Miq 5, 1-4a (1ª lectura Domingo IV de Adviento)

El profeta Miqueas vivió y ejerció su ministerio en Judá, entre los siglos VIII y VII antes de Cristo.

Es originario del medio rural y conoce bien los problemas de los pequeños agricultores, víctimas de los latifundistas sin escrúpulos. Por otro lado, su tierra natal (Moreset Gat) está rodeada de fortalezas militares; la presencia de esas fortalezas y de funcionarios reales, hace que los habitantes de esa región sufran violencia, robos, impuestos excesivos, trabajos forzados.

Lo más grave es que los opresores consideran que Dios está de su lado e invocan las grandes tradiciones religiosas de Israel para justificar su opresión.

El libro de Miqueas comienza describiendo (Mi 1-3) los graves pecados de Israel y de Judá subrayando, sobre todo, los pecados sociales, presentándolos como una infidelidad grave a los compromisos asumidos en el ámbito de la “alianza” y denunciando esta “teología de opresión”.

Sin embargo el texto que se nos propone hoy, está integrado en la segunda parte del libro (que la mayor parte de los comentaristas admiten que no viene de Miqueas, sino de un profeta anónimo de la época del exilio en Babilonia), donde se presentan un conjunto de oráculos de salvación, destinados a animar la esperanza del Pueblo (Mi 4-5).

El texto retoma las promesas mesiánicas.

En un cuadro de injusticia y de sufrimiento, y, por tanto, de frustración y de desánimo, el profeta anuncia la llegada de un personaje, en el futuro, que reinará sobre el Pueblo de Dios.

Ese personaje, enviado por Dios, será de la descendencia davídica, que restaurará ese tiempo de paz, de justicia y de abundancia que el Pueblo de Dios conoció en la época ideal del rey David.

En la última frase de esta lectura (“éste será nuestra paz”), define el contenido concreto de esta esperanza; la palabra “shalom” aquí utilizada, significa tranquilidad, ausencia de violencia y de conflicto, pero también bienestar, abundancia de vida, en una palabra, felicidad plena.

La reflexión de este texto puede hacerse de acuerdo con los siguientes puntos:

La lectura cristiana ve en esta propuesta de Dios transmitida por Miqueas, una referencia a Jesús, el descendiente de David, nacido en Belén.

page3image1830272La misión de Jesús no pasa, sin embargo, por la instauración del trono político de David (un reino que se impone por la fuerza, por la riqueza, por las jugadas políticas y diplomáticas), sino por la propuesta de un reino de paz y de amor en el corazón de los hombres.

Los cristianos, seguidores de Jesús, son la comunidad que aceptó la invitación para formar parte de ese “reino” de paz y de amor que Jesús vino a proponer. ¿Es ese el “reino” que nos esforzamos por construir?
¿Estamos, verdaderamente, comprometidos con la causa de la paz, preocupándonos en eliminar todo aquello que destruye la vida o la dignidad de cualquier hombre o cualquier mujer?

¿Cómo reaccionamos ante las injusticias, las arbitrariedades, el sufrimiento, la miseria: con conformismo y miedo, o con el espíritu profético de los miembros de la comunidad del “reino” de Jesús?

El mensaje de este texto nos hace constatar, también, la presencia continua de Dios en la historia humana.
A pesar del egoísmo y del pecado de los hombres, Dios continúa preocupándose por nosotros, queriéndonos indicar qué caminos recorrer para encontrar la felicidad. La venida de Cristo, aquél que es “la Paz”, se inserta en esta dinámica.

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