Vísperas – Lunes II de Navidad

VÍSPERAS

LUNES II de NAVIDAD

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Confiada mira la luz dorada
que a ti hoy llega, Jerusalén:
de tu Mesías ve la alborada
sobre Belén.

El mundo todo ve hoy gozoso
la luz divina sobre Israel;
la estrella muestra al prodigioso
rey Emmanuel.

Ya los tres magos, desde el Oriente,
la estrella viendo, van de ella en pos;
dan sus primicias de amor ferviente
al niño Dios.

Ofrenda de oro que es Rey declara,
incienso ofrece a Diso su olor,
predice mirra muerte preclara,
pasión, dolor.

La voz del Padre, Cristo, te llama
su predilecto, sobre el Jordán.
Dios en los hombres hoy te proclama
valiente Juan.

Virtud divina resplandecía
del que del agua vino sacó,
cuando el anuncio de eucaristía
Caná bebió.

A darte gloria, Señor, invita
la luz que al hombre viniste a dar,
luz que nos trae gloria infinita
de amor sin par. Amén.

SALMO 44: LAS NUPCIAS DEL REY

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu centro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.

SALMO 44: 

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

Escucha, hija, mira: inclina tu oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
la traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. ¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.

LECTURA: 2P 1, 3-4

Cristo, por su divino poder, nos ha concedido todo lo que conduce a la vida y a la piedad, dándonos a conocer al que nos ha llamado con su propia gloria y potencia. Con eso nos ha dado los inapreciables y extraordinarios bienes prometidos, con los cuales podéis escapar de la corrupción que reina en el mundo por la ambición, y participar dle mismo ser de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Será la bendicón de todos los pueblos.
V/ Será la bendicón de todos los pueblos.

R/ Lo proclmarán dichoso todas las razas de la tierra.
V/ Todos los pueblos.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Será la bendicón de todos los pueblos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Al ver la estrella, los magos se llenaron de inmensa alegría; y, entrando en la casa, ofreciendo al Señor oro, incienso y mirra.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al ver la estrella, los magos se llenaron de inmensa alegría; y, entrando en la casa, ofreciendo al Señor oro, incienso y mirra.

PRECES

Bendito sea el Señor Jesucristo, que ha visitado a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte a fin de iluminarlos; supliquémosle, diciendo:

Oh Cristo, sol que naces de lo alto, iluminanos con tu luz.

Señor Jesucristo, que al venir al mundo diste nacimiento a la Iglesia, tu cuerpo,
— haz que esta Iglesia crezca y se construya en la caridad.

Tú que con tu poder gobiernas el cielo y la tierra,
— haz que los pueblos y sus gobernantes reconozcan y confiesen tu soberanía divina.

Tú que, en el seno de María Virgen, desposaste místicamente la humanidad con la divinidad,
— bendice a las vírgenes que se han consagrado a ti para ser tus esposas.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que, al unirte a nuestra naturaleza mortal, destruiste la muerte introducida por el pecado,
— transforma en vida eterna la muerte de nuestros difuntos.

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:
Padre nuestro…

ORACION

Te pedimos, Señor, que tu divina luz ilumine nuestros corazones; con ella avanzaremos a través de las tinieblas del mundo, hasta llegar a la patria donde todo es eterna claridad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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Lectio Divina – 7 de enero

Lectio: Lunes, 7 Enero, 2019

Tiempo de Navidad

1) Oración inicial
Te pedimos, Señor, que tu divina luz ilumine nuestros corazones; con ella avanzaremos a través de las tinieblas del mundo hasta llegar a la patria, donde todo es eterna claridad. Por nuestro Señor. Amen.
 
2) Lectura
Del santo Evangelio según Mateo 4,12-17.23-25
Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y dejando Nazaret, vino a residir en Cafarnaún junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí; para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías:
¡Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, allende el Jordán,
Galilea de los gentiles!
El pueblo que habitaba en tinieblas
ha visto una gran luz;
a los que habitaban en paraje de sombras de muerte
una luz les ha amanecido.
Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.»
Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama llegó a toda Siria; y le trajeron todos los que se encontraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó. Y le siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán.

3) Reflexión

• Una breve información sobre el objetivo del Evangelio de Mateo. El Evangelio de Mateo fue escrito en la segunda mitad del siglo primero, para animar a las comunidades, frágiles y pequeñas, de los judíos convertidos que vivían en la región de Galilea y de Siria. Sufrían persecuciones y amenazas de parte de los hermanos judíos por el hecho de aceptar a Jesús como Mesías y acoger a los paganos. Para fortalecerlas en la fe, el evangelio de Mateo insiste en decir que Jesús es realmente el Mesías y que la salvación que él trae no es solamente para los judíos, sino para toda la humanidad. Luego, al comienzo de su evangelio, en la genealogía, Mateo ya apunta a la vocación universal de Jesús, ya que como “Hijo de Abraham” (Mt 1,1.17) él será “fuente de bendición para todas las naciones” (Gén 12,3). En la visita de los magos, llegados de Oriente, sugiere de nuevo que la salvación se dirige a los paganos (Mt 2,1-12). En el texto del evangelio de hoy, muestra como la luz que brilla en la “Galilea de los Gentiles” brilla también fuera de las fronteras de Israel, en la Decápolis y más allá del Jordán (Mt 4,12-25). Más adelante, en el Sermón del Monte, Jesús dirá que la vocación de la comunidad cristiana es ser “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13-14) y pide amor para los enemigos (Mt 5,43-48). Jesús es el Siervo de Dios que anuncia el derecho a las naciones (Mt 12,18). Ayudado por la mujer cananea, el mismo Jesús supera las fronteras de la raza (Mt 15,21-28). Supera también las leyes de la pureza que impedían la apertura del Evangelio para los paganos (Mt 15,1-20). Y al final cuando Jesús envía a sus discípulos a todas las Naciones, queda aún más clara la universalidad de la salvación (Mt 28,19-20). Asimismo, las comunidades están llamadas a abrirse a todos, sin excluir a nadie, pues todos están llamados a vivir como hijos e hijas de Dios.
• El evangelio de hoy describe como se inició esta misión universal. Fue la noticia de la prisión de Juan Bautista la que llevó a Jesús a empezar su predicación. Juan había dicho:»Arrepentíos, porque el Reino de Dios está cerca» (Mt 3,2). Por esto fue encarcelado por Herodes. Cuando Jesús supo que Juan estaba preso, volvió a Galilea anunciando el mismo mensaje:»Arrepentíos porque el Reino de Dios está cerca» (Mt 4,17) Con otras palabras, desde el comienzo, la predicación del evangelio traía riesgos, pero Jesús no se echó atrás. De este modo, Mateo anima a las comunidades que estaban corriendo los mismos riesgos de persecución. Y cita el texto de Isaías: «El pueblo que yacía en las tinieblas vio una gran luz.» Al igual que Jesús, las comunidades están llamadas a ser “Luz de los pueblos».
• Jesús comienza el anuncio de la Buena Noticia andando por toda Galilea. No se queda parado, esperando que la gente llegue y vaya a él. El mismo va a las reuniones de la gente, a las sinagogas, para anunciar su mensaje. La gente le lleva a los enfermos, a los endemoniados, y Jesús acoge a todos y los sana. Este servicio a los enfermos forma parte de la Buena Noticia y revela a la gente la presencia del Reino.
• Así, la fama de Jesús se extiende por toda la región, atraviesa las fronteras de Galilea, penetra en Judea, llega hasta Jerusalén, va hasta allá del Jordán y alcanza Siria y la Decápolis. Allí en estas regiones se encontraban las comunidades para quienes Mateo estaba escribiendo su evangelio. Ahora, saben que a pesar de todas las dificultades, están siendo esa luz que brilla en las tinieblas.
 
4) Para la reflexión personal
• ¿Será que alguna luz irradia de ti para los demás?
• Hoy muchos se encierran en la religión católica. ¿Cómo vivir hoy la universalidad de la salvación?
 
5) Oración final
Haré público el decreto de Yahvé:
Él me ha dicho: «Tú eres mi hijo,
hoy te he engendrado. (Sal 2,7)

Vino a traernos paz

Oh, Dios, Creador del universo,
que extiendes tu preocupación paternal
sobre cada criatura y que guías los eventos de la historia
a la meta de la salvación;
reconocemos tu amor paternal
que a pesar de la resistencia de la humanidad
y, en un mundo dividido por la disputa y la discordia,
Tú nos haces preparar para la reconciliación.
Renueva en nosotros las maravillas de tu misericordia;
envía tu Espíritu sobre nosotros,
para que él pueda obrar
en la intimidad de nuestros corazones;
para que los enemigos puedan empezar a dialogar;
para que los adversarios puedan estrecharse las manos;
y para que las personas puedan
encontrar entre sí la armonía.
Para que todos puedan comprometerse
en la búsqueda sincera por la verdadera paz;
para que se eliminen todas las disputas,
para que la caridad supere el odio,
para que el perdón venza el deseo de venganza.

Comentario del 7 de enero

El evangelista nos informa de que al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan el Bautista se retiró a Galilea, una región menos expuesta al control de las autoridades judías y romanas. A Jesús podían relacionarle fácilmente con el Bautista y hacer que corriera la misma suerte, frustrando la misión desde sus comienzos. Lo cierto es que el cese de la actividad del Bautista coincide con los inicios de la actividad pública de Jesús. Una vez que Juan, el precursor, ha cumplido su tarea, deja paso a aquel sobre el que había visto descender el Espíritu, a Jesús, el Mesías.

Jesús se retira a Galilea, pero no se establece en Nazaret, sino en Cafarnaúm, ciudad marinera y sinagogal, quizá un mejor escenario para su actividad misionera. Pero el evangelista ve en esta decisión el cumplimiento de una profecía; pues Isaías había dicho: «País de Zabulón y país de Neftalí  (territorio en el que se encontraba Cafarnaúm), camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte una luz les brilló». Galilea, tierra de gentiles y, por tanto, región en la que se concentraban las tinieblas del paganismo, sería la primera en percibir esa gran luz que comenzó a brillar con la predicación y las acciones milagrosas de Jesús.

Se trata de la luz del Evangelio, esta Buena Noticia que venía a ser como un impresionante foco de luz para los habitantes de aquellas tierras. Porque la Buena Noticia se ofrecía no sólo en forma de palabras cargadas de una enorme fuerza y novedad, sino también en forma de acciones extraordinarias capaces de curar todo tipo de enfermedades y dolencias. Las curaciones se sumaban a las palabras y todo ello constituía la presencia inusitada de un novum de irresistible atractivo. Jesús se convirtió al instante en foco de atención, en centro de miradas, en luz brillante que no dejaba indiferente a nadie.

Había un tema monográfico, aunque con múltiples derivaciones y matices, en su predicación: el Reino de los cielos, una realidad personal y colectiva, abarcante y absorbente, celeste (de los cielos) y terrestre (en la tierra), de Dios y de los hombres, una realidad que llegaba con él y que reclamaba conversión, esto es, atención, seguimiento, concentración, aprecio, exclusión (de lo que no es Reino). Jesús decía: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Estaba tan cerca que podían tocarlo, y beneficiarse de él, y dejarse sembrar o fermentar por él, y conformar una comunidad en él, y empezar a vivir bajo su ley (el amor) y a respirar en su atmósfera. Para todo ello se requería conversión, aceptación de la Buena Noticia, sometimiento a la nueva Ley, renuncia al anterior modo de vida; y siempre con el apoyo del Espíritu del Sembrador e Instaurador de ese Reino, Cristo Jesús.

Éste recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo. Las primeras sedes de su enseñanza fueron las sinagogas o lugares habituales de reunión de los judíos en torno a la Palabra de Dios tal como había quedado plasmada en las Escrituras. Ahí es donde Jesús comenzó proclamando su Evangelio, porque semejante noticia no era ajena a las Escrituras -donde comparecían textos proféticos como los de Isaías- proclamadas en las sinagogas; al contrario, eran su cumplimiento. Así lo ve el mismo Jesús: Hoy se cumple esta escritura (de Isaías) que acabáis de oír (dicho en la sinagoga de Nazaret). Pero Jesús no se limitaba a hablar, en diferentes maneras, del Reino; curaba también muchas de las enfermedades y dolencias de las que adolecía el pueblo. Y fue probablemente esto lo que le granjeó una fama que rebasó las fronteras de su país, extendiéndose por toda Siria. Por eso no es extraño que le trajeran enfermos de todas partes y de todo pelaje, poseídos, lunáticos, paralíticos, y le siguieran casi compulsivamente multitudes venidas de diferentes lugares: Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea, Transjordania.

Esta acumulación de miradas sólo es posible allí donde brilla una luz grande. Y Jesús fue, como había profetizado Isaías, una gran luz para los moradores de aquellas tierras donde inició su actividad misionera. ¿Por qué no lo es para nosotros hoy? ¿Por qué no vemos ni oímos lo que aquellos vieron y oyeron? ¿Por qué no vivimos en el escenario de aquellos acontecimientos? ¿Por qué el paso del tiempo ha debilitado en nuestra memoria histórica la fuerza de los hechos? ¿Por qué desconfiamos del testimonio de aquellos testigos presenciales o de los redactores de los hechos? ¿Por qué nosotros no somos tan ingenuos como los contemporáneos de Jesús? ¿Por qué nosotros somos hijos de la «filosofía de la sospecha»? Sea por lo que fuere, lo cierto es que podemos quedarnos en «tierra de sombra y de muerte» por resistirnos a dejarnos alumbrar por esta luz que desplegó su fulgor en la «Galilea de los gentiles».

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Episcopalis Communio – Francisco I

Art. 3

Periodos de la Asamblea del Sínodo

§ 1. Según el tema y las circunstancias, la Asamblea del Sínodo puede celebrarse en varios períodos diferentes a discreción del Romano Pontífice.

§ 2. En el tiempo que transcurre entre los diversos períodos, la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, junto al Relator General y al Secretario Especial de la Asamblea, tiene la tarea de promover el desarrollo de la reflexión sobre el tema o sobre algunos aspectos de particular relieve surgidos en los trabajos de la asamblea.

§ 3. Los Miembros y los demás participantes permanecen en el cargo ininterrumpidamente hasta la disolución de la Asamblea del Sínodo.

Homilía – Bautismo del Señor

UNGIDOS Y URGIDOS PARA LA MISIÓN

SENTIDO TEOLÓGICO DEL RELATO

El relato evangélico no trata primordialmente de narrar lo que ocurrió en aquel momento junto al Jordán, ni siquiera en el interior de Jesús, sino que el evangelista pretende explicar a los destinatarios cristianos de los primeros tiempos quién era en realidad Jesús de Nazaret que, como uno de tantos, se acercó a recibir el bautismo penitencial de Juan el Bautista. Y lo hace con el género literario midráshico con rasgos apocalípticos y de teofanía: cielos abiertos, Espíritu que desciende en forma de paloma, voz del Padre desde el cielo… El acontecimiento del bautismo de Jesús es «releído» a la luz de la fe pascual de la primera comunidad apostólica, y enriquecido teológicamente con referencias a la literatura profética y apocalíptica.

Está claro que el bautismo de Jesús es visto por la primera Iglesia como modelo y prototipo del bautismo del cristiano. Comprender el bautismo de Jesús es comprender la propia realidad de bautizados.

El relato teológico del bautismo nos presenta a Jesús como «el Primogénito entre muchos hermanos», a cuya imagen hemos de configurarnos (Rm 8,29). Se trata, por tanto, de descubrir la mística de nuestra condición de bautizados, de hijos de Dios y hermanos de Jesús. «Él se asemejó en todo a nosotros menos en el pecado» (Hb 4,15) para que nosotros nos asemejemos a él en nuestro ser y en nuestro quehacer. Como cualquier persona, hubo de buscar cuál era su vocación, la voluntad del Padre. Y cuando vio claro que el Padre le llamaba para la misión profética, pidió ser bautizado por Juan. Y, como todos los profetas anteriores a él se legitimaban ante el pueblo como enviados de Dios dando testimonio de haber tenido una experiencia de encuentro con Él, también lo hace Jesús mediante la epifanía de su bautismo. Y de la misma manera que los profetas tenían un profeta-padrino que les avalaba, Jesús tiene a Juan que le presenta y garantiza que es el Enviado de Dios. Jesús tiene conciencia de ser Hijo de Dios.

De la misma manera, nuestra comprensión de la vida ha de nacer de sabernos hijos de Dios. Vivir como bautizados es tener conciencia de ser hijos de Dios y vivir como tales. Dios dice también de todos y de cada uno de nosotros: Éste es mi hijo muy amado en quien tengo mis complacencias. Escribe Pablo a los romanos: «Recibisteis un Espíritu que os hace hijos y que nos permite gritar: ¡Abba! ¡Papá! Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios» (Rm 8,15-17).

Jesús es consagrado desde el vientre de su madre como sacerdote, profeta y rey. Y para realizar su misión es ungido y urgido por el Espíritu: «Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,38; Le 24,19). Jesús es ungido para ser sacerdote, sumo y eterno sacerdote que se ofrece a sí mismo como ofrenda pura: «Sacrificios y ofrendas no los quisiste; en vez de esto, me has dado un cuerpo…; entonces dije: Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Hb 10,5-7). En el primer pueblo elegido sólo algunos eran llamados y ungidos como sacerdotes, profetas y reyes públicamente; en el nuevo pueblo de Dios hemos sido ungidos todos en nuestro bautismo, para ser todos un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas. Todos podemos entrar en el sancta sanctorum; todos, pueblo sacerdotal, podemos ofrecer junto con el sacerdote ministerial nuestras ofrendas al Señor.

SACERDOTES, REYES Y PROFETAS

Después de la efusión del agua bautismal, ora el celebrante: «Que el Espíritu Santo te consagre con el crisma de la salvación para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey». Es preciso descubrir en toda su grandeza lo que supone la dignidad del cristiano y su misión en el mundo. En general nos falta esta mística. El sacerdocio, el profetismo y la realeza no es

algo reservado sólo a algunos elegidos. El sacerdocio ministerial presupone el sacerdocio común de todos los bautizados. «También vosotros, como piedras vivas, vais entrando en la construcción del templo espiritual, formando un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales que acepta Dios por Jesucristo» (1P 2,5.9). En el bautismo fuimos ungidos, consagrados, como sacerdotes. Estamos acostumbrados a oír hablar del sacerdocio de los sacerdotes. Todos somos sacerdotes. Necesitamos redescubrir esta faceta grandiosa de nuestra vida.

Somos sacerdotes no sólo ahora, cuando estamos celebrando la Eucaristía, sino cuando trabajamos, nos divertimos, luchamos por el Reino o hacemos algo con amor. Toda nuestra vida tiene una dimensión litúrgica, eucarística, como la tuvo la de Jesús. Pablo escribe: «Por esa misericordia de Dios, os suplico, hermanos, que ofrezcáis vuestra existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como vuestro culto auténtico» (Rm 12,1; 1Co 10,31). «Cualquier actividad vuestra, de palabra o de obra, hacedla en honor del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,17). Los documentos conciliares están sembrados de referencias al sacerdocio de los seglares y de llamadas a vivirlo con místico entusiasmo. Esto determina qué hemos de hacer y cómo lo hemos de hacer.

Hemos sido consagrados para que seamos y vivamos como «reyes», no dejándonos dominar por nada ni por nadie, como Jesús. Evidentemente, él fue libre frente a las personas y las cosas. Es libre y señor de las cosas el que tiene la propiedad y consume lo que necesita. Hay esclavitudes evidentes con respecto a las cosas: dejarse dominar por el tabaco, por el alcohol o el gasto excesivo. Pero hay también otras formas de exceso que también tientan. Decía el poeta latino, Horacio: «No me he de someter yo a las cosas, sino las cosas a mí». «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24), señala Jesús. «No llaméis a nadie ‘señor’, porque uno solo es el Señor: Cristo» (Mt 23,8). «No seáis esclavos de nadie» (1Co 7,24).

Jesús, en su bautismo, es proclamado profeta: «Éste es mi Hijo amado, escuchadlo». A partir del bautismo comienza su ministerio profético. Nosotros también hemos sido ungidos como él para el ministerio profético. Hay grupos y familias que, fieles a su vocación profética, con su «vida distinta», interpelan y cuestionan. El Concilio recuerda a todos los bautizados su condición de profetas en medio de los hombres (LG 12,1).

Pedro afirma de Jesús que fue «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo» (Hch 10,38). Todos los profetas han actuado y actúan ungidos y urgidos por la fuerza del Espíritu. Al rasgarse el cielo y aparecer la Paloma, quiere decir que por Jesús se nos dan en abundancia los dones del Espíritu para ejercer nuestra misión sacerdotal, real y profética.

El bautismo de Jesús no es un bautismo de agua, como el de Juan, sino de fuego en el Espíritu. Pedro proclama bien alto, citando a Joel: «En los últimos días derramaré mi Espíritu sobre todo hombre: Profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños; y sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días y profetizarán» (Hch 2,17). Hasta este punto llega nuestra dignidad de cristianos.

Atilano Alaiz

Lc 3, 15, 15-16. 21-22 (Evangelio – Bautismo del Señor)

El Evangelio de este Domingo, presenta el encuentro entre Jesús y Juan Bautista, a orillas del río Jordán. En esta ocasión, Jesús es bautizado por Juan.

Juan Bautista fue el guía carismático de un movimiento de tipo popular, que anunciaba la proximidad del “juicio de Dios”. Su mensaje estaba centrado en la urgencia de la conversión (pues, en opinión de Juan, la intervención definitiva de Dios en la historia para destruir el mal era eminente) e incluía un rito de purificación por el agua.

El “bautismo” realizado por Juan no era, en verdad, una novedad. El judaísmo conocía ritos diversos de inmersión en el agua, siempre ligados a contextos de purificación o de cambio de vida. Era, inclusive, un rito usado en la integración de los “prosélitos” (los paganos que se adherían al judaísmo) en la comunidad del Pueblo de Dios.

En la perspectiva de Juan, probablemente, este “bautismo” es un rito de iniciación a la comunidad mesiánica: quien aceptaba este “bautismo”, renunciaba al pecado, se convertía a una vida nueva y pasaba a integrar la comunidad del Mesías.

¿Qué es lo que Jesús tiene que ver con esto? ¿Qué sentido tiene el presentarse ante Juan para recibir este “bautismo” de purificación, de arrepentimiento y de perdón de los pecados?

Para Lucas, Juan Bautista es el último testigo de un tiempo salvífico que está llegando a su fin: el tiempo de la antigua Alianza (cf. Lc 16,16). La aparición en escena de Jesús significa el comienzo de un nuevo tiempo, el tiempo en el que el propio Dios viene al mundo, hecho hombre, para ofrecer a la humanidad esclavizada la vida y la salvación. En el episodio del “bautismo” se revela, desde luego, la misión específica y la verdadera identidad de Jesús.

En toda la sección (cf. Lc 3,1 ́-4,13), Lucas sigue el texto de Marcos (cf. Mc 1,1-13), completado con algunas tradiciones provenientes de alguna otra “fuente”, formada por “dichos” de Jesús.

En una Palestina en plena efervescencia mesiánica, la figura y la actividad de Juan hacen que surjan conjeturas sobre su posible mesianismo.

¿Será Juan ese “ungido de Dios” (“mesías”), cuya misión es liberar a Israel del dominio extranjero y asegurar al Pueblo de Dios vida en abundancia y paz sin fin?

Juan rechaza, de forma categórica, esa posibilidad. Él no es el “mesías”; su misión (incluso como administrador de un “bautismo” de penitencia y de purificación) es, únicamente, preparar al Pueblo para ese tiempo nuevo que va a comenzar con la llegada del verdadero “mesías” (vv 15-16).

El “mesías” que “va a llegar” es definido por Juan como “aquel que es más fuerte que yo, del cual no soy digno de desatar las correas de las sandalias”. “Desatar las correas de las sandalias” era tarea de los esclavos (por eso, la tradición rabínica prohibía al discípulo desatar las correas de las sandalias de su maestro).

La imagen utilizada define, pues, a Juan como a un “esclavo” cuya misión es estar al servicio de ese “mesías” que está a punto de llegar.

El “mesías” además de ser “más poderoso” que Juan, “bautizará con Espíritu y con fuego”. Tanto la fortaleza como el bautismo en el Espíritu son prerrogativas que caracterizan al Mesías que Israel esperaba (cf. Is 9,5-6;11,2).

El testimonio de Juan no ofrece dudas: ha llegado el tiempo del “mesías”, el tiempo de la liberación que los profetas anunciaron, el tiempo en el que el Pueblo de Dios va a recibir el Espíritu.

En la perspectiva de Lucas, esta “profecía” de Juan se realizará el día de Pentecostés: el “fuego” del “mesías”, derramado sobre los discípulos reunidos en el cenáculo, hará nacer un Pueblo nuevo y libre, la comunidad de la nueva Alianza.

La escena del “bautismo” identificará claramente a ese “mesías” anunciado por Juan con el mismo Jesús (vv. 21-22). El Espíritu Santo que desciende sobre Jesús “como una paloma”, nos lleva a esa figura del “Siervo de Yahvé” presentada en la primera lectura, que recibe el Espíritu de Dios para traer “la justicia a las naciones”.

Por otro lado, la “voz que vino desde el cielo” presenta a Jesús como “el Hijo muy amado” de Dios (v. 22). La misión de Jesús será, como la del “Siervo”, la de “abrir los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas” (Is 42,7); para realizar ese proyecto, él “bautizará en el Espíritu” e insertará a los hombres en una dinámica de vida nueva, la vida en el Espíritu.

En la escena del “bautismo” de Jesús, el testimonio de Dios acerca de Jesús es acompañado por tres factores extraños que, sin embargo, deben ser entendidos en referencia a los factores y símbolos del Antiguo Testamento.

Así, la apertura del cielo, significa la unión de tierra y cielo. La imagen se inspira probablemente, en Is 63,19, donde el profeta pide a Dios que “abra los cielos” y descienda al encuentro de su Pueblo, rehaciendo esa relación que el pecado del Pueblo interrumpió. De esta forma, Lucas anuncia que la actividad de Jesús va a reconciliar el cielo y la tierra, va a rehacer la comunión entre Dios y los hombres.

El símbolo de la paloma no es inmediatamente claro. Probablemente no se trata de una alusión a la paloma que Noé liberó y que retornó al arca (cf. Gn 8,8-12); es más probable que la paloma (en ciertas tradiciones judías, símbolo del Espíritu de Dios que, en el inicio, planeaba sobre las aguas, cf. Gn 12,2) evoque la nueva creación que tendrá lugar a partir de la actividad que Jesús va a iniciar. La misión de Jesús es, por tanto, hacer aparecer un Hombre Nuevo, animado por el Espíritu de Dios.

Tenemos, finalmente, la voz del cielo. Se trata de una forma muy utilizada por los rabinos para expresar la opinión de Dios acerca de una persona o de un acontecimiento. Esa voz, declara que Jesús es el Hijo de Dios; y lo hace con una fórmula tomada de ese cántico del “Siervo de Yahvé” que hemos visto en la primera lectura de hoy (cf. Is 42,1).

La referencia al Siervo de Yahvé sugiere que la misión de Jesús, el Hijo de Dios, no se desarrollará desde el triunfalismo, sino desde la obediencia total al Padre; no se cumplirá con poder y prepotencia, sino con suavidad, con sencillez, con respeto por los hombres (“No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará”, Is 42,2-3).

¿Por qué Jesús quiso ser bautizado por Juan?

¿Jesús necesitaba de un bautismo cuyo significado principal estaba ligado a la penitencia, al perdón de los pecados y al cambio de vida?

Al recibir ese bautismo de penitencia y de perdón de los pecados (que no necesitaba, porque él no conoció el pecado), Jesús se solidarizó con el hombre limitado y pecador, asumió su condición, se puso al lado de los hombres para ayudarles a salir de esa situación y para recorrer con ellos el camino de la liberación, el camino de la vida eterna. Ese era el proyecto del Padre, que Jesús cumplió íntegramente.

La escena del bautismo de Jesús revela, por tanto, esencialmente, que Jesús es el Hijo de Dios, que el Padre envió al mundo para cumplir el proyecto de liberación en favor de los hombres.

Como verdadero Hijo, él obedece al Padre y cumple el plan salvador del Padre; por eso, viene al encuentro de los hombres, se solidariza con ellos, asume sus fragilidades, camina con ellos, restaura la comunión entre Dios y los hombres que el pecado había interrumpido y conduce a los hombres al encuentro de una vida en plenitud.

De la actividad de Jesús, el Hijo de Dios que cumple la voluntad del Padre, surgirá una nueva creación, una nueva humanidad.

En la reflexión, tened en cuenta las siguientes cuestiones:

En el episodio del bautismo, Jesús aparece como el Hijo amado, que el Padre envió al encuentro de los hombres para liberarlos y para insertarlos en una dinámica de comunión y de vida nueva. Es bonita esta historia de un Dios que envía a su propio Hijo al mundo, que pide a ese Hijo que se solidarice con los dolores y las limitaciones de los hombres, y que, a través de la acción del Hijo, reconcilia a los hombres consigo y les haga llegar a la vida en plenitud. Lo que se nos pide es que correspondamos al amor del Padre, acogiendo su oferta de salvación, siguiendo a Jesús en el amor, en la entrega, en la donación de la vida. El día de nuestro bautismo, nos comprometimos con ese proyecto.

¿Hemos renovado nuestro compromiso y hemos recorrido con coherencia ese camino que Jesús nos vino a proponer?

La celebración del bautismo del Señor, nos conduce hasta un Jesús que asume plenamente su condición de “Hijo” y que se hace obediente al Padre, cumpliendo íntegramente el proyecto del Padre de dar la vida al hombre.
¿Esta misma actitud de obediencia radicar, de entrega incondicional, de confianza absoluta es la que yo asumo en mi relación con Dios?

¿El proyecto de Dios es, para mí, más importante que mis proyectos personales o que las llamadas que el mundo me hace?

El episodio del bautismo de Jesús nos sitúa frente a frente con un Dios que aceptó identificarse con el hombre, compartir su humanidad y fragilidad, a fin de ofrecer al hombre un camino de libertad y de vida plena. Yo, hijo de este Dios, ¿acepto ir al encuentro de mis hermanos más desfavorecidos y tenderles la mano? ¿Comparto la suerte de los pobres, de los que sufren, de los tratados injustamente, sufro de corazón sus dolores, acepto identificarme con ellos y compartir sus sufrimientos, a fin de ayudarles para que conquisten la libertad y la vida plena?

¿No temo “mancharme” al lado de los pecadores, de los marginados, si eso contribuye a promoverles y darles mayor dignidad y esperanza?

En el bautismo, Jesús tomó conciencia de su misión (esa misión que el Padre le confió), recibió el Espíritu y marchó por los caminos polvorientos de Palestina, a testimoniar el proyecto liberador del padre.
Yo, que en el bautismo me adherí a Jesús y recibí el Espíritu que me capacitó para la misión, ¿soy un testigo serio y comprometido de ese programa en el que Jesús se empeño y por el cual dio su vida?

Hch 10, 34-38 (2ª lectura – Bautismo del Señor)

Los “Hechos de los Apóstoles” son una catequesis sobre la “época de la Iglesia”, esto es, sobre la forma como los discípulos asumirán y continuarán el proyecto salvador del Padre y lo anunciarán, tras la partida de Jesús de este mundo, a todos los hombres.

El libro se divide en dos partes. En la primera (cf. Hch 1-12), la reflexión nos presenta la difusión del Evangelio dentro de las fronteras palestinas, por la acción de Pedro y de los Doce; en la segunda (cf. Hch 13-28), nos presenta la expansión del Evangelio fuera de Palestina (hasta Roma), sobretodo por acción de Pablo.

Nuestro texto de hoy está integrado en la primera parte de los “Hechos”. Se inserta en una perícopa que describe la actividad misionera de Pedro en la llanura de Sidón (cf. Hch 9,32-11,18), esto es, en la llanura que está junto a la orilla mediterránea de Palestina. En concreto, el texto nos propone el testimonio y la catequesis de Pedro en Cesarea, en casa del centurión romano Cornelio. Impulsado por el Espíritu (cf. Hch 10,19-20), Pedro entra en casa de Cornelio, le expone lo esencial de la fe y lo bautiza, junto con toda su familia (cf. Hch 10,23b-48). El episodio es importante porque Cornelio es el primer pagano, al cien por cien, admitido al cristianismo por uno de los Doce: significa que la vida nueva que surge de Jesús está destinada a todos los hombres.

En su discurso, Pedro comienza por reconocer que la propuesta de salvación ofrecida por Dios y traída por Cristo es universal y está destinada a todas las personas, sin distinción de ningún tipo (vv. 34-36). Israel, fue, en verdad, el primer receptor privilegiado de la Palabra de Dios; pero Cristo vino a traer la “buena nueva de paz” (salvación) a todos los hombres; y ahora, por medio de los testigos de Jesús, esa propuesta de salvación que el Padre hace llega “a cualquier nación que lo teme y pone en práctica la justicia”, o sea, a todo hombre, sin distinción de raza, de color, de clase social, que acepta la propuesta y se adhiere a Jesús.

Después de definir los contornos universales de la propuesta salvadora de Dios, Pedro presenta una especie de resumen de la fe primitiva (vv. 37-38). Es, ni más ni menos, que poner en claro la misión fundamental de los discípulos: anunciar a Jesús y testimoniar esa salvación que debe llegar a todos los hombres. La lectura que se nos propone conserva únicamente la parte inicial del “Kerigma” primitivo y resume la actividad de Jesús que “pasó por el mundo haciendo el bien y curando a todos los que estaban oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él” (v. 38). Sin embargo, el anunciode Pedro continúa (aunque la lectura de hoy no lo refiera) con la catequesis sobre la muerte (v. 39), sobre la resurrección (v. 40) y sobre la dimensión salvífica de la vida de Jesús (v. 43).

En la reflexión y en compartir considerad los siguientes elementos:

Jesús de Nazaret “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”. En sus gestos de bondad, de misericordia, de perdón, de solidaridad, de amor, los hombres encontrarán el proyecto liberador de Dios en acción.
¿Ese proyecto continúa, hoy, en acción en el mundo?

¿Nosotros, los cristianos, comprometidos con Cristo y con su misión desde nuestro bautismo, testimoniamos, en gestos concretos, la bondad, la misericordia, el perdón y el amor de Dios por los hombres?
¿Nos comprometemos en liberar a todos los que están oprimidos por el demonio del egoísmo, de la injusticia, de la explotación, de la soledad, de la enfermedad, del analfabetismo, del sufrimiento?

“Está claro que Dios no hace distinciones”, dice Pedro en su discurso en casa de Cornelio.
¿Y nosotros, hijos de este Dios que ama a todos de la misma forma y que a todos ofrece, igualmente la salvación, aceptamos a todos los hermanos de la misma forma, reconociendo la igualdad fundamental de todos los hombre en derechos y dignidad?

¿Qué sentido tienen, entonces, las discriminaciones a causa del color de la piel, de la raza, del sexo, de la orientación sexual o del estatus social?

Is 42, 1-4. 6-7 (1ª Lectura – Bautismo del Señor)

Nuestro texto pertenece al “Libro de la Consolación” del Deutero-Isaías o Segundo Isaías (cf. Is 40-55), “Deutero-Isaías” o “Segundo Isaías” es un nombre convencional con el que los biblistas designan a un profeta anónimo, de la escuela de Isaías, que llevó a cabo su misión profética en Babilonia, entre los exiliados judíos. Estamos en la fase final del Exilio, entro los años 550 y 539 antes de Cristo; los judíos exiliados están frustrados y desorientados pues, a pesar de las promesas del profeta Ezequiel, la liberación tarda.
¿Será que Dios se ha olvidado de su Pueblo? ¿Será que las promesas proféticas eran falsas?

El Deutero-Isaías aparece, entonces, con un mensaje destinado a consolar a los exiliados. Comienza anunciando la inminencia de la liberación y comparando la salida de Babilonia al antiguo éxodo, cuando Dios liberó a su Pueblo de la esclavitud de Egipto (cf. Is 40-48); después, anuncia la reconstrucción de Jerusalén, esa ciudad que la guerra ha reducido a cenizas, pero a la que Dios va a hacer volver la alegría y la paz sin fin (cf. Is 49-55).

En medio de esta propuesta “consoladora” aparecen cuatro textos (cf. Is 42,1-9; 49,1-13;50,4-11; 52,13-53,12) que se refieren a esta temática. Son cánticos que hablan de un personaje misterioso y enigmático, que los biblistas designas como el “Siervo de Yahvé”: es un elegido de Yahvé, a quien Dios llama, a quien confía una misión profética y a quien envía a los hombres de todo el mundo; su misión se cumple en el sufrimiento y en una entrega incondicional a la Palabra; el sufrimiento del profeta tiene, con todo, un valor expiatorio y redentor, pues de él viene el perdón para el pecado del Pueblo; Dios aprecia el sacrificio de este “Siervo” y le recompensa haciéndole triunfar delante de sus detractores y adversarios.

El texto que hoy se nos propone forma parte del primer cántico del “Siervo” (cf. Is 42,1-9). Es posible que el personaje al que se refiere este primer cántico sea Ciro, rey de los persas, el hombre a quien Dios confió la liberación de su Pueblo…

Nuestro texto tiene dos partes; ambas afirman, como si estuviésemos ante dos movimientos concéntricos que parten del mismo lugar y terminan de la misma forma, la elección del “Siervo” y su misión. Sin embargo, la primera desarrolla más el aspecto de la llamada y la segunda define mejor la cuestión de la misión.

En la primera parte (vv. 1-4), se afirma que el “Siervo” es un “elegido” (“behir”) de Dios, esto es, alguien que Dios decidió “escoger” (“bahar”) entre muchos, para una función o misión especial (cf. Nm 16,5.7; 17,20; Dt 4,37; 7,6.7; 10,15; 14,2; 18,5; 21,5; 1 Sm 2,28; 10,24; 2 Sm 6,21; 1 Re 3,8; etc.). Estamos en un contexto de “elección”, esto es, en un contexto en el que Dios señala a alguien de entre muchos para su servicio. La “elección” del “Siervo”, se realiza a través del don del Espíritu (“ruah”), que dará al “Siervo” el aliento de Yahvé, la capacidad para llevar a cabo la misión: es el Espíritu que Dios derrama sobre los jefes carismáticos del Pueblo de Dios (cf. Jz 33,10; 1 Sm 9,17; 16,12-13). Animado por ese Espíritu, el “Siervo” llevará “la justicia (“mishpat”) a las naciones”: será una misión de ámbito universal, que consistirá en la aplicación de decisiones justas de los tribunales, como base de un orden social acorde con los esquemas y los proyectos de Dios. La aplicación de ese “nuevo orden”, no se producirá con el recurso a al fuerza, a la violencia, al espectáculo, sino con la bondad, la mansedumbre, la sencillez que definen la lógica de Dios. Sobre todo, el “Siervo” actuará con sencillez, sin imponerse y sin desanimarse ante las dificultades de la misión.

En la segunda parte (vv. 6-7), se comienza afirmando que el “Siervo” fue “llamado” por el Señor e, inmediatamente, se muestra la finalidad de esa llamada: instaurar “la justicia” (“tzedeq”), esto es, la misión del “Siervo” es la del establecimiento de una recto orden social. Explicitando mejor la misión del “Siervo”, Dios le invita a ser “la luz de las naciones” y, en concreto, a abrir los ojos a los ciegos, a sacar de la cárcel a los prisioneros y de la prisión a los que habitan en las tinieblas. Es, por tanto, una misión de liberación y de salvación.

En las dos partes queda claro que el “Siervo” es un instrumento a través del cual Dios actúa en el mundo para traer la salvación a los hombres: es alguien que Dios eligió entre muchos, a quien llamó y a quien confió una misión, traer la justicia, proponer a todas las naciones un nuevo orden social del cual desaparecerán las tinieblas que alienan e impiden el caminar y ofrecer a todos los hombres la libertad y la paz. Dios no sólo está en el origen (elección, llamada y envío) de la misión del “Siervo”, sino que acompañará la realización de la misión y posibilitará su éxito: para llevar a cabo la misión, el “Siervo” contará con la ayuda del Espíritu de Dios, que le dará la fuerza para asumir la misión y para realizarla.

La reflexión puede iniciarse a partir de las siguientes cuestiones:

La figura misteriosa y enigmática del “Siervo” de la que habla el Deutero-Isaías presenta evidentes puntos de contacto con la figura de Jesús. Los primeros cristianos, colocados en la tesitura de explicar cómo es que el Mesías había sido condenado por los hombres y clavado en una cruz, utilizarán los cánticos del “Siervo” para justificar el sufrimiento y el aparente fracaso humano de Jesús: él es ese “elegido de Dios”, que recibió la plenitud del Espíritu, que vino al encuentro de los hombres con la misión de traer la justicia y la paz definitivas, que sufrió y murió por ser fiel a esa misión que el Padre le confió.

La historia del “Siervo” nos muestra, desde ahora, que Dios actúa a través de instrumentos a quienes confía la transformación del mundo y la liberación de los hombres.
¿Tengo conciencia de que cada bautizado es un instrumento de Dios en la renovación y transformación del mundo?

¿Estoy dispuesto a corresponder a la llamada de Dios y a asumir mis compromisos en esta cuestión, o prefiero esconderme y dimitir de mi responsabilidad profética?
Los pobres, los oprimidos, todos los que “yacen en tinieblas y en sombras de muerte” ¿pueden contar con mi apoyo y empeño?

Conviene no olvidar que la misión profética sólo tiene sentido a la luz de Dios y que todo parte de la iniciativa de Dios: es él el que elige, el que llama, el que envía, el que capacita para la misión. Aquello que yo hago, por más válido que sea, no es obra mía, sino de Dios; mi éxito en la misión no es consecuencia de mis cualidades, sino de la iniciativa de Dios que actúa en mí y a través de mí.

Prestemos atención a la forma de actuar del “Siervo”: no se impone por la fuerza, por la violencia, por el dinero o por medio amigos poderosos; sino que actúa con suavidad, con mansedumbre, respetando la libertad de los otros.
¿Es esta lógica, la lógica de Dios, la que yo utilizo en el desarrollo de la misión profética que Dios me ha confiado?

Comentario al evangelio – 7 de enero

Seguimos el camino de la Navidad hacia el Bautismo de Jesús. Y lo hacemos acompañados de una Palabra que sigue confrontándonos con nosotros mismos. Se trata de decir y de hacer. De decir que somos de los de Jesús, de los que creen que vino al mundo para encarnarse, “acampó entre nosotros”, de los de Dios. Y, como nos recuerda la primera lectura, guardamos sus mandamientos, en especial, el Mandamiento del Amor.

Sabemos que no es fácil. Tenemos muchas “enfermedades y dolencias” que nos no dejan cumplir con nuestras obligaciones. Y, además, hay muchos “falsos profetas” que hablan de cosas más atractivas para nuestros pobres oídos. Es difícil no seguir las modas, hacer lo que hacen todos, vivir como viven muchos.

Por eso, debemos pedir continuamente a Dios que nos dé el espíritu de discernimiento, para saber qué hacer y cómo hacerlo. Hay decisiones intrascendentes, como elegir un vestido u otro, o decidir el menú de la comida. Pero en lo que se refiere al amor, la cosa se complica. Decidir a quién amamos y a quién no. A qué personas ayudamos y a quién no. Con quién nos relacionamos y con quién no. Somos señores de nuestra vida.

Y se nos olvida que hay mucha gente que vive en tinieblas, que no sabe que es posible ser feliz en medio de los problemas, que ha perdido por completo la esperanza. Y debería darnos vergüenza tener el mayor de los regalos, al mismo Hijo de Dios con nosotros, y no ser capaces de compartirlo. O compartirlo con los más próximos, o con los que ya lo conocen.

Conviene revisar siempre el estado de nuestra capacidad de amar. Ver cómo es de grande el círculo de nuestras relaciones, y a quién tenemos en la “lista negra”, esos que ya están perdidos, con los que no nos dignamos. Jesús predicaba en las sinagogas, y no distinguía entre amigos y enemigos. Si somos de los de Dios, hay que abrir el grifo del amor, y derramar esa agua viva entre los sedientos. “Tú eres del mundo la luz; tú eres del mundo la sal”, decía hace años una canción. Que se note.

Alejandro, C. M. F.