Estaba Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de penitencia para perdón de los pecados, y acudían a él todos los de la región de Judea y los de Jerusalén y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Juan llevaba un vestido de pelos de camello y un cinturón de cuero a su cintura y comía langostas y miel silvestre, y predicaba diciendo: “Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo, ante el cual no soy digno de inclinarme para desatar la correa de sus sandalias. Yo os bautizo con agua, pero Él os bautizará en el Espíritu Santo”. Y sucedió en aquellos días que vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y nada más salir del agua, vio los cielos abiertos y al Espíritu Santo en forma de paloma que bajaba sobre Él. Y vino una voz de los Cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido”.
Mc 1, 7-11
Cuando contemplo esta escena me pregunto y te pregunto, Jesús: ¿qué mensaje me quieres transmitir hoy en tu bautismo? ¿Qué es lo que me quieres comunicar hoy? Y pienso mucho en la escena. Veo a dos figuras que Tú, Jesús, me las pones para que yo descubra cómo tengo que hacer en mi vida y cómo necesito bautizarme. Por un lado, Jesús, veo a Juan, un hombre que está cumpliendo tu misión, que te está anunciando… pero con qué humildad. Me admira la humildad de él: “Yo no soy. Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo. Yo no soy digno de inclinarme para desatar su correa, la correa de sus sandalias. Y mirad, yo os bautizo, pero es con agua; pero Él os bautizará en el Espíritu Santo”.
¿Qué me dices con esto, Jesús? Pues que tengo que aprender la lección de Juan, un hombre fiel, asceta, pero muy humilde. “Yo no soy digno, yo no soy el que os bautizó, yo lo hago con el agua sencilla, con un bautismo exterior, físico, pero detrás de mí viene el que realmente os bautizará con el amor del Espíritu, con el calor y el fuego de su corazón”.
Tengo que aprender a ser humilde, tengo que aprender la lección de Juan, Jesús. Ayúdame a ser humilde, ayúdame a pensar que no soy nada, soy un siervo que hace lo que tiene que hacer. No soy digno. ¿Y Tú, Jesús? También una gran humildad, te dejas bautizar por Juan, te dejas llenar de su agua física, ¿y por qué? Porque empiezas así tu camino, el camino de tu predicación, dejándote bautizar. ¡Cómo me tengo yo también que dejar bañar por ti, por el agua de tu amor! Y cómo tengo que aprender también de ti, Jesús, ¡ayúdame!
¿Qué lecciones me estás dando hoy? La lección de la humildad, la lección de dejarme; y de la necesidad de bautizarme. Tengo tantas cosas que tienes que limpiar, tantos rincones en mi corazón que tienes que lavar con tu amor… ¡Que yo me deje bautizar por ti!, ¡que me deje lavar por ti! Renueva, Jesús, mi corazón, mi vida, mis sentimientos, a la luz y al agua de tu amor. Que aprenda también esto: ¿qué es lo que tengo que lavar en tu corazón? Tú me dices esto: “Déjate… déjate lavar. No seas indócil, no seas difícil. Déjate, déjate bañar por mí y ya verás como recibirás también la palabra que Yo recibí: «Éste es mi Hijo amado». Tú eres así. Ya estás preparada cuando te dejes bañar por mí”.
Hoy, Jesús, te pido en este rato de oración mucha humildad, pero a la vez que sepa responder a esas preguntas: ¿dónde, cuándo, cómo me tengo que bañar? ¿En qué, en qué tengo que cambiar? Y que oiga tu voz: “Tú eres mi Hijo amado, eres mi predilecto”. Mójame, báñame, y si soy un poco rebelde a lo que Tú me quieres hacer, no me hagas caso, ¡báñame en tu amor!, ¡báñame en tu calor! Quiero quedarme contigo contemplando esta escena y contemplándome a mí también en el agua de tu corazón.
Y se lo pido a tu Madre, que me lleve Ella para que me mojes Tú, para que me meta también en ese río del Jordán, ese río de tu amor. Que pueda decir: “¡Es Jesús! ¡Él es!”. Y que pueda oír también: “Tú eres mi Hijo amado, eres mi predilecto”. Señor, quiero repetirme y pensar mucho esta gran lección: “Yo os bautizo con agua —esa lección de Juan—, pero detrás de mí viene Otro que os bautizará en el Espíritu Santo”. Sí, así quiero, así deseo, así intentaré trabajar, trabajarme para llenarme de tu agua y de tu amor. “Yo te bautizo con agua, pero entra en el corazón de Dios y déjate bañar por el Espíritu, por el Espíritu del amor de Jesús”. Gracias, Jesús, por lavarme, por quitar todas mis suciedades y por todo… ¡Gracias!
“Yo os bautizo con agua, pero Él os bautizará en el Espíritu Santo”
Que así sea
Francisca Gómez Sierra