Vísperas – Lunes XXXI de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: LANGUIDECE, SEÑOR, LA LUZ DEL DÍA.

Languidece, Señor, la luz del día
que alumbra la tarea de los hombres;
mantén, Señor, mi lámpara encendida,
claridad de mis días y mis noches.

Confío en ti, Señor, alcázar mío,
me guíen en la noche tus estrellas,
alejas con su luz mis enemigos,
yo sé que mientras duermo no me dejas.

Dichosos los que viven en tu casa
gozando de tu amor ya para siempre,
dichosos los que llevan la esperanza
de llegar a tu casa para verte.

Que sea de tu Día luz y prenda
este día en el trabajo ya vivido,
recibe amablemente mi tarea,
protégeme en la noche del camino.

Acoge, Padre nuestro, la alabanza
de nuestro sacrificio vespertino,
que todo de tu amor es don y gracia
en el Hijo Señor y el Santo Espíritu. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

Salmo 122 – EL SEÑOR, ESPERANZA DEL PUEBLO

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,

como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.

Ant 2. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Salmo 123 – NUESTRO AUXILIO ES EL NOMBRE DEL SEÑOR

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
como presa a sus dientes;
hemos salvado la vida como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Ant 3. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA BREVE   St 4, 11-13a

No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano, o juzga a un hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley. Y si juzgas a la ley no eres cumplidor de la ley, sino su juez. Uno es el legislador y juez: el que puede salvar o perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?

RESPONSORIO BREVE

V. Sáname, porque he pecado contra ti.
R. Sáname, porque he pecado contra ti.

V. Yo dije: «Señor, ten misericordia.»
R. Porque he pecado contra ti.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Sáname, porque he pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

PRECES

Cristo quiere que todos los hombres alcancen la salvación. Digámosle, pues, confiadamente:

Atrae, Señor, a todos hacia ti.

Te bendecimos, Señor, porque nos has redimido con tu preciosa sangre de la esclavitud del pecado;
haz que participemos en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Ayuda con tu gracia a nuestro obispo N. y a todos los obispos de la Iglesia,
para que con gozo y fervor sirvan a tu pueblo.

Que todos los que consagran su vida a la investigación de la verdad logren encontrarla
y que, habiéndola encontrado, se esfuercen por difundirla entre sus hermanos.

Atiende, Señor, a los huérfanos, a las viudas y a los que viven abandonados;
ayúdalos en sus necesidades para que experimenten tu solicitud hacia ellos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge a nuestros hermanos difuntos en la ciudad santa de la Jerusalén celestial,
allí donde tú, con el Padre y el Espíritu Santo, serás todo en todos.

Adoctrinados por el mismo Señor, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro…

ORACION

Señor, tú que con razón eres llamado luz indeficiente, ilumina nuestro espíritu en esta hora vespertina, y dígnate perdonar benignamente nuestras faltas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Anuncio publicitario

Lectio Divina – 5 de noviembre

Lectio: Lunes, 5 Noviembre, 2018

1) Oración inicial

Señor de poder y de misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor tuyo el servicio de tus fieles; concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que pos prometes. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 14,12-14
Dijo también al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.»

3) Reflexión

• El evangelio de hoy continúa la enseñanza que Jesús estaba dando alrededor de diversos asuntos, todos ellos enlazados con la mesa y la comida: sana durante una comida (Lc 14,1-6); un consejo para no ocupar los primeros puestos (Lc 14,7-12); un consejo para invitar a los excluidos (Lc 14,12-14). Esta organización de las palabras de Jesús alrededor de una determinada palabra, como mesa o comida, ayuda a percibir el método usado por los primeros cristianos para guardar en la memoria las palabras de Jesús.
• Lucas 14,12: Convite interesado. Jesús está comiendo en casa de un fariseo que le había invitado (Lc 14,1). La invitación a comer constituye el asunto de la enseñanza del evangelio de hoy. Hay diversos tipos de invitación: invitaciones interesadas en beneficio propio e invitaciones desinteresadas en beneficio de otros. Jesús dice: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa”. La costumbre normal de la gente era ésta: para almorzar o cenar invitaban a amigos, hermanos y parientes. Pero nadie se sentaba alrededor de la mesa con personas desconocidas. ¡Comían sólo con gente conocida! Esta era una costumbre entre los judíos y sigue siendo una costumbre que usamos hasta hoy. Jesús piensa de forma distinta y manda invitar de forma desinteresada como nadie solía hacer.
• Lucas 14,13-14: Invitación desinteresada. Jesús dice: “Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos”. Jesús manda romper el círculo cerrado y pide que invitemos a los excluidos: a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos. No era la costumbre y nadie hace esto, ni siquiera hoy. Pero Jesús insiste: “¡Convida a esas personas!” ¿Por que? Porqué en la invitación desinteresada, dirigida a personas excluidas y marginadas, existe una fuente de felicidad: “y serás dichoso, porque no te pueden corresponder”. ¡Felicidad extraña, diferente! Tú serás feliz porque ellos no pueden corresponderte. Es la felicidad que nace del hecho de haber hecho un gesto de total gratuidad. Un gesto de amor que quiere el bien del otro y para el otro, sin esperar nada en cambio. Es la felicidad de aquel que haces las cosas gratuitamente, sin querer ninguna retribución. Jesús dice que esta felicidad es semilla de la felicidad que Dios dará en la resurrección. Resurrección no sólo al final de la historia, sino ya desde ahora. Actuar así es ya una resurrección.
Es el Reino que acontece ya. El consejo que Jesús nos da en el evangelio de hoy evoca el envío de los setenta y dos discípulos para la misión de anuncia el Reino (Lc 10,1-9). Entre las diversas recomendaciones dadas en aquella ocasión como señales de la presencia del Reino, están (a) la comunión alrededor de la mesa (b) la acogida de los excluidos: En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: El Reino de Dios está cerca de vosotros. (Lc 10,8-9) Aquí, en estas recomendaciones, Jesús manda transgredir aquellas normas de pureza legal que impedían la convivencia fraterna.

4) Para la reflexión personal

• Invitación interesada e invitación desinteresada: ¿cuál de las dos acontece más en mi vida?
• Si tu hicieses sólo invitaciones desinteresadas, ¿esto te traería dificultades? ¿Cuáles?

5) Oración final

Mi corazón, Yahvé, no es engreído,
ni son mis ojos altaneros.
No doy vía libre a la grandeza,
ni a prodigios que me superan.
No, me mantengo en paz y silencio,
como niño en el regazo materno.
¡Mi deseo no supera al de un niño! (Sal 131,1-2)

La vela de Adviento

Sin darnos cuenta ya estamos en Adviento, y tenemos cuatro semanas por delante para preparar nuestro corazón para el nacimiento de Jesús. Una buena forma de prepararnos es haciendo “la vela de Adviento”. Pero ¿qué es exactamente? Es una vela en la que aparecen todos los días del Adviento, es decir, desde el domingo que comienza hasta el día 24 de diciembre. Este año, el primer día que debemos de escribir en nuestra vela es el 2 de diciembre, porque es el día que empieza el Adviento, y lo que tenemos que hacer es ir quemando cada día el número correspondiente. El mejor momento del día para hacerlo es cuando estemos toda la familia junta, como por ejemplo en la comida o en la cena.

Pero lo más importante de esta vela es que le acompaña una hojita de propósitos sencillos que debemos de intentar cumplir cada día y que serán pequeños gestos relacionados con el servicio, el agradecimiento o la oración, como por ejemplo: “rezaré por todos los enfermos y sus familias”, o “ayudaré a quien lo necesite sin que me lo pida”. Habrá días en los que nos cueste un poco más cumplir el propósito, pero lo importante es avanzar en este camino del Adviento corrigiendo nuestros pequeños fallos para así recibir a Jesús siendo un poco mejores. Y, como son para todos, se hace también más llevadero porque nos vamos animando unos a otros a lo largo del día.

Y, ahora ¿Qué materiales necesitamos para hacer la vela?

• Una vela de unos 30 cm aproximadamente para así poder escribir todos los días con facilidad.

• Un rotulador permanente del color que más nos guste.

• Un papel y un boli para escribir la lista de propósitos de la que antes hablábamos.

• Y por último, muchas ganas e ilusión.

¡¡¡ FELIZ ADVIENTO!!!

Parroquia Milagro de San José. Salamanca

Escucha

El sábado 5 de junio de 2004, el papa san Juan Pablo II se reunía en el palacio de los deportes de Berna con jóvenes católicos de Suiza. Muy anciano, apenas podía hablar. Le quedaba menos de un año de vida. En ese discurso, comentó el pasaje evangélico de la resurrección del hijo único de la viuda de Naín. Animó a los jóvenes suizos a emprender el camino del encuentro con Dios a través de la vida espiritual y de la práctica religiosa concreta. «No tengáis miedo de encontraron con Jesús», afirmaba el anciano Pontífice. «Más aún, buscadlo en la lectura atenta y disponible de la Sagrada Escritura y en la oración personal y comunitaria; buscadlo participando de forma activa en la Eucaristía; buscadlo acudiendo a un sacerdote para el sacramento de la reconciliación; buscadlo en la Iglesia, que se manifiesta a vosotros en los grupos parroquiales, en los movimientos y en las asociaciones; buscadlo en el rostro del hermano que sufre, del necesitado, del extranjero».
Más adelante, san Juan Pablo II añadía: «También yo, como vosotros, tuve veinte años. Me gustaba hacer deporte, esquiar, declamar. Estudiaba y trabajaba. Tenía deseos e inquietudes. En aquellos años, ya lejanos, en tiempos en que mi patria se hallaba herida por la guerra y luego por el régimen totalitario, buscaba dar un sentido a mi vida. Lo encontré siguiendo al Señor Jesús».
Una vez que exhortó al auditorio al deseo de lo mejor, y hubo compartido con ellos parte de su propio testimonio, el papa polaco quiso darles un segundo consejo, que sirve ahora para nuestra siguiente consideración.

 

Cuenta conmigo, Fulgencio Espa

Gaudete et exsultate – Francisco I

Audacia y fervor

129. Al mismo tiempo, la santidad es parresía: es audacia, es empuje evangelizador que deja una marca en este mundo. Para que sea posible, el mismo Jesús viene a nuestro encuentro y nos repite con serenidad y firmeza: «No tengáis miedo» (Mc 6,50). «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20). Estas palabras nos permiten caminar y servir con esa actitud llena de coraje que suscitaba el Espíritu Santo en los Apóstoles y los llevaba a anunciar a Jesucristo. Audacia, entusiasmo, hablar con libertad, fervor apostólico, todo eso se incluye en el vocablo parresía, palabra con la que la Biblia expresa también la libertad de una existencia que está abierta, porque se encuentra disponible para Dios y para los demás (cf. Hch 4,29; 9,28; 28,31; 2Co 3,12; Ef 3,12; Hb 3,6; 10,19).

Homilía – Domingo XXXII de Tiempo Ordinario

DAR DINERO

A veces, en nuestra comunidad, se hacen colectas por motivos especiales y sale bastante dinero. Y podemos pensar ¡qué buenos somos!, esto es una comunidad.

Hace tiempo que andamos preocupados por poner en común nuestros bienes, por hacer que pasen a otras manos. La preocupación ya nos empuja a creernos buenos. Si alguno de nosotros ha dado algo, para alguna promoción concreta, es casi seguro que se siente muy satisfecho.

Hoy, no estará de más, que contrastemos nuestra satisfacción, actitudes y realizaciones concretas, con las lecturas que acabamos de proclamar.

1.-Dar dinero, en principio, no significa nada

Lo primero que proclama el evangelio es que el hecho de dar dinero no significa nada. El que da la mitad de sus bienes, guardándose la otra mitad, que le sobra, no hace nada, sino ofrecer una limosna paternalista y engañadora. Esta mitad que se guarda, que acumula, no le corresponde, la está arrebatando a otros; esta actitud hace malo al hombre de raíz.

No es cuestión de dar mucho dinero, si se da de lo que sobra, de lo que no se necesita. «Muchos ricos, esos que devoran los bienes de las- viudas, echaban en gran cantidad. Se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie» (Mc 12, 43).

El dinero entregado a los demás es como un sacrificio. ¿Pero cómo se puede ofrecer a Dios como un sacrificio propio aquello que no es mío, lo que yo robo, lo que mantengo con todas mis fuerzas, a pesar del mal que hago a los demás?

2.- El amor da valor al dinero

Es que el desprendimiento de la riqueza sólo es verdadero, cuan- do es signo o manifestación de una actitud más profunda: signo de amor hasta dar la vida, hasta arriesgarse por el otro. No hay mayor prueba de amor, que la de dar la vida por el hermano (Jn 15, 13).

La viuda de la ciudad de Sarepta (I Reg 17, 10 ss.) comparte su pobreza con el hombre necesitado; comparte ese «pan que iba a cocer para ella y para su hijo, sabiendo que después de comerlo morirían de hambre». Para ello hace falta el amor y la fe de esta mujer: entrega primero todo a Elías, confiando en que luego habrá también para ella y su hijo.

Es que solamente puede compartir sus bienes, el que confía en el otro más que en sí mismo, el que ama a los demás más que a sí mismo, el que sabe que la única riqueza es el amor verdadero. El rico es al revés: confía en el dinero, en su propio amor egoísta; el rico es como esa mujer del relato de Elías, la reina de Jezabel, cuya única confianza no estaba puesta en Yavé y su profeta, sino el de los dioses Baal, que daban la fecundidad de la tierra y la riqueza.

La razón por la que la viuda pobre ha echado en el cepillo más que nadie, está «en que los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Mc 12, 44). Jesús de Nazaret ni aun lo que tenía para vivir ha dado, porque vivía de lo que los demás le daban. Sin embargo, en el momento culminante de la historia, se ha entregado, ha realizado el sacrificio de Sí mismo. El, que era rico, se ha hecho pobre, dando su vida, para enriquecernos a los demás, para poner en común con nosotros su vida, para hacernos partícipes de sus bienes (II Cor 8, 9).

3.-El amor impide la acumulación

Esta es la única actitud que es capaz de destruir la injusticia de la riqueza: la acumulación. El que ama de verdad es servidor de los 206 demás en todos los niveles de la vida: también en el económico. Esto es lo que quiere decir que todo hombre es administrador de los bienes en beneficio de los demás. Quien ama se entrega él, ¿cómo no va a entregar también sus cosas, si son menos importantes que la persona? La entrega de la riqueza, solamente es signo de esta actitud de amor, de servicio, de esfuerzo para hacer iguales, de devolver a otros lo que es suyo, de instaurar la justicia, de dar oportunidades a los demás. «¡Ay, de los que acumuléis casas y de los que juntéis tierras con tierras hasta ocupar todo el lugar y quedaos solos en medio del país!» (Is 5, 8). «Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada me aprovecha» (I Cor 13, 3).

Con un espíritu de amor fraternal nos acercamos a «compartir el mismo pan». Pero esta celebración solamente agrada a Dios si nosotros somos capaces de entregarnos a los demás con un verdadero amor.

 

Jesús Burgaleta

Mc 12, 38-44 (Evangelio Domingo XXXII de Tiempo Ordinario)

Nuestro texto no sitúa en Jerusalén, en los días previos a la prisión, juicio y muerte de Jesús. En este momento crecen las polémicas de Jesús con los representantes del judaísmo oficial. A cada paso queda más claro que el proyecto del Reino (propuesto por Jesús) es incompatible con la visión religiosa de los líderes judíos. En un ambiente cargado de dramatismo, se adivina el inevitable choque entre Jesús y la institución judía y se prepara el escenario de la Cruz.

Jesús tiene conciencia de que los líderes de la comunidad judía habían transformado la religión de Moisés, con sus ritos, exigencias legales, prohibiciones y obligaciones, en una propuesta vacía y estéril.

Mal servida y manipulada por sus líderes religiosos, la comunidad judía se había transformado en una higuera seca (cf. Mc 11,12-14. 20-26), donde Dios no encontraba los frutos que esperaba (el culto verdadero y sincero, el amor, la justicia, la misericordia).

El mismo Templo, el espacio donde se desarrollaban abundantes ritos cultuales y suntuosas ceremonias litúrgicas, había dejado de ser el lugar del encuentro de dios con la comunidad israelita y se había convertido en un lugar de explotación y de injusticia, “una cueva de ladrones” (cf. Mc 11,15-19).

Jesús tiene presente todo esto cuando enseña en los atrios del Templo, rodeado por los discípulos. A su alrededor se desarrolla ese folklore religioso, hecho de ritos externos, de grandes gestos teatrales, frecuentemente vacíos de contenido. Los “doctores de la Ley” (generalmente, del partido de los fariseos; estudiaban y memorizaban las Escrituras y enseñaban a sus discípulos las reglas, o “halakot”, que debían dirigir cada paso de la vida de los fieles israelitas), con sus vestidos especiales y los rasgos característicos de quien se creía con derecho a todas las deferencias, honras y privilegios, son un elemento más de ese cuadro de culto de mentira que Jesús tiene antes sus ojos.

Como contrapunto, Jesús repara en “el atrio de la mujeres”, en una viuda que deposita, en el tesoro del Templo, su humilde ofrenda (dones voluntarios eran ofrecidos con frecuencia, teniendo por finalidad, por ejemplo, cumplir votos). Las viudas, en el ambiente palestino de entonces (sobre todo cuando no tenían hijos que las protegiesen y alimentasen), eran el modelo clásico del pobre, del explotado, del débil.

Nuestro texto se compone, por tanto, de dos partes. En la primera parte (vv. 38- 40), Jesús llama la atención de sus discípulos sobre el grupo de los doctores de la Ley.

Aparentemente, los doctores de la Ley son figuras intocables de la comunidad, con una actitud religiosa irreprensible. Son estimados, admirados y adulados por el pueblo, que los tiene en alto concepto. Con todo, la mirada evaluadora de Jesús no se queda en las apariencias, sino que penetra en la realidad de las cosas.

Un análisis más detenido muestra que esos doctores de la Ley son hipócritas e incoherentes: hacen las cosas, no por convicción, sino para ser considerados y admirados por el pueblo; buscan los primeros lugares, se preocupan en afirmar su superioridad ante los otros, exhiben una devoción de fachada, hacen del cumplimiento de los ritos y reglas de la Ley un espectáculo para que les aplaudan. Su vida es, por tanto, un inmenso repertorio de mentiras, de incoherencias, de hipocresía.

Por si eso no fuera bastante, estos doctores de la Ley se aprovechan, frecuentemente, de su posición y de la confianza que inspiran, como intérpretes autorizados de la Ley de Dios, para explotar a los más pobres (aquellos que son preferidos de Dios); se sirven de la religión para satisfacer su avaricia, no tienen escrúpulos en aprovecharse de la buena fe de las personas para aumentar sus beneficios: explotan a las viudas, que les confían la administración de sus bienes, andan por caminos de corrupción y de explotación.

Los doctores de la Ley, con sus comportamientos hipócritas, muestran que los ritos externos, los gestos teatrales, el cumplimiento de las reglas religiosamente correctas no consiguen acercar a los hombres a Dios y a la santidad de Dios. Al contemplar la actitud de los doctores de la Ley, los discípulos de Jesús tienen que ser conscientes de que este no es el comportamiento que Dios pide a aquellos que quieren formar parte de su familia.

En la segunda parte (vv. 41-44), Jesús invita a los discípulos a percibir la esencia del verdadero culto, de la verdadera actitud religiosa. En profundo contraste con el cuadro de los doctores de la Ley, Jesús indica a los discípulos la figura de una pobre viuda, que se acerca a uno de los trece recipientes situados en el atrio del Templo, donde se depositaban las ofrendas para el tesoro del Templo.

La mujer deposita ahí dos sencillas monedas (dos “leptá”, dice el texto griego. El “leptá” era una moneda de cobre, la más pequeña e insignificante de las monedas judías); sin embargo, aquella cantidad insignificante era todo lo que la mujer poseía.

Nadie, excepto Jesús, se fija en ella o manifiesta admiración por su gesto. Únicamente Jesús, que lee los acontecimientos con los ojos de Dios y sabe ver más allá de las apariencias, percibe en aquellas dos insignificantes monedas ofrecidas la marca de una donación total, de un completo despojamiento, de una entrega radical y sin medida.

El encuentro con Dios, el culto que Dios quiere pasa por gestos sencillos y humildes, que pueden pasar completamente desapercibidos, pero que son sinceros, verdaderos, y expresan la entrega generosa y el compromiso total.

El verdadero creyente no es el que busca gestos teatrales y llamativos, que impresionen a las multitudes y que sean aplaudidos por los hombres, sino que es el que acepta despojarse de todo, prescindir de sus intereses y proyectos personales, para entregarse completa y gratuitamente en las manos de Dios, con humildad, con generosidad, con total confianza, con amor verdadero. Es este el ejemplo que los discípulos de Jesús deben imitar; es ese el culto verdadero que ellos deben prestar a Dios.

¿Cuál es el verdadero culto que Dios espera de nosotros? ¿Cuál debe ser nuestra respuesta a su oferta de salvación?

La forma como Jesús aprecia el gesto de aquella pobre viuda no deja lugar a ninguna duda: Dios no valora los gestos llamativos, cuidadosamente preparados, pero que no nacen del corazón; Dios no se deja impresionar por grandes manifestaciones cultuales, por grandes e impresionantes manifestaciones religiosas, cuidadosamente preparadas, pero hipócritas, vacías y estériles.

Lo que Dios pide es que seamos capaces de ofrecerle todo, que aceptemos despojarnos de nuestras certezas, de nuestras manifestaciones de orgullo y de vanidad, de nuestros proyectos personales y prejuicios, para entregarnos confiadamente en sus manos, con total confianza, en una completa donación, en una pobreza humilde y fecunda, en un amor sin límites y sin condiciones. Ese es el verdadero culto, que nos aproxima a Dios y que nos convierte en miembros de la familia de dios.

El verdadero creyente es aquel que no guarda nada para sí, sino que, día a día, en silencio y en la sencillez de los gestos más banales, acepta el salir de su egoísmo y de su autosuficiencia y pone la totalidad de su vida en las manos de Dios.

Como en la primera lectura, también en el Evangelio tenemos un ejemplo de una mujer pobre (aún más, una viuda, que pertenece a la clase de los abandonados, de los débiles, de los más pobres de entre los pobres), que es capaz de compartir lo poco que tiene. En la reflexión bíblica, los pobres, por su situación de carencia, debilidad y necesidad, son considerados los preferidos de Dios, aquellos que son objeto de una especial protección y ternura por parte de Dios. Por eso, ellos son mirados con simpatía y hasta, en una visión simplista e idealizada, son retratados como personas pacíficas, humildes, sencillas, piadosas, llenas de “temor de Dios” (esto es, que se ponen ante Dios con serena confianza, en total obediencia y entrega).

Este retrato, naturalmente un poco estereotipado, no deja de tener un sólido fondo de verdad: sólo quien no vive para las riquezas, solo quien no tiene el corazón obcecado con la posesión de los bienes (hablamos, naturalmente, del dinero, de la cuenta bancaria; pero hablamos igualmente del orgullo, de la autosuficiencia, de la voluntad de triunfar por encima de todo, del deseo de poder y de autoridad, del deseo de ser aplaudido y admirado) es capaz de estar disponible para acoger los retos de Dios y para aceptar, con humildad y sencillez, los valores del Reino. Esos son los preferidos de Dios. El ejemplo de esta mujer nos asegura que sólo quien es “pobre”, esto es, quien no tiene el corazón demasiado lleno de sí mismo, es capaz de vivir para dios y de acoger los desafíos y los valores del Reino.

La figura de los doctores de la Ley está en total contraste con la figura de esta mujer pobre. Ellos tienen el corazón completamente lleno de sí; están dominados por sentimientos de egoísmo, de ambición y de vanidad, apuestan todo a los bienes materiales, aunque eso implique explotar y robar a las viudas y a los pobres. En verdad, en su corazón no queda lugar para Dios y para los otros hermanos; solo hay lugar para sus intereses mezquinos y egoístas. Ellos son la antítesis de aquello que los discípulos de Jesús deben ser, no aprecian los valores del Reino y, de esa manera, no pueden formar parte de la comunidad del Reino. Pueden tener actitudes que, en apariencia, son religiosas, o pueden incluso ser vistos como auténticos pilares de la comunidad del Pueblo de Dios; pero, en verdad, no forman parte de la familia de Dios.

Nunca está de más el que reflexionemos sobre este punto: quien vive para sí y es incapaz de vivir para Dios y para los hermanos, con verdad y generosidad, no puede formar parte de la familia de Jesús, la comunidad del Reino.

Jesús nos enseña, en este episodio, a no juzgar a las personas por las apariencias. Muchas veces es precisamente aquello que consideramos insignificante, despreciable, poco edificante, lo que es verdaderamente importante y significativo. Muchas veces Dios llega hasta nosotros en humildad, en sencillez, en debilidad, en los gestos silenciosos y sencillos de alguien en quien no reparamos.

Tenemos que aprender a ir al fondo de las cosas y a mirar a la gente, a contemplar las situaciones, la historia y, sobre todo, a los hombres que caminan a nuestro lado, con el mirar de Dios. Es precisamente eso lo que hace Jesús.

Una de las críticas que Jesús hace a los doctores de la Ley es que ellos se sirven de la religión, de su posición de intérpretes oficiales y autorizados de la Ley, para obtener honras y privilegios. Se trata de una tentación siempre presente, hasta hoy. En ningún caso nuestra fe, nuestro lugar en la comunidad, la consideración que las personas puedan tener de nosotros o por las funciones que desempeñamos, puden ser utilizadas, de forma abusiva, para “llevar el agua a nuestro molino” y para conseguir privilegios particulares u honras que no nos son debidas.

Utilizar la religión para fines egoístas es un comercio ilícito y abominable, y constituye un enorme antitestimonio para los hermanos que nos rodean.

Hb 9, 24-28 (2ª Lectura Domingo XXXII de Tiempo Ordinario)

El pasado domingo, el autor de la Carta a los Hebreos presentaba a Cristo como el sumo sacerdote por excelencia, no en la línea del sacerdocio levítico, sino en la del sacerdocio de Melquisedec. Hoy, pasamos a otra sección (cf. Heb 8,1-9,28), en la que el autor presenta a Cristo como el sacerdote perfecto y explica en qué consiste esa perfección y cuáles son sus consecuencias para la vida de los fieles.

Después de reflexionar sobre la imperfección del culto antiguo (cf. Heb 8,1-6), la imperfección de la Antigua Alianza (cf. Heb 8,7-13) y la ineficacia de los sacrificios ofrecidos en el Templo de Jerusalén (cf. Heb 9,1-10), el autor pasa a explicar a los cristianos, a quienes la Carta va destinada, por qué el sacrificio ofrecido por Cristo es perfecto (cf. Heb 9,11-14) y cómo es que, por ese sacrificio, Cristo se convierte en el mediador de la Nueva Alianza (cf. Heb 9,15- 22). En el último párrafo de esta sección (cf. Heb 9,23-28), el autor saca, para la vida de los fieles, las consecuencias de todo lo que ha dicho antes, a propósito del sacerdocio perfecto de Cristo.

Dirigiéndose a los cristianos en dificultades, que ya habían perdido el entusiasmo inicial y que corrían el riesgo de renunciar al compromiso asumido el día de su Bautismo, el autor de la Carta intenta animarlos y reavivar su experiencia de fe.

Al final de su caminar terreno con los hombres, Cristo, el sacerdote perfecto, entró en el verdadero santuario que es el cielo, la propia realidad de Dios, la comunión con Dios. Viviendo en comunión con el Padre, Él continua intercediendo por los hombres y disponiendo el corazón del Padre a favor de los hombres (v. 24).

Pero, mientras que el sumo sacerdote de la antigua Alianza tenía que entrar en el santuario todos los años (el autor se refiere al Día de la Expiación, el “Yom Kippur”, el único día del año en el que el sumo sacerdote entraba en el “Santo de los Santos” del Templo de Jerusalén, a fin de asperjar el “propiciatorio” con la sangre de un animal inmolado y obtener, así, el perdón de Dios para los pecados del Pueblo), Cristo entró una sola vez en el santuario perfecto, llevando su propia sangre, y obteniendo la redención de toda la humanidad, desde la fundación del mundo, hasta el final de los tiempos.

La entrega de Cristo, su sacrificio consumado en la entrega de la vid, tuvo una eficacia total y universal; con ella, Cristo consiguió la destrucción de la condición pecadora del hombre. La humanidad quedó, a partir de ese instante, definitivamente salvada.

Cuando Cristo vuelva a manifestarse, al final de los tiempos (parusía), no será ni para ofrecer un nuevo sacrificio, ni para condenar al hombre; sino que será para ofrecer la salvación definitiva a aquellos que Él, con su sacrificio, liberó del pecado.

La idea de que Cristo nos liberó del pecado con su sacrificio domina este texto. ¿Qué es lo que el autor de la Carta a los Hebreos quiere decirnos con esto?

Cristo vino a este mundo a liberar al hombre de las cadenas del egoísmo y del pecado que le apremian. En ese sentido, Cristo pidió una “metaonia” (transformación radical) del corazón, de la mente, de los valores, de las actitudes del hombre y propuso, con su palabra, con su ejemplo, con su vida, que el hombre pasase a andar el camino del amor, del compartir, del servicio, del perdón, de la entrega de la vida.

Su entrega en la cruz es la lección suprema que quiso dejarnos, la lección del amor que renuncia al egoísmo y que se hace don total a los hermanos, hasta las últimas consecuencias.

Pero, su lucha contra el pecado, le llevó a enfrentarse con las estructuras políticas, sociales y religiosas generadoras de injusticia y de opresión; su muerte orquestada por los detentadores del poder (las autoridades políticas y religiosas del país), fue, también, la consecuencia de su lucha contra las estructuras que oprimían al hombre y que generaban egoísmo y muerte. El ofreció, de hecho, su vida en sacrificio para liberarnos del pecado. Su resurrección reveló que Dios aceptó su sacrificio y que no dejará ya que el pecado robe al hombre la vida.

Adherirse a Jesús, ser cristiano, es buscar vivir, día a día, en seguimiento de Jesús y hace de la propia vida un don de amor a los hermanos; es también luchar contra todas las estructuras que generan injusticia y pecado. Gastar la vida de esa forma es participar de la misión de Jesús y colaborar con Él para eliminar el pecado.

Las otras lecturas de este domingo nos hablan de desapego, de compartir, de capacidad para “darlo todo”. Cristo, con la entrega total de su vida a Dios y a los hombres, realizó plenamente esta dimensión. Él nos mostró, con su sacrificio, cuál es el don perfecto que Dios quiere y que espera de cada uno de sus hijos.

Más que dinero u otros bienes materiales, Dios espera de nosotros el don de nuestra vida, al servicio de ese plan de salvación que él tiene para los hombres y para el mundo.

La certeza de que Jesucristo, el sacerdote perfecto, venció al pecado y está ahora junto a Dios, intercediendo por nosotros y esperando el momento de ofrecernos la vida eterna, debe darnos confianza y esperanza, a lo largo de nuestro caminar por la vida. La Palabra de Dios que hoy se nos presenta nos asegura que nuestras fragilidades y debilidades no pueden apartarnos de la comunión con Dios, de la vida eterna; y, al final de nuestro camino, Jesús, nuestro libertador, estará esperándonos para ofrecernos la vida definitiva.

1Re 17, 10-16 (1ª Lectura Domingo XXXII de Tiempo Ordinario)

Encontramos en el Libro de los Reyes un conjunto de tradiciones ligadas a la vida y a la acción de una figura central del profetismo bíblico: el profeta Elías. Esas tradiciones aparecen, de forma intermitente, entre 1 Re 17,1 e 2 Re 2,12.

Elías, cuyo nombre significa “mi Dios y el Señor”, lo que, por sí solo, constituye un programa de vida, actúa en el Reino del Norte (Israel) durante el siglo IX a. C., en un tiempo en el que la fe yahvista es puesta en cuestión por la preponderancia que los dioses extranjeros (especialmente Baal) asumen en la cultura religiosa de Israel. Probablemente, estamos ante un intento de abrir Israel a otras culturas, a fin de facilitar el intercambio cultural y comercial. Pero esas razones políticas y económicas no son entendidas ni aceptadas por los círculos religiosos de Israel.

El ministerio profético de Elías se desarrolla sobre todo durante el reinado de Acab (873-853 a. C.), aunque su voz ya se había hecho oír en el reinado de Ocozías (853-852 a.C.).

Elías es el gran defensor de la fidelidad a Yahvé. Él aparece como el representante de los israelitas fieles que rechazan la coexistencia de Yahvé y de Baal en el horizonte de la fe de Israel. En un episodio dramático, el mismo profeta llegó a desafiar a los profetas de Baal a un duelo religioso que terminó con una masacre de cuatrocientos profetas de Baal en el monte Carmelo (Cf. 1 Re 18). Ese episodio es, ciertamente una presentación teológica de esa lucha sin tregua entre los fieles a Yahvé y los que abren el corazón a influencias culturales y religiosas de otros pueblos.

Más allá de la cuestión del culto, Elías defiende la Ley en todas sus vertientes (véase, por ejemplo, su defensa intransigente de las leyes de la propiedad en 1 Re 21, en el célebre episodio de la usurpación de las viñas de Nabot): él representa a los pobres de Israel, en su lucha sin tregua contra una aristocracia y unos comerciantes todopoderosos que anteponían su buena vida a las leyes y los mandamientos de Yahvé.

El ciclo de Elías comienza con el anuncio, ante el rey Acab, de una sequía que afligirá a Israel (Cf. 1 R 17,1). Esa sequía es presentada, no tanto como un castigo por los pecados del rey, sino sobretodo como una forma de mostrar que a es Yahvé (y no Baal, el dios cananeo de las cosechas y de la fertilidad, cuyo culto era favorecido por Jezabel, la esposa fenicia de Acab) el verdadero señor de la vida que brota, cada año, en los campos y en los rebaños.

La implacable sequía conduce a Elías hacia la ciudad de Sarepta (hoy Sarafand), una pequeña ciudad de la costa fenicia, a unos 15 kilómetros al sur de Sidón. Es ahí donde nuestro texto nos sitúa.

Elías llega a Sarepta y, obedeciendo a la indicación de Yahvé, se dirige a una viuda de la ciudad. Le pide agua para beber y un pedazo de pan para comer. En este tiempo dramático de hambre y de sequía, la mujer apenas tiene un puñado de harina y un poco de aceite, que se prepara para comer con su hijo, antes de ponerse a esperar a la muerte; pero prepara el pan para Elías. Y, por acción de Dios, durante todo el tiempo que Elías permaneció allí, ni la harina se acabó en la panera, ni el aceite faltó de la alcuza.

Se trata de una historia de cariz popular que, sin embargo, presenta interesantes enseñanzas.

  1. Con ella, el autor deuteronomista sugiere que en esa lucha entre Yahvé y Baal por la supremacía, el Dios de Israel es el vencedor, pues es Él el que da el trigo y el aceite con los que el pueblo se alimenta; pero, Yahvé actúa hasta en la casa de su “adversario” y entre sus súbditos (Baal era el dio más popular en Fenicia).
  2. El hecho de que los beneficiarios de la acción de Yahvé fueran una viuda y un huérfano (los ejemplos clásicos, en la Biblia, de los pobres, de los débiles, de los desfavorecidos, de los marginados) sugiere que Yahvé tiene una especial predilección por los débiles, por los pobres, por aquellos que nada tienen, por aquellos que necesitan especialmente de la protección, de la bondad y de la misericordia de Dios.
  3. El pan y el aceite que la mujer reparte con el profeta se multiplican milagrosamente. El hecho muestra que, cuando alguien es capaz de salir de su egoísmo y tiene disponibilidad para compartir los dones recibidos de Dios, esos dones llegan para todos y aún sobra. La generosidad, el compartir y la solidaridad no empobrecen, sino que son generadoras de vida y ésta en abundancia.
  4. La historia sugiere, además, que la gracia de Dios es universal y se está destinada a todos los pueblos, sin distinción de razas, de fronteras o de creencias religiosas.

Nuestra historia, como tantas otras historias bíblicas, nos habla de la predilección de Dios por los desfavorecidos, por los débiles, por los pobres, por los explotados, por aquellos que son situados al margen de la vida, marginados. ¿Por qué? ¿Porque Dios ve la historia humana desde una perspectiva de lucha de clases y elige un lado en detrimento del otro?

Obviamente, no. Sin embargo, Dios opta preferentemente por los pobres porque, en primer lugar, ellos viven en una situación dramática de necesidad y necesitan de una forma especial de su bondad, de su misericordia y de su ayuda; y, en segundo lugar, porque los pobres, sin bienes materiales que los distraigan de lo esencial, están siempre más atentos y disponibles para acoger las llamadas, los retos y los dones de Dios.

Los “ricos”, por el contrario, están siempre preocupados por sus bienes, por sus intereses egoístas, por sus proyectos y prejuicios y no tienen lugar para acoger las propuestas que Dios les hace. Esto debe llevarnos, permanentemente, a la necesidad de ser “pobres”, de desprendernos de todo aquello que puede trabar nuestro corazón y que puede impedirnos acoger los retos y las propuestas de Dios.

La mujer de Sarepta tenía, únicamente, una cantidad mínima de alimento, que quería guardar para sí y para su hijo; pero, provocada a compartir, vio cómo ese escaso alimento se multiplicó una infinidad de veces.

La historia nos invita a no cerrarnos en actitudes egoístas de acumulación y lucro, olvidando las llamadas de Dios a compartir y a ser solidarios con nuestros hermanos necesitados. Cuando compartimos, con generosidad y amor, aquello que Dios puso a nuestra disposición, no quedamos más pobres; los bienes repartidos se convierten en fuente de vida y de bendición para nosotros y para todos aquellos que de ellos se beneficien.

Nuestra historia prueba que sólo Yahvé da al hombre vida en abundancia. Es un aviso que no podemos ignorar.

Todos los días nos ofrecen propuestas de felicidad y de vida plena que, casi siempre, nos conducen por caminos de esclavitud, de dependencia, de desilusión. No es alrededor del dinero, del coche, de la casa, del cargo que tenemos en la empresa, de los títulos académicos que ostentamos, de los honores que nos son atribuidos como debemos construir nuestra existencia.

Solo Dios nos da la vida plena y verdadera; todos los demás “dioses” son elementos accesorios, que no deben apartarnos de lo esencial.

Comentario al evangelio – 5 de noviembre

Comenzamos la semana con una más de las muchas cosas de Jesús que, a veces, nos cuesta entender. A todos nos gusta que nos reconozcan, que nos agradezcan las atenciones y, quien más, quien menos, espero que le devuelvan algo de lo que da. Y viene Nuestro Señor a decirnos que no busquemos ser pagados en esta vida.

Corren tiempos recios para la beneficencia. La crisis está afectando a todo y a todos. Mucha gente sufre en sus carnes lo que significa no poder vivir con dignidad. Quizá en esta clave podemos leer también el texto evangélico de hoy. La Doctrina Social de la Iglesia, de la que no siempre conocemos mucho, nos da algunas pistas. El número 172 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dice: 

El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del derecho universal al uso de los bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para su pleno desarrollo: el principio del uso común de los bienes, es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social» y «principio peculiar de la doctrina social cristiana». Por esta razón la Iglesia considera un deber precisar su naturaleza y sus características. Se trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre, y no sólo de un derecho positivo, ligado a la contingencia histórica; además este derecho es «originario». […]  «Todos los demás derechos, sean los que sean, comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, a ello [destino universal de los bienes] están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización, y es un deber social grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primera».

Los números siguientes desarrollan esta idea, pero las palabras de Jesús tienen su acogida en lo que la Iglesia enseña. Todo lo que tenemos y hemos ganado con nuestro esfuerzo es nuestro, por supuesto. Pero somos deudores de nuestros hermanos, algunos menos afortunados que nosotros. Y todo lo que tenemos, lo hemos recibido de Dios. Así que se lo podemos devolver a Él, compartiendo con los demás. Hace unos años, se puso de moda el movimiento del 0,7 %. Se le pedía al Estado y a los organismos de la Administración que donaran el 0,7 % de su presupuesto a obras benéficas. Quizá sea hoy un buen día para palparnos la cartera, y ver qué tal está nuestra generosidad. Que todos tenemos relación con todos. Y una fe sin obras, es una fe muerta. ¿Llegan nuestros donativos al 0,7 % de lo que tenemos? ¿Quieres hacer algo por los demás? No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.