Vísperas – Santa Teresa del Niño Jesús

SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS. (MEMORIA)

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL
Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: DICHOSA TÚ, QUE ENTRE TODAS

Dichosa tú, que, entre todas,
fuiste por Dios sorprendida
con tu lámpara encendida
para el banquete de bodas.

Con el abrazo inocente
de un hondo pacto amoroso,
vienes a unirte al Esposo
por virgen y por prudente.

Enséñanos a vivir,
ayúdenos tu oración,
danos en la tentación
la gracia de resistir.

Honor a la Trinidad
por esta limpia victoria,
y gloria por esta gloria
que alegra a la humanidad. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia.

Salmo 44 I – LAS NUPCIAS DEL REY.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, ¡oh Dios!, permanece para siempre;
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia.

Ant 2. Llega el esposo, salid a recibirlo.

Salmo 44 II

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna:
prendado está el rey de tu belleza,
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Llega el esposo, salid a recibirlo.

Ant 3. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

LECTURA BREVE   1Co 7, 32. 34

El célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma.

RESPONSORIO BREVE

V. Llevan ante el Rey al séquito de vírgenes, las traen entre alegría.
R. Llevan ante el Rey al séquito de vírgenes, las traen entre alegría.

V. Van entrando en el palacio real.
R. Las traen entre alegría.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Llevan ante el Rey al séquito de vírgenes, las traen entre alegría.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Estad alegres, porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Estad alegres, porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.

PRECES

Alabemos con gozo a Cristo, que elogió a los que permanecen vírgenes a causa del reino de Dios, y supliquémosle, diciendo:

Jesús, rey de las vírgenes, escúchanos.

Señor Jesucristo, tú que como esposo amante colocaste junto a ti a la Iglesia sin mancha ni arruga,
haz que sea siempre santa e inmaculada.

Señor Jesucristo, a cuyo encuentro salieron las vírgenes santas con sus lámparas encendidas,
no permitas que falte nunca el óleo de la fidelidad en las lámparas de las vírgenes que se han consagrado a ti.

Señor Jesucristo, a quien la Iglesia virgen guardó siempre fidelidad intacta,
concede a todos los cristianos la integridad y la pureza de la fe.

Tú que concedes hoy a tu pueblo alegrarse por la fiesta de santa [VIRGEN], virgen,
concédele también gozar siempre de su valiosa intercesión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que recibiste en el banquete de tus bodas a las vírgenes santas,
admite también a nuestros hermanos difuntos en el convite festivo de tu reino.

Oremos con Jesús, diciendo a nuestro Padre:

Padre nuestro…

ORACION

Dios y Padre nuestro, que abres las puertas de tu reino a los pequeños y a los humildes, haz que sigamos confiadamente el camino de sencillez que siguió santa Teresa del Niño Jesús, para que, por su intercesión, también nosotros lleguemos a descubrir aquella gloria que permanece escondida a los sabios y a los prudentes según el mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 1 de octubre

Lectio: Lunes, 1 Octubre, 2018
Tiempo Ordinario
1) Oración inicial
¡Oh Dios!, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia; derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del santo Evangelio según Lucas 9,46-50

Se suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor.»
Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros.» Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros está por vosotros.»
3) Reflexión
• El texto se ilumina. Si anteriormente Lucas nos presentaba cómo se reunían los hombres en torno a Jesús para reconocerlo por la fe, para escucharlo y presenciar sus curaciones, ahora se abre una nueva etapa de su itinerario público. La atención a Jesús no monopoliza ya la actitud de la muchedumbre, sino que Jesús se nos presenta como el que poco a poco es quitado a los suyos para ir al Padre. Este itinerario supone el viaje a Jerusalén. Cuando está a punto de emprender este viaje, Jesús les revela el final que le espera (9,22). Después se transfigura ante ellos como para indicar el punto de partida de su “éxodo” hacia Jerusalén. Pero inmediatamente después de la experiencia de la luz en el acontecimiento de la transfiguración, Jesús vuelve a anunciar su pasión dejando a los discípulos en la inseguridad y en la turbación. Las palabras de Jesús sobre el hecho de su pasión, “el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres”, encuentran la incomprensión de los discípulos (9,45) y un temor silencioso (9,43).

• Jesús toma a un niño. El enigma de la entrega de Jesús desencadena una disputa entre los discípulos sobre a quién le corresponderá el primer puesto. Sin que sea requerido su parecer, Jesús, que como el mismo Dios lee en el corazón, interviene con un gesto simbólico. En primer lugar toma a un niño y lo pone junto a él. Este gesto indica la elección, el privilegio que se recibe en el momento en que uno pasa a ser cristiano (10,21-22). A fin de que este gesto no permanezca sin significado, Jesús continúa con una palabra de explicación: no se enfatiza la “grandeza” del niño, sino la tendencia a la “acogida”. El Señor considera “grande” al que, como el niño, sabe acoger a Dios y a sus mensajeros. La salvación presenta dos aspectos: la elección por parte de Dios simbolizada en el gesto de Jesús acogiendo al niño, y la acogida de Jesús (el Hijo) y de todo hombre por parte del que lo ha enviado, el Padre. El niño encarna a Jesús, y los dos juntos, en la pequeñez y en el sufrimiento, realizan la presencia de Dios (Bovon). Pero estos dos aspectos de la salvación son también indicativos de la fe: en el don de la elección emerge el elemento pasivo, en el servicio, el activo; son dos pilares de la existencia cristiana. Acoger a Dios o a Cristo en la fe tiene como consecuencia acoger totalmente al pequeño por parte del creyente o de la comunidad. El “ser grandes”, sobre lo cual discutían los discípulos, no es una realidad del más allá, sino que mira al momento presente y se expresa en la diaconía del servicio. El amor y la fe vividos realizan dos funciones: somos acogidos por Cristo (toma al niño), y tenemos el don singular de recibirlo (“el que acoge al niño, lo acoge a él y al Padre”, v.48). A continuación sigue un breve diálogo entre Jesús y Juan (vv-49-50). Este último discípulo es contado entre los íntimos de Jesús. Al exorcista, que no forma parte del círculo de los íntimos de Jesús, se le confía la misma función que a los discípulos. Es un exorcista que, por una parte, es externo al grupo, pero por la otra, está dentro porque ha entendido el origen cristológico de la fuerza divina que lo asiste (“en tu nombre”). La enseñanza de Jesús es evidente: un grupo cristiano no debe poner obstáculos a la acción misionera de otros grupos. No existen cristianaos más “grandes” que otros, sino que se es “grande” por el hecho de ser cada vez más cristiano. Además, la actividad misionera debe estar al servicio de Dios y no para aumentar la propia notoriedad. Es crucial el inciso sobre el poder de Jesús: se trata de una alusión a la libertad del Espíritu Santo cuya presencia en el seno de la Iglesia es segura, pero puede extenderse más allá de los ministerios constituidos u oficiales.
4) Para la reflexión personal
• Como creyente, como bautizado, ¿cómo vives tú el éxito y el sufrimiento?

• ¿Qué tipo de “grandeza” vives al servir a la vida y a las personas? ¿Eres capaz de transformar la competitividad en cooperación?
5) Oración final
Me postraré en dirección a tu santo Templo.

Te doy gracias por tu amor y tu verdad,
pues tu promesa supera a tu renombre.
El día en que grité, me escuchaste,
aumentaste mi vigor interior. (Sal 138,3-4)

Preparando el Sínodo de octubre

LOS JÓVENES, LA FE Y EL DISCERNIMIENTO VOCACIONAL

La Iglesia tiene este año su atención puesta en los JÓVENES. La Santa Sede anunció un Sínodo de los Obispos sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, entre el 3 y el 28 de octubre en Roma.

El Sínodo de los obispos en torno a la juventud, es sin duda un acontecimiento muy relevante en la vida de la Iglesia. Otro momento importante, que sin duda tendrá estrecha vinculación con el Sínodo, será “la Jornada Mundial de la Juventud”, en Panamá, en enero de 2019. 

Y, como preparación previa, Roma ha querido contar con la opinión de la juventud. Para ello, 300 jóvenes fueron convocados en el pasado marzo, para una reunión pre-sinodal. Se trataba de alumbrar, con sus formulaciones, el próximo Sínodo de los obispos. Sus reflexiones sobre la situación de la juventud, su visión en torno a la Iglesia, sus aspiraciones, ideales, etc. fueron necesariamente múltiples y variadas, dadas las diferencias procedencias y colectivos que representaban dichos jóvenes. Pero hay una serie de opiniones coincidentes que sin duda tendrán que tener en cuenta los obispos en sus reuniones sinodales. Y no sólo ellos, sino todos los que nos acercamos a la juventud, se trate de jóvenes creyentes o no creyentes. El documento de la reunión pre-sinodal de los jóvenes puede encontrarse en este enlace: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/03/24/doc.html

Los jóvenes expresan, a través de sus formulaciones, una realidad que nos puede ayudar a montar nuestros propios “mini-sínodos” o grupos de reflexión con ellos, de cara a revitalizar la identidad eclesial de los jóvenes y la nuestra propia. Entresacados de la lectura del documento, señalamos algunos ítems de interés. Sin duda pueden variar en número y orden, apoyados en una lectura selectiva del documento. En esta selección no hacemos sino resaltar aquellos aspectos que más nos han llamado la atención.

1. Necesidad de partir de Jesús y la Escritura.

2. Necesidad de cultivar la interioridad, la reflexión.

3. Necesidad de vivir en comunidad/grupo, sentido de pertenencia a un grupo/familia.

4. Necesidad de promover encuentro con otros, y favorecer eventos múltiples.

5. Necesidad del testimonio enraizado en Jesús

6. Necesidad de formación sobre temas actuales: bioética, sexualidad, ciencia y fe, diálogo con la cultura, etc.

7. Necesidad e importancia de las redes sociales.

8. Deseos de que la Iglesia sea cercana, transparente, acogedora, honesta, atractiva, comunicativa, asequible, alegre e interactiva, sin fórmulas prefabricadas, capaz de equivocarse, entusiasta, misionera, creativa, con presencia en la calle, que sale al encuentro.

9. Deseos de una Iglesia menos severa y moralista, y más dialogante, de acogida, y de misericordia.

10. Deseos de una Iglesia en que los jóvenes no sean meros espectadores –“que nos den alas”–.

11. Deseos de una Iglesia más sanadora de los traumas juveniles.

12. Deseos de una Iglesia más involucrada con la ecología y la justicia social.

13. Deseos de una Iglesia que ayude a encontrar el sentido de la vida, más allá del éxito laboral y personal.

14. Deseos de una Iglesia que ayude a discernir respecto a la vocación, y que sepa acompañar.

15. Deseos de una Iglesia que reflexione sobre la identidad de la mujer y valore su presencia en la Iglesia.

16. El problema de la presión social a dejar la propia identidad.

17. El problema de la tendencia a rechazar la Iglesia y la religión.

 

¿Cómo trabajar a partir de estas formulaciones?

Propongo estas dos maneras sencillas:
• En primer lugar, teniéndolas en cuenta para reflexionar sobre ellas en nuestras reuniones de pastoral.
• En segundo lugar, utilizándolas como material para nuestra reflexión con los jóvenes. Podrían ayudarnos estas preguntas:

– De todas estas formulaciones numeradas, ¿cuáles a tu juicio los más importantes?

– ¿Qué te parece que quieren expresar? Concretar el significado de cada una de ellas.

– Si tuvieras que defenderla en el sínodo de los obispos, ¿qué dirías a la asamblea? (Concretando lo más posible).

– ¿Estamos dispuestos a colaborar para llevarlas a cabo? ¿Cómo?

Para ser consecuentes con el contenido de las primeras formulaciones, que hablan de partir de Jesús y de la interioridad, no habría que olvidarse de terminar la reunión con un momento de oración guiada, pidiendo a Dios que ayude a la Iglesia a renovar su cara y revitalizarla con sabia juvenil; que inspire a los jóvenes en la búsqueda de su camino; que les ayude a responder personal y grupalmente; y que les dé oídos para estar atentos a su llamada y fuerza para seguirla.

Podríamos servirnos de algunas oraciones, como las siguientes:

A abrir camino me llamas

Señor, yo busco tu camino (sólo uno),
y me fío de tu Palabra.

Dame fuerza, tesón a cada paso
para caminar contigo.

Dame compañeros decididos,
prontos a echarse a andar.
Llevaremos nuestra tienda

te llevaremos con nosotros,
y serás cada día
quien oriente nuestra marcha.
Yo busco ahora un camino,
Señor. Tú, que eres Camino,
da luz a mi vida,
pues a abrir camino Tú me llamas.

Adaptado de una oración de Patxi Loidi

Lo que tú quieras, Señor.

Lo que tú quieras, Señor.
Como tú quieras, debe sucederme,
y como tú quieras, así quiero caminar.
Ayúdame sólo a comprender tu voluntad. Señor.

Cuando tú quieras, entonces es el momento,
y cuando tú quieras, estoy preparado,
hoy y en toda la eternidad.

Señor,
lo que tú quieras, eso lo acepto,
y lo que tú quieras, es para mí ganancia,
basta con que yo sea tuyo.

Señor,
porque tú lo quieres, por eso es bueno,
y porque tú lo quieres, por eso tengo valor,
mi corazón descansa en tus manos.

Beato Rupert Meyer

Él nos eligió

Dios nos eligió
para mostrarnos unos a otros
el rostro del amor de Dios.
Somos el vocabulario de Dios;
palabras vivas
para dar voz a la bondad de Dios
con nuestra propia bondad,
para dar voz a la compasión, la ternura,
la solicitud y la fidelidad de Dios

con las nuestras propias.

Leo Rock, S.J.

No hay nada más práctico que encontrar a Dios.

No hay nada más práctico
que encontrar a Dios,
es decir, enamorarse rotundamente y sin ver atrás.
Aquello de lo que te enamores,
lo que te arrebate tu imaginación, afectará todo.
Determinará
lo que te haga levantar cada mañana,
lo que harás con tus atardeceres,
cómo pases tus fines de semana,
lo que leas, a quién conozcas,
lo que te rompa el corazón
y lo que te llene de asombro
con alegría y agradecimiento.
Enamórate, permanece enamorado,
y esto lo decidirá todo.

Pedro Arrupe, S.J.

Solo un sí

Señor, me doy cuenta
de que todo lo que me pides
es un simple sí,
un simple acto de confianza
para que, de ese modo,
la elección que tú haces por mí
dé frutos en mi vida.
No quiero estar tan ocupado
con mi forma de vivir,
mis planes y proyectos,
mis parientes, amigos y conocidos,
que no me dé cuenta siquiera
de que Tú estás conmigo,
más cerca que ningún otro.
No quiero ser ciego a los gestos de amor
que vienen de tus manos,

ni sordo a las palabras amorosas
que vienen de tu boca.
Quiero verte cuando caminas conmigo
y escucharte cuando me hablas.

Teilhard de Chardin, S.J.

No tienes manos

Jesús, no tienes manos.
Tienes sólo nuestras manos
para construir un mundo donde reine la justicia.
Jesús, no tienes pies.
Tienes sólo nuestros pies
para poner en marcha la libertad y el amor.
Jesús, no tienes labios.
Tienes sólo nuestros labios
para anunciar al mundo
la Buena Noticia de los pobres.
Jesús, no tienes medios.
Tienes sólo nuestra acción
para lograr que todos seamos hermanos.
Jesús, nosotros somos tu Evangelio,
el único Evangelio que la gente puede leer,
si nuestras vidas son obras
y palabras eficaces.
Jesús, danos tu amor y tu fuerza
para proseguir tu causa
y darte a conocer a todos cuantos podamos.

Obreros de la mies

Señor, hoy también hay un inmenso gentío
que camina como ovejas sin pastor.

Hoy también la mies es mucha
y pocos los obreros.
Te pedimos por todos

los que entregan su vida
para propagar tu Evangelio.
Confórtalos con tu Espíritu.

Anímalos en su duro trabajo.
Dales fuerza para seguir
predicando tu verdad.
Haz que su doctrina y testimonio
sean semilla de ideales nobles

en los jóvenes,
de inocencia en los niños,
de bendición en las familias,
de paz en las naciones,
de amor y esperanza en todos.
Suscita corazones generosos que,
siguiendo su ejemplo y entrega,
hagan realidad la venida de tu Reino a nosotros.

Amén.

Alberto Pérez Pastor, S.J.

Yes, we can

Al grito de yes, we can, Obama simpatizó con la mayoría social. Más allá de toda consideración política, de escaso interés para nuestro tema, la frase es mucho más que un eslogan efímero o vacío. Ese Sí, podemos es un hontanar de positividad; un agujero negro en positivo, que destruye, traga y deja en nada cualquier sombra de negatividad. En el yes, we can no hay atisbo de imposibilidad, ni sombra de impotencia.Se puede hacer (cfr. B.-C. Han, p. 17).
Con tres sencillas palabras se recoge el sentir de una cultura, convencida de que no hay límites, ni en su hacer, ni en su poder. En el siglo XXI no hay demarcaciones: la sexualidad es creativa, la técnica supera sus propias expectativas, la ciencia médica alcanza logros inimaginables, y las obras de ingerniería son cada vez más espectaculares.
De hecho, la posibilidad del más se vincula a la necesidad de llevarlo a cabo: si se puede, se debe. Quizá esto no estaba todavía presente en la campaña del presidenciable; pero hoy es un dato social de hecho: puesto que se puede hacer más, debe aumentarse asimismo la productividad. Muchas veces, este vínculo no viene establecido por ninguna instancia ajena: es uno mismo quien se pone metas cada vez más altas, sin reparar en los límites de la naturaleza o los estrechos márgenes del tiempo. Así es la (auto)exigencia.
Cuando el empeño no se ve correspondido con los objetivos, y la esfera de lo posible (lo que se puede hacer) sigue siendo tan ingente como imperativa, surge el desasosiego: la impresión de no descansar nunca. La inteligencia está siempre activa, y mientras realiza una acción centra parte de sus esfuerzos en otra que está por venir, provocando esa sensación de agobio que acaba por ensombrecer el ánimo. El agobio y el desasosiego genearn tristeza; y la tristeza busca siempre compensaciones fáciles para salir de sí.
Sin embargo, nada de eso hace que la sociedad de la alta exigencia baje un ápice sus pretensiones. La ligera decepción de no estar a la altura es estado común en la mayoría de los mortales, se prolonga día tras día… y acaba por quemar. Se ha carbonizado aquel que durante un prolongado espacio de tiempo pensó que nada le era imposible, pero que después de un esfuerzo brutal ha dejado caer los brazos, mientras exclama ya nada es posible. La voluntad anulada, y la inteligencia seca. Se ha luchado tanto que ya no se ven los frutos (en caso de que los haya).
Los síntomas de ese sujeto aprisionado por el rendimiento son bien conocidos. En síntesis, se trata de un hombre exhausto que experimenta muy vivamente el cansancio mental o físico. En el fondo, nunca está tranquilo. Siempre está sometido por algo que hay que realizar, algo pendiente; una presencia en la mente o en la imaginación, eso que no permite habitar plenamente en lo que se hace. Siendo sinceros, se está a disgusto; y solo mediante experiencias intensas y fugaces se logra apagar lo que de hecho y de continuo se vuelve a enceder: ese punto de ansiedad, esa sombra de insatisfacción. No soy todo lo feliz que debiera.
 
Es lo que alguno ha llegado a denominar el aburrimiento profundo del hombre actual, sucumbido a la superabundancia de positividad manifestada en el exceso de estímulos y la saturación de información (cfr. B.-C. Han, pp. 21-25). Propiamente dicho, el aburrimiento es una estado de disociación entre el cuerpo y el alma, por el cual el cuerpo no encuentra satisfacción o divertimento, produciendo el ocaso del ánimo. Es uno de los más claros ejemplos por los cuales el alma ha perdido el control de la corporalidad, quizá de la existencia entera. El hombre mortalmente aburrido es el hombre necesariamente desanimado.
(Cuenta conmigo – El acompañamiento espiritual, Fulgencio Espa)

Gaudete et exsultate (Francisco I)

94. Las persecuciones no son una realidad del pasado, porque hoy también las sufrimos, sea de manera cruenta, como tantos mártires contemporáneos, o de un modo más sutil, a través de calumnias y falsedades. Jesús dice que habrá felicidad cuando «os calumnien de cualquier modo por mi causa» (Mt 5,11). Otras veces se trata de burlas que intentan desfigurar nuestra fe y hacernos pasar como seres ridículos.

Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad.

Homilía (Domingo XXVII de Tiempo Ordinario)

EL AMOR MATRIMONIAL

1.- Crisis del matrimonio.

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p style=»text-align:justify;»>El matrimonio es esa institución humana en la que muchas personas entran, sin saber exactamente de qué se trata. ¡Cuántos se casan sin tener un conocimiento mutuo auténtico, sin amor verdadero, sin haber sopesado de un modo real los pros y los contras.De esta manera, las parejas humanas se nos antojan como una caja de sorpresas. Pocas tienen la suerte de encontrar el premio dentro; pocas llegan a un conocimiento y relación hondos. ¿Acaso no es el matrimonio el fracaso de muchas personas?


Es que la gente se casa sin madurez. Con un amor infantil, inspirado por el enamoramiento fugaz, sostenido por la pasión del sexo, pero sin el fundamento de una comunión probada y aceptada. En estas circunstancias la dificultad que lleva consigo toda convivencia humana se agrava; la economía, los hijos, las situaciones conflictivas son elementos que vienen a unirse a la crisis. ¿Cómo podría hacerse para que la gente no se casara «jorque se casa todo el mundo»? El matrimonio es también una elección Supone el haber considerado el quedarse soltero, como un bien ofrecido y posible. Rechazado solamente por la fuerza del amor auténtico que se ha encontrado.

En contra de la institución tradicional juegan hoy muchos factores. No es extraño que esté en profunda crisis. El amor libre es como un «slogan», aceptado por algunos con tanta facilidad como superficialidad. La promoción de la mujer, sobre todo por el trabajo, le ha dado, respecto al marido, una independencia real y económica, que hace añicos las viejas concepciones del matrimonio. Aun dentro de la misma institución matrimonial hay hoy unas más elásticas relaciones. Por otro lado, la presión social que se ejercía sobre esta institución es cada vez menor, porque a la gente le trae sin cuidado.

En la conciencia de todos está presente el hasta ahora gran aliado del matrimonio: la indisolubilidad. El divorcio, sin embargo, está a la orden del día. Antes se veía natural el que dos esposos tuvieran que vivir juntos, a pesar de que se hicieran la vida imposible, se destruyeran mutuamente y se odiaran. Muchos interrogantes plantea hoy el hombre a la indisolubilidad del matrimonio. ¿Es justo vivir en un infierno? ¿Para qué mantener lazos jurídicos que expresen un amor que no existe? ¿Si el hombre ha fracasado en su primer intento, no le será permitido volver a rehacer la vida? ¿No es la Iglesia, la sociedad que se sujeta a sus criterios, demasiado dura con la fragilidad proverbial de los hombres? ¿Tiene la Iglesia derecho a imponer sus leyes antidivorcio en medio de la sociedad? Muy bien, se dice, el divorcio estará mal, ¿pero no es peor vivir juntos sin amarse, aumentando las tensiones de un amor desaparecido? Se podrá tramitar la separación, pero, ¿por que no permitir quedar completamente sueltos? La ley, ¿es realista con la condición humana?

2.- La indisolubilidad, un ideal.

«Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán dos en una sola carne» (Gen 2, 24). «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Me 10, 9). No seré yo quien destaque aquí el que «Moisés permitió divorciarse… por vuestra terquedad» (v. 4-5). Sí quisiera anotar el realismo bíblico, que, a pesar de conocer el plan de Dios, sin embargo, manteniendo el ideal, permitió, en atención a la debilidad, la posibilidad del divorcio.

Yo querría llamar la atención, como lo hace el evangelio, sobre el plan de Dios. Dios se ha tomado en serio el amor y el matrimonio. La indisolubilidad establecida es una ayuda importante. Con ella se nos quiere indicar que el amor, si es responsable, no pasa nunca. Con ella se nos quiere ayudar a que nos planteemos maduramente el amor. Cuando un hombre y una mujer se aman y se unen en una aventura común, si son maduros y responsables, se unen de por vida. La indisolubilidad matrimonial es una llamada a ser serios en el amor. Si el amor es verdadero, si se cuida responsablemente, no sólo no se desgasta, ni se rompe, sino que se acumula, se decanta. Si el amor ha hecho a dos «carne de su carne», ¿cómo puede uno separarse de su propia carne? ¿No iría también contra sí mismo? El amor, vivido con responsabilidad, tiene futuro. A fin de afirmarlo y salvaguardarlo, se cierra la puerta, de principio, para la disolución del matrimonio.

El evangelio y la Iglesia, con esta disposición, no son duros, sino realistas. Los miembros de la Iglesia pertenecen a la esfera de las nuevas creaturas que han entrado en el clima de la nueva creación ofrecida por Dios en Cristo. Se supone, y así tendría que ser si la Iglesia se tomara en serio a sí misma, que los creyentes se han convertido radicalmente y que viven en un clima de fe tal que les permite amar y tener confianza en el amor. El hombre nuevo, a pesar de estar expuesto al pecado, si ama, sabe que puede amar hasta el final. Y si puede amar, se le presenta un camino para que lo realice. Por eso, el amor profesado a otra persona en el matrimonio se considera indisoluble: el hombre, puede por el poder de Dios, ser fiel a un camino de comunión personal emprendido con responsabilidad.

¿Quién lo duda? Los creyentes pueden pecar; pecar contra el amor. Pero podemos ser perdonados. Dios nos ofrece su gracia para que por la revisión, la comprensión, la superación de las dificultades, remontemos la crisis. Si se rompe el amor con una persona; si surge la separación matrimonial, sin causa justificada; si la situación matrimonial en la que se vive es pecado, el creyente tendrá que convertirse, o dejar de pertenecer a la comunidad de los que aman y son fieles al amor. La Iglesia nos pide seriedad a los creyentes, porque creemos en el amor que Dios nos tiene y en la posibilidad que tenemos de vivir el amor. El que falla en el amor, ¿no ha fracasado en el mandamiento único de la fe?

 

Jesús Burgaleta

Mc 10, 2-16 (Evangelio Domingo XXVII de Tiempo Ordinario)

Despidiéndose definitivamente de Galilea, Jesús continúa su camino hacia Jerusalén, al encuentro de su destino final.

El episodio de hoy nos sitúa “en la región de Judea, más allá del Jordán” (v. 1), esto es, en el territorio transjordano de Perea, territorio gobernado por Herodes Antipas, el mismo que había asesinado a Juan Bautista cuando este le criticó por haber abandonado a su esposa legítima. Ahí, Jesús vuelve a confrontarse con las multitudes y a dirigirles sus enseñanzas. Los discípulos, por su parte, continúan rodeando a Jesús y beneficiándose de una instrucción especial.

Entran de nuevo en escena los fariseos, no para escuchar sus propuestas, sino para comprometerle y conseguir una declaración comprometedora. Son los fanáticos de la Ley que van a proporcionar a Jesús la oportunidad de pronunciarse sobre una cuestión delicada y comprometedora: el matrimonio y el divorcio.

Se trataba, en realidad, de una cuestión “caliente” y no totalmente consensuada en las discusiones de los “maestros” de Israel.

La Ley de Israel permitía el divorcio (“ cuando un hombre toma a una mujer y se casa con ella, si después le deja de gustar, por haber descubierto en ella algo inconveniente, le entrega un acta de divorcio, se lo da en mano y la despide de su casa”, Dt 24,1), pero no era totalmente clara acerca de las razones que podrían fundamentar el rechazo de la mujer por el marido.

En la época de Jesús, las dos grandes escuelas teológicas del tiempo discrepaban en la interpretación de la Ley del divorcio.

La escuela de Hillel enseñaba que cualquier motivo, incluso el más fútil (porque la esposa cocinaba mal o porque al marido le gustaba más otra) servía para que el hombre despidiese a la mujer; la escuela de Shammai, más rigurosa, defendía que sólo una razón muy grave (el adulterio o la mala conducta de la mujer) daba al marido el derecho de repudiar a su esposa.

La mujer, a su vez, estaba autorizada a obtener el divorcio en el tribunal solamente en el caso de que el marido estuviera afectado por la lepra o por ejercer un oficio repugnante.

En esta discusión de contornos poco claros es donde los fariseos intentan envolver a Jesús. Una respuesta negativa por parte de Jesús sería, ciertamente, interpretada como una condena del matrimonio de Herodes Antipas con Herodías, su cuñada. La pregunta de los fariseos se inserta, probablemente, en un intento de encontrar razones para eliminar a Jesús.

Ante la pregunta puesta por los fariseos: “¿puede un hombre repudiar a su mujer?” (v. 2), Jesús comienza recordándoles el estado de la cuestión en la perspectiva de la Ley, “¿qué os ordenó Moisés?” (v. 3). Eso no significa, sin embargo, que Jesús se identifique con la posición de la Ley a propósito de la cuestión del divorcio.

Efectivamente, la Ley permite el divorcio (“Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio”, v. 4). Pero, esa condescendencia de la Ley no es fruto del proyecto de Dios para el hombre y para la mujer, sino que es consecuencia de la “dureza del corazón” de los hombres.

Las prescripciones de Moisés no definen el cuadro ideal del amor del hombre y de la mujer, sino que únicamente regulan el compromiso matrimonial, teniendo en cuenta la mediocridad humana.

En contraste con la permisividad de la Ley, Jesús va a presentar el proyecto primordial de Dios para el amor del hombre y de la mujer.

Citando libremente Gn 1,27 y Gn 2,24, Jesús explica que en el proyecto original de Dios, el hombre y la mujer fueron creados uno para el otro, para complementarse, para ayudarse, para amarse.

Unidos por el amor, el hombre y la mujer serán “una sola carne”. Ser “una sola carne”, implica vivir en comunión total el uno con el otro, dándose el uno al otro, compartiendo la vida el uno con el otro, unidos por un amor que es más fuerte que cualquier otro vínculo. La separación será siempre un fracaso del amor; no está prevista en el proyecto ideal de Dios, pues Dios no valora un amor que no sea total y duradero. Sólo el amor eterno, expresado en un compromiso indisoluble, respeta el proyecto primordial de Dios para la mujer y para el hombre.

La perspectiva de Jesús acerca de la cuestión es la siguiente: en esa nueva realidad que Dios quiere proponer al hombre (el Reino de Dios), ha llegado el momento de abandonar la facilidad, la mezquindad, las medias tintas y apuntar hacia un lugar más alto.

En relación con el matrimonio, el apuntar más alto es el tender al proyecto inicial de Dios para el hombre y para la mujer, que preveía un compromiso de amor estable, duradero, indisoluble.

Para los discípulos (que anteriormente, en diversas situaciones, tuvieron dificultad para pasar de la lógica del mundo a la lógica de Dios), el discurso de Jesús es difícil de entender; por eso, cuando llegan a casa, piden a Jesús explicaciones complementarias (v. 10).

Jesús reitera que la relación entre el hombre y la mujer se debe encuadrar en el proyecto inicial de Dios y no en las facilidades concedidas por la Ley de Moisés. La perspectiva de Dios es que el marido y la esposa, unidos por el amor, formen una comunidad de vida estable e indisoluble. El divorcio no cabe en ese proyecto. Marido y mujer, en igualdad de circunstancias, son responsables de la edificación de la comunidad familiar y de evitar el fracaso del amor (v. 11-12).

El texto que se nos propone termina con una escena en la que Jesús acoge, defiende y bendice a los niños (v. 13-16).

Los niños son, aquí, una especie de contrapunto al orgullo y arrogancia con la que los fariseos se presentan ante Jesús, y también para presentar la dificultad con la que los discípulos tenían, en las escenas precedentes, para acoger la lógica del Reino.

Los niños son sencillos, transparentes, sin cálculos; no tienen prestigio o privilegios que defender; se entregan confiadamente en brazos de los padres y lo esperan todo de ellos, con amor. Por eso, los niños son el modelo del discípulo.

El Reino de Dios es de aquellos que, como los niños, viven con sencillez y verdad, sin preocuparse de defender sus intereses egoístas o sus privilegios, acogiendo las propuestas de Dios con sencillez y amor.

Quien no es “niño”, esto es, quien anda por caminos tortuosos y calculadores, quien no renuncia al orgullo y a la autosuficiencia, quien desprecia la lógica de Dios y sólo cuenta con la lógica del mundo (también en la cuestión del matrimonio y del divorcio), quien conduce su propia vida al ritmo de intereses y valores efímeros, quien no acepta cuestionar los propios razonamientos y prejuicios, no puede formar parte de la comunidad del Reino.

El Evangelio de este Domingo nos presenta el proyecto ideal de Dios para el hombre y para la mujer que se aman: están invitados a vivir en comunión total el uno con el otro, dándose uno al otro, compartiendo la vida, unidos por un amor que es más fuerte que cualquier otro vínculo.

El fracaso de esta relación, no está previsto en ese proyecto ideal de Dios. El amor de un hombre y de una mujer que se comprometen delante de Dios y de la sociedad, debe ser un amor eterno e indestructible, que es reflejo de ese amor que Dios tiene por los hombres.

Este proyecto de Dios no es una realidad intangible e imposible: hay muchos matrimonios que, día a día, en medio de las dificultades, luchan por su amor y dan testimonio de un amor eterno y que nada ni nadie consigue estremecer.

Las telenovelas, los valores de la moda, la opinión pública, se esfuerzan en presentar el fracaso del amor como una realidad normal, banal, que puede suceder en cualquier instante y que resuelve fácilmente las dificultades que dos personas tienen en el compartir su proyecto de amor.

Para los matrimonios cristianos, el fracaso del amor no es una normalidad, sino una situación extrema, una realidad excepcional.

Para los matrimonios cristianos, el divorcio no debe ser un remedio sencillo y siempre a mano para resolver las pequeñas dificultades que la vida de todos los días nos presenta.
De partida, el compromiso del amor no debe ser una realidad efímera, sujeta a proyectos egoístas y superficiales, que terminan cuando surgen dificultades o cuando uno de los dos se enfrenta a otras propuestas. Para el matrimonio que quiere vivir en la dinámica del Reino, la separación no debe ser una propuesta que esté siempre encima de la mesa. Marido y mujer tienen que esforzarse en realizar su vocación de amor, a pesar de las dificultades, de las crisis, de las divergencias y de los problemas que, día a día, la vida les va presentando.

La Iglesia está llamada a ser en el mundo, incluso contra corriente, testimonio del proyecto ideal de Dios.

A pesar de todo, la vida de los hombres y de las mujeres está marcada por la debilidad propia de la condición humana. No siempre las personas, a pesar de su esfuerzo y de su buena voluntad, consiguen ser fieles a los ideales que Dios propone.

La vida de todos nosotros está llena de fracasos, de infidelidades, de faltas. En esas circunstancias, la comunidad cristiana debe ser muy comprensiva con aquellos que fallan (muchas veces sin culpa) en la vivencia de su proyecto de amor. En ninguna circunstancia las personas divorciadas deben ser marginadas o apartadas de la vida de la comunidad cristiana. La comunidad debe, en todos los instantes, acoger, integrar, comprender, ayudar a aquellos a quienes las circunstancias de la vida impidieron vivir el proyecto ideal de Dios.

No se trata de renunciar al “ideal” que Dios propone; se trata de testimoniar la bondad y la misericordia de Dios para con todos aquellos a quienes el compartir un proyecto común hace sufrir y que, por diversas razones, no pudieron realizar ese ideal que un día, delante de Dios y de su comunidad, se comprometieron a vivir.

Los niños que Jesús nos presenta, en el Evangelio de este Domingo, como modelos del discípulo, nos invitan a la sencillez, a la humildad, a la sinceridad, a la acogida humilde de los dones de Dios.

De acuerdo con las palabras de Jesús, no puede formar parte del Reino quien se sitúa en una actitud de orgullo, de autosuficiencia, de autoritarismo, de superioridad sobre los hermanos. La dinámica del Reino exige personas dispuestas a acoger y a escuchar las propuestas de Dios y dispuestas a servir a los hermanos con humildad y sencillez.

Hb 2, 9-11 (2ª lectura Domingo XXVII de Tiempo Ordinario)

La Carta a los Hebreos es un sermón de un autor cristiano anónimo, probablemente elaborado en los años que preceden a la destrucción del Templo de Jerusalén (año 70). Está destinado a comunidades cristianas no identificadas (el título “a los hebreos” le fue puesto posteriormente y proviene de las múltiples referencias al Antiguo Testamento y al ritual de los “sacrificios” que la obra presenta).

Se trata, en cualquier caso, de comunidades cristianas en una situación difícil, expuestas a persecuciones y que viven en un ambiente hostil a la fe. Los miembros de esas comunidades perdieron ya el fervor inicial por el Evangelio, se dejaron contaminar por el desánimo y comenzaron a ceder a la seducción de ciertas doctrinas no muy coherentes con la fe recibida de los apóstoles.

El objetivo del autor de este “discurso” es estimular la vivencia del compromiso cristiano y llevar a los creyentes al crecimiento de la fe.

La Carta a los Hebreos presenta, utilizando el lenguaje de la teología judía, el misterio de Cristo, el sacerdote por excelencia, a través del cual los hombres tienen acceso libre a Dios y son insertados en la comunión real y definitiva con Dios.

El autor aprovecha, frecuentemente, para reflexionar sobre las implicaciones de ese hecho: puestos en relación con el Padre por Cristo/sacerdote, los creyentes están insertos en ese Pueblo sacerdotal que es la comunidad cristiana y deben hacer de su vida un continuo sacrificio de alabanza, de entrega y de amor. De esta forma, el autor ofrece a los cristianos, una profundización y una ampliación de la fe primitiva, capaz de revitalizar su experiencia de fe, debilitada por la acomodación y por la persecución.

El texto que se nos propone, está incluido en la primera parte de la Carta (cf. Hb 1,5-2,18). Ahí, el autor recorre y repite aquello que la catequesis primitiva afirmaba sobre el misterio de Cristo: su encarnación, su pasión y muerte, su glorificación por la resurrección. A lo largo de estos dos capítulos, el autor va afirmando la superioridad de Jesús en relación con todas las criaturas del universo, y en relación con los ángeles.

Jesús aceptó despojarse de sus prerrogativas divinas y hacerse “un poco inferior a los ángeles” a fin de que, por la ofrenda de su vida hasta la muerte, se cumpliese el proyecto salvador del Padre para los hombres (v. 9).

Después de esta afirmación de principio, el autor de la Carta a los Hebreos va a profundizar su reflexión y a explicar por qué Jesús tuvo que pasar por la humillación de la cruz (la explicación es más larga que la lectura que se nos propone y va del versículo 10 al 18).

La cuestión de la pasión y muerte de Cristo era una “conveniencia” del proyecto salvador que Dios tenía para los hombres (“convenía”, v. 10).

¿Qué significa esto? El objetivo de Dios es que el hombre crezca hasta llegar a la vida plena. Ahora bien, para conseguir que la humanidad alcance ese fin, Dios le dio un guía, Jesucristo. Él debía mostrar, con su vida y con su ejemplo, que se llega a la plenitud de la vida cumpliendo íntegramente la voluntad del Padre y haciendo de la propia existencia un don de amor por los hermanos.

La cruz fue la expresión máxima y total de esa vida de entrega a los designios de Dios y de donación por los hermanos. Muriendo por amor, Jesús enseñó a los hombres cómo deben vivir, cuál es el camino que deben recorrer, para llegar a la plenitud de la vida, a la felicidad sin fin; muriendo por amor y resucitando luego para llegar a la vida plena, Jesús liberó a los hombres del miedo paralizante a la muerte y les mostró que la muerte no es el final para quien vive en entrega a Dios y en donación a los hermanos.

Al asumir la naturaleza humana, al hacerse solidario con los hombres, al hacerse hermano de los hombres, Cristo (aquel que santifica) insertó a los hombres (los que son santificados) en la órbita de Dios y les mostró el camino a seguir para formar parte de la familia de Dios (v. 11).

La encarnación, pasión y muerte de Jesús atestiguan, sobre todo, el increíble amor de Dios por los hombres. Es el amor de alguien que envió a su propio Hijo para hacer de su vida un don, hasta la muerte en cruz, para mostrar a los hombres el camino de la vida plena y definitiva.

Se trata de una realidad que la Palabra de Dios nos recuerda cada domingo; y se trata de una realidad que no debe dejar de asombrarnos y de llevarnos a la gratitud y al amor.

La actitud de aceptación incondicional del proyecto del Padre asumida por Cristo, contrasta con el egoísmo y la autosuficiencia de Adán frente a las propuestas de Dios.

La obediencia de Cristo, trajo vida plena al hombre; la desobediencia de Adán, trajo sufrimiento y muerte a la humanidad. El ejemplo de Cristo nos invita a vivir en la escucha atenta y en la obediencia radical de las propuestas de Dios: ese camino es generador de vida verdadera.

Cuando el hombre prescinde de Dios, de sus propuestas, y decide que él es quien define el camino a seguir, fatalmente se precipita hacia proyectos de ambición, de orgullo, de injusticia, de muerte.

Cuando el hombre escucha y acoge los retos de Dios, aprende a amar, a compartir, a servir, a perdonar y se convierte en fuente de bendición para todos aquellos que caminan a su lado.

Jesús se hizo hombre, se enfrentó a la condición de debilidad de los hombres y murió en una cruz.

Sin embargo, su glorificación mostró que la muerte no es el final del camino para quien hace de la vida una escucha atenta a los planes de Dios y una donación de amor a los hermanos. De esa forma, él liberó a los hombres del miedo a la muerte.

Ahora, podemos enfrentarnos contra la injusticia, la opresión, contra las fuerzas del mal que oprimen a los hombres, sin miedo a morir: sabemos que quien vive como Jesús no queda prisionero de la muerte, sino que está destinado a la vida verdadera y eterna.

Gn 2, 18-24 (1ª lectura Domingo XXVII de Tiempo Ordinario)

El texto de Gn 2,4b-3,24, conocido como relato yahvista de la creación, es, de acuerdo con la mayoría de los comentaristas, un texto del siglo X antes de Cristo, que debe haber aparecido en Judá en la época del rey Salomón. Parece ser obra de un catequista popular, que enseña utilizando imágenes sugestivas, coloristas y fuertes.

No podemos, de ninguna forma ver en este texto un reportaje periodístico de acontecimientos pasados en la aurora de la humanidad. La finalidad del autor no es científica o histórica, sino teológica: más que enseñar cómo aparecieron el mundo y el ser humano, quiere decirnos que en el origen de la vida y del hombre está Yahvé. Se trata, por tanto, de una página de catequesis y no de un tratado destinado a explicar científicamente los orígenes del mundo y de la vida.

Para presentar esa catequesis a los hombres del siglo X, los teólogos yahvistas utilizarán elementos simbólicos y literarios de las cosmogonías mesopotámicas (por ejemplo, la formación del hombre “del polvo de la tierra”, es un elemento que aparece siempre en los mitos de origen mesopotámico); sin embargo, transformarán y adaptarán los símbolos tomados de narraciones legendarias de otros pueblos, dándoles un nuevo encuadre, una nueva interpretación y poniéndolos al servicio de la catequesis y de la fe de Israel.

O sea, el lenguaje y la presentación literaria de las narraciones bíblicas de la creación presentan paralelos significativos con los mitos de origen de los pueblos de la zona del Creciente Fértil, pero las conclusiones teológicas, sobre todo la enseñanza sobre Dios y sobre el lugar que el hombre ocupa en el proyecto de Dios, son muy diferentes.

El texto que se nos propone hoy como primera lectura, nos sitúa en el “jardín del Edén”, un espacio ideal donde Dios colocó al hombre que creó, un ambiente de felicidad material donde todas las exigencias de la vida estaban satisfechas. Es un lugar de agua abundante y con muchos árboles (para quien sentía sobre sí la amenaza del desierto árido, la idea de felicidad era un lugar con mucha agua, un clima fresco, un ambiente de árboles y de verde abundante).

¿El hombre tenía, entonces, todo para ser feliz? Todavía no. En la perspectiva del catequista yahvista, el hombre no estaba completamente realizado, pues le faltaba alguien con quien compartir la vida y la felicidad. El hombre no fue creado para vivir solo, sino para vivir en relación. Ese es el problema que Dios, con solicitud y amor, va a resolver…

Después de crear al hombre y de situarlo en el “jardín” de la felicidad, Dios constató la soledad del hombre y quiso darle solución. ¿Cómo?

En un primer momento, Dios hace desfilar delante del hombre “a todos los animales del campo y todas las aves del cielo”, para que el hombre los llamase “por sus nombres” (v. 19). Según las ideas vigentes en el Medio Oriente antiguo, el hecho de “dar nombre” era, antes de nada, un hecho de dominio y de posesión. Por otro lado, el hecho de que Dios trajera los animales para que el hombre les diese nombre era, en la perspectiva del catequista yahvista, el reconocimiento por parte de Dios de la autonomía del hombre y la asociación del hombre a la obra creadora y ordenadora de Dios.

¿La autoridad sobre los otros seres creados y la asociación del hombre a la obra creadora de Dios responderá al deseo de felicidad completa que el hombre siente y resolverá el problema de la soledad? No, el hombre no encontró, en ese mundo animal que Dios le confió, “no encontraba ninguno como él” (v. 20). Por muy rico y desafiante que fuese ese mundo nuevo que le fue presentado, el hombre no encontró ahí su ayuda y el complemento que esperaba. Para que el hombre se realice completamente, Dios va a intervenir de nuevo.

La nueva acción de Dios comienza con un “sueño profundo” del hombre. Después Dios, actuando como un hábil cirujano, sacó parte del cuerpo del hombre (el texto habla de “zela”, que se ha traducido como “costilla”; con todo, la palabra puede significar “lado” o “costilla”) y con ella hace a la mujer (vv. 21-22).

¿Por qué el “sueño profundo” del hombre? Porque, de acuerdo con la concepción del autor yahvista, crear era secreto de Dios y el hombre no podía ser testigo de ese momento solemne y miserioso; le quedaba admirar la creación de Dios y adorarlo por sus obras admirables.

Después de haber “construido” a la mujer, Yahvé la acompaña y la presenta al hombre. La mujer es aquí presentada como una novia conducida a presencia del novio y Dios como el “padrino” de ese noviazgo. El hombre, despierto del “sueño profundo”, acoge a la mujer con un grito de alegría y la reconoce como la compañía que le hacía falta, su complemento, su otro yo: “¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (v. 23a). El hombre (v. 23b) da a su compañera el nombre de “mujer” (en hebreo: ‘ishah) porque fue sacada del hombre (en hebreo: ‘ish). La proximidad de las dos palabras sugiere la proximidad entre el hombre y la mujer, su igualdad fundamental en dignidad, su complementariedad, su parentesco.

Nuestro texto termina con un comentario que no es de Dios, ni del hombre, ni de la mujer, sino del catequista yahvista: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (v. 24). Este comentario pretende ser la respuesta a una cuestión concreta: ¿de dónde viene esa fuerza poderosa que es el amor y que es más fuerte que el vínculo que nos liga a nuestros propios padres? Para el catequista yahvista, el amor viene de Dios, que hace al hombre y a la mujer una sola carne; por eso, el hombre y la mujer buscan esa unidad y están destinados, inevitablemente, a vivir en comunión uno con el otro.

“No es bueno que el hombre esté sólo”. Estas palabras, puestas por el autor yahvista en boca de Dios, sugieren que la realización plena del hombre se produce en la relación y no en la soledad.

El hombre que vive cerrado en sí mismo, que elige recorrer caminos de egoísmo y de autosuficiencia, que rechaza el diálogo y la comunión con aquellos que caminan a su lado, que tiene el corazón cerrado al amor y al compartir, es un hombre profundamente infeliz, que nunca conocerá la felicidad plena.

A veces la preocupación por el dinero, por la realización profesional, por el estatus social, por el éxito llevan a los hombres a prescindir del amor, a renunciar a la familia, a no tener tiempo para los amigos. Y, un día, después de haber acumulado mucho dinero o de haber llegado a la presidencia de la empresa, constatan que están solos y que su vida es estéril y vacía.

La Palabra de Dios que se nos propone nos envía un aviso claro: la vocación del hombre es el amor; la soledad, incluso cuando está compensada por la abundancia de bienes materiales, es un camino de infelicidad.

A veces, ciertos círculos religiosos más cerrados desvalorizan el amor humano, consideran el matrimonio como un estado inferior de realización de la vocación cristiana y ven en la sexualidad algo pecaminoso. No es esta la perspectiva que la Palabra de Dios nos presenta.

En nuestro texto, el amor aparece como algo que está, desde siempre, inscrito en el proyecto de Dios y que es querido por Dios. Dios creó al hombre y a la mujer para que se ayudaran mutuamente y para que compartieran, en el amor, sus vidas. Es en el amor y no en la soledad donde el hombre encuentra su realización plena y el sentido de su existencia.

Hombre y mujer son, de acuerdo con nuestro texto, iguales en dignidad. Son “de la misma carne”, en igualdad de ser, partícipes del mismo destino; se complementan uno al otro y se ayudan mutuamente a alcanzar la realización. Son, por tanto, iguales en dignidad. Esta realidad exige que el hombre y la mujer se respeten absolutamente uno al otro y excluye, naturalmente, cualquier actitud que signifique dominación, esclavitud, prepotencia, uso egoísta del otro.

Comentario al evangelio – 1 de octubre

Comenzamos el mes de Octubre con la celebración de Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones. Parece contradictorio que una santa que vivió su vida encerrada en la clausura de un convento pueda ser patrona de las misiones, un modo de vida y acción que suponen una vida llena de actividad externa. Así lo hemos contrapuesto muchas veces en la Iglesia: la vida de contemplación y la vida de acción, cuando son modelos de vida absolutamente complementarios, no sólo en el seno de la Iglesia en el que hay vocaciones a un vida consagrada a la oración y otras a la acción, sino en el propio seno de la vida del cristiano, donde el compromiso por el anuncio del Evangelio ha de balancearse siempre con una intensa vida de oración como expresión de la cercanía con el Maestro (nadie da lo que no tiene). Santa Teresa del Niño Jesús dedicó su vida a la oración por la Iglesia y las misiones, y a través de esa oración esforzada se convirtió en referente de amor y entrega por la misión evangelizadora de la Iglesia.

El Evangelio en primer lugar nos habla de la sed de poder que muchas veces aparece como motivación profunda de nuestro compromiso. Nos parece que nuestro méritos, nuestro esfuerzos, tienen que ser recompensados con el ascenso de la escala social evangélica. Frente a este instinto que funciona en todo los campos de la vida humana Jesús nos propone hacernos como niños. Los niños para Jesús son el símbolo de los que no tienen poder. El seguidor de Jesús no ha de ambicionar nunca el poder, al contrario desde la humildad acoger a los que no tienen poder, y así lo ejemplifica con la acogida generosa y gratuita de los niños, aquellos que no pueden darnos sino su transparencia. ¿Qué es lo que mueve realmente nuestro compromiso eclesial? ¿qué pasa si no nos sentimos suficiente recompensados o reconocidos nuestros desvelos por la misión?

Por último el evangelio de hoy repite una parte del evangelio del Domingo pasado, pero en la versión de Lucas. Quien no está contra nosotros está con nosotros. Frente a la tentación de considerarnos los “buenos”, los “fieles” frente a los “otros”, Jesús llama a los discípulos a reconocer que los valores del evangelio no son “exclusiva” de sus seguidores. Dios sigue trabajando en el corazón de los hombres, de todos los tiempos y de todas la culturas, y reconocer el bien, la solidaridad, la justicia… en las acciones de aquellos que no “son de los nuestros”, es proclamar precisamente esta realidad teológica: Dios es para todos.