I Vísperas – Santa María Madre de Dios

I VÍSPERAS

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Señor Jesús, el hombre en este suelo
cantar quiere tu amor,
y, junto con los ángeles del cielo,
te ofrece su loor.

Este Jesús en brazos de María
es nuestra redención;
cielos y tierra con su brazo unía
de paz y de perdón.

Tú eres el Rey de paz, de ti recibe
su luz el porvenir;
Ángel del gran Consejo, por ti vive
cuanto llega a existir.

A ti, Señor, y al Padre la alabanza,
y de ambos el Amor.
Contigo al mundo llega la esperanza;
a ti gloria y honor. Amén.

SALMO 112

Ant. ¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad.

SALMO 147

Ant. Cuando naciste inefablemente de la Virgen, se cumplieron las Escrituras: descendiste como el rocío sobre el vellón para salvar a los hombres. Te alabamos, Dios nuestro.

Glorifica al Señor, Jerusalén:
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando naciste inefablemente de la Virgen, se cumplieron las Escrituras: descendiste como el rocío sobre el vellón para salvar a los hombres. Te alabamos, Dios nuestro.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. En la zarza que Moisés vio arder sin consumirse, reconocemos tu virginidad admirablemente conservada. Madre de Dios, intercede por nosotros.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. En la zarza que Moisés vio arder sin consumirse, reconocemos tu virginidad admirablemente conservada. Madre de Dios, intercede por nosotros.

LECTURA: Ga 4, 4-5

Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

RESPONSORIO BREVE

R/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, aleluya.
V/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, aleluya.

R/ Y acampó entre nosotros.
V/ Aleluya, aleluya.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ La Palabra se hizo carne. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Por el gran amor que Dios nos tiene, nos ha mandado a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado: nacido de una mujer, nacido bajo la ley. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Por el gran amor que Dios nos tiene, nos ha mandado a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado: nacido de una mujer, nacido bajo la ley. Aleluya.

PRECES

Bendito sea el Señor Jesús, nuestra paz, que ha venido para hacer de dos pueblos uno solo. Supliquémosle, diciendo:

Concede, Señor, tu paz a todos los hombres.

  • Tú que al nacer has revelado la bondad de Dios y su amor al hombre,
    — ayúdanos a vivir siempre en acción de gracias por todos tus beneficios.
  • Tú que hiciste a María, tu madre, llena de gracia,
    — concede también la abundancia de tu gracia a todos los hombres.
  • Tú que viniste a anunciar la Buena Noticia de Dios al mundo,
    — multiplica los ministros y los oyentes de tu mensaje.
  • Tú que has querido nacer de la Virgen María para ser nuestro hermano,
    — haz que todos los hombres sepamos amarnos como hermanos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

  • Tú que apareciste en el mundo como el sol que nace de lo alto,
    — revela la claridad de tu presencia a los difuntos y haz que puedan contemplarte cara a cara.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

Amén.

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Lectio Divina – 31 de diciembre

Lectio: Lunes, 31 Diciembre, 2018

Tiempo de Navidad

1) Oración inicial
Dios todopoderoso y eterno, que has establecido el principio y la plenitud de toda religión en el nacimiento de tu Hijo Jesucristo: te suplicamos nos concedas la gracia de ser contados entre los miembros vivos de su Cuerpo, porque sólo en él radica la salvación del mundo. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del santo Evangelio según Juan 1,1-18
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre sino que nacieron de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama: «Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.» Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.
 
3) Reflexión
• El Prólogo es la primera cosa que se ve al abrir el evangelio de Juan. Pero fue la última en ser escrita. Es el resumen final, puesto en el comienzo. En él, Juan describe la caminada de la Palabra de Dios. Ella estaba junto a Dios, desde antes de la creación y por medio de ella todo fue creado. Todo lo que existe es expresión de la Palabra de Dios. Como la Sabiduría de Dios (Prov 8,22-31), la Palabra quiso llegar más cerca de nosotros y se hizo carne en Jesús. Vino en medio de nosotros, realizó su misión y volvió a Dios. Jesús es esta Palabra de Dios. Todo lo que dice y hace es comunicación que nos revela al Padre.
• Diciendo «En el principio era la Palabra», Juan evoca la primera frase de la Biblia que dice: «En el principio Dios creó el cielo y la tierra» (Gn 1,1). Dios creó todo por medio de su Palabra. «El habló y las cosas empezaron a existir» (Sl 33,9; 148,5). Todas las criaturas son una expresión de la Palabra de Dios. Esta Palabra viva de Dios, presente en todas las cosas, brilla en las tinieblas. Las tinieblas intentan apagarla, pero no lo consiguen. La búsqueda de Dios, siempre nueva, renace en el corazón humano. Nadie consigue taparla. ¡No conseguimos vivir sin Dios por mucho tiempo!
• Juan Bautista vino para ayudar al pueblo a que descubriera y saboreara esta presencia luminosa y consoladora de la Palabra de Dios en la vida. El testimonio de Juan el Bautista fue tan importante, que mucha gente pensaba de él que era el Cristo (Mesías). (Hechos 19,3; Jn 1,20) Por eso, el Prólogo aclara diciendo: «¡Juan no era la luz! Vino para dar testimonio de la luz!»
• Así como la Palabra de Dios se manifiesta en la naturaleza, en la creación, asimismo se manifiesta en el «mundo», esto es, en la historia de la humanidad y, en particular, en la historia del pueblo de Dios. Pero el “mundo» no reconoció ni recibió la Palabra. El «vino para los suyos, pero los suyos no le recibieron». Aquí, cuando dice mundo, Juan quiere indicar el sistema tanto del imperio como de la religión de la época, ambos encerrados en si mismos y, por esto mismo, incapaces de reconocer y recibir la Buena Nueva (Evangelio), la presencia luminosa de la Palabra de Dios.
• Pero las personas que se abren aceptando la Palabra, se vuelven hijos e hijas de Dios. La persona se vuelve hijo o hija de Dios no por propios méritos, ni por ser de la raza de Israel, sino por el simple hecho de confiar y creer que Dios, en su bondad, nos acepta y nos acoge. La Palabra de Dios entra en la persona y hace con que ella se siente acogida por Dios como hija, como hijo. Es el poder de la gracia de Dios.
• Dios no quiere quedarse lejos de nosotros. Por esto, su Palabra llegó más cerca todavía y se hizo presente en medio de nosotros en la persona de Jesús. El Prólogo dice literalmente: «La Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros» Antiguamente, en el tiempo del éxodo, allí en el desierto Dios vivía en una tienda en medio del pueblo (Ex 25,8). Ahora, la tienda donde Dios mora con nosotros es Jesús, «lleno de gracia y de verdad» Jesús vino a revelar quién es este Dios nuestro, que está presente en todo, desde el comienzo de la creación.
 
4) Para la reflexión personal
• Todo lo que existe es una expresión de la Palabra de Dios, una revelación de su presencia. ¿Será que soy suficientemente contemplativo para poder percibir y experimentar esta presencia universal de la Palabra de Dios?
• ¿Qué significa para mí poder ser llamado hijo de Dios?
 
5) Oración final
Griten de gozo los árboles del bosque,
delante de Yahvé, que ya viene,
viene, sí, a juzgar la tierra!
Juzgará al mundo con justicia,
a los pueblos con su lealtad. (Sal 96,12-13)

Lunes de la Octava de Navidad

El evangelio de la Natividad sigue resonando como un eco en nuestros oídos: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

Por medio de esa Palabra que estaba junto a Dios y era Dios se hizo todo lo que ha llegado a la existencia. En esa Palabra primigenia y creadora había vida, y vida inteligente y libre, lo cual hace de ella un ser vivo dotado de inteligencia y libertad. Y la vida era la luz de los hombres. No parece posible la vida sin luz. ¿Qué sería de la tierra sin la luz del sol? Sin el sol, o una estrella semejante, la tierra sería un lugar helado, oscuro y desértico: un lugar inhabitable, sin vida. La luz, tanto como el agua, es un elemento imprescindible para la vida que nosotros conocemos en la tierra. Decir que la vida es la luz es hacer de esa vida fuente de vida, puesto que la luz engendra y sostiene la vida. Y la luz brilla, porque no puede no brillar si se mantiene luz. Pero la luz brilla no en la luz (quizá sí en una luz menos potente), sino en la tiniebla; y ésta, si es muy tenebrosa, puede oponer resistencia a la misma luz. La luz suele abrirse paso en la tiniebla, pero no siempre lo consigue. No lo consigue cuando la tiniebla es una nube muy densa, espesísima e infranqueable.

Cristo, venido como luz a este mundo, tuvo sus introductores; primero fueron los profetas del AT.; después será el Precursor, Juan el Bautista, que hizo su aparición para testificar de la luz, ya presente en nuestro mundo. Él, aunque también iluminaba con su palabra y con su vida, no era la luz, sino testigo de la luz; por tanto, alguien que señalaba dónde estaba la luz para que tornáramos nuestras miradas hacia ella y nos dejáramos iluminar por ella, de modo que viniéramos a la fe. Aquí, venir a la fe es dejarse iluminar por esta luz sobrevenida. Y, en cuanto testigo de la luz, Juan cumplía la función de señalar al que había venido al mundo como luz, siendo la Palabra que estaba en el principio junto a Dios y era Dios.

En el tiempo, llegaba detrás de él, pues Juan era su precursor, pero acabará sobrepasándole –como reconoce el mismo Juan- y estando por delante de él, puesto que, en cuanto Palabra que estaba en el principio, existía antes que él. El testigo va por delante de aquello de lo que testifica, pero acaba siendo sobrepasado por lo que es objeto de su testimonio, puesto que está al servicio de éste. Así sucede con Juan como testigo de Cristo, de cuya plenitud todos recibimos gracia tras gracia. Él es la plenitud de los dones divinos que nos vienen por su medio desde la fontalidad del Padre. Por eso se dice que por medio de él nos vinieron la gracia y la verdad, dones que proceden del Donante supremo, el Padre de todos los dones.

Se trata de la gracia y la verdad que salvan. No acoger estos dones que nos llegan con Jesucristo, luz del mundo, es privarse de bienes salvíficos y quedar, por tanto, excluidos de la salvación ofertada. Pero esto no es imposible. La densidad de la tiniebla puede impedir la penetración de la luz. De hecho se dice, confirmando esta posibilidad, que la Palabra, que era la luz verdadera (y única) que alumbra a todo hombre, y que vino al mundo, en el que en cierto modo ya estaba, porque el mundo se hizo por su medio, no fue recibida ni conocida por ese mundo que era su hechura.

Es el caso de una criatura (=hechura) consciente –con capacidad para el reconocimiento de la realidad- que no reconoce a su Hacedor, una criatura en la que la tiniebla se ha hecho tan densa que resiste a la luz, esa luz que alumbra a todo hombre. Es el caso de alguien que viene a su casa y los suyos no lo reciben. Algo muy grave tiene que acaecer para que esto suceda, para que se produzca este rechazo. Se trata de la casa construida por él, del mundo hecho por él; se trata de sus criaturas, más suyas aún que los propios hijos, pues estos son el fruto de su potencia engendradora, pero aquellas lo son de su potencia creadora, hechura suya por entero. Mas el simple hecho de haber sido dotados de voluntad nos hace capaces de cerrar la puerta al que viene a su casa o los ojos al que viene como luz, nos hace capaces de despreciar esa luz que viene a proporcionarnos vida y vida abundante. Pero el que desprecia la luz se cierra a la vida.

Esto es lo que nos da a conocer el que ha venido al mundo como luz, el Hijo único que está en el seno del Padre, que es el único exegeta fiable de ese Dios que permanece en la invisibilidad, ese Dios al que nadie ha visto jamás.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID,
Dr. en Teología Patrística

Episcopalis communio – Francisco I

6. También el Sínodo de los Obispos debe convertirse cada vez más en un instrumento privilegiado para escuchar al Pueblo de Dios: «Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales, el don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama»[23].

Por tanto, aunque en su composición se configure como un organismo esencialmente episcopal, el Sínodo no vive separado del resto de los fieles. Al contrario, es un instrumento apto para dar voz a todo el Pueblo de Dios precisamente por medio de los Obispos, constituidos por Dios «auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia»[24], mostrándose de Asamblea en Asamblea como una expresión elocuente de la sinodalidad en cuanto «dimensión constitutiva de la Iglesia»[25].

Así pues, como afirmó Juan Pablo II, «cada Asamblea General del Sínodo de los Obispos es una experiencia eclesial intensa, aunque sigue siendo perfectible en lo que se refiere a las modalidades de sus procedimientos. Los Obispos reunidos en el Sínodo representan, ante todo, a sus propias Iglesias, pero tienen presente también la aportación de las Conferencias episcopales que los han designado y son portadores de su parecer sobre las cuestiones a tratar. Expresan así el voto del Cuerpo jerárquico de la Iglesia y, en cierto modo, el del pueblo cristiano, del cual son sus pastores»[26].


[23] Discurso en la Vigilia de oración de preparación al Sínodo sobre la familia (4 octubre 2014).

[24] Discurso en el 50 aniversario del Sínodo de los Obispos (17 octubre 2015).

[25] Ibíd.

[26] Pastores gregis, 58.

Homilía – Santa María, Madre de Dios

AÑO NUEVO, ¿VIDA NUEVA?

ALGO MÁS QUE BUENOS DESEOS

¡Feliz año nuevo! os deseo de todo corazón. ¡Feliz año nuevo! hemos deseado y nos han deseado. Pero, como queremos a los que hemos felicitado, esta felicitación no puede reducirse a un simple buen deseo, sino que ha de traducirse en un buen compromiso. Es positivo saber que el otro quiere que yo viva un año feliz. Pero con los solos deseos del amigo, de la familia o del compañero no van a llegar la felicidad ni el éxito.

Es oportuno evocar a este respecto el pensamiento de Santiago en ¡o que se refiere a la ayuda al indigente. «Si llama a tu puerta un hombre harapiento, tiritando de frío y con el estómago vacío, tendiendo su mano suplicante, y tú le dices: ‘Se me parte el alma verte así, ¡procura buscarte algo de comer y algo con qué defenderte del frío y un lugar donde cobijarte’, ¿de qué le serviría que le dieras sólo palabras de aliento? ¿No serían, acaso, un sarcasmo?» (St 2,14-16). ¿De qué serviría decir a las personas que están a mi lado: ¡Te deseo un año muy feliz! si, siendo yo la causa de muchos de sus sufrimientos, si pudiendo darles una mano para alentarles o proporcionarles paz, no lo hago? ¿No es esto una especie de befa y de mofa?

El gran regalo que hemos de hacernos unos a otros al comienzo del año no ha de reducirse a desearnos un año próspero y feliz, sino que ha de consistir en comprometernos a hacernos mutuamente felices, siendo fieles y solidarios los unos con los otros a lo largo de los 365 días del periodo que iniciamos. Qué oportuno, prometedor y confortador resultaría que nos preguntáramos mutuamente: «¿Qué es lo que hay en mi vida que os molesta u os resta felicidad? ¿Qué es lo que en mi vida crea tensiones, conflictos, agresividades, que impiden la armonía, la paz y la alegría a mi alrededor? ¿Qué es lo que

hay en mi vida, en mis actitudes, en mis palabras, que te resulta alentador, que te hace más feliz, que proporciona paz y ayuda, para potenciarlo durante el año que iniciamos? ¿Qué podría hacer de positivo que no hago para convertirlo en compromiso? Esto sí que ayudaría a que ese gran saco de semillas que es el año que hemos comenzado se convierta en una gran cosecha…

 

UN SURTIDOR DE PAZ EN TU CORAZÓN

Hoy es un día de mentalización para la paz, para que este don mesiánico nos llene de júbilo durante todo el año. Pero es preciso que esa paz nazca dentro, tenga su surtidor en lo profundo del corazón.

No hace falta que nos lo digan los psicólogos o los sociólogos: Los hombres y las mujeres del primer mundo estamos cargados de mucha agresividad, a veces reprimida y sofocada, pero activa y perturbadora. Agresividad nacida de los celos y recelos, de los temores y ansiedades, de la competitividad… Con frecuencia la raíz profunda está en la falta de reconciliación con uno mismo. Alguien expresaba esta desavenencia consigo mismo diciendo: Justo a mí me tocó ser yo. Y cuando alguien está a disgusto consigo mismo o está en contradicción con su conciencia, la emprende a empujones y a guantazos con los demás. Todo esto hace que se acumulen sentimientos de frustración, de desencanto, de agresividad secreta, quizás a nivel inconsciente, olvidando lo mucho positivo que está al alcance. Por eso, el camino de la paz pasa inexorablemente por la reconciliación con uno mismo, con Dios y con los demás.

Dos llamadas autorizadas a la paz que nace del corazón. La primera es de Teresa de Jesús, la mujer de los mil conflictos y, con todo, embargada por dentro de paz. Exhorta: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, nada le falta: ¡Sólo Dios basta!». Es la paz que prometió Jesús a los que creen de verdad en él: «Mi paz os dejo; mi paz os doy, no como la da el mundo» (Jn 14,27).

La otra invitación es del gran sabio jesuita, Teilhard de Chardin: «Piensa que estás en las manos de Dios, tanto más fuertemente cogido, cuanto más decaído y triste te encuentres. Vive feliz, te lo suplico. Vive en paz. Que nada sea capaz de quitarte tu paz: ni la fatiga psíquica, ni tus fallos morales. Haz que brote. Y conserva siempre sobre tu rostro una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor continuamente te dirige».

Sólo quien tiene una fuente de paz así, en lo hondo del corazón, puede promover y regalar paz a los demás. La paz crece vigorosa con la confianza en Dios. Es fruto del amor y de la justicia.

ARTESANOS DE LA PAZ

Es preciso tener en cuenta que «paz» no es una realidad puramente negativa; no se trata de la paz de los cementerios, que no es paz sino muerte. No es hombre de paz el «mosca muerta»; no es hombre de paz el que dice y practica: «cada uno en su casa y Dios en la de todos»; no son hombres de paz los que solamente viven un pacto de no agresión. Eso no es vivir en paz, eso es vivir en solitario. Ésa es, repito, la paz de los cementerios.

Jesús proclama bienaventurados no a los que se encierran en sí mismos, se desentienden porque no quieren líos, sino a los pacificadores, a los que se la juegan porque las personas vivamos como hermanos reconciliados: «Dichosos los que trabajan por la paz» (Mt 5,9).

La paz es un don y, al mismo tiempo, una tarea. Es un don mesiánico que regala el Príncipe de la paz a sus seguidores. Pero es un don que hemos de compartir. Cada cristiano ha de ser un luchador por la paz.

La comunidad cristiana y la «Iglesia doméstica» (la familia cristiana) están llamadas a ser un espacio verde en medio de una sociedad crispada. Con su vida reconciliada, fraterna, pacífica, han de gritar al mundo que la paz es posible, que podemos superar las causas de la división, que las personas podemos convivir como hermanos. Y, si no, venid y lo veréis en nosotros. La comunidad cristiana no sólo ha de estar libre de crispaciones, enfrentamientos y luchas, sino que ha de dar un testimonio positivo de unidad, de armonía, como la comunidad de Jerusalén, que «tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). Lo contrario sería un escándalo grave que ahuyenta fatalmente a los que pretenden acercarse a ella precisamente en busca de paz. La comunidad cristiana ha de ser zona de paz, campamento de refugiados, mediadora en los conflictos, pacificadora, siempre en misión de paz, sobre todo con su propia vida.

Anthony de Mello, con una parábola sugerente, expresa la triste forma de convivir de muchos colectivos humanos. Van en el autobús turístico de la vida por unas zonas de indescriptible encanto: lagos, montañas, ríos, valles verdísimos. Pero los turistas tienen las ventanillas del autobús echadas; no se enteran de lo que hay más allá de ellas. Se pasan el viaje discutiendo sobre quién tiene derecho a ocupar el mejor asiento del autobús, a quién hay que aplaudir, quién es el más digno de consideración; se pelean por contar un chiste, cantar una canción y recibir un premio… Y así llegan al final del viaje sin haberse enterado de nada. Así es, tristemente, la vida de muchas personas, familias, comunidades y colectividades. ¡Qué manera de perder la vida y de amargársela a los demás!

Oremos desde lo profundo de nuestro ser como Francisco de Asís: «Haz de nosotros, Señor, durante este año que empezamos, instrumentos de tu paz». Así será para nosotros un año vital y santo de verdad.

Atilano Alaiz

Mt 2, 1-12 (Evangelio Epifanía del Señor)

El episodio de la visita de los magos al niño de Belén, es un episodio simpático y tierno que, a lo largo de los siglos, ha provocado un fuerte impacto en los sueños y fantasías de los cristianos. Sin embargo, conviene recordar que estamos, aún, en el ámbito del “Evangelio de la Infancia”; y que los hechos narrados en esta sección no son la descripción exacta de acontecimientos históricos, sino una catequesis sobre Jesús y su misión.

En otras palabras: Mateo no está, aquí, interesado en presentar un reportaje periodístico que cuente la visita oficial de tres jefes de estado extranjeros a la gruta de Belén; sino que está interesado en (recorriendo los símbolos e imágenes muy expresivos para los primeros cristianos) presentar a Jesús como el enviado de Dios Padre, que viene a ofrecer la salvación de Dios a los hombres de toda la tierra.

El análisis de los distintos detalles del relato, confirma que la preocupación del autor (Mateo) no es de tipo histórico, sino catequético.

Notemos, en primer lugar, la insistencia de Mateo en el hecho de Jesús haya nacido en Belén de Judá (cf. V. 1.5.6.7). Para entender esta insistencia, hemos de recordar que Belén era la tierra natal del rey David y que Belén estaba ligada a la familia de David. Afirmar que Jesús nació en Belén, es ligarlo a esos anuncios proféticos que hablaban del Mesías como el descendiente de David que había de nacer en Belén (cf. Mi 5,1.3; 2 Sm 5,2) y restaurar el reino ideal de su padre. Con esta nota, Mateo quiere calmar a aquellos que pensaban que Jesús había nacido en Nazaret y que veían esto como un obstáculo para reconocerle como el Mesías liberador.

Notemos, en segundo lugar, la referencia a una estrella “especial” que apareció en el cielo en este tiempo que condujo a los “magos” hacia Belén. La interpretación de esta referencia como histórica llevó a algunos cálculos astronómicos complicados para concluir que en el año 6 antes de Cristo, una conjunción de planetas explicaría el fenómeno luminoso de la estrella refulgente mencionada por Mateo; otros, andaban buscando un cometa que, por esa época, debería haber surcado los cielos del antiguo Medio Oriente… En realidad, es inútil buscar en los cielos la estrella o el cometa en cuestión, pues Mateo no está narrando hechos históricos. Según la creencia popular de la época, el nacimiento de un personaje importante era acompañado de la aparición de una nueva estrella. También la tradición judía anunciaba al Mesías como la estrella que surge de Jacob (cf. Nm 24,17). Por lo tanto, es con estos elementos con los que la imaginación de Mateo, puesta al servicio de la catequesis, va a inventar la “estrella”. Mateo está, sobre todo, interesado en ofrecer a los cristianos de su comunidad argumentos seguros para rebatir a aquellos que negaban que Jesús era ese mesías esperado.

Tenemos, aun, la figura de los “magos”. La palabra griega “magos” usada por Mateo, abarca un vasto elenco de significados y es aplicada a personajes muy diversos: magos, hechiceros, charlatanes, sacerdotes persas, propagandistas religiosos. Aquí, podría designar a astrólogos mesopotámicos, en contacto con el mesianismo judío. Sea como fuere, esos “magos” representan, en la catequesis de Mateo, a esos pueblos extranjeros de los que hablaba la primera lectura (cf. Is 60,1-6), que se ponen en camino hacia Jerusalén con sus riquezas (oro e incienso) para encontrar la luz salvadora de Dios que brilla sobre la ciudad santa. Jesús es, en opinión de Mateo y de la catequesis de la Iglesia primitiva, esa “luz”.

Además de una catequesis sobre Jesús, este relato recoge, de forma paradigmática, dos actitudes que se van a repetir a lo largo de todo el Evangelio: el Pueblo de Israel rechaza a Jesús, al paso que los “magos” de oriente (que son paganos) lo adoran; Herodes y Jerusalén “quedan perturbados” ante la noticia del nacimiento del niño y planean su muerte, mientras que los paganos sienten una gran alegría y reconocen en Jesús a su salvador.

Mateo anuncia, de esta forma, que Jesús va a ser rechazado por su Pueblo, pero va a ser acogido por los paganos, que entrarán a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. El itinerario seguido por los “magos”, refleja el camino que los paganos recorrerán hasta encontrar a Jesús: están atentos a las señales (estrella), perciben que Jesús es la luz que trae la salvación, se ponen decididamente en camino para encontrarlo, preguntan a los judíos, que conocen las Escrituras, qué hacer, encuentran a Jesús y le adoran como “el Señor”. Es muy posible que un gran número de pagano-cristianos de la comunidad de Mateo descubriesen en este relato las etapas de su mismo camino en dirección a Jesús.

Considerad las siguientes cuestiones:

En primer lugar, meditemos las actitudes de los distintos personajes que Mateo nos presenta: los “magos”, Herodes, los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo. Ante Jesús, el libertador enviado por Dios, estos personajes asumen actitudes diversas, que van desde la adoración (los “magos”), hasta el rechazo total (Herodes), pasando por la indiferencia (los sacerdotes y los escribas: ninguno de ellos se preocupó en ir al encuentro de ese Mesías que ellos conocían bien por los textos sagrados).

¿Nos identificamos con alguno de estos grupos? ¿No es posible que “conozcamos las Escrituras”, como profesionales de la religión y, después, dejemos que las propuestas y los valores de Jesús no nos afecten?

Los “magos” son presentados como los “hombres de los signos”, que saben ver en la “estrella” la señal de la llegada de liberación.
¿Somos personas atentas a las “señales”, esto es, somos capaces de leer los acontecimientos de nuestra historia y de nuestra vida a la luz de Dios? ¿Procuramos percibir los “signos” que aparecen en nuestro camino por voluntad de Dios?

Impresiona también, en el relato de Mateo, la “desinstalación” de los “magos”: vieron la “estrella”, dejaron todo, arriesgaron todo y fueron en busca de Jesús.
¿Somos capaces de tener la misma actitud de desinstalación, o estamos demasiado pegados a nuestro sofá, a nuestro colchó especial, a nuestra televisión, a nuestra comodidad? ¿Somos capaces de dejarlo todo para responder a las llamadas que Jesús nos hace a través de nuestros hermanos?

Los “magos” representan a los hombres de todo el mundo que van al encuentro de Cristo, que acogen la propuesta liberadora que él trae y que se postran ante él. Es la imagen de la Iglesia, esa familia de hermanos, constituida por gente de muchos colores y razas, que se adhieren a Jesús y que lo reconocen como su Señor.

Ef 3, 2-3a. 5-6 (2ª lectura Epifanía del Señor)

La carta a los Efesios (cuya autoría paulina algunos discuten por cuestiones de lenguaje, de estilo y de teología), se presenta como una “carta de cautividad”, escrita por Pablo en prisión (los que aceptan la autoría paulina de esta carta discuten cual es el lugar donde Pablo está preso, en este momento, aunque la mayoría ligue la carta al cautiverio de Pablo en Roma entre los años 61 – 63).

Es, de cualquier forma, una presentación sólida de una catequesis bien elaborada y madurada. La carta (tal vez una “carta circular”, enviada a varias comunidades cristianas de la parte occidental del Asia Menor), parece presentar una especie de síntesis del pensamiento paulino.

El tema más importante de la carta a los Efesios es aquello que el autor llama “el misterio”: se trata del proyecto salvador de Dios, definido y elaborado desde siempre, escondido durante siglo, revelado y concretizado plenamente en Jesús, comunicado a los apóstoles y, en los “últimos tiempos”, hecho presente en el mundo por la Iglesia.

En la parte dogmática de la carta (cf. Ef 1,3-3,19), Pablo presenta su catequesis sobre “el misterio”: después de un himno que pone de relieve la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la obra de la salvación (cf. Ef 1,3-14), el autor habla de la soberanía de Cristo sobre los poderes angélicos y de su papel de cabeza de la Iglesia (cf. Ef 1,15-23); después, reflexiona sobre la situación universal del hombre, sumergido en el pecado y afirma la iniciativa salvadora y gratuita de Dios en favor del hombre (cf. Ef 2,1-10); expone todavía, cómo es que Cristo, realizando “el misterio”, llevó a cabo la reconciliación de los judíos y de los paganos en un solo cuerpo, que es la Iglesia (cf. 2,11-22). El texto que se nos propone, viene en esta secuencia: en él, Pablo se presenta como testigo del “misterio” ante los judíos y ante los paganos (cf. Ef 3,1- 13).

A Pablo, apóstol como los Doce, también le fue revelado “el misterio”. Es ese “misterio” que Pablo aquí desvela a los creyentes del Asia Menor. Pablo insiste en que, en Cristo, llegó la salvación definitiva a los hombres; y esa salvación no está destinada exclusivamente a los judíos, sino que se destina a todos los pueblos de la tierra, sin excepción. Pablo es, por llamamiento divino, el heraldo de esta noticia. Percibimos así por qué Pablo se siente el gran heraldo de la “buena noticia” de Jesús entre los paganos.

Ahora, judíos y gentiles son miembros de un mismo y único “cuerpo” (el “cuerpo de Cristo” o Iglesia), comparten el mismo proyecto salvador que les hace, igual que a los judíos, “hijos de Dios” y todos participan de la promesa hecha por Dios a Abraham (cf. Gn 12,3), promesa cuya realización Cristo llevó a cabo.

La reflexión puede hacerse a partir de los siguientes elementos:

La perspectiva de que Dios tiene un proyecto de salvación para ofrecer a su Pueblo, ya enunciada en la primera lectura, tiene, aquí, nuevos desarrollos. La primera novedad es que Cristo es la revelación y la realización de ese proyecto. La segunda novedad es que ese proyecto no se destina solamente a “Jerusalén” (al mundo judío), sino que es ofrecido a todos los pueblos, sin excepción.

La Iglesia “cuerpo de Cristo”, es la comunidad de aquellos que acojan “el misterio”. En ella, blancos y negros, pobres y ricos, rumanos y magrebíes, son beneficiarios de la acción salvadora y liberadora de Dios, en las mismas circunstancias.
¿Tenemos, verdaderamente, conciencia de que es en esta comunidad de creyentes donde se revela hoy en el mundo el proyecto salvador que Dios ofrece a todos los hombres?

¿Se transparenta en la vida de nuestras comunidades, realmente, el amor de Dios? ¿Nuestras comunidades son verdaderas comunidades fraternas, donde todos se aman sin distinción de raza, de color o de estatus social?

Todos somos destinatarios del misterio y todos somos “hijos de Dios” y hermanos los unos de los otros. Esa fraternidad, implica el amor sin límites, el compartir, la solidaridad.
¿Nos sentimos solidarios con todos los hermanos que comparte con nosotros esta gran casa que es el mundo?

¿Nos sentimos responsables por la suerte de todos nuestros hermanos, incluso de aquellos que están separados de nosotros por la geografía, por la diversidad de culturas y de razas?

Is 60, 1-6 (1ª lectura Epifanía del Señor)

Los capítulos 56-66 del Libro de Isaías son llamados convencionalmente como el “Tercer Isaías”. Se trata de un conjunto de textos cuya proveniencia no está totalmente consensuada. Para algunos, son textos de un profeta anónimo del post exilio, que ejerció su ministerio en Jerusalén tras el regreso de los exiliados de Babilonia, en los años 537 –520 antes de Cristo; para la mayoría, se trata de textos que provienen de diversos autores postexílicos y que fueron escritos a lo largo de un arco de tiempo relativamente largo (probablemente entre los siglo VI y V antes de Cristo). De cualquier forma, estamos en la época que sigue al Exilio y en una Jerusalén en reconstrucción. La marcas del pasado aún se notan en las piedras calcinadas de la ciudad; los judíos que se establecieron en la ciudad son, aún, pocos; la pobreza de los exiliados hace que la reconstrucción sea lenta y muy modesta; los enemigos están a la expectativa y la población está desanimada. Se sueña, mientras tanto, con ese día futuro en el que va a llegar Dios a traer la salvación definitiva a su Pueblo. Entonces, Jerusalén volverá a ser una ciudad bella y armoniosa, el Templo será reconstruido y Dios habitará para siempre en medio de su Pueblo.

El texto que se nos propone es una glorificación de Jerusalén, la ciudad de la luz, la “ciudad de los dos soles” (el sol naciente y el sol poniente: por su situación geográfica, la ciudad es iluminada desde que nace el día hasta que se pone el sol.)

Inspirado, sin duda, por el sol naciente que ilumina las bellas piedras blancas de las construcciones de Jerusalén y viendo la ciudad transfigurarse por la mañana (y brillar en medio de las montañas que la rodean), el profeta sueña con una Jerusalén muy diferente de aquella que los retornados del Exilio conocen; esa nueva Jerusalén se levantará cuando llegue la luz salvadora de Dios, que dará a la ciudad un nuevo rostro. En ese día, Jerusalén atraerá hacia sí las miradas de todos los que esperan la salvación. Como consecuencia, la ciudad será abundantemente repoblada (con el regreso de muchos “hijos” e “hijas” que, hasta ahora, asustados por las condiciones de pobreza y de inestabilidad todavía no se decidieron a regresar); en aquel lugar, pueblos de toda la tierra, atraídos por la promesa del encuentro con la salvación de Dios, convergirán hacia Jerusalén, inundándola de riquezas (sobretodo incienso para el servicio del Templo) y cantando las alabanzas de Dios.

La reflexión puede hacerse a partir de las siguientes líneas:

Como telón de fondo de este texto (y de la liturgia de este día) está la afirmación de eterna preocupación de Dios con la vida y la felicidad de esos hombres y mujeres a quienes él creó. Sean cuales fueren las vueltas que la historia dé, Dios está allí, vivo y presente, acompañando el caminar de su Pueblo y ofreciéndole la vida definitiva. Esta “fidelidad” de Dios calienta nuestro corazón y renueva nuestra esperanza. Caminamos por la vida con la cabeza levantada, confiando en el amor infinito de Dios y en su voluntad de salvar y liberar al hombre.

Es preciso, sin duda, ligar la llegada de la “luz” salvadora de Dios a Jerusalén (anunciada por el profeta) con el nacimiento de Jesús. El proyecto de liberación que Jesús vino a traer a los hombres será la luz que vence a las tinieblas del pecado y de la opresión y que da al mundo un rostro más brillante de vida y de esperanza. ¿Reconocemos en Jesús la “luz” liberadora de Dios? ¿Estamos dispuestos a aceptar que esa “luz” nos libere de las tinieblas del egoísmo, del orgullo y del pecado? ¿Esa “luz”, a través de nosotros, calienta el mundo y el corazón de nuestros hermanos y transforma todo en una nueva realidad?

En la catequesis cristiana de los primeros tiempos, esta Jerusalén nueva, que ya “no necesita de sol ni de luna para iluminarla, porque es iluminada por la gloria de Dios”, es la Iglesia, la comunidad de los que se adhieren a Jesús y acogen la luz salvadora que él vino a traer (cf. Ap 21,10-14.23-25). ¿En nuestras comunidades cristianas y religiosas brilla la luz liberadora de Jesús? ¿Son, por su brillo, una luz que atrae a los hombres? ¿Nuestras desavenencias y conflictos, nuestra falta de amor y de compartir, nuestros celos y rivalidades, no contribuyen a apagar el brillo de esa luz de Dios que deberíamos reflejar?

¿Hay espacio para todos los que buscan la luz liberadora de Dios en nuestra Iglesia? ¿Los hermanos que tienen la vida destrozada o que no se compartan de acuerdo con las reglas de la Iglesia, son acogidos, respetados y amados? ¿Las diferencias propias de la diversidad de culturas son vistas como una riqueza que es preciso preservar, o son rechazadas como amenazas a la uniformidad?

Comentario al evangelio – 31 de diciembre

Llegamos al último día del año. Hoy es momento para traer a nuestra oración dos actitudes nacidas de un corazón inquieto: por un lado, el agradecimiento por el tiempo vivido y por otro, el deseo de crecer y mejorar nuestra vida en el nuevo tiempo que se nos regala. Es inevitable al finalizar el año hacer balance de lo vivido y elaborar una lista de propósitos de mejora para el próximo. Al realizar este sano ejercicio de reflexión y revisión del año podemos caer en la tentación de la nostalgia, de dejarnos llevar por la tristeza y el desconsuelo de lo que no sucedió en el año que termina, de los deseos frustrados o de las pérdidas que sufrimos. Agua pasada no mueve molino, dice el refrán. Por eso te propongo que hagas la revisión del dos mil dieciocho en clave de agradecimiento. Agradece a Dios todo lo vivido: lo bueno y lo malo, lo esperado y lo inesperado, el gozo y el dolor. Porque todo sirve para tu crecimiento, porque Dios ha querido acompañarte en todos los momentos del año, en los dulces y en los amargos y ha estado ahí contigo, a tu lado. El tiempo es un regalo y Dios te ha regalado un año más de vida. Gracias mi Dios.

Segundo, ofrécele al Señor este nuevo año que comienza. No haciéndote una lista muy ambiciosa y larga de objetivos de mejora: dejar de fumar, comer menos, hacer más ejercicio…etc, sino de dejarle a Él, en tu tiempo de oración, que te haga la lista, que te diga, te susurre qué le gustaría a Él que tú intentaras hacer en el nuevo año que te regala. Déjate iluminar, pregúntale qué quiere de ti, qué puedes hacer tú por Él, que te ayude a crecer en la dirección que Él sueña de ti para vivir un año de “gracia del Señor”, un dos mil diecinueve lleno de su presencia. ¿Cómo? Siguiendo la máxima de “actúa como todo dependiera de ti y sólo de ti, pero confía como si todo dependiera de Dios y solo de Dios”. Trabajamos con Dios, hacemos con Él.

La Palabra de este último día del año nos presenta las claves para poder realizar nuestra revisión. La carta de Juan nos recuerda que “estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis”, conocemos al Señor que nos cuida y nos sostiene todos los días de nuestra vida; está con nosotros. No nos dejemos seducir por falsos dioses ni doctrinas en este nuevo año, permanezcamos fieles al Señor, en actitud de vigilancia. Por otro lado, el Evangelio nos recuerda que la Palabra es la Vida y la Luz, y la vida auténtica no se halla en el hombre mismo, sino en el autor de la vida, dueño también de la historia y del tiempo.

Con alegría y con gozo deseamos a todos los lectores y lectoras de Ciudad Redonda un ¡Feliz Año 2019 lleno de Dios para todos ustedes, sus familiares y amigos!
¡Qué Dios los bendiga en este año más de vida que nos concede!

Juan Lozano, cmf