Vísperas – San Josafat

SAN JOSAFAT, obispo y mártir. (MEMORIA)

VÍSPERAS
(Oración de la tarde)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: OH DIOS, QUE ERES EL PREMIO

Oh Dios, que eres el premio, la corona
y la suerte de todos tus soldados,
líbranos de los lazos de las culpas
por este mártir a quien hoy cantamos.

El conoció la hiel que está escondida
en la miel de los goces de este suelo,
y, por no haber cedido a sus encantos,
está gozando los del cielo eterno.

Él afrontó con ánimo seguro
lo que sufrió con varonil coraje,
y consiguió los celestiales dones
al derramar por ti su noble sangre.

Oh piadosísimo Señor de todo,
te suplicamos con humilde ruego
que, en el día del triunfo de este mártir,
perdones los pecados de tus siervos.

Gloria eterna al divino Jesucristo,
que nació de una Virgen impecable,
y gloria eterna al Santo Paracleto,
y gloria eterna al sempiterno Padre. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Salmo 135 I – HIMNO A DIOS POR LAS MARAVILLAS DE LA CREACIÓN Y DEL ÉXODO.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

El afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Ant 2. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Salmo 135 II

El hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel, su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.

Ant 3. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

Cántico: EL PLAN DIVINO DE SALVACIÓN – Ef 1, 3-10

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

El nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

LECTURA BREVE   1Pe 4, 13-14

Queridos hermanos: Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros: porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

V. Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.
R. Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.

V. Nos refinaste como refinan la plata.
R. Pero nos has dado respiro.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Oh Dios, nos pusiste a prueba, pero nos has dado respiro.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Los santos tienen su morada en el reino de Dios, y allí han encontrado descanso eterno.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Los santos tienen su morada en el reino de Dios, y allí han encontrado descanso eterno.

PRECES

En esta hora en la que el Señor, cenando con sus discípulos, presentó al Padre su propia vida que luego entregó en la cruz, aclamemos al Rey de los mártires, diciendo:

Te glorificamos, Señor.

Te damos gracias, Señor, principio, ejemplo y rey de los mártires,
porque nos amaste hasta el extremo.

Te damos gracias, Señor, porque no cesas de llamar a los pecadores arrepentidos
y les das parte en los premios de tu reino.

Te damos gracias, Señor, porque hoy hemos ofrecido, como sacrificio para el perdón de los pecados,
la sangre de la alianza nueva y eterna.

Te damos gracias, Señor,
porque con tu gracia nos has dado perseverar en la fe durante el día que ahora termina.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Te damos gracias, Señor,
porque has asociado a nuestros hermanos difuntos a tu muerte.

Dirijamos ahora nuestra oración al Padre que está en los cielos, diciendo:

Padre nuestro…

ORACION

Aviva, Señor, en tu Iglesia aquel fuego del Espíritu Santo que impulsó a san Josafat a dar la vida por su pueblo, y haz que también nosotros, fortalecidos por este mismo Espíritu y ayudados por la plegaria de este santo, estemos dispuestos, si es preciso, a dar la vida por nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 12 de noviembre

Lectio: Lunes, 12 Noviembre, 2018

Tiempo Ordinario

1) Oración inicial

Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros todos los males, para que, bien dispuesto nuestro cuerpo y nuestro espíritu, podamos libremente cumplir tu voluntad. Por nuestro Señor.

2) Lectura

Del Evangelio según Lucas 17,1-6
Dijo a sus discípulos: «Es imposible que no haya escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y le arrojen al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Andad, pues, con cuidado. «Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: `Me arrepiento’, le perdonarás.» Dijeron los apóstoles al Señor: «Auméntanos la fe.» El Señor dijo: «Si tuvierais una fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: `Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido.»

3) Reflexión

• El evangelio de hoy nos presenta tres distintas palabras de Jesús: una sobre cómo evitar el escándalo de los pequeños, la otra sobre la importancia del perdón y una tercera sobre el tamaño de la fe en Dios que debemos tener.
• Lucas 17,1-2: Primera palabra: evitar el escándalo. “Dijo a sus discípulos: «Es imposible que no haya escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y le arrojen al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños”. El escándalo es aquello que hace que una persona se tropiece y caiga. A nivel de fe, significa aquello que desvía a la persona del buen camino. Escandalizar a los pequeños quiere decir ser el motivo por el cual los pequeños se desvían del camino y pierden la fe en Dios. Quien hace esto recibe la siguiente sentencia: “Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y le arrojen al mar. ¿Por qué tanta severidad? Porque Jesús se identifica con los pequeños, con los pobres (Mt 25,40.45). Son sus preferidos, los primeros destinatarios de la Buena Nueva (cf. Lc 4,18). Quien les hace daño, hace daño a Jesús. a lo largo de los siglos, muchas veces, nosotros los cristianos, por nuestra manera de vivir la fe hemos sido el motivo por el cual los pequeños se han alejado de la Iglesia y se han ido hacia otras religiones. No lograban creer, como decía el apóstol en la carta a los Romanos, citando al «Por vuestra causa, el nombre de Dios es blasfemado entre los paganos.» (Rom 2,24; Is 52,5; Ez 36,22). ¿Hasta dónde nosotros somos culpables? ¿Merecemos una piedra de molino al cuello?
• Lucas 17,3-4: Segunda palabra: Perdonar al hermano. “Andad, pues, con cuidado. Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: `Me arrepiento’, le perdonarás”. Siete veces al día. ¡No es poco! ¡Jesús pide mucho! En el evangelio de Mateo, dice que debemos perdonar hasta ¡setenta veces siete! (Mt 18,22). El perdón y la reconciliación son uno de los asuntos en que Jesús más insiste. La gracia de poder perdonar a las personas y reconciliarlas entre ellas y con Dios se le dio a Pedro (Mt 16,19), a los apóstoles (Jn 20,23) y a la comunidad (Mt 18,18). La parábola sobre la necesidad de perdonar al prójimo no deja lugar a dudas: si no perdonamos a los hermanos, no podemos recibir el perdón de Dios (Mt 18,22-35; 6,12.15; Mc 11,26). Pues no hay proporción entre el perdón que recibimos de Dios y el perdón que debemos ofrecer al prójimo. El perdón con que Dios nos perdona gratuitamente es como diez mil talentos comparados con cien denarios (Mt 18,23-35). Diez mil talentos son 174 toneladas de oro; cien denarios no pasan de 30 gramos de oro.
• Lucas 17,5-6: Tercera palabra: Aumentar en nosotros la fe. “Dijeron los apóstoles al Señor: «Auméntanos la fe.» El Señor dijo: «Si tuvierais una fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: `Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido”. En este contexto de Lucas, la pregunta de los apóstoles aparece como motivada por la orden de Jesús de perdonar hasta siete veces al día, al hermano y a la hermana que peca contra nosotros. Perdonar no es fácil. El corazón queda magullado y la razón presenta mil motivos para no perdonar. Solo con mucha fe en Dios es posible llegar hasta el punto de tener un amor tan grande que nos haga capaces de perdonar hasta siete veces al día al hermano que peca en contra de nosotros. Humanamente hablando, a los ojos del mundo, perdonar así es una locura y un escándalo, pero para nosotros esta actitud es expresión de la sabiduría divina que nos perdona infinitamente más. Decía Pablo: “Mientras que nosotros anunciamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos. (1Cor 1,23) .

4) Para la reflexión personal

• En mi vida, ¿he sido alguna vez motivo de escándalo para mi prójimo? O alguna vez los demás ¿han sido motivo de escándalo para mí?
• ¿Soy capaz de perdonar siete veces al día al hermano o a la hermana que me ofende siete veces al día?

5) Oración final

¡Cantadle, tañed para él,
recitad todas sus maravillas;
gloriaos en su santo nombre,
se alegren los que buscan a Yahvé! (Sal 105,2-3)

Los zapatos del caminante

Un curso caminando con Jesús (7-12 años)
Los niños y las niñas también somos Iglesia “en salida”

por FLORENTINO ESCRIBANO RUIZ
(Parroquia de Guadalupe. Cáceres)

 

I. INTRODUCCIÓN A TODO EL PROYECTO

A. OBJETIVOS

1. Ofrecer un sencillo apoyo catequético integrado en el proyecto correspondiente a la catequesis semanal pero que no interrumpa el ritmo del programa específico del curso.

2. Fomentar la unidad y relación entre los diferentes meses del curso catequético, especialmente con los tiempos litúrgicos de Adviento-Navidad y de Cuaresma-Semana Santa-Pascua.

3. Trabajar en la catequesis el concepto de “Iglesia en salida” como estímulo para vivir la fe cristiana en plan misionero en diferentes ambientes de la vida, como tantas veces nos dice el papa Francisco en la Evangelii Gaudium.

B. CONTENIDOS

Catequéticos:

Durante el curso de catequesis todos los grupos de catequesis vamos a ser caminantes, “en salida”, pues todos, en comunidad, nos dirigimos hacia unas metas (lugares, espacios, tiempos litúrgicos) con la intención de vivir como Jesús y darlo a conocer a otras personas.

Procedimientos:

Para realizar el recorrido necesitaremos llevar puestos los zapatos del caminante. Serán zapatos especiales que nos ayudarán a caminar mejor según los terrenos por donde tendremos que caminar. Tenemos que llevarlos puestos no solo cada persona individualmente sino que también como grupo.

Actitudes:

Los diferentes tipos de zapatos marcarán huellas diferentes y cada una de ellas dará información de los “valores” y actitudes que estamos viviendo, es decir: son las huellas de los logros humanos y la experiencia de fe que vamos marcando a medida que hacemos el recorrido. Todas las huellas configurarán un “mapa” que indicará la senda por donde invitamos a otras personas a caminar con nosotros para que conozcan a Jesús y vivan como él.

C. RECURSOS

1. Un mapa
2. Fechas

“Reunión previa”. Es importante para dar información de cada etapa y organizar previamente las actividades.

“Jornada extra”. Otra fecha para señalar el día de la “jornada extra” (convivencia de grupos: puesta en común de actividades y celebración en la fe los logros conseguidos).

D. TEMPORALIZACIÓN

Esta propuesta catequética no pretende suplir los temas del programa catequético ni tampoco interrumpir las sesiones de catequesis semanal, ni hacer cosas paralelas a las que cada parroquia tenga programadas sino integrarlo en el quehacer de cada día.

E. PROPUESTA DE ACTIVIDADES BÁSICAS

Preparar el mapa con el itinerario de etapas

Museo de zapatos del caminante: Dibujar con imaginación y creatividad los modelos y huellas de zapatos que expresen la idea de cada etapa.

Intergeneracionales: Entrevistas a adultos sobre el modo de vivir en su infancia. Mesas redondas. Excursiones. Campañas. Escenificaciones conjuntas.

• Lugares prioritarios para testimoniar la fe en salida: aula de clase, patio del colegio, la calle, la pandilla, las vacaciones.

• Actitud principal: según el tiempo litúrgico o el momento del año

• Refuerzo bíblicos para la fe, según el momento.

• Jornada extra. Actividades que se proponen en cada etapa.

 

ADVIENTO-NAVIDAD 2018
EN SALIDA… HACIA BELÉN

Se trata de recorrer el camino que conduce a Belén para acoger a Jesús que vive entre nosotros.

Temporalización

Previo al Adviento. Elegid fechas para la reunión de información y otra para el día extra de la celebración.

Actividades durante esta etapa

  • Información del contenido general de este tiempo litúrgico.

  • Destacar en el mapa del mural el recorrido correspondiente.
  • Conocer algunos personajes que se interesaron por Jesús: María, José, ángeles, pastores, Herodes, magos…
  • Escenificaciones: repartir entre los diferentes grupos de catequesis algunas escenas para representar la Navidad el último día de catequesis del trimestre.
  • Dibujar con imaginación los zapatos del caminante y pegarlos en el mapa. En esta ocasión son los zapatos la acogida como actitud del caminante que quiere dar ACOGIDA a Jesús en la navidad.

Actividades intergeneracionales

  • Mesa redonda con un grupo de personas mayores para conocer cómo eran sus juegos en la infancia.
  • Entrevista para conocer cómo vivían la Navidad en la escuela y en la catequesis.
  • Los adultos ayudan a los grupos de niños a confeccionar los trajes para la representación y el escenario para la representación de la Navidad.
  • Escenificación de cuadros de Navidad participando niños y adultos.

Lugar prioritario para testimoniar la fe en salida: El patio del recreo.

Actitud principal: Convivencia en el juego.

Refuerzo de la fe

• Leer textos o ver narraciones sobre la infancia de Jesús (Lc 2)

• Reflexionar algunos textos del evangelio sobre el nacimiento de Jesús.

Jornada extra

En el día señalado y en el entorno acordado se hace la puesta en común de las actividades realizadas, tratando de favorecer un ambiente de celebración de la fe más que de competición. En este caso se puede hacer una celebración donde puedan integrarse algunos “cuadros” de la NAVIDAD.

Sinceridad

El consejo de san Josemaría es expresivo y útil para nuestra consideración: en la conversación espiritual hay que ser siempre salvajemente sinceros. La sinceridad es una virtud compleja que, como mínimo, presenta tres aspectos que nos interesan. Todos ellos transparentan espíritu de lucha, porque su realización no se consigue sin esfuerzo.
En primer lugar, sinceridad significa decir todos cuanto uno piensa. San Josemaría cifra el éxito de la dirección espiritual en la sinceridad misma (cfr. V. Bosch): es imposible que el médico pueda prestar su ayuda si el paciente no declara con sencillez sus dolencias. Valora la sinceridad hasta el punto de calificar el ocultamiento como obra del enemigo. «Si el demonio mudo —del que nos habla el Evangelio— se mete en el alma, lo echa todo a perder. En cambio, si se le arroja inmediatamente, todo sale bien, se camina feliz, todo marcha. —Propósito firme: «sinceridad salvaje» en la dirección, con delicada educación…, y que esa sincerdidad sea inmediata» (Forja, 127).
Es inútil buscar la plenitud de vida cristiana que aporta el acompañamiento espiritual sin sinceridad. «Ama y busca la ayuda de quien lleva tu alma», afirma san Josemaría en otro lugar. «En la dirección espiritual, pon al descubierto tu corazón, del todo —¡podrido, si estuviese podrido!—, con sinceridad, con ganas de cuararte; si no, esa podredumbre no desaparecerá nunca. Si acudes a una persona que solo puede limpiar superficialmente la herida…, eres un cobarde, porque en el fondo vas a ocultar la verdad, en daño de ti mismo» (Forja, 128).
En el fondo, este primer nivel de sinceridad es sencillo. SE trata de expresar, en el coloquio espiritual, todo lo que uno piensa. Conviene, en este sentido, cuidar el diálogo espiritual, para que nunca pierda las formas qeu facilitan la sinceridad del dirigido (M. Costa, p. 112). Es posible que escribir sea buen modo de no olvidar. Debe siempre tratarse de una conversación llena de respeto, que atienda a la verdad y en la que el dirigido pueda expresarse libremente. No favorecería la sinceridad convertir la dirección espiritual en lugar de discusión o terapia de consuelo. Como decía Pablo VI en su encíclica Ecclesiam suam, el coloquio espiritual es un diálogo que se fundamenta en el respeto y la apertura, y en donde la sinceridad del dirigido es correspondida por la claridad, mansedumbre, confianza y prudencia del director (ES 31).
También influye en la sinceridad, como ya  hemos dicho, el tiempo de dirección: prolongarla sine fine puede tentar al acompañado a adornar tanto lo que quiere decir, que no llegue a contarlo sinceramente, sin paliativos; y al contrario, ir con prisa puede significar callarse cosas. Como en lo demás, también en la cuestión del tiempo de dirección conviene ser delicados, y si bien cada conciencia necesia su propio tiempo, el entorno de la media hora puede resultar ma´s que suficiente en todos los casos.
Más complejo resulta el segundo nivel de sinceridad. Se trata de ver todo cuanto soy. Me explico. Un niño de ocho años puede dar su explicación acerca de la situación económica mundial. Con toda seguridad será sincero, pero también inexacto. En el conocimiento propio sucede algo parecido: podemos contar cómo vemos nosotros las cosas, pero puede suceder que tengan poco que ver con la realidad, o profundicen escasamente en ella. ¡Cuántas veces hay cosas que no queremos ver, ya porque nos avergüenzan, ya porque nos complican!
«La verdad sobre uno mismo encierra una cuestión antropológica, que nacida en el ámbito de la filosofía clásica griega fue desarrollada con vigor por los autores cristianos de la antigüedad y del medioevo», apunta el profesor Vicente Bosch (p. 107). «Para Orígenes, por ejemplo, la condición previa de todo progreso espiritual es el conocimiento de uno mismo; el «conócete a ti mismo» de Sócrates recibe con él una insospechada profundidad, porque conocerse es saberse creado a imagen de Dios y saber que esa imagen constituye la propia esencia. Este planteamiento fue posteriormente tratado con profundidad, extensión e insistencia por san Bernardo y santa Cataliana de Siena, hasta el punto de poder considerar esas aportaciones como parte importante y singular de sus enseñanzas espirituales».
La mirada sincera (adecuada) sobre uno mismo es fundamento del éxito de la dirección espiritual y condición sin la cual es difícil servir a Dios y a los demás. «Dios Nuestro Señor te quiere santo, para que santifiques a los demás. Y, para esto, es preciso que tú con valentía y sinceridad te mires a ti mismo, que mires al Señor Dios Nuestro…, y luego, solo luego, que mires al mundo« (Forja, 710). No hay que esperar a conocernos perfectamente para iniciar el diálogo espiritual. En tal caso, nunca empezaríamos. Pero sí es bueno tener en cuenta que este trabajo sobre nosotros mismos es uno de los principales ejes sobre los que bascual el acompañamiento espiritual.
Finalmente, la sinceridad tiene que ver —tercer nivel— con el modo en que Dios me ve y me pondera. ¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada?», reza la Sagrada Escritura, «si escalo al cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro» (Sal 139, 7-8). Ponderar todo lo que somos y tenemos delante de Dios nos dará la auténtica medida de nosotros mismos.
Es inútil huir de Dios; antes bien, es maravilloso y necesario contar con Él. Ser sincero con Dios significa darle protagonismo sobre nuestra vida, no tener miedo a escuchar lo que piensa de nosotros. Si le dejamos, tendremos oportunidad de gustar a menudo su extraordinario amor. Muchas veces no estaremos contentos con nosotros mismos, pero, si le dejamos hablar, veremos que Él está muy contento con nosotros, porque tratamos de luchar. Esa preciosa experiencia puede sre común a todo cristiano, porque fuerte como la muerte es el amor de Dios por los hombres (cfr. Ct 8, 6).

 

Cuenta conmigo, Fulgencio Espa

Gaudete et exsultate – Francisco I

135. Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras. Nos lleva allí donde está la humanidad más herida y donde los seres humanos, por debajo de la apariencia de la superficialidad y el conformismo, siguen buscando la respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. ¡Dios no tiene miedo! ¡No tiene miedo! Él va siempre más allá de nuestros esquemas y no le teme a las periferias. Él mismo se hizo periferia (cf. Flp 2,6-8; Jn 1,14). Por eso, si nos atrevemos a llegar a las periferias, allí lo encontraremos, él ya estará allí. Jesús nos primerea en el corazón de aquel hermano, en su carne herida, en su vida oprimida, en su alma oscurecida. Él ya está allí.

Homilía (Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario)

FIN DE UN MUNDO

1.- Falsa concepción del mundo

La descripción del día salvador de Yavé nosotros la hemos tomado demasiado al pie de la letra. Tenemos una imagen infantil de la venida del Reino de Dios, haciéndola coincidir con la destrucción del mundo. Nos quedamos perplejos ante esta destrucción y pasa desapercibido el mensaje de las lecturas.

Negras imágenes cruzan nuestra imaginación, como barcos sin rumbo, siempre que leemos estos evangelios. «El sol se hará tinieblas…, las estrellas caerán del cielo» (Mc 13, 24-25). Todo se derrumbará, como la tramoya de un decorado, como se hunde un edificio. Habrá un cataclismo universal.

Al final ocurrirá todo esto, pensamos. Mientras tanto podemos vivir tranquilos. Estos tiempos últimos no nos afectan; ocurrirán cuando nosotros ya no existamos. Aunque «el día y la hora nadie lo sabe» (Mc 13, 32), tenemos una ligera esperanza de que no coincidirá con nuestra generación.

Hagamos hoy un esfuerzo para entender este lenguaje y poder recibir el anuncio del evangelio. Este evangelio pertenece al llamado discurso escatológico, en el que Cristo trata de anunciar la próxima llegada del Reino de Dios. El género literario es apocalíptico: trata de revelar la irrupción del Reino de Dios en medio de la historia humana por medio de unas imágenes cosmológicas muy dramáticas cuya acción, se desarrolla al final de la historia. Se trata de narrar la acción presente de Dios, aunque como si se desarrollara en el futuro. Así, el libro de Daniel, narra la situación de los judíos bajo el imperio de los griegos como si fuera una profecía que se cumplirá en el futuro. Habla del presente, pero traspasado el futuro.

2.-El Reino de Dios está ya entre nosotros

«El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca» (Mc 1, 15). Con Jesús ya ha aparecido el Reino de Dios (Mt 4, 23). Con El todo el universo está ya llamado a entrar en el camino de la transformación; el proyecto para dar una nueva forma de ser, ya ha comenzado a realizarse. Desaparecerá, a impulsos de la acción del Espíritu de Dios, un modo viejo de ser del mundo (Rom 8, 18 ss.), para que comiencen los cielos nuevos y la tierra nueva (Apoc 21, 1). El día salvador de Dios ya ha comenzado con Jesús, y el fuego de la Palabra de Dios juzga y purifica sin cesar las estructuras de este mundo injusto. El anuncio de la venida definitiva del Reino no está unido a la destrucción, sino a la consumación del mundo, según el designio de Dios.

3.-El quehacer del Reino de Dios

El Reino que ya está presente, tiene que ir consumándose. Aún no ha llegado a la plenitud. Esta situación en que nos encontramos crea la dinámica propia del período actual de la historia de la salvación. Los últimos tiempos están aconteciendo entre nosotros, con la tensión característica que produce la lucha entre un mundo sentenciado y el re- surgimiento primaveral del Reino de Dios.

La tensión presente está caracterizada por la lucha. Tienen levantadas las espadas en alto el Reino de Dios y el Reino de este mundo. La luz y las tinieblas se enfrentan. Durante este tiempo tenemos que dejarnos sembrar por la Palabra de Dios, morir en el surco, crecer, fructificar. Todo este proceso lleva consigo un sufrimiento interpretado como los dolores de parto de un mundo nuevo (Jn 16, 21 ss.).

Cristo llama la atención de los discípulos para que descubran que los nuevos tiempos ya han comenzado. «Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca, a la puerta» (Mc 13, 28-29). El primer signo de la cercanía de la primavera del Reino de Dios es la Cruz y Resurrección de Cristo. En ellos se cumplen la plenitud de los tiempos y el comienzo definitivo del Reino. En la Cruz descubrimos los creyentes cómo «el Hijo del hombre ha venido sobre las nubes con gran poder y majestad» (Mc 13, 26; Dan 7, 13-14). Con la Resurrección de Jesús ha surgido en el mundo lo radicalmente nuevo, el futuro prometido por Dios ha entrado ya en la historia, el final ha comenzado. Nosotros, por la fe, tenemos la experiencia de que hemos sido revestidos del hombre nuevo, después de despojarnos del hombre de pecado (Ef 4, 17 ss.). Este hombre nuevo es Jesucristo, en el cual nos hacemos ciudadanos de la nueva ciudad, gracias a nuestra incorporación a El. El final que esperamos los creyentes, es consumación de lo que ya tenemos (I Cor 15, 28).

El quehacer de instaurar el Reino de Dios lleva consigo la oposición al mundo del pecado. «Hemos sido trasladados de las tinieblas a su luz admirable» (I Ped 2, 9) y mantenemos una lucha encarnizada. «El Reino de los cielos padece violencia y sólo los esforzados lo alcanzan» (Mt 11, 12). Los esforzados del Reino, no son como una caña bamboleada por el viento, ni pertenecen a los que visten de púrpura (vv. 7-8). Hay un estilo, que nos hace vivir en este mundo, como ciudadanos de un mundo nuevo.

Signifiquemos en nuestra eucaristía toda esta esperanza. Sobre la destrucción de la muerte de Cristo, se levanta la nueva ciudad de los resucitados en comunión con Dios y con los hombres. Esta reunión nuestra es una primicia de la fiesta futura, cuando todos bebamos el cáliz de la comunión plena con Dios y con los hermanos.

 

Jesús Burgaleta

Mc 13, 24-32 (Evangelio Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario)

El texto que se nos propone hoy como Evangelio, nos sitúa en Jerusalén, poco antes de la pasión y la muerte de Jesús. Es el tercer día de estancia de Jesús en Jerusalén, el día de las “enseñanzas” y de la polémicas más radicales con los líderes judíos (cf. Mc 11,20-13,1-2). Al final de ese día, ya en el “Huerto de los Olivos”, Jesús ofrece a un grupo de discípulos (Pedro, Santiago, Juan y Andrés, cf. Mc 13,3) una amplia y enigmática enseñanza, que se conoce como el “discurso escatológico” (cf. Mt 13,3-37).

La mayor parte de los estudiosos del Evangelio según Marcos consideran que este discurso presentado con un lenguaje profético-apocalíptico, describe la misión de la comunidad cristiana en el período que va desde la muerte de Jesús hasta el final de la historia humana.

Es un texto difícil, que emplea imágenes y lenguajes marcados por alusiones enigmáticas, a la manera del género literario “apocalipsis”. No es tanto un reportaje periodístico del acontecimiento cuanto una lectura profética de la historia humana. Su objetivo, según esta interpretación, sería dar a los discípulos indicaciones acerca de la actitud a tomar frente a las vicisitudes que marcarán el caminar histórico de la comunidad, hasta el momento en el que Jesús venga para instaurar, definitivamente, el nuevo cielo y la nueva tierra.

Los cuatro discípulos mencionados al principio del “discurso escatológico” representan a la comunidad cristiana de todos los tiempos. Los cuatro son, precisamente, los primeros discípulos llamados por Jesús (cf. Mc 1,16-20) y, como tales, se convierten en representantes de todos los futuros discípulos. El discurso escatológico de Jesús no sería, así, un mensaje privado destinado a un grupo especial, sino un mensaje destinado a toda la comunidad creyente, llamada a caminar por la historia con los ojos puestos en el encuentro final con Jesús y con el Padre.

La misión que Jesús (que es consciente de que ha llegado la hora de ir al encuentro del Padre) confía a su comunidad, no es una misión fácil. Jesús es consciente de que sus discípulos tendrán que enfrentarse con dificultades, persecuciones, tentaciones que “el mundo” va a poner en su camino. Esa comunidad en marcha por la historia necesitará, por tanto, estímulo y aliento. Es por eso por lo que surge esta llamada a la fidelidad, al coraje, a la vigilancia. En el horizonte último del caminar de la comunidad, Jesús sitúa el final de la historia humana y el reencuentro definitivo de los discípulos con Jesús.

El “discurso escatológico” se divide en tres partes, precedidas de una introducción (cf. Mc 13,1-4).

En la primera parte (cf. Mc 13,5-23), el discurso anuncia una serie de vicisitudes que van a marcar la historia y que requieren de los discípulos una actitud adecuada: vigilancia y lucidez.

En la segunda parte, el discurso anuncia la venida definitiva del Hijo del Hombre, y el nacimiento de un mundo nuevo a partir de las ruinas del mundo viejo (cf. Mc 13,24-27).

En la tercera parte, el discurso anuncia la incertidumbre en cuanto al “tiempo” histórico de los acontecimientos anunciados e insiste en que los discípulos estén siempre vigilantes, y preparados para acoger al Señor que viene (cf. Mc 13,28-37).

Nuestro texto nos presenta, precisamente, la segunda parte y algunos versículos de la tercera parte del “discurso escatológico”.

Los dos primeros versículos de nuestro texto se refieren, con imágenes sacadas de la tradición profética y apocalíptica, a la caída de ese mundo viejo que se opone a Dios y que persigue a los creyentes (vv. 24-25).

En Is 13,10, el oscurecimiento del sol, de la luna y de las estrellas anuncia el día de la intervención justiciera de Yahvé para destruir el imperio babilónico y para liberar al Pueblo de Dios exiliado en una tierra extranjera (cf. Is 34,4).

En Jl 2,10, las mismas imágenes son utilizadas para describir los acontecimientos del “día del Señor”, el día en el que Yahvé va a intervenir en la historia para castigar a los opresores y para salvar a sus elegidos.

Este lenguaje es el que Marcos va a utilizar para describir la quiebra de los imperios que luchan contra Dios y contra sus santos. Se trata de un lenguaje tradicional que, sin embargo, es perfectamente perceptible para los lectores de Marcos.

En el mundo griego, por ejemplo, el sol y la luna (“Helios” y “Selén”^) eran adorados como dioses; y, en el mundo romano, el emperador se identificaba con el “sol” (el emperador Nerón, el primer perseguidor de los cristianos de Roma, hizo erigir en el palacio imperial una estatua de bronce de treinta metros de altura que lo representaba como el dios “sol”).

El mensaje es evidente: está para suceder un viraje decisivo en la historia: el viejo orden religioso y político, los poderosos que se oponen a Dios y que persiguen a los santos, van a ser derrumbados, a fin de dejar espacio para un mundo nuevo, construido de acuerdo con los criterios y los valores de Dios.

Marcos no se refiere, aquí, a aquello que nosotros solemos llamar “el fin del mundo”, sino que se refiere, genéricamente, a la victoria de Dios sobre el mal que oprime y esclaviza a aquellos que optaron por Dios y por sus propuestas.

La caída de ese mundo viejo, aparece asociada a la venida del Hijo del Hombre(v. 26). La imagen nos recuerda a Dn 7,13-14, donde se anuncia la venida de un “Hijo del Hombre” “sobre la nubes del cielo” para afirmar su soberanía sobre “todos los pueblos, todas las naciones y todas la lenguas”.

El “Hijo del Hombre”, lleno de poder y de gloria, que vendrá a “reunir a sus elegidos” (v. 27), no puede ser otro sino Jesús. Con esta imagen, Marcos asegura a los creyentes el triunfo definitivo de Cristo sobre los poderes opresores y la liberación de aquellos que, a pesar de las persecuciones, continúan caminando con fidelidad por los caminos de Dios.

El mensaje propuesto por Marcos a sus lectores es claro: os espera un camino marcado por el sufrimiento y la persecución; sin embargo, no os dejéis hundir en la desesperación porque Jesús viene. Con su venida gloriosa (de ayer, de hoy, de mañana), cesará la esclavitud insoportable que os impide conocer la vida en plenitud y nacerá un mundo nuevo, de alegría y de felicidad plenas. El cuadro está destinado, por tanto, no a amedrentar, sino a abrir los corazones a la esperanza; cuando Jesús venga con su autoridad soberana, el mundo viejo del egoísmo y de la esclavitud caerá, y surgirá el día nuevo de la salvación/liberación sin fin.

En la segunda parte de nuestro texto (v. 28-32), Jesús responde a la cuestión propuesta por los discípulos en Mc 13,4: “Dinos cuando sucederá eso, y cual será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse”.

Para Jesús, más importante que definir el tiempo exacto de la caída del mundo viejo, es tener confianza en la llegada del mundo nuevo y estar atento a los signos que lo anuncian. La aparición en las higueras de nuevas ramas y de nuevas hojas acontece, sin falta, cada año y anuncia al agricultor la llegada del verano y del tiempo de las cosechas (vv. 28-29); de la misma manera, los creyentes están invitados a esperar, con confianza, la llegada del mundo nuevo y a percibir, en los signos de disgregación del mundo viejo, el anuncio de que el tiempo de su liberación está a punto de llegar. Seguros de la venida del Señor, atentos a los signos que la anuncian, los creyentes pueden preparar su corazón para acogerlo, para aceptar los retos que les trae, para aprovechar las oportunidades que les ofrece.

No hay una fecha señalada para el advenimiento de esa nueva realidad (v. 32). De una cosa, sin embargo, los creyentes pueden estar seguros: las palabras de Jesús no son una bella teoría o un piadoso deseo, sino que son la garantía de que, ese mundo nuevo, de vida plena y de felicidad sin fin, llegará (v. 31).

Ver los telediarios o escuchar las noticias en la radio es, con frecuencia, una experiencia que nos intranquiliza y que nos deprime. Los dramas de esta aldea global que es el mundo entran en nuestra casa, se sientan a nuestra mesa, se aposentan en nuestra existencia, perturban nuestra tranquilidad, oscurecen nuestro corazón. La guerra, la opresión, la injusticia, la miseria, la esclavitud, el egoísmo, la explotación, el desprecio de la dignidad del hombre nos aprisiona, incluso cuando sucede a millares de kilómetros del pequeño mundo donde nos movemos todos los días. Las sombras que cubren la historia actual de la humanidad se hacen realidades próximas, tangibles, que nos inquietan y que nos desalientan.

Heridos y humillados, dudamos de Dios, de su bondad, de su amor, de su voluntad de salvar al hombre, de sus promesas de vida en plenitud. La Palabra de Dios que hoy se nos ofrece abre, con todo, las puertas a la esperanza. Reafirma, una vez más, que Dios no abandona a la humanidad y está decidido a transformar el mundo viejo de egoísmo y de pecado en un mundo nuevo de vida y de felicidad para todos los hombres.

La humanidad no camina hacia el holocausto, hacia la destrucción, hacia el sinsentido, hacia la nada; sino que camina al encuentro de la vida plena, al encuentro de ese mundo nuevo en el que el hombre, con la ayuda de Dios, alcanzará la plenitud de sus posibilidades.

Los cristianos, convencidos de que Dios tiene un proyecto de vida para el mundo, tienen que ser testigos de esperanza. No leen la historia actual de la humanidad como un conjunto de dramas que apuntan hacia un futuro sin salida; sino que ven los momentos de tensión y de lucha que hoy marcan la vida de los hombres y de las sociedades como signos de que el mundo viejo va a ser transformado y renovado, hasta que surja un mundo nuevo y mejor.

Para el cristiano, no tiene ningún sentido dejarse dominar por el miedo, por el pesimismo, por la desesperación, por discursos negativos, por angustias a propósito del fin del mundo. Nuestros contemporáneos tienen que ver en nosotros, no a gente deprimida y asustada, sino personas a quienes la fe les da una visión optimista de la vida y de la historia que caminan, alegres y confiados, al encuentro de ese mundo nuevo que Dios nos prometió.

Es Dios, el Señor de la historia, quien va a hacer nacer un mundo nuevo; con todo, él cuenta con nuestra colaboración en la realización de ese proyecto. La religión no es el opio que adormece a los hombres y les impide comprometerse con la historia.
Los cristianos no pueden quedarse con los brazos cruzados a la espera de que el mundo nuevo caiga del cielo, sino que están llamados a anunciar y a construir, con su vida, con sus palabras, con sus gestos, ese mundo que está en los planes de Dios. Eso implica, antes que nada, un proceso de conversión que nos lleve a suprimir aquello que, en nosotros y en los otros, es egoísmo, orgullo, prepotencia, explotación, injusticia (mundo viejo); eso implica, también, testimoniar con gestos concretos, los valores del mundo nuevo, el compartir, el servicio, el perdón, el amor, la fraternidad, la solidaridad, la paz.

Ese Dios que no abandona a los hombres en su caminar por la historia, viene continuamente a nuestro encuentro para presentarnos sus retos, para hacernos entender sus planes, para indicarnos los caminos que Él nos llama a recorrer. De nuestra parte, necesitamos estar atentos a su proximidad y reconocerle en los signos de los tiempos, en el rostro de los hermanos, en las llamadas de los que sufren y que buscan la liberación. El cristiano no puede cerrarse e ignorar a Dios, sus llamadas y sus proyectos, tiene que estar atento y descubrir los signos a través de los cuales Dios se dirige a los hombres y les señala el camino hacia el mundo nuevo.

Es necesario, además, tener presente que este mundo nuevo, que está permanentemente haciéndose y depende de nuestro testimonio, nunca será una realidad plena en esta tierra (nuestro peregrinar por este mundo estará siempre marcado por nuestra finitud, por nuestras limitaciones, por nuestra imperfección).

El mundo nuevo soñado por Dios es una realidad escatológica, cuya plenitud sólo sucederá después de que Cristo, el Señor, haya destruido definitivamente al mal que nos esclaviza.

Hb 10, 11-14.18 (2ª lectura Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario)

Por última vez, en este año litúrgico, se nos presenta un texto de la Carta a los Hebreos. Esta “Carta” (que, más que una “carta”, es una “homilía”), fue escrita y dirigida a comunidades cristianas que vivían días complicados. A la falta de entusiasmo de muchos de sus miembros en la vivencia del compromiso cristiano, se unía la hostilidad de los enemigos, y las confusiones causadas a la fe comunitaria por ciertos predicadores poco ortodoxos que enseñaban doctrinas extrañas y poco cristianas. Eran, por tanto, comunidades frágiles, cansadas y desalentadas, que necesitaban redescubrir su entusiasmo inicial, revitalizar su compromiso con Cristo y apostar por una fe más coherente y más comprometida.

En este sentido, el autor de la “carta” les presenta el misterio de Cristo, el sacerdote por excelencia, cuya misión es poner a los creyentes en relación con el Padre e insertarlos en ese Pueblo sacerdotal que es la comunidad cristiana. Una vez comprometidos con Cristo, los creyentes son llamados a hacer de su vida un continuo sacrificio de alabanza, de entrega y de amor. De esta forma, el autor ofrece a los cristianos, una profundización y un desarrollo de la fe primitiva, capaz de revitalizar una experiencia de fe debilitada por la hostilidad del ambiente, por la acomodación, por la monotonía y por el enfriamiento del entusiasmo inicial.

El texto que se nos propone forma parte de la conclusión de la reflexión sobre el sacerdocio de Cristo (cf. Heb 10,1-18). Ahí, el autor repite temas desarrollados en los capítulos precedentes, intentado, una vez más, poner de relieve la dimensión salvadora de la misión sacerdotal de Jesús. El objetivo es despertar en el corazón de los creyentes una respuesta adecuada al amor de Dios, manifestado en la acción de Jesús.

Los “sacrificios por el pecado” constituían uno de los pilares del culto israelita. Introducidos en el sistema cultual de Israel en una época relativamente tardía (algunos autores dudan incluso de su existencia antes del Exilio de Babilonia), tenían la función de expiar los pecados del Pueblo y de rehacer la comunión entre los creyentes y Dios. Al ofrecer, sobre el altar del Templo, la vida de un animal, el creyente pedía a Yahvé perdón por su pecado, manifestaba su intención de continuar perteneciendo a la comunidad de Dios y mostraba su voluntad de restablecer esa relación con Dios que el pecado había interrumpido.

El autor de la Carta a los Hebreos está convencido, sin embargo, que los sacrificios ofrecidos buscando el perdón no eran eficaces y no conseguían, de forma duradera, restablecer esa corriente de vida y de comunión entre el Pueblo y Dios. Se trababa de ritos externos y superficiales, que nunca lograban transformar los corazones duros y egoístas de los hombres en corazones capaces de vivir en el amor a Dios y a los hermanos.

Jesús, sin embargo, con la entrega de su vida, consiguió realizar ese objetivo de aproximar a los hombres a Dios. Él obedeció a Dios en todo y ofreció su vida en donación de amor a los hombres. Con su ejemplo y testimonio, propuso a los hombres un camino nuevo, cambió sus corazones y les enseñó a vivir en una total disponibilidad para con los proyectos de Dios, en una entrega total a los hermanos. De esa forma, Jesús venció la lógica del egoísmo y del pecado y puso a los hombres en el camino seguro para formar parte de la familia de Dios. El sacrificio de Jesús, ofrecido de una vez para siempre, liberó, efectivamente, a los hombres de la dinámica del egoísmo y del pecado y les permitió aproximarse a Dios con un corazón renovado, “perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados” (v. 14).

Cumplida su misión en la tierra, Jesús “está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies” (v. 12).

Esta imagen de triunfo y de gloria muestra, no solamente que el camino recorrido por Cristo es un camino que tiene la aprobación de Dios sino, sobre todo, cuál es la “meta” final del caminar del hombre: la divinización, la comunión con Dios, la pertenencia a la familia de Dios.

Si el camino de fidelidad a los proyectos de Dios y de entrega por amor a los hermanos, llevó a Jesús a sentarse a la derecha del Padre, también aquellos que sigan a Jesús llegarán a la misma meta, a sentarse, a su vez, a la derecha de Dios. De esta forma, el autor de la Carta a los Hebreos exhorta a los cristianos a vivir en fidelidad a los compromisos que asumieron con Cristo el día de su Bautismo. Quien, a pesar de las dificultades, recorre el mismo camino de Cristo, está destinado a sentarse “a la derecha de Dios” y a vivir, para siempre, en comunión con Dios.

El pecado, consecuencia de nuestra finitud, es siempre una realidad que impide la comunión plena con Dios y el acceso a la vida verdadera. Es, por tanto, algo que constituye un obstáculo a nuestra realización plena, al nacimiento del Hombre Nuevo.

¿Estaremos, en consecuencia, fatalmente condenados a no realizar nuestra vocación de comunión con Dios y a no concretar nuestro deseo de vida en plenitud? La segunda lectura de este Domingo nos garantiza que Dios no abandona al hombre que realiza, incluso conscientemente, opciones equivocadas. Nuestro egoísmo, nuestro orgullo, nuestra autosuficiencia, nuestra comodidad, nuestro pecado no tienen la última palabra y no nos apartan definitivamente de la comunión con Dios y de la vida eterna; la última palabra es siempre la del amor de Dios y de su voluntad de salvar al hombre.

Jesús, el Hijo amado de Dios, vino al mundo para hacer realidad el proyecto de Dios en el sentido de liberarnos del pecado y de insertarnos en una dinámica de vida eterna. Con su vida y con su testimonio, él nos enseñó a vencer al egoísmo y al pecado y a hacer de la vida un don de amor a Dios y a los hermanos.

En el día de nuestro Bautismo, nos adherimos al proyecto de vida que Jesús nos presentó y pasamos a formar parte de la comunidad de los hijos de Dios. Nos queda, ahora, seguir los pasos de Jesús y recorrer, día a día, ese camino de amor y de servicio que él nos dejó en herencia. Es un compromiso serio y exigente, que necesita ser continuamente renovado.

Nuestro compromiso con Jesús y con su propuesta de vida exige que, como él, vivamos en el amor, en el compartir, en el servicio, si es necesario hasta la entrega total de la vida; exige que luchemos, sin desanimarnos, contra todo aquello que roba la vida del hombre y le impide llegar a la vida plena; exige que seamos, en medio del mundo, testigos de una dinámica nueva, la dinámica del amor.

¿Nuestra vida está siendo coherente con este compromiso?

Cristo gastó toda su existencia en la lucha contra todo aquello que esclaviza al hombre y le roba el acceso a la vida verdadera. Su muerte en cruz fue una consecuencia de su enfrentamiento con las fuerzas del egoísmo y del pecado que oprimían a los hombres. Con todo, la muerte no le venció sino que le “sentó para siempre a la derecha de Dios”. Su triunfo nos garantiza que una vida hecha donación de amor, no es una vida perdida y fracasada, sino que es una vida destinada a la eternidad. Quien, como él, lucha por vencer al pecado que esclaviza a los hombres, ha de llegar a la comunión plena con Dios, a la vida eterna. Esta certeza debe animar nuestro caminar y darnos el coraje para el compromiso.

Aunque las fuerzas de la muerte nos acechen, el ejemplo de Cristo debe animarnos a proseguir nuestro combate contra el egoísmo, la injusticia, la opresión, el pecado.

Dan 12, 1-3 (1ª lectura Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario)

En el 333 antes de Cristo, Alejandro el Magno derrotó a Darío III, rey de los Persas, en la batalla de Issos (Siria).

Palestina, hasta ese momento bajo el dominio de los Persas, quedó integrada en el imperio de Alejandro. Éste procuró imponer la idea de la “oikoumene”, o sea, la idea de un mundo en el que todos los hombres forman parte una sola familia, unidos bajo una sola ley divina, en la que todos los ciudadanos del imperio eran ciudadanos de una misma ciudad y compartían los mismos valores y una misma cultura.

Cuando Alejandro murió, en el 323, el imperio fue disputado entre sus generales. Palestina fue, entonces, objeto de disputa entre los ptolomeos, que ocupaban Egipto, y los seléucidas, que dominaban Siria y Mesopotamia. En un primer momento, los ptolomeos aseguraron el dominio de Palestina y de Siria; pero el seléucida Antíoco III, aliado con Filipos V de Macedonia, acabó venciendo a los ptolomeos (batalla de las fuentes del Jordán, en el año 200 antes de Cristo) y consiguiendo el control de Palestina.

Si el período ptolemaico fue una época de relativa benevolencia hacia la cultura judía, la situación cambió radicalmente durante el reinado del seléucida Antíoco IV Epífanes (174-164). Este rey, interesado en imponer la cultura helénica en todo su imperio, practicó una política de intolerancia seléucida para con la cultura y la religión judías.

La persecución fue dura y los signos de intolerancia seléucida provocaron heridas muy profundas en el universo social y religioso judío. Si muchos judíos renegaban de su fe y asumían los valores helénicos, muchos otros resistían, defendiendo su identidad cultural y religiosa. Unos optaban abiertamente por la insurrección armada (como fue el caso de Judas Macabeo y de sus heroicos seguidores); otros optaron por hacer frente a la prepotencia de los reyes helénicos con su palabra y sus escritos.

El Libro de Daniel surge en este contexto. Su autor es un judío fiel a la cultura y a los valores religiosos de sus antepasados, interesados en defender su cultura y su religión, apostando por mostrar a sus conciudadanos que la fidelidad a los valores tradicionales sería recompensada por Yahvé con la victoria sobre los enemigos.

Contando la historia de un tal Daniel, un judío exiliado en Babilonia, que supo mantener su fe en medio de un ambiente hostil de persecución, el autor del Libro de Daniel pide a sus conciudadanos que no se dejen vencer por la persecución de Antíoco IV Epífanes y que se mantengan fieles a la religión y a los valores de sus padres.

En este libro, el autor les asegura que Dios está del lado de su Pueblo y que recompensará su fidelidad a la Ley y a los mandamientos. Estamos en la segunda mitad del siglo II antes de Cristo, poco antes de la desaparición de la escena de Antíoco (que sucedió el año 164 a. de C.).

Con el libro de Daniel, se inaugura la literatura apocalíptica. En un tiempo de persecución, el autor pretende, (con este género literario que utiliza, frecuentemente, símbolos y un lenguaje cifrado) restaurar la esperanza y asegurar a su Pueblo la victoria de Dios y de sus fieles sobre los opresores.

A los creyentes perseguidos, el autor del libo les anuncia la llegada inminente del tiempo de la intervención salvadora de Dios para salvar al Pueblo fiel. En ese sentido, se refiere a la intervención de “Miguel”, el jefe del ejército celestial, que Dios enviará para castigar a los perseguidores y para proteger a los santos.

En el imaginario religioso judío, “Miguel” es conocido como un espíritu celeste (una especie de ángel protector) que vela por el Pueblo de Dios y que, por mandato divino, opera la liberación de los justos perseguidos, cuyo nombre está inscrito “en el libro de la vida” (v. 1).

Esa intervención inminente de Dios no alcanzará, en la perspectiva de nuestro autor, solamente a aquellos que todavía caminan por la historia; sino que Dios, también, resucitará a los que hayan muerto, a fin de darles el premio por la vida de fidelidad o el castigo por las maldades que practicaron (v. 2).

¿En concreto, el autor está hablando de aquello que solemos llamar “el fin del mundo”? De lo que él habla es de una intervención de Dios que pondrá fin al mundo de injusticia, opresión, prepotencia, muerte y que inaugurará un mundo nuevo, de justicia, de felicidad, de paz, de vida verdadera.

Aquellos que, a pesar de la persecución y del sufrimiento, se mantengan fieles a Dios y a sus valores, esos están destinados a la “vida eterna”. El autor de este texto no explica directamente en qué consistirá esa “vida eterna”, pero los símbolos utilizados (“brillarán como el fulgor del firmamento” y “como las estrellas, por toda la eternidad”, v. 3) evocan la transfiguración de los resucitados. Esa vida nueva que les espera no será una vida semejante a la del mundo presente, sino que será una vida transfigurada.

Esta es la esperanza que debe sostener a los justos, llamados a permanecer fieles a Dios, a pesar de la persecución y de la prueba. Su vida no es, nos asegura nuestro autor, un sinsentido, y no está condenada al fracaso; sino que su constancia y fidelidad serán recompensadas con la vida eterna.

Aunque sin datos muy concretos y sin definiciones muy claras, comienza aquí a esbozarse la teología de la resurrección.

El mensaje de esperanza que nuestro texto nos deja, estaba destinado a animar a los creyentes que sufrían persecución en una época y en un contexto particulares. Sin embargo, es un mensaje válido para los creyentes de todos los tiempos y lugares.

La “persecución” causada por la fidelidad a los valores en los que creemos es una realidad que todos conocemos y que forma parte de nuestra existencia, cuando esta es comprometida.

Hoy, esa “persecución” no siempre es sangrienta; se manifiesta muchas veces en actitudes de marginación o de rechazo, en expresiones humillantes, en actitudes provocativas, en juicios apresurados e injustos, en prejuicios y oposición. Con todo, es siempre una realidad que hace sufrir al Pueblo de Dios. Este texto nos asegura que Dios nunca abandona a su Pueblo en marcha por la historia y que la victoria final será de aquellos que se mantengan fieles a las propuestas y a los caminos de Dios. Esta certeza constituye un “capital de esperanza” que debe animar nuestro caminar diario por el mundo.

El Libro de Daniel apunta, también, hacia la cuestión de la fidelidad a los valores verdaderamente importantes, que se sitúan más allá de las conveniencias políticas y sociales, o de las imposiciones y perspectivas de aquellos que dictan la moda.

Daniel, el personaje central del libro, es una figura interpelante, que nos invita a no transigir con los valores efímeros, sobre todo cuando ponen en peligro los valores esenciales.
El cristiano no es una “caña agitada por el viento”, que, por intereses o por cálculo, olvida los valores y las exigencias fundamentales de su fe; sino que es un “profeta” que, en permanente diálogo con el mundo y sin alejarse de él, intenta dar testimonio de los valores perennes, de los valores de Dios.

La certeza de la presencia de Dios acompañando el caminar de los creyentes y la convicción de que la victoria final será de Dios y de sus fieles, nos permite mirar la historia de la humanidad con confianza y esperanza. El cristiano no puede ser, por tanto, un “profeta de la desgracia”, que tiene permanentemente una perspectiva negra de la historia y que mira el mundo con acidez y pesimismo; sino que tiene que ser una persona alegre y confiada, que mira hacia el futuro con serenidad y esperanza, pues sabe que, presidiendo la historia de los hombres está Dios, protegiendo, cuidando y amando a cada uno de sus hijos.

Nuestro texto asegura la vida eterna a aquellos que intentan vivir en fidelidad a los valores de Dios. La certeza de que la vida no acaba en la muerte, nos libera del miedo y nos da el coraje necesario para el compromiso.
Podemos, serenamente, enfrentarnos en el mundo a las fuerzas de la opresión y de la muerte, porque sabemos que no conseguirán derrotarnos: al final de nuestro caminar por este mundo, está siempre la vida eterna y verdadera, que Dios reserva a los que están “inscritos en el libro de la vida”.

Comentario al evangelio – 12 de noviembre

No sería bueno que nos sacudiésemos nuestras responsabilidades con el fácil pretexto de que se trata de “exageraciones de un oriental”. ¿Se puede trasladar un árbol (Mt dice una montaña) con un poquito de fe? ¿es razonable hundir a alguien en el mar con una rueda de molino al cuello por evitar un pequeño escándalo? Cierto que son hipérboles, tanto en boca de Jesús como en la pluma del evangelista;  pero hipérboles llenas de sentido. La materia a que se aplican no es de broma.

Las comunidades a que se dirige el tercer evangelio tienen varias décadas de rodaje. A diferencia de escritores anteriores, por ejemplo San Pablo en sus cartas, este evangelista no cuenta ya con una inminente vuelta del Señor y el consiguiente fin del mundo, sino con una historia duradera. Y, en esa perspectiva, interesa mucho saber qué es lo que construye a la comunidad y qué es lo que la aparta del proyecto de Jesús.

Con esa preocupación pastoral, Lucas rebusca en el tesoro heredado de Jesús y se encuentra con cuatro dichos suyos (logia)que pueden ser muy oportunos para su propia época (y también para nosotros, creyentes del siglo XXI), cuatro dichos que ponen en guardia frente al escándalo, el rencor, la indiferencia y una fe mezquina.

El escándalo consiste en un modo de hablar o de actuar que puede desorientar a otros en sus convicciones de fe, desviándolos de una vida según el evangelio. Al evangelista le preocupan especialmente los “pequeños”, los “creyente débiles”, necesitados de ejemplos edificantes en vez de acciones cuestionables u opiniones arriesgadas. Para San Pablo, ¡el adalid de la libertad cristiana!, era tan importante evitar el escándalo, que exhortaba así a sus fieles: “que vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles” (1Cor 8,9). La libertad es buena, pero la caridad es más importante.

El dicho de Jesús sobre la corrección fraterna y el perdón nos llega en este evangelio demasiado condensado, hasta dejarnos la impresión de que sólo debemos perdonar al ofensor que se arrepiente. En el lugar paralelo de Mateo (cap. 18) percibimos claramente que se trata de dos deberes diferentes para con los hermanos de comunidad: a) Corrige a quien peca, hasta reorientarle; b) Perdona a quien te ofende.

Corregir al hermano no es tarea fácil; además todos somos pecadores. Sólo cuando corregimos con una gran dosis de humildad y cariño hay alguna probabilidad de éxito; no hay que confundir corrección con reproche agresivo. Y el pedón indefinido (¡hasta siete veces en un día a la misma persona!) implica generosidad, enorme amplitud de corazón, la profunda y gozosa experiencia de haber sido uno mismo perdonado por el Padre. Sin ejercicio de perdón y de corrección fraterna una comunidad no crece.

El dicho de Jesús referente al poder de la fe debe de haber sido muy repetido en la iglesia primitiva; en el evangelio de Mateo lo encontramos hasta dos veces (17,20 y 21,21). En nuestro contexto, parece que el evangelista habla de la necesidad de fe para que sean posibles las prácticas de fraternidad a que acaba de exhortar: corrección y perdón (en vez de indiferencia y rencor). La fe debe de equivaler aquí a una honda identificación con los ideales de Jesús y una firmeza tan fuerte en las propias convicciones, que a uno le den confianza en que puede realizar obras grandes, cooperar así a la construcción de la comunidad. ¡Pues, vamos allá!

Severiano Blanco cmf