Vísperas – Lunes VII de Pascua

SAN MATÍAS, apóstol. (FIESTA)

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: TRISTES ESTABAN LOS APÓSTOLES

Tristes estaban los apóstoles
tras sepultar a Cristo
que, a muerte despiadada,
lo sentenciaron los impíos.

Con dulces palabras, un ángel
a las mujeres dijo
que en Galilea el Señor
habría muy pronto de ser visto.

Mientras corrían presurosas
a hablar a los discípulos,
lo ven, besan sus pies,
pues se les aparece vivo.

Cuando lo saben los apóstoles
acuden velocísimos
a ver en Galilea
el rostro adorable de Cristo.

Sé, Jesús, de las almas júbilo
y pascual regocijo,
a tus triunfos asócianos,
que en la gracia hemos renacido.

Tribútese, oh Jesús, la gloria
a ti, que, ya vencido
el reino de la muerte,
nos abre lúcido el camino. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Aleluya

Salmo 115 – ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Vale mucho a los ojos del Señor
la vida de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Aleluya

Ant 2. Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Aleluya

Salmo 125 – DIOS, ALEGRÍA Y ESPERANZA NUESTRA.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

Que el Señor cambie nuestra suerte
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iban llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelven cantando,
trayendo sus gavillas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Aleluya

Ant 3. Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Aleluya

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Aleluya

LECTURA BREVE   Ef 4, 11-13

Cristo ha constituido a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los fieles, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

RESPONSORIO BREVE

V. Contad a los pueblos la gloria del Señor. Aleluya, aleluya.
R. Contad a los pueblos la gloria del Señor. Aleluya, aleluya.

V. Sus maravillas a todas las naciones.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Contad a los pueblos la gloria del Señor. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. Aleluya.

PRECES

Hermanos: Edificados sobre el cimiento de los apóstoles, oremos al Padre por su pueblo santo, diciendo:

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia.

Padre santo, que quisiste que tu Hijo resucitado de entre los muertos se manifestara en primer lugar a los apóstoles,
haz que también nosotros seamos testigos de Cristo hasta los confines del mundo.

Padre santo, tú que enviaste a tu Hijo al mundo para dar la Buena Noticia a los pobres,
haz que el Evangelio sea proclamado a toda la creación.

Tú que enviaste a tu Hijo a sembrar la semilla de la palabra,
haz que, sembrando también tu palabra con nuestro esfuerzo, recojamos sus frutos con alegría.

Tú que enviaste a tu Hijo para que reconciliara el mundo contigo,
haz que también nosotros cooperemos a la reconciliación de los hombres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que quisiste que tu Hijo resucitara el primero de entre los muertos,
concede a todos los que son de Cristo resucitar con él, el día de su venida.

Oremos ahora al Padre, como Jesús enseñó a los apóstoles:

Padre nuestro…

ORACION

Señor Dios, tú que, para completar el número de los doce apóstoles, elegiste a san Matías, concédenos, por la intercesión de este apóstol, a nosotros, que hemos recibido el don de tu amistad, poder ser contados un día entre tus elegidos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Anuncio publicitario

Lectio Divina – 14 de mayo

Lectio: Lunes, 14 Mayo, 2018

1) ORACIÓN INICIAL

Señor Dios todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella. Por nuestro Señor.

2) LECTURA

Del Evangelio según Juan 15,9-17

Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor.

10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.

11 Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.

12 Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.

13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.

15 No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

16 No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.

17 Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.»

3) REFLEXIÓN

• La reflexión sobre la parábola de la vid comprende los versículos de 1 a 17. Ayer meditamos los versículos de 1 a 8. Hoy meditamos los versículos de 9 a 11. Pasado mañana, el evangelio del día salta los versículos de 12 a 17 y empieza desde el versículo 18, que habla de otro tema. Por esto, incluimos hoy un breve comentario de los versículos de 12 a 17, pues en estos versículos despunta la flor y es aquí donde la parábola de la vid muestra toda su belleza.

• El evangelio de hoy es de apenas tres versículos, que dan continuidad al evangelio de ayer y arrojan más luz para aplicar la comparación de la vid a la vida de las comunidades. La comunidad es como una vid. Pasa por momentos difíciles. Es el momento de la poda, momento necesario para que produzca más fruto.

• Juan 15,9-11: Permanecer en el amor, fuente de la perfecta alegría. Jesús permanece en el amor del Padre observando los mandamientos que de él recibió. Nosotros permanecemos en el amor de Jesús observando los mandamientos que él nos dejó. Y debemos observarlos del mismo modo que él observó los mandamientos del Padre: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.” Y en esta unión de amor del Padre y de Jesús está la fuente de la verdadera alegría: “Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”.

• Juan 15,12-13: Amar a los hermanos como él nos amó. El mandamiento de Jesús es uno solo: «¡amarnos unos a otros como él nos amó!» (Jn 15,12). Jesús supera el Antiguo Testamento. El criterio antiguo era: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 18,19). El nuevo criterio es: «Amaros unos a otros como yo os he amado”. Aquí Jesús dice la frase: «¡No hay amor más grande de aquel que da la vida para sus hermanos!»

• Juan 15,14-15 Amigos y no siervos. «Seréis mis amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”, a saber, la práctica del amor hasta el don total de sí. En seguida, Jesús coloca un ideal altísimo para la vida de los discípulos y de las discípulas. Y les dice: » No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer». Jesús no tenía secretos para sus discípulos y sus discípulas. Todo lo que ha oído del Padre nos lo cuenta. Es éste el ideal bonito de la vida en comunidad: llegamos a la total transparencia, al punto de no tener secretos entre nosotros y de podernos confiar totalmente el uno en el otro, de podernos compartir la experiencia que tenemos de Dios y de la vida y, así, enriquecernos mutuamente. Los primeros cristianos conseguirán realizar este ideal durante algunos años. Ellos «eran un solo corazón y una sola alma» (He 4,32; 1,14; 2,42.46).

• Juan 15,16-17: Fue Jesús quien nos eligió. No fuimos nosotros quienes elegimos a Jesús. Fue él quien nos encontró, nos llamó y nos dio la misión de ir y de dar fruto, fruto que permanezca. Nosotros necesitamos de él, pero también él quiere precisar de nosotros y de nuestro trabajo para poder continuar haciendo hoy lo que él hizo para el pueblo de Galilea. La última recomendación: «¡Esto os mando: que os améis unos a otros!»

• El Símbolo de la Vid en la Biblia. El pueblo de la Biblia cultivaba viñas y producía un buen vino. La recogida de la uva era una fiesta, con cantos y danzas. Fue de allí que tuvo origen el canto de la viña, usado por el profeta Isaías. El compara el pueblo de Israel con una viña (Is 5,1-7; 27,2-5; Sal 80,9-19). Antes de él, el profeta Oseas ya había comparado a Israel con una viña exuberante que cuanto más frutos producía, más multiplicaba sus idolatrías (Os 10,1). Este tema fue también utilizado por Jeremías, que comparó Israel a una viña bastarda (Jer 2,21), de la que iban a ser arrancados los ramos (Jer 5,10; 6,9). Jeremías usa estos símbolos porque él mismo tuvo una viña que fue pisada y devastada por los invasores (Jer 12,10). Durante el cautiverio de Babilonia, Ezequiel usó el símbolo de la vid para denunciar la infidelidad del pueblo de Israel. Contó tres parábolas sobre la vid: a) La vid quemada que ya no sirve para nada (Ez 15,1-8); b) La vid falsa plantada y protegida por dos aguas, símbolos de los reyes de Babilonia y de Egipto, enemigos de Israel (Ez 17,1-10). c). La vid destruida por el viento oriental, imagen del cautiverio de Babilonia (Ez 19,10-14). La comparación de la vid fue usada por Jesús en varias parábolas: los trabajadores de la viña (Mt 21,1-16); los dos hijos que deben trabajar en la viña (Mt 21,33-32); los que alquilaron una viña, no pagaron el dueño, espantaron a sus siervos y mataron a su hijo (Mt 21,33-45); la higuera estéril plantada en la viña (Lc 13,6-9); la vid y los sarmientos (Jn 15,1-17).

4) PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL

• Somos amigos y no siervos. ¿Cómo vivo esto en mi relación con las personas?

• Amar como Jesús nos amó. ¿Cómo crece en mí este ideal de amor?

5) ORACIÓN FINAL

Cantad a Yahvé, bendecid su nombre!
Anunciad su salvación día a día,
contad su gloria a las naciones,
sus maravillas a todos los pueblos. (Sal 96,2-3)

Sobra algo, falta Espíritu

Con la Solemnidad de Pentecostés alcanzamos el final de este tiempo, de vida y de resurrección, de plenitud y de redención que hemos vivido durante toda la Pascua.

1.- El mandato que recibimos en el día de la Ascensión “Id y anunciad” lo iniciamos con Aquel en el que se sostiene toda la misión de Jesús: el Espíritu Santo.

  • Sin Él, sin Pentecostés, nuestras obras pueden ser muchas pero sin calado eterno. Es como aquel arquitecto que diseñaba y levantaba un gran edificio pero no lograba su propósito de alcanzar el cielo ni que, en el interior de su construcción, los moradores estuvieran cómodos.
  • Pentecostés nos eleva y nos comunica la fuerza de Dios para cimentar su Iglesia. Nos empuja para que no nos detengamos por los caminos ante las dificultades con las que choca nuestro deseo de evangelizar.
  • Pentecostés nos hace buscar y anhelar más lo que nos une que aquello que nos separa. Si Dios es amor, el Espíritu Santo, nos comunica ese potencial de adhesión a Cristo y, desde Cristo, a los hermanos.
  • Pentecostés es vida espiritual. No podemos subsistir sin el Espíritu de Dios. Estamos muy acostumbrados a vivir según las medidas del mundo que hemos olvidado ese gran tesoro que Jesús nos transmite: su Espíritu Santo ¿Por qué esa separación entre vida espiritual y vida activa? ¿No sería bueno llevar a cabo nuestras acciones apostólicas, políticas, económicas, sociales, lúdicas…sin olvidar lo qué somos y a qué aspiramos?
  • Pentecostés, además, es llamada a la humildad. No podemos transformar las estructuras del mundo (las de nuestra familia, escuela, pueblo, ciudad, parroquia) o las nuestras personales, con nuestro propio esfuerzo o criterio. Sólo con el Espíritu lograremos alcanzar aquello que urge una renovación o un cambio.

2.- Hoy damos gracias a Dios por la Iglesia. No es una mera dispensadora de Sacramentos. Mucho menos una estación de servicios (aunque algunos la vean o la utilicen de esa forma). La Iglesia se renueva y está constantemente preñada por la presencia del Espíritu Santo. En Él está su fuerza, su potencial, su riqueza y su motor para seguir anunciando que Jesús es el Señor, principio y fin de todo.

  • Sobran en nuestra Iglesia muchas palabras (a veces hasta sacramentos no dignamente celebrados) y hacen falta profetas. Hombres y mujeres, de carne y hueso, que sin temor y con atrevimiento anuncien que Cristo sigue vivo. Que no es Alguien que quedó en el ayer.
  • Sobran desafinamientos y desatinos (que merman nuestros afanes apostólicos) y es necesario personas que cuenten y canten la vida, muerte, pasión y resurrección de Cristo.
  • Sobran lamentos, críticas y, con el Espíritu, se precisa de manos dispuestas a curar heridas, a cerrar grietas por las que se desangra muchas veces nuestra comunión, nuestra fraternidad.
  • Sobran regidores, funcionarios, asalariados y hace falta gente que, sin sentirse ni gobernados ni sumisos, pongan al servicio de la comunidad, de la Iglesia, todos los talentos y carismas, dones y aptitudes que el Espíritu nos ha concedido. Hoy, nuestra Iglesia, más que dinámicas, reuniones, proyectos  o planes pastorales necesita interrogarse sobre si, al Espíritu Santo, le dejamos el espacio debido y suficiente para que Él sea artífice, principio y fundamento de todo lo que hacemos, pensamos, soñamos o decimos.

En plena crisis económica, por lo menos aquí en España, necesitamos un soplo del Espíritu que nos conceda un poco de paz y de calma (no solamente en los bolsillos). Que ÉL nos conceda ese oasis de felicidad y de ternura, de sosiego y de optimismo, de futuro y de bienestar espiritual y material que tanto necesitamos.

¡Ven, Espíritu Santo, y llena nuestra vida de la presencia de Dios!

Javier Leoz

Invocando al Espíritu

«No os dejaré huérfanos: os enviaré el Espíritu». El discurso de des- pedida de Jesús, que leemos en este tiempo de la Ascensión, se hace oración. Antes de dejar a los suyos, Jesús invoca al Padre por aquellos que ha recibido de su mano.

Recibirán el Espíritu. La Iglesia va a recibir su constitución: no ya un código de mandamientos, sino una ley interior incesantemente reescrita y puesta al día (¡aggiornamento!) por el Espíritu. De edad en edad, la Iglesia nacerá del Espíritu y será llamada a reencontrar la fuente de su existencia. Vivirá del Espíritu, abandonándose a la pasión de amar que la abrasa.

Los discípulos van a recibir el Espíritu. De siglo en siglo, la Iglesia será la caja de resonancia de la Buena Nueva sobre el escenario del mundo; prefigurará la unión de todas las cosas en el amor del Padre.

«¡No os dejaré huérfanos!». El Espíritu, que hace a la Iglesia, es el don pascual del Señor Jesús. Por tanto, no vamos a celebrar Pentecostés como algo distinto de la Pascua, sino, más bien, como la eclosión de lo que Jesús ha sembrado venciendo a la muerte. Los cincuenta días del tiempo de Pascua no habrán sido demasiados para acoger al Espíritu de Cristo, vivo para siempre.

En este sentido, somos invitados también a hacer un retiro en el Cenáculo esta semana, con María, la madre de Jesús, y los apóstoles, para pedir la efusión del Espíritu. En el curso, a menudo monótono, del tiempo, la celebración litúrgica permite que irrumpan los tiempos de Dios, para que se renueve el gran don pascual. Pedir con insistencia el don del Espíritu durante esta semana que precede a la fiesta de Pentecostés tiene, pues, mucho sentido; repetir incansablemente: «Ven, Espíritu Santo», es profesar en la fe que ciertamente vendrá (nuestra oración no es un grito insensato), pero que su venida depende necesariamente de nuestra petición y de nuestra sumisión a él.

En el Cenáculo estaba presente María. Discretamente. Está con la Iglesia para siempre, como icono de acogida y de fecundidad. En ella, la Palabra se ha hecho carne por el Espíritu, pues «nada es imposible para Dios»: también en la Iglesia la Palabra se hará carne de los hombres, por la fuerza del Espíritu, si, como María, acogemos a Dios y su gracia inaudita.

Mejor que ciertas devociones «acarameladas», la presencia de María en este tiempo que precede a Pentecostés puede dar al «mes de mayo» un verdadero cariz mariano.

Marcel Bastin

El oído de María

Escuchamos la Palabra (del Evangelio de Lucas):

Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres.
Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.

Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.»

El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.

Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

Reflexión:

Hoy, existe una gran crisis en nuestro mundo: se habla mucho y se escucha poco. En el silencio es donde podemos percibir el sonido de nuestra conciencia y el hablar de nuestras almas.

*María, en el silencio, acogió la visita del Angel.

*En el silencio supo contrastar aquellas exigencias que Dios le tenía preparadas.

*En el silencio esperó a Jesús en Belén y, en el silencio, le siguió de cerca y a distancia.

¿Escuchamos con atención la Palabra de Dios?

¿Nos dejamos interpelar por ella?

¿No os parece que, en algunas ocasiones, nos sentamos a la mesa de la Eucaristía sin prestar excesivo interés a lo que el Padre o el Hijo nos dice en el Evangelio?

María, entre otras virtudes, cultivó la de «saber escuchar». Por ello mismo supo distinguir la paja del trigo o el mal del bien.

El tiempo de la Pascua es un momento idóneo para escuchar, desde la alegría de la fe en Jesús muerto y resucitado, el testimonio de los apóstoles. Ellos, que supieron estar y vivir cerca de Jesús maestro, en los momentos cumbres de su pasión, muerte y resurrección, nos ayudan y nos invitan a estar atentos al mensaje de salvación.

Pidamos, con María, que el Espíritu Santo despierte en nosotros hambre de la Palabra de Dios. Que acudamos puntualmente a la Eucaristía para escucharla y que, sobre todo, sepamos contrastar nuestra propia existencia con aquello que Dios nos propone a través de su Palabra.

Ante María, en este día, dejamos la Biblia. Queremos ser oyentes de la Palabra.

 

ORACIÓN

ABRE MI OÍDO, MARIA
Que sepa escuchar el lenguaje del silencio
Que sepa escuchar la Palabra de Jesús
Que sepa distinguir, en el ruido del mundo,
el susurro de Dios.
ABRE MI OÍDO, MARIA
Para que como Tú
me abra sin reservas a Dios
Pueda contemplarle haciendo su voluntad
y servirle con corazón sincero
ABRE MI OÍDO, MARIA
Que sea sensible a lo que Jesús me pide
Que no viva de espaldas a lo que Dios me ofrece
Que perciba el soplo del Espíritu Santo
ABRE MI OÍDO, MARIA
Y no sea insensible a la voz de Dios
Y no sea duro al clamor humano
Y no sea sordo al eco del Evangelio
ABRE MI OÍDO, MARIA
Para que, cuando me hable Dios,
le diga sinceramente lo que pienso
Para que, cuando me hable Cristo,
me ponga con El, en camino
Para que, cuando irrumpa el Espíritu,
me deje arrastrar por su fuerza poderosa
ABRE MI OÍDO, MARIA
Para que, cuando en el final de mis días,
Dios me llame, pueda contestarle:
reconozco tu voz, voy corriendo, Señor¡
Amén

Ecclesia in Medio Oriente

53. Os invito a vosotros, que habéis sido llamados a la sequela Christi en la vida religiosa en Oriente Medio, a que os dejéis seducir siempre por la Palabra de Dios, como el profeta Jeremías, y la guardéis en vuestro corazón como un fuego ardiente (cf. Jr20,7-9). Ella es la razón de ser, el fundamento y la referencia última y objetiva de vuestra consagración. La Palabra de Dios es verdad. Al obedecerla, santificáis vuestras almas para amaros sinceramente como hermanos y hermanas (cf. 1 P 1,22). Cualquiera que sea el estado canónico de vuestro Instituto religioso, mostraos disponibles para colaborar en espíritu de comunión con el obispo en la actividad pastoral y misionera. La vida religiosa es una adhesión personal a Cristo, Cabeza del Cuerpo (cf. Col1,18; Ef 4,15), y refleja el vínculo indisoluble entre Cristo y su Iglesia. En este sentido, apoyad a las familias en su vocación cristiana y alentad a las parroquias para que se abran a las diversas vocaciones sacerdotales y religiosas. Esto contribuye a fortalecer la vida de comunión para el testimonio en el seno de la Iglesia particular[51]. No dejéis de responder a los interrogantes de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, indicándoles la senda y el sentido profundo de la existencia humana.


[51] Cf. Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y Congregación para los Obispos, Criterios sobre las relaciones entre Obispos y Religiosos en la Iglesia, Mutuae relationes (14 mayo 1978), 52-65: AAS 70 (1978), 500-505. Sobre el papel de los monjes en las Iglesias orientales católicas, cf. Código de los cánones de las Iglesias orientales, cann., 410-572.

Homilía – Domingo de Pentecostés

CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

Yo creo que Dios es Espíritu, Aliento de Vida, Fuerza, Huracán, Energía, Poder.

Yo creo que el Espíritu es esa dimensión profunda y viva de la realidad, a la que llamamos Dios, distinta del Padre y del Hijo.

1.- Esta profesión de fe llego a afirmarla porque he recibido el testimonio de otras personas, por la gracia de Dios: «Nadie puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo». Nadie puede llegar a la fe si no es por el testimonio de otros.

En mi vida he conocido creyentes que con sus acciones me dan testimonio del Espíritu de Dios. El Espíritu llega hasta mí en alas del testimonio de quienes aman de verdad, sin reservas, desinteresadamente; se me revela el Espíritu en esos que han sabido jugarse todo en la carta de los pobres y del servicio al pueblo. Descubro una presencia del Espíritu en el afán incansable de las personas que luchan, que no desfallecen, que empujan hacia adelante sin miedo a ninguna barrera, aunque reciban un doloroso castigo. Me dan testimonio del Espíritu los que tratan de realizar lo que yo he juzgado por imposible, los que no tienen miedo cuando yo no me atrevo, los que son fuertes cuando yo tiemblo, los que esperan en las mismas circunstancias en que yo comienzo a desesperar.

Percibo la acción del Espíritu en todos aquellos, cercanos a mí, que creen que el pueblo puede pasar del asesinato al abrazo fraternal, de la atomización agresiva a una relación integradora y constructiva; en los que no confunden «la paz» evangélica con el orden establecido, en los que han descubierto que el mundo no se acaba en su ambiente burgués y han aceptado en sus vidas agudizar las contradicciones de la situación en que se encuentran. Sé que existe el Espíritu porque encuentro hombres arriesgados, valientes, esforzados, con fe. El Espíritu se manifiesta en todos aquellos que me perdonan, me ayudan, me aman, me llenan de esperanza y de gozo. El Espíritu existe, porque hay hombres que llevan un ruido interior, como de un «viento impetuoso» que todo lo conmueve, como de un terremoto que todo lo trastorna; son como lenguas de fuego que purifican, inquietan, ponen nerviosos e iluminan.

Veo el Espíritu en el esfuerzo de tantos por salir del sopor, por sacudir la rutina social y religiosa, por escapar de lo fácil y cómodo. El Espíritu de Dios está en los que no se conforman con la engañosa tranquilidad de la Iglesia, en los que no se dejan arrollar por la sociedad de consumo, en los que no resisten la esclavitud o la represión, en los que quieren librarse de la dictadura de la tecnocracia, en los que buscan responsabilidades en la marcha política del pueblo, en los que provocan cauces de verdadera representación. Se levanta en Espíritu en los movimientos de reivindicación social, en el esfuerzo por el desarrollo, en las conquistas del hombre.

Me dan testimonio del Espíritu aquellos que no hipotecan su fe, los que viven en la acción, los que aguantan con casta la lucha interior entre los criterios del mundo y las bienaventuranzas, los que resisten la tentación y no se refugian en la querencia del dinero, de la comodidad y del poder. Son testimonio de la fe todos aquellos que saben salir al centro del ruedo y se enfrentan con valor, cara a cara, de poder a poder, con tantas situaciones injustas. Todos los hombres del Espíritu tienen «ángel»; hay en ellos algo que llena de emoción, que conmueve, que llega a las fibras más íntimas de nuestra personalidad.

2.- Por ellos, por la gracia del Espíritu Santo, yo creo en el Espíritu de Dios; por ellos puedo dar testimonio de El ante vosotros. Mi testimonio del Espíritu no se limita a la mera fe trinitaria aprendida—un solo Dios verdadero en tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo—. Es más profundo, también más confuso. Participa de la tiniebla que lleva consigo la vida humana.

Yo creo en el Espíritu como fuerza de amor. En medio del torpe balbuceo de mis expresiones de amor, de cariño tímido; a pesar de la lucha entre mi egoísmo y la entrega, entre mis bloqueos afectivos y la espontaneidad, mi pecado y la gracia, yo descubro en mí como una fuerza enorme, grande, como un surtidor que vence siempre la inercia, el amor. En el fondo, y por gracia del Espíritu de Dios, me descubro a mí mismo y a los demás con más impulsos de apertura que de egoísmo, con una voluntad más buena que mala. Veo que tengo más capacidad para querer que para, odiar. Experimento que puedo superar situaciones de graves conflictos en las relaciones con los demás. Yo sé, aunque lo sé calladamente, que esto es obra del Espíritu de Dios.

Yo creo en el Espíritu como poder de acción. Descubro en mí una lucha constante entre la tendencia a adormecerme y los impulsos de actividad, entre la paz falsa y la guerra, entre la comodidad y el vivir situaciones comprometidas. Pero hay algo por dentro de mí, como si fuera un Etna rugiente, que me mantiene vivo, en actividad, y que constantemente me está empujando a salir hacia fuera. Sé que hay en mí una fuerte corteza terrestre que está aguantando esta enorme fuerza, porque prefiero no nadar para poder guardar la ropa. A pesar de todo, hay vina voz imperiosa, una vocación, que me anima a que me lance del trampolín. Esto es el Espíritu de Dios. Lo sé bien y no me engaño. El mismo Espíritu late en muchos de nosotros como si fuéramos un solo cuerpo.

Yo creo que el Espíritu de Dios es la fuente de la esperanza. A veces todo parece absurdo; las puertas están cerradas o bloqueadas. Te decepcionan instituciones, personas, quehaceres, situaciones. Lo que un día fue ardiente deseo, plan común, luego se queda en nada. Esta amalgama de escepticismo y desconfianza lucha en mí con la acción del Espíritu de Dios: que me mantiene con esperanza. Todo es posible; nada puede impedir la acción del Espíritu de Dios, ni los fallos propios, ni las estructuras, ni la Iglesia, ni la sociedad. El Espíritu me lanza más allá de toda posibilidad actual, con la esperanza de que es posible un futuro mejor y más noble que el presente. Esta fuerza presente en mí, y en muchos, tiene su origen en el Espíritu de Dios. No me engaño, todos sentimos la misma esperanza como venida del mismo Espíritu.

Yo creo en el Espíritu Santo. Esto no quiere decir que haya asimilado toda su realidad. Junto a mi confesión de fe, tengo que poner la confesión de mis pecados. En mí, el Espíritu Santo, espíritu perfecto y fuerte, convive aún con el espíritu mío, espíritu deficiente y débil.

Obra del Espíritu es el perdón, la purificación y la transformación. Repitamos en el fondo de nosotros la oración de tantas generaciones: «Ven, Espíritu Santo, invade los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». «Envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra» (Sal 103).

Jn 20, 19-23 (Evangelio Domingo de Pentecostés)

Este texto (leído ya en el segundo Domingo de Pascua), nos sitúa en el cenáculo, en el mismo día de la resurrección. Nos presenta a la comunidad de la nueva alianza, nacida de la acción creadora y vivificadora del mesías. Sin embargo, esta comunidad todavía no se ha encontrado con Cristo resucitado y aún no ha tomado conciencia de las consecuencias de la resurrección. Es una comunidad cerrada, insegura, con miedo. Necesita hacer la experiencia del Espíritu; sólo después estará preparada para asumir su misión en el mundo y dar testimonio del proyecto libertador de Jesús.

En los “Hechos”, Lucas narra la venida del Espíritu sobre los discípulos en el día de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua (sin duda por razones teológicas y para hacer coincidir la venida del Espíritu santo con la fiesta judía de Pentecostés, la fiesta de la entrega de la Ley y de la constitución del Pueblo de Dios); sin embargo Juan sitúa en el anochecer del día de la Pascua la recepción del Espíritu por parte de los discípulos.

Juan comienza por poner de relieve la situación de la comunidad. Al “anochecer”, las “puertas cerradas”, el “miedo” (v. 19a), es el cuadro que reproduce la situación de una comunidad desamparada en medio de un ambiente hostil y, por tanto, desorientada e insegura. Es una comunidad que ha perdido sus referencias y su identidad y que no sabe, ahora, a qué agarrarse.

Entonces, Jesús se aparece “en medio de ellos” (v. 19b). Juan indica de esta forma que los discípulos, haciendo la experiencia del encuentro con Jesús resucitado, redescubrirán su centro, su punto de referencia, la coordenada fundamental alrededor de la cual la comunidad se construye y toma conciencia de su identidad. La comunidad cristiana sólo existe de forma consciente si está centrada en Jesús resucitado.

Jesús comienza por saludar, deseándoles “la paz” (“shalom”, en hebreo). La “paz” es un don mesiánico; mas, en este contexto, significa sobre todo la transmisión de serenidad, de tranquilidad, de confianza que permitirán a los discípulos superar el miedo y la inseguridad: a partir de ahora, ni el sufrimiento, ni la muerte, ni la hostilidad del mundo podrán derrotar a los discípulos, porque Jesús resucitado está “en medio de ellos”.

Enseguida, Jesús “les mostró las manos y el costado”. Son los “signos” que evocan la entrega de Jesús, el amor total expresado en la cruz. Es a través de esos “signos” (en la entrega de la vida, en el amor ofrecido hasta la última gota de sangre) como los discípulos reconocen a Jesús. El hecho de que esos “signos” permanezcan en el resucitado, indica que Jesús será, de forma permanente, el mesías cuyo amor se derrama sobre los discípulos y cuya entrega alimentará a la comunidad.

Viene, después, la comunicación del Espíritu. El gesto de Jesús de exhalar su aliento sobre los discípulos, reproduce el gesto de Dios al comunicar la vida al hombre de arcilla (Juan utiliza, aquí, precisamente el mismo verbo del texto griego de Gn 2,7). Con el “soplo” de Dios de Gn 2,7, el hombre se convirtió en un “ser viviente”; con este “soplo”, Jesús transmite a los discípulos la vida nueva y hace nacer el Hombre Nuevo. Ahora, los discípulos poseen la vida en plenitud y están capacitados, con Jesús, para hacer de su vida un don de amor a los hombres. Animados por el Espíritu, forman la comunidad de la nueva alianza y están llamados a testimoniar, con gesto y con palabras, el amor de Jesús.

Finalmente, Jesús explicita cual es la misión de los discípulos (v. 23): la eliminación del pecado. Las palabras de Jesús no significan que los discípulos puedan o no, conforme a sus intereses o a su disposición, perdonar los pecados. Significa, únicamente, que los discípulos están llamados a testimoniar en el mundo esa vida que el Padre quiere ofrecer a los hombres. Quien crea esa propuesta, formará parte de la comunidad de Jesús; quien no crea, continuará recorriendo caminos de egoísmo y de muerte (esto es, de pecado). La comunidad, animada por el Espíritu, será la mediadora de esta oferta de salvación.

Para la reflexión, considerad los siguientes puntos:

La comunidad cristiana sólo existe de forma consciente, si está centrada en Jesús. Jesús es su identidad y su razón de ser. Es en él como superamos nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras limitaciones, para iniciar la aventura de testimoniar la vida nueva del Hombre Nuevo.
¿Nuestras comunidades son, antes de nada, comunidades que se organizan y estructuran alrededor de Jesús?
¿Jesús es nuestro modelo de referencia?
¿Nos identificamos con él, o con cualquier ídolo de pies de barro que nos hacemos a nuestra imagen?
¿Si él es el centro, la referencia fundamental, tienen algún sentido las discusiones acerca de las cosas que no son esenciales, que a veces dividen a los creyentes?

Identificarse como cristiano, significa dar testimonio ante el mundo de los “signos” que definen a Jesús: la vida dada, el amor compartido.
¿Es ese el testimonio que damos?
¿Los hombres de nuestro tiempo, mirando a los cristianos o a las comunidades cristianas, pueden decir que encuentran y reconocen los “signos” del amor de Jesús?

Las comunidades construidas alrededor de Jesús, están animadas por el Espíritu. El Espíritu es ese soplo de vida que transforma el barro inerte en una imagen de Dios, que transforma el egoísmo en amor compartido, que transforma el orgullo en servicio sencillo y humilde. Él es el que nos hace vencer los miedos, superar las cobardías y fracasos, derrotar el escepticismo y la desilusión, re-encontrar la orientación, recuperar la audacia profética, testimoniar el amor, soñar con un mundo nuevo. Es preciso tener conciencia de la presencia continua del Espíritu en nosotros y en nuestras comunidades y estar atentos a sus llamadas, a sus indicaciones, a sus propuestas.

1Cor 12, 3b- 7.12-13 (2ª lectura Domingo de Pentecostés)

La comunidad cristiana de Corinto era viva y fervorosa, pero no era una comunidad ejemplar en lo que respecta a la vivencia del amor y de la fraternidad: los partidos, las divisiones, las contiendas y rivalidades, perturbaban la comunión y constituían un contra testimonio.

Las cuestiones sobre el tema de los “carismas” (dones especiales concedidos por el Espíritu a determinadas personas o grupos para provecho de todos), se hacían sentir con especial agudeza: los que poseían esos dones carismáticos se consideraban los “escogidos” de Dios, se presentaban como “iluminados” y asumían con frecuencia actitudes de autoritarismo y de prepotencia que no favorecían la fraternidad y la libertad; por otro lado, los que no habían sido dotados de estos dones eran despreciados y descalificados, considerados casi como “cristianos de segunda”, sin voz ni voto en la comunidad.

Pablo no puede ignorar esta situación. En la primera carta a los corintios, corrige, amonesta, da consejos, muestra la incoherencia de estos comportamientos, incompatibles con el Evangelio. En el texto que se nos propone, Pablo aborda la cuestión de los “carismas”.

En primer lugar, Pablo afirma que es preciso saber enjuiciar la validez de los dones carismáticos, para que no se hable de “carismas” a propósito de comportamientos que pretenden únicamente garantizar privilegios de ciertas figuras.

Según Pablo, el verdadero “carisma” es el que lleva a confesar que “Jesús es el Señor” (pues no puede haber oposición entre Cristo y el Espíritu) y que sea útil para el bien de la comunidad.

Por lo demás, es preciso que los miembros de la comunidad tengan conciencia de que, a pesar de la diversidad de dones espirituales, es el mismo Espíritu el que actúa en todos; que a pesar de la diversidad de funciones, es el mismo Señor Jesús el que está presente en todos; que a pesar de la diversidad de acciones, es el mismo Dios que actúa en todos. No hay, por tanto, “cristianos de primera” y “cristianos de segunda”. Lo importante es que los dones del Espíritu estén para el bien de todos y sean utilizados, no para mejorar la propia posición o el propio “ego”, sino para el bien de toda la comunidad.

Pablo concluye su razonamiento comparando a la comunidad cristiana con un “cuerpo” con muchos miembros. A pesar de la diversidad de miembros y funciones, el “cuerpo” es uno sólo. Por todos los miembros circula la misma vida, pues todos han sido bautizados en un solo Espíritu y han recibido un único Espíritu.

El Espíritu es, pues, presentado como aquel que alimenta y que da vida al “cuerpo de Cristo”; de esa forma, fomenta la cohesión, dinamiza la fraternidad y es el responsable de la unidad de los distintos miembros que forman la comunidad.

Para reflexionar y actualizar la Palabra, considerad los siguientes elementos:

Todos tenemos conciencia de que somos miembros de un único “cuerpo”, el cuerpo de Cristo, que es el mismo Espíritu el que nos alimenta, aunque desempeñemos funciones diversas (no más dignas o más importantes, sino distintas).

Sin embargo encontramos, con alguna frecuencia, cristianos con una conciencia viva de su superioridad y de su situación “a parte” en la comunidad (sea en razón de la función que desempeñan, sea en razón de sus “cualidades” humanas), a los que les gusta mandar y hacerse notar.

A veces, se ven actitudes de prepotencia y de autoritarismo por parte de aquellos que se consideran depositarios de dones especiales; a veces, la Iglesia continúa dando la impresión, a pesar del Concilio Vaticano II, de ser una pirámide en lo alto de la cual hay una élite que preside y toma las decisiones y en cuya base está el rebaño silencioso, cuya función es obedecer.

¿Esto tiene algún sentido, a la luz de la doctrina que expone Pablo?

Los “dones” que recibimos no pueden generar conflictos y divisiones, sino que deben servir para el bien común y para reforzar la vivencia comunitaria.
¿Nuestras comunidades son espacios para compartir fraternalmente, o son campos de batalla donde se litigan intereses personales, actitudes egoístas, intentos de reafirmación personal?

Es preciso tener conciencia de la presencia del Espíritu: él es el que alimenta, da vida, anima, distribuye sus dones conforme a las necesidades; y él es el que conduce a las comunidades en su marcha por la historia. Fue derramado en todos los creyentes y reside en toda la comunidad.
¿Tenemos conciencia de la presencia del Espíritu e intentamos abrirnos a su voz y acoger sus indicaciones?
¿Tenemos conciencia de que, por el hecho de que desempeñemos esta o aquella función, no somos las únicas voces autorizadas para hablar en el nombre del Espíritu?

Hch 2, 1-11 (1ª lectura Domingo de Pentecostés)

Ya vimos, en el comentario a los textos de los domingos anteriores, que el libro de los “Hechos” no pretende ser un reportaje periodístico de los acontecimientos históricos, sino ayudar a los cristianos, desilusionados porque el “Reino” no llega, a redescubrir su papel y a tomar conciencia del compromiso que asumieron, en el día de su bautismo.

Con respecto al texto que hoy se nos propone, y que describe los acontecimientos del día de Pentecostés, no existen dudas de que es una construcción artificial, creada por Lucas con una clara intención teológica.

Para presentar su catequesis, Lucas utiliza las imágenes, los símbolos, el lenguaje poético de las metáforas. Nos toca a nosotros descodificar los símbolos para que lleguemos a la interpretación concreta que la catequesis primitiva, por la palabra de Lucas, nos dejó.

Una interpretación literal de este relato nos haría poner nuestra atención en el ropaje exterior, en el folclore, e ignorar lo fundamental.

El interés principal del autor es presentar a la Iglesia como la comunidad que nace de Jesús, y que está asistida por el Espíritu está llamada a testimoniar, ante los hombres, el proyecto liberador del Padre.

Antes de nada, Lucas sitúa la venida del Espíritu en el día de Pentecostés. Pentecostés era una fiesta judía, celebrada cincuenta días después de la Pascua. Originariamente, era una fiesta agrícola, en la cual se agradecía a Dios la cosecha de la cebada y del trigo; pero, en el siglo I, se convirtió en la fiesta histórica que celebraba la alianza, la entrega de la Ley en el Sinaí y la construcción del Pueblo de Dios.

Al situar en este día el don del Espíritu, Lucas sugiere que el Espíritu es la ley de la nueva alianza (pues es él el que, en el tiempo de la Iglesia, anima la vida de los creyentes) y que, por él, se constituye la nueva comunidad del Pueblo de Dios, la comunidad mesiánica, que vivirá de la ley inscrita, por el Espíritu, en el corazón de cada discípulo (cf. Ez 36,26-28).

Viene, después, la narración de la manifestación del Espíritu (Hch 2,2-4). El Espíritu es presentado como “la fuerza de Dios”, a través de dos símbolos: el viento de la tempestad y el fuego.

Son los símbolos de la revelación de Dios en el Sinaí, cuando Dios dio al Pueblo la Ley y constituyó a Israel como Pueblo de Dios (cf. Ex 19,16.18; Dt 4,36). Estos símbolos evocan la fuerza irresistible de Dios, que viene al encuentro del hombre, que entra en comunicación con él y que, dándole el Espíritu, constituye la comunidad de Dios.

El Espíritu (fuerza de Dios) es presentado en forma de lengua de fuego. La lengua no es solamente la expresión de la identidad cultural de un grupo humano, sino también la manera de comunicarse, de establecer lazos duraderos entre las personas, de crear comunidad. “Hablar otras lenguas” es crear relaciones, es la posibilidad de superar el gueto, el egoísmo, la división, el racismo, la marginación. Aquí tenemos el reverso de Babel (cf. Gn 11,1-9): allí los hombres escogieron el orgullo, la ambición desmedida que condujo a la separación y a desentenderse de los demás; aquí, se vuelve a la unidad, a la relación, a la construcción de una comunidad capaz de diálogo, de entendimiento, de comunión. Es el resurgir de una humanidad unida, no por la fuerza, sino por compartir la misma experiencia interior, fuente de libertad, de comunión, de amor. La comunidad mesiánica es la comunidad donde la acción de Dios (por el Espíritu) modifica profundamente las relaciones humanas, llevándola al compartir, a la relación, al amor.

Es en este escenario como debemos entender los efectos de la manifestación del Espíritu (cf. Hch 2,5-13): todos “les oían proclamar en su propia lengua las maravillas de Dios”. El elenco de los pueblos, convocados y unidos por el Espíritu, señala representantes de todo el mundo antiguo, desde Mesopotamia, pasando por Canaán, por el Asia Menor, por el norte de África, hasta Roma: a todos debe llegar la propuesta liberadora de Jesús, que hace de todos los pueblos una comunidad de amor y de comunión.

La comunidad de Jesús está así capacitada por el Espíritu para crear la nueva humanidad, la anti-Babel. La posibilidad de oír en la propia lengua “las maravillas de Dios”, no es otra cosa que la comunicación del Evangelio, que generará una comunidad universal. Sin dejar su cultura, sus diferencias, todos los pueblos escucharán la propuesta de Jesús y tendrán la posibilidad de formar parte de la comunidad de salvación, donde se habla la misma lengua y donde todos podrán experimentar ese amor y esa comunión que hace a pueblos tan diferentes, hermanos. Lo esencial pasa a ser la experiencia de amor que, desde el respeto por la libertad y por las diferencias, debe unir a todas las naciones de la tierra.

El Pentecostés de “Hechos” es, podemos decirlo, la página programática de la Iglesia y anuncia aquello que se realizará por la acción de los “testigos” de Jesús: la humanidad nueva, la anti-Babel, nacida de la acción del Espíritu, donde todos serán capaces de comunicarse y de relacionarse como hermanos, porque el Espíritu reside en el corazón de todos como ley suprema, como fuente de amor y de libertad.

Para la reflexión, considerad las siguientes indicaciones:

Tenemos, en este texto, los elementos esenciales que definen a la Iglesia: una comunidad de hermanos reunidos por Jesús, animados por el Espíritu del Señor resucitado y que testimonian en la historia el proyecto libertador de Jesús. De ese testimonio surge la comunidad universal de salvación, que vive en el amor y en el compartir, a pesar de las diferencias culturales y étnicas.
¿La Iglesia de la que formamos parte, es una comunidad de hermanos que se aman, a pesar de las diferencias? ¿Está reunida por Jesús y alrededor de Jesús? ¿Tiene conciencia de que el Espíritu está presente y que la anima? ¿Testimonia, de forma efectiva y coherente, la propuesta liberadora que Jesús le dejó?

Nunca estará de más realzar el papel del Espíritu en la toma de conciencia de la identidad y de la misión de la Iglesia. Antes de Pentecostés, había solamente un grupo encerrado entre cuatro paredes, incapaz de superar el miedo y de arriesgar, sin la iniciativa ni el coraje del testimonio; después de Pentecostés, tenemos una comunidad unida, que supera sus limitaciones humanas y se acepta como comunidad de amor y de libertad.
¿Tenemos conciencia de que es el Espíritu el que nos renueve, que nos orienta y que nos anima? ¿Damos suficiente espacio a la acción del Espíritu, en nosotros y en nuestras comunidades?

Para hacerse cristiano, nadie debe ser expoliado de su propia cultura: ni los africanos, ni los europeos, ni los sudamericanos, ni los negros, ni los blancos; todos están invitados, con sus diferencias, a acoger ese proyecto libertador de Dios, que hace que los hombres dejen de vivir encerrados en sí mismos, para vivir desde el amor. ¿La Iglesia, de la que formamos parte, es ese espacio de libertad y de fraternidad? ¿En ella encuentran un lugar y son acogidos con amor y con respeto, los que son de otra raza, los que no nos gustan, los que no son de nuestro círculo o los que son marginados y apartados por la sociedad?