Sábado XXXII de Tiempo Ordinario

Hoy es 17 de noviembre, sábado XXXII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (18, 1-8):

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario.» Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.»»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Jesús es el Maestro y nosotros, los cristianos, somos sus discípulos, somos los que acogen sus enseñanzas. Hoy Jesús nos enseña a orar, que es la vía para estar en constante comunicación con Dios. Él mantenía una relación  continua con su Padre Dios y a esto insta Jesús a sus discípulos y, por supuesto, también a nosotros: a orar siempre sin descanso. “El espíritu está pronto pero la carne es débil”. Él sabe que llegarán momentos en que nos cansemos de orar, por eso nos ilustra esta enseñanza con una parábola, para decirnos, entre otras cosas, que cuando lleguen esos momentos hay que seguir orando.

Tenemos que tener muy claro que la oración es el cordón umbilical que nos une a Dios y por tanto es el medio por donde nuestro espíritu y nuestra fe se alimentan, por donde nos llega la vida, así que sin oración el cristiano está muerto. La oración es el termómetro de nuestra fe, según sea tu oración así será tu fe, pues la fe va creciendo con la oración. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: “El fruto de la oración es la fe”

Jesús nos dice que nuestra oración tiene que ser perseverante, sin descanso, día y noche, sin desanimarnos nunca, sabiendo que Dios nos escucha siempre. A veces aparecerán  silencios largos por parte de Dios,  pero nosotros debemos seguir orando pues aunque  su tiempo no es nuestro tiempo, Él antes o después en su gran misericordia atenderá nuestras súplicas.

Hoy celebra la Iglesia la festividad de Santa Isabel de Hungría, una mujer de una oración muy intensa y de una contemplación elevada, que le daba las fuerzas para dar su vida por los pobres y enfermos.

Deseemos estar muy unidos a Dios con nuestra oración perseverante para que cuando vuelva el Hijo del hombre nos encuentre de pie, en vela, orando y firmes en la fe trabajando por su Reino.

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Liturgia 17 de noviembre

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA, religiosa, memoria obligatoria

Misa de la  memoria (blanco)
 
Misal: 1ª oración propia y el resto del común de santos. Prefacio común o de la memoria.
 
Leccionario: Vol. III-par
• 3Jn 5-8. Debemos sostener a los hermanos, para hacernos colaboradores de la verdad.
Sal 111. Dichoso quien teme al Señor.
• Lc 18, 1-8. Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él.
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Antífona de entrada Sal 144, 10-11
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus santos, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.
Acto penitencial
Hermanos, al comenzar la celebración de los sagrados misterios en el día en que veneramos la memoria de santa Isabel de Hungría, quien fue, por la santidad de su vida, un ejemplo de madre, esposa y reina, abramos nuestro corazón para que Jesucristo entre en nosotros y aumente nuestra fe, esperanza y caridad; y ante Él, reconozcamos nuestra pobreza y debilidad, y pidámosle perdón por nuestros pecados.
Yo confieso…
Oración colecta
Oh, Dios,
que concediste a santa Isabel de Hungría
reconocer y venerar a Cristo en los pobres,
concédenos, por su intercesión,
servir con amor infatigable
a los indigentes y a los atribulados.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Oración de los fieles
Oremos a Dios Padre todopoderoso, que no se cansa de dar siempre una oportunidad a los pecadores.
1.- Para que los pastores de la Iglesia atraigan a la fe a todos, especialmente a los que se han apartado de ella y a los que nunca han oído hablar de Jesucristo. Roguemos al Señor.
2.- Para que Jesús llame a muchos jóvenes al ministerio sacerdotal, y  éstos no teman seguirlo con generosidad. Roguemos al Señor.
3.- Para que todos en nuestro país, gobernantes y ciudadanos, nos comprometamos en la promoción del bien común, la justicia, la honestidad y el respeto.
4.- Para que los que son perseguidos a causa de su fe perseveren con valentía en la tribulación y aguarden con paciencia la hora de la siega. Roguemos al Señor.
5.- Para que todos nosotros aprendamos de santa Isabel de Hungría a descubrir a Cristo en el rostro de nuestros hermanos enfermos y necesitados. Roguemos al Señor.
Escucha, Señor, nuestra oración y míranos como miró tu Hijo a Zaqueo, para que sintamos que cada vez que nos perdonas ha entrado la salvación en nuestra casa. Por Jesucristo nuestro Señor.
Oración sobre las ofrendas
Señor, escucha con bondad nuestra súplica
y protégenos con la intercesión de tus santos,
para que tributemos siempre un culto digno
a tu Divina Majestad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión Sal 67, 4
Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría.
Oración después de la comunión
Dios todopoderosos y eterno,
Padre de consuelo y de la paz,
concede a tu pueblo,
reunido en la fiesta de los santos,
para alabar tu nombre,
recibir de tu misericordia,
por el misterio de Cristo
en que ha participado,
la prenda de la eterna redención.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Santa Isabel de Hungría

Santa Isabel de Hungría
(1207-1231)

Sobre la dura corteza espiritual de la Edad Media, hendida por la gracia de Dios, brotó una de las flores más delicadas de la Cristiandad: Santa Isabel de Hungría. Nació en el año 1207 en uno de los castillos -Saróspatak o Posonio- de su padre, Andrés II, rey de Hungría, que la hubo de su primera mujer, Gertrudis, hija de Bertoldo IV, el cual llevaba en sus venas sangre de Bela I, también rey de Hungría, por lo que la princesita Isabel vino a ser el más preciado florón de la estirpe real húngara.

Abrió la princesita sus ojos a la luz en un ambiente de lujo y abundancia que, por divino contraste, fue despertando en su sensible corazón ansias de evangélica pobreza. Desde su privilegiado puesto en la corte descendía, desde muy niña, para buscar a los menesterosos, y los regalos que recibía de sus padres pasaban muy pronto a manos de los pobres. En balde la vestían conforme a su rango principesco, porque aprovechaba el menor descuido para quitarse las sedas y brocados, dárselos a los pobres y volver a palacio con los harapos de la más miserable de sus amiguitas.

Conforme a las costumbres de la época, fue prometida en su más tierna edad a Luis, hijo de Herman I, margrave de Turingia. Este compromiso matrimonial tenía, sin duda, la finalidad política de afianzar la alianza de ambos países contra el rey Felipe de Suabia. Un buen día de primavera -1213-, cuando los campos se desperezaban del gélido sueño invernal, se presentó en el castillo de Posonio una embajada turingia para recoger a la prometida de su príncipe heredero. El rey de Hungría, entonces en la cumbre del poder y riqueza de la dinastía, dotó generosamente a su hija diciendo a los emisarios: «Saludo a vuestro señor y ruego se contente de momento con estas pobres prendas, que, si Dios me da vida, completaré con mayores riquezas». Y revistiendo con palabras tan modestas su jactanciosa exhibición, hizo sacar un cúmulo de tesoros que dejaron admirados a los compromisarios, poco acostumbrados a tales galas en la abrupta y dura comarca de Turingia. El matrimonio tuvo lugar en el año 1221, es decir, al cumplir Isabel sus catorce años, en Wartburg de Turingia. Y de esta manera la princesa, nacida en un país lleno de sol y de abundancia como era Hungría, vino a parar a la dura y pobre tierra germánica.

La pobreza del pueblo estimuló más aún la caridad de la princesa Isabel. Todo le parecía poco para remediar a los necesitados: la plata de sus arcas, las alhajas que trajo como dote y hasta sus propios alimentos y vestidos. En cuanto podía, aprovechando las sombras de la noche, dejaba el palacio y visitaba una a una las chozas de los vasallos más pobres para llevar a los enfermos y a los niños, bajo su manto, un cántaro de leche o una hogaza de pan. Y hasta el propio manto lo entregó un día crudísimo de invierno a una pobre mendiga que temblaba de frío a la vera del camino, y cuál no sería su asombro que, al tender el armiño sobre la chepa de la anciana, vio transfigurarse aquélla en la adorable imagen de Jesucristo. 

Por mucho que escondiera sus mercedes no es raro que éstas llegasen a herir a los espíritus envidiosos y mezquinos. No faltó quien acusó a la princesa ante el propio duque de estar dilapidando los caudales públicos y dejar exhaustos los graneros y almacenes. El margrave Luis quería a su esposa con delirio, pero no pudo resistir, sin duda, el acoso de sus intendentes y les pidió una prueba de su acusación.

— Espera un poco -le dijeron- y verás salir a la señora con la faltriquera llena.

Efectivamente, poco tuvo que esperar el duque para ver a su mujer que salía, como a hurtadillas, de palacio cerrando cautelosamente la puerta. Violentamente la detuvo y la preguntó con dureza:

— ¿Qué llevas en la falda?

— Nada…, son rosas -contestó Isabel tratando de disculparse, sin recordar que estaba en pleno invierno-.

Y, al extender el delantal, rosas eran y no mendrugos de pan lo que Isabel llevaba, porque el Señor quiso salir fiador de la palabra de su sierva.

Parece que su suegra, la duquesa viuda Sofía, no miraba a Isabel con buenos ojos, tal vez porque las mercedes que aquélla hacía eran una acusación a su egoísmo o, simplemente, porque creyera que el cariño de Isabel, en el corazón de Luis, había desplazado al suyo. Con más o menos pasión aprovechaba cualquier oportunidad para desvirtuar a Isabel ante los ojos de su marido. Según cuenta la leyenda, volvió en cierta ocasión el margrave Luis de un largo viaje y, ansioso de abrazar a su esposa, fue a buscarla a la alcoba conyugal. Salió a su encuentro la duquesa Sofía, que había escuchado tras de la puerta voces extrañas en la alcoba, y le previno diciendo:

— Ahora verás, hijo mío, hasta dónde llega la fidelidad de tu esposa.

Forzó la puerta el celoso marido y, al tirar de la cobertura del lecho, vio en él tendida la imagen de Cristo crucificado, en la que se había transfigurado un pobre leproso que Isabel había acostado en su lecho para curarle las llagas.

El celo de los pobres, en los que ella veía siempre la imagen trasunta de Cristo, fue espiritualizando cada vez más su vida. Su alma generosa se asomaba a sus ojos negros y profundos, que brillaban como candelas de amor en las sombrías casuchas de los pobres de Wartburgo. Por muy severas que fuesen sus penitencias, Isabel las recubría con cariño y donaire para no perder el encanto natural ante los ojos de su enamorado esposo. Pero no pudo, en cambio, conciliar su espíritu franciscano con la frivolidad de la vida cortesana.

Bajo la influencia de su confesor, extremadamente severo, Conrado de Marburgo, que la prohibió incluso probar ciertos manjares, Isabel vino a ser una viviente acusación contra una corte un tanto licenciosa, que empezó a conspirar contra la princesa extranjera.

Mientras su marido fue su amparo, nada tuvo que temer la princesa Isabel, pero llegó un día en que en los oídos del príncipe Luis sonó, como llamada irresistible, el clarín convocando a cruzada en nombre de Federico II. Isabel no quiso ser un obstáculo en el camino del príncipe cristiano que ofrecía su lanza para rescatar el Santo Sepulcro. Ya su padre, el rey Andrés II, había regresado sobreviviente de la quinta cruzada, y cada vez era más difícil vencer la desilusión y la indiferencia de los reyes y de los pueblos cristianos por coronar tan caballerosa empresa. El noble corazón de Luis se creyó, sin duda, más obligado a dar ejemplo y, dejando sola a su esposa, partió con sus caballeros, con propósito de embarcarse en Otranto para unirse a la cruzada. Pocos meses después, Isabel recibía, de manos de un emisario turingio, la cruz de su marido, que había muerto víctima de una epidemia.

Así, pues, a los veinte años -1227- la princesa Isabel quedó viuda y desamparada en una corte extranjera y hostil, y fue entonces cuando realmente empezó su calvario. Su cuñado Herman, queriendo desplazar a los hijos de Luis de la herencia del Ducado, acusó a Isabel de prodigalidad, y en verdad que ella había volcado hasta el fondo de su arca para remediar la miseria del pueblo en el temible «año del hambre» que Europa entera atravesaba. Las acusaciones de Herman encontraron eco en la corte, y la princesa Isabel, expulsada de palacio, tuvo que buscar refugio con sus tres hijos y la compañía de dos sirvientas en Marburgo, la patria de su madre. En tan difícil situación la socorrieron sus tíos, la abadesa Mectildis de Kitzingen y el obispo de Bamberg, que ya había abandonado el proyecto que tuvo de casarla de nuevo.

El pontífice Gregorio IV nombró a Conrado de Marburgo su «defensor». Los buenos oficios que éste desplegó consiguieron, por fin, que la princesa fuese indemnizada con una importante suma y se le asignasen unas posesiones en la villa de Marburgo. Pero Isabel ya nada tenía que la ligase al mundo, y solemnemente, en la iglesia de los Frailes Menores de Eisenach, renunció a sus bienes, vistió el hábito gris de la Tercera Orden y se consagró enteramente y de por vida a practicar heroicamente la caridad. Años después -1228-29- emprendió la construcción del hospital de Marburgo, cuya capilla puso bajo la advocación del Padre Seráfico, San Francisco de Asís, recientemente canonizado.

Por aquel entonces regresaban los cruzados de los Santos Lugares ardiendo en fiebres y con sus carnes maceradas por la lepra, y a ellos dedicaba Isabel sus más amorosos cuidados, en recuerdo, sin duda, de su marido, muerto muy lejos del alcance de sus manos.

Isabel, firme en su propósito de dedicar su vida a los pobres y enfermos, buscando en ellos al propio Jesucristo, rechazó una y otra vez la llamada de su padre, el rey de Hungría, que, valiéndose de nobles emisarios y hasta de la autoridad episcopal, trataba de convencerla de que regresase a su país. En cambio, acudió solícita a la llamada de su Señor, y a los veinticuatro años -1231- subió al cielo a recibir el premio merecido por haber aplicado el agua a tantos labios sedientos, curado tantas heridas ulceradas y consolado tantos corazones oprimidos. 

La fama de su santidad quedó bien patente en el entierro, que conmovió toda la comarca. Poco después de su muerte, las jerarquías religiosas de tres países y Conrado de Turingia, gran maestre que fue de la Orden Teutónica, promovieron en la Santa Sede la declaración de sus heroicas virtudes, y el proceso terminó con la solemne ceremonia de la canonización el 27 de mayo de 1235 en Perusa, todavía en vida de su padre, Andrés II de Hungría. Su festividad fue fijada para el 19 de noviembre [pero, en la actualidad, se celebra el 17 del mismo mes]. Unos meses más tarde fue colocada la primera piedra de la catedral gótica de Marburgo y en ella se rindió el primer testimonio de veneración a la santa princesa por el emperador Federico II al frente de su pueblo.

Santa Isabel de Hungría ha sido erigida como Patrona de la Tercera Orden Franciscana y son muchas las congregaciones religiosas dedicadas a la caridad que llevan su nombre, y más de setenta los templos que la tienen por Patrona.

Javier Martín Artajo

Laudes – Santa Isabel de Hungría

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA. (MEMORIA)

 

LAUDES
(Oración de la mañana)

INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Ant. Venid, adoremos al Señor, aclamemos al Dios admirable en sus santos.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Venid, adoremos al Señor, aclamemos al Dios admirable en sus santos.

Himno: FINÍSIMO FUE EL LINO CON QUE ELLA.

Finísimo fue el lino con que ella
fue tejiendo, a lo largo de su vida,
esa historia de amor que la hace bella
a los ojos de Dios y bendecida.

Supo trenzar con tino los amores
del cielo y de la tierra, y santamente
hizo altar del telar de sus labores,
oración desgranada lentamente.

Flor virgen, florecida en amor santo,
llenó el hogar de paz y joven vida,
su dulce fortaleza fue su encanto,
la fuerza de su amor la fe vivida.

Una escuela de fe fue su regazo,
todos fueron dichosos a su vera,
su muerte en el Señor fue un tierno abrazo,
su vida será eterna primavera. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Es bueno tocar para tu nombre, oh altísimo, y proclamar por la mañana tu misericordia.

Salmo 91 – ALABANZA A DIOS QUE CON SABIDURÍA Y JUSTICIA DIRIGE LA VIDA DE LOS HOMBRES.

Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes
sobre arpegios de cítaras.

Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.

Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos no temerán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.

El justo crecerá como una palmera
y se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;

en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Es bueno tocar para tu nombre, oh altísimo, y proclamar por la mañana tu misericordia.

Ant 2. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo.

Cántico: DIOS RENOVARÁ A SU PUEBLO – Ez 36, 24-28

Os recogeré de entre las naciones,
os reuniré de todos los países,
y os llevaré a vuestra tierra.

Derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará:
de todas vuestras inmundicias e idolatrías
os he de purificar;
y os daré un corazón nuevo,
y os infundiré un espíritu nuevo;
arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra,
y os daré un corazón de carne.

Os infundiré mi espíritu,
y haré que caminéis según mis preceptos,
y que guardéis y cumpláis mis mandatos.

Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres.
Vosotros seréis mi pueblo
y yo seré vuestro Dios.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo.

Ant 3. De la boca de los niños de pecho, Señor, has sacado una alabanza.

Salmo 8 MAJESTAD DEL SEÑOR Y DIGNIDAD DEL HOMBRE.

Señor, dueño nuestro,
¡que admirable es tu nombre
en toda la tierra!

Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos;
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él;
el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:

rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por las aguas.

Señor, dueño nuestro,
¡que admirable es tu nombre
en toda la tierra!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. De la boca de los niños de pecho, Señor, has sacado una alabanza.

LECTURA BREVE   Rm 12, 1-2

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.

RESPONSORIO BREVE

V. Dios la socorre al despuntar la aurora.
R. Dios la socorre al despuntar la aurora.

V. Teniendo a Dios en medio no vacila.
R. Al despuntar la aurora.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Dios la socorre al despuntar la aurora.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros.

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR      Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros.

PRECES

Unidos, hermanos, a las mujeres santas, aclamemos a Jesús, nuestro Salvador, y supliquémosle diciendo:

Ven, Señor Jesús.

Señor Jesús, que perdonaste a la mujer pecadora sus muchos pecados porque tenía mucho amor,
perdónanos también a nosotros porque hemos pecado mucho.

Señor Jesús, que fuiste asistido en tu misión evangélica por mujeres piadosas,
haz que también nosotros seamos fieles en nuestra misión apostólica.

Señor Jesús, a quien María escuchaba y Marta servía,
concédenos servirte siempre con fe y amor.

Señor Jesús, que llamaste hermano, hermana y madre a todos los que cumplen tu voluntad,
haz que todos nosotros la cumplamos siempre de palabra y de obra.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Fieles a la recomendación del Salvador, digamos al Padre común:

Padre nuestro…

ORACION

Dios nuestro, que concediste a santa Isabel de Hungría el don de reconocer y venerar a Cristo en los pobres, concédenos, por su intercesión, que sirvamos siempre a los necesitados y afligidos con una incansable caridad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Oficio de lecturas – Santa Isabel de Hungría

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA. (MEMORIA)

Era hija de Andrés, rey de Hungría, y nació el año 1207; siendo aún niña, fue dada en matrimonio a Luis, landgrave de Turingia, del que tuvo tres hijos. Vivía entregada a la meditación de las cosas celestiales y, después de la muerte de su esposo, abrazó la pobreza y erigió un hospital en el que ella misma servía a los enfermos. Murió en Marburgo el año 1231.

 

OFICIO DE LECTURA

 

INVITATORIO

Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. Venid, adoremos al Señor, aclamemos al Dios admirable en sus santos.

 

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: DICHOSA LA MUJER QUE HA CONSERVADO

Dichosa la mujer que ha conservado,
en su regazo, con amor materno,
la palabra del Hijo que ha engendrado
en la vida de fe y de amor pleno.

Dichosas sois vosotras, que en la vida
hicisteis de la fe vuestra entereza,
vuestra gracia en la Gracia fue asumida,
maravilla de Dios y de belleza.

Dichosas sois vosotras, que supisteis
ser hijas del amor que Dios os daba,
y así, en la fe, madres de muchos fuisteis,
fecunda plenitud que nunca acaba.

No dejéis de ser madres, en la gloria,
de los hombres que luchan con anhelo,
ante Dios vuestro amor haga memoria
de los hijos que esperan ir al cielo. Amén.

SALMODIA

Ant 1. El Señor convoca cielo y tierra, para juzgar a su pueblo.

Salmo 49 I – LA VERDADERA RELIGIOSIDAD

El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
viene nuestro Dios, y no callará.

Lo precede fuego voraz,
lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra,
para juzgar a su pueblo:

«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio.»
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor convoca cielo y tierra, para juzgar a su pueblo.

Ant 2. Invócame el día del peligro y yo te libraré.

Salmo 49 II

«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
-yo, el Señor, tu Dios-.

No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;

pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.

Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?

Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Invócame el día del peligro y yo te libraré.

Ant 3. El sacrificio de acción de gracias me honra.

Salmo 49 III

Dios dice al pecador:
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?

Cuando ves un ladrón, corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;

te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.»

Atención los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.

El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El sacrificio de acción de gracias me honra.

V. No dejamos de orar y pedir por vosotros.
R. Que lleguéis al pleno conocimiento de la voluntad de Dios.

PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Macabeos 3, 1-26

JUDAS MACABEO

Cuando murió Matatías, le sucedió su hijo Judas, llamado Macabeo. Todos sus hermanos y los que habían seguido a su padre le ofrecieron apoyo y sostuvieron con entusiasmo la guerra de Israel.

Él dilató la gloria de su pueblo; como gigante revistió la coraza y se ciñó sus armas de guerra. Empeñó batallas, protegiendo al ejército con su espada, semejante al león en las hazañas, como cachorro que ruge sobre su presa. Persiguió a los impíos hasta sus rincones, dio a las llamas a los perturbadores de su pueblo. Por el miedo que les infundía, se apocaron los impíos, se sobresaltaron todos los que obraban la iniquidad; la liberación en su mano alcanzó feliz éxito.

Amargó a muchos reyes, regocijó a Jacob con sus hazañas: su recuerdo será eternamente bendecido. Recorrió las ciudades de Judá, exterminó de ellas a los impíos y apartó de Israel la cólera. Su nombre llegó a los confines de la tierra y reunió a los que estaban perdidos.
Apolonio reunió gentiles y un numeroso contingente de Samaria para llevar la guerra a Israel. Judas, al tener noticia de ello, salió a su encuentro, lo venció y lo mató. Muchos sucumbieron y los demás se dieron a la fuga. Recogido el botín, Judas tomó para sí la espada de Apolonio y en adelante entró siempre en combate con ella. Serón, capitán del ejército de Siria, al saber que Judas había congregado en torno suyo una multitud de fieles y gente de guerra, se dijo:

«Conseguiré un nombre y alcanzaré gloria en el reino atacando a Judas y a los suyos, que desprecian las órdenes del rey.»

Partió, pues, a su vez, y subió con él una potente tropa de impíos para ayudarlo a tomar venganza de los hijos de Israel. Cuando se aproximaba a la subida de Bet-Jorón, le salió al encuentro Judas con unos pocos hombres. Al ver éstos el ejército que se les venía encima, dijeron a Judas:

«¿Cómo podremos combatir, siendo tan pocos, con una multitud tan grande y tan fuerte? Además estamos extenuados por no haber comido hoy en todo el día.»

Judas respondió:

«Es fácil que una multitud caiga en manos de unos pocos. Al cielo le da lo mismo salvar con muchos que con pocos; que en la guerra no depende la victoria de la muchedumbre del ejército, sino de la fuerza que viene del cielo. Ellos vienen contra nosotros rebosando insolencia e impiedad con intención de destruirnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, y hacerse con nuestros despojos; nosotros, en cambio, combatimos por nuestras vidas y nuestras leyes; el Señor los quebrantará ante nosotros; no los temáis.»

Cuando acabó de hablar, se lanzó de improviso sobre los enemigos, y Serón y su ejército fueron derrotados ante él. Los persiguieron por la pendiente de Bet-Jorón hasta la llanura. Unos ochocientos sucumbieron y los restantes huyeron al país de los filisteos. Comenzaron a ser temidos Judas y sus hermanos y el espanto se apoderó de los gentiles circunvecinos. Su nombre llegó hasta el rey y en todos los pueblos se comentaban las batallas de Judas.

RESPONSORIO    1M 3, 20. 22. 19. 21. 22

R. Ellos vienen contra nosotros rebosando insolencia e impiedad; pero vosotros no los temáis: * no depende la victoria de la muchedumbre del ejército, sino de la fuerza que viene del cielo.
V. Nosotros combatimos por nuestras vidas y nuestras leyes; el Señor los quebrantará ante nosotros.
R. No depende la victoria de la muchedumbre del ejército, sino de la fuerza que viene del cielo.

SEGUNDA LECTURA

De una Carta escrita por Conrado de Marburgo, director espiritual de santa Isabel
(Al Sumo pontífice, año 1232: A. Wyss, «Hessisches Urkundenbuch» 1, Leipzig 1879, 31-35)

ISABEL RECONOCIÓ Y AMÓ A CRISTO EN LA PERSONA DE LOS POBRES

Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio de su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos.

Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacia la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta.

En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por lá gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad; allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados.

Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez como, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol.

Antes de su muerte la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación; finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente.

RESPONSORIO    Jdt 15, 11; Hch 10, 4

R. Actuaste con valor, y tu corazón tuvo fortaleza porque amaste la castidad: * por eso serás por siempre bendita.
V. Tus oraciones y tus obras de caridad han subido hasta Dios como el sacrificio del memorial.
R. Por eso serás por siempre bendita.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios nuestro, que concediste a santa Isabel de Hungría el don de reconocer y venerar a Cristo en los pobres, concédenos, por su intercesión, que sirvamos siempre a los necesitados y afligidos con una incansable caridad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.