos que, voluntariamente y llenos de alegría y entusiasmo, colaboran en la tarea. Entre esos “amigos”, hay total comunicación y confianza (el “siervo” no sabe lo que hace su “señor”, en cambio el “amigo” comparte con el otro “amigo” sus planes y proyectos). A sus “amigos”, Jesús les comunicó el proyecto de salvación que el Padre tenía para los hombres y también la forma de realizar ese proyecto (a través del amor, de la entrega, de la donación de la vida). Jesús revela a Dios a los “amigos”, no a través de enunciados sobre el ser de Dios, sino mostrando, con su persona y su actividad, que el Padre es amor sin límites y trabaja en favor de los hombres.

6. Los discípulos (los “amigos”) son los elegidos de Jesús, aquellos que él escogió, llamó y envió al mundo a dar fruto (v. 16a). Eso no significa que Jesús llame a unos y rechace a otros; significa que la iniciativa no es de los discípulos y que su acercamiento en la comunidad del Reino es únicamente una respuesta a la invitación que Jesús le hace. El objetivo de esa llamada, es la misión (“os he elegido para que vayáis y deis fruto”, v. 16b). Jesús no quiere constituir una comunidad cerrada, aislada, vuelta hacia sí misma, sino una comunidad que va al encuentro del mundo, que continúe su obra, que testimonie el amor, que lleve a todos los hombres el proyecto liberador y salvador de Dios. El resultado de la acción de los discípulos de Jesús, será el nacimiento del Hombre Nuevo, esto es, de hombres adultos, libres, responsables, animados por el Espíritu, que reproducen los gestos de amor de Jesús en medio del mundo. De esa forma, se realiza el proyecto salvador de Dios. Ese “fruto” debe permanecer, esto es, debe convertirse en una realidad efectiva y presente en el mundo, capaz de transformar el mundo y la vida de los hombres. Cuanto más fuerte sea la intensidad del vínculo que une a los discípulos con Jesús, más frutos producirá la acción de los discípulos. En esa acción, los discípulos no estarán solos. El amor del Padre y la unión con Jesús sustentarán a los discípulos que, en medio del mundo, se empeñan en realizar el proyecto de salvar al hombre (16c).

7. Nuestro texto termina con una nueva referencia al mandamiento de Jesús: “amaos los unos a los otros” (v. 17). El amor compartido es la condición para estar vinculado a Jesús y dar fruto. Si este mandamiento se cumple, Jesús estará siempre presente al lado de sus discípulos; y, esa presencia, impulsará a la comunidad y la sostendrá en su actividad en favor del hombre.

Las palabra de Jesús a los discípulos en la “cena de despedida” dejan claro, antes de nada, que los discípulos no están solos y perdidos en el mundo, sino que el mismo Jesús estará siempre con ellos, ofreciéndoles a cada instante su vida. Este es la primera gran enseñanza de nuestro texto: la comunidad de Jesús continuará, a lo largo de su marcha por la historia, recibiendo la vida de Jesús y siendo acompañada por él. En los momentos de crisis, de desilusión, de frustración, de persecución no podemos olvidar que Jesús está a nuestro lado, dándonos coraje y esperanza, luchando con nosotros para vencer a las fuerzas de la opresión y de la muerte.

Los discípulos son los “amigos” de Jesús. Jesús los conoce, los llama, comparte con ellos el conocimiento y el proyecto del Padre, los asocia a su misión; establece con ellos una relación de confianza, de proximidad, de intimidad, de comunión. Este tipo de relación que Jesús quiso establecer con los discípulos no excluye, sin embargo, que él continua siendo el centro de referencia, alrededor del cual se construye la comunidad de los discípulos. ¿Jesús es, de hecho, el centro alrededor de quien se articula la vida de nuestras comunidades? ¿Qué lugar es el que ocupa en nuestra vida? ¿En el día a día, cómo desarrollamos y profundizamos en nuestro conocimiento y en nuestra comunión con él?

Formar parte de la comunidad de los “amigos” de Jesús, no es quedarse “mirando al cielo”, contemplando y admirando a Jesús; sino que es aceptar la invitación que Jesús nos hace para colaborar con él en la misión que el Padre le confió y que consiste en dar testimonio en el mundo del proyecto salvador de Dios. A nosotros nos compete, a los “amigos” de Jesús, el mostrar en gestos concretos que Dios ama a cada ser humano y de forma especial a los pobres, a los marginados, a los débiles, a los pequeños, a los oprimidos; nos compete a nosotros, los “amigos” de Jesús, eliminar el sufrimiento, el egoísmo, la miseria, la injusticia, todo lo que oprime y esclaviza a los hermanos y afea el mundo; nos compete a nosotros, los “amigos de Jesús” ser heraldos de la justicia, de la paz, de la reconciliación, del amor; nos compete a nosotros, “amigos” de Jesús, denunciar los seudovalores que oprimen y esclavizan a los hombres. Nosotros, los “amigos” de Jesús, tenemos que ser testigos de ese mundo nuevo que Dios quiso ofrecer a los hombres y que Jesús anunció con su persona, con sus palabra y con sus gestos. ¿Estamos, de hecho disponibles para colaborar con Jesús en esa misión?

Sobre todo, los “amigos” de Jesús deben amar como él amó. Jesús cumplió los “mandamientos” del Padre, esto es, el proyecto de Dios para salvar y liberar a los hombres, haciendo de su vida un entrega total de amor, sin límites ni condiciones; la cruz es la expresión máxima de esa vida vivida exclusivamente para los demás. Y ese es el camino que Jesús propone a sus discípulos (“Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”). Es aquí donde reside la “identidad” de los discípulos de Jesús. Los cristianos son aquellos que son testigos ante el mundo, con palabra y con gestos, que el mundo nuevo que Dios quiere ofrecer a los hombres, se construye a través del amor. ¿Qué lo que dirige nuestra vida, nuestras opciones, nuestras tomas de posición: el amor, o el egoísmo? ¿Nuestras comunidades son, realmente, anuncios vivos que muestran el amor, o son espacios de conflicto, de división, de lucha por los propios intereses, de realización de proyectos egoístas?

1Jn 4, 7-10 (2ª lectura Domingo VI de Pascua)

La primera Carta de Juan es, como vimos en los domingos anteriores, un escrito destinado a las Iglesias joánicas de Asia Menor, afectadas por las enseñanzas de ciertas sectas heréticas. Esas sectas (que negaban elementos fundamentales de la propuesta cristiana a propósito de la encarnación de Cristo y del “mandamiento del amor”), tenían a los cristianos confusos y enredados, sin descubrir el camino de la verdadera fe. En ese contexto, el autor de la carta va a presentar una especie de síntesis de la doctrina cristiana, deteniéndose especialmente en esclarecer las cuestiones más polémicas.

Una de esas cuestiones polémicas (y a la que el autor de la primera carta de Juan da gran importancia) es la cuestión del amor al prójimo. Los herejes pregnósticos afirmaban que lo esencial de la fe residía en la vida de comunión con Dios y olvidaban las realidades del mundo. Afirmaban que se podía descubrir “la luz” y estar cerca de Dios, incluso odiando al prójimo (cf. K Jn 2,9). Sin embargo, de acuerdo con el autor de la Carta de Juan, el amor al prójimo es una exigencia central de la experiencia cristiana. La esencia de Dios es el amor; y nadie puede decir que está en comunión con él si no se deja contagiar y embeber por el amor.

El texto que se nos propone, pertenece a la tercera parte de la carta (cf. 1 Jn 4,7-5,12). Ahí, el autor establece como criterio de la vida cristiana auténtica la relación entre el amor a Dios y el amor a los hermanos. En esa doble dimensión es donde los cristianos deben buscar y encontrar su identidad.

Como telón de fondo de la reflexión el autor de la primera Carta de Juan sitúa la convicción de que “Dios es amor”. La expresión sugiere que la característica más fuerte del ser de Dios es el amor; la actividad más específica de Dios es amar. La prueba incuestionable de que Dios es amor es el hecho de haber enviado a su único Hijo al encuentro de los hombres, para liberarlos del egoísmo, del sufrimiento y de la muerte (v. 9). Jesucristo, el Hijo, cumpliendo el plan del Padre, mostró en gestos concretos, visibles, palpables, el amor de Dios por los hombres, sobre todo por los más pobres, por los excluidos, por los marginados. Luchó hasta la muerte por liberar a los hombres de la esclavitud, de la opresión, del egoísmo, del sufrimiento; aceptó morir para mostrarnos que el camino de la vida eterna y verdadera es el camino de la donación de la vida, de la entrega a Dios y a los hermanos, del amor que se da completamente sin guardar nada para sí. Más aún: ese amor se derrama sobre el hombre incluso cuando él sigue caminos errados y rechaza a Dios y sus propuestas. El amor de Dios es un amor incondicional, gratuito, desinteresado, que no exige nada a cambio (v. 10).

Los creyentes son “hijos de Dios”. Es la vida de Dios la que circula en ellos y la que debe transparentarse en nuestros actos. Ahora, si Dios es amor (y amor total, incondicional, radical), el amor debe ser una realidad siempre presente en la vida de los “hijos de Dios”. Quien “conoce” a Dios, esto es, quien vive una relación próxima e íntima con Dios, tiene que manifestar con gestos concretos esa vida de amor que llena su corazón (v. 8). Los que “nacen de Dios” deben, pues, amar a los hermanos con el mismo amor incondicional, desinteresado y gratuito que caracteriza el ser de Dios (V. 7). El amor a los hermanos no es, pues, algo accesorio, secundario para el creyente, sino que es algo esencial, obligatorio. Ser “hijo de Dios” es vivir en comunión con Dios, exige que el amor se transparente en la vida y en las relaciones que establecemos los unos con los otros.

“Dios es amor”. El autor de la primera Carta de Juan no llegó a esta definición de Dios a través de razonamientos académicos y abstractos, sino mediante la constatación del modo de actuar de Dios para con los hombres. Sobre todo, él “vio” lo que sucedió con Jesús y cómo Jesús mostró, en gestos concretos, ese increíble amor de Dios por la humanidad. Juan nos invita a contemplar a Jesús y a sacar conclusiones sobre el amor de Dios; nos invita, también, a reparar en esas mil y una pequeñas cosas que traen a nuestra existencia momentos únicos de alegría, de felicidad, de paz y a percibir en ellas signos concretos del amor de Dios, de su presencia a nuestro lado, de su preocupación por nosotros. La certeza de que “Dios es amor” y que él nos ama con un amor sin límites, es el mejor camino para derrumbar las barreras de la indiferencia, del egoísmo, de la autosuficiencia, del orgullo que tantas veces nos impiden vivir en comunión con Dios.

¿Qué significa “nacer de Dios” o ser “hijo de Dios”? ¿Es haber sido bautizado y tener el certificado, por un acto institucional, de pertenecer a la Iglesia? “Nacer de Dios” es recibir vida de Dios y dejar que la vida de Dios circule en nosotros y se transforme en gestos de vida. No somos “hijos de Dios” porque un día fuimos bautizados; sino que somos “hijos de Dios” porque un día optamos por Dios, porque continuamos día a día acogiendo esa vida que él nos ofrece, porque vivimos en comunión con él y porque damos testimonio de ese Dios que es amor a través de nuestros gestos.

Si somos “hijos” de ese Dios que es amor, “amémonos unos a los otros” con un amor igual al de Dios, amor incondicional, gratuito, desinteresado. Un creyente no puede pasar la vida mirando hacia el cielo, ignorando los dolores, las necesidades y las luchas de los hermanos que caminan por la vida a su lado. Tampoco puede cerrarse en su egoísmo y comodidad e ignorar los dramas de los pobres, de los oprimidos, de los marginados. No puede, tampoco, ser selectivo y amar solamente a algunos, excluyendo a los demás. La vida de Dios que llena los corazones de los creyentes debe manifestarse en gestos concretos de solidaridad, de servicio, de entrega, en beneficio de todos los hermanos.

Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48 (1ª lectura Domingo VI de Pascua)

El episodio del libro de los Hechos de los Apóstoles que la lectura de hoy nos propone forma parte de una sección (cf. 9,32-11,18) cuyo principal protagonista es Pedro. El tema central de esta sección es la llegada del cristianismo a los paganos.

La escena nos sitúa en Cesarea, la gran ciudad de la costa palestina donde residía, habitualmente, el procurador romano de Judea. En el centro de la escena está Cornelio, un centurión romano, que era “piados y temía a Dios”. El episodio se refiere a la visita que Pedro hace a Cornelio, durante la cual le anuncia a Jesús. Como resultado de ese anuncio, se produce la conversión de Cornelio y de toda su familia.

Este episodio tiene una especial significación en el esquema imaginado por Lucas para la expansión de la Iglesia. Cornelio es el primer pagano oficialmente admitido en la comunidad de Jesús (en Hch 8,26-40 se habla de un etíope que fue bautizado por Felipe, pero ese etíope era ya “prosélito”, esto es, simpatizante del judaísmo. En relación con el pagano Cornelio no hay indicación de que estuviese ligado a la religión judía) su conversión marca un viraje decisivo en la proclamación del Evangelio que, a partir de este momento, se abre también a los paganos.

Para los primeros cristianos (oriundos del mundo judío), no era claro que los paganos tuviesen acceso a la salvación y que pudiesen entrar en la Iglesia de Jesús. El pagano era un ser impuro, en casa del cual el buen judío tenía prohibido entrar para no contaminarse. ¿Querría Dios que la salvación fuese también anunciada a los paganos?

Para Lucas, está claro que Dios también quiere ofrecer la salvación a los paganos. Para dejar eso bien claro, Lucas sitúa a Dios dirigiendo toda la trama. Es Dios quien, en una visión, pide a Cornelio que mande llamar a Pedro (cf. Hch. 10,1-8); y es Dios quien arrebata a Pedro “en éxtasis” y le prepara para ir al encuentro de Cornelio (cf. Hch 10,9-23). La conversión de Cornelio será, básicamente, histórica; las “visiones” y los detalles son, probablemente, el escenario que Lucas monta para presentar su catequesis. Fundamentalmente, Lucas está interesado en dejar claro que Dios quiere que su propuesta de salvación llegue a todos los hombres, sin excepción.

Después de describir la recepción de Pedro en casa de Cornelio, Lucas pone en boca de Pedro un discurso (del cual, sin embargo, la lectura que se nos propone solo presenta un pequeño extracto) donde resuena el kerigma primitivo. En ese discurso, Pedro anuncia a Jesús (v. 38a), su actividad (“pasó haciendo el bien y curando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”, v. 38b), su muerte (v. 39b), su resurrección (v. 40) y la dimensión salvífica de la acciónd e Jesús (v. 43b). Este es el anuncio que Jesús encargó a los primeros discípulos que testimoniaran por el mundo entero.

Nuestro texto acentúa, especialmente, el hecho de que el mensaje de salvación está destinado a todas las naciones, sin distinción de personas, de razas o pueblos. Al iniciar el discurso, Pedro reconoce que “Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea” (vv. 34-35). Por tanto, el anuncio sobre Jesús debe llegar a todos los lugares de la tierra. Después del anuncio hecho por Pedro, se produce la efusión del Espíritu “sobre todos los que escuchaban sus palabras” (v. 44), sin distinción entre judíos y paganos (v. 45) El resultado del don del Espíritu es descrito con los mismos elementos que aparecieron en el relato del día de Pentecostés: todos “hablaban lenguas” y “glorificaban a Dios” (v. 46). Es la confirmación directa de que Dios ofrece la salvación a todos los hombres y mujeres, sin ninguna acepción. Pedro es el primero en sacar de ahí las debidas consecuencias bautizando a Cornelio y a toda su familia.

Los primeros cristianos, oriundos del mundo judío y marcados por la mentalidad judía, consideraban que la salvación era, sobre todo, un don de Dios para los judíos; los paganos podrían, eventualmente tener acceso a la salvación, una vez que se convirtiesen al judaísmo y aceptasen la Ley de Moisés y la circuncisión. El Espíritu Santo vino, con todo, a mostrar que la salvación ofrecida por Dios, traída por Cristo y testimoniada por los discípulos, no es patrimonio o monopolio de los judíos o de los cristianos oriundos del judaísmo, sino que es un don ofrecido a todos los hombres y mujeres que tengan el corazón abierto a las propuestas de Dios.

Nuestro texto pretende dejar claro que la salvación ofrecida por Dios a través de Jesucristo es un don destinado a todos los hombres y mujeres. Para Dios, lo decisivo no es la pertenencia a una raza o a un determinado grupo social, sino la disponibilidad para acoger la oferta que el realiza. La salvación únicamente no llega a aquellos que se cierran en el orgullo y en la autosuficiencia, rechazando los dones de Dios. El Bautismos fue, para todos nosotros, el momento de nuestro “sí” a Dios y a la salvación que él ofrece, pero es necesario que, en cada momento, renovemos ese primer “sí” y que vivamos en una permanente disponibilidad para acoger a Dios, sus propuestas, sus dones.

A nosotros, la idea de que Dios no excluye a nadie de la salvación y no hace acepción de personas, nos parece algo perfectamente lógico y evidente. No obstante, la lógica universalista de Dios debe invitarnos a reflexionar acerca de cómo, en la práctica, acogemos a los hermanos que caminan a nuestro lado. El Dios que ama a todos los hombres, sin excepción, nos invita a acoger a todos los hermanos, también los “diferentes”, los incómodos, con bondad, con comprensión, con amor; el Dios que derrama sobre todos su salvación, nos invita a no distinguir “buenos” y “malos”, “santos” y “pecadores” (frecuentemente, nuestros juicios acerca de la “bondad” o de la “maldad” de los otros hablan claramente); el Dios que invita a cada ser humano a formar parte de la comunidad de la salvación nos dice que tenemos que acoger y amar a todos, independientemente de su raza, del color de su piel, de su origen, de su preparación cultural, de su lugar en la escala social. No sólo en teoría sino, sobre todo, con gestos concretos, estamos llamados a anunciar el mundo de Dios, sin exclusión, sin marginar a nadie, sin intolerancia, sin prejuicios.

Cuando Pedro llega a casa de Cornelio, este fue a su encuentro y se postró a sus pies. Pero Pedro le alzó diciéndole: “Levántate, que soy un hombre como tú” (vv. 25-26). La actitud humilde de Pedro nos hace pensar en lo ridículas y faltas de sentido que son ciertos intentos de afirmación personal ante los hermanos, ciertas poses de superioridad, la búsqueda de privilegios y de honras, las luchas por los primeros lugares. Aquellos a quienes, en una comunidad, se les ha sido confiada la responsabilidad de presidir, de coordinar, de organizar, de animar, deben sentirse sencillos hombres, humildes instrumentos de Dios. Su misión es testimoniar a Jesús y no buscar privilegios o la adoración de los hermanos.

Comentario al evangelio – 30 abril

“No a nosotros, Señor, sino a tu nombre da la gloria”

San Pio V:      https://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/pio_v.htm

La misión de la comunidad de discípulos es el anuncio Pascual, la gran noticia de un acontecimiento que desborda la realidad histórica de la humanidad, que acaba con la limitación y esclavitud de la muerte – “dónde está muerte tu victoria” – La muerte ha quedado reducida a una mascada carnavalesca, eso sí capaz de amenazar, atemorizar y hacer sufrir a este ser humano que en su contingencia no le queda más remedio que pasar por la cruz del viernes santo para alcanzar la mañana de luz plena en el resucitado.

De esta certeza, son testigos aquellos discípulos; y su testimonio se vuelve para los auditorios tan desconcertante como una locura, y con aquello que rompe nuestro orden rutinario como con lo absurdo “hay que acabar”. La resurrección de Jesús, se torna blasfemia en un mundo que prefiere la noticia de un “dios” poco relevante, que adormece el dolor de la cultura de muerte de la humanidad.

¿Qué prueba nos dais de esta locura que anunciáis? ¿Qué pruebas nos dais para que creamos? El primer argumento de credibilidad es siempre la vida misma del testigo, pero no sólo en la entrega martirial –y aquellos apóstoles lo fueron- sino también y en muchas más ocasiones en la vida misma del testigo, en su día a día, en sus obras: “A quienes crean les acompañarán estos signos…” (Mc15,18). De hecho todo el evangelio resulta un aval de la persona y misión de Jesús, con sus obras. “Id a decirle a Juan, los ciegos ven, los cojos…”(Lc 7,22)

Que alguien en este mundo de muerte sea expresión real de sanación, de vida, de alegría contra toda esperanza… es tan relevante que no es de extrañar que aquellos habitantes de Licaonia confundieran a Pablo y Bernabé con dioses bajados a la tierra.

Hoy, en este planeta lleno igualmente de imágenes de dolor y cruces insufribles, nosotros que comulgamos y confesamos la fe en el Señor Resucitado y nos decimos sus testigos, ¿Qué signos acompañan nuestra vida (tuya y mía) para hacer creíble la mañana de Luz a quien vive en un viernes cualquiera de muerte? ¿A quiénes ponemos en pie y sacamos de su postración?

Pepe Lillo, cmf.