I Vísperas – Domingo XX de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: HOY ROMPE LA CLAUSURA

Hoy rompe la clausura
del surco empedernido
el grano en él hundido
por nuestra mano dura;
y hoy da su flor primera
la rama sin pecado
del árbol mutilado
por nuestra mano fiera.

Hoy triunfa el buen Cordero
que, en esta tierra impía,
se dio con alegría
por el rebaño entero;
y hoy junta su extraviada
majada y la conduce
al sitio en que reluce
la luz resucitada.

Hoy surge, viva y fuerte,
segura y vencedora,
la Vida que hasta ahora
yacía en honda muerte;
y hoy alza del olvido
sin fondo y de la nada
al alma rescatada
y al mundo redimido. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Desead la paz a Jerusalén.

Salmo 121 LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Desead la paz a Jerusalén.

Ant 2. Desde la aurora hasta la noche mi alma aguarda al Señor.

Salmo 129 – DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Desde la aurora hasta la noche mi alma aguarda al Señor.

Ant 3. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA BREVE   2Pe 1, 19-21

Tenemos confirmada la palabra profética, a la que hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que brilla en lugar oscuro, hasta que despunte el día y salga el lucero de la mañana en vuestro corazón. Ante todo habéis de saber que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada; pues nunca fue proferida alguna por voluntad humana, sino que, llevados del Espíritu Santo, hablaron los hombres de parte de Dios.

RESPONSORIO BREVE

V. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

V. Su gloria se eleva sobre los cielos.
R. Alabado sea el nombre del Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; seguid el camino de la prudencia.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; seguid el camino de la prudencia.

PRECES

Invoquemos a Cristo, alegría de cuantos se refugian en él, y digámosle:

Míranos y escúchanos, Señor.

Testigo fiel y primogénito de entre los muertos, tú que nos purificaste con tu sangre
no permitas que olvidemos nunca tus beneficios.

Haz que aquellos a quienes elegiste como ministros de tu Evangelio
sean siempre fieles y celosos dispensadores de los misterios del reino.

Rey de la paz, concede abundantemente tu Espíritu a los que gobiernan las naciones
para que cuiden con interés de los pobres y postergados.

Sé ayuda para cuantos son víctimas de cualquier segregación por causa de su raza, color, condición social, lengua o religión
y haz que todos reconozcan su dignidad y respeten sus derechos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

A los que han muerto en tu amor dales también parte en tu felicidad
con María y con todos tus santos.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde el amor de tu nombre en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos tus promesas que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 18 de agosto

Lectio: Sábado, 18 Agosto, 2018

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre; aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor.

2) Lectura del Evangelio

Del Evangelio según Mateo 19,13-15
Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.» Y, después de imponerles las manos, se fue de allí.

3) Reflexión

• El Evangelio es bien breve. Apenas tres versículos. Describe cómo Jesús acoge a los niños.
• Mateo 19,13: La actitud de los discípulos ante los niños. Llevaron a los niños ante Jesús, para que les impusiera las manos y orase por ellos. Los discípulos reñían a las madres. ¿Por qué? Probablemente, de acuerdo con las normas severas de las leyes de la impureza, los niños pequeños en las condiciones en las que vivían, eran considerados impuros. Si hubiesen tocado a Jesús, Jesús hubiera quedado impuro. Por esto, era importante evitar que llegasen cerca y le tocaran. Pues ya había acontecido una vez, cuando un leproso tocó a Jesús. Jesús, quedó impuro y no podía entrar en la ciudad. Tenía que estar en lugares desiertos (Mc 1,4-45)
• Mateo 19,14-15: La actitud de Jesús: acoge y defiende la vida de los niños. Jesús reprende a los discípulos diciendo: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos”. A Jesús no le importa transgredir las normas que impedían la fraternidad y la acogida que había que reservar a los pequeños. La nueva experiencia de Dios como Padre marcó la vida de Jesús y le dio una mirada nueva para percibir y valorar la relación entre las personas. Jesús se coloca del lado de los pequeños, de los excluidos y asume su defensa. Impresiona cuando se junta todo lo que la Biblia informa sobre las actitudes de Jesús en defensa de la vida de los niños, de los pequeños:
a) Agradecer por el Reino presente en los pequeños. La alegría de Jesús es grande, cuando percibe que los niños, los pequeños, entienden las cosas del Reino que él anunciaba a la gente. “Padre, ¡yo te agradezco!” (Mt 11,25-26) Jesús reconoce que los pequeños entienden del Reino más que los doctores!
b) Defender el derecho a gritar. Cuando Jesús, al entrar en el Templo, derribó las mesas de los mercaderes, eran los niños los que gritaban: “¡Hosanna al hijo de David!” (Mt 21,15). Criticados por los jefes de los sacerdotes y por los escribas, Jesús los defiende y en su defensa invoca las Escrituras (Mt 21,16).
c) Identificarse con los pequeños. Jesús abraza a los niños y se identifica con ellos. Quien recibe a un niño, recibe a Jesús (Mc 9, 37). “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25,40).
d) Acoger y no escandalizar. Una de las palabras más duras de Jesús es contra los que causan escándalo a los pequeños, esto es, son el motivo por el cual los pequeños dejan de creer en Dios. Para éstos, mejor sería que le cuelguen una piedra de molino y le hundan en lo profundo del mar (Lc 17,1-2; Mt 18,5-7). Jesús condena el sistema, tanto político como religioso, que es el motivo por el cual la gente humilde, los niños, pierden su fe en Dios.
e) Volverse como niños. Jesús pide que los discípulos se vuelvan como niños y acepten el Reino como niños. Sin eso, no es posible entrar en el Reino (Lc 9,46-48). ¡Coloca a los niños como profesores de adultos! Lo cual no es normal. Acostumbramos hacer lo contrario.
f) Acoger y tocar. (El evangelio de hoy). Las madres con niños se acercan a Jesús para pedir la bendición. Los apóstoles reaccionan y los alejan. Jesús corrige a los adultos y acoge a las madres con los niños. Los toca y les da un abrazo. “¡Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis!” (Mc 10,13-16; Mt 19,13-15). Dentro de las normas de la época, tanto las madres como los niños pequeños, todos ellos vivían prácticamente, en un estado de impureza legal. ¡Tocarlos significaba contraer impureza! Jesús no se incomoda.
g) Acoger y curar. Son muchos los niños y los jóvenes que acoge, cura y resucita: la hija de Jairo, de 12 años (Mc 5,41-42), la hija de la mujer Cananea (Mc 7,29-30), el hijo de la viuda de Naim (Lc 7,14-15), el niño epiléptico (Mc 9,25-26), el hijo del Centurión (Lc 7,9-10), el hijo del funcionario público(Jo 4,50), el niño de los cinco panes y de los dos peces (Jn 6,9).

4) Para la relación personal

• Niños: ¿Qué has aprendido de los niños a lo largo de tu vida? ¿Qué han aprendido los niños de ti sobre Dios y sobre la vida?
• ¿Qué imagen de Dios irradio para los niños? ¿La de un Dios severo, bondadoso, distante o ausente?

5) Oración final

Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
renueva en mi interior un espíritu firme;
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu. (Sal 51,12-13)

XX Domingo del Tiempo Ordinario

El mensaje revelado que ofrecen las lecturas de este domingo se concentra en los verbos comer y beber. Además, aparecen las palabras “pan” y “carne”, y ambas personalizadas por Jesucristo, quien se presenta como verdadero pan del cielo y como verdadera comida.

No se trata de comida o bebida material, pues “los ricos pasan hambre”; tampoco se trata de abusar de la bebida, como advierte san Pablo: “No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu”; es un lenguaje análogo para explicar la entrega total de Jesucristo, hecho Eucaristía, en favor de todos los hombres.

La necesidad de comer y de beber es existencial. La carencia de alimento y de bebida, si llega al límite, coloca en peligro de muerte. Jesús aplica en su discurso esta perspectiva vital como ejemplo para decir lo que significa comulgar con su persona, con su humanidad. De ello va a depender la vitalidad de la fe en Él.

No se trata de ser antropófagos, ni de caer en la gula desmedida. En un lenguaje figurado, se aplican los efectos biológicos del comer y del beber a la vida espiritual, que se alimenta de la Palabra de Dios y de los sacramentos.

Cabe no tener apetito ni sed, y en estos casos se corre el riesgo de debilitamiento por falta de fuerza; así se puede llegar a la anemia y a la inapetencia, que a veces conducen a la muerte.

El que tiene hambre y sed busca la manera de satisfacer su necesidad, y si es preciso, mendiga. Algunos revuelven los contenedores por si encuentran alimento. Por el contrario, los satisfechos y saciados permanecen instalados en su comodidad. Hay que tener sed y hambre de Dios y de su Palabra, mantenerse en actitud de búsqueda, y acoger la invitación que nos hace Jesús, que no es a una participación física, sino a una pertenencia a su persona, que se manifiesta comulgando.

El libro de los Proverbios ya profetizaba lo que después Jesús nos dejó como regalo de Pascua: “La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa”.

Es momento de aceptar la invitación que nos hace Jesús en la Eucaristía: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. “Tomad y bebed, esta es mi sangre, que se ofrece para perdón de los pecados”.

Ángel Moreno de Buenafuente

Jeremías 16, 10-18

«Cuando anuncies a este pueblo todas estas cosas y te pregunten:
— ¿Por qué ha decretado Yavé contra nosotros esta gran calamidad? ¿Cuál es nuestra iniquidad, qué pecado hemos cometido contra Yavé, nuestro Dios?
Les responderás:
— Porque vuestros padres me abandonaron y se fueron en pos de dioses extraños, los sirvieron y se postraron ante ellos; me abandonaron y no observaron mi ley. Y porque vosotros habéis obrado peor que vuestros padres, pues cada uno de vosotros isgue el capricho de su perverso corazón sin escucharme a mí. Pero yo os expulsaré de este país a un país desconocido para vosotros y para vuestros padres; allí serviréis día y noche a otros dioses, porque yo no os concederé más misericordia.
Sin embargo, he aquí que vienen días -dice Yavé- en que ya no se dirá: «¡Vive Yavé, que sacó a los hijos de Israel del país de Egipto!», sino: «Vive Yavé, que trajo a los hijos de Israel de las regiones del norte y de todos los países en que los había dispersado». Yo los restableceré en la tierra que había dado a sus padres.
Sí, yo mandaré muchos pescadores -dice Yavé-, que los pescarán; mandaré muchos cazadores, que los cazarán sobre todo el monte, encima de toda colina y en las grietas de las rocas. Porque mis ojos vigilan todos los caminos; no se me ocultan, ni su iniquidad está fuera de mi vista. Pero primero los haré pagar el doble su iniquidad y sus pecados porque han profanado mi tierra con los cadáveres de sus ídolos y han abarrotado mi heredad con sus abominaciones» (Jer 16, 10-18).
P. Zezinho

Gaudete et exsultate (Francisco I)

Una voluntad sin humildad

49. Los que responden a esta mentalidad pelagiana o semipelagiana, aunque hablen de la gracia de Dios con discursos edulcorados «en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico»[46]. Cuando algunos de ellos se dirigen a los débiles diciéndoles que todo se puede con la gracia de Dios, en el fondo suelen transmitir la idea de que todo se puede con la voluntad humana, como si ella fuera algo puro, perfecto, omnipotente, a lo que se añade la gracia. Se pretende ignorar que «no todos pueden todo»[47], y que en esta vida las fragilidades humanas no son sanadas completa y definitivamente por la gracia[48]. En cualquier caso, como enseñaba san Agustín, Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas[49]; o bien a decirle al Señorhumildemente: «Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras»[50].


[46] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 94: AAS 105 (2013), 1059.

[47] Cf. S. Buenaventura, Las seis alas del Serafín 3, 8: «Non omnes omnia possunt». Cabe entenderlo en la línea del Catecismo de la Iglesia Católica, 1735.

[48] Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae I-II, q.109, a.9, ad 1: «La gracia entraña cierta imperfección, en cuanto no sana perfectamente al hombre».

[49] Cf. La naturaleza y la gracia, XLIII, 50: PL 44, 271.

[50] Confesiones X, 29, 40: PL 32, 796.

Jesús nos enseña a valorar la Eucaristía

Querido amigo:

en los encuentros anteriores hemos visto a Jesús en este discurso importante y enseñándonos lo más fuerte de su vida que es Él como alimento, Él como comida, Él como fuerza de cada uno de nosotros. Hoy continuamos con el mismo discurso y apreciando todos los matices que contiene esta importante enseñanza que Jesús nos da. Lo vamos a ver en el Evangelio de Juan, capítulo 6, versículo 51 – 58. Lo escuchamos otra vez con mucha atención y sobre todo con mucho amor:

“Yo soy el Pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del Cielo, para que quien coma de él no muera. Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo. Si alguno come de este pan, vivirá eternamente y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Los judíos discutían entre ellos diciendo: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Jesús les dijo: “Os lo aseguro: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Como el Padre que me envió vive y Yo vivo por el Padre, así quien me come, también él vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron. Quien come este pan vivirá eternamente”.

Como decíamos anteriormente, Jesús está en Cafarnaún, está en la Sinagoga, está rodeado de gente, está rodeado de fariseos, está con sus discípulos; ha hecho ese milagro de darles pan, pero Él quiere darles toda la trascendencia de su mensaje, del valor de su pan. Es un mensaje difícil pero que Él poquito a poco lo va desgranando para que le vayan entendiendo, y quiere que lo comprendan, que lo entiendan, que lo valoren.

¡Pero qué duros somos de corazón, querido amigo, tú y yo! Igual que la gente nos extrañamos y queremos el otro pan; igual que los discípulos, no saben dónde está este pan; igual que los judíos, le critican. Hoy Jesús reafirma una y otra vez que Él es el Pan y se extraña porque en medio de este discurso los judíos disputan entre sí: “¿Cómo puede éste darnos su carne? Pero ¿qué está diciendo?”. No lo entienden…

Con los ojos humanos no podemos entender nada, no entenderemos ningún misterio, ¡pero sí podemos amar! La fe es amar y creer y confiar en ese Dios que está ahí, en esa Forma y en ese Pan. Pero hoy nos da una apreciación de la Eucaristía como banquete, como disfrute, como gozo. El comulgar, el verle en la Eucaristía, el acudir ahí, el pensar que está real y presente nos tiene que llenar de mucha alegría. Además de saciarnos de hambre, como a aquellas gentes con el pan natural, también nos sacia de su entrega, de su vida. Pero también nos lleva a pensar que ese pan, Él, es entrega, es muerte, es lucha, es resurrección. Nos lleva más allá, nos lleva a la fe, a una fe profunda, a confiar en que Él es el enviado y que Él es la vida de nuestra vida.

Y comer… y llenarnos… Saborear a Jesús es llenarnos de su vida porque se nos da como pan, como alimento y como banquete. No sólo es necesario para nuestra vida corporal el alimento y la comida. Necesitamos otro alimento todos los días: necesitamos llenarnos de amistad, de amor, de fraternidad, de familia, porque la Eucaristía es eso, es fraternidad, es reunirnos en torno a Él, en torno a su mesa.

Necesitamos llenarnos de alegría porque la Eucaristía es una fiesta, es un acontecimiento para mí, es algo que nunca pasa. Por eso cuando celebramos la Cena del Señor, la Eucaristía, entramos en amistad, entramos en fraternidad, se nos olvidan los malos sinsabores, los recelos, los rencores, se nos olvida todo porque es un banquete. ¡Qué grande es cuando se entiende algo o se adivina o se barrunta algo del amor de Dios! Nos alimentamos, compartimos, nos fortalecemos… Ésta es la fuente de la vida, ésta es la fuente de la fraternidad.

Querido amigo, en este encuentro que aunque parezca que ya hemos hecho varios encuentros con Jesús así acogemos las palabras de Jesús. Le damos gracias por este gran banquete, por esta gran fiesta y le damos gracias también porque nos alimenta, se entrega. Que aprendamos a alimentarnos, pero que aprendamos también a alimentar a los demás de nuestro amor, que aprendamos a compartir la vida de Jesús, pero que aprendamos a compartir la vida de los demás, que valoremos la maravilla de la Eucaristía y que valoremos el Sagrario, que está real y presente ahí.

Acudir muchas veces… estar en soledad… amarle… quererle… Renovar nuestra entrega, renovar nuestra vida de cristianos profundos, renovar nuestra fortaleza, porque sé que comiendo de su vida, comiendo de su pan viviré para siempre y porque sé que alimentándome de toda su fortaleza, de su vida, de su agua, me renuevo y me hago un seguidor ardiente de Él, y sobre todo disfruto de la vida y disfruto del banquete de Él, que es pan y comida.

Hoy nos quedamos con estas palabras y volvemos a oírle, así, con esa energía, con esa gana de convencernos: “No te distraigas que Yo quiero ser tu comida. No te extrañes, no me repitas que cómo puedo ser Yo para ti alimento. ¡Cree! ¡Come! ¡Bebe! Porque Yo soy el que me ha enviado para que vivas. ¡Disfruta de mí!”. Nos quedamos en silencio… amando… saboreando… adorando… y dándole gracias por darse de esa manera y por ser ese banquete y esa fortaleza para nuestra vida. Nunca nos falta, siempre está ahí, así es Jesús.

Francisca Sierra Gómez 

Domingo XX de Tiempo Ordinario

Estas palabras de Jesús que, según el criterio del evangelio de Juan, explican el significado de la Eucaristía, dicen varias cosas:

1) Que en la Eucaristía está presente el mismo Jesús, su carne y su sangre.

2) Que esa presencia está vinculada al pan y al vino.

3) Que ese pan y ese vino son verdadera comida y verdadera bebida.

4) Que esa comida y esa bebida dan vida, una vida plena, abundante, sin limitación alguna. Lo cual quiere decir esto: si lo que más apetecemos los mortales es tener vida, una vida que no se vea amenazada, carente de ilusión y de alegría, en la Eucaristía nuestra vida se une a la vida de Jesús y adquiere la plenitud de vida que caracterizó la vida de Jesús. Una vida tan plena, que supera hasta el límite de la muerte. Es vida total, que rebasa la historia, es decir, supera las limitaciones propias del tiempo y el espacio.

Nótese que Jesús no pone el acento de su explicación en el hecho de su «presencia» en la Eucaristía. Jesús pone todo el peso de sus palabras en la «vida» que tendrá y llevará el que le recibe al comer «el pan de la vida». Nunca se ha puesto en duda el hecho de la presencia de Jesús en la Eucaristía. Otra cosa ha sido la explicación de ese hecho. Hasta el s. XI, la explicación común se tomó de la filosofía de Platón. Era la explicación simbólica. Después se impuso la explicación a partir de la filosofía de Aristóteles, la realidad como substancia y accidentes. Esta es la doctrina oficial de la Iglesia. En el s. XX, se empezó a hablar de la explicación fenomenológica, es decir, lo que importa es la «finalidad» y la «significación» del pan y el vino en la Eucaristía.

En la Eucaristía no recibimos el cuerpo «histórico» de Jesús, porque ese cuerpo ya no existe. Recibimos el cuerpo «resucitado». En la Eucaristía no tomamos carne y sangre (cf. Jn 6, 63). Recibimos a una persona, a Jesús mismo. Pero dos personas (el creyente y Jesús) no pueden unirse nada más que mediante expresiones simbólicas, que así es como se expresa la entrega, la donación y la unión de un ser personal con otro. El pan y el vino de la Eucaristía, si los analiza un químico, siguen siendo pan y vino. Pero ese pan y ese vino, para el creyente, simbolizan y contienen la presencia de Jesús en nuestras vidas. Comulgar, por tanto, no es recibir una «cosa sagrada», sino unirse a Jesús, de forma que la vida de Jesús sea vida en nuestra vida y forma de vivir. Por eso Jesús insiste más en la «vida» que en la «presencia». Lo que importa no es saber que Jesús está en la Eucaristía, sino vivir como vivió Jesús y tener la vida que tiene Jesús, el Señor de la vida.

José María Castillo

Domingo XX de Tiempo Ordinario

Estos dos últimos domingos hemos tratado de descubrir y entender para qué bajó Jesús del cielo. El domingo 18 del tiempo ordinario, supimos que para quitarnos los que pueden considerarse como agobios existenciales. Sus enseñanzas eran lo suficientemente importantes y fundamentadas como para que nos quedase muy claro que nuestra existencia tiene sentido, tiene entidad, que no es una burbuja flotando en el viento de la nada, sino que es una empresa que se realiza en las manos de Dios. Ocho días más tarde, el domingo pasado, 19 del mismo tiempo litúrgico, dábamos un paso más y descubríamos que, otra de las razones que le habían movido a estar entre nosotros era la de querernos mostrar un estilo de vida en conformidad con la grandeza de nuestra condición de personas y de hijos de Dios: el camino del amor. Sus enseñanzas y ejemplo de vida fueron todas en esa dirección.

Hoy, domingo 20 del Tiempo Ordinario, los textos nos muestran una faceta más de lo importante que fue para nosotros que viniera al mundo. Con ella, con su venida, quiso mostrarnos palpablemente su voluntad de unirse profundamente a nosotros. Eso parece desprenderse claramente de su afirmación: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él”. (Tercera lectura, Jn. 6, 51-58)

Los alimentos entran dentro de nosotros en su concreto y específico modo de ser pero, tras la laboriosa actividad del organismo, pasan a convertirse en la realidad somática de cada uno de los comensales. Lo que entra como pollo, lechuga, garbanzos, etc. etc. termina siendo hueso, sangre, cartílagos, músculo, riñón, etc. etc. Los alimentos dejan su “propia entidad ”para elaborar las piezas que integran el edificio del cuerpo humano.

Lo mismo sucede con la Eucaristía. Cuando Jesús afirma: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo” nos está diciendo que cuando se hace presente dentro de nosotros bajo las especies de pan y vino, una vez “asimilado espiritualmente”, se transforma en constructor de nuestra personalidad cristiana. Comienza a ser el verdadero motor de nuestra existencia. Esto lo vio tan claro San Pablo que no duda en afirmar que Jesús vive tan íntimamente dentro de él que ya no es él quien vive sino que es Cristo quien vive dentro de él, conduciéndole por la vida.

La auténtica espiritualidad consiste precisamente en eso: en “dejar” que sea Dios el constructor de nuestra personalidad cristiana y, consecuentemente, el motor de toda nuestra actividad.

Una vez aceptado esto es lógico que afirme también que quien come de ese pan, al vivir espiritualmente con su vida, con la de Jesús, vivirá eternamente. Si dejamos que Jesús viva dentro de nosotros y que dirija toda nuestra vida, pasaremos a gozar de la prerrogativa de la vida de Jesús: la eternidad. Su voluntad al respecto es clara: quiere que donde esté Él estemos también nosotros. (Jn. 14,3)

La idea de fundirnos espiritualmente con Dios, si cumplimos su voluntad, es una de las que aparecen clara y reiteradamente expuestas por Jesús. Por ejemplo en la alegoría de la vid y los sarmientos, recogida por el Apóstol y Evangelista San Juan en su Evangelio (15, 5) Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto”

Aparece también en la despedida que tuvo con los Apóstoles en la Última Cena. En un momento determinado les dijo: “El que me ama guardará mi doctrina, mi Padre lo amará y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él. (Jn. 14,23).

Puede parecer esta reflexión algo excesivamente teórico o extrañamente místico pero no es así de ninguna manera. ¿Nos damos cuenta de la profunda transformación que operarían en nosotros y en el mundo entero estas verdades? ¿Nos damos cuenta de lo que sería nuestro mundo si todos los que decimos creer en la presencia de Dios dentro de nosotros le dejásemos obrar libremente? ¿Cómo sería el mundo si todos dejásemos “libre” a Dios dentro de nosotros y nos mostrásemos justos, prudentes, veraces, comedidos, amantes de los demás como Él nos amó? ¿Cómo sería ese mundo? ¿No es verdad que hasta desde un punto de vista egoísta merecería la pena que todos lucháramos por conseguir un mundo así?

Nos imaginamos lo que sería mi familia si todos los que la integramos nos dejáramos llevar por el espíritu de Jesús. Si todos viviéramos como vivió Jesús. Si todos nos esforzáramos por hacer dentro de ella lo que haría Jesús? ¿Cómo sería mi familia? ¿Cómo serían todas las familias del mundo?

Y si cada uno en su diario quehacer, el que sea: catedrático, peluquero, tendero, ministro, barrendero, estudiante, obrero, lo que sea. Si todos actuáramos como lo haría Jesús ¿nos damos cuenta qué mundo tendríamos? ¡Todos cumpliendo fielmente con nuestro deber! El paraíso aquí en la tierra.

Los pensamientos que nos transmite Jesús no son evasiones alienantes ni ensoñaciones sentimentales. NO. Son unas orientaciones concretas para construir personalidades integras, equilibradas, dueñas de sí mismas y constructoras de una sociedad sin clases, sin explotaciones, sin injusticias, sin sufrimientos causados por la perversión de los hombres.

El consejo que da San Pablo a los cristianos de Éfeso (segunda lectura, 5, 15-20) tiene plena vigencia: “No seáis insensatos, sino inteligentes, aprovechando el tiempo, porque los días son malos. Por consiguiente, no actuéis como necios, sino procurad conocer cuál es la voluntad del Señor”.

Es la misma exhortación que nos hacía la primera lectura (Prov. 9, 1-6) “Venid, comed de mi pan y bebed del vino que yo he preparado. Caminad por la senda de la inteligencia. Dejad de ser imprudentes y viviréis”.

No desoigamos estos consejos. Los días que nos toca vivir son malos, ciertamente. Podemos estar en la hora 25, ya sin tiempo para nada, pero también al comienzo de una nueva etapa de la humanidad. Aquella en la que por fin, como dice el himno de la alegría, “los hombres volverán a ser hermanos”. No lo dudemos; solo depende de que dejemos actuar al espíritu de Jesús dentro de nosotros. AMÉN

Pedro Sáez

Alimentarnos de Jesús

Según el relato de Juan, una vez más los judíos, incapaces de ir más allá de lo físico y material, interrumpen a Jesús, escandalizados por el lenguaje agresivo que emplea: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús no retira su afirmación sino que da a sus palabras un contenido más profundo.

El núcleo de su exposición nos permite adentrarnos en la experiencia que vivían las primeras comunidades cristianas al celebrar la Eucaristía. Según Jesús, los discípulos no solo han de creer en él, sino que han de alimentarse y nutrir su vida de su misma persona. La Eucaristía es una experiencia central en sus seguidores de Jesús.

Las palabras que siguen no hacen sino destacar su carácter fundamental e indispensable: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Si los discípulos no se alimentan de él, podrán hacer y decir muchas cosas, pero no han de olvidar sus palabras: «No tenéis vida en vosotros».

Para tener vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus criterios de vida. Este es el secreto y la fuerza de la Eucaristía. Solo lo conocen aquellos que comulgan con él y se alimentan de su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.

El lenguaje de Jesús es de gran fuerza expresiva. A quien sabe alimentarse de él, le hace esta promesa: «Ese habita en mí y yo en él». Quien se nutre de la Eucaristía experimenta que su relación con Jesús no es algo externo. Jesús no es un modelo de vida que imitamos desde fuera. Alimenta nuestra vida desde dentro. Esta experiencia de «habitar» en Jesús y dejar que Jesús «habite» en nosotros puede transformar de raíz nuestra fe. Ese intercambio mutuo, esta comunión estrecha, difícil de expresar con palabras, constituye la verdadera relación del discípulo con Jesús. Esto es seguirle sostenidos por su fuerza vital.

La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la Eucaristía es la que él mismo recibe del Padre que es Fuente inagotable de vida plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte biológica. Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: «El que come este pan vivirá para siempre».

Sin duda, el signo más grave de la crisis de la fe cristiana entre nosotros es el abandono tan generalizado de la Eucaristía dominical. Para quien ama a Jesús es doloroso observar cómo la Eucaristía va perdiendo su poder de atracción. Pero es más doloroso aún ver que desde la Iglesia asistimos a este hecho sin atrevernos a reaccionar. ¿Por qué?

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 18 de agosto

«Todas las vidas son del Señor. Quien es bueno vivirá». Quizá el mejor lugar para comprender esto sean los muros de un monasterio, donde lo esencial se hace visible a los ojos en el arte de la espera.

Fray María Rafael, en «Saber esperar», escribe dentro los muros del monasterio: «Sigue esperando …, sigue esperando con esa dulce serenidad que da la esperanza cierta …, sigue quieto, clavado, prisionero de tu Dios a los pies de su Sagrario. Escucha el lejano alboroto que hacen los hombres al gozar breves días de libertad por el mundo; escucha de lejos sus voces, sus risas, sus llantos, sus guerras … Escucha y medita un momento; medita en un Dios infinito …, en el Dios que hizo la tierra y los hombres, el dueño absoluto de cielos y tierras, ríos y mares; el que en un instante, con sólo quererlo, con sólo pensarlo, creó la nada y todo cuanto existe». (Pensamiento 519)

Saber esperar, tomar el ritmo de Dios, hacer menos y con más profundidad, tener experiencia del amor primero, sentirse habitado por el Espíritu. Saberse piedra sobre la que edifique Jesús su iglesia cuando no se busca alabanza-grandeza-poder. Estar en el camino, quizá un camino secundario, a las afueras, pero es tu camino. Reconocerse llamado para ser algo pequeño porque da miedo lo alto, lo de primera fila. Abrazar el propio camino y sus árboles con el frescor del viento del Espíritu, camino fácil cuesta abajo. Adorar al dueño del camino, Dios, disfrutarlo y hacerlo disfrutar.

«Apartaos del mal, haceos un corazón y un espíritu nuevo. Convertíos y vivid».

«Qué dulce es esperar haciendo el bien …, qué dulce esperar con una sonrisa a nuestros hermanos y a nuestros enemigos» (Pensamiento 422). La conversión y la vida se dan de la mano en quienes han encontrado la perla preciosa y lo han vendido todo por disfrutar de su encanto.

«De los que son como los niños es el Reino de los Cielos». La vida escondida en Dios y el corazón habitado por el mundo entero. Un niño vive rodeado de la presencia humana. El corazón del monje se agranda tanto cuanto se extiende la presencia de Dios en el corazón del mundo.

«¡Qué bueno y qué grande es Dios, que nos ofrece el corazón de María, como si fuese el suyo! ¡Qué bien conoce Dios el corazón del hombre, pequeño y asustadizo! ¡Qué bien conoce nuestra miseria que nos pone ese puente …, que es María!» (Pensamiento 345).

«A mí me parece que cuanto más amor se la tiene a la Virgen, más amor tenemos a Dios, es decir, que nuestro amor a Dios aumenta a medida que aumentamos el cariño a la Santísima Virgen …; y es natural, ¿cómo vamos a querer a la Madre y no querer al Hijo?, imposible …, y qué no conseguiremos de Dios si se lo pedimos por intercesión de María …, nada». (Pensamiento 337)