Domingo XIII de Tiempo Ordinario

Esta narración evangélica se halla muy bien construida. Así cada detalle de la misma se halla cargado de un significado simbólico, y no nos es posible comprender a decir verdad todo el mensaje, si lo leemos simplemente como una bella “historia”. La historia no se halla más que para servir de soporte al mensaje, y este mensaje se refiere a la vida, a su restauración y a su mantenimiento.

No es por casualidad que tengamos aquí dos narraciones en una. No hay motivo suficiente para pensar que los dos sucesos hayan tenido lugar al mismo tiempo y en el mismo día. Las dos narraciones han quedado unidad porque tienen mucho en común y porque nos transmiten el mismo mensaje.

En ambos casos se trata de una mujer. La mujer tiene una relación muy especial con la vida. Da la vida a su hijo tras haber cuidado de esta vida nueva en su seno a lo largo de nueve meses, y prosigue cuidado de él aún largo tiempo tras su nacimiento. En la cultura semítica dar la vida era para una mujer el honor supremo así como el deber más importante. Y, por supuesto, toda mujer judía alimentaba la secreta esperanza de llegar a ser ella misma la madre del Mesías.

Las dos mujeres de nuestro Evangelio tiene en común el verse privadas de la posibilidad de cumplir con ese deber y de recibir ese honor – la primera a causa de su muerte a la edad de doce años – edad de la pubertad legal, y edad en la que una joven judía dada de ordinario en matrimonio (no se trataba, pues, de una niña”, sino de una joven núbil) – la segunda a causa de su tipo de enfermedad (de la que se veía afligida desde hacía doce años – cifra que es menester en cuenta), que la hacía impura según la Ley, y que por consiguiente excluía para ella todo tipo de contacto con los hombres y la privaba de la posibilidad de ser madre.

Ambas mujeres son devueltas por Jesús a la plenitud de la vida, y son por lo mismo restablecidas en su papel de potenciales donadoras de la vida. Al curarlas, se revela Jesús como quien da la vida. ¿No es el más antiguo título de Cristo en la Iglesia siria el de “el que da la vida”? Cuando manda Jesús que se de de comer a la joven, se revela asimismo como quien alimenta la vida. Es quien da y restaura no sólo la vida “espiritual”, sino la vida “humana”, una vida que es a un tiempo física, psíquica y espiritual.

Al obrar de esta manera nos recuerda Jesús la belleza y el valor de la vida – de toda forma de vida: la vida tan bella, encantadora y frágil de un niño en plenitud de salud así como la de una persona entrada en años y enferma; la vida interrumpida de manera violenta de un embrión humano, lo mismo que la de los niños nacidos pero que no pueden desarrollarse como consecuencia de falta de alimentación, de habitación, de instrucción o de otras oportunidades normales; la vida de las personas cogidas como rehenes, lo mismo que las de tacones enteras que son rehén de cálculos políticos o económicos; la vida asimismo de personas bien alimentadas y a las que no falta bien material alguno pero que jamás llegarán a una plena madurez como consecuencia de falta de amor, de comprensión, de compasión, de perdón.

En el Evangelio de hoy se nos revela Jesús como quien da y alimenta la vida, todas las formas de vida. Todos nosotros, jóvenes o ancianos, casados o célibes, somos llamados, a ejemplo de Cristo y cada uno de nosotros a nuestra manera, a dar la vida, a alimentarla, y llegado el caso, a restablecerla.

Y porque creemos en esta misión recibida de Cristo, en quien participamos en una misma fe, deseamos una vez más, en esta mañana, recibir juntos el Pan de la Vida.

A. Veilleux