Vísperas – Santa Teresa de Jesús

SANTA TERESA DE JESÚS, virgen y doctora de la Iglesia. MEMORIA

Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: VIVO SIN VIVIR EN MÍ.

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Cuando me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
viendo que puedo perderte
se me dobla mi dolor:
viviendo en tanto pavor,
y esperando como espero,
que muero porque no muero.

Sácame de esta muerte,
mi Dios, y dame la vida,
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte;
mira que muero por verte,
y vivir sin ti no puedo,
que muero porque no muero.

Lloraré mi muerte ya
y lamentaré mi vida,
en tanto que detenida
por mis pecados está.
¡Oh mi Dios, cuándo será
cuando yo diga de nuevo
que muero porque no muero!

Vivo ya fuera de mí
después de que muero de amor;
porque vivo en el Señor
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di,
puso en mí este letrero:
que muero porque no muero.

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Salmo 135 I – HIMNO A DIOS POR LAS MARAVILLAS DE LA CREACIÓN Y DEL ÉXODO.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

El afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Ant 2. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Salmo 135 II

El hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel, su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Ant 3. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

LECTURA BREVE   1Co 7, 32. 34

El célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma.

RESPONSORIO BREVE

V. Llevan ante el Rey al séquito de vírgenes, las traen entre alegría.
R. Llevan ante el Rey al séquito de vírgenes, las traen entre alegría.

V. Van entrando en el palacio real.
R. Las traen entre alegría.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Llevan ante el Rey al séquito de vírgenes, las traen entre alegría.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ven, esposa de Cristo, recibe la corona eterna que el Señor te trae preparada.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ven, esposa de Cristo, recibe la corona eterna que el Señor te trae preparada.

PRECES

Alabemos con gozo a Cristo, que elogió a los que permanecen vírgenes a causa del reino de Dios, y supliquémosle, diciendo:

Jesús, rey de las vírgenes, escúchanos.

Señor Jesucristo, tú que como esposo amante colocaste junto a ti a la Iglesia sin mancha ni arruga,
haz que sea siempre santa e inmaculada.

Señor Jesucristo, a cuyo encuentro salieron las vírgenes santas con sus lámparas encendidas,
no permitas que falte nunca el óleo de la fidelidad en las lámparas de las vírgenes que se han consagrado a ti.

Señor Jesucristo, a quien la Iglesia virgen guardó siempre fidelidad intacta,
concede a todos los cristianos la integridad y la pureza de la fe.

Tú que concedes hoy a tu pueblo alegrarse por la fiesta de santa Teresa de Jesús, virgen,
concédele también gozar siempre de su valiosa intercesión.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que recibiste en el banquete de tus bodas a las vírgenes santas,
admite también a nuestros hermanos difuntos en el convite festivo de tu reino.

Oremos con Jesús, diciendo a nuestro Padre:

Padre nuestro…

ORACION

Señor todopoderoso, que quisiste que santa Teresa de Jesús, bajo el impulso del Espíritu Santo, manifestara a tu Iglesia el camino de la perfección, haz que encontremos en sus escritos nuestro alimento y que encendamos con ellos en nosotros el deseo de una verdadera santidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Lectio Divina – 15 de octubre

Lectio: Lunes, 15 Octubre, 2018
Tiempo Ordinario
1) Oración inicial
Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de manera que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del Evangelio según Lucas 11,29-32
Habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide un signo, pero no se le dará otro signo que el signo de Jonás. Porque así como Jonás fue signo para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás.
3) Reflexión
• El evangelio de hoy nos presenta una acusación muy fuerte de Jesús contra los fariseos y los escribas. Ellos querían que Jesús diera una señal, pues no creían en las señales y en los milagros que estaba haciendo. Esta acusación de Jesús sigue en los evangelios de los próximos días. Al meditar estos evangelios, debemos tomar mucho cuidado para no generalizar la acusación de Jesús como si fuera dirigida contra el pueblo judío. En el pasado, la ausencia de esta atención contribuyó, lamentablemente, a aumentar en los cristianos el anti-semitismo que tantos males acarreó a la humanidad a lo largo de los siglos. En vez de levantar el dedo en contra de los fariseos del tiempo de Jesús, es mejor mirarnos en el espejo de los textos, para percibir en ellos al fariseo que vive escondido en nuestra Iglesia y en cada uno de nosotros, y que merece la misma crítica de parte de Jesús.
• Lucas 11,29-30: El señal de Jonas. “Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás.» Habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: Esta generación es una generación malvada; pide un signo, pero no se le dará otro signo que el signo de Jonás”. El evangelio de Mateo informa que algunos escribas y fariseos: pidieron una señal (Mt 12,38). Querían que Jesús realizara para ellos una señal, un milagro, para que pudiesen verificar si era él mismo el enviado de Dios según se lo imaginaban. Querían que Jesús se sometiera a los criterios de ellos. No había en ellos apertura para una posible conversión. Pero Jesús no se sometió a sus pedidos. El evangelio de Marcos dice que Jesús, ante el pedido de los fariseos, soltó un profundo respiro (Mc 8,12), probablemente de disgusto y de tristeza ante tanta ceguera. Porque de nada sirve poner un bonito cuadro ante alguien que no quiere abrir los ojos. La única señal es la señal de Jonás. “Porque así como Jonás fue signo para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación”. ¿Como será esta señal del Hijo del Hombre? El evangelio de Mateo responde: “ Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches.” (Mt 12,40). La única señal será la resurrección de Jesús. Esta es la señal que, en el futuro se dará a los escribas y a los fariseos. Jesús, condenado por ellos a una muerte de cruz, será resucitado por Dios y seguirá resucitando de muchas maneras en aquellos que creen en él. La señal que convierte no son los milagros, sino ¡el testimonio de vida!
• Lucas 11,31: Salomón y la reina del Mediodía. La alusión a la conversión de la gente de Ninive asocia y hace recordar la conversión de la Reina del Mediodía: “La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón”. Esta evocación casi ocasional del episodio de la Reina del Mediodía que reconoció la sabiduría de Salomón, muestra cómo se usaba la Biblia en aquel tiempo. Era por asociación. La interpretación principal era ésta: “La Biblia se explica por la Biblia”. Hasta hoy, ésta es una de las normas más importantes para la interpretación de la Biblia, sobre todo para la Lectura Orante de la Palabra de Dios.
• Lucas 11,32: Aquí hay algo más que Jonás. Después de la digresión sobre Salomón y la Reina del Mediodía, Jesús vuelve a hablar de la señal de Jonás: “Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás”. Jesús es mayor que Jonás, mayor que Salomón. Para los cristianos, es la clave principal para la Escritura (2Cor 3,14-18).
4) Para la reflexión personal
• Jesús critica a los escribas y a los fariseos que llegaban a negar la evidencia, volviéndose incapaz de reconocer la llamada de Dios en los acontecimientos. Y nosotros, los cristianos de hoy, y yo: ¿merecemos esta misma crítica de Jesús?
• Nínive se convirtió ante la predicación de Jonás. Los escribas y los fariseos no se convirtieron. Hoy, lo que acontece provoca mutaciones y conversiones en la gente del mundo entero: amenaza ecológica, la urbanización que deshumaniza, el consumismo que masifica y aliena, las injusticias, la violencia, etc. Muchos cristianos vivimos ajenos a estos clamores de Dios que vienen de la realidad.
5) Oración final
¡Alabad, siervos de Yahvé,
alabad el nombre de Yahvé!
¡Bendito el nombre de Yahvé,
desde ahora y por siempre! (Sal 113,1-2)

El gran cambio es desde dentro (DOMUND 2018)

Hace 99 años, el planeta estaba convulsionado por los efectos de la Ia Guerra Mundial. Hacía poco que esta había concluido, pero sus efectos devastadores se podían palpar en la sociedad. La Iglesia también sentía que algo importante estaba cambiando el mundo. La actividad misionera había recibido un fuerte zarpazo por la “baja” de tantos misioneros europeos que, por efectos de la situación, habían regresado a sus orígenes o habían abandonado la barca. A ello se sumaba un hecho que ahora, desde la perspectiva histórica, somos capaces de valorar: la falta de vocaciones nativas. Las Iglesia nacientes se habían acostumbrado a “recibir”; nunca habían sentido la necesidad de “dar” de sí mismas. Parecía que los misioneros venían de lejos con los bolsillos llenos de viandas.

En estas circunstancias, el papa Benedicto XV publica la carta apostólica Maximum illud, sobre la urgencia de la actividad misionera de la Iglesia. Era el 30 de noviembre del año 1919. En ella el Pontífice denunciaba proféticamente la necesidad de cambiar el mundo, cambiar los corazones, desde dentro. Es profética, porque hasta la fecha la idea era que, si algo podía producir un cambio, vendría desde fuera. Grave error. Benedicto XV señala que la transformación que necesita la humanidad brotaría de las comunidades cristianas que estaban naciendo en distintos puntos del mundo. ¿Adónde apunta el Papa? A las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada que Dios estaba suscitando en las Iglesias jóvenes.Estas intuiciones del Papa estaban en sintonía con algunas iniciativas que el Espíritu Santo había ido suscitando en laicos sencillos y anónimos. Iniciativas que, de manera providencial, asume como propias y que serían, poco después, las Obras Misionales Pontificias de Propagación de la Fe, Infancia Misionera y San Pedro Apóstol. Al comprobar que la Iglesia se había puesto en marcha para orar juntos y colaborar con los que eran enviados a la misión, el papa Pío XI establece, el 14 de abril de 1926, una Jornada Mundial de las Misiones que se celebraría, a partir de ese mismo año, el penúltimo domingo de octubre. Así, nos situamos hoy en el 92 aniversario de este día que conocemos con el acrónimo “Domund”.

“Discípulos misioneros”La lectura de las últimas cartas del papa Francisco, incluso el Mensaje que ha entregado a la Iglesia con motivo de la Jornada de este año, junto a su discurso a los directores nacionales de OMP el pasado 1 de junio, nos lleva a comprobar que hay motivos sobrados para asumir las preocupaciones que promovieron la publicación de la Maximum illud de Benedicto XV, cuyo centenario celebraremos el próximo año. No es el momento ni el espacio para enumerar o analizar lo que es reiteradamente recordado por Francisco, pero sí para desvelar alguna de sus preocupaciones por las que el Papa invita, más aún, urge a la Iglesia a una renovación profunda en el ámbito de la misión.De la recurrente repetición de expresiones de carácter misionero que han hecho fortuna en el lenguaje eclesial merece la pena destacar la de “discípulos misioneros”, felizmente acuñada en Aparecida, que ilumina esta Jornada del Domund y justifica su propuesta: “Cambia el mundo”. “Discípulos” es la condición esencial de quien se ha sentido llamado a tomar parte en el anuncio del Evangelio, movido por esa “pasión por Jesús” que es la misión. Este es, en definitiva, el mandato del Señor: “haced discípulos”. A la hermosa realidad del discipulado se suma la de ser “misioneros”, que no es un simple adjetivo de operatividad, sino la expresión de quien tiene “pasión por el pueblo” (cf. EG 268). Es la dimensión cósmica y universal del anuncio de la Buena Nueva. Esta es la razón por la que Francisco insiste reiteradamente en la necesidad de la renovación y conversión del corazón, que comporta una refundación, una recalificación según las exigencias del Evangelio.Las recientes palabras del Santo Padre a los directores nacionales de OMP son prueba de ello: “No se trata simplemente de replantear las motivaciones para mejorar lo que ya hacéis. La conversión misionera de las estructuras de la Iglesia requiere santidad personal y creatividad espiritual. Por lo tanto, no solo renovar lo viejo, sino permitir que el Espíritu Santo cree lo nuevo, […] haga nuevas todas las cosas. Él es el protagonista de la misión: es él el “jefe de la oficina” de las Obras Misionales Pontificias. Es él, no nosotros”.
Cambia el mundoLa Dirección Nacional de las Obras Misionales Pontificias en España ha propuesto, en efecto, como lema para el Domund 2018, “Cambia el mundo”. La apuesta es audaz y atrevida. Produce una cierta sonrisa de incredulidad. Sin embargo, no es otra cosa que lo que hace la Iglesia desde su nacimiento, lo que hacen los misioneros cuando son enviados al mundo, lo que hace cualquier cristiano que se ha tomado en serio el ser discípulo misionero.El cambio que promueve el Domund nace del corazón donde ha entrado Dios. Desde un corazón que ama se vence el egoísmo, se deja de pensar solo en las necesidades propias y se comienza a pensar en las necesidades de los demás. Se sale, de las cuatro paredes del confort, al mundo sin fronteras. El Señor da fuerza y acompaña a quien emprende este camino, que es el camino del discípulo misionero. “Esta transmisión de la fe, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el «contagio» del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dilatados por el amor”, dice el papa Francisco en su Mensaje para esta Jornada Mundial de las Misiones.Una mirada a los pueblos evangelizados desde el minuto cero certifica que este cambio es susceptible de llevarse a cabo, porque no se trata de planes que no se puedan abarcar, sino de acciones que se puedan realizar. Por eso, no se puede hablar de la evangelización como algo “teórico”, sino como una transformación real. De hecho, Obras Misionales Pontificias propone a los misioneros como ejemplo de que el cambio en el mundo es posible. Ellos lo provocan con su “vida y obra”; con acciones concretas que han transformado la realidad de pueblos y personas con nombre y apellido. Solo desde esa “proximidad” se va produciendo poco a poco el cambio global.Y es que el gran cambio que transforma los corazones esclavizados por el individualismo, el espiritualismo, el encerramiento en pequeños mundos, la dependencia, la instalación, la repetición de esquemas ya prefijados, el dogmatismo, la nostalgia, el pesimismo, el refugio en las normas, llega a través de cambios pequeños, es posible y está al alcance de todos: “Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy. Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia»” (GE 169).

Anastasio Gil
Director de OMP en España

Ver materiales Domund 2018

Características

El acompañante espiritual debe buscar por encima de todo la salvación de las almas. Es esencial que sea una persona que crea y que ame, porque quien ama dese el bien, quien cree anhela el bien eterno.
Creer. Es necesario que el que se dedica a la escucha espiritual brille en el amor de Dios, y en la confianza de que su divina gracia es capaz de ayudar a los hombres. Como nadie se abandonaría en un dermatólogo que no conociera lo que es la piel, así ningún corazón que ansíe lo divino podrá encontrar su eco en quien parece desconocerlo o tratarlo con rudeza. Todo depositario de cualquier confidencia espiritual —sacerdote o — es de Dios: enamorado de la humanidad de Jesucristo, buen conocedor del evangelio y dócil a la voluntad de Dios.
Creer y amar. Como decía don Bosco: buscar por encima de todo el bien de las almas. Querer para el otro el bien, pero no conforme a las propias ideas, sino en relación con Dios. Conviene subrayar nuevamente lo que afirmaba el santo piamontés: cada decisión, cada consejo, ha de ser ponderado en el diálogo con Dios.
El buen director espiritual desea lo bueno para el otro; pero no lo bueno en general, o lo que a él le parece bueno, sinolo que de hecho es bueno a través de Jesucristo. Este es el más verdadero y sincero amor. No hay bien mayor queguiar al otro según Dios, y nunca el acompañamiento deberá quedar reducido ni a las ideas propias ni a los experimentos aparentemente más eficaces, por modernos que sean.
Es particularmente oportuno recordar que no se debe dar por supuesta la confianza de los dirigidos, ni siquiera teniendo en cuenta que hayan sido ellos los que han pedido consejo espiritual. Cuesta abrirse, y por eso mismo es tarea necesaria ganar la confianza de los corazones y no darla por supuesta.
San Felipe Neri fue un extraordinario conquistador de corazones para Dios. Sus días no eran fáciles, mientras la Roma renacentista se descomponía en la inmoralidad y la juventud se alimentaba más de odio que de pan. Preguntándose sobre el método con que lograba esas conquistas, el biógrafo no duda en afirmar que «se encuentra siempre el mismo motivo fundamental, la experiencia de su encuentro con Dios, su ferviente experiencia del amor de Dios» )P. Türks, p. 157). «Vivir siempre en Dios y haciéndose morir a uno mismo», afirmaba el propio Neri. A modo de lema, resumió toda esa tarea de servicio que enciende las almas en cuatro términos: «Amar y alegría o amor y humildad deberían ser nuestro lema» (p. 179).
Como ya he advertido, san Juan Bosco exhortaba a los superiores a ponerse al nivel de los alumnos. El gran secreto para ser depositario de las confidencias de los jóvenes es participar en sus alegrías y penas, estar en el momento justo y no dejar pasar ninguna oportunidad. Tener para el prójimo palabras de cariño y aprecio, así como de corrección y enmienda. Esto último es quizá lo más complicado: gestionar los momentos de dificultad. Se trata de no romper la confianza por un momentáneo acceso de ira. Más vale dedal de miel que quintal de hiel, como reza el refranero español.
Por su parte, san Josemaría subraya que quien se encuentra así —próximo— entre sus hermanos, es realmente un incendio de amor de Dios. Quien confíe en él las ansias de su corazón no se verá defraudado. Son muchos los corazones donde anida un rescoldo de bien. Son la caña cascada o el pábilo vacilante de los que habla el profeta (cfr.Is 42, 3), que, lejos de verse quebrados o apagados, son aventados y restablecidos por la conversión espiritual. Así, quien les acompaña se convierte en encendedor de los mejores propósitos.
Esta atención según Dios se expresa en una actitud de servicio personalizado. «Cada uno es como es» afirmaba san Josemaría, «y hay que tratar a cada uno según lo ha hecho Dios y según lo lleva Dios y según lo lleva Dios» (F. Fernández-Carvajal, p. 42). No es fácil, pero es necesario, atender a cada persona, hacerse cargo de cada situación. Para conseguirlo, «no se pueden ofrecer fórmulas prefabricadas, ni métodos o reglamentos rígidos, para acercar las almas a Cristo. El encuentro de Dios con cada hombre es inefable e irrepetible, y nosotros debemos colaborar con el Señor para hallar —en cada caso— la palabra y el modo oportunos, siendo dóciles y no intentando poner raíles a la acción sobre original dle Espíritu Santo».
Solo el alma que no quiera crecer —o no desee luchar— se frustrará con el hombre de Dios. Un complejo de Peter Pan, pero a lo espiritual, impide a muchos adultos crecer en lo interior, aun cuando estén acompañados de la mejor ayuda.
Creer, amar y respetar la libertad. Nunca el acompañado puede delegar la responsabilidad de su obrar. A veces se llega a estas situaciones, ya por la debilidad del carácter del acompañado, ya por el exceso de celo del director. Sea como fuere, es necesario aprender que la dirección espiritual es un servicio al Espíritu Santo, y como tal solo puede obrar en el marco de la más exquisita libertad.
El director espiritual ama la libertad cuando lleva al acompañado al más profundo amor de Dios. «¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (Rm 8, 35). Para ello, evita tanto la manía de tener siempre razón, como la sospecha de ser menospreciado en sus consejos. Tampoco se deja llevar por complejos de inferioridad que le lleven a ser excesivamente autoritario. El buen acompañante espiritual debe entender que el dirigido necesita tiempo para comprender las indicaciones y llevarlas por obra. El ritmo lo marca la gracia de Dios.
No consiste en tener o no razón, en ser más o menos persuaivo: se trata de llevar a los hombres al terreno de la verdadera libertad, que es aquella capaz de asumir las consecuencias del obrar. Hacer cristianos adultos, que solo rinden cuenta delante de Dios, porque «solo una [cosa] es necesaria» (Lc 10, 42).
Directores espirituales que hacen vivir a los cristianos en confianza filial. lejos de ese peligro que esclaviza internamente toda libertad: la angustia. El ansia hace a los hombres poco libres; miedosos que huyen de todo peligro, temerosos de cualquier signo de pobreza, asustados de antemano ante el riesgo de cualquier murmuración. No actúan conforme a lo que quieren, sino conforme a lo que temen. Están sujetos al respeto humano, ese miedo atroz a ser tomado por ridículo, por tonto, por anticuado.
Toca al acompañante forjar personalidades sólidas, libres, capaces de un «soberano estar por encima de la situación» (D. von Hildebrand, p. 174). Ser libre significa no estar adherido al efecto que produce nuestro obrar en los demás. Solo importa lo importante. En definitiva, «la verdadera libertad significa que miremos todo no con los ojos del mundo ni con los de nuestra naturaleza, sino a la luz de Cristo, con los ojos de la fe, que decida Cristo y Su santa palabra cómo tenemos que comportarnos» (p. 175).
El modo en que podremos llegar a conquistar esa verdadera libertad es obra de la gracia de Dios. Más adelante, daré algunos consejos o directrices que cooperan en orden a conquistar esa meta, puesto que el sentido del acompañamiento no es otro que la libre respuesta a Dios. Basta aquí afirmar, por tanto, que este dato debe ser tenido en cuenta por quien está llamado a ser depositario de cualquier confidencia espiritual.
Fulgencio Espa. Cuento contigo

Gaudete et exsultate (Francisco I)

108. El consumismo hedonista puede jugarnos una mala pasada, porque en la obsesión por pasarla bien terminamos excesivamente concentrados en nosotros mismos, en nuestros derechos y en esa desesperación por tener tiempo libre para disfrutar. Será difícil que nos ocupemos y dediquemos energías a dar una mano a los que están mal si no cultivamos una cierta austeridad, si no luchamos contra esa fiebre que nos impone la sociedad de consumo para vendernos cosas, y que termina convirtiéndonos en pobres insatisfechos que quieren tenerlo todo y probarlo todo. También el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos. En medio de esta vorágine actual, el Evangelio vuelve a resonar para ofrecernos una vida diferente, más sana y más feliz.

Homilía (Domingo XXIX de Tiempo Ordinario)

EL SIERVO

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p style=»text-align:justify;»>Uno de los títulos más importantes que la Iglesia primitiva da a Jesús es el de Siervo. La narración de las diversas pasiones, y ciertos discursos de los Hechos, están bajo el influjo de la imagen del Siervo de Yavé. Ningún escritor del Nuevo Testamento pierde de vista este hilo conductor de la fe en la redención de Cristo y de nuestra solidaridad  con El.


 

1.- Jesús de Nazaret: hombre como los hombres.

El Hijo del hombre y el Siervo de Yavé (Is 42, 1 s.; 52.13-53, 12) son dos imágenes afines. Esa figura misteriosa que Daniel vio sentada junto al anciano de los días (Dan 7, 9 ss.), ha aparecido en medio de la historia, entre los hombres, tomando la forma de Siervo de Dios, de obediente a su Palabra. A la vez, la aparición del Siervo es pensada como una encarnación humillante, un desandar muchos peldaños desde la alta dignidad hasta la condición de esclavo. «Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo… y apareciendo en su porte como un hombre» (Fil 2, 6-7). Jesús es Siervo por oposición a «Señor» (v. 11). El Siervo de Yavé nos revela la realidad y la calidad humana de Cristo. Jesús de Nazaret fue, además de Dios, un hombre entre los hombres, sin apariencias. Vivió la realidad de nuestra propia vida, porque era hombre como nosotros. «Ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado» (Hech 4, 15). Jesús de Nazaret ha estado expuestoa nuestras propias debilidades, surgiendo de ellas, por su obediencia rendida. «El cual habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor… fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia» (Hech 5, 7-8). Jesús es Hijo de Dios, pero «nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gal 4, 4).

Jesús, como Siervo, es un hombre con nosotros. No vivió su existencia como un ser raro, extraterrestre, al que no le ligaba nada a la tierra. Cristo es un hombre con los hombres. Su vida es un singular ejemplo de solidaridad humana. Cristo no sólo vivió su vida aislada, sino que vivió con los demás. Ahí están para probarlo todas las narraciones evangélicas: las miserias de todos los hombres, la alegría, la tristeza, la enfermedad y la muerte, la amistad y la persecución, el mismo pecado de sus contemporáneos, fue vivido por El. Hasta tanto que el N. T. llega a afirmar que Dios le ha hecho pecado y maldito por nosotros (Gal 3, 13). Jesús de Nazaret ha vividode tal manera con nosotros que se ha hecho solidario de nuestra propia maldición. «A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros» (II Cor 5, 21; Col 2, 14; Rom 8, 3).

Jesús de Nazaret, el Siervo de Yavé, es un hombre para los hombres: «Con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos» (Is 53, 11). La vida de Jesús es un servicio realizado en favor de sus hermanos. Dada la calidad de su vida, así fue la riqueza aportada por su servicio: la salvación. En Jesús, se nos ha entregado toda la capacidad de amor que Dios tiene para con el hombre. En la vida de Jesús se nos ha revelado que Dios no es sino amor y que el destino del hombre consiste en realizarse en el amor. «El Hijo del hombre no ha ve- nido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45). Este es el servicio fundamental de Jesús: Siervo de Dios cumpliendo su plan; siervo de los hombres, poniendo su vida como precio de salvación. En la Cruz es donde se consuma este servicio de Cristo, «entregó su vida como expiación» (Is 53, 10). En el madero, hecho víctima agradable, el Siervo se convierte en Sacerdote que agrada a Dios y ofrece al pueblo su benevolencia.

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p style=»text-align:justify;»>2.- La Eucaristía, sacramento del Siervo.


Los creyentes, admirados por este estilo de vida, nos reunimos en el Nombre de Jesús, para realizar el memorial de la Pasión, del quebrantamiento del Siervo de Yavé. Su Cuerpo es celebrado por nosotros como un pan roto, partido para todos. Su Sangre es como el vino escanciado en una copa, para que todos alcancemos el calor de la vida y la alegría de la salvación (Mt 26, 26-28). Celebramos nuestra solidaridad con el Siervo de Dios, entrando en comunión con su sufrimiento y su gozo. Proclamamos su salvación aclamando al Siervo como a Señor. A la vez, y misteriosamente entramos en comunicación con El.

Entrar en comunión con el Siervo supone siempre una confrontación con las actitudes fundamentales de la vida. Nosotros, pequeños «señores» idolátricos, tenemos que reconocernos hombres de verdad: como Cristo, somos siervos y esclavos. Jesús de Nazaret es la manifestación de lo que somos. En Jesús Dios nos ha revelado nuestra verdadera condición: somos hombres. Frente al único Señor, siervos, es decir, no somos señores. La comunión con el sacramento del servicio de Cristo, nos interpela sobre nuestra solidaridad. ¿Somos hombres con los demás? Somos solidarios en el mismo mundo, en el mismo destino, en la misma maldición, en el pecado y en la gracia? ¿Cómo podemos repetir nosotros las mis- mas palabras de Caín: «Soy yo acaso el guardián de mi hermano»? (Gen A, 9). La actitud de siervos de Cristo, que nos proclama este sacramento, nos interroga sobre nuestra vida para los demás. ¿Tenemos tina ver dadera actitud de amor, de entrega, de disposición hacia el hermano? ¿Somos capaces de entregar la vida?

Vivimos a contrapelo del misterio cristiano. Lo normal en el mundo es tiranizar y oprimir. «Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10, 42-43). Todo el mundo piensa que es mejor estar sentado a la mesa, que sirviendo. «Pero yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27). El servicio se nos hace muy difícil, pero es actitud fundamental de la fe. Sin él, es imposible que podamos tener conciencia de que somos creyentes. «Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que yo he hecho con vosotros» (Jn 13, 15).

Jesús Burgaleta

Mc 10, 35-45 (Evangelio Domingo XXIX de Tiempo Ordinario)

Continuamos recorriendo, con Jesús y con los discípulos, el camino hacia Jerusalén. Marcos observa que, en esta fase, Jesús va al frente y los discípulos lo siguen “llenos de temor” (cf. Mc 10,32).

¿Habrá aquí alguna mala voluntad de los discípulos, a causa de las últimas polémicas y de las exigencias radicales de Jesús? ¿Este “temor” es fruto del hecho de que Jesús se acerca a su destino final, en Jerusalén, destino que el grupo no aprueba? Sea como fuere, Jesús continúa su catequesis y, más de una vez (es la tercer, en el corto espacio de pocos días), recuerda a los discípulos que, en Jerusalén va a ser entregado en manos de los líderes judíos y va a cumplir su destino de cruz (cf. Mc 10,33-34). Por esta vez, no hay ninguna reacción de los discípulos.

Ya observamos, el pasado Domingo, que el camino recorrido por Jesús y por los discípulos es, además de un camino geográfico, también un camino espiritual.

Durante ese camino, Jesús va completando su catequesis a los discípulos sobre las exigencias del Reino y las condiciones para formar parte de la comunidad mesiánica. La respuesta de los discípulos a las propuestas que Jesús les va haciendo, nunca es demasiado entusiasta.

El texto que se nos propone esta vez demuestra que los discípulos continúan sin percibir, o sin querer percibir, la lógica del Reino. Ellos todavía continúan pensando en términos de poder, de autoridad, de grandeza y ven en la propuesta del Reino solamente una oportunidad de realizar sus sueños humanos.

En la primera parte de nuestro texto (vv. 35-40), se presenta la pretensión de Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, en el sentido de sentarse, en el Reino que va a ser instaurado, “uno a la derecha y otro a la izquierda” de Jesús. La cuestión ni siquiera es presentada como una petición respetuosa; sino que parece más una reivindicación de quien se siente con el derecho incuestionable a un privilegio.

Ciertamente Santiago y Juan imaginan que el Reino que Jesús vino a proponer está de acuerdo con Dn 7,13-14 y quieren asegurarse en ese Reino poderoso y glorioso, desde luego, lugares de privilegio al lado de Jesús.

El hecho muestra cómo Santiago y Juan, después de toda la catequesis que han recibido durante el camino hacia Jerusalén, aún no han entendido nada de la lógica del Reino y que continúan sintiendo y pensando de acuerdo con la lógica del mundo. Para ellos, lo importante es la realización de sus sueños personales de autoridad, de poder y de grandeza.

Una vez más Jesús se ve obligado a aclarar las cosas. En primer lugar, Jesús avisa a los discípulos de que, para sentarse a la mesa del Reino, deben estar dispuestos a “beber el cáliz” que él va a beber y a “recibir el bautismo” que él va a recibir.

El “cáliz” indica, en el contexto bíblico, el destino de una persona; entonces, “beber el mismo cáliz” de Jesús, significa compartir ese destino de entrega y de donación de la vida que Jesús va a cumplir.

El “recibir el mismo bautismo” evoca la participación e inmersión en la pasión y muerte de Jesús (cf. Rom 6,3-4; Col 2,12). Para formar parte de la comunidad del Reino es preciso, por tanto, que los discípulos estén dispuestos a recorrer, con Jesús, el camino de sufrimiento, de entrega, de donación de la vida hasta la muerte. A pesar de que Santiago y Juan manifestarán, con toda sinceridad, su disponibilidad para recorrer el camino de entrega de la vida, Jesús no les asegura una respuesta positiva a su pretensión. Jesús evita asociar el cumplimiento de la misión y la recompensa, pues el discípulo no puede seguir determinado camino o embarcarse en determinado proyecto por cálculo o por interés; de acuerdo con la lógica del Reino, el discípulo está llamado a seguir a Jesús con total gratuidad, sin esperar nada a cambio, acogiendo siempre como gracias no merecidas los dones de Dios.

En la segunda parte de nuestro texto (vv. 41-45), tenemos la reacción de los discípulos a la pretensión de los dos hermanos y una catequesis de Jesús sobre el servicio.

La reacción indignada de los otros discípulos a la petición de Santiago y Juan, indica que todos ellos tenían las mismas pretensiones. La petición de Santiago y de Juan a Jesús les parece, por tanto, como una “jugada de anticipación” que amenaza las secretas ambiciones que todos ellos guardaban en el corazón.

Jesús aprovecha la circunstancia para reiterar su enseñanza y para reafirmar la lógica del Reino.

Comienza recordándoles el modelo de los “gobernantes de las naciones” y de los grandes del mundo (v. 42): ellos afirman su autoridad absoluta, dominan a los pueblos por la fuerza y los someten, exigen honores, privilegios y títulos, promoverse a costa de la comunidad, ejercer el poder de forma arbitraria. Ahora, este esquema no puede servir de modelo para la comunidad del Reino. La comunidad del Reino se asienta sobre la ley del amor y del servicio. Sus miembros deben sentirse “siervos” de los hermanos, empeñados en servir con humildad y sencillez, sin ninguna pretensión de mandar o de dominar.

Lo mismo aquellos que están destinados para presidir la comunidad, deben ejercer su autoridad en un verdadero espíritu de servicio, sintiéndose siervos de todos. Excluyendo de su universo cualquier ambición de poder y de dominio, los miembros de la comunidad del Reino darán testimonio de un mundo nuevo, regido por nuevos valores; y enseñarán a los hombres, que con ellos se crucen por los caminos de la vida, a ser verdaderamente libres y felices.

Como modelo de esta nueva actitud, Jesús se propone a sí mismo: él se presenta como el “el Hijo del hombre que no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (v. 45). De hecho, toda la vida de Jesús puede ser entendida en clave de amor y de servicio. Desde el primer instante de la encarnación, hasta el último momento de su caminar por esta tierra, él se pone al servicio del proyecto del Padre y hace de su vida un don de amor a los hombres. Él nunca se dejó seducir por los proyectos personales de ambición, de poder, de dominio, sino que quiso entregar toda su vida al servicio de los hombres, a fin de que los hombres pudiesen encontrar la vida plena y verdadera.

El fruto de la entrega de Jesús, es el “rescate” (“lytron”) de la humanidad. La palabra aquí utilizada indica el “precio” pago para rescatar a un esclavo o a un prisionero. Atendiendo al contexto, debemos pensar que el rescate hace relación a la situación de esclavitud y de opresión a la que la humanidad está sometida. Al dar su vida (hasta la última gota de sangre) para proponer un mundo libre de ambición, de egoísmo, de poder que esclaviza, Jesús pagó el “precio” de nuestra liberación.

Con él y por él nace, por tanto, una comunidad de “siervos”, que son testigos en el mundo de un orden nuevo, el orden del Reino.

En el centro de este episodio está Jesús y el modelo que él propone, con el ejemplo de su vida. La frase “el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,45) resume admirablemente la existencia humana de Jesús. Desde el primer instante, él rechazó las tentaciones de ambición, de poder, de grandeza, de aplausos de las multitudes; desde el primer instante, él hizo de su vida un servicio a los pobres, a los desfavorecidos, a los pecadores, a los marginados, a los últimos. El punto culminante de esa vida de donación y de servicio, fue la muerte en cruz, expresión máxima y total de su amor a los hombres.

Es preciso que tengamos conciencia de que este valor del servicio no es un elemento accidental o accesorio, sino que es un elemento esencial en la vida y en la propuesta de Jesús. Él vino al mundo para servir y puso el servicio sencillo y humilde en el centro de su vida y de su proyecto. Se trata de algo que no puede ser ignorado y que tiene que estar en el centro de la existencia cristiana. Nosotros, seguidores de Jesús, debemos ser plenamente conscientes de esta realidad.

El episodio que hoy se nos propone como Evangelio muestra, con todo, la dificultad que los discípulos tienen para entender y acoger la propuesta de Jesús.
Para Santiago, para Juan y para los otros discípulos, lo que parece contar es la satisfacción de los propios sueños personales de grandeza, de ambición, de poder, de dominio. No les interesa hacer de la vida un servicio sencillo y humilde a Dios y a los hermanos; les preocupa ocupar los primeros lugares, los lugares de honor.

Jesús, de forma sencilla y directa, les avisa que la comunidad del Reino no puede funcionar según los modelos del mundo.
Aquí no hay término medio: quien no sea capaz de renunciar a los esquemas de egoísmo, de ambición, de dominio, para hacer de su vida un servicio y un don de amor, no puede ser discípulo de ese Jesús que vino para servir y para dar la vida.

Al presentar las cosas de esta forma, nuestro texto nos invita a repensar nuestra forma de situarnos, en la familia, en el centro de estudios, en el trabajo, en la sociedad.
La instrucción de Jesús a los discípulos que el Evangelio de este Domingo nos presenta, es una denuncia de los juegos de poder, de los intentos de dominio sobre aquellos que viven y caminan a nuestro lado, de los sueños de grandeza, de las maniobras patéticas para conquistar honras y privilegios, del ansia de protagonismo, de la búsqueda desenfrenada de títulos, de la caza de posiciones de prestigio.

El cristiano tiene, absolutamente, que dar testimonio de un nuevo orden en su espacio familiar, poniéndose en una actitud de servicio y no en una actitud de imposición y de exigencia;
el cristiano tiene que dar testimonio de un nuevo orden en su espacio laboral, evitando cualquier actitud de injusticia o de prepotencia sobre aquellos que dirige y coordina;

el cristiano tiene siempre que encarar la autoridad que le ha sido confiada como un servicio, cumplido en la búsqueda atenta y coherente del bien común.

En la comunidad cristiana encontramos también, con mucha frecuencia, la tentación de organizarnos de acuerdo con principios de poder, de autoridad, de predominio, a la manera del mundo.
Sabemos, por la historia, que siempre que la Iglesia intentó esos caminos, se apartó de su misión, dio un testimonio poco creíble y se hizo escándalo para los más débiles.

Por otro lado somos testigos todos los días en nuestras comunidades cristianas que los comportamientos prepotentes crean divisiones, rencores, envidias, alejamientos.
Que no haya dudas: la autoridad que no es amor y servicio, es incompatible con la dinámica del Reino.

Nosotros, los seguidores de Jesús no podemos, de forma alguna, pactar con la lógica del mundo; y una Iglesia que se organiza y estructura teniendo en cuenta los esquemas del mundo, no es la Iglesia de Jesús.

En nuestra sociedad, los primeros son los que tienen dinero, los que tienen poder, los que frecuentan las fiestas retratadas en las revistas del corazón, los que visten según las exigencias de la moda, los que tienen éxito profesional, los que saben situarse en los valores políticamente correctos.

¿Y en la comunidad cristiana? ¿Quiénes son los primeros? Las palabras de Jesús no dejan lugar a dudas: “el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”.
En la comunidad cristiana, la única grandeza es la grandeza de quien, con humildad y sencillez, hace de su propia vida un servicio a los hermanos.

En la comunidad cristiana no hay señores, ni grupos privilegiados, ni personas más importantes que otras, ni distinciones basadas en el dinero, en la belleza, en la cultura, en la posición social.
En la comunidad cristiana hay hermanos iguales, a quienes la comunidad confía servicios diversos en vista del bien de todos. Aquello que nos debe mover es la voluntad de servir, de compartir con los hermanos los dones que Dios nos ha concedido.

La actitud de servicio que Jesús pide a sus discípulos debe manifestarse, de forma especial, en la acogida de los pobres, de los débiles, de los humildes, de los marginados, de los sin derechos, de aquellos que no aportan reconocimiento público, de aquellos que no pueden retribuirnos.

¿Seremos capaces de acoger y de amar a los que llevan una vida poco ejemplar, a los marginados, a los extranjeros, a los enfermos incurables, a los sidosos, a los deficientes, a los que nadie quiere ni ama?

Heb 4, 14-16 (2ª lectura Domingo XXIX de Tiempo Ordinario)

Ya vimos, en los Domingos precedentes, que la Carta a los Hebreos está destinada a comunidades cristianas en situación difícil, expuestas a tribulaciones varias y que, por eso mismo, son frágiles, están cansadas y desalentadas. Los creyentes que componen esas comunidades necesitan urgentemente recuperar su entusiasmo inicial, revitalizar su compromiso con Cristo y apostar por una fe más coherente y más comprometida.

En ese sentido, el autor de la “carta” les presenta el misterio de Cristo, el sacerdote por excelencia, cuya misión es poner a los creyentes en relación con el Padre e insertarlos en ese Pueblo sacerdotal que es la comunidad cristiana.

Una vez comprometidos con Cristo, los creyentes deben hacer de su vida un continuo sacrificio de alabanza, de entrega y de amor. De esta forma, el autor ofrece a los cristianos, una profundización y una ampliación de la fe primitiva, capaz de revitalizar su experiencia de fe, debilitada por la hostilidad del ambiente, por la acomodación, por la monotonía y por el enfriamiento del entusiasmo inicial.

El texto que se nos propone, está incluido en la segunda parte de la Carta a los Hebreos (cf. Heb 3,1-5,10). Ahí, el autor presenta a Jesús como el sacerdote fiel y misterioso que el Padre envió al mundo para cambiar los corazones de los hombres y para aproximarlos a Dios. A los creyentes se les pide que “crean” en Jesús, esto es, que escuchen atentamente las propuestas que Cristo vino a realizar, que las acojan en el corazón y que las transformen en gestos concretos de vida.

Jesús es, para todos los creyentes, el gran sumo sacerdote, que “ha atravesado el cielo” para alcanzar misericordia para todos los creyentes (v. 14).

La expresión “ha atravesado el cielo” se refiere, naturalmente, a la realidad de la encarnación: Jesús, el Hijo de Dios, vino al encuentro de los hombres como sumo sacerdote, a fin de eliminar el pecado que impedía la comunión entre los hombres y Dios y llevar a los hombres al encuentro de Dios.

Aquí se evoca el esfuerzo de Dios, a través de su Hijo, en el sentido de rehacer la comunidad de vida con los hombres y de conducirlos al encuentro de la vida eterna y verdadera.

Ante esta acción increíble de Dios, fruto de su amor por el hombre, los creyentes deben responder con la fe, esto es, con la aceptación incondicional de la propuesta de Jesús (“mantengamos la confesión de la fe”).

Adherirse a la propuesta de Jesús, es volver a entrar en comunión con Dios, entrar a formar parte de la familia de Dios, recibir de Dios vida en abundancia.

A pesar de ser Hijo de Dios, Jesús, el sumo sacerdote no es, sin embargo, un ser celestial extraño, incapaz de comprender a los creyentes en su dramática lucha de todos los días, en su fragilidad hacia la persecución, en su dificultad para vencer la lucha contra el egoísmo, la acomodación, la pereza, la monotonía. Él mismo fue sometido a la misma prueba, conoció la mordedura de estas mismas tentaciones, experimentó las mismas dificultades. Sin embargo, él supo siempre mantenerse fiel a Dios y a sus planes, mostrándonos que también nosotros podemos vivir en fidelidad a Dios y a sus propuestas (v. 15).

Nosotros, los seguidores de Jesús, no estamos en una situación desesperada, a pesar de nuestras faltas e incoherencias. Podemos y debemos aceptar la propuesta de Jesús y dirigirnos a Dios, con la certeza de que seremos acogidos por él como hijos muy amados.

Gracias a Jesús, el sumo sacerdote que vino a nuestro encuentro, que experimentó y asumió nuestra fragilidad, que restableció la comunión entre nosotros y Dios, que nos lleva al encuentro de Dios y que nos garantiza su misericordia, estamos ahora en una nueva situación de gracia y de libertad. Podemos, con tranquilidad y confianza, sin ningún miedo, aproximarnos a ese “trono de gracia” de donde brota la vida eterna y verdadera. Esta certeza debe ayudarnos y darnos esperanza en los momentos más dramáticos de nuestro caminar por la historia (v. 16)

En total consonancia con las otras lecturas de este Domingo, el autor de la Carta a los Hebreos nos habla de un Dios que ama al hombre con un amor sin límites y que, por eso, está dispuesto a asumir la fragilidad de los hombres, a descender a su nivel, a compartir su condición.

Él no se esconde detrás de su poder, de su autoridad, de su importancia, de su omnipotencia; él no tiene miedo de perder su dignidad o sus prerrogativas divinas cuando asume la pobreza, la fragilidad, la debilidad de los hombres.
En la lógica de Dios, el más importante no es aquel que protege su autoridad y su importancia a través de barreras insuperables, sino es aquel que es capaz de bajar al encuentro de los últimos, de los desheredados, de los marginados, de los que sufren, para ofrecerles su amor.

Esta es la lógica de Dios, lógica que estamos llamados a comprender, a asumir y a testimoniar.

Los seguidores de Cristo están, naturalmente, invitados a asumir su ejemplo. Así como Cristo, por amor, se vistió con nuestra fragilidad y vino a nuestro encuentro, también nosotros debemos, despojándonos de nuestro egoísmo, de nuestra comodidad, de nuestra pereza, de nuestra indiferencia, ir al encuentro de nuestros hermanos, vestirnos con sus dolores y fragilidades, hacernos solidarios con ellos, compartir sus dramas, lágrimas, sufrimientos, alegrías y esperanzas.

No podemos, desde lo alto de nuestra situación cómoda, limpia, ordenada, decidir que no tenemos nada que ver con el sufrimiento del mundo o con la carencia que aflige la vida de uno de nuestros hermanos.
Siempre somos responsables de los hermanos que comparten con nosotros los caminos de este mundo, cuando los conocemos personalmente o aunque estemos separados de ellos por fronteras geográficas, históricas, éticas u otras.

Al asegurarnos que nada tenemos que temer pues Dios nos ama, quiere integrarnos en su familia y ofrecernos vida en abundancia, nuestro texto nos invita a encarar la vida y sus caminos con serenidad y confianza.
Los cristianos son personas serenas y con el corazón en paz. Son conscientes de que sus fragilidades y debilidades, no les apartan, nunca, de Dios y de su amor.

Is 53, 10-11 (1ª lectura Domingo XXIX de Tiempo Ordinario)

Nuestro texto pertenece al “Libro de la Consolación” del Deutero-Isaías (cf. Is 40-55). “Deutero-Isaías” es un nombre convencional con el que los biblistas designan a un profeta anónimo de la escuela de Isaías, que cumplió su misión profética en Babilonia, entre los exiliados judíos. Estamos en la fase final del Exilio, entre el 550 y el 539 antes de Cristo.

La misión del Deutero-Isaías es consolar a los exiliados judíos. En ese sentido, comienza anunciando la inminencia de la liberación y comparando la salida de Babilonia con el antiguo éxodo, cuando Dios liberó a su Pueblo de la esclavitud de Egipto (cf. Is 40- 48); después, anuncia la reconstrucción de Jerusalén, esa ciudad que la guerra redujo a cenizas, pero a la cual Dios va a hacer regresar la alegría y una paz sin fin (cf. Is 49-55).

En medio de esta propuesta “consoladora” aparecen, sin embargo, cuatro textos(cf. Is 42,1-9; 49,1-13; 50,4-11; 52,13-53,12) que se separan un tanto de esta temática. Son cánticos que hablan de un personaje misterioso y enigmático, que los biblistas designan como el “Siervo de Yahvé”: es un predilecto de Yahvé, a quien Dios llamó, a quien confió una misión profética y a quien envió a los hombres de todo el mundo; su misión se cumple en el sufrimiento y en una entrega incondicional a la Palabra; el sufrimiento del profeta tiene, con todo, un valor expiatorio y redentor, pues de él viene el perdón para el pecado del Pueblo; Dios aprecia el sacrificio de este “Siervo” y le recompensa haciéndole triunfar delante de sus detractores y adversarios.

¿Quién es este profeta? ¿Es Jeremías, el paradigma del profeta que sufre a causa de la Palabra? ¿Es el mismo Deutero-Isaías, llamado a dar testimonio de la Palabra en el ambiente hostil del Exilio? ¿Es un profeta desconocido? ¿Es una figura colectiva, que representa al Pueblo exiliado, humillado, aplastado, pero que continúa dando testimonio de Dios, en medio de las otras naciones? ¿Es una figura representativa, que une el recuerdo de personajes históricos (patriarcas, Moisés, David, profetas) con figuras míticas, de forma que representa al Pueblo de Dios en su totalidad? No lo sabemos; sin embargo, la figura presentada en esos poemas va a recibir otra iluminación a la luz de Jesucristo, de su vida, de su destino.

El texto que se nos propone, forma parte del cuarto cántico del “siervo de Yahvé”. En él, sin embargo, el “Siervo” no habla; quien proclama este “cántico” parece ser un coro, que percibió en el aparente sinsentido de la vida del “Siervo”, un profundo significado a la luz de la lógica de Dios.

La primera parte de nuestro texto (vv. 2-3) nos presenta al “Siervo de Yahvé”. No se dice quien es, quiénes son sus padres, cuál es su tierra. Es una figura anónima, sin historia, oscura, ignorada, insignificante a la luz de los criterios humanos.

Recorriendo la imagen vegetal, el profeta lo compara a una raíz crecida en el desierto, marcada por la aridez del ambiente circundante, sin belleza y sin características que atraigan la miradas o la atención de los hombres (v. 2). Pero: es una figura despreciada y abandonada por los hombres, que ven en su sufrimiento un castigo de Dios y que ocultan el rostro ante él para no contaminarse (v. 3).

En una época en la que el sufrimiento es siempre visto como castigo por el pecado, el notorio sufrimiento de ese “Siervo” debía aparecer, a los ojos de sus conciudadanos, como un castigo de Dios por faltas particularmente graves.

A la luz de los criterios de evaluación utilizados por los hombres, el “Siervo” es un fracasado, un vencido, un ser trágico, abandonado de Dios y despreciado por los hombres. Seguramente, nunca será contado entre los grandes, entre los vencedores, entre aquellos que tienen un papel preponderante en la construcción del mundo y de la historia.

A la luz de la lógica de Dios, sin embargo, la existencia del “Siervo” no es una existencia insignificante, perdida, sin sentido. El sufrimiento que le alcanzó a lo largo de toda la existencia, no es un castigo de Dios por causa de sus pecados personales, sino un sacrificio de reparación que justificará los pecados de muchos.

La palabra “reparación” aquí utilizada por el Deutero-Isaías, es un término cúltico por excelencia. Se refiere a un ritual sacrificial a través del cual el creyente vetero-testamentario ofrecía un animal en sacrificio y, por esa oferta, alcanzaba de Dios el perdón de sus pecados.

Al decir que el sufrimiento del “Siervo” es un sacrificio de reparación, el profeta está diciendo que ese sufrimiento no es ningún castigo, ni una inutilidad; sino que es un sufrimiento que servirá para eliminar el pecado y para generar vida nueva para toda la comunidad del Pueblo de Dios (los muchos de los que habla el texto). Al bendecir a su “Siervo”, al darle una “posteridad duradera”, una “vida larga” (v. 10) y una posibilidad de “ver la luz” (v. 11), Dios garantiza la verdad y la autenticidad de la vida del “Siervo”.

Dicho con otras palabras: el autor de este texto está convencido que una vida vivida en sencillez, en humildad, en sacrificio, en entrega y en don de uno mismo no es, a los ojos de Dios, una vida maldita, perdida, fracasada; sino que es una vida fecunda y plenamente realizada, que traerá liberación, verdad, esperanza y amor al mundo y a los hombres.

Los primeros cristianos, impresionados por la belleza y por la profundidad de este texto, lo utilizaron frecuentemente para comprender la figura de Jesús, que “murió por la salvación del pueblo”. En Jesús, esta enigmática figura del “Siervo de Yahvé” alcanzó su pleno significado.

Nuestro texto muestra, una vez más, cómo los valores de Dios y los valores de los hombres son diferentes.

En la lógica de los hombres, los vencedores son aquellos que toman el mundo al asalto con su poder, con su dinero, con su ansia de triunfo y de dominio, con su capacidad de imponer sus ideas o su visión del mundo; son aquellos que impresionan por la forma como visten, por su belleza, por su inteligencia, por sus brillantes cualidades humanas.

En la lógica de Dios, los vencedores son aquellos que, aun viviendo en el olvido, en la humildad, en la sencillez, saben hacer de la propia vida un don de amor a los hermanos; son aquellos que, con sus actitudes de servicio y de entrega, aportan al mundo un mayor valor de vida, de liberación y de esperanza.

¿Cuál de estos dos modelos tiene más sentido para mi? Cuando, en el día a día, tengo que establecer mis prioridades y realizar mis elecciones, ¿me dejo conducir por la lógica de Dios o por la lógica de los hombres?
¿Quiénes son las personas que admiro, que tengo como modelos, que me impresionan?

¿Dónde está Dios? ¿Dónde podemos encontrar su rostro, sus propuestas, sus llamadas y desafíos?
Presentándonos la figura del “Siervo” insignificante y despreciado por los hombres, pero a través del cual se revela la vida y la salvación de Dios, nuestro texto nos recuerda que Dios, siguiendo su lógica viene, tantas veces, a nuestro encuentro en la pobreza, en la pequeñez, en la sencillez, en la fragilidad, en la debilidad.

Conscientes de esta realidad, podremos percibir la presencia de Dios a nuestro lado en los pequeños gestos que todos los días testimoniamos y que nos dan esperanza, en las cosas sencillas y banales que nos llenan el corazón de paz, en las personas humildes que el mundo desprecia y margina, pero que son capaces de gestos impresionantes de servicio, de compartir, de donación, de entrega.

No nos dejemos engañar: Dios no está en aquello que brilla, seductor, majestuoso, espectacular; Dios está en la sencillez del amor que se hace don, servicio entrega humilde a los hermanos.

¿Cuál es el sentido del sufrimiento? ¿Por qué tantas personas buenas, honestas, justas, generosas pasan por la vida hundidas en el dolor y en el sufrimiento? Se trata de una pregunta que hacemos frecuentemente y que el autor del cuarto cántico del “Siervo” también se hace a sí mismo.

La respuesta que él encuentra es la siguiente: el sufrimiento del justo no se pierde; a través de él, los pecados de la comunidad son expiados y Dios dará vida y salvación a su Pueblo.
Se trata, sin duda, de una respuesta incompleta, parcial, no totalmente satisfactoria; pero se encuentra ya en esta respuesta la convicción de que, en los misteriosos caminos de Dios, el sufrimiento puede ser una dinámica generadora de vida nueva. Jesucristo demostrará, con su pasión, muerte y resurrección, la verdad de esta afirmación.

Comentario al evangelio – 15 de octubre

En tiempo recios, ¡cómo agradecemos que alguien nos ayude a distinguir el día de la noche, la verdad de la mentira, el bien del mal! Hace años, el cardenal Martini dijo que los peores tiempos de la Iglesia no han sido aquellos en los que se han cometido muchos pecados, sino aquellos en los que se ha perdido el don del discernimiento, los tiempos en los que todo ha dado igual.

La liturgia nos regala hoy la fiesta de Teresa de Jesús, una mujer «sabia» en tiempos no menos recios que los nuestros, una mujer que supo discernir. Ella no fue alumna de la Universidad de Salamanca o de la de Alcalá, pero se doctoró en la universidad de la oración y de la vida. La Iglesia la considera «doctora de la fe». Naturalmente, este doctorado no tiene nada que ver con un título académico. Es un don del Padre. Jesús lo dice en el evangelio de hoy: «Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla». Teresa, que no fue una mujer de temperamento débil o apocado, sí fue una creyente inundada por la sencillez que viene del Espíritu.

¿Qué podemos aprender hoy de su experiencia espiritual para iluminar nuestra vida? Quiero resaltar tres lecciones:

1) Sin amistad con Dios no hay transformación posible (ni personal ni social). La oración es la más profunda, arriesgada y necesaria aventura que puede emprender el ser humano;

2) Toda religiosidad naufraga cuando no es curada por la humanidad de Cristo.

3) La humildad, la audacia y la fortaleza son virtudes esenciales para afrontar las crisis (incluidas las de la Iglesia).

A la oración se suele llegar tarde, como si la seducción de Dios siempre fuera el enamoramiento postrero después de habernos dejado seducir por otras muchas realidades. A veces llegamos demasiado tarde y, entonces, tenemos la impresión de haber malgastado la vida.

La humanidad de Cristo nos sitúa otra vez en la órbita de Dios después de nuestros devaneos religiosos y humanistas, esclavos de todas las modas que desfilan por la pasarela de las ideologías.

La humildad, la audacia y la fortaleza son virtudes de las personas sabias, de los ancianos, difícilmente asumibles en tiempos en los que «ser joven» parece más una meta que una etapa del camino de la vida.

Dejemos que la Santa nos acompañe durante esta jornada. Para ello, os propongo acercarnos a uno de sus mejores poemas:

VIVO SIN VIVIR EN MÍ

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.