I Vísperas – Domingo XXX de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: ¿QUIÉN ES ÉSTE QUE VIENE?

¿Quién es éste que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos.

Este es Cristo, el Señor,
que venció nuestra muerte
con su resurrección. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Aleluya.

Salmo 118, 105-112 – HIMNO A LA LEY DIVINA

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Aleluya.

Ant 2. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Salmo 15 – CRISTO Y SUS MIEMBROS ESPERAN LA RESURRECCIÓN.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Ant 3. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cántico: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL – Flp 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonadó a sí mismo,
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA BREVE   Col 1, 3-6a

Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en todo momento, rezando por vosotros, al oír hablar de vuestra fe en Jesucristo y del amor que tenéis a todos los santos, por la esperanza que os está reservada en los cielos, sobre la cual oísteis hablar por la palabra verdadera de la Buena Noticia, que se os hizo presente, y está dando fruto y prosperando en todo el mundo igual que entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

V. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

V. Su gloria se eleva sobre los cielos.
R. Alabado sea el nombre del Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
R. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Señor salva a su pueblo, conduce al ciego y al cojo por un camino llano. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor salva a su pueblo, conduce al ciego y al cojo por un camino llano. Aleluya.

PRECES

Demos gracias al Señor que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y recordando su amor para con nosotros supliquémosle diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el papa Francisco y por nuestro obispo N.;
protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra
para que a nadie falte el pan de cada día.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Señor, ten piedad de los difuntos
y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que alcancemos lo que nos prometes haz que amemos lo que nos mandas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 27 de octubre

Lectio: Sábado, 27 Octubre, 2018
Tiempo Ordinario
1) Oración inicial
Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del Evangelio según Lucas 13,1-9
En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.» Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: `Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala; ¿Para qué ha de ocupar el terreno estérilmente?’ Pero él le respondió: `Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.’»
3) Reflexión
• El evangelio de hoy nos proporciona informaciones que encontramos sólo en el evangelio de Lucas y no tienen pasajes paralelos en otros evangelios. Estamos meditando el largo caminar de Jesús, desde Galilea hasta Jerusalén, que ocupa casi la mitad del evangelio de Lucas, desde el capítulo 9 hasta el capítulo 19 (Lc 9,51 a 19,28). Es aquí donde Lucas coloca la mayor parte de la información que tiene sobre la vida y la enseñanza de Jesús (Lc 1,1-4).
• Lucas 13,1: El acontecimiento que pide una explicación. “En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilatos con la de sus sacrificios.”. Cuando leemos los periódicos o cuando asistimos al noticiario en la TV, recibimos muchas informaciones, pero no siempre evaluamos todo su significado. Escuchamos todo, pero no sabemos bien qué hacer con tantas informaciones y noticias. Noticias terribles como el tsunami, el terrorismo, las guerras, el hambre, la violencia, el crimen, los atentados, etc. Así fueron a llevar a Jesús la noticia de la terrible masacre que Pilatos, gobernador romano, hizo con algunos peregrinos samaritanos. Noticias así nos incomodan. Nos derriban: ¿Qué puedo hacer?” Para apaciguar la conciencia, muchos se defienden y dicen: “¡Es su culpa! ¡No trabajan! ¡Es gente llena de prejuicios!” En tiempo de Jesús, la gente se defendía diciendo: “¡Es un castigo de Dios por sus pecados!” (Jn 9,2-3). Desde hace siglos se enseñaba: “Los samaritanos no valen. ¡Siguen una religión equivocada!” (2Re 17,24-41)!
• Lucas 13,2-3: La respuesta de Jesús. Jesús tiene otra opinión. «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo”. Jesús ayuda a las personas a leer los hechos con otros ojos y a sacar una conclusión para su vida. Dice que no fue castigo de Dios. Por el contrario: “Y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo” y procura alertar hacia la conversión y el cambio.
• Lucas 13,4-5: Jesús comenta otro hecho. “O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén?” Debe haber sido un desastre muy comentado en la ciudad. Una tormenta derribó la torre de Siloé y mató a dieciocho personas que se estaban abrigando debajo. El comentario normal era: “¡Castigo de Dios!” Jesús repite: “No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo «. Ellos no se convirtieron, no cambiaron, y cuarenta años después Jerusalén fue destruida y mucha gente murió asesinada en el Templo como los samaritanos, y mucha más murió debajo de los escombros de las murallas de la ciudad. Jesús trató de prevenir, pero no escucharon la petición de paz: “¡Jerusalén! ¡Jerusalén!” (Lc 13,34). Jesús enseña a descubrir las llamadas que vienen de los acontecimientos de la vida de cada día.
• Lucas 13,6-9: Una parábola para que la gente piense y descubra el proyecto de Dios. » Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: `Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala; ¿Para qué ha de ocupar el terreno estérilmente?’ Pero él le respondió: `Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.” Muchas veces la viña es usada tanto para indicar el cariño que Dios tiene hacia su pueblo o como falta de correspondencia de parte de la gente hacia el amor de Dios (Is 5,1-7; 27,2-5; Jr 2,21; 8,13; Ez 19,10-14; Os 10,1-8; Mq 7,1; Jn 15,1-6). En la parábola, el dueño de la viña es Dios Padre. El agricultor que intercede por la viña es Jesús. Insiste con el Padre para alargar el espacio de la conversión.
4) Para la reflexión personal
• El pueblo de Dios, la viña de Dios. Yo soy un pedazo de esta viña. Me aplico la parábola de la viña. ¿Qué conclusiones saco?
• ¿Qué hago con las noticias que recibo? ¿Trato de tener una opinión crítica, o sigo la opinión de la mayoría y de los medios de comunicación?
5) Oración final
¿Quién como Yahvé, nuestro Dios,
con su trono arriba, en las alturas,
que se abaja para ver el cielo y la tierra?
Levanta del polvo al desvalido,
alza al pobre del estiércol. (Sal 113,5-7)

Domingo XXX de Tiempo Ordinario

En la profecía de Jeremías que nos describe la vuelta del destierro, hemos podido escuchar las palabras: “He aquí que…los reúno desde la extremidades del mundo, entre ellos, al ciego y al cojo…” La palabra más importante es sin duda alguna en este lugar la palabra “reunir”. Jesús ha venido para reunir en un pueblo, unido en una visión común.

La mayor parte de nuestra vida se halla condicionada no por lo que vemos, sino por toda una serie de supuestos o de postulados que hemos heredado de nuestra cultura y que nos han sido transmitidos a través de nuestra educación. No nos damos demasiada cuenta de hasta qué puno se halla nuestra vida controlada por diversos conjuntos de postulados o de hipótesis que se refieren bien sea a la realidad física que nos rodea, bien a nuestros sistemas filosóficos o teológicos. Un postulado es algo que tomamos como supuesto. Puede ser algo que ha sido demostrado o que no puede ser demostrado. Cada vez que, cuando pone alguien en duda una de nuestras afirmaciones o una de nuestras convicciones, le respondemos diciendo: “Pero, si eso es evidente!”, estamos expresando ese postulado. No pocas cosas que son evidentes para mi, no lo son necesariamente para esta u otra persona.

La identidad colectiva de un grupo, de una cultura, de una religión, se fundamenta en un conjunto de postulados. Postulados que nos abren a una determinada comprensión de la realidad, pero al mismo tiempo la limitan. Nos hacen muy difícil el comprender a alguien que parte de otro sistema de hipótesis o de supuestos. Se dan incluso hipótesis que son intrínsecas a nuestros sentidos. Tomemos el ejemplo de la vista. Nuestros ojos están hechos de tal manera que no les es posible percibir más que una muy pequeña parte de la gama electromagnética. No ven ni lo infrarrojo, ni lo ultravioleta. Estos límites afectan a la manera como nos es posible percibir el universo.

Jesús se hallaba rodeado de discípulos y de una muchedumbre que podían verlo con los dos ojos de su cuerpo, mas eran incapaces de reconocerlo como el Hijo de David, como el Mesías. Se llega entonces ese Bartimeo, que en su ceguera, tiene una percepción más profunda de la realidad, y que grita espontáneamente: “Jesús, Hijo de David”, De lo cual queda profundamente impresionado Jesús y le dice: “¿Qué quieres que haga por ti?” – “¡Que vea!, es su respuesta. Y Jesús lo cura.

Ahora bien no es nunca fácil el adaptarse a una nueva percepción de la realidad. Hace algunos años que se escribió una obra sobre las personas ciegas de nacimiento, que han conseguida la vista en su edad adulta como consecuencia de una operación quirúrgica (Marius von Senden, Space and Sight). Estas personas experimentan dificultades enormes para adaptarse a su nueva percepción de las cosas. Incluso cuando podían identificar con toda facilidad la forma y la dimensión de los objetos por el simple tacto, antes de la operación, no son capaces de distinguir una bola de un cubo sencillamente viéndolos. ¡El autor llega a mencionar incluso casos de personas que se ven obligadas a cerrar los ojos para poder subir o bajar una escalera!

¿Qué hace el mendigo tras su curación? Se pone de inmediato a seguir a Jesús en su camino. Era el camino que conducía de Jericó a Jerusalén, a donde se dirigía Jesús al encuentro con su Pasión. Nada sabemos de cómo pudo adaptarse a su nueva existencia…

Lo que podemos saber a partir de nuestra propia experiencia es que, cada vez que se nos da el ver un poco mejor algo de nosotros mismos, el percibir algo mejor quién es Dios, algo más de la complejidad de las personas y de las cosas que nos rodean, puede todo ello provocar cambios – no pocas veces dolorosos – en nuestras vidas. Es muy posible que hayamos seguido diciendo: “¡Jesús, Hijo de David! ¡Quiero ver!” Pero es posible que hayamos dejado de recitar esta oración, y preferido volver a la tranquilidad de nuestra vida anterior. ¡Las cosas, las situaciones y las personas son no pocas veces más agradables en la existencia que les atribuimos en nuestra imaginación que en la realidad!

Es más fácil construir mentalmente el mundo tal cual quisiéramos que sea que el adaptarnos al mundo que debemos construir con quienes nos rodean y con el resto de la humanidad: ““He aquí que…los reúno desde la extremidades del mundo, entre ellos, al ciego y al cojo…”, dice el Señor.

A. Veilleux

Domingo XXX de Tiempo Ordinario

Este relato está redactado de forma que en él se destacan tres cosas:

1) La situación de Bartimeo: era ciego y mendigo.

2) La fe firme e insistente que tuvo este hombre.

3) Cuando la fe es así de fuerte, el que la tiene -en el caso de un ciego- empieza a ver la realidad tal como es.

Cuando en los evangelios se habla de ciegos que empiezan a ver, lo que menos importa es si se produjo o no se produjo un «milagro». Lo que importa de verdad es el «significado» que tiene para nosotros el relato. Y la significación consiste en que, con demasiada frecuencia no vemos la realidad, sino nuestras interpretaciones o representaciones de la realidad. La fe, cuando es auténtica, nos hace ver la realidad de la vida y de la sociedad en que vivimos.

Pero la fuerza de este relato se comprende si se tiene en cuenta:

1) Que la ceguera era considerada entonces como un castigo de Dios (Ex 4, 11; Jn 9, 2; Hech 13, 11).

2) Que los ciegos se veían obligados con frecuencia a mendigar (Mc 10, 46; Jn 9, 1).

3) Que la curación de un ciego se veía como un hecho portentoso(Jn 9, 16).

4) Que la ceguera simbolizaba las tinieblas del espíritu y la dureza del corazón (Is 6, 9 s; Mt 15, 14; 23, 16-26; Jn 9, 41; 12, 40).

Es evidente que Jesús le devolvió a este hombre la vista, lo liberó de su condición de mendigo y le restituyó la dignidad que las creencias religiosas y la sociedad le habían arrebatado. La religión atribuye a castigos divinos lo que son desgracias humanas. Y la sociedad margina y desprecia al que no es reconocido y estimado, bien sea por su mísera posición económica, por su indignidad ética o por su mala imagen como creyente. Jesús rompe con todo eso. Para Jesús, lo decisivo es la integridad de la vida, la felicidad de las personas y la dignidad de los que la «buena» sociedad y la religión más «ortodoxa» consideran indignos.

Este relato está redactado de forma que en él se destacan tres cosas:

1) La situación de Bartimeo: era ciego y mendigo.

2) La fe firme e insistente que tuvo este hombre.

3) Cuando la fe es así de fuerte, el que la tiene -en el caso de un ciego- empieza a ver la realidad tal como es.

Cuando en los evangelios se habla de ciegos que empiezan a ver, lo que menos importa es si se produjo o no se produjo un «milagro». Lo que importa de verdad es el «significado» que tiene para nosotros el relato. Y la significación consiste en que, con demasiada frecuencia no vemos la realidad, sino nuestras interpretaciones o representaciones de la realidad. La fe, cuando es auténtica, nos hace ver la realidad de la vida y de la sociedad en que vivimos.

Pero la fuerza de este relato se comprende si se tiene en cuenta:

1) Que la ceguera era considerada entonces como un castigo de Dios (Ex 4, 11; Jn 9, 2; Hech 13, 11).

2) Que los ciegos se veían obligados con frecuencia a mendigar (Mc 10, 46; Jn 9, 1).

3) Que la curación de un ciego se veía como un hecho portentoso(Jn 9, 16).

4) Que la ceguera simbolizaba las tinieblas del espíritu y la dureza del corazón (Is 6, 9 s; Mt 15, 14; 23, 16-26; Jn 9, 41; 12, 40).

Es evidente que Jesús le devolvió a este hombre la vista, lo liberó de su condición de mendigo y le restituyó la dignidad que las creencias religiosas y la sociedad le habían arrebatado. La religión atribuye a castigos divinos lo que son desgracias humanas. Y la sociedad margina y desprecia al que no es reconocido y estimado, bien sea por su mísera posición económica, por su indignidad ética o por su mala imagen como creyente. Jesús rompe con todo eso. Para Jesús, lo decisivo es la integridad de la vida, la felicidad de las personas y la dignidad de los que la «buena» sociedad y la religión más «ortodoxa» consideran indignos.

José María Castillo

Gaudete et exsultate (Francisco I)

120. No digo que la humillación sea algo agradable, porque eso sería masoquismo, sino que se trata de un camino para imitar a Jesús y crecer en la unión con él. Esto no se entiende naturalmente y el mundo se burla de semejante propuesta. Es una gracia que necesitamos suplicar: «Señor, cuando lleguen las humillaciones, ayúdame a sentir que estoy detrás de ti, en tu camino».

Un tipo decididamente simpático

Esos que se ponen la corbata en el alma

No sé por qué, durante la predicación, desde hace tiempo me abandono a consideraciones extemporáneas sobre el contenido y lo que falta, qué desearía tener y qué me gustaría ver desaparecer, con el riesgo de perder el hilo del tema desarrollado por el párroco. No puedo tener dos teléfonos pegados contemporáneamente al oído y escuchar, a la vez, mi voz y la del cura.

Quizás, tengo que admitirlo, todavía no he renunciado a la idea de convencer a mi hija teóloga para que haga la tesis precisamente sobre el tema de la predicación, que tanto me apasiona, preocupándome yo mismo de preparar una parte del material.

Me ha pasado la otra semana, cuando he denunciado la falta de conmoción. También me ocurrió el domingo.

Me venía a la cabeza una conversación en casa de unos amigos, que habían invitado a un pariente suyo, conductor de programas de una televisión local. Yo, una vez roto el hielo, le he expresado mi admiración sincera por la desenvoltura con que se mueve, habla, charla con los huéspedes distendidos y sobre todo mostrándose él mismo también distendido. Ante las cámaras exhibe la misma naturalidad que tenía allí, mientras estaba recostado en el diván.

El me ha explicado: «Basta ser uno mismo, conversar, gesticular, sin pensar en el ojo de la cámara. Yo no tengo dificultad para moverme como si estuviera en mi casa. He de reconocer que algunos colegas, quizás más valiosos que yo, no lo logran, aparecen enyesados, estudian los movimientos, se ponen rígidos en poses poco naturales, recitan… Parece que se ponen la corbata también en el alma…».

Esa expresión, «poner la corbata en el alma», me ha acompañado hasta la iglesia. Sí, por lo que parece, hay también curas, independientemente de que lleven sotana o clergyman que se ponen, que se preocupan de ponerse la corbata en el alma, para aparecer bien vestidos, incensurables, metidos en el personaje.

Quiero decir que les falta naturalidad, espontaneidad, inmediatez, genuinidad. Se controlan, se esfuerzan para no ser ellos mismos. Rostros apagados, sonrisas congeladas, gestos calculados, palabras prudentes, miradas opacas, bocas masticando fórmulas, cabezas graves, poses mesuradas… Individuos engallados como matronas… Incapaces de abandonarse, de distenderse… (he oído, una vez, a mi obispo que, después de un escopetazo, comentó: «Ahora me diréis que soy raro… pero no me importa si me juzgáis como hombre de mal humor…»; le habría abrazado).

No logran adoptar un estilo directo, hablar con simplicidad, poner al desnudo su alma. Hay en ellos un no sé qué de artificial, estudiado, medido, sostenido. Y hasta la voz parece enyesada, cambia tonalidad, asume modulaciones extrañas, y a veces hasta estridentes. Cuando hablan con amigos ciertamente no se expresan así.

De Luca invitaba a la conmoción. Yo quisiera invitar a la naturalidad. Queridos predicadores, ganad en desenvoltura. Desenredaos del personaje.

Uno que salta las vallas

Me resulta particularmente simpático Bartimeo, protagonista de la escena descrita en el evangelio del domingo con tanta fuerza y exactitud de detalles (cuando se trata de contar ciertos episodios, Marcos supera a todos).

Buen tipo, en verdad. Original, imprevisible, incontrolable. Uno que no se resigna a su condición de enfermo, rompe las filas, y cuando los titulares del orden pretenden que se quede disciplinadamente en el puesto que se le ha asignado y se contente con ello, salta las vallas y tira por el aire sus andrajos.

Uno que coge al vuelo la gran ocasión, no la deja escapar, sin preocuparse del juicio de los demás. Uno que, aun siendo ciego, ve (es más, crea) la rendija por donde pasar y precipitarse después en la dirección exacta, hacia la persona que puede atenderle.

El, aunque todavía no ve, se dirige decididamente hacia el único que «es capaz de compadecerse de nuestras debilidades» (según la estupenda frase de la Carta a los hebreos).

«Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David ten compasión de mí». Un grito que tiene el poder de parar el cortejo que avanza.

«Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo».

Asistimos así a un doble interés: él se interesa por Jesús, y el Maestro se interesa por sus problemas. Y todo esto en el marco compuesto por una gran multitud. En medio de tanta gente, un solo encuentro verdadero, pero puede bastar.

Por su cuenta, nuestro párroco nos ha puesto dos consideraciones fulminantes. Ante todo: «La gente ha informado al ciego de que pasaba Jesús. Pero después el ciego mismo se ha movido, ha tomado la iniciativa sin pedir permiso a nadie y sin ser escoltado por nadie, se ha presentado cara a cara ante del Maestro. Esta debería ser la función de la comunidad cristiana: facilitar alguna noticia, suscitar un interés, señalar una presencia. Pero si alguno de nosotros pretendiese llevar o acompañar a Bartimeo ante Jesús, sería como si un ciego condujera a otro ciego».

Y añadió: «No estaría mal si nuestras asambleas se sintiesen molestadas por algún grito fuera de programa. Me refiero al grito del que está lejos, está en los márgenes, es olvidado, se siente excluido de la fiesta, se ve obligado a convivir con la soledad y la desesperación, tiene la impresión de una condena que nunca le permite ser como los demás.

Queridos parroquianos: nuestras oraciones resultarían mucho más verdaderas se acogieran las distracciones provocadas por los sufrimientos del prójimo. Nuestros cantos serían más hermosos si sufriesen las interferencias del grito de quien no soporta más su condición de miseria.

Sí, nuestras asambleas dominicales tendrían necesidad de alguna intrusión no prevista, nuestras liturgias tendrían necesidad de alguna voz desafinada. Nuestros «gritos (cantos) de alegría» (primera lectura) necesitan que alguien desafinen… La regularidad de nuestros ritos debería ser interrumpida de vez en cuando…

En casa, mi mujer me ha preguntado: «¿Qué le pasaba al párroco esta mañana? Nunca le había oído hablar con tanta espontaneidad…».

He respondido: «Evidentemente se ha quitado la corbata del alma, y la ha tirado, como ha hecho Bartimeo con el manto». …Después se lo he explicado.

A. Pronzato

Domingo XXX de Tiempo Ordinario

A las orientaciones de Jesús sobre la grandeza de la familia, el uso correcto del dinero y el modo de ejercer cristianamente la autoridad se unen hoy las referentes a la confianza que hemos de tener ante las dificultades de la vida y ante los juicios de Dios sobre nuestras deficiencias.

Jesús con sus palabras y comportamientos nos anima a luchar siempre, a no sentirnos derrotados, a no perder la confianza en nosotros mismos ni en Dios, en una palabra: a que nunca tiremos la toalla, tanto ante las dificultades de tipo material como ante las de orden espiritual.

En cuanto a la superación de las dificultades materiales, Jesús más que palabras de aliento, de ánimo, que no faltan, nos ofrece el ejemplo de su propia persona.

La segunda lectura nos habla de Jesús como de un hombre fuerte, que fiel a su compromiso, superó toda tentación de abandonar. Fue firme como lo fue el sacerdote Melquisedec.

A Jesús no le echaron atrás ni los insultos, ni los desplantes, ni las malas caras, ni siquiera las amenazas de muerte que recibió, nada consiguió apartarle lo más mínimo de su empeño.

Siempre se mostró con una enorme fortaleza: Subió a Jerusalén cuando sabía que le estaban esperando para matarle, desenmascaró a los fariseos que le ponían trampas, calificó a Herodes de Raposa, defendió a los Apóstoles en Getsemaní y arrostró a pie firme el tormento antes de la muerte. Jesús fue un hombre fuerte, un hombre de una pieza, que no titubeo nunca ante las exigencias de lealtad con Dios y consigo mismo.

Su ejemplo, como hombre, es un magnífico acicate para todos nosotros cuando nos encontremos en situaciones difíciles, dolorosas, complicadas.

Antes de pasar a considerar la importancia de las orientaciones de Jesús en nuestros conflictos con Dios, merece la pena que recordemos el comportamiento de Jesús en uno de los momentos de su vida en los que más se aproximó a nuestras debilidades. Fue en el monte de los olivos, aquella noche en la que abrumado por lo que se le venía encima preguntó a su Padre ¿por qué le había abandonado?

Jesús nunca estuvo lejos del Padre en razón a pecados cometidos. NO. Él nunca tuvo mancha moral encima, pero en su voluntad de hacerse semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado, experimentó una especie de vacilación en la confianza del Padre. La aprovechó precisamente para servirnos también en esto de ejemplo. Reaccionó rápidamente y con absoluta fe en lo que estaba haciendo y en quien era Él, en el supremo momento del Gólgota nos enseñó la correcta reacción con aquella manifestación solemne de su fe: ¡Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu! Esa es su gran enseñanza: nunca perder la fe esperanzada en el amor de Dios hacia nosotros.

Referente ya a nuestros alejamientos debidos al pecado, los tres textos de esta Eucaristía pueden devolvernos la absoluta tranquilidad.

En el primero de ellos, Jeremías, (31, 7-9) consciente de la misericordia de Dios, invita a su pueblo a mostrarse alegre porque Dios le ha perdonado. Se ha portado como un Padre con ellos.

En la segunda lectura (Heb. 5, 1-6) hemos contemplado a Jesús como un sacerdote eterno ofreciéndose a buscar y salvar las ovejas perdidas.

En el Evangelio, (Mc. 10, 46-52) encontramos a ese sacerdote protagonizando uno de los innumerables casos en los que ejerció como salvador. Esta vez con un ciego.

Preguntado por Jesús sobre lo que él desea le contesta: Señor, que vuelva a ver.

Según esto, no se trataba de un ciego de nacimiento. Que pida “volver” a ver indica que hubo un tiempo en el que sí lo hacía.Jesús dio la vista a algunos ciegos de nacimiento y también a éste que en algún momento había dejado de ver.

El ciego aquel insistió en ver a Jesús y su insistencia recogió su fruto: volvió a ver y siguió a Jesús.

La postura de tirar la toalla en las dificultades materiales nos aleja del Jesús valiente y sólido ante las exigencias del cumplimiento del deber. Tirarla en los problemas con Dios es ceguera a la infinita misericordia con la que Él se muestra siempre con nosotros. No es teoría. Todos tenemos suficiente experiencia de ratos en los que hemos vivido ciegos y de encuentros con Jesús en los que hemos recobrado la visión de fe, como si nada hubiera ocurrido.

Se dice que mientras hay vida hay esperanza. En el caso de nuestras relaciones con Dios eso es absolutamente cierto. Jesús, Dios, siempre está dispuesto a devolvernos la vista si es que se lo pedimos. Siempre nos abrirá los ojos para que podamos volver a verle como un padre que, como aquel de la parábola del hijo pródigo, nos muestra los brazos abiertos para estrecharnos contra su corazón.

Tu fe te ha curado. Son las palabras que siempre escucharemos cuando nos acerquemos humildes y confiados a Dios. Jesús supo oírlo, comprenderlo y curarlo. Así será también con nosotros si como el ciego le decimos de verdad: Señor, que yo vuelva a ver. AMÉN.

Pedro Sáez

Ceguera y cegueras

Post-verdad es una palabra que está de moda desde hace varios años. Sobre todo en los cinco últimos. Sucede que medias verdades o verdad a medias es peor que la mentira. Un ejemplo de post-verdad lo encontramos en el triunfo del republicano Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas. En todo el desarrollo de la campaña se dio una manipulación de la información de tal suerte que la ciudadanía no fue capaz de distinguir que era verdad, que era mentira.

En el evangelio observamos como Jesús cura a un ciego en una escena cargada de compasión y de ternura. Así pues estamos ante un ciego que recupera la vista por la acción de Jesús. La sociedad actual también está carente, no es capaz de seleccionar, de escoger los valores más apropiados para crear, para construir un mundo lo más ejemplar posible.

Según la Organización Mundial de la Salud, el número de ciegos (físicos) oscila en torno a los cuarenta y cinco millones de personas. Pero se dan otra clase de ciegos, que son (o somos) los que no vemos lo profundo de las personas y de los acontecimientos. En el texto del evangelio fue el ciego el que descubrió a Jesús. La multitud no se enteró. ¿Quién o quiénes fueron los ciegos?

Nos podemos imaginar que nuestra sociedad está ciega, al menos en ciertos momentos. No es capaz de ver su camino, sus valores. Una sociedad que, como el ciego del evangelio sea consciente de sus deficiencias y pida ayuda. Una sociedad, que oiga los gritos de ánimo de los ciudadanos más positivos. Necesitamos oír el grito de ánimo que nos llega del Maestro.

No es extraño oír en nuestros ambientes que no sabemos rezar o que nosotros mismos tengamos esa sensación. Sin embargo es muy asequible, muy fácil el orar. Algo que está al alcance de todos y todas. Basta presentar nuestro estado de ánimo como lo hacemos con un amigo. Un ejemplo lo tenemos en el ciego de hoy. Con dos palabras hilvana una oración modélica: “Señor, que pueda ver”. Un ejemplo de oración.

Josetxu Canibe

Con ojos nuevos

La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.

Bartimeo es «un mendigo ciego sentado al borde del camino». En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirle. Está junto al camino por el que marcha él, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?

Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera.¿Qué podemos hacer?

A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí». Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.

Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.

El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: «Ánimo, levántate, que te llama».Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.

El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: «Maestro, que pueda ver». Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y «le seguía por el camino».

Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndole de cerca.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 27 de octubre

Ayer veíamos que Jesús nos invitaba a interpretar los hechos históricos sociales y personales en clave de fe, pero hoy Él mismo nos hace caer en la cuenta de que esta tarea no es fácil y que puede llevarnos a confusiones, por ejemplo, sus interlocutores interpretaron la muerte de los galileos en manos de Pilato y la de aquellos que fueron aplastados por la torre de Siloé en clave de castigo divino por sus pecados. Jesús los conduce hacia otra clave, la de la conversión. Es curioso que el evangelista Lucas coloque a continuación la parábola de la higuera estéril, que resalta la paciencia y la misericordia de Dios frente a la impaciencia del que no encuentra los frutos que esperaba y quería cortar del todo la higuera. Con cuánta facilidad nosotros también tendemos a interpretar los momentos difíciles de la vida como castigo divino, ya sea para nosotros mismos o para los demás; qué tranquilizador es pensar que a los demás les va mal porque se lo merecen, así nos sentimos mejores. Cuántas veces nos viene muy bien a nuestros intereses la imagen de un Dios castigador e impaciente; muchos discursos religiosos insisten en ello, poniendo siempre a los “otros” como los castigados.

Jesús nos invita a interpretar los acontecimientos desde otra clave, la de la constante llamada a la conversión que nos hace un Dios paciente y misericordioso, que quiere nuestro bien y lo busca de mil maneras cada día, sin impacientarse ni rendirse. Cuando nos movemos en estas claves de interpretación de nuestras vidas, podemos desterrar el terror religioso, el temor, la culpabilización y la pasividad. Toda la vida de Jesús nos anuncia la buena nueva de un Dios enamorado de los seres humanos, que espera con solicitud de padre la hora en que cada uno de sus hijos e hijas descubran la hondura de su amor y las consecuencias que esto supone en su vida personal, familiar y social.

Convertirnos no supone cambiar de conducta de la noche a la mañana, sino, más bien, se trata de un proceso continuo que nos permite descubrir el amor paciente de Dios que no nos ha destruido ni cortado del todo, sino que siempre y a través de todo nos está invitando a ser más humanos y más hermanos, tal como nos lo mostró con su vida Jesús de Nazaret. Este amor posibilita la conversión que nos capacita para cambiar nuestros modos de pensar, empezar nuevos procesos de relaciones, desterrar viejos hábitos insanos y emprender otros nuevos que sean más evangélicos y nos hagan más sencillos, alegres y solidarios.

Carlos Sánchez Miranda, cmf