El banquete sagrado

Comer juntos es el acto más expresivo de la vida familiar y el momento más fuerte de vinculación y crecimiento en el amor común. En el plano humano es asimilar el poder de otra cosa, es reconocer que uno solo no se basta, es llegar a ser adulto, es mantenerse en la vida y reforzar el signo de unidad y de alegría.

Pero el banquete siempre ha tenido un carácter sagrado y difícilmente se dan acciones sagradas sin banquete. Comer en el plano divino es participar en la vida de la divinidad, es divinizarse por connaturalidad y por asimilación. La asimilación del alimento es la expresión fundamental de la asimilación de Dios. Por eso en todas las culturas religiosas, de una forma u otra, siempre han existido los banquetes sagrados, que desde una valoración pagana, podían ser totémicos, sacrificiales y mistéricos.

Lo que no puede negarse al cristianismo es una peculiar originalidad al imprimir al banquete unos valores profundos y singulares. La “fracción del pan eucarístico”, desde sus orígenes, es el modo perenne de relación con Dios y de actualización de la obra redentora de Cristo. A los primeros cristianos ya se les reconocía públicamente por este banquete sagrado, signo de la mutua caridad, esencialmente vinculada a la “fracción”. La Eucaristía es por un lado perfección de toda una serie de signos prefigurativos veterotestamentarios, y por otro, memorial y recuerdo de los acontecimientos salvíficos cumplidos por Cristo en su muerte y resurrección.

La perícopa evangélica de este vigésimo domingo ordinario, precedida por la lectura proverbial del “banquete de la sabiduría” es quizá una homilía de la Iglesia primitiva, una meditación sobre la cena pascual de todos los domingos, una concentración densa de teología eucarística.

El cristiano vive en permanente invitación a la comunión con la sabiduría divina y con Cristo a través de la Eucaristía. La comunión eucarística transforma al creyente en himno de alabanza a Dios, en Cuerpo de Cristo, en Palabra viva que testimonia ante el mundo la salvación. La Eucaristía es sacramento de la fe, sacrificio pascual, presencia de Cristo, raíz y culmen de la Iglesia, signo de unidad, vínculo de amor, prenda de esperanza y de gloria futura.

Andrés Pardo Rodríguez
Delegado diocesano de Liturgia
de la archidiócesis de Madrid

Anuncio publicitario

II Vísperas – Domingo XX de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: HACEDOR DE LA LUZ: TÚ QUE CREASTE

Hacedor de la luz: tú que creaste
la que brilla en los días de este suelo,
y que, mediante sus primeros rayos,
diste principio al universo entero.

Tú que nos ordenaste llamar día
al tiempo entre la aurora y el ocaso,
ahora que la noche se aproxima
oye nuestra oración y nuestro llanto.

Que cargados con todas nuestras culpas
no perdamos el don de la otra vida,
al no pensar en nada duradero
y al continuar pecando todavía.

Haz que, evitando todo lo dañoso
y a cubierto de todo lo perverso,
empujemos las puertas celestiales
y arrebatemos el eterno premio.

Escucha nuestra voz, piadoso Padre,
que junto con tu Hijo Jesucristo
y con el Santo Espíritu Paráclito,
reinas y reinarás en todo siglo. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Yo mismo te engendré entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 – EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo mismo te engendré entre esplendores sagrados, antes de la aurora. Aleluya.

Ant 2. Dichosos los que tienen hambre y sed de ser justos, porque ellos serán saciados.

Salmo 111- FELICIDAD DEL JUSTO

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dichosos los que tienen hambre y sed de ser justos, porque ellos serán saciados.

Ant 3. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO – Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA BREVE   Hb 12, 22-24

Vosotros os habéis acercado al monte de Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de los innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino, al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.

RESPONSORIO BREVE

V. Nuestro Señor es grande y poderoso.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Su sabiduría no tiene medida.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Aleluya.

PRECES

Alegrándonos en el Señor, de quien vienen todos los dones, digámosle:

Escucha, Señor, nuestra oración.

Padre y Señor de todos, que enviaste a tu Hijo al mundo para que tu nombre fuese glorificado desde donde sale el sol hasta el ocaso,
fortalece el testimonio de tu Iglesia entre los pueblos.

Haz que seamos dóciles a la predicación de los apóstoles,
y sumisos a la fe verdadera.

Tú que amas la justicia,
haz justicia a los oprimidos.

Libera a los cautivos, abre los ojos al ciego,
endereza a los que ya se doblan, guarda a los peregrinos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Haz que nuestros hermanos que duermen ya el sueño de la paz
lleguen, por tu Hijo, a la santa resurrección.

Unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuestos a perdonarnos siempre unos a otros, dirijamos al Padre nuestra súplica confiada:

Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde el amor de tu nombre en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos tus promesas que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Realidad, presencia, existe

1.- Mis queridos jóvenes lectores, el hecho de que deba publicar betania.es un montón de proyectos de homilía juntos y que yo no disponga de tiempo suficiente para pensarlos con calma y redactarlos, me obliga a que acuda a un artilugio hoy. Hace tiempo, un lector mío de otro semanario me escribió, solicitando que le explicara cómo pensaba yo que era la presencia de Jesús en la Eucaristía. Sí habéis escuchado el evangelio de la misa de este domingo, probablemente vosotros también os preguntaréis sobre esta cuestión. Para ahorrar tiempo y para de alguna manera satisfacer vuestro interés, voy a copiaros aquella carta, su solicitud y mi respuesta, tal como la conserva en la memoria de mi P.C.

2.- Me podría indicar si las palabras de Jesús, cuando instituyó la Eucaristía, hay que tomarlas de forma literal, o bien tienen un sentido simbólico, mucho más allá de lo racional. Cuando habla de su carne y su sangre ¿quiere decir su Vida y su Espíritu?

3.- Me satisfaría enormemente responderle de palabra. Contestaré de alguna manera. No creo que la expresión de Jesucristo se refiera exactamente a su tejido muscular o a su torrente sanguíneo, entre otros motivos porque no existen, ni existían como realidades “reales”. No existe un cuerpo estático, inmutable. Está en incesante intercambio. Todo el cuerpo se muda de continuo. El agua está entrando y expulsándose continuamente. Incluso los elementos que parecerían más estables seguros, los oligoelementos: Bromo, boro, cromo, cobalto, cobre, flúor, hierro, manganeso, molibdeno, níquel, selenio, silicio, vanadio, yodo, zinc… (he copiado de Google la lista) varían. ¿Qué es nuestro cuerpo?. La realidad corporal es un “saco de agujeros”. Se dice que un átomo de hidrogeno es semejante a una plaza de toros, en la que en el centro del ruedo hubiera una pelota de futbol y en lo más alto del tendido una pelota de ping-pon. Evidentemente diríamos que está vacía la plaza. La comparación que pongo dará risa a cualquier científico, no lo dudo, sería muy largo rectificar y sé que algo suena.

4.- Las moléculas de agua que circulaban por el cuerpo de Jesús en el momento pronunciar lo que en aquel momento dijo, tal vez ahora circulen por su cuerpo o por el mío. Hay realidades que no nos son perceptibles, ni por los sentidos, ni por nuestros instrumentos de análisis. Pongo un ejemplo que tal vez dé risa, y no es que yo me lo crea, pero de alguna manera lo percibo.

5.- Desde los años cuarenta y pico de mi época de bachiller que oigo hablar de la radiestesia y nunca me lo tomé en serio. Un día, hace pocos años, se me ocurrió coger una cadenita y atarla a una piedrecita, hacerme un primitivo péndulo. Quedé asombrado. Lo único que le puedo asegurar es que poniéndolo sobre una realidad de contenido espiritual (desde las reliquias de santos de una antigua ara de altar, hasta el tronco seco del “pi de les tres branques” tan admirado, elogiado y hasta venerado por cierto catalanismo exaltado, pues bien, colocado el péndulo, se pone a circular en el sentido contrario a las agujas de un reloj. Y le aseguro que cada vez que voy a hacer una prueba, estoy pensando en que no se moverá. Algo existe que no es captado. Pero existe. En la Eucaristía existe Jesús, esta es mi Fe. Lo cual no quiere decir que allí esté su tejido muscular, ni alguno de los átomos de yodo que en aquel momento estaban en su glándula tiroides.

6.- El tema de la realidad corporal me preocupa desde hace tiempo. Primero lo hable con Ignasi Fossas, actual prior de Montserrat, médico y muy amigo mío, desde que él tenía 15 años. Me contestó que no era materia de su profesión. Lo consulté más tarde con Ramón Margalef, que fue el mejor biólogo, ecólogo. Limnólogo etc. etc. del mundo. Lo hablábamos cuando él ya estaba en la fase terminal de su cáncer. Él fue el que más me aseguró lo del total cambio continuo del cuerpo. Me parece que se dice que cada dos años se ha modificado totalmente. A Margalef le decía yo: ya es admirable que tú, seglar y científico biólogo, me estés evangelizando a mí, sacerdote. Los últimos momentos de su vida no me dijo que dudaba, me pidió los sacramentos que pudiera darle. No discutimos, no era momento oportuno, solo me añadía que rezara por él. Su testimonio me ayudo y me ayuda mucho.

7.- Cada día, por la mañana y por lo menos por la noche, entro a mi “pequeña iglesia” hago genuflexión en señal de adoración y luego beso el sagrario muestra de amor, como se lo daba a mi madre cada noche. (murió a los 97 años). Creo en la presencia real, pero sé que ni un análisis normal, ni un cromatógrafo, por poner un ejemplo, me dirían que en la Eucaristía hay tejido muscular o torrente sanguíneo. Pero cada día celebro misa y estoy convencido de que existe. No sé si le ha servido o le complicado más los sesos. Espero que algo le haya ayudado.

Espero, mis queridos jóvenes lectores, que también a vosotros, como aquel lector me contestó, os haya satisfecho mi explicación y comprendáis que he acudido a este método, ya que las obligaciones derivadas de mi vocación, de la que no me he jubilado, me exigían hacerlo así.

Pedrojosé Ynaraja

«Ventajas» fehacientes

1.- La primera lectura de este Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario habla de la sabiduría y la sitúa frente –en contra– de la insensatez. El conocimiento de Dios –ya lo hemos dicho otras veces– nos coloca en una realidad personal más objetiva con olvido de fantasías inalcanzables o de deseos imposibles que suelen llenar nuestros tiempos insensatos cuando estamos lejos de Dios. La búsqueda de Dios ha de ser, además, placentera y humilde. No se trata de una asignatura técnica, ni tampoco de un ejercicio histórico de investigación. Basados en las Escrituras y en lo que los cristianos, a través de los siglos e inmersos en esa conexión valida llamada Comunión de los Santos, nos han ido aportando: la Tradición.

2.- Nuestra experiencia personal surgida de una conversión, llegada –entonces– en medio de una realidad personal muy intelectualizada y politizada, nos índica que sin la esperanza de que sea Dios quien te enseñe, nada puedes sacar adelante. El momento de la conversión es ese conocimiento de que no se está solo y que el camino a seguir no tiene ni tiempo, ni espacio, ni prisa, ni fin. La fe se convierte luego en algo ligero y nada oprimente: que no es tanto creer lo que no se ve, como intuir con seguridad lo que después veremos. Dicen que una de las primicias de ese Mundo Futuro es la Eucaristía: la recepción del Cuerpo y Sangre de Cristo. Sin duda, y como experiencia personal, diremos que ayuda fundamentalmente en ese camino primero de relación con Dios.

La misa –mesa en la que coinciden la Escritura y la Eucaristía– es un ingrediente fundamental para ir creciendo en el conocimiento de la cercanía de Dios. Por eso consideramos muy importantes estos domingos de Agosto que la liturgia nos presenta las Lecturas Eucarísticas y, sobre todo, los pasajes del Evangelio de San Juan en los que Jesús habla de entregar su Cuerpo y su Sangre para la salvación de todos.

3.- Es, precisamente, el pasaje que leemos esta semana en el que el mismo Jesús confirma que su Cuerpo y su Sangre son verdadera comida y verdadera bebida. No un planteamiento simbólico. Junto al convencimiento testimonial que nos dan las Escrituras está esa aproximación interna que nos acerca a la verdad y que produce la recepción de la Eucaristía. No es un acto sentimental, no se trata de sentimientos, es una comunicación con Quien se recibe. ¡Ojalá muchos que no se acercan al Sagrario pudieran comenzar a intuir las «ventajas» fehacientes que la recepción del Cuerpo y de la Sangre de Cristo producen!

Ángel Gómez Escorial

Por causa de Jesucristo

Entonces mi corazón pasó a conocer un mundo diferente.
Empezaron a motejarme de agitador, porque yo hablaba, sin callarme ni un minuto siquiera, en las asambleas d emi tiempo y de mi siglo. Insistían en llamarme profeta, siendo así que yo oera un hombre normal, que me gustaban las cosas sencillas y procuraba, dentro de mis límites, verlas como las vería Jesús de Nazaret.
Él me hacía ver con los ojos, mientras antes yo veía con la filosofía.
Él me hacía sentir con el corazón, mientras antes yo sentía con la lógica.
Él me llevaba a respirar con todo mi ser, mientras antes yo apenas respiraba con el raciocino.
¡Empecé a respirar la vida con fruición!
A mi alrededor moría un mundo cansado y malherido de soledad.
Pensé para mí: El hombre tiene nostalgia de Dios, sin saberlo. Me quedé pensando en todo aquello: el hambre, la ganancia, la miseria, la sociedad sin Dios, lo sniños, las madres solteras, las chicas puras e ingenuas, los muchachos sinceros y honestos, los adultos insatisfechos y amedrentados con la propia inmadurez, el hombre cansado y neurótico, el ignorante feliz, el ilustre profesor descontento y perennemente agresivo, los abortos, las matanzas, los suicidios, las pantallas sucias del cine, las aulas de violencia, las salas de espectáculos, la irresponsabilidad de los responsables, la vacilación de las columnas, la superficilidad de los fundamentos, el hambre de amor y la hartura de sexo…
Me dio un escalofrío.
¿Y Jesús? ¿Dónde estaba él dentro de todo este mundo? ¿Dónde andaba su verdad y su doctrina?
Los hombres de mi tiempo conocen a un Jesús folklórico muy útil, pensé para mí: ¡pero Jesús de Nazaret sigue siendo ignorado o adulado… y raramente escuchado!
De nuevo me asaltó la pesadilla de la realidad: las matanzas en los aeropuertos, la tortura del hambre, la violencia que se pasea por todo el mundo, las guerras que terminan en el este para explotar en el sur, el aborto, las ferias de erotismo, la inconsideración total a las creencias y convicciones de quien carece de todo otro consuelo en medio del hambre y la injusticia de su condición infrahumana, la risa sarcástica de quienes matan lentamente a la juventud con semidosis de droga y sexo, la prepotencia de quienes envenenan la mente del pueblo con doctrinas de libertad omnímoda y la fuga de todas las responsabilidades, el juego de los intereses, la sed, el hambre, el dolor, los sufrimientos que minan al individuo, los paralíticos, los perturbados, los neuróticos… víctimas de una civilización que obliga a competir al hombre con las máquinas, los marginados, los irrecuperables, los pequeños y los grandes asesinatos.
Me quedé pensando en Dios.
Y no pregunté dónde estaba él… Yo recordaba que las ondas de la radio se difunden por todas partes, y sin embargo, muchos hombres no sintonizan con ellas. Sabía que las imágenes están en las salas, aunque nadie se fije en ellas.
Yo reconocía que Dios está presente en el hombre y que, a pesar de eso, es el gran ausente.
Es una tremenda pesadilla saber que el Omnipotente está presente y que, sin embargo, parece ausente.
Es terrible saber o creer saber que Dios es el padre que ama a sus hijos y que, con todo, no defiende a los inocentes maltratados en los aeropuertos, ni a los campesinos hambrientos que piden una gota de agua para sus sembrados, ni al papá desesperado que pide la vida para el hijo desahuciado.
Jesucristo me ha enseñado a tener la seguridad de que si pido en su nombre, el Padre no me negará ninguna cosa.
¡Pero ni él mismo consiguió todo lo que pidió al Padre!
No apartó de él el cáliz de amargura. Nadie vino a librarle de aquel momento. Y al final, él mismo grito al Padre intentando saber por qué le había abandonado.
Seguí pidiendo. En fin de cuentas, yo necesito bastante más de lo que necesitaba Jesús.
P. Zezinho

Gaudete et exsultate (Francisco I)

50. En el fondo, la falta de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que no le deja espacio para provocar ese bien posible que se integra en un camino sincero y real de crecimiento[51]. La gracia, precisamente porque supone nuestra naturaleza, no nos hace superhombres de golpe. Pretenderlo sería confiar demasiado en nosotros mismos. En este caso, detrás de la ortodoxia, nuestras actitudes pueden no corresponder a lo que afirmamos sobre la necesidad de la gracia, y en los hechos terminamos confiando poco en ella. Porque si no advertimos nuestra realidad concreta y limitada, tampoco podremos ver los pasos reales y posibles que el Señor nos pide en cada momento, después de habernos capacitado y cautivado con su don. La gracia actúa históricamente y, de ordinario, nos toma y transforma de una forma progresiva[52]. Por ello, si rechazamos esta manera histórica y progresiva, de hecho podemos llegar a negarla y bloquearla, aunque la exaltemos con nuestras palabras.


[51] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038.

[52] La fe cristiana entiende la gracia como preveniente, concomitante y subsecuente a nuestras acciones (cf. Conc. Ecum. de Trento, Ses. VI, Decr. de iustificatione, sobre la justificación, cap. 5: DH, 1525).

Lectio Divina – 19 de agosto

Lectio: Domingo, 19 Agosto, 2018

Jesús, el Pan de vida
Juan 6,51-58

Invocamos la presencia de Dios

Shadai, Dios de la montaña,
que haces de nuestra frágil vida
la roca de tu morada,
conduce nuestra mente
a golpear la roca del desierto,
para que brote el agua para nuestra sed.
La pobreza de nuestro sentir
nos cubra como un manto en la oscuridad de la noche
y abra el corazón, para acoger el eco del Silencio
y así el alba,
envolviéndonos en la nueva luz matutina,
nos lleve
con las cenizas consumadas por el fuego
de los pastores del Absoluto,
que han vigilado por nosotros junto al Divino Maestro,
al sabor de la santa memoria. 

1. LECTIO

a) El texto:

Juan 6,51-5851 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» 52 Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» 53 Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. 57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. 58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.»

b) Momento de silencio:

Dejamos que la voz del Verbo resuene en nosotros. 

2. MEDITATIO 

a) Algunas preguntas: 

Yo soy el pan de vida… Jesús, carne y sangre, pan y vino. Son las palabras que sobre el altar operan un cambio, como dice San Agustín: “ Si quitas la palabra, es pan y vino; añades la palabra, y ya es otra cosa. Y esta otra cosa es el cuerpo y la sangre de Cristo. Quitas la palabra es pan y vino; añades la palabra y se convierte en sacramento”. ¿Cuán importante es la palabra de Dios para mi?. Si se pronunciara sobre mi carne ¿me puede convertir en pan para el mundo?

b) Entremos dentro del texto:

v. 51. “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. El evangelio de Juan, no nos transmite el relato de la institución de la Eucaristía, sino el significado que ella asume en la vida de la comunidad cristiana. La simbología del lavatorio de los pies y el mandamiento nuevo (Jn 13,1-35) quieren ser el memorial del pan que se parte y del vino que se derrama. Los contenidos teológicos son los mismos que en los sinópticos. La tradición cultual de Juan se puede sin embargo encontrar en el “discurso eucarístico” que sigue al milagro de la multiplicación de los panes (Jn 6,26-65), un texto que pone en evidencia el significado profundo de la existencia de Cristo donada al mundo, don que es fuente de vida y que lleva a una comunión profunda en el nuevo mandamiento de la pertenencia. La referencia al antiguo milagro del maná es explicativo de la simbología pascual en la que el sentido de la muerte es asumido y superado por la vida: “Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que desciende del cielo para que quien lo coma no muera” (Jn 6,49-50). Destinatario del pan del cielo (cfr Éx 16; Jn 6,31-32) en figura o en la realidad son no tanto cada uno, como la comunidad de los creyentes, aunque cada uno sea llamado a participar personalmente en el alimento dado para todos. Quien come el pan viviente no morirá: el pan de la revelación es el lugar de una vida que no tiene ocaso. Del pan, Juan pasa a usar otra expresión para indicar el cuerpo: Sarx. En la Biblia este término designa a la persona humana en su frágil realidad y débil delante de Dios, en Juan la realidad humana del Verbo divino, hecho hombre (Jn 1,14ª): el pan se identifica con la carne misma de Jesús. En este caso no se trata de un pan metafórico, o sea de la revelación de Cristo al mundo, sino del pan eucarístico. Mientras la revelación, o sea el pan de la vida, identificado con la persona de Jesús (Jn 6,35) lo da el Padre (el verbo dar es presente, v.32), el pan eucarístico sea, el cuerpo de Jesús, será ofrecido por Él mismo con su muerte en la cruz prefigurada en la consagración del pan y del vino durante la cena: “ Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.

v. 52: Entonces los judíos se pusieron a discutir entre ellos: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Comienza el drama con un pensamiento que se queda en la entrada de lo visible y material y no osa traspasar el velo del misterio. El escándalo de quien cree sin creer… de quien pretende saber y no sabe. Carne para comer: la celebración de la Pascua, rito perenne que se perpetuará de generación en generación, fiesta del Señor y memorial (cfr Éx 12,14), del cual Cristo es el significado. La invitación de Jesús a hacer lo que Él ha hecho “ in memoria” de Él, tiene su paralelismo en las palabras de Moisés, cuando prescribe el recuerdo pascual: “Este día será para vosotros un memorial y vosotros lo festejaréis” (Éx 12,14). Ahora, nosotros sabemos que para los hebreos la celebración de la Pascua no era solamente el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino también su actualización de nuevo, en el sentido de que Dios está dispuesto a ofrecer de nuevo a su pueblo la salvación de quien, en las cambiantes circunstancias históricas, tenía necesidad. De esta manera el pasado hacía irrupción en el presente, llevado de su fuerza salvífica. Del mismo modo el sacrificio eucarístico “podrá”, dar por los siglos “carne para comer”.

vv. 53. Jesús dice: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Juan, como los sinópticos, utiliza expresiones separadas para indicar el entregarse Cristo a la muerte, no queriendo entender con esto la separación en partes, sino la totalidad de su persona donada: la corporeidad espiritualizada del Cristo resucitado, totalmente compenetrado por el Espíritu Santo en el acontecimiento Pascual, se convertirá en manantial de vida para todos los creyentes, de modo especial mediante la eucaristía, que une estrechamente a cada uno de ellos con el Cristo glorificado a la derecha del Padre, haciéndole partícipe de su misma vida divina. No se nombran las especies del pan y del vino, sino directamente aquello que en ellos es significado: carne para comer porque Cristo es presencia que nutre la vida y sangre para beber – acción sacrílega para los judíos- porque Cristo es cordero inmolado. Es evidente aquí el carácter litúrgico sacramental: Jesús insiste sobre la realidad de la carne y de la sangre refiriéndose a su muerte, porque en la inmolación de las víctimas para el sacrificio la carne era separada de la sangre.

v.54 “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. La Pascua vivida por Jesús hebreo y por el cristianismo primitivo recibe una nueva alma: la de la resurrección de Cristo, definitivo éxodo de la libertad perfecta y plena (Jn 19,31-37), que encuentra en la eucaristía el nuevo memorial, símbolo de un Pan de vida que sostiene en el camino del desierto, sacrificio y presencia que sostiene al nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que , atravesadas las aguas de la regeneración, no se cansará de hacer memoria como Él ha dicho (Lc 22,19: 1Cor 11-24) hasta la Pascua eterna. Atraídos y penetrados por la presencia del Verbo hecho carne, los cristianos viven en la peregrinación del tiempo su Pesach, el paso de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios: en conformidad con Cristo, se harán capaces de proclamar las obras maravillosas de su admirable luz, ofreciendo la eucaristía de la propia corporeidad: sacrificio viviente, santo y grato en un culto espiritual (Rom 12,1) que le conviene al pueblo de su conquista, estirpe elegida, sacerdocio real (cfr. 1Pt 2,9).

vv. 55-56. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él. Es fuerte la incidencia que esta oferta de la vida de Cristo tiene en la vida del creyente: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”(Jn 6,56). La comunión de vida que Jesús tiene con el Padre se ofrece a todo el que come el cuerpo sacrificado de Cristo: esto se entiende sin caer en una concepción mágica de un alimento sacramental que conferiría automáticamente la vida eterna a quiénes lo han comido. La oferta de la carne y de la sangre exige la predicación para hacerla inteligible y para suministrar la necesaria comprensión de la acción de Dios, requiere la fe por parte del que participa al banquete eucarístico, y requiere la acción preveniente de Dios, de su Espíritu, sin la cuál no puede haber ni escucha ni fe.

v.57. Como el Padre, que tiene la vida, me ha enviado y yo vivo por el Padre, así también aquél que come vivirá por mí.El acento no se pone sobre el culto como momento culminante y fundamento de la caridad, sino en la unidad del cuerpo de Cristo vivo y operante en la comunidad. No se da liturgia sin vida. “Una eucaristía separada de la caridad fraterna equivale a la propia condenación, porque se desprecia el cuerpo de Cristo que es Comunidad”. En la liturgia eucarística, de hecho, el pasado, el presente, el futuro de la historia de la salvación, encuentran un símbolo eficaz para la comunidad cristiana, expresivo y nunca sustitutivo de la experiencia de fe que no puede faltar de historicidad. Con la Cena y la Cruz, inseparables, el pueblo de Dios ha entrado en posesión de las antiguas promesas, la verdadera tierra más allá del mar, del desierto, del río, tierra donde corre leche y miel de una libertad capaz de obediencia. Todas las grandes realidades de la antigua economía encuentran en esta hora (cfr Jn 17,1) su cumplimiento: de la promesa hecha a Abrahán (Gén 17,1-8) a la Pascua del Éxodo (Éx 12,1-51). Es un momento decisivo en el que se recoge todo el pasado del pueblo (cfr DV 4) y se ofrece al Padre la primera y más noble eucaristía de la nueva alianza que jamás se ha celebrado: sobre el altar de la cruz la fecundidad del cumplimiento de todo lo que se esperaba.

v.58 Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron. Quien come de este pan vivirá para siempre. Cuando Jesús diga : “ Esto es mi cuerpo” ó : Ésta es mi sangre”, establecerá una relación verdadera y objetiva entre estos elementos materiales y el misterio de su muerte, que encontrará su coronamiento en la resurrección. Palabras creativas de una nueva situación con elementos comunes de la experiencia humana, palabras por las cuales siempre y verdaderamente se hubiera realizado la misteriosa presencia del Cristo viviente. Los elementos escogidos quieren ser y son símbolo e instrumento al mismo tiempo. El elemento del pan que, por su relación con la vida, tiene en sí una portada escatológica (cfr Lc 14,15), es fácilmente comprensible en cuanto alimento indispensable para la subsistencia y motivo del compartir universal. El elemento del vino por su simbología natural lleva a la plenitud de la vida y a la expansión de la alegría del hombre (cfr sal 103,15).

c) Meditamos:

Jesús cumple el verdadero Pesach de la historia humana: “Antes de la fiesta de Pascua, Jesús, sabiendo que era llegada su hora de pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Mientras cenaban…” (Jn 13,1). Pasar: la nueva Pascua es precisamente en este un pasaje de Cristo de este mundo al Padre a través de la sangre de su sacrificio. La eucaristía es el memorial, pan del desierto y presencia de salvación, pacto de fidelidad y de comunión escrito en la persona del Verbo. La Historia de la Salvación que para Israel se narra con sucesos, nombres, lugares conduce a la reflexión de fe dentro de una experiencia de vida que hace del nombre de Javhé no un nombre entre tantos sino el único nombre. Todo comienza siempre por un encuentro, entre Dios y el hombre que se traduce en un pacto de alianza, antigua y nueva. El mar de los juncos es la última frontera de la esclavitud más allá de la cual se extiende el espacioso territorio de la libertad. En este sepulcro de agua deja el cuerpo del viejo Israel y resurge el Israel nuevo y libre. Es aquí donde nace la pertenencia de Israel. Y cada vez que se evoque este pasaje en las aguas del nacimiento más que un pasado histórico para traer a la memoria se repondrá el acontecimiento escatológico, capaz de una plenitud divina que se actúa en el presente, signo sacramental de la iniciativa de un Dios fiel.

3. ORATIO

Salmo 115

¿Cómo pagar a Yahvé
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de salvación
e invocaré el nombre de Yahvé.

Cumpliré mis votos a Yahvé
en presencia de todo el pueblo.
Mucho le cuesta a Yahvé
la muerte de los que lo aman.

¡Ah, Yahvé, yo soy tu siervo,
tu siervo, hijo de tu esclava,
tú has soltado mis cadenas!
Te ofreceré sacrificio de acción de gracias
e invocaré el nombre de Yahvé.

Cumpliré mis votos a Yahvé
en presencia de todo el pueblo,
en los atrios de la Casa de Yahvé,
en medio de ti, Jerusalén.

4. CONTEMPLATIO

Cuando nosotros te pensamos, Señor, no recordamos hechos acaecidos y cumplidos en el tiempo, sino que entramos en contacto con tu realidad siempre presente y viva, vemos tu continuo pasar entre nosotros. Tú intervienes en nuestra vida para restituirnos la semejanza de la pertenencia, para que no se seque más entre las piedras de la ley nuestro rostro, sino que encuentre su máxima expresión en el rostro del Padre, revelado en el rostro del hombre, Jesús, promesa de fidelidad y amor consumado. Tu, Creador del cielo y de la tierra, te escondes en los pliegues de la historia y aunque oscuro e implícito, te dejas encontrar en aquella trascendencia que no desaparece con los sucesos. El prodigio de tu presencia se realiza por pura gratuidad siempre: en los miembros de la Iglesia, allí donde dos o tres se reúnen en el nombre de Jesús (Mt 18,20), en las páginas de la Escritura, en la predicación evangélica, en los pobres y enfermos (Mt 25,40), en las acciones sacramentales de los ministros ordenados. Pero es en el sacrificio eucarístico cuando la presencia es totalmente real: en el Cuerpo y Sangre está toda la humanidad y la divinidad del Señor resucitado, presencia substancial.

Jesús nos regala la vida de verdad

1.- Sabiduría que viene de Dios. El autor del Libro de los Proverbios nos presenta a la Sabiduría personificándola. La Sabiduría aparece en el libro como la primera criatura de Dios que le acompaña después en todas las obras de la creación. Nos habla después de la Sabiduría que edifica su casa entre los hombres y prepara un banquete para todos los que lo desean. Se trata de una sabiduría que viene de Dios para los hombres. Jesucristo es en realidad aquella Sabiduría (o Palabra) de Dios que «era ya en el principio de todas las cosas, por quien todas éstas fueron creadas», «que habitó entre nosotros», «en quien puso el Padre todas sus complacencias», que vino al mundo «para que tengamos vida y la tengamos abundante» y que invita a todos los hombres a sentarnos a su mesa: la mesa de la «palabra que da la vida» y del «pan bajado del cielo».

2.- Pan de vida. Después del relato de la multiplicación de los panes, el evangelio de Juan continúa con el discurso del pan de vida, que al final se transforma en discurso de la Eucaristía, que es el que leemos hoy. Jesús se presenta como el pan vivo, bajado del cielo, que da vida por siempre. Así hace la transición del discurso del pan al discurso de la Eucaristía. El término carne designa la realidad humana, con todas sus posibilidades y debilidades. Recordemos que en el prólogo de este evangelio se dice que la Palabra se hizo carne. Observemos que Juan no utiliza el término cuerpo, probablemente porque quiere subrayar la realidad de la encarnación. Carne y sangre expresan la totalidad de la vida. Comer la carne y beber la sangre del Hijo del hombre es participar de la vida divina. Efectivamente, Jesús, enviado del Padre, tiene la vida del Padre; los que comen la carne y beben la sangre de Jesús (su vida) tienen la vida de Jesús, que es la vida del Padre. Por eso la vida recibida es eterna. Más aún, se afirma que sólo se puede tener vida si se participa de la vida de Jesús. La comparación con el maná ayuda a subrayar este sentido. El pan de la Eucaristía da la vida por siempre: es el pan salvífico. También habría que tener en cuenta que, así como la carne nos recuerda la encarnación de Jesús, la sangre nos recuerda su muerte en la cruz. Así, participar de la vida de Jesús comporta asumir a fondo la propia humanidad, como hizo Jesús, y, como él, dar la vida por amor.

3.- La vida de verdad. La afirmación básica y central de este texto del evangelio de Juan es ésta: Jesús es “fuente de vida” para todo el que se alimenta de él. En Jesús no vamos a encontrar ante todo una doctrina o una filosofía; no vamos a hallar una teología de escribas o una religión fundamentada en la ley; no se trata aquí sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía, se trata de la vida auténtica que Cristo nos regala. Vamos a encontrarnos con alguien, lleno de Dios, capaz de alimentar nuestro anhelo de vida y vida eterna. Hoy se habla mucho de “calidad de vida”. Sin embargo, se puede tener toda la “calidad de vida” que ofrece la sociedad moderna y no saber vivir. No es extraño ver a personas cuyo único objetivo es llenar el vacío de sus vidas llenándolo de placer, excitación, dinero, ambición y poder. No pocos se dedican a llenar su vida de cosas, pero las cosas siempre son algo muerto, no pueden alimentar nuestro deseo de vivir. No es casual que siga creciendo el número de personas que no conocen la alegría de vivir. La experiencia cristiana consiste fundamentalmente en alimentar nuestra vida en Jesús, descubriendo la fuerza que encierra para transformarnos poco a poco a lo largo de los días. Jesús infunde siempre un deseo inmenso de vivir y hacer vivir. Un deseo de vivir con más verdad y más amor.

José María Martín OSA

Recuperar la cultura del esfuerzo

A mediados de junio surgió la noticia de que un reciente estudio llevado a cabo por investigadores noruegos señalaba que el cociente de inteligencia de la población ha comenzado a caer, y que la caída comenzó con las personas nacidas en el año 1975, a pesar de la universalización de la enseñanza y de disponer de más medios de formación. Según los autores del estudio, el motivo no es una cuestión genética, sino que se debe a aspectos como los cambios en la forma de enseñanza, o la pérdida del hábito de la lectura de libros en favor de la televisión y los ordenadores y dispositivos móviles. Al parecer, tal como anunciaban con cierto humor los titulares de prensa y locutores de informativos, “nos estamos volviendo más tontos”.

No hacía falta un estudio para darnos cuenta de que no sólo en cuanto al cociente de inteligencia, sino también en aspectos básicos y cotidianos de la vida, se percibe que son muchas las personas de todas las edades que actúan de modo impulsivo, primario, sin detenerse a pensar en las consecuencias, a veces muy graves e irreparables, de sus actos u omisiones. Y también se ven muchas personas que ante una dificultad o incluso un simple contratiempo se quedan paralizadas, sin capacidad de reacción, sin saber cómo actuar ni resolver el problema que se les ha presentado.

Ante esta realidad, necesitamos escuchar las palabras que en la 1ª lectura el autor del libro de los Proverbios pone en boca de la Sabiduría: Los inexpertos, que vengan aquí, voy a hablar a los faltos de juicio. Esta Sabiduría personificada prefigura a Jesucristo, pero en el Antiguo Testamento, la Sabiduría era un concepto que abarcaba múltiples aspectos, desde la destreza para realizar un trabajo manual, pasando por el acierto para desenvolverse en la vida familiar y social, hasta la capacidad intelectual. Por tanto, sabio no es el que conoce muchas cosas, sino el que se conoce a sí mismo y sabe estar ante los demás, ante las cosas y ante Dios (Introducción a los escritos sapienciales en “La Biblia” de La Casa de la Biblia).

Y para que podamos ser “sabios”, la Sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa, que también es una figura del banquete Eucarístico.

Necesitamos ser “sabios” en la vida, y para ello el Señor viene a nuestro encuentro en la Eucaristía: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. La Eucaristía es el modo privilegiado por el que el Señor habita en nuestro interior para darnos vida, para enseñarnos a “vivir”, para que seamos “sabios” conociéndonos a nosotros mismos y sabiendo actuar ante los demás, ante las cosas de la vida, y ante Dios.

El domingo pasado decíamos que sólo un pequeño porcentaje de quienes se declaran católicos participa habitualmente en la Eucaristía dominical, el banquete que el Señor nos prepara. De ahí que también tenemos que dejarnos cuestionar por las palabras de Jesús en el Evangelio: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. No debe extrañarnos que no “sepamos vivir”, puesto que nos falta el alimento necesario y, como en el caso del estudio científico, lo hemos sustituido por otras actividades que nos vuelven “tontos”.

San Pablo, en la 2ª lectura, daba a los Efesios unos consejos que también debemos escuchar. Fijaos bien cómo andáis: Fijémonos a qué nos está conduciendo que la Eucaristía no sea el centro de nuestra vida. No seáis insensatos, sino sensatos: es de insensatos dejar voluntariamente de tomar este Alimento que es el mismo Cristo. Daos cuenta de lo que el Señor quiere: y lo que el Señor quiere es que tengamos vida: ya ahora quiere darnos “sabiduría” para vivir porque el que me come vivirá por mí, y además nos da la vida eterna porque el que come este pan vivirá para siempre.

¿Estoy de acuerdo con ese estudio sobre la caída del cociente intelectual? ¿“Sé vivir”? ¿La Eucaristía me hace crecer en “sabiduría”, me hace conocerme mejor a mí mismo, desenvolverme en la vida y afrontar decisiones y contratiempos, y sentirme habitado por el Señor, en su presencia?

Como pedía San Pablo, seamos sensatos, “sabios”: por nosotros y por tantos que no “saben vivir”. Que la Eucaristía sea el centro de nuestra vida, para mostrar en lo cotidiano que el Señor habita en nosotros, que es el verdadero Alimento para la vida del mundo, ya desde ahora y para siempre.

La Eucaristía: Sacramento de Comunión

1.- El padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Seguimos con el capítulo 6 de San Juan, sobre el pan de vida. No quiero repetir lo que ya he comentado en las dos homilías anteriores, referente a las palabras de San Juan, en este mismo capítulo, sobre el pan de vida. Hoy me voy a limitar a escribir algunas frases de San Agustín, cuando habla a sus fieles de Hipona sobre el pan de vida. A san Agustín, asiduo lector de san Pablo, la frase que más le impresiona del Apóstol, cuando habla de la eucaristía, es esta: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. Los cristianos somos realmente el cuerpo de Cristo y, si no queremos deshonrar a Cristo, debemos comportarnos como dignos miembros de su cuerpo. Cuando san Agustín habla del cuerpo de Cristo se refiere, evidentemente, al cuerpo místico de Cristo, según la doctrina paulina expuesta en el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios. Cuando comulgamos, dice San Agustín, lo hacemos como parte del Cuerpo que somos y del mismo Cuerpo que vamos a recibir. Literalmente dice: Si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois vosotros. A lo que sois respondéis con el amén. Sé miembro del cuerpo de Cristo para que sea auténtico tu <amén>. Sed lo que veis y recibid lo que sois… Para que exista esta especie visible de pan se han aglutinado muchos granos en una sola masa, como si sucediera aquello mismo que dice la Escritura a propósito de los fieles: “tenían una sola alma y un solo corazón hacia Dios”. Lo mismo ha de decirse del vino; son muchas las uvas que penden del racimo, pero el zumo de las uvas se mezcla, formando un solo vino… Sed también vosotros una sola cosa amándoos, poseyendo una sola fe, una única esperanza y un solo amor. De la comprensión profunda que tenía san Agustín de la presencia del espíritu de Cristo en cada uno de los miembros del cuerpo místico de Cristo cuando nos amamos de verdad, saca el santo otras muchas y bellas conclusiones que no podemos comentar aquí.

2.- Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado. En este texto del libro de los Proverbios el pan y el vino que debemos comer y beber es la Sabiduría con mayúscula. La Sabiduría como encarnación de Dios en un ser humano la referimos los cristianos a Cristo: Cristo es la Sabiduría del Padre. Si nos dejamos guiar por el espíritu de Cristo viviremos sabiamente en nuestra relación con Dios, con el prójimo y con todas las criaturas de Dios. El que tiene el espíritu de Cristo tiene la sabiduría de Dios.

3.- No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.El apóstol recuerda en esta carta a los efesios que, en los cultos paganos, el vino llevaba al libertinaje. Ellos, como cristianos, no debían beber de este vino, sino del vino del Espíritu de Cristo. En los tiempos de san Pablo los primeros cristianos sentían frecuentemente la tentación de participar en los cultos paganos, tal como lo habían hecho antes de convertirse a Cristo. Ahora debían abandonar definitivamente las costumbres paganas, comportándose como auténticos discípulos de Cristo. No nos viene mal también a nosotros, los cristianos del siglo XXI, recordar estas palabras de san Pablo. También nosotros nos vemos todos los días tentados a participar de las ideas y costumbres de una sociedad cada día más paganizada; es bueno que también nosotros renovemos todos los días nuestro propósito cristiano de dejarnos guiar y conducir por el Espíritu de Cristo.

Gabriel González del Estal