Lunes VI de Pascua

Hoy es 7 de mayo lunes de la VI semana de Pascua.

Padre, ayúdame a abrirme a tu presencia. Quiero acallar mis pensamientos y alejar de mí en estos momentos mis rutinas, mis planes, mis deseos y tareas pendientes. Deseo estar contigo y sentirme libre en tu regazo. Hoy, al empezar la semana, espero tener mis oídos y mi corazón abiertos ante todo lo que me hable de ti.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 15, 26–16, 4a):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he hablado de esto, para que no tambaleéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho.»

Habéis estado conmigo desde el principio, dice Jesús en esta lectura. Es posible que esta frase pasase desapercibida en un texto cargado de fuerza. En tu palabra nos invitas a que por encima de otras razones, nos mueva el amor, el  haber estado contigo, el estar cada día, mucho o poco, todo lo que podamos.

Cuántas veces en la vida nos sentimos expulsados de la sinagoga. Arrastrados por nuestras torpezas, por la incomprensión ajena o por las dificultades de seguirte en el día a día. Señor, me hago consciente de los momentos de dificultad que me llegan o pueden llegar por la fe.

Pero tú me animas a que no sean mis fuerzas y certezas las que me sostengan, sino tu espíritu de verdad que me habita. Me hago consciente de ese espíritu que me habita. Ese espíritu que me invita a proclamar y vivir, de acuerdo con tu verdad.

Mientras leo de nuevo la lectura, releo en mi vida todos aquellos momentos en los que he sido consciente de que tu espíritu me movía. Eras tú, Señor, el que me llevaba por donde quería.

Para terminar mi oración, agradezco al Señor que sea el motor de mi vida. Porque aunque a veces me paralicen el miedo o la falta de esperanza, hay en mí un deseo de ser dócil a su voz, de estar con él desde el principio, de ser su testigo y de amar a la gente, tal y como él nos ama.

Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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